GENERACIONES

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GENERACIONES


Portada Luis Alfonso MartĂ­n


GEN ERA CION ES


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CONSIGNA DEL DOMINGO 12 DE ABRIL DE 2015 Tema

GENERACIONES

Ponente

MARIANO DURLACH

Tradicionalistas, Baby Boomers, Generación X, Millennials, o como sea que las quieran llamar en nuestro país, lo que podemos observar hoy en día, y que no se daba en otras épocas, es la coexistencia de varias generaciones dentro de los ámbitos laborales y familiares, en los cuales están haciendo su aparición niños cohabitando con sus bisabuelos en algunos casos hasta tatarabuelos. Coexisten a veces cinco generaciones familiares, cada una con sus historias, vivencias, creencias, modelos mentales y formas de entender como es y/o como debe ser la vida. Proponemos historias reales, ficciones, anécdotas, vivencias, estudios científicos, poemas, haykus, payadas o lo que la ilimitada LIPE-creatividad pueda generar a partir de la coexistencia de las diferentes generaciones en los ámbitos que se les ocurran. Al solo efecto de que tengan una idea a que generaciones nos referimos, no sin cierto pudor y a pedido de la administración, adjunto algo que escribí hace un tiempo. https://semanaraf.wordpress.com/2013/…/14/semanaraf-42-2013/ Si hay entre los lipeños algún fan del tema, hay también un video interesante en youtube. https://www.youtube.com/watch?v=faYL6b4-vqQ Saludos y buena semana para todos.

Horacio Tort

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David Haskel

GENERACIONES

¡Qué cosa! ¡Ahora las generaciones vienen por orden alfabético! Yo registro desde la - GENERACIÓN W: Work, work, work… Le siguió la - GENERACIÓN X: tachando todo lo que vino antes de ella con una gran X. Después la - GENERACIÓN Y: ¿Y? ¿Cuándo me van a dar todo lo que me toca que me dean? (dicen ‘dean’). Obviamente le seguirá la - GENERACIÓN Z: ¡A tirarse todos a dormir panza arriba y que sea lo que Samputa quiera! Y ahí la ronda vuelve a empezar: ¿Cómo será la GENERACIÓN A? ¿Ah?

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Julio Fernando Affif

LA CONVIVENCIA DE DISTINTAS GENERACIONES LAS COLECTIVIDADES

Y sí, es una cuestión cultural. Cuanto más arraigada la convivencia de las distintas generaciones, más dependencia con las raíces que los unen. Y siempre se trata de la transmisión de valores genuinos que caracterizan una raza, una confesión religiosa, una historia común, la música, la danza o la gastronomía. Sobre todo ésta última, que transmite sabores, perfumes, ritos alrededor de la mesa (o del piso), ritos en la cocción de los alimentos o en el sacrificio de los animales, tiempos de confraternización alrededor de un fogón, parrilla o mesa de amase… tiempo… tiempo de fermentación… Pero tiempo de fermentación en el alma, en el recuerdo de los que nos dejaron alguna enseñanza culinaria, un consejo de esos que encarnan un secreto valiosísimo y que hace de ese sabor algo único, indescifrable para el neófito y que nos acompaña en nuestro efímero peregrinaje, que se hace eterno y valioso a los ojos de nuestro espíritu, cuando le dejamos a nuestra descendencia la responsabilidad de su continuidad. Y no importa en qué lugar del planeta nos encontremos, ni la edad que tengamos o el idioma en que nos comunicamos, la identificación es instantánea. Y un gesto de admiración, una sonrisa o un comentario nos traslada eléctricamente a través de siglos, hacia las profundidades de nuestros ancestros en un déjà-vu incomprensible desde el razonamiento, con la magia y el encantamiento con el que nos atraen las sensaciones, sumergidas en el subconsciente, de las generaciones anteriores.

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Daniel Goldenberg

I

TRES GENERACIONES Y UN PERRO SALCHICHA

− ¿Qué es lo más importante en la vida para vos, abuelo? − Ustedes. − ¿Y para vos, pá? − Vos, por supuesto. El pibe se quedó en silencio y pensativo, sin dejar de acariciar la cabeza de su perro salchicha, que no paraba de mover la cola ni por un solo momento.

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GENERACIÓN AUSENTE

Planchando atardeceres frente a la ventana de la cocina, una abuela contemplaba a su pequeña nieta jugar con los contornos de un retrato de mujer; a la que, todavía, no había aprendido a nombrar.

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Horacio Petre

MIL PRIMAVERAS PUCHEREAR

− ¿Y... entonces? ¿Qué llevó el pibe? − Se llevó el encordado que le recomendé yo... Aparte le mostré en la Ibanez que tienen en vidriera un par de variantes para la Gymnopedie de Satie, el flaco estaba recontento. Aproveché y lo invité al concierto del viernes en la facultad de Agronomía.

− ¡Ah cierto! ¿Y cómo vienen con eso? − Bien... dando batalla. ¿Viste que agregamos un chelista y una flautista, no? Tuve que volver a escribir todos los arreglos... Igual lo más complicado es combinar los horarios... La mayoría tiene mil cosas distintas superpuestas... A mí se me hace todo más simple: de lunes a viernes después de las siete de la tarde puedo siempre, menos los martes que tomo clases. Soy un bicho raro... Del resto de los chicos, ninguno trabaja en relación de dependencia ni tiene horarios fijos. A mí me agobia un poco a veces, pero el local de música me encanta, la paso muy bien ahí, y en un sólo lugar tengo todo resuelto, el resto del tiempo puedo estudiar, ensayar...

− Pero estás en negro... − Para nada Nico... ¡Todo en regla...! Con todos los aportes y beneficios... Hay que estar, pero el tema dinero y manutención lo tengo totalmente cerrado. Mi papá, me dice que lo mío es una rareza para mi generación, que a mi edad, en los noventas, ya era casi imposible conseguir trabajo fijo y en blanco... Edi retiró los pocillos de café vacíos de la mesa de los chicos, mientras pensaba en su propio trabajo. Hasta hacía cinco años se las había venido arreglando con distintas changas por su cuenta. El carrito a la salida de la cancha, los ositos de peluche que vendían a locales del Once, el kiosko sobre Avenida Sáenz en Pompeya, el Parripollo con su cuñado, después el remís. Hasta que no pudo cambiar el auto. Y ahí estaba, por primera vez en su vida laburando para un jefe, con horarios a cumplir. Extrañaba las siestas o las horas de jueguitos electrónicos cuando en pleno día no había ningún cliente. Ahora dentro de su

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horario aunque estuviera él solo con el resto de sus compañeros de trabajo en el salón, había que estar firme y siempre listo, como en la colimba... Era muy raro, no sabía bien con qué quedarse. Pensaba en sus dos hijos en el secundario y se preguntaba qué sería de ellos...

− ¿Y Totó? ¿En qué anda el viejo, ya se jubiló? − El viejo... ¿Jubilarse? Te das vuelta y se cogió un ñandú a la carrera... ¡Qué se va a jubilar! ¿Te conté que se puso de novio, no?

− ¿Totó? ¡Dejame de joder! Guille interrumpió la conversación para destapar la cerveza, servir los dos chops y dejar el maní. Envidiaba la posibilidad de la gente en las mesas de poder estar a esa hora charlando de cualquier cosa, tomando algo fresco, dejándose mecer por la caída de la tarde.

− Sí, sí... miralo al vejete. Con esto de las tecnologías nuevas está como loco... se las sabe todas con el guasáp, el féisbuc y toda la movida de interné. Conoció una mina bastante menor que él, una onda... Madonna hoy, en el 2015, tipo veterana pulenta, viste. Y te digo una cosa... la conocí la otra vuelta... a la novia de Totó... y por más que tenga la edad de mi tía... perdoname Totó, pero yo... ¡Yo le doy!

− ¡Qué groso el viejo!!! Para él es como voltearse una pendeja... ¿Y cómo que se puso de novio? Si Totó es más putañero... − Y... pero viste como es, se enamoró. Además está recontraenganchado con el local virtual de comidas rápidas que se armó, no tiene tiempo para ir y venir a los piringudines, otra vida y entonces con una novia, agarra resuelve todo junto en un sólo güin, viste... ¿Estabas al tanto, de lo del local?

− ¿Una especie de delivery, no? ¿Y dónde puso su local? − Armó unos grupos en interné, se consiguió gente que cocine, y por otro lado oficinas y lugares con personal que piden comidas. Él craneó todo mandando mails, contactándose por interné, sin poner nada... toma pedidos de comida, y por otro lado les pide platos a la gente ésta que cocina... Contrata a unos motoqueros de una remisería y les garpa por viaje. Y claro, zafa de garpar sueldos, de quilombos con la mercadería, de controles de bromatología y todo ese pelotudeo...

− Los que cocinan, chochos, supongo...

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− Ni idea... deben ser unas cuevas con laburantes ilegales, sino no me explico cómo le venden a Totó empanadas a dos mangos... Él después las revende a diez cada una, la está agarrando con pala Totó... − ¡Ah bueno! Ahora entiendo a la minita, por donde viene la mano... − ¡Para nada! Está reenamorada del viejo... Es más, vive de rentas desde hace quince años que enviudó. El finado le dejó varios campos, una miniflota de taxis y dos locales en un shopping. Tiene una amiga que le administra todo, y ella se dedica a cualquier cosa menos a pensar en la guita. Y ahí va, che... hasta las pelotas con Totó... ¡Viejo y peludo nomás! La noche incipiente coloreaba de neón las veredas de Mil Primaveras, el otoño iba atisbándose de a poco, cuando un nene de unos siete años de edad entró al local a vender flores. El dueño, que estaba en la otra punta tomando un café, vio la situación y le clavó automáticamente una mirada de hielo a Guille. El mozo, entendió inmediatamente el mensaje. Muy a su pesar enfiló a una de las mesas para sacar a la vereda al pibe y simular un reto delante de su empleador. Como quien corre una cortina de una ventana, como para que parezca que no iba a volver nunca más con sus flores, ni sus papeles garabateados... contando la historia de sus hermanitos.

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Paula Ancery

GENERACIÓN X

Tengo 20 años en un año calendario que para mí transcurrirá en su casi totalidad buscando trabajo de secretaria. Una agencia de empleo a la que le escribí (por carta en papel) contestando a un aviso clasificado me citó para el lunes. Como el aviso decía que uno de los requisitos para el puesto en cuestión es manejar planillas de cálculo, me paso todo el fin de semana previo en la casa de mi novio. Él tiene su propia computadora, una IBM auténtica, no una compatible; y aprendió a manejar el Q-Pro para la ocasión, cosa que hizo a la velocidad del rayo, porque él trabaja de programador. En un fin de semana me hace aprender y practicar para la prueba que me van a tomar el lunes. Voy a la agencia. El tipo que me entrevista tiene cara de muy pocos amigos. Tengo 20 años, pero me trata de “usted”. Me hace sentarme frente a una PC y me dice: “cargue el Q-Pro”. Más que la asignación de una tarea parece una orden policial, porque el Windows no existe y no en todas las computadoras los programas se cargan igual, aunque sean el mismo programa. Sin embargo, lo hago tal como se hace en la computadora de mi novio y, por suerte, funciona. Esto no parece gustarle mucho a mi entrevistador. Ante la planilla que se abre en blanco, me dice que complete las celdas horizontales y verticales con ítems cualesquiera, para que al final arrojen un resultado. Yo pongo los meses del año en las horizontales y completo las verticales con A, B, C, D, hasta la F, pongamos. En el cuadro así delimitado meto números a la marchanta, hasta antes de la columna que dice “total”. De esa columna salen los totales como si fuera cosa ‘e Mandinga, vean. Después de todo, estamos en 1990 y, en los trabajos de secretaria que he tenido hasta esa fecha, esos cálculos se hacían con calculadora y luego se presentaban tipiados a máquina de escribir eléctrica, a lo sumo. Mi entrevistador no me dice “muy bien”, no crean. Parece contrariado. Me indica que con los resultados que obtuve haga un gráfico de barras y otro de torta. Mi novio me había enseñado eso y también otras utilidades del Q-Pro. Pero cuando el tipo ve que los gráficos que me pidió salen de lo más bien, parece estar más disgustado que nunca. Me despide sin decirme nada acerca de eventuales entrevistas o contactos futuros.

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Es otra postulación mía más de la que no tendré ni noticias, pero ya otros entrevistadores en otras agencias me lo han dicho: soy demasiado joven para ser secretaria (entonces, ¿por qué me entrevistan?) Una secretaria con una experiencia confiable tiene que tener, como mínimo, 25 años de edad. No entiendo de qué pretenden que viva los cinco años que me faltan, pero sí entiendo que no es problema de ellos. A los 25 años, ya hace tres que estoy trabajando de periodista, así que ahora tengo computadora en el trabajo, cosa que no me había pasado nunca como secretaria. A los 32 años, por primera vez tengo mi propia computadora –una notebook- en mi casa. Da la casualidad de que ese año también soy jefa por primera vez. Mi tropa se compone de cuatro principiantes sub-25, tres de los cuales están muy concientizados –incluso diría que algo susceptibles- acerca de sus derechos. Por caso, cada vez que les señalo un error, como por ejemplo que no se escribe “sino vienen inversores, la economía del país se va al tacho” en vez de “si no vienen…”, se ponen de tan mal humor como mi entrevistador del Q-Pro. Ellos escriben muy bien y los ofende que ponga en entredicho su cultura; además, esos presuntos errores que yo les señalo son cosas bizantinas y peor todavía, pequeño burguesas. Ellos están para otra cosa, las cuestiones de fondo y no de forma. En cuanto a mi tercer redactor a cargo, casualidad o no, es una ella y es la que mejor trabaja; no requiere correcciones tontas y cuando le señalo algo, se limita a hacerlo como yo le indico. No me gusta ser jefa, ni enseñarle (gratis, y en su horario laboral) a quien no quiere aprender. No sólo eso, sino también el conjunto de mis así llamados logros periodísticos me hacen pensar, a veces, que hubiera debido quedarme trabajando de secretaria, lo que tal vez hubiera sido algo más seguro una vez traspuesto el umbral de los 25 años. Una secretaria nunca corre el riesgo de tener personal a cargo; a lo sumo, les hace encargos a los cadetes. Además, yo no pude amortizar todos esos saberes adquiridos a las apuradas, horas antes de una entrevista laboral. Aparte del Q-Pro, también manejaba el D-Base III Plus y un procesador de texto que se llamaba Professional Write. Los dos primeros no tuve que usarlos nunca, más allá de las pruebas que me tomaron cuando buscaba trabajo de secretaria (de verdad no entiendo por qué me dieron los que conseguí; eran en lugares donde no se trabajaba con computadoras). Eso sí: al procesador de texto le sacaba chispas en la casa de mi novio, para las monografías de la facultad. Mis compañeros entregaban unas páginas horribles, llenas de correcciones hechas con Liquid Paper, escritas en máquinas de escribir mecánicas. Yo jugaba con las tipografías y con los cuerpos de letra, y ellos me preguntaban si

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había hecho imprimir mi trabajo en una imprenta de verdad. Qué épocas. ¿De qué habrá terminado trabajando Lelaina, la aspirante a documentalista que encarnaba Winona Ryder en "Reality Bites" y que, por no querer trabajar en un local de Gap siendo universitaria, terminaba cargando nafta en una estación de servicio? Quizás ahora, con las tecnologías digitales, puede hacer con poca inversión el trabajo que le gusta, subirlo a Youtube y tener un montón de likes, aunque no vea un mango. En cuanto a la propia Winona, a sus 43 años le está costando que la llamen para trabajar de actriz, porque ya está grandecita. Y en cuanto a mí, que ahora me postulo a través de los sitios web y la red social ad hoc, tampoco me responden. Quizás lo que diferencie a la generación X de la generación Y no sea la tecnología, sino que nosotros no supimos, y nunca aprendimos, a hacer valer nuestros derechos.

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Cristian Williman

MARTÍN

Martín abrió los ojos y fijó la mirada en un punto allá en su pensamiento o, tal vez allá, en su futuro. Era temprano. En la casa ya se escuchaban los aprestes del desayuno. Pensó en fingir un malestar y evitar la escuela, pero tampoco lo entusiasmaba quedarse en casa. Prefería encontrarse con los pibes. Al fin de cuentas ya eran los últimos meses de clases y se terminaría el secundario. Después... No sabía qué había después. No estaba seguro de seguir estudiando; no sabía qué, pero fundamentalmente no sabía para qué... Era la falta de sentido lo que lo ponía abúlico. Seguramente buscaría algún trabajo pero tampoco sabía qué hacer. Le costaba pensarse en una rutina laboral y la peor de las preguntas se hacía más frecuente: – ¿Que vas a hacer, Martin, cuando termines la escuela? Él no decía nada. Escuchaba qué vas a ser. Y sólo probar una respuesta lo mareaba. – No sé, no me jodas. No sé que voy a ser. Creí que sabía quién era, pero ya no. Ahora tengo que ser algo más, alguien más. No sé quién ser, no sé cómo... Intentaba espantar la pregunta de su cabeza aturdiéndose con música o charlando de nada con los amigos. Ahí, con ellos, sabía quién era. Se reconocía en ellos. Se sentía seguro. No lo hablaban mucho, pero sabía que les pasaba lo mismo. El mundo no le ofrecía mucho a un pibe de 18 años, pero Martín tampoco esperaba nada. Quizá eso fuera una oportunidad. Él entendía que estaba en un mundo distinto al que habían vivido sus padres cuando tenían su edad y sus experiencias no le servían. Sus cuestionamientos cargados de la más simple lógica chocaban de pleno con un mundo basado en ideas de un tiempo que no era el suyo. El trabajo, el dinero, las reglas… hasta el amor le costaba.

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La escuela lo había preparado para un mundo que ya no existía y que cambiaba muy rápido. Lo habían llenado de información, pero no le habían enseñado a convertirla en un saber útil. En pocos meses terminaría de estudiar y debería volver a aprender. Martín y las normas; Martín y la responsabilidad; Martín y la autoridad; Martín y el compromiso; Martín y los otros; Martín y Martín. En la oscuridad de la noche, cuando el silencio se escucha, volvía la pregunta como un zumbido: – ¿Qué vas a ser, Martin? Sus ojos quedaban fijos mirando un punto más allá, como queriendo adivinar el fondo del precipicio, hasta que se dormía.

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Viviana Goldman

DOR

Desde que apareció la consigna, la palabra generación no hace más que hacerme escuchar una y otra vez —en mi mente y con música incluida— una canción en hebreo. Ve jol dor va dor… Jaiav adam liirot… Liirot et atzmó keilu… Keilu hu iatzá mi Mitzraim. Dor es generación en hebreo. Y una traducción sería: En cada generación El hombre debe verse a sí mismo Como si él mismo hubiera salido de Egipto. Aprendí esta canción en la escuela primaria y muchas veces me vuelve. El mensaje que trae es el de libertad, dado que la metáfora de que cada uno (judío, en este caso) se vea a sí mismo saliendo de Egipto, le recuerda que es libre. Infinidad de veces, Freud mediante, hemos echado culpas por mandatos e incluso genética transmitida. Hoy me gustaría recordar que cada uno es libre de elegir trabajar para liberarse de todo mandato previo e intentar elegir positivamente qué hacer con su vida. Qué se yo…

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Carmen Navajas Rodríguez de Mondelo

DISTINTAS GENERACIONES, UN ALMA UNIVERSAL

CROMOPERSONAJES Capítulo IV

CALÉNDULA

El señor gris se levantó esa mañana más temprano de lo habitual. La joven amapola se fue al amanecer sin dejar huella. Habían pasado la noche juntos conversando y amándose. A pesar de la diferencia de edad entre ellos su forma de pensar coincidía, empatizaban como si se conocieran de toda la vida. Fue una experiencia muy grata para ellos compartir y coincidir en sus sentimientos. Hacía un día claro, las nubes bailaban suavemente, el aire era limpio y fresco. Parecía que el frío empezaba a instalarse. El señor gris se levantó esa mañana más temprano de lo habitual. Cogió una de las bufandas que le había tejido su esposa y salió al porche. Se sentó en el viejo columpio y dejó su mente vacía, contemplando el maravilloso paisaje que se estrenaba con el nuevo día. Quedó en un estado de duerme vela; los ojos bien abiertos y el rostro resplandeciente, los brazos caídos en una postura relajada y cómoda. Contemplaba las primeras flores de otoño que asomaban detrás del seto... Y allí la vio; su pequeña, Caléndula. Lo miraba fijamente con los brazos en cruz, como esperando ser abrazada. Era una niña de unos doce años de edad de ojos grandes color verde esmeralda. De cabello dorado, sus rasgos grandes y atractivos, su piel clara un poco tostada por el sol y las mejillas sonrosadas. La camiseta que lucía tenía estampados los jarrones con las flores que llevaba en la mano el fatídico día de noviembre. El señor gris la contemplaba, una sensación distinta corría por sus venas, un estado difícil de describir con palabras. En aquel eterno instante pasó un camión frigorífico e instintivamente abrió sus brazos y agarro a su niña evitando el trágico atropello de un tiempo futuro. El camión siguió su recorrido sin ningún percance. El amor entre padre e hija hizo que su mente viviera otra realidad.

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El tiempo se había congelado, todo era un momento eterno. Padre e hija se cogieron de la mano, había unos cuarenta años de diferencia y sus vivencias estaban conectadas como si fueran de la misma edad. Una película de la vida se proyectaba. Disfrutaban amasando el pan, de su olor recién horneado y el de la leche quemada. Jugaban a las cartas al calor de la chimenea. Paseaban al atardecer disfrutando de los colores del cielo; rosas, amarillos y violáceos formaban composiciones cromáticas espectaculares. Charlaban de cosas cotidianas, de sus aficiones y del gusto por la escritura y la lectura. Llegada la noche, juntos cortaban la verdura para la cena, prestando atención al corte de la zanahorias y de las cebollas. Algo eterno los unía, conectaban formando un solo ser. En ese momento el señor gris despertó de su estado de duerme vela. Había disfrutado de una intensa sensación de vida conectando con una conciencia universal.

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Federico Cahn Costa

LAS GENERACIONES, LA COMIDA, LAS DEGENERACIONES, LAS VUELTAS ATRÁS Y LA FELICIDAD

Alguna vez alguien me dijo que los ancestros proyectan su influencia por siete generaciones. Argentina es un país formado por capas aluvionales de generaciones de inmigrantes. Así, mis abuelos eran un suizo, una catalana, un alicantino y una valenciana. Por eso, en mi casa y en las de mis abuelos los sabores se amalgamaban sin demasiados prejuicios étnicos. En una misma comida podía haber gazpacho y goulash. Pasaron los años y me casé con una vegetariana (amiguitos carnívoros, salvo que estén MUY enamorados nunca hagan esto en sus casas) y tuve hijos cada vez más acriollados, si es que por criollo se puede entender a dos masticadores de McNugetts y otras indefiniciones alimenticias que se encuentran en cajitas felices y plenas de colesterol. Mi abuela de Valencia era una gran pescadora. El murciano, resignado, la acompañaba (amiguitos, salvo que estén MUY enamorados nunca hagan esto en sus casas). Con ella conocí de muy chico el club de pescadores de Buenos Aires y admiré sus trofeos ganados en competencias. Y de ella también aprendí, no sólo a pescar, sino a cocinar esos pescados de varias formas. Porque en las casas de los inmigrantes, si todo bicho que camina- dice el Martín Fierro- va a parar al asador, los que saltan, nadan o se arrastran iban a parar a la barriga de una u otra forma. Y ahora, con los años, felizmente se ha instalado una pequeña y excelente pescadería a pocas cuadras de casa y lentamente voy llevando a mis papafritófilos tragahamburguesas a los sabores de los bisabuelos. Y así descubren universos inimaginados, historias de pulpos, arroces, cornalitos y sabores de otros mares. Y serán, espero, un poco más felices.

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Antonio Lendínez Milla

GENERACIONES COEXISTENTES

Tres generaciones, todas aquí a un tiempo, pasado presente y futuro, qué me están diciendo. Todas importantes, las tres imprescindibles para el crecimiento. ¿Cuál es el presente? ¿Dónde estoy, existo y pienso? Pasado, presente y futuro, todo en un momento. Todo ya está aquí, en su movimiento, lo viejo y lo joven, lo que fue, y el futuro incierto. En el presente acción, es el movimiento. Los tres necesarios, para entender esto. Que no hay vida sin pasado. Qué se proyecta en el futuro, que no se atienda al momento. Del saber del viejo no prescindo, del joven sigo el proyecto, del maduro tomo el fruto: la fuerza que impulsa el pasado, en su futuro incierto, lo que construyo ahora, en este momento. Todo está aquí y ahora, pasado, presente y futuro. Convivir es el secreto, la atención de cada uno, y de todos, al momento.

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Isabel Delvalle

GENERACIONES

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Cuando éramos niños los viejos tenían como treinta un charco era un océano la muerte lisa y llana no existía. Luego cuando muchachos los viejos eran gente de cuarenta un estanque era océano la muerte solamente una palabra. Ya cuando nos casamos los ancianos estaban en cincuenta un lago era un océano la muerte era la muerte de los otros. Ahora veteranos ya le dimos alcance a la verdad el océano es por fin el océano pero la muerte empieza a ser la nuestra.

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De la pluma de Mario Benedetti.

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Luis Alfonso Martín Delgado

MI GENERACIÓN

Antes de iniciar la escritura, consulto el diccionario de la RAE, y leo que, entre otras varias, acepta las siguientes acepciones para la palabra generación: 3. f. Sucesión de descendientes en línea recta. 4. f. Conjunto de todos los vivientes coetáneos. Siempre había dado por entendido que se llamaba generación a cada uno de los niveles de una línea directa de descendencia, pero, según las acepciones anteriores, parece que no es ajustada al diccionario esa definición. Este mes de abril de 2015 mi madre ha cumplido 92 años, conviviendo con sus diez hijos, sus veinte nietos y sus, hasta ahora, dieciséis bisnietos. Por lo tanto, entendía que cuatro generaciones convivimos en el mismo tiempo. Cuatro generaciones a lo largo de un siglo, ya que mi padre nació en 1916 y falleció en 2009. El año próximo cumpliría cien años. Pero de la lectura del diccionario deduzco que todos los descendientes vivos de una línea directa formamos una única generación. Pues me ha cambiado todo el concepto que había tenido hasta ahora. No obstante, en realidad no era de eso de lo que quería hablar, sino de contraponer al concepto de generación familiar el de otra acepción que aparece en el diccionario, que se sale del ámbito familiar para pasar a otro más social, y que me parece que coincide más con el enunciado de la consigna: 6. f. Conjunto de personas que por haber nacido en fechas próximas y recibido educación e influjos culturales y sociales semejantes, se comportan de manera afín o comparable en algunos sentidos. Ahí quería yo llegar. Partiendo del concepto de que los hermanos formamos una generación (lo que en mi caso no se entiende, ya que entre el mayor y la menor hay veintitrés años de diferencia), pretendía contraponer mi idea de que una generación no viene definida por una

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descendencia familiar, sino por unas circunstancias que imprimen carácter. Así que me ha gustado descubrir que esa sexta acepción recoge este concepto. Pero ahora no sé bien qué circunstancia de mi vida es tan representativa como para definir cuál es mi generación. ¿La de los nacidos en los años 50, una vez pasada la miseria en blanco y negro de la posguerra? ¿La de los niños que asistimos boquiabiertos al inicio de la generalización del uso y consumo de la televisión de canal y pensamiento únicos? ¿La de los adolescentes que pasamos sin darnos cuenta de las playas de sexos separados a la aparición de los primeros bikinis de melenas rubias y hablar raro? ¿Quizás la que asistió al inicio de su juventud a la putrefacción y muerte natural de un régimen con el que nadie pudo acabar? ¿O la que alcanzó la mayoría de edad coincidiendo con la votación de una constitución democrática nacida del miedo y el olvido? También podría ser la generación que comenzó su propio camino vital personal con la naturalidad del que ve que es posible que las personas sean iguales y tengan las mismas oportunidades en la vida. (Por desgracia, la misma vida te hace ver pronto lo ilusorio de esa idea). No viví directamente, por falta de años, no de ganas, los bullentes sesenta, pero sí me pilló de lleno, aunque al inicio muy precozmente, el estallido de los setenta, convulsos y cambiantes tanto local como planetariamente, y tanto por fuera como por dentro. Creo que no es posible haber sido joven en esos años y haber transitado por ellos sin quemarse, como por un lecho de brasas. Los cambios hormonales, familiares, sociales, políticos, etc., dejaron una marca indeleble en los que asomamos al mundo real en esos años. Pero había algo protector definiendo y envolviéndolo todo: la música. Todo lo que se estaba cociendo durante los años de la década de los sesenta explotó en los setenta, abriendo todo los caminos posibles para la expresión musical. Desde entonces nada ha sido igual. No ha habido un momento igual en la historia de la música moderna. Música para oír, para leer, para tocar, para bailar, para amar, para protestar, para cantar, para luchar, para aprender, para crecer, para vivir.

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Por eso, cuando entre la vorágine diaria y los momentos de negatividad necesito reencontrarme y reafirmarme en mí mismo, vuelvo a escuchar aquellos discos que me acompañaron en el camino que me fui haciendo solo y/o en compañía. Se me cargan las pilas y parece que vuelvo a tener veinte años y las mismas ganas de comerme el mundo. Así que sí. Creo que puedo afirmarlo rotundamente: soy de la generación de los setenta.

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EDICIONES LIPE DOMINGO 19 DE ABRIL DE 2015


L I P E


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