TEMA LIBRE

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L I P E

A T I B R E R M I A L

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Portada L. Alfonso MartĂ­n Delgado


LIPE LIBRE


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CONSIGNA DEL DOMINGO 29 DE MARZO DE 2015 Tema

LIBRE

Ponente

HORACIO TORT

A la manera de experimento, esta semana será como salir al recreo. No hay consigna y cada uno puede escribir de lo que guste, elegir el tema, el formato, tono, etc. Lo ideal es no refritar un viejo texto, sino ponerse las pilas, agudizar la imaginación, elegir un tópico sobre el cual escribir y regalarnos un texto recién salidito del horno, pero eso va en cada uno. Eso sí, si van a publicar un viejo texto, que valga la pena. Saludos y buena semana para todos.

Horacio Tort

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Isabel Delvalle

Tal vez la propuesta de esta semana suscite un dejo de angustia, la angustia del escritor ante la infinitud de la hoja en blanco. Un terreno sin fronteras. No tener alambrados temĂĄticos nos deja expuestos, y eso angustia. La pauta del tema ofrece una suerte de la contenciĂłn; hay preguntas que no merecen ser hechas, pues ya nos han anticipado las respuestas. AsĂ­ nuestras dudas han quedado abortadas en la banquina. Es nuestro deber transitar esa senda ya trazada. De nosotros dependerĂĄ ahora la longitud de la marcha y el espesor de las pisadas.

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M Pilar López O

CATEDRALES

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Tras las vidrieras un poco rotas se acurrucan las alargadas sombras de los pináculos, gárgolas burlonas atisban por la tracería mojándote los pies… Invertiré las puertas para que los techos sean transitables y podamos resbalar lenta, muy lentamente por las profundas nerviaciones de las bóvedas buscando pequeñas puertas invisibles… Bajo las sillerías pasa el viento del órgano, y un bosque de nogales se desliza desde la monodia multicolor de los misales; viento ascensional de largos tubos sonantes que me elevan por encima de los altos enrejados. También hay puertas cerradas sobre las que volar con el sostenido empuje de los registros graves hasta tocar el hondo techo con las manos. Ahora se inclinan los retablos un poco y una luz blanca desvelará las hornacinas donde los dedos de las imágenes se unen, santos oscuros, sin rostro y sin recuerdo. Detrás de la madera hay blandas telarañas por donde el polvo se mece y se desliza interminablemente.

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Hace años escribí una especie de serie sobre el tema, como a mucha gente me fascina el aire que se respira en su espacio arquitectónico. Con la Semana Santa, los conciertos, el órgano, revisé los escritos, cambié, reescribí, y esto es el resultado, un poco onírico, un poco fantasmal.

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La inclinaré despacio para que oscilen esos mantos rígidos de rectos pliegues casi cincelados y el aire se inunde con ese olor a pétalos secos de los pequeños jarrones olvidados allí arriba. Un poco más para que rueden candelabros, imágenes livianas, rosas de papel marchito, y polvo flotante en lentos giros ingrávidos, para que salgan muy despacio por las puertas dobles hasta la quieta plaza de piedra. Donde los niños juegan con palabras de vidrio a capturar en hileras todos los rayos de sol caídos por el suelo con multicolores trampas de cristales.

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Gisela Krapf

Hoy escribo, quizá una última vez. No hay más tiempo en mí para tratar de cambiar, hoy todavía entra una hendija de luz y la quiero aprovechar. El teléfono sigue sonando y no sé qué decir, cómo actuar. Correr toda la tarde no me agitó más que haberme quedado acá. Soñé con esa cueva de nuevo y no podía salir de ella. Una cueva blanca, con mucha luz, pero encerrada. Me cuesta respirar, el sueño me hace sentir claustrofobia, pero es casi pacífica; me estoy muriendo, pero no hay un agente externo que me esté matando. ¿Cuándo empecé a sentirme así? ¿Cuándo fue que dejé de salir? Dejé de salir de todo: de mi casa, de mi cuarto, de este baño. Acá estoy segura, acá nadie entra. Las paredes están cerca y veo la puerta, nadie la puede abrir. La psicóloga me dijo que lo mío es no sé qué nombre raro, que necesito relajarme, dejar de pensar tanto ¿Qué mierda sabe ella? Yo estoy relajada, a veces. No tengo nada raro, sólo que hasta hoy me sentía tranquila en el baño. Eso que me perseguía allá afuera no estaba acá. Hoy tengo el presentimiento de que entró. Por ahí fue cuando me quedé dormida, pero no lo veo. A veces me gira la cabeza y de repente se me pone todo negro y pienso que me estoy muriendo, pero no, porque después todo empieza de nuevo: el espiral de colores, que gira y gira y me caigo al piso. Ayer me golpeé la cabeza y ahí fue lo de la cueva blanca, y nadie me perseguía, ¿O sí? O… creo que me perseguían. De repente me voy acordando. Era como yo, o parecida, o era mi otro yo. ¡Qué loco! No es tan normal. Yo estoy tomando aire por la ventana, y me caigo en esa cueva. No sé porque es tan blanca, pero hace frío, y corro, y me resbalo; es como hielo, o nieve. Sé que puedo contar estos minutos, hasta estos segundos, como lo que palpita mi dedo gordo del pie apretado contra la puerta del vanitory. Me duele menos si lo pienso así. Me dijeron que tenía que pensar menos. En realidad, tengo que arrancarme las neuronas. Si llego a contar hasta mil segundos sin perderme, por ahí puedo salir y gritar que lo hice. Pero eso no es especial. Bueno, y corro por la cueva de nieve, sí, es nieve, y lo veo, ahora lo veo y tengo que correr. Me tropiezo, está muy frío, está mojado, y se me fue la paz, porque me persigo. No sé qué pasa si yo me agarro. Por ahí me hace falta encontrarme conmigo ahí, en lo muerto del frío ¿Y qué si freno y me espero? Porque si freno es más fácil. Soy yo, pero más vieja, la que me persigue, y tiene el cráneo abierto, tengo el cráneo abierto, pero no me duele. No le duele. Siento las dos, la que persigue busca la unión, y la que corre, yo, corro porque quiero seguir desdoblada. Es cómodo el baño, no es tan feo vivir acá. No sé cuánto aguanto, no puedo abrir la puerta, afuera me quieren comer, parecen los ojos de un oso grande, me acecha, y adentro del baño ya hay algo más. Y freno, me doy vuelta en la nieve y me miro. El cráneo abierto larga olor a fresias podridas, ese olor dulce pero a muerte, como el olor a lastimadura, a carne abierta, y

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me atrae, la muerte del hueso me atrae. Y estoy frente a frente con esa cueva que forma esa abertura, y es grande, puedo entrar parada. Es blanca, como la nieve, y ahí estoy, estamos todas mis yo. Se acaba mi escritura, ya llegué a mil, lo grito adentro de la cueva que se está cerrando. Grito que el dedo ya casi no late. Me da sueño, me caigo, los párpados, la nieve, el olor a fresias.

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Claudia Castañeda

DE LA DENSIDAD DE TUS PASADAS PALABRAS, ME VOLVÍ INMUNE

Clara se repetía esta frase para poder comprender que años de desasosiegos inconcebibles, quietos y sin avance, volvían en si ante el sortilegio de diez palabras que la ayudaban a seguir persistente, alerta y luchando: “de la densidad de tus pasadas palabras me volví inmune”. A pesar de todo, Clara repetía nueve palabras como una letanía, como un rezo perpetuo, como plegarias a siete soles y a tres estrellas para no olvidar que, a pesar de los dolores y las humillaciones, volvería en sí. Volvería, a pesar de la densidad de las palabras que intentaban lastimarla. Cada día, el sortilegio de diez palabras - de la densidad de tus pasadas palabras, me volví inmune - la transformaban y la volvían inmune al dolor vivido.

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Paula Ancery

LA VETERANA SENTENCIOSA

Hay un arquetipo femenino al cual le tengo terror. Quiero decir que me da terror pensar que puedo llegar a caer en eso. Es lo que yo llamo la veterana sentenciosa. Se trata generalmente de mujeres de más 50 años, aunque también pueden ser un poco menos. Lo descubrí, cuando yo tenía 20 y pico, en las madres de algunas de mis amigas. Y lamentablemente volví a encontrarme con la misma figurita algunas veces antes de aprender.

All by myself. Es un tipo de mujer que, sobre todo, se define por haber tenido que hacerlo todo sola; aunque vistas desde afuera uno puede llegar a confundirlas con viejas que tienen el vicio de posarla de veteranas macanudas y dar cátedra montadas en esa supuesta macanudez. Lo más patético es que, invariablemente, sus asuntos andan espantosamente mal y siempre tienen tres o cuatro focos de incendio que apagar. Pero en vez de tratar de apagar el fuego, ellas se dedican a dar cátedra. ¿Y quién querría recibir lecciones de alguien que a todas luces se ha equivocado y sigue equivocándose tanto? ¿Quién confiaría en la sabiduría de alguien cuya vida es un desastre permanente? Nadie, pero no importa. No se trata de lo que necesite la joven que tenga la desgracia de hallarse en las inmediaciones de una veterana sentenciosa. Se trata de lo que necesita la veterana. Y necesita jugar un jueguito que la deje en un rol según el cual no es una frustrada que tiene que lidiar con las consecuencias de un montón de elecciones desacertadas, sino una mujer con experiencia, curtida por una vida intensa en la cual fue valiente y se jugó y asumió riesgos con el corazón en la mano y los puños llenos de verdades que los timoratos no querían enfrentar. Si a partir de ahí todo fue una catástrofe, no es culpa de ella. Ella es sólo una víctima de este mundo mediocre que no pudo ofrecerle nada que estuviera a la altura de semejante pedazo de mujer… La veterana se escribe ella sola. Pero el soundtrack es de Wagner. Es desde esa posición que la veterana sentenciosa da cátedra. Ella no te cuenta algo que le pasó, no te da consejos, no opina ni −menos que

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menos− pregunta. Ella emite aforismos. Axiomas. Sentencias. Por eso la llamo veterana sentenciosa. Por eso, y porque todavía le falta un poco para vieja de mierda, que es hacia donde inevitablemente se encamina. Pero las sentencias no se la dicta a los hombres −ya está avisada de que el umbral masculino de tolerancia a la queja es bajísimo−, sino a otras mujeres lo bastante jóvenes como para estar desprevenidas. Porque la veterana sentenciosa tiene un anzuelo muy poderoso cuando la víctima es una chica inexperta y con conciencia gremial, quiero decir, de género. Cultiva el arte imposible de elogiarse permanentemente a sí misma sin parecer soberbia, y el más imposible aún de poner al prójimo por el suelo sin parecer maledicente (yo no dije en ninguna parte que la veterana sentenciosa no tuviera talento). Entonces, ¿qué pasa? Si la joven no acepta jugar el jueguito de mitad admirar y mitad compadecer a la veterana que mejor haría en llamar a los bomberos, hay una penalidad muy clara. Automáticamente, la joven quedará categorizada como otra timorata sin corazón que no supo reconocer el fulgor de la grandeza allí donde lo que hay es un incendio de proporciones, o varios. Sí. En realidad, en todos los casos son varios. (Padre, ¿no ves que me estoy quemando?)

Para apagar tanto fuego Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Y aunque el derrame posterior no tenga la virtud de apagar la pira funeraria en que la veterana se autoincinera, sí tiene el efecto de hacer que la joven se vaya, bien que con un poco de mala conciencia por estar haciendo lo que prima facie parecería huir. Lamento decir que el detonante suele estar relacionado con cuestiones de dinero, porque uno de los rasgos de la veterana sentenciosa es que, como su vida siempre es un desastre, sus finanzas son permanentemente desastrosas. Ella no tiene dinero, así que alguien que la quiera bien debería dárselo. Ella necesita, así que el mundo le debe. La parte del mundo que no es individualista y descomprometida (dos de sus anatemas predilectos), claro. Después de todo, ella haría lo mismo por vos. No importa que no vaya a estar nunca en condiciones de hacerlo, porque sus problemas propios son de verdad tan grandes y tan urgentes que nunca le sobrarán ni diez centavos para completar lo que te falta para el colectivo, ni menos aún le sobrará disponibilidad mental como para darse cuenta de que estás necesitando menos frase para el bronce y, apenas, una monedita. Lo importante es que si ella pudiera, lo haría. Te daría esa monedita, aunque nunca vaya a poder.

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De todas maneras, tranquiliza pensar que así estuvieras en una situación en la que ella realmente pudiera hacerte un favor, tampoco te lo haría porque simplemente no se daría por enterada. Porque el rasgo más constitutivo de la veterana sentenciosa es que ella no puede escuchar. Ella siempre tiene tantas cosas que decir: tanta calamidad que narrar, tanta sabiduría que transmitir. Simplemente, no puede escucharte. Aunque seguro que te llenaría de máximas edificantes si te viera en una crisis. Cualquier malestar tuyo la pondrá feliz e inspirada porque eso significa que no es que a ella no le estén yendo bien las cosas, sino que el mundo es implacable con las mujeres con mayúscula, como ella y como vos. Gracias a la desgracia, acabás de recibirte de una mujer como debe ser, con un título certificado por la mayor autoridad competente en la materia. Y ahora, como ella, deberás arreglártelas sola.

Honestidad brutal Un día me di cuenta de que no era nada más que el raye particular de Fulanita o de Menganita, sino de que estaba frente a una tendencia; y dije “nunca más me voy a prestar a jugar este jueguito”. Y hasta ahora, no lo hice. Pero adivinen qué pasó no mucho tiempo después. Los años habían pasado para mí también, y no sólo significaban aprendizajes adquiridos. También implicaban que yo me estaba poniendo, lisa y llanamente… grande. De pronto, una o dos veces, me escuché emitiendo sentencias yo misma. Y es que la edad mínima requerida se acerca y, aunque en términos estrictos no tengo incendios que apagar en este momento, las cosas no me han ido bien. Porque es verdad que a una determinada edad tenés una experiencia que podría ser útil para alguien más joven… pero ya se sabe que “la experiencia es un peine que te regalan cuando ya te has quedado calvo”; es muy dudoso que la experiencia pueda realmente ser transmitida. Y desde ya, es muy dudoso que lo que uno creyó aprender sea realmente la posta. A mis amigos siempre les pido honestidad brutal, pero a mis amigas más jóvenes, en particular, además les pido que no me dejen caer en este estereotipo. Que no me dejen olvidar que la comunicación siempre tiene que ser un camino de dos vías, no de una de las dos dando cátedra. Yo, por mi parte, me conmino a mí misma a no perder, y en lo posible incrementar, mi disposición a escuchar lo que se me dice. Es un mal generalizado, pero por eso mismo insisto, por si antes no prestaron atención: lo que más define a la veterana sentenciosa es su negativa, irreductible, a escuchar.

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Nuria Navajas

HOMENAJE AL INSTANTE

Cuantos instantes guiñan el camino. Cuantos instantes pasados y no sufridos. Instantes multiplicados pero nunca divididos. Instantes camuflados para ojos sin sentidos. Llanto, risa, conocimiento y sonrisa. Amor, desamor, asombro y pasión. Emociones que se cruzaron en un instante perdido. Nunca más volverán ni se recordarán. Pero otro instante estará por llegar. El instante escondido en el presente vivido.

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Mariángeles Soules

TRES PECADOS CAPITALES

El viejo de la esquina vive completamente solo ni siquiera tiene un perro, yo quisiera acercarme a él pues me recuerda mucho en apariencia a mi abuelito, así que hoy a la mañana tomé unos pasteles de manzana que mamá había horneado y se los fui a llevar, cuando golpeé la puerta tardó en abrir. Solamente la entreabrió y me gritó:

− Fuera de aquí esto es propiedad privada y yo odio los niños, y mucho más a las niñas que se quieren hacer las buenitas y son más brujas que sus malditas madres”. Lo miré muy asustada y casi en un susurro le dije que había ido a convidarle unos pastelitos, me miró furioso y preguntó a los gritos si los había rellenado con veneno para las ratas que por eso se los estaba dando.

− Mi madre los rellenó con puré de manzana y canela, dije en un nuevo susurro. Me arrancó el plato de la mano, se los devoró en un instante y luego me arrojó el plato dándomelo en medio de la frente y gritando nuevamente.

− No quiero volver a verte, maldita mocosa, yo puedo prepararme solo la porquería que me trajiste, no necesito ni tu limosna ni tu presencia, me basto solo para todo. ¡Fuera, fuera de mi casa! Le pregunté a mamá: “¿Por qué es así el viejo Matías?” Ella dijo que era un pecador, que ese día acababa de cometer tres pecados capitales; primero la ira, por cómo me había maltratado sin razón alguna; segundo la gula, por haber devorado los pasteles de un bocado, mientras que decía no quererlos; y tercero la soberbia, porque todos de un modo u otro necesitamos en algún momento de la ayuda de los demás.

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Ce Pérez Hillar

Si acaso se perdiesen, nadie los extraña ni reclama. Así fue, así es y ojalá no sea. Los niños desangelados estorban, su presencia agobia, su ausencia alivia. Los tres habían oído a unas mujeres al entrar a la iglesia. ¿Vio que se escaparon unos niños del orfanato? Dos menos, persignémonos. No entendían mucho, pero se las notaba contentas. Sabían de otros niños que se cambiaban de ropa seguido, que si comían en la calle, seguro en la casa también, se bañarían más de una vez en la semana. No deseaban ser así. Para Juana (la cieguita), Pedro (el décimo hijo del herrero) y Juan (el huerfanito), era como decía ella; dicen que hay países, donde tooodos los chicos son negros; en otro, todos tienen los ojos así, estirados (los varones se reían muy mucho). Para ellos no hubo más que ventajas ser de este pueblo. Podían quedarse en el río cuanto quisieran, andar por el bosque de oscuro y sobre todo no debían de ir a la escuela de la señorita que tiraba de las orejas; les dijo esa única vez mugrientos y les pegó con un palo raro. Nadie los llamaba ni a comer ni a dormir. La ceguera de Juana... Era más fácil se perdiera en la casa que en el frio. Nunca se pensaron separados, sólo por ratitos, para ir a por abrigo, o para dejarlo. Esa vez, tan azul, la que se contaban bien, mutuos, como era todo el tiempo ver fuegos blancos y negros, al revés de conocer el color de todas las cosas se prometieron, con una quemadita de dedo de la última brasa que tardó en apagarse, que no aceptarían a nadie más. Justo, justo, que apareció esa mujer tan rara. Se arrimó despacio, les pidió permiso y se sentó junto. No era de ningún lugar que supieran, vestía distinto, no se peinaba, ni trenzas tenía. Cuando ya todas las noches la olían llegar, se codeaban. Con ella venía un calor extraño, un aroma a flor desconocida... 16


Siempre trajo, contaba o mostró algo que no sabían ni conocer. Esa fresca de luna por la mitad, dijo, esto es una caricia. Les pasó la mano tan suave por la cara, les desenredó el pelo con los dedos. Dijeron que eso era lo más bonito, raro que había enseñado hasta ahora ¿Se puede repetí? La vez de luna entera, los abrazó uno por uno, largo... y muy quietos pensaron que cada aprender era más lindo que el anterior La de luna finita, les contó que tenía un bote, que no siempre hacía falta nadar para cruzar el rio ¡Queremos! Gritaron. La azul marino de luna y media, los invitó a su casa, avisándoles que el río a cruzar era más largo y más ancho. El herrero, la abuela y la hermana mayor dieron cuenta de su falta al mes y pico. Las señoras, después de entonar la señal de la cruz, dijeron, claro, tres menos.

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Horacio Petre

MIL PRIMAVERAS Punto de fuga

Aquella tarde, el bar se presentaba más bullicioso y lleno de gente que de costumbre. Los mozos iban y venían entre las mesas repartiendo cafés con leche y mediaslunas, cortados, tés y gaseosas. El otoño incipiente asomaba tímidamente, al tiempo que el final de las vacaciones y el verano se notaba en los rostros de los habitués. En la mesa cinco, cerca de la puerta, Carla revisaba su celular, esperaba ansiosa un llamado, un mensaje al menos, de Norberto, su pareja. O ex pareja, no lo tenía muy en claro. En los últimos meses todo venía desbarrancándose en un declive suave, desangelado. Más atrás, en la siete contra el ventanal, Ricardo charlaba con Fabián sobre la posibilidad de hacer una gira con su grupo de jazz por la costa atlántica en el verano aún lejano. Fabián hacía como que seguía la conversación, pero no podía sacarse de la cabeza a Estela, la novia de su amigo, y la noche de sexo y desenfreno que habían tenido hacía no muchas horas. Flashes de alto voltaje erótico sacudían su modorra ante la monotonía de la charla de Ricardo. La situación se le volvía inmanejable. Edi, el mozo tomaba y entregaba los pedidos en modalidad piloto automático. Su cuñada estaba embarazada, y no precisamente de su novio. Se lo había dicho el día anterior, y esta realidad lo tenía paralizado. Llevaba y traía de las mesas a la barra sintiendo la realidad circundante como una película en blanco y negro y bajo volumen. Dentro de su cabeza repiqueteaban los reproches y llantos, los escarnios y retos junto a una profunda sensación de estupefacción y desaliento. El trabajo, el trato con los clientes se le transformaba en una vía de escape... por momentos. En otros era una tortura, no sabía dónde ponerse. En la mesa redonda había dos parejas que charlaban alegremente. Sin embargo Natalia fingía seguir las risas y bromas, sin poder alejar sus pensamientos del compañero de secundaria de su hermano, que le había aparecido solicitando amistad aquella misma tarde en facebook. Al ver esa imagen de perfil, con ese rostro que recordaba vivamente, mil fantasías revivían. Sentía excitación y pena por su novio a la vez.

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Patricio, el diariero de la esquina, dejaba su parada y tomaba su merienda con jovial alegría, sabiendo que esa noche iba a hacer trampa. Porque no volvía temprano a casa con su esposa y se escapaba con la santiagueñita que había conocido en una bailanta de Plaza Constitución. No dejaba de amar a su mujer, pero no podía evitar regalarse estas escapadas de placer furtivo. Había en esa actitud solapada, esa salida programada un disfrute extra brindado por la preparación estratégica de toda la puesta en escena. El sonido de su celular lo distrajo del disfrute en la ensoñación de lo que se avecinaba. La tarde caía y el Mil Primaveras se transformaba para unos cuantos en una bisagra invisible del universo. Porque mientras tanto, Norberto desde su casa esperaba alguna respuesta de la hermana de su compañero de secundaria que se había encontrado en facebook. Gladys, llegada no hacía mucho de la ciudad de La Banda, sentía que sus planes de salida se desvanecían, pues Carla su empleadora, la llamaba desde un bar y le exigía intentando contener una súbita ira, que se quedara para preparar la cena. Estela lloraba mientras hacía las compras en el supermercado y llamaba a su primo Patricio, que merendaba en un bar, para pedirle consejo. El hermano de Natalia, veía en su blog un comentario de una tal Carla, lo que lo llevaba a empezar a pergeñar una estrategia de seducción. Y Marcela, con lágrimas en los ojos, muerta de miedo y nervios, marcaba en la agenda de su celular el teléfono de su hermana, intentando ordenar sus pensamientos, cavilando en la improbable manera de contarle lo que tenía para decirle.

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Mauricio Castello

ENCICLOPEDIA MONSTRUOS DE LAS LETRAS. FASCÍCULO 72. Apolinario de las Mercedes Britapaja

La eminencia a la que dedicaremos este fascículo es un caso de una llamativa curiosidad, jamás publicó sus trabajos y, lo que es más notable, no lo hemos leído nunca. Aquí está, ésta es, la sorprendente historia de Apolinario de las Mercedes Britapaja. Apolinario vivió gran parte de su existencia en un rancho apartado en la zona suburbana de un pueblo –que no vamos a mencionar accediendo al insistente pedido de sus autoridades- de la Provincia de Buenos Aires. Sus días se sucedían dentro de una cuidada previsibilidad. Si bien toda persona que lo conociera aseveraba que escribía, no hay testigos que pudieran dar fe de ese hecho. Su metodología se acotaba a salir a matear coincidentemente con la salida del sol de cada jornada, luego de una hora y media o dos se internaba en su rancho donde, se presume, escribía hasta el mediodía, momento en el cual se preparaba su almuerzo para luego, religiosamente, hacer su siesta; por la tarde volvía a sus mates a cielo abierto y era la ocasión en que iba al pueblo a buscar un lector para su obra en caso que la hubiera concluido; la “iniciación” consistía en sentarse ambos debajo del único árbol en el predio y charlar unos cuantos minutos, pasados los cuales se daban la mano en claro gesto de sellar un acuerdo, el ritual de lectura lo hacía su elegido en total soledad dentro del rancho mientras Apolinario aguardaba deambulando despreocupadamente en las inmediaciones de la precaria edificación; una vez finalizada, su leyente salía hojas en mano y, a un lado del fuego limitado por un círculo de piedras, dejaba caer una por una las páginas mientras en silencio miraban cómo se consumían, luego pasaban a despedirse con un aparatoso abrazo y Apolinario entraba a su hogar hasta el día siguiente. Cada persona que accedió a leer su obra negó siempre el hecho, sin embargo el impacto que la misma tuvo en su vida fue de una potente transformación, al punto que todos y cada uno de sus escogidos guardaron eterno agradecimiento al autor de esos manuscritos, brindándole siempre todo lo que pudieran y que estuviera a su alcance. Extraoficialmente se registra que por su rancho pasaron alambradores, matarifes, intendentes locales, médicos rurales, maestras, y hasta las sucesivas madamas que regentearon el piringundín. Gente de distintas

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edades y situaciones, hermanadas por lo que podríamos definir como un despertar de conciencia. Se sabe que recorrió varios pueblos de la provincia en distintos momentos, anduvo por Lobos en el 1900, parando en casa de Juana Sosa; en 1925 pasó unos días por Buenos Aires donde conoció a un tal Yoryi del que cada tanto se acordaba, ese mismo año anduvo por el Hotel Eden, en La Falda, Córdoba; en 1927 cerca de Junín le mostró su material a Héctor Chavero Aramburu, la misma suerte corrió Francisco Salamone finalizando esa década. Como se sabe, en el fascículo el espacio es tirano, por lo que obviaremos de seguir enumerando episodios destacados. A pesar que era incesante el paso de visitantes por el pueblo que lo demandaban, Apolinario se mantenía firme en su decisión respecto a quién debería acceder a su obra. Si bien nunca fue uno de los seleccionados, BJ Mackey se acercó a nuestro protagonista para condecorarlo Miembro Honorario Vitalicio de la Asociación de Escritores Ignotos Organizados y Unidos –en adelante AEIOU-, cargo que fue aceptado con gusto y festejado en un sencillo pero emotivo acto con matecitos a la sombra. Mediaba la década del 60 cuando salió a una de sus habituales giras por la zona para nunca más volver. Contrastando con el nerviosismo general por su desaparición, quienes alguna vez lo leyeron se mostraban en paz.

IMPORTANTE: rogamos a nuestros seguidores que recorten el cupón con sumo cuidado y prestando atención a lo impreso al dorso, ya que no paran de llegar reclamos a la Redacción por encontrar ejemplares mutilados en los Avisos Clasificados - Rubro Acompañantes. Gracias.

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María Guerra Alves

LLUVIA

Caía la tarde. Algunas tímidas gotas de lluvia empezaban a deslizarse por la ciudad. Empecé a sentir frío. La temperatura del comienzo del día había sido mucho más alta que la de ese momento. No había llevado campera ni paraguas. Mis pies, empapados, luciendo unas altísimas sandalias azules, parecían piedras. Llegué a mi casa tiritando. Tal vez no sería por el clima. Encendí la estufa, abrí la ducha, busqué ropa cómoda y disfruté del baño durante casi media hora. Cuando salí, noté que había perdido la noción del tiempo. Me vestí. Encendí la tele. Busqué una película que me hiciera olvidar un poco de la realidad. La encontré. Ya la había visto pero no me importó. Era bellísima. Durante el corte publicitario fui a la cocina. Preparé un exquisito café. Le agregué una cucharadita de crema chantilly que había preparado la noche anterior. Volví al comedor en el mismo instante en el que terminaban las propagandas. Me metí en la historia que estaba viendo a través de la pantalla. Soñé con algo similar, para mi vida. Lloré. No de tristeza, sí de emoción. Un buen final. Segundos después un rayo hizo que soltara la taza. No se rompió. Cayó sobre el plato, intacta. Un corte de luz cambió mis planes. No tenía mucho para hacer, sin energía eléctrica, sola, en mi casa. Encendí dos velas. Tomé mi cuaderno. Me senté a escribir. Enormes gotas de agua golpeaban sobre mi ventana. El viento no podía convertirse en música agradable para mis oídos. Tomé mi celular. Busqué los auriculares en mi cartera. Elegí las mejores melodías para comenzar a crear la novela que me llevaría a la fama.

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Cecilia Mosto

NOCHE

Música… que me devolvés con precisión sorprendente lugares y tiempos. Ahí estaba entonces, joven. En una Argentina volviéndose a descubrir como hace siempre. Siempre asombrada, pero esta vez más profundamente. Tan profundo que no resistía el asombro. Pero igual lo hace y vuelve a hacerlo hasta el aburrimiento que genera el no estar nunca en ningún lado. Porque es más fácil no ser que ser por estas zonas. Y ahora soy una vieja despojada de todo atractivo. Los que me quieren sólo lo hacen porque alguna vez me quisieron. Porque ahora soy el reflejo de otra cosa. Escucho música que ella escuchaba y la recuerdo a través de imágenes que me encandilan de energía… y como una liebre quedo atrapada frente a lo que ya no tengo. Empieza mi luz a abandonarte. Y en este viaje me pregunto cómo seré sin vos.

https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=ofqlFVt 6u0w#t=11

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Amelia Molina Burgos

NUESTRO AMOR TRAS LOS TIEMPOS DEL CÓLERA

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Es ver la cama alborotada y volver a pensar en lo bien que riman tus caderas con las mías; y en que tus manos me hacen juego. En un catálogo de manos en el que estuvieran todas las manos del mundo, sin dudarlo ni un minuto habría escogido las tuyas, seguro. ¡Y resulta que me han tocado en suerte! ¿Cuántas probabilidades había? El día se ha echado encima y nos ha pillado in fraganti. Me estiro, remolona. Tengo un pellizco en la cintura y hace un rato que me ronda en la cabeza ese endecasílabo que se nos ha quedado pendiente ¿Nos presentamos al Premio Nobel? Con tu toalla de vestido atravieso el pasillo relamiendo la gota de caramelo que me has dejado de recuerdo en la comisura. Y brinco, brinco como una loca porque pienso colgarme de tu cuello otra vez en cuanto vuelvas. Cuando he llegado a la cocina, me he pintado un corazón repipi en la boca y me acaricio las ojeras violeta de noche interminable en las que, antes de irte, te has entretenido dejándome besos de reserva para echar la mañana. Mi boca de gominola sorbe el café en tu taza, y brinco porque los posos me han dicho que sí. Los tiempos del cólera de nuestro amor pasaron y los algodones empapados de Betadine volaron por la ventana. Para celebrarlo, nos hemos pasado la noche jugando a los médicos: el corazón incendiado y nuestros cuerpos gamberros lo pedían a voces.

− En cualquier lugar, pero contigo − me dijiste a los cuatro días de conocernos cuando apenas me habías rozado con los ojos, fugaz pero con el envite de un órdago. Antes de todo, con esa seguridad de tío legal que vino a mi rescate. Buscando perdernos, hemos encontrado esta guarida con los postigos recién pintados desde los que miro a una ciudad educada y tranquila en la que nieva sobre tejados de pizarra.

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Lipeños, puede que sea la primavera. Por aquí está en todo su esplendor.

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Ya no me acuerdo de allí: allí prescribió ayer. Tus manos frescas y pacientes se han tomado el tiempo preciso para sosegarme y traerme hasta aquí. Hoy huele a gloria y a presente en este extremo del mundo. Esta mañana me siento la protagonista de una comedia rosa de esas que nos gusta ver jugando como si fuera de noche en pleno día, engañando al sol con las persianas. Los pensamientos ñoños y húmedos se enredan, y me marco unos pasitos a lo Ginger con las canciones que ahora ya no se terminan. “En cualquier lugar, pero contigo”. ¿Cómo no voy a brincar al ver tu abrigo en el armario? Pienso volver a colgarme de tu cuello en cuanto escuche girar la llave en la puerta.

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Jorge Pailhé

TEMA LIBRE

Tema libre es la consigna de LIPE de esta semana. Ya mi mente se devana buscando la idea insigna y no se me ocurre nada. ¿Un amor? ¿Una tristeza? ¿Acaso la finitud? No es que me falte actitud: no está en mi naturaleza, ni estuvo, en mi juventud. Deberé reconocer mi pobreza de intelecto para lograr el perfecto decir, y así merecer un aplauso por mis versos. Podría hablar de deportes, o de cine, o de tevé, pero seguro, por torpe no le haría algún aporte, más bien sería al revés. Sospecho que aquí me quedo sin haber hablado mucho, solo palabras al pedo contadas con pocos dedos: si putean, los escucho.

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Daniel Goldenberg

ESCONDIDAS

Dos siglos atrás le había perdido el rastro en la penumbra de un suburbio londinense. Ahora, parada frente a él, la reconocía de un solo vistazo desde la lejanía de sus ojos de linyera. El ingenuo cambio de apariencia, adecuado a los tiempos, era incapaz de disimular la mirada altiva, ni la gracia de aquel ir y venir impaciente al filo del andén de la estación de Villa del Parque. Después de doscientos años, finalmente, la había encontrado. Refugiado tras la invisibilidad del vagabundo en el que se había convertido desde que tenía memoria, ella parecía ignorar su presencia a tan corta distancia. Zigzagueando entre la gente, el borracho se deslizó como un suspiro a lo largo del andén; apagando, en su rostro de hollín, el esbozo de una sonrisa. Un leve roce de hombros fue suficiente. La mujer se desplomó hacia el vacío de las vías, en el instante en que el tren hacía su ingreso a la estación. El interminable sorbo del pico de una botella envuelta en un diario mugriento, volvió inaudible el brindis del mendigo:

− Piedra libre.

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Mariano Durlach

SENTIMIENTOS ENCONTRADOS

En el año '79 hice la colimba en una escuadrilla de aviones de la Armada... Concretamente la 3ª Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque. Siendo el único de los 10 colimbas con título secundario y cursando una carrera universitaria me destinaron a la oficina de prevuelo donde mantenía contacto permanente con los pilotos. Para que se den una idea, esta escuadrilla tenía los mejores y más modernos aviones en ese momento; era el mejor destino dentro de la Aviación Naval a la que a su vez dentro de la Armada sólo accedían los oficiales que tenían los mejores promedios. Es decir que yo estaba en la élite de la Marina. Los suboficiales, que normalmente en la colimba son los que se ocupan de tener cagando a todos los colimbas, acá eran todos técnicos aeronáuticos, mecánicos, en electrónica, armamentos, etc... Es decir que los tipos se levantaban a la mañana pensando en el circuito de radio del avión y no en cómo iban a bailar a los colimbas, los que a su vez siendo los últimos orejones del tarro teníamos nuestras responsabilidades como mantener todo limpio, llevar y traer cosas. Resumiendo, yo estaba rodeado de tipos muy profesionales y sólo me quedaron recuerdos positivos, de buena gente que trataba con mucho respeto al colimba. Recuerdos negativos pueden ser las 4 horas de guardia alrededor de un hangar en el invierno de Bahía Blanca pero lo contrapeso con la experiencia de haber volado varias veces en helicóptero, haber navegado 3 veces en el portaaviones y entender lo que es el trabajo en equipo. El orden, la disciplina, el respeto por ciertos valores y códigos confieso que en algún momento me sedujeron para engancharme hasta que me di cuenta que toda esa parafernalia era en definitiva para prepararse para matar a otro tipo desconocido que por vaya a saber que designio resulta que pasaría a ser tu enemigo. Evidentemente mi vocación de construir en lugar de destruir me llevó a seguir con la Arquitectura. Siempre me sentí orgulloso de haber pertenecido a la 3ª de Ataque y de haber navegado en el portaaviones. Hoy sigo algunas páginas y me emociono con las fotos y recuerdos; siento muchísimo respeto por

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aquéllos que dejaron su vida en las islas [uno de mis jefes entre ellos] pero por otro lado desarmaría todo el sistema bélico del planeta. Pero no por fobia a los militares sino porque me parece que tiene que haber alternativas a resolver los conflictos a los tiros. Reemplazaría las escuelas de guerra por escuelas de conversación y en los programas de estudio de los colegios revisaría las negociaciones en lugar de estudiar las batallas y guerras. Así está mi contradicción: por una lado nostalgia y afecto por lo que tiene que ver con los aviones y el portaaviones y por otro no encontrarle sentido.

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Julio Fernando Affif

ENCUENTROS

Y las palabras crecieron luminosas con la fuerza y la belleza del camino que impulsa la vertiente de la vida a su paso poderoso y cristalino. Y el encuentro se produjo antes de serlo porque estaba latente en el destino oscuras luces iluminando sueĂąos sagaz soborno bienintencionado y fino. Y allĂĄ vamos a entrelazar ocultos en un lugar neutral donde florezca el vino sentimientos renacidos en el alma sin siquiera debernos lo debido.

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Mariano Hipaucha Cortese

EL DÍA QUE CASI ME MATO

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Es una noche de mierda. Llovió y estuvo gris todo el puto día. Son las dos de la mañana y hasta ahora apenas amainó un poco pero sigue plomizo, y lloviznando tontamente, como para seguir veinte días y uno más. Es, como digo a veces, una hermosa noche para pegarse un tiro en la boca. Estoy harto, hace más de una semana que el clima está así. Creo que ya es hora. Es hora de olvidarme de todo y que se vaya todo al carajo. Me cansé de esperar algo, para colmo la pendeja no viene. En el día no estaba segura, pero hace un rato la llamé y me confirmó que no venía. Suerte que el viejo tiene varias armas. Siempre dijo que era bueno tenerlas, por seguridad. Aunque yo pienso que las tiene sólo por el gusto de coleccionarlas, creo que siempre tuvo ganas de limpiar a alguien, por el simple hecho de saber que se siente al matar a un ser humano. Tiene varias, escondidas en varios lugares: una carabina 22, un 38 corto, un 32, otro 38 largo, una reglamentaria. Tengo para elegir. Si busco bien sé que voy a encontrar más de una. Voy a dejárselo al azar. Voy a revisar los cajones del taller y usar la primera que encuentre. Empiezo desde el último cajón y pienso otra vez. No me banco más a mí mismo, a mi familia, mi laburo. Tanto desamor, tanto tedio, tanto aburrimiento. En el segundo cajón que abro, en el fondo, abajo de muchos papeles que no tienen importancia para mí en este momento, la encuentro. La suerte, en esto, hoy está conmigo: encontré el 38. Me pregunto: ¿cómo será un balazo en la boca? Hay experiencias que nadie pudo contar, por más que las haya vivido, o, en ese caso: las haya 3

Me ausenté unos días y me quedé sin tiempo para escribir sobre misterio, pero ahora que la consigna es libre voy a transcribir un viejo texto que pocas personas leyeron.

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muerto. Me sonrío de mi propia ocurrencia. ¿Cómo se sentirá el calor, el sabor de la pólvora quemada y el plomo caliente y el acero humeante en la lengua, en el paladar? ¿Dolerá mucho? ¿O sólo unas décimas de segundo? Cuando uno muere: ¿quedan en el alma esos últimos recuerdos? ¿O sólo quedan los buenos? ¿Tenemos alma realmente? ¿Tendrán alma sólo algunos, y otros al igual que yo no? Acaricio las cachas del revólver mientras sigo pensando y preguntándome estupideces: ¿para qué carajo vine? ¿Por qué no fui una liebre, o un gorrión, o yo que sé? Miro de un costado y del otro el fierro pavonado. El Taurus, la que más quiere mi viejo, su princesa. Va a ser un buen mensaje, pienso. Sí, lo va a ser, sonrío otra vez. De un trago me bajo el medio vaso que me queda de cerveza y lo dejo, vacío, en el banco de trabajo. Me siento, recostado, en mi vieja silla de trabajo, procurando dar la espalda a la pared más fácil de limpiar. Aprieto suavemente la punta del cañón entre los dientes. El frío del metal me hace doler la paleta de porcelana. Toco el borde con la punta de la lengua. Saboreo el acero. No me disgusta. Parece que el viejo se olvidó de limpiarla la última vez, siento un dejo a pólvora. ¿Dolerá? Paso varios segundos decidiendo, con el pulgar en el gatillo titubeo. Cierro los ojos después de echar una mirada a todo el taller, como buscando una razón para no hacer lo que estoy a punto de hacer. No la encuentro. Empiezo a pensar y me digo a mí mismo que deje de pensar y termine con todo de una vez. En un segundo me acuerdo de todos ustedes, de todos. Me sobresalta el timbre chillón de mi viejo celular, casi me mato del cagazo sin estar del todo decidido. ¡Me cago! ¿Quién será a esta hora? ¡Puede ser solamente una persona, una noche como ésta y a esta hora! Agarro el teléfono con una mano sin soltar el Taurus que cuelga a un costado de mi cuerpo, listo para tirar, apuntando al suelo. Miro la pantalla del Ericsson y lo confirmo: es ella. Levanto el revólver y lo miro, tengo una cosa en cada mano y dudo. ¿Termino o atiendo?

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El teléfono sigue sonando. ¡Así no me puedo matar tranquilo! Puteando entre dientes decido contestar y secamente digo:

− Hola. Del auricular sale una voz tan dulce y tan falsa como una moneda de chocolate. − Hola. − Y al segundo −¿Cómo estás?

− Acá estoy, en el taller. − ¿Que hacés a esta hora levantado? − Estaba por pegarme un tiro en la boca − le contesto de mala manera, como si en realidad me hubiera cortado la siesta o me hubiera interrumpido en medio de un buen polvo (aparte). Prosigo:

−¿Para qué me llamás a esta hora si pensás no encontrarme? − Bueno, nada, quería saber cómo estabas − me dice, como pidiendo disculpas. − ¿Pero qué hacés? De peor humor le escupo:

− Te lo acabo de decir: ¡me estaba por pegar un tiro en la boca! − Ay, ¡no seas boludo! En serio, ¿estás con alguien? Cínicamente (a veces me sorprendo de mis propias ocurrencias), le contesto que no, que si estuviera con alguien no le permitiría presenciar el espectáculo de ver mi sangre y mi materia gris estampándose contra las paredes.

− ¿No te parece? − le pregunto. − Ay, Marian, en serio, ¿qué te pasa? − ¿Qué me pasa? Nada, no me pasa nada, me pasa tan poco que me aburrí, y de aburrido que estoy decidí matarme. Silencio de dos infinitos segundos.

− ¿Me estás hablando en serio?

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− Si, Car. − La llamé como lo hacía cuando todavía la amaba, como cuando tenía que explicarle pacientemente alguna huevada − Más que en serio, enojado − Drásticamente le cambió la voz. − ¿Pero vos estás loco? ¿Cómo que te vas a matar? ¿Te vas a matar por qué? ¿Por mí te vas a matar? − preguntó estúpidamente. Fue lo más estúpido que hizo. − No, Car. − le mentí parcialmente − Por vos no hago más nada, ni siquiera eso. ¿Pero quién te crees que sos? ¿Vos te crees que sos tan importante para mí como para que me vuele la cabeza sólo por vos? Te crees mucho, me parece. − Bueno, pensé que lo nuestro había significado algo para vos… − ¡Sí! − Camino a un lado y al otro del taller, con el revólver todavía en la derecha.

− ¡Claro que significó! ¡Y mucho más que para vos, puedo asegurártelo! Pasa que me jodiste, pero no tanto como para que me mate. Sos jodida, mucho, pero no tanto. − Ay, Marian – Ese ‘ay Marian’ ya me tiene repodrido, le metería un voleo en el orto para que deje de decirlo − ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? ¿Por qué me hablás así? − Porque es la verdad ¿Cómo querés que te lo diga? ¡Te empeñaste en joderme la vida, en hacer las cosas imposibles, qué sé yo, ¡pero dejalo ahí! − ¿Qué querés que deje ahí? ¡Si estás diciendo cualquiera! Me enojo conmigo mismo y no escucho nada de lo que dice, la corto en seco:

− Car…− sigue hablando − ¡Car! ¡Pará! ¡Calláte! − ¿Qué? − Me pregunta, muy caliente ya. − ¿Te puedo pedir un favor? − Mi voz suena, a propósito, muy pacífica − No gastes más, no me llames más, eliminame de tu agenda, de tu messenger, de tu vida. Y si podés, de tu memoria, olvidate de mí, de que me conociste… Ahora es ella la que me corta, y otra vez dulcemente − ¿En serio me estás pidiendo eso, Marian?

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− Sí, en serio te lo digo, y por favor te lo pido: no quiero perder más tiempo con vos, no quiero saber más nada de tus proyectos, de tu vida, de a quién te cogés o de quién mierda te invita a comer a Puerto Madero. − Mi tono, a esta altura, ya denotaba un poco (bastante) de resentimiento. − Bueno − dice ella calladamente −¿Sabés qué? ¡Matate, Mariano! − corta. Quedo en el más absoluto silencio, mirando la pantalla y con el revólver, todavía cargado, colgando de la diestra. Sonrío. Me cago, pienso. ¿Puede ser esto? Acaba de evitar que me vuele la cabeza una de las razones que tenía para hacerlo, ¡Joder! Me río en silencio. Descargo el Taurus y lo guardo donde estaba. Abro la heladera y saco la de litro, todavía le queda algo, me lo sirvo todo y me lo tomo de un trago. Prendo un pucho y salgo. Cierro con llave la puerta del taller y miro al cielo: está todo estrellado.

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Daniel Dionisi

INSECTOS

No sé cómo logré mantenerme a flote en el mar dorado esquivando el choque de las rocas heladas a milímetros de mi cabeza. Fue el quinto maremoto y, siguiendo un crescendo inexorable, el más brutal de todos. Cada sacudida era más fuerte. Cada impacto de esa fuerza iracunda que lanzaba (porque no lo apoyaba, lo lanzaba) el vaso contra la mesa generaba en su interior un oleaje más y más furioso, que a punto estuvo de terminar anticipadamente con mi corta existencia. Por suerte, la gruesa espesura del vidrio de la base del recipiente permitía que no volara por los aires su contenido etílico, arrastrándome quién sabe hacia dónde en un desparramo mortal. Hubo un instante de calma en el microclima que me cobijaba, pero a través del vidrio podía observar, algo deformados, a los tres o cuatro monstruos verdosos que merodeaban en el exterior. De afuera llegaban voces guturales, espantosas y, a pesar de las sacudidas, en el interior del vaso me sentí a resguardo de los esperpentos. De pronto volvió la oscuridad. La mano gigante tapó toda luz proveniente del exterior anunciando otro viaje a la cornisa de esa cueva maloliente que era la boca del engendro. Mientras subía en mi nave de vidrio, por una hendija que se formó entre el dedo mayor y el anular alcancé a ver la chaqueta verde, los botones dorados con el sol grabado en el centro y la corbata color caqui. Con las pocas fuerzas que me quedaban trepé por la tersura de la pared transparente y me aferré al borde del vaso opuesto al que vertía el líquido amarillo en la caverna roja para no ser arrastrado en la catarata letal. Por un instante me aferré a un pelo de la nariz, una verdadera liana para mí, pero mis fuerzas flaquearon y volé nuevamente hacia el interior del vaso a esperar otro impacto contra la mesa. A afrontar un nuevo maremoto. Pero el antiguo mar dorado ya estaba casi seco. Ahora, por suerte para mí, era un lago minúsculo de un líquido transparente producido por el desecho de las piedras. En un instante de sosiego trepé a lo alto de la única roca que no se había derretido y fue entonces cuando escuché la voz pastosa y grotescamente marcial del monstruo que gobernaba mi vaso. Anunciaba la muerte. "¡Basta, me calenté! ¡Vamos para adelante con la toma de Malvinas!".

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No me costó nada entender sus palabras porque hablamos el mismo idioma. Él también era un insecto.

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Javier Russo

PROSAS OSCURAS

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ESCOLIO

Con el silencioso canto de la luna nueva, la aterciopelada y oscura noche fue sorprendida por aquellas tímidas estrellas. Al principio cantaron con suavidad para luego arremeter en estridente y violenta luz que dirigieron hacia la tierra abriéndole profundos surcos de donde brotó la sangre que furiosa y desafiante de la gravedad se elevó cuales columnas de rubí en busca del cénit deseado. Cuando el alarido de la luna llena opaco a las estridentes estrellas cesó el rojo fluir, se endureció y oscureció y una nube de sangre coagulada cubrió al plateado astro. El rojo mortuorio empapa la escena del desconocimiento pleno. La oscuridad borravino asciende desde las venas abiertas de la tierra. El temor ya no es tal, la emoción lo supera con el fuego abrasador de la adrenalina suelta. Puedo ver en los demás el miedo y no tengo remordimiento de mi total falta de compasión. Falsos escritos, que quieren pasar por antiguos, me describen como demonio. Nada más lejano a eso, soy libre de imposición y no está en mí imponer nada. No deseo posesión de cosa alguna o de persona o de ser vivo pero definitivamente no me poseerán. Mi presencia es temida en esta y en otras vidas. De la arcilla fangosa de un viejo río me hicieron tal como a vos que lees estas líneas. No soy distinto, solo soy libre de ataduras, de condicionamientos que tratan en vano de descargar su opresión para controlarme.

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Todos tenemos un lado oscuro ¿no?

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Molesto a la civilización porque veo como hombre pero también veo como animal. Soy instinto, pulsión, pulso y acción. Si así no fuera, sería solamente una cáscara vacía con virtudes y defectos que plagarían mi vida para apresar mi esencia. Me inventan nombres, niegan mi ascendencia y abortan mi descendencia. Hay otros como yo. Aparecemos y desaparecemos. Somos y dejamos de ser. La incultura nos etiqueta. Tienen miedo de no poder controlarnos. Necesitan imponernos dogmas con sus signos. Destruyen nuestros símbolos pero no importa, haremos otros y profanaremos los de ellos. No es un mundo nuevo para descubrir porque, siempre estuvo allí. Tus ojos no lo quieren contemplar porque siempre se ve como el ocaso de todo lo que te enseñaron como lo bueno y correcto. Es hora de que te preguntes, que es bueno y que es correcto. Si estás a tiempo, muchas de esas preguntas no tendrán respuesta propia, será la respuesta de otro, aprendida y enseñada generación tras generación para que algunos dominen y otros sirvan. No vengo a liberarte, pero sí vengo a gritarte que yo soy libre.

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Antonio Lendínez Milla

TRANSFORMACIÓN

Ante la hoja en blanco no sabía qué escribir. Al ir a la psicoterapeuta, se quedaba en silencio. Cuando iba con alguien, permanecía callado. Se preguntaba. ¿Pero qué digo, de qué hablo, qué puedo contar? Le pasaba a menudo. Tuvo una época en su vida en la que esa era la pauta: no sabía qué decir. Se había preguntado muchas veces, por qué le sucedía aquello. Le costó darse cuenta de cómo ponerle remedio. Se pasaba el tiempo analizando lo que tenía enfrente. Cualquier situación era objeto de escrutinio exhaustivo. No paraba su mente de discurrir, sobre las causas, los antecedentes y las consecuencias. Pasado, presente y futuro, todo ya estaba allí. Era el programa interior que había adquirido con su educación y aceptación. Cada clic al ejecutar formaba parte del programa, quedaba en el disco duro, integrado como correcto y definitivo. Era el programa automático que se aplicaba a sí mismo. Cualquier acontecimiento, que se saliera de aquel modelo ideal, era rechazado. Era motivo de inseguridad y nerviosismo. No se sentía a gusto. Demasiado perfeccionista; las cosas y situaciones tenían que ser así, tal cual él las pensaba, según el canon, enseñado y aprendido. Su esquema mental era inamovible. Despreciaba la opinión de los demás, la que se apartaba de la que él tenía respecto a cualquier situación. Su esquema de lo correcto o incorrecto, de lo malo o de lo bueno era el que prevalecía. Aquel terrible esquema maniqueísta le hacía ser intransigente con la discrepancia. Las cosas –se decía- son como son, como tienen que ser. Se estaba tornando rígido. Sus esquemas mentales se le estaban cayendo, no lo sostenían. Le producía ansiedad el desorden de las cosas, las que no encajaban en su esquema prefabricado, tal cual él las planificaba. Poco a poco se dio cuenta de cómo la mente dominaba su pensar. Se iba con sus pensamientos. La mente se estaba convirtiendo en una tirana de su propia perfección. Las cosas tenían que ser así o asá, tal cual él las había planificado. Porque así debían de ser. Tal cual él las pensaba. Ese orden le dominaba. La perfección se había adueñado de su vida. Nada quedaba a la improvisación. En lugar de tener la mente a su servicio, se había dejado dominar por ella. Sus principios eran irrenunciables. Por mantener aquel mandato o aquel programa de obediencia, estaba dejándose dominar por unos principios, que ya no

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aceptaba. Sus reacciones de enfado, que no sabía a qué obedecían, le estaban avisando, que por ahí, por aquel camino, ya no había futuro. La insatisfacción era manifiesta. Su cuerpo lo reflejaba, pero no hacía caso a aquellos avisos. Sus enfados, no sabía a qué obedecían. El cuerpo le estaba avisando. Le costó decir ¡Basta ya! y comenzar a observar lo que éste le decía. Todo aquel corpus formativo se desmoronaba, su educación y todo lo que él había admitido como correcto. No le gustaba, cómo estaba actuando, obedeciendo a unos patrones que no le satisfacían, le oprimían y no le dejaban hacer lo que él quería. Aquel personaje no era él. Se dio cuenta de que las cosas no eran buenas ni malas. Empezó a dejar de emitir juicios por todo, a no clasificar a las personas, con las nimias manifestaciones de sus apreciables actos. Darse cuenta de que aquel modo de ver la realidad era cuestionable, cuando menos, resultó un gran avance, en la percepción de su entorno, y de los demás. Dejó de etiquetar a los otros. Se dio cuenta que así los conformaba, y no podía relacionarse con aquellos prejuicios. Se abrió a lo que estaba frente a él. Dejó que se manifestara como de verdad era, fuera de su juicio equivocado. Sintió como algo muy cierto, algo sensato y positivo, dejaba de pelearse con la mente y sacaba aquel observador atento que dejaba hacer, que las cosas fueran como eran. Los problemas muchas veces se resuelven por sí mismos, sin intervención, o en última instancia cuando es preciso. No porque interviniese al instante, sino porque antes de hacerlo, un silencio atento y profundo le daba la respuesta correcta, la que necesitaba en ese momento, la que le satisfacía a él mismo.

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María Gabriela Failletaz

EL SECRETO

La amistad de tantos años les había estampado un sello de lealtad inquebrantable y en ese pacto de fidelidad y entrega, estimado, cuidado, resistía el secreto. El secreto era un símbolo de complicidad y cofradía, una confidencia oculta en el vientre oscuro de la blindada caja de una mentira. Ni la heroica y justiciera sinceridad prospera, ni la compasión por otros doblega, ni palidece la vergüenza ante el vigor de una buena alianza, a la hora de guardar un secreto. Pero un día llegó una traición cualquiera: trágica, maquiavélica, abyecta, enmascarando sus inmoralidades en culposos discursos acongojados. La hipocresía provocó pena y desgano. Y así como el secreto se redujo a un despojo inútil y disfuncional también el lazo se debilitó irremediablemente. Un cáustico deseo de venganza encarnó su furia visceral, pero el sólido afecto de siempre logró tomar equilibrio y dejar el secreto intacto en su lugar.

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EDICIONES LIPE DOMINGO 5 DE ABRIL DE 2015


L L I P E P E


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