Gritón

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GRITĂ“N Mercedes Villalobos Torres



GRITĂ“N por

Mercedes Villalobos Torres


Había una vez un niño que se llamaba Gritón, que hablaba a voces y exigía sin parar. Sus padres le reprendían continuamente diciéndole: − Gritón, no hace falta que te oigan en la Conchinchina; si hablaras en un tono más bajo, nos entenderíamos mejor. Pero era en vano, Gritón gritaba y gritaba, haciendo caso omiso a tan sabios consejos. Mientras tanto, en su garganta, la campanilla daba saltos de alegría cada vez que el niño gritaba. Era su oportunidad de vibrar y de atisbar el gran mundo que parecía haber fuera de esa oscura cueva que era la garganta. Las pobres cuerdas vocales se quejaban del sobreesfuerzo que tenían que hacer y no soportaban que la campanilla se pusiera tan contenta cuando ellas estaban agotadas.



Un día, cuando Gritón no paraba de gritar y la campanilla de su garganta más entusiasmada estaba, fue tan enorme el alarido que la campanilla salió disparada de su boca y fue a parar a un gran campanario cercano a la casa. ¡Como loca se puso la campanilla, como loca, de ver esa gigantesca y poderosa campana de metal! Intentó dirigirse a ella para expresarle su alegría por haber salido de esa jaula oscura… pero no podía decir nada. Intentaba vibrar, pero vibraba sin emitir sonido alguno que pudiera llamar la atención de la gran campana que presidía el campanario. ¿Qué podía hacer? Mientras tanto, Gritón se había quedado afónico. Había notado algo saliendo de su boca y a partir de ahí, ya no pudo gritar, apenas podía articular palabra y el sonido no parecía ser el mismo de siempre. ¡Qué silencio! Sus padres lo miraban apenados, pero la verdad es que también un poco aliviados. Los dolores de cabeza que le producían los alaridos de Gritón habían desaparecido como por arte de magia. ¡Qué paz! ¡Qué tranquilidad! Aunque ellos querían jugar y comunicarse normalmente con su hijo ¿qué podían hacer? Por señas no siempre lo conseguían. Por escrito era muy, muy lento. Además, Gritón estaba siempre pensativo y casi ni intentaba hablar. Había que resolver el serio problema, así que decidieron enseñar al niño a utilizar el aire que salía por su laringe y que hacía que sus cuerdas vocales se animaran, produciendo sonidos suaves y armoniosos.



Mientras tanto, la campanilla no acababa de desenvolverse bien en la espadaña aquella dónde había ido a parar. Pero un día su buena suerte quiso que un pajarillo se la tragara y quedase atrapada en su garganta haciendo que emitiera unos trinos espectaculares. ¿Cómo podía ser eso? ¡Madre mía…! Era la envidia de todos los pájaros. Su trino era inigualable. Los humanos se volvían buscando la procedencia de ese maravilloso sonido ¿Cómo podía existir algo tan bonito? Un día, Gritón pasó por ese lugar cuando el pájaro de dulce trinar estaba en todo su apogeo y, claro, la campanilla lo reconoció y trató, sin éxito, de relacionarse con él. Quería decirle lo que había conseguido en su nueva garganta, que sin gritar, lograba captar la atención de todos los transeúntes, haciéndolos muy felices. Gritón se paró, miró al pajarillo y le habló suavemente como le habían enseñado a hacerlo. −Pajarillo lindo, me encanta tu canto. Curiosamente, al niño le pareció entender lo que le decían desde dentro de esa garganta y reconocer a su campanilla. Sonrió. −Pajarillo lindo− le volvió a decir con su nueva voz −quédate tú con mi campanilla, porque me encanta tu canto. Al principio, cuando te escapaste pensé que nunca más podría gritar, ni siquiera de alegría, pero !qué va! aprendí a hablar en distintos tonos según las circunstancias. También grito cuando estoy en apuros. Mis padres están supercontentos. Ahora encaja todo. He comprendido que hay que saber utilizar lo que se tiene y, cada cosa debe estar en el lugar donde más felicidad dé.



Octubre de 2016 Texto de Mercedes Villalobos Ilustraciones de Carmen Navajas


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