A PARTIR DE UNA FRASE

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EN SU MESA DE LUZ SE ALINEABAN LOS HIPNÓTI COS CAPACES DE TA CHAR EL OCÉANO DE SU INSOMNIO, DE EMPOBRE CER SU FAUNA, DE REDU CIRLA AL TAMAÑO DE LA NOCHE. A PARTIR LA FRENTE SE LLENA DE SUDOR; JADEA Y POR UN MOMENTO ME MIRA SU PLICANTE. DE UNA QUIZÁS HAYA OTRAS COSAS QUE TAMBIÉN SE SEPARAN EN ESOS MOMENTOS. FRASE


Portada L. Alfonso MartĂ­n


A PARTIR DE UNA FRASE


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CONSIGNA DEL DOMINGO 17 DE MAYO DE 2015 Tema

A PARTIR DE UNA FRASE

Ponente

DANIELA ACHER

Esta vez les propongo escribir un texto, en cualquier formato, que incluya alguna de las siguientes tres frases, tomadas al azar de tres libros de mi biblioteca, también tomados al azar. La primera es de "El carapálida", de Luis Chitarroni; la segunda de "El último encuentro", de Sándor Márai y la tercera es de "Juntacadáveres" de Juan Carlos Onetti. El texto puede incluir una, dos o las tres frases, en cualquier orden. A elegir una, dos o tres, y volar... Pongan al principio qué número/s de frase/s eligen. Y, si pueden, resáltenla en mayúsculas. Frase 1: EN SU MESA DE LUZ SE ALINEABAN LOS HIPNÓTICOS CAPACES DE TACHAR EL OCÉANO DE SU INSOMNIO, DE EMPOBRECER SU FAUNA, DE REDUCIRLA AL TAMAÑO DE LA NOCHE. Frase 2: QUIZÁS HAYA OTRAS COSAS QUE TAMBIÉN SE SEPARAN EN ESOS MOMENTOS. Frase 3: LA FRENTE SE LLENA DE SUDOR; JADEA Y POR UN MOMENTO ME MIRA SUPLICANTE. Buena semana para todos.

Daniela Acher

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Julio Fernando Affif

A PARTIR DE UNA FRASE (3)

Hay momentos inestimables. Sensaciones oscuras que ante la brillantez adquieren coloraciones que se nos presentan como multifacéticos destellos de esperanza, de fervor, de ilusión o de fantasía que nos separan de la dolorosa realidad que la enfermedad, la muerte o el fracaso conllevan. Quizás haya otras cosas que también se separan en esos momentos. Apoyado en la baranda de la escalera sentía que la fiebre me producía un efecto similar al zumbido de cien mosquitos en mi oreja. Pero no era ya del todo desagradable. Frente a un dolor tan intenso no quedaba otra alternativa que viajar en la corriente luminosa y explosiva en que el desfallecimiento me colocaba. Con los ojos desorbitados por el esfuerzo y el miedo, la enfermera trataba de asirme de la ropa de internación. Miedo. Podía en mi delirio observar los efectos del miedo que la invadía arrolladoramente. La frente se llena de sudor; jadea y por un momento me mira suplicante. Ella, que estaba consciente y fuerte, en vez de forzarme, con la mirada me suplicaba que volviéramos a la habitación. Cinco veces por semana acudía a cuidarme en horario nocturno. Joven, lindo tipo de mujer, en mis momentos de lucidez me arrancaba una duda que se transformaba en una pregunta nunca formulada. ¿Qué hace esta mujer que no encuentra nada mejor en las noches que venir a atemperar mi delirio? En su mesa de luz se alineaban los hipnóticos capaces de tachar el océano de su insomnio, de empobrecer su fauna, de reducirla al tamaño de la noche.

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Sombras del pasado violento, de las noches en que el terror se apoderaba de su voluntad, le impedían encontrar la paz nocturna que necesitaba para descansar. Y un día fue la revelación enmarcada en un sollozo que me pareció eterno. Y su mensaje fuerte y doloroso me llevó a considerar que no es el nuestro el único sufrimiento, ni son las nuestras las únicas desventuras sobre el planeta. Milagrosamente, comencé a recuperar mi salud hasta llegar a la plenitud de su mano cálida y vigorosa, y al mismo tiempo, ella fue recobrando la seguridad que una noche nefasta, le había robado. El nuestro fue un amor distinto. Sabíamos −porque lo habíamos aprendido de nuestra propia experiencia− que podíamos afrontar solos los infortunios y las tristezas. Pero la decisión de permanecer juntos iba mucho más allá de las formalidades, de los compromisos o del temor a estar solos. Era esa maravillosa sensación de no tener que pedir nada porque, como un imán atrae al otro, la nuestra era una proximidad generada en los más profundos de los sentimientos: la libertad y la verdad.

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Claudia Castañeda

PORTAZO (2)

No se imaginaba una vida sin ella, pero la vida no es como él se la imagina. Tal vez, en el devenir ocurren cosas como el aburrimiento, la rutina, la falta de interés, el dejar de sorprenderse y de admirar. Tal vez, no se dio cuenta o ¿andá a saber? QUIZÁS HAYA OTRAS COSAS QUE TAMBIÉN SE SEPARAN EN ESOS MOMENTOS. La cosa es que Sergio no entendía qué hizo mal para que ella, de un día para el otro, dé un portazo que aún hace eco en sus tímpanos, desaparezca así como si nada. Mientras fuma en esa cama que muchas veces compartieron recuerda, mirando las telarañas que se acumulan en el techo: “la llamaba cada media hora”, “le elegía su ropa”, “le decía que estaba muy maquillada” o le decía “maquillate, no te ves bien con esas ojeras”, era sincero cuando le decía: “estúpida, manejá tus límites”. Sergio recuerda la última tarde. Carla lo está mirando, no es Carla la que lo mira. Al menos no es la Carla a la que él quería moldear a su antojo. “No es ese ser a quien quise manipular”, se dice frente a un espejo. Esa imagen en el espejo le devuelve una imagen patética de Carla. LA FRENTE SE LLENA DE SUDOR; JADEA POR UN MOMENTO ME MIRA SUPLICANTE Y RECUERDA: “No puedo con vos, no se puede con esta asfixia, no es posible cuando no se deja ser". Portazo.

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Jorge Pailhé

A PARTIR DE UNA FRASE (3)

Chuenga, la vieja perra casi ciega de Don Vílchez, vino como siempre a ladrar en cuanto me acerqué a la puerta de calle. Nunca supe cómo hacía ese noble animal para desplazarse por el ambiente, entre muebles, y en el jardín, bastante tupido de arbustos, sin rozar nada a su alrededor cuando, según decía su propio dueño, no veía casi nada. Aquella tarde Don Vílchez estaba especialmente taciturno, como con desgano. Le aclaré que si no tenía ganas de hablar lo dejábamos para otro día, porque no tenía sentido recoger testimonios suyos para un libro sobre su vida, si esos testimonios iban a estar retaceados por su estado de ánimo, pero me dijo que no, que en cuanto entrara a despuntar algún recuerdo de su prolongada carrera policial y detectivesca todo iba a estar mejor, y que lo que ocurría era que otra vez había dormido muy mal. Yo sospechaba que el viejo no estaba descansando bien por las noches, y aquella vez lo comprobé cuando me pidió que fuera a su cuarto a buscar los anteojos. EN SU MESA DE LUZ SE ALINEABAN LOS HIPNÓTICOS CAPACES DE TACHAR EL OCÉANO DE SU INSOMNIO, DE EMPOBRECER SU FAUNA, DE REDUCIRLA AL TAMAÑO DE LA NOCHE. Cuando volví con el encargo ya tenía preparado el mate, con la pava bien caliente (jamás usaba termo, así que en nuestras entrevistas los primeros mates me quemaban el paladar, y los últimos ya estaban tan fríos que me producían un revoltijo en el estómago). − ¿Le conté el episodio del policía que decía que había matado a un delincuente en defensa propia? − me preguntó con su típica manera de introducirme en el tema del día. Preparé mi libreta y mi lapicera como señal de que no, de que nunca me lo había contado. Era mi manera de revelarme a responderle diciendo no, porque de todos modos él iba a arrancar el relato sin importarle mi respuesta.

− Fue la primera vez, pero no la única, que tuve que acusar a un camarada − tituló, emocionado.

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− Fue una tarde así, como ésta, un poco ventosita, pero no fría. Estábamos en Homicidios y nos avisaron que un caco había caído mortalmente herido en un enfrentamiento con un policía joven, un cabo de no más de 25 años, mire… Primera pausa y primer mate. Lo tomé muy despacio, pero así y todo mi lengua pareció incendiarse. El agua había quemado la yerba, que ya presentaba un color verde oscuro con todos los palitos a flote. No hubo tiempo de hacer reclamo alguno porque Don Vílchez volvió a asomarse a sus recuerdos.

− El hecho había ocurrido en Pompeya, en una zona bastante marginal del barrio. Cuando llegamos el cabo estaba sentado en un patrullero, bastante tranquilo, y la víctima yacía sobre un charco de sangre, tapado por cartones y diarios que habían encontrado por ahí. Voy hasta el muerto, levanto los cartones y observo una gran mancha de sangre en su remera blanca a la altura del corazón. Cerca del cadáver había una pistola calibre 22. El recuerdo de la víctima pareció contradecir el ánimo de Don Vílchez, renovado un poco por la narración, así que el Viejo aprovechó para tomar un mate −lo miré bien a ver si su cara manifestaba dolor, y nada…− y cebarme otro a mí.

− ¿Cuándo se enteró usted que el muerto era un maleante? − pregunté como para reencausar la conversación. − A eso iba. Después de ver al muertito me voy donde estaba el cabo, que me dice que se trataba de un vendedor de drogas baratas que él había descubierto infraganti y le había dado la voz de alto, a lo cual el delincuente había respondido intentando dispararle. “La verdad, comisario, me salvé porque disparé primero”, me dice el muchacho en ese momento. Don Vílchez se detuvo brevemente como para hacer una nueva pausa matera, pero evidentemente el relato debía continuar en seguida porque así como tomó la pava, la depositó sobre la mesa de inmediato.

− Le hago un par de preguntas ordinarias, de dónde estaba él, dónde el delincuente, que esto, que aquello, y la verdad que no me convenció demasiado con sus respuestas. Parecía que iba diciendo lo que se le ocurría, etc. Yo sabía que si mandaba el cadáver a analizar habría huellas dactilares del occiso en el revólver, algo muy fácil de producir… En eso llegaron los muchachos de Científica junto con la morguera. Hicieron todas las pericias que hacen ellos, que nunca entendí, y cuando se iban a llevar el cuerpo pedí hacer una última prueba.

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Don Vílchez se acercaba a ese momento que yo tan bien conocía: cuando creaba el suspenso a partir del silencio, cuando los dedos apresaban el mango de la pava y cebaban un mate intomable, y su mirada me escrutaba a hurtadillas.

− Le levanto la remera y veo que el orificio de bala no coincidía con el de la prenda. El agujero de la remera estaba un par de centímetros por debajo, como si se hubiera corrido porque el que la llevaba hubiera levantado los brazos ante una orden. Una orden policial, por ejemplo. Era un fusilamiento. Me acerco al cabo. El había visto todo lo que yo había hecho. LA FRENTE SE LLENA DE SUDOR, JADEA Y POR UN MOMENTO ME MIRA SUPLICANTE. “−No, pibe −le digo− no me pidas clemencia. Dejame adivinar: seguro que este pobre Cristo vendía para tu comisario ¿no? Y seguro que se quiso quedar con una ganancia mayor ¿me equivoco? Vení, dejá de jadear, entregame el arma y date vuelta que te pongo las esposas”.

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Antonio Lendínez Milla

A PARTIR DE UNA FRASE (3)

− Recuerdo aquella última noche que hicimos el amor, eufemismo por llamarlo así a tener sexo. Siempre costaba arrancar aquel deseo. Las escusas fueron siempre infinitas. Era una noche especial. Una noche que no olvidaré. Estaba desconocida, hacía tiempo que no tenía de ella una respuesta igual. Estábamos fuera de casa, nos alojábamos en un hotel singular: un antiguo convento, en el casco histórico de la ciudad, que había sido de monjas Clarisas, la habitación, todo un lujo. Fue una noche de desenfreno. Con el paso del tiempo me he dado cuenta de su significado. Recuerdo que era consciente de lo que aquello estaba significando en nuestra relación. Lo sentía como final. Tenía la sensación de que algo se estuviera acabando. Algo que no volvería a ser ya más. Miro su cara postrada en la cama, y veo como LA FRENTE SE LLENA DE SUDOR, JADEA Y POR UN MOMENTO ME MIRA SUPLICANTE, como diciendo déjame, ya no quiero más. Siguió hablándole. No habría más noches como aquélla. Tampoco hubiera soportado más aquel modo. Todo se fue agudizando. Vendría la indiferencia. La insistencia que había agotado ya la fuente. No había amor. Se preguntaba, sin darse cuenta de cuál era su situación: ¿qué había hecho mal?, le preguntaba a su psicoterapeuta. Tres largos años, tras noches y noches sin dormir, queriendo intentar encontrar explicación a lo que no veía; a su empeño por seguir haciéndose culpable, EN SU MESA DE LUZ SE ALINEABAN LOS HIPNÓTICOS CAPACES DE TACHAR EL OCÉANO DE SU INSOMNIO, DE EMPOBRECER SU FAUNA, DE REDUCIRLA AL TAMAÑO DE LA NOCHE. Miedos y temores, angustias a quedarse solo, no soportaba la soledad. Pasó mucho tiempo hasta hacerse cargo de su vida. Ser autónomo emocionalmente, a dejar de depender de nadie. Todo hasta llegar a la conclusión de que no es sólo la separación, sino que, en ese proceso, QUIZAS HAYA OTRAS COSAS QUE TAMBIÉN SE SEPARAN EN ESOS MOMENTOS, pasan desapercibidas, pero tienen un peso muy importante. Todo lo que les unía en un principio, lo que era para siempre tuvo que separarse, para poder seguir adelante. No había ya más dos. Le costó darse cuenta que mintió y se mentía a sí mismo; que se traicionaba y desperdiciaba su vida, queriéndose quedar unido y amando, a quien no

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tenía ya amor que darle, ni sentía por él el más mínimo cariño. Ella quería ser libre y no soportaba aquella prisión por más tiempo. Él se empeñaba, y se mentía disfrazando aquella vida de bondad y del amor que no sentía dentro de sí mismo. Se engañaba a sí mismo. Salir de aquella situación y responsabilizarse también del fracaso de aquella relación, después de la separación, le llevaría años. Darse cuenta de que ya no había amor, que estaba ciego, y que su adicción a amar, sin saber la causa, tan sólo engañándose por mantener un modelo en el que no había más amor. Era un modelo falso de lo que sentir y vivir es la vida. Comenzaba para él una nueva vida de amor, en dónde la verdad y la libertad iban a ser su consigna.

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Daniel Goldenberg

A PARTIR DE UNA FRASE (2)

LA FRENTE SE LLENA DE SUDOR; JADEA Y POR UN MOMENTO ME MIRA SUPLICANTE. Sus pupilas reflejan el miedo de todas las miradas aún por venir. Separo de su flanco primigenio una costilla que se vuelve Ella. QUIZÁS HAYA OTRAS COSAS QUE TAMBIÉN SE SEPARAN EN ESOS MOMENTOS. Pero Él todavía no lo sabe. Y entonces sonríe.

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Horacio Petre

MIL PRIMAVERAS (3) CITA A CIEGAS

− Ahora vos fijate cómo es todo... ¿no? Porque todo se termina conectando con todo, de una u otra forma.... Los antiguos chinos ya lo decían... Nico, aburrido por la escasez de clientes en el salón miraba los goles del Barça en su tablet, cerca de la bacha, mientras de reojo atendía al centro del local por si lo llamaban de alguna mesa. También observaba a la parejita de la mesa doce, el tipo un poco más grande pisando los cincuenta con una chica de veintipico que lo miraba embelesada.

− Fijate hasta donde estará conectado, que a mí me fascina el teatro... No es casualidad que nos encontremos acá. ¿Te conté que estoy haciendo una obra de Lorca, no? Estamos en los ensayos ahora... Desde la única otra mesa que estaba ocupada, le hacen señas a Nico. El mozo deja su tablet, toma su bandeja y se dirige a cobrar y levantar el servicio. Al avanzar mirando al piso y distraído, no vio que el tipo de la doce estaba parado en el pasillo entre las mesas y sin querer lo golpeó... Pidió disculpas y siguió su camino hacia la otra mesa para atender a los clientes que se iban, al tiempo que siente una potente voz a sus espaldas:

− “EN SU MESA DE LUZ SE ALINEBAN LOS HIPNÓTICOS CAPACES DE TACHAR EL OCÉANO DE SU INSOMNIO, DE EMPOBRECER SU FAUNA, DE REDUCIRLA AL TAMAÑO DE LA NOCHE.” El hombre terminó de recitar llevando histriónicamente una mano a su frente y cerrando los ojos. Luego volvió a abrirlos, dedicó una mirada cómplice a su compañera de mesa que no daba crédito a sus ojos, salió de su pose y volviendo a la mesa mientras se recomponía le espetó:

− Federico García Lorca, el inmenso poeta español desde su obra “Final de juego”. Es la parte en que Mauricio, el protagonista entra en el cuarto de su amada, que yacía consumida por un delirio místico. Esta obra la escribió un poco después de finalizada la Segunda Guerra Mundial... Nico volvió a la barra con el servicio de la mesa que se acababa de retirar y no podía dejar de ver la fascinación de la chica que estaba con

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el tipo. Al mismo tiempo se preguntaba si tendrían para rato, eran la última mesa, pasadas las dos de la madrugada... había que esperar a que pidieran la cuenta y se fueran para poder irse y cerrar el bar. En eso vio como el tipo de la mesa doce se subía a una de las sillas y gesticulaba mientras se golpeaba su pecho con sus propios puños:

− “QUIZÁS HAYA OTRAS COSAS QUE TAMBIÉN SE SEPARAN EN ESOS MOMENTOS.” El repentino actor frunce el ceño, ladea la cabeza hacia el cristalero de la barra y observa como si hubiera una muchedumbre de gente. Vuelve a salir del trance, le guiña un ojo a Nico que no puede creer lo que ve, y se sienta frente a la muchacha. Muy serio y con un aire de suficiencia le dice:

− “Madre coraje” de Samuel Beckett... Es la parte en que el protagonista toma conciencia de la soledad absoluta del ser, del sentido vacuo y absurdo de la vida. Esa obra la hicimos hace dos años, estuvimos en el circuito under unos seis meses... ¿La viste? La chica menea la cabeza negando con la boca abierta y los ojos desorbitados. Nico piensa que ya la tiene a punto de caramelo, decide darle una ayuda al hombre y a su vez acelerar el fin de su jornada laboral. Planea el recurso típico de dejar caer la bandeja sobre el piso embaldosado... ese eco en el salón vacío suele generar una depresión y unas ganas de abandonar el local entre los clientes que nunca falla. Sin embargo cuando se dispone a ejecutar su plan observa atónito al tipo de la doce...

− “LA FRENTE SE LLENA DE SUDOR; JADEA Y POR UN MOMENTO ME MIRA SUPLICANTE.” Termina su frase parado encima de la mesa lindante a la suya, con los brazos abiertos como aspas. Tiene los ojos cerrados y repentinamente los abre de una manera desorbitada, la mira a ella, y luego al chileno que estupefacto observa la acción desde la barra con un trapo rejilla entre las manos.

− Shakespeare... William Shakespeare, el bardo inglés desde su “Napoleón en Santa Elena”, cuando describe hacia proscenio el sufrimiento de Bucéfalo su caballo... Nico, superado por las circunstancias se encuentra parado a mitad de camino entre la mesa doce y la barra, el hombre y la muchacha lo miran curiosos, entonces el tipo accede, baja de su estado de trance y le dice al mozo:

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− La cuenta por favor... Ya nos vamos. El mozo se acerca con la adición y tiene que ver cómo el hombre aduce haber olvidado su billetera en otro saco, por lo que es la muchacha quien paga la cuenta. Nico tiene ganas de pegarle un golpe al individuo, pero contiene sus ansias. Los clientes saludan y se van. Nico cierra los accesos al bar y se dispone a levantar las sillas y barrer el salón. Mientras tanto, no deja de silbar su tango favorito, “Garufa”.

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Javier Russo

EL IMPENSADO BARRADO DEL PENSAMIENTO POR LA CONCIENCIA (1)

EN SU MESA DE LUZ SE ALINEABAN LOS HIPNÓTICOS CAPACES DE TACHAR EL OCÉANO DE SU INSOMNIO, DE EMPOBRECER SU FAUNA, DE REDUCIRLA AL TAMAÑO DE LA NOCHE. Los miró con desprecio, el mismo desprecio que se autoinflingía por necesitarlos. Hoy no iba a tomar ninguno. Necesitaba recobrar algo de dignidad pero como tampoco iba a soportar otra noche en vela girando en la cama sin lograr conciliar el sueño se vistió y se aprestó a salir. Sin darse cuenta emitió un leve gruñido cuando echó llave en la puerta de su casa. Se apresuró para alejarse lo más posible de lo que él denominaba “la pútrida colmena humana”. A medida que se alejaba de su vivienda sentía una calma animal colándose en su ser. Caminó un largo rato; la noche parecía extenderse al compás de su andar. Experimentó cierta inexplicable alegría cuando no pisó más baldosas y la oscuridad lo envolvió. Estaba lejos, no había ya veredas ni alumbrado público. Levantó la mirada y las estrellas le hablaron de tiempos pasados. Resopló satisfecho. Saboreó el cariño de la noche y siguió su marcha, pero ya sin prisa. Su andar se hizo armonioso, distendido, pero era claro que nada lo demoraría. Cada paso que daba lo alejaba de la civilización y lo que creía conocer, pero ese mismo paso lo acercaba a lo que realmente conocía.

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En un momento dudó de ser el mismo que había salido a caminar en esa noche estrellada, y en ese mismo momento se dio cuenta que era parte de algo mucho más grande que lo recibía con los brazos abiertos. Entonces los pensamientos dejaron de engañarlo y su ego derrotado se retiró temeroso ante la grandeza del espíritu. “No voy a volver”, fueron las últimas palabras que pudo articular su mente antes de que todo en él fuera sentir. Fue un momento de quiebre, fue un antes y un después. El que había salido a caminar ya no existía. La noche se extendió hasta confines inimaginables y el paisaje fue más y más salvaje. No era un explorador, era parte del lugar y de la noche. Las reverberaciones de un poderoso trueno hicieron vibrar su cuerpo y una explosión de alegría lo invadió. Corrió por los pastizales hacia la tormenta, hacia los truenos y los rayos. Era relámpago y oscuridad, era lluvia y viento, era estruendo y silencio, era todo y nada Era consciente.

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Mirta Linda Saiegh

A PARTIR DE UNA FRASE (3)

Por la madrugada la siente moverse, inquieta. A Ella los calores la asaltaban por la noche. Intuye que se siente mal, le nota que LA FRENTE SE LLENA DE SUDOR, JADEA Y POR UN MOMENTO LO MIRA SUPLICANTE. Se sienta en la cama, la observa. Su mujer hace tiempo no lo llamaba al deseo. No responde, la deja, envuelta en su cuerpo femenino, el mismo que le niega a acariciar, el que lo rechaza despierta, Cuerpos que ambos portan, en la vejez, gastados como su historia. Sus cuerpos se fueron separando. Sus vidas se fueron separando. QUIZAS HAYA OTRAS COSAS QUE TAMBIEN SE SEPARAN EN ESOS MOMENTOS, intuye. Un cansancio amasado y acumulado por años lo invade, un sentimiento de vacío incurable. En todo caso, hace rato que los inviernos le parecen inútilmente largos, y verse en el espejo de ella, con el paso del tiempo, le empezaba a doler. Volvió a mirarla. Algún rastro de ternura le quedaba. Retrocedió cuando vio cómo EN SU MESA DE LUZ SE ALINEABAN LOS HIPNOTICOS CAPACES DE TACHAR EL OCEANO DE SU INSOMNIO, DE EMPOBRECER SU FAUNA, DE REDUCIRLA AL TAMAÑO DE LA NOCHE. No soportó más, el agua lo venía tapando. Para salvarse tenía que saltar. Saltó de la cama, necesitaba huir, evadirse, alejarse, bruscamente con la vida vulgar. Respirar. Salir a flote. Sintió pánico. No sabía si se salvaba o naufragaría.

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Federico Cahn Costa

A PARTIR DE UNA FRASE (3)

LA FRENTE SE LLENA DE SUDOR; JADEA Y POR UN MOMENTO ME MIRA SUPLICANTE. QUIZÁS HAYA OTRAS COSAS QUE TAMBIÉN SE SEPARAN EN ESOS MOMENTOS. EN SU MESA DE LUZ SE ALINEABAN LOS HIPNÓTICOS CAPACES DE TACHAR EL OCÉANO DE SU INSOMNIO, DE EMPOBRECER SU FAUNA, DE REDUCIRLA AL TAMAÑO DE LA NOCHE. Sus celos me tienen harto. Me voy.

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Gloria Torres

A PARTIR DE UNA FRASE (3)

QUIZÁS HAYA OTRAS COSAS QUE TAMBIÉN SE SEPARAN EN ESTOS MOMENTOS, pero ahora, en la sala de espera del dentista, lo único que me preocupa es cómo la muela se va a separar de su encía. La televisión con las noticias no logra captar mi atención, miro el reloj. Llaman al primer paciente, LA FRENTE SE LLENA DE SUDOR, JADEA Y POR UN MOMENTO ME MIRA SUPLICANTE, no puedo articular palabra, estoy igual o más asustada que él. Mi turno, entro en la consulta, se me nubla la vista. Me da la mano, el sillón me espera, abro la boca y me anestesia. Intento pensar en otra cosa… EN LA MESA DE LUZ SE ALINEABAN LOS HIPNÓTICOS CAPACES DE TACHAR EL OCÉANO DE SU INSOMNIO, DE EMPOBRECER SU FAUNA, DE REDUCIRLA AL TAMAÑO DE LA NOCHE.

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Carmen Navajas Rodriguez de Mondelo

A PARTIR DE UNA FRASE (1)

EN SU MESA DE LUZ SE ALINEABAN LOS HIPNÓTICOS CAPACES DE TACHAR EL OCÉANO DE SU INSOMNIO, DE EMPOBRECER SU FAUNA, DE REDUCIRLA AL TAMAÑO DE LA NOCHE. Quizás los causantes de este insomnio patológico fueran sus creaciones. No eran horas de poner el secador de pelo, le decía su marido cuando ella secaba las capas de pigmentos de sus esculturas acuáticas. No entendía por qué le molestaba tanto a él que ella usara el secador de pelo por la noche. El sabía que sus grandes obras se habían gestado en la noche cuando todo estaba en silencio y todo el mundo dormía. A ella no le molestaba el ruido de los vecinos en la noche. En sus largas horas de insomnio su alma se sentía acompañada cuando oía a otro ser nocturno. Pero a su pareja le fastidiaba, “¡sí, me fastidia mucho!”, eso le solía decir cuando alguna noche los vecinos del primero hacían fiestas hasta muy tarde. A ella le gustaban las reuniones del primer piso. Se emocionaba al ver como quedaba gente que conservaba los amigos y podían presumir de fiestas hogareñas, le encantaba oír sus vozarrones en el silencio de la noche, sus risas desmedidas sin miedo a ser callados le trasladaba a las reuniones familiares en su juventud. Se sentía como una más en la fiesta. Seguía avanzando la noche, su mente empezaba a bloquearse, demasiados pensamientos, y eso la ponía muy nerviosa. Volvió a mirar las cajas de fármacos, no estaba dispuesta a que le volviera a suceder, se sentía triunfadora; ya nada ni nadie la engancharía a su consumo. Cogió la hilera de barbitúricos que tenía sobre la mesa de noche y se levantó de la cama. Se dispuso a trabajar; sobre un estante de su estudio estaba colocada su fauna del océano; seres acuáticos que ella había creado tres noches sí y una no. Los hacía con plásticos reciclados, les daba unos pigmentos resistentes al agua marina y los moldeaba con el calor del secador del pelo.

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Se puso manos a la obra. Recortó las bolsas de plástico en formas de bellas medusas. Preparó la mezcla de látex y pigmentos, cubrió la superficie transparente del plástico con pinceladas coloridas, como si se tratara del plumaje de un pavo real. Cogió el secador; pensó: “me voy al cuarto de baño, seguro que allí no molesto a nadie”. Llenó la bañera de agua para ver cómo quedaban sus medusas en su hábitat. Aplicó el secador. Un ruido espantoso despertó a su pareja que rápidamente se levantó y vio que la luz se había ido. Levantó el interruptor de la luz. La encontró en la bañera envuelta por su fauna marina. Al día siguiente certificaron su muerte por intoxicación de barbitúricos.

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M Pilar López O

A PARTIR DE UNA FRASE (1)

Ella mira el mar. No piensa en nada, respira despacio, balancea los pies sin advertirlo. Sus labios saben a sal levemente. Sonríe con los ojos, con la calma de un cuerpo feliz, las manos afirmadas en el banco cálido, el pelo levemente movido por el viento. Una barca corta el azul, tijeras de rojo que van dejando girones blanquecinos, deshilachados. QUIZÁ HAYA OTRAS COSAS QUE TAMBIÉN SE SEPARAN EN ESOS MOMENTOS. El aire repentinamente es frío, nubes oscuras aplanan el resplandor azul. Ella se levanta, cierra la chaqueta, empieza a pensar en el trabajo, en la casa, en él; se pone en marcha tras mirar el reloj. Tijeras rojas cortan de vuelta la bahía.

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Luis Alfonso Martín Delgado

A PARTIR DE UNA FRASE (3)

Una noche y otra noche, todas las noches. Siempre de noche. Inacabables noches. Siempre a la búsqueda de la frase perfecta, oyendo en su cabeza frases de otros y tratando de romper con ellas, intentando construir la suya propia y encontrar ese sonido que nace desde muy dentro y sale al aire a través de su saxo, junto a su aire cargado con toda la cantidad de narcóticos y alcohol que su cuerpo admite. A veces más. La frente se llena de sudor; jadea y por un momento me mira suplicante. Esta noche no está a tono. No ha podido encontrar material. Pero la sala está llena y todo el mundo la espera. Mira al saxofonista, que niega con un leve movimiento de cabeza. Hoy tendrán que sacar fuerzas de donde puedan. Se apoyan el uno en el otro. Se entienden como si fueran amantes, pero no lo son. Son mucho más. Se necesitan para poder expresar el dolor ancestral que llevan dentro. El dolor de su color. También el color de su dolor es negro. Como su propia vida. Negros en un mundo de blancos, por eso se refugian en la negrura de la noche y se ocultan en la ceguera de la pérdida de la consciencia. Así se es menos consciente del dolor, ese dolor que transmiten en cada frase, en cada nota. Ese dolor que les han transmitido desde generaciones y que ellos ahora transmiten a los demás a través de su música. Y cada noche igual. En su mesa de luz se alineaban los hipnóticos capaces de tachar el océano de su insomnio, de empobrecer su fauna, de reducirla al tamaño de la noche. Esa noche que para ellos comenzaba al iniciarse el día, cuando ya no estaban subidos al escenario y a la luz no eran más que dos negros, no importaba quiénes. A la policía no le importaba nada que él fuera el presidente ni ella una señora. No eran más que dos negros adictos a las drogas capaces de cualquier cosa por conseguir un bote de anfetaminas o unos cigarros de marihuana. Por eso no tenían ningún respeto por ellos, no importaba que fueran los más grandes, al fin y al cabo, de día no eran más que unos negros. Pero el dolor no sólo viene de fuera, de los otros. También está dentro, en ellos mismos. Todo el dolor que son capaces de expulsar es inmediatamente reemplazado por otro. La vida así se hace invivible, nada puede durar. El amor es imposible, todo se rompe, todo es separación. Quizás haya otras cosas que también se separan en esos

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momentos. Pero no ellos. A pesar de no estar juntos, nunca están separados y siempre vuelven a tocar juntos. A decir el blues como nadie antes, con un dolor tranquilo, sin estridencias, consentido pero no asumido, como ese amor que te hace hacer cosas que sabes que están mal. 1

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Inspirado en la relación entre Billie Holiday (Lady Day) y Lester Young (The Pres). La última frase es de la letra de la canción Fine and Mellow: “Love will make you do things That you know is wrong”.

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https://www.youtube.com/watch?v=hhdYoWhBKhM

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María Gabriela Failletaz

A PARTIR DE UNA FRASE (3)

EN SU MESA DE LUZ SE ALINEABAN LOS HIPNÓTICOS CAPACES DE TACHAR EL OCÉANO DE SU INSOMNIO, DE EMPOBRECER SU FAUNA, DE REDUCIRLA AL TAMAÑO DE LA NOCHE y de darle un dulce alivio al calvario de sus dolores. Junto a ellos, todo el resto de los medicamentos también se erguían como silenciosas y expectantes piezas de ajedrez. Lo recuerdo vivamente. Ella lograba alcanzar cada frasco aún con la fragilidad de su musculatura y el temblor constante de sus brazos débiles. Lo hacía sola mientras podía, pero la medicación ahora está en esas cajas herméticas de plástico compacto, clasificados por color en sus correspondientes compartimentos tabicados como laberintos, en esos diminutos e inaccesibles receptáculos como para no confundir las dosis. ¡No lo sé con exactitud! Algunos, creo, cortados a la mitad o por cuartos, que las enfermeras fraccionan meticulosamente como parte de la rutina y así como las pastillas, QUIZÁS HAYA OTRAS COSAS QUE TAMBIÉN SE SEPARAN EN ESOS MOMENTOS, en horas de la mañana supongo, las sábanas para cambiar las camas de las habitaciones, vasos, bandejas para los desayunos, toallas, jabones. ¿Cómo puedo saber a qué hora dejan de hacer el reparto? ¡Por favor! ¡No me preguntes cosas que no puedo contestar! Sólo sé que la próxima visita no quiero acercarme tanto, ni enfrentarme a sus ojos de vidrio. LA FRENTE SE LLENA DE SUDOR; JADEA Y POR UN MOMENTO ME MIRA SUPLICANTE. Lo hace todo el tiempo, en realidad. Si lo decidimos, entendeme que no voy a hacerlo sola.

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EDICIONES LIPE DOMINGO 24 DE MAYO DE 2015


LIPE


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