Formato Siete - No. 351

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Miércoles 21 de agosto de 2013

HORA LIBRE

¿Para qué tantos burócratas medioambientales? Álvaro Belín Andrade

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ás atentos a complacer a las empresas, por la inexistencia de una política que al tiempo que promueva la inversión privada proteja el medio ambiente y la calidad de vida de los habitantes, algunos funcionarios estatales y municipales no realizan acciones que permitan revertir o contener las graves afectaciones que empresas agroindustriales están produciendo en el entorno ecológico. Incluso, llegan a sentirse satisfechos con las versiones con que los engatusan los empleados de las empresas, cuando no les proporcionan algún incentivo económico, y se vuelven defensores a ultranza de su supuesta inocuidad. Que quienes vivimos un poco alejados de esas factorías solo percibamos por las noches el tufo de las descargas contaminantes, no significa que no nos afectan, pero solo imaginar a quienes habitan las áreas circundantes, donde los olores desagradables se vuelven una condena cotidiana o, peor aún, cuando los riesgos inherentes a una actividad industrial con muy pocos estándares de seguridad los mantienen en vilo, nos hace ver con ojos más críticos la espeluznante inacción de quienes debieran cuidarnos. Pese a la existencia de dependencias federales, estatales y municipales dedicadas, según el objetivo que les ha dado vida, a proteger el medio ambiente e, incluso la operación de procuradurías de defensa contra los efectos contaminantes de dependencias públicas, empresas paraestatales y negocios particulares, lo cierto es que a lo largo y ancho de la entidad la población está cada vez más expuesta a contraer enfermedades o, incluso, a perder la vida en cualquier momento.

Citrex, contaminación impune Lo traigo a colación por el funcionamiento en Martínez de la Torre de la empresa Citrex, una agroindustria dedicada a la transformación de los cítricos y que, con el padrinazgo político del entonces gobernador Fidel Herrera Beltrán, dio la apariencia hacia la opinión pública de que contaba con una planta de tratamiento de agua que prácticamente nunca ha funcionado.

A principios de este año, vecinos de la empresa, acompañados incluso por educadoras y alumnos de un jardín de niños que funciona en el área, se pararon frente a la factoría para exigir que se detuvieran aquellas actividades que generaban nubes de partículas que rebosaban los tinacos abiertos, ensuciaban la ropa expuesta al sol para secarse y hacía imposible por momentos respirar el aire contaminado. Tratando de explicar en medio del bullicio de la protesta que no pasaba nada cuando todo era una evidencia innegable, dos empleados de la empresa se comprometieron a disminuir las emisiones de restos de la cáscara procesada. Y lo cumplieron. No hay más partículas. Ahora es una especie de crimen perfecto: no hay evidencia. Por eso, el encargado municipal de Protección Civil, Patricio Guevara Alanco, se llena la boca aduciendo que el problema se ha resuelto, y se ha de sentir orgulloso de haber participado en ello.

Sin embargo, el problema de la contaminación está muy lejos de haberse resuelto. De inofensivos extractos de jugos, la empresa está produciendo biomasa, es decir, está tratando de extraer de los desechos orgánicos un subproducto más elaborado que puede utilizarse como combustible, aunque en el original estudio de impacto ambiental que permitió su apertura no se incluyera este nuevo proceso industrial. Ahora, miles de vecinos de la empresa deben padecer las emisiones, generalmente a la medianoche o en la madrugada, de gases de olores fétidos que producen en no pocos hasta migrañas, y que nadie se ha preocupado por investigar para detectar si tiene o no efectos dañinos para la salud. Tan célebres son esos poderosos y prolongados efluvios industriales, que los padres de familia han llegado a quejarse de bullying contra sus hijos. Y usted se preguntará qué tiene que ver ese fenómeno de violencia entre niños. Pues, bien, resulta que los niños

y jóvenes de las colonias circundantes llegan a sus escuelas con el fétido olor impregnado en sus uniformes, lo que es motivo de discriminación y violencia en su contra. El problema es que en el perímetro de la empresa se están adicionando algunos espacios para llevar a cabo otros procesos. Del sitio en que acumulan desechos orgánicos están drenando los líquidos hacia una oquedad a cielo abierto que, sin conocer los términos exactos, podríamos definir como alberca de oxidación. Los lixiviados resultantes se están filtrando al subsuelo y ya contaminan los pozos artesianos con que varios colonos se surten de agua para actividades domésticas, cuando escasea la dotación proveniente de las tuberías de la Comisión de Agua del Estado de Veracruz (CAEV). ¿Algo ha hecho la Secretaría del Medio Ambiente para certificar que todo opere conforme a los estándares medioambientales? No. Parece una consigna que ningún funcionario estatal de mediano pelaje se pare en este municipio gobernado por el panista José de la Torre Sánchez, quien por otra parte un día se pelea con el gobierno estatal y el otro también. Los vecinos no tienen la culpa de vivir, a nivel municipal, lo que todos los veracruzanos vivimos cuando el Tío Fide estaba permanentemente peleado con Felipe Calderón: no llega casi nada. Incluso es legendaria la inoperancia de la Secretaría de Comunicaciones, que solo parece experta en comunicados gloriosos en que siempre señala que han comenzado trabajos para hacer un camino o puente y luego desaparece, aunque por lo visto ello sucede por todos los rumbos de la entidad. Pero me desvío del tema. La situación es tan molesta para los vecinos como es cómoda para los agroempresarios, porque del resto de la ciudad, de sus autoridades municipales y de los censores ecológicos del gobierno estatal no reciben ni siquiera una ligera amonestación. Al fin y al cabo, en Martínez de la Torre, por todos los rumbos, se perciben por las noches olores fétidos. Y eso que no funciona ( ni funcionará más) el Ingenio Independencia.

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