MISTERIOS

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MISTERIOS


Portada Luis Alfonso MartĂ­n


MISTERIOS


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CONSIGNA DEL DOMINGO 22 DE MARZO DE 2015 Tema

MISTERIOS

Ponente

JULIO FERNANDO AFFIF

Tal vez el más grande de los misterios seamos nosotros vistos desde nosotros mismos. Pero la consigna es muy amplia y permite ahondar en el alma humana y en las razones que impulsan a la humanidad a querer develar acontecimientos, situaciones, desde lo espectral a lo meramente físico, en la búsqueda de la verdad. Volar con la imaginación nos permitirá primero encontrar el tema indicado y luego escarbar y avanzar hasta la luz o la oscuridad absoluta; dejar interrogantes abiertos es también parte del juego. Cuento, relato, poema, todo vale para plantear el inmenso dilema que empuja esa inmensa maquinaria que nos llevará algún día al conocimiento final de algo o del Todo. Misterios de la física, la química, de la astronomía, de la psiquis, religiosos, policiales,.. En fin, lo que gusten, pero que sea misterioso. Manos a la obra y ♫ Cha chan… cha chan…♪♫ Buena semana para todos.

Daniela Acher

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M. Pilar López O.

Para mí es un misterio, el recuerdo, el olvido, la transformación del sentimiento. Estás. Mira cómo te contemplo, respira en la distancia con mis ojos, y atrévete a decirme todo lo que con el tiempo olvidaste. Pues ya no importa lo que pudo ser, y ya no volverá el instante aquel, fugaz, inverosímil, casi soñado. Contempla mi pensamiento, atrévete a negarme tus ojos, dime adiós, que ya no importa lo que se perdiera en tan lejanos instantes. El agua se levanta y te derrumba, se arrastra hacia el pasado y lo alisa, deja un aroma inasible a tardes perdidas, pero ya no tristes, ya no tristes. Ya no estás, te he borrado como el viento que se lleva mi risa, como el sabor del mar entre mi pelo, como la fría mano del invierno en la mía. Ya no estás.

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Julio Fernando Affif

UNA MUJER MISTERIOSA

El predio de exposiciones le parecía más inmenso al atardecer, con las salas colmadas de gente, que esa mañana temprano cuando sólo unas cincuenta personas asistían con poco entusiasmo a una disertación totalmente descolocada, en un evento prestado solo para llenar un vacío de horarios. Juan tenía una cierta responsabilidad en la organización. Desde el escenario observaba los rostros de los presentes, invadido por una extraña tranquilidad que sólo tiene en los momentos difíciles. Nada se escapaba, según era costumbre, de su aguda observación. Y pudo ver a los que disimulaban un bostezo, fingiendo interés sobre lo que se decía; a los que realmente les interesaba; a los que observaban el encuentro con la profesionalidad de los servicios; a quienes no entendían nada; y a ella. Algo le atraía de la personalidad cuasi misteriosa de esta mujer. Había cierta rigidez en sus gestos, que Juan no sabía a que atribuir: si a una conducta dura y formada para los negocios, a una cierta inseguridad frente al medio en que tenía que desenvolverse o simplemente era la forma de mantener la distancia ante el embate acosador de la mayoría de los hombres que no podían sustraerse a su belleza. Pero a Juan no le interesaba una conquista amorosa. La intriga no se extendía más allá de intentar comprender por qué la mujer le parecía tan misteriosa. Vista desde arriba, con la sagacidad de quien los años no le han pasado en vano, Juan advirtió que la aparente seriedad y abstracción de la mujer no eran más que aburrimiento y fastidio. Ella se destacaba del conjunto, como una flor amarilla sola en el medio del césped.

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Juan había sido un seductor de aquellos que aprendieron en la juventud a fuerza de rechazos y frustraciones. Para Ana, Juan era tan interesante como un tratado sobre psicología de las hormigas africanas pero se encontró caminando, casi sin darse cuenta, junto a este personaje para ella intrascendente, que no le atraía en lo más mínimo, pero que sin embargo le inspiraba, con reservas, cierta confianza. Esa noche, en la oscuridad de su cuarto, con los ojos abiertos hacia arriba, Juan recordó fugazmente la imagen de Ana, que resplandecía en su memoria como una fantasmal aparición. Y entonces, repentinamente, en un destello de lucidez, comprendió la razón de aquel misterio...

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Fer Iñarra Iraegui

HISTORIA ROBADA... MISTERIOS I

Mudarse a una casa después de vivir en departamento, fue una experiencia magnífica. Apareció el pasto en sus vidas disfrazado de jardín con plantas y flores, pajaritos que los visitaban y la ilusión de ese perro que siempre habían querido. Las largas distancias entre las habitaciones, cuartos arriba, tres baños, la cocina abajo… ¡sótano y garaje abrieron inesperadamente su pequeño mundo a una dimensión inimaginable! Juan, el mayor de los tres hermanitos, además de ser el primogénito, era el único varón, así que su vida transcurría en otra dimensión, una realidad de características muy diferentes a la vida que llevaban sus hermanas, algo así como una dimensión paralela. Macarena, la segunda, era la primera nena, así que también tenía un puesto destacado dentro de la vida hogareña. Rubia y de ojitos celestes, de mínimas dimensiones, de una presencia avasallante que se hacía notar como todo petiso por su postura pendenciera y sus ingeniosas y a veces hasta macabras ideas que llevaba a cabo con ayuda de su hermanita menor, Agustina, que la seguía a todas partes y la consideraba su hermana mayor y, por ende, una persona responsable. Agustina, la más chica en ese momento, redondita y risueña, coqueta, femenina, creativa y alegre, siempre estaba rodeada de su familia y eso le daba confianza a pesar de su corta edad. Mamá y papá los amaban y eran muy felices. Mami los cuidaba, los llevaba al colegio y compartía mucho tiempo con ellos, pero papá tenía un trabajo por el que debía viajar mucho, durante largos periodos. Tal vez fueran sólo cinco días al mes, tal vez viajes de quince días, pero la verdad es que no importa cuánto duraran los viajes, para los chicos siempre duraban una eternidad. Es por eso que cuando papá no estaba, los lazos se estrechaban para armar una coraza en casa que les diera seguridad a los chicos. Las noches eran la parte de la jornada donde más extrañaban a papá, la cena, acostarse sin su beso y dormirse sabiendo que él estaba lejos…

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Eso era lo que hacía que nubes de temor se asomaran a las camitas y costara más dormirse. A veces, las nenas que dormían en un mismo dormitorio, en camitas gemelas, se despertaban de noche. Un ruidito, una frenada que se escuchaba, el viento que sacudía las ramas de los árboles, el sacudón de las ventanas que parecían querer abrirse de par en par, la lluvia o simplemente un mal sueño. Estar en la casa a oscuras, despiertas de noche y como único escudo protector las sábanas de Pooh no eran garantía de nada, así que mientras los ojitos se apretaban y los cuerpitos temblaban de miedo, sus oídos atentos se mantenían alerta. Entonces escuchaban que mamá apretaba el botón del baño y el agua corría para darles la certeza de que mami estaba allí para cuidarlas. Esto las tranquilizaba cada vez que ocurría y se dormían plácidamente. Durante toda su niñez se repitió esta situación, que parecía de lo más normal y resultaba tan oportuna; sin embargo, mami nunca se levantaba de noche para ir al baño y, aunque parezca mentira, las nenas siempre escucharon el agua correr y eso las tranquilizó… Un hada, un espíritu, su angelito de la guarda, un sueño recurrente… no lo sabemos, pero que pasó, pasó.

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II

La misma familia... unos años después... buuuuuuuuu… La primera en levantarse cada mañana era Pilar. Para ella no corrían los feriados o los fines de semana, todos los días eran el presagio de una nueva aventura, así que llamaba desde su cuna, clamaba por su mamadera y el día comenzaba así para mamá también. Las dos bajaban las escaleras entre arrumacos y juegos camino a la cocina amplia y luminosa, siempre ordenada. En la familia estaba bien clara la consigna de que no podían quedar cosas, juguetes, zapatos, cajas ni nada, absolutamente nada, por el suelo, nada desordenado ya que los abuelitos que desde siempre habían vivido con ellos, no veían y podían entonces tropezar con lo que estuviera fuera de su lugar. Todos se cuidaban y aprendían a vivir en armonía. Aún así, una mañana, cuando Pili y su mamá entraron a la cocina, descubrieron con asombro que los tarros del azúcar, harina, yerba y café, estaban colocados en fila, justo a la entrada de la habitación. - ¡Qué raro! , pensó mamá, - ¿cómo habrán venido estos tarros a parar al suelo? Y bajando a Pilar de sus brazos, la sentó en el piso y guardó las latas nuevamente en la alacena. Preparó la mamadera y el desayuno para la familia, olvidándose en ese momento de lo ocurrido más temprano. A los pocos días, papi volvió de su viaje de trabajo y un domingo a la mañana cuando Pilar pidió bien temprano su leche, se levantó él a mimar a su pequeña que tanto había extrañado en esos días. Bajaron juntos las escaleras entre besos y risa y al llegar a la puerta de la cocina… allí estaban los tarros del azúcar, harina, yerba y café depositados en fila junto a la entrada. Por más que esto también le resultó extraño al papá, simplemente los guardó, preparó la mamadera y siguió su día sin comentar lo sucedido. Si bien este hecho siguió repitiéndose y a veces los veía mamá y otras los encontraba papá, no fue sino después de varios meses que se comentó en familia el misterio de los tarros. Los hermanitos de Pili, más grandes que ella y que ya iban a la escuela, en vez de asustarse por el relato misterioso de sus padres, decidieron investigar.

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Comenzaron a levantarse más temprano en las mañanas a llevar a su hermanita a desayunar o simplemente a ayudar con el desayuno, con tal de ver los tarros en fila y tratar de descubrir quién los ponía allí. Infructuosos fueron sus esfuerzos. Se turnaban en días y horarios para tomar de sorpresa al duende, al fantasma o al espíritu juguetón que desordenaba la cocina. Nada. Nunca descubrieron quién se tomaba el trabajo de colocar los cuatro tarros en la puerta de la cocina, ni tampoco a qué hora ocurría, pero desde entonces las mañanas en esa casa fueron una fiesta, los chicos nunca protestaban para levantarse temprano y corrían escaleras abajo en tropel para encontrarse con los tarros en fila que se turnaban para guardarlos en la alacena antes de comenzar su día. Hoy Pilar es la única hija soltera que sigue viviendo en la casa con sus padres y de vez en cuando, antes de irse a la facultad, se la escucha cerrar la alacena mientras prende la pava eléctrica para prepararse el desayuno bien temprano.

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Cristian del Rosario

ENSALADA DE CAMARONES

− Pasame la ensalada... − ¿Qué ensalada? − La que traje recién del mostrador. − No trajiste nada. − Boluda, recién, recién la dejé en medio de los platos. Adelante tuyo. − Vi que traías algo, pero me distraje con el celu... pensé que era este plato de arroz. − No, no yo no me serví arroz, pensé que el arroz era tuyo... − Si yo no me moví de acá, fuiste vos a servirte. − Qué sé yo... capaz que también te levantaste... no sé. − No, boluda ¿quién soy? ¿La mujer maravilla? − Y la ensalada no la viste... me había servido también dos huevos rellenos.

− NOOO, sólo vi el arroz... ¿segura que no te serviste arroz? − Noooo... ok... banca que me voy a buscar más ensalada... vine acá sólo por esa ensalada de camarones. ................................................................

− Ya está… podés ir vos, mirá que se acabó la ensalada, al fin traje arroz...

− Perdón... ¿Me habla a mí? − Disculpe, señor, esta mesa está ocupada, estamos mi amiga y yo. − Imposible, hace una hora que estoy comiendo con mi esposa acá.

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− ¿Me está jodiendo?... Hace dos minutos mi amiga estaba sentada en ese lugar... − Disculpe, creo que se confunde... En esta mesa hace una hora que estamos almorzando mi esposa... fíjese si...

− Noooo era esta mesa... Usted miente, ahí está en la silla la cartera de mi amiga…

− Le pido que no se altere... debe haber una explicación. − Y esa ensalada... ¿con huevos rellenos? ¡Usted tiene mi ensalada! ¿Qué hizo con mi amiga?

− Esa ensalada me la sirvió mi mujer... − ¡¡¡MENTIROSO!!! Ahí viene mi amiga y se va aclarar... − Carlos, ¿qué pasa? ¿Qué son esos gritos? ¿Quién es este señor? Iba a decir ¿qué señor?... cuando vi en el espejo del tenedor libre a mi amiga con dos señores que no conocía, y uno en su mano, tiene el plato de arroz que me acababa de servir.

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Antonio Lendínez Milla

MISTERIO

Misterio es toda la vida, saber lo que es, todo un reto. Pienso, todo lo que dentro está, fuera es sólo un reflejo. Si un misterio es esta vida, más aún es lo que somos. Pocos parten de la vida sabiendo lo que son ellos y no lo que son los otros, los otros somos nosotros; tan sólo un tenue reflejo que comprehender no sabemos. “Conócete”, dijo el sabio. “Mírate atento por dentro”. Si queremos, pues, saber cuál es de la vida el objeto; cómo la vida es, cuál es la verdad que hay dentro. Es un mero especular, aún siquiera lo que siento. Es eso que pienso verdad o en verdad me estoy mintiendo. Sé que todo es muy fugaz, que la vida es un segundo. “Un sueño”, dijo Calderón, la creación de este tiempo. Disfrutar es lo que vale, vivir de verdad el instante. Disfrutar de los amigos; enamorarse es así, que esa fuerza que te atrae desee sentir contigo. Amar, querer, soñar. Lo que dure no lo sé; no sé si es bueno, ni malo. La verdad, yo nada sé. Tan sólo sin hacer daño, quiero disfrutar mi ser. Saber lo que soy, qué persigo, disfrutar con sencillez, con humildad ser consciente del momento en el que vivo. Cada cual sabe qué busca, sabe, creo, su camino; mas no sabe cuál es ése, encontrarlo es su destino. Para qué estoy yo ahora aquí, es una suerte estar vivo. Gracias por ello doy. En cada instante decido: cómo tomarme las cosas, y el rumbo que yo he elegido. La respuesta que daré, la atención que ponga al caso, decidirán ahí mi vida, le darán a la vida el paso. Si la vida es un misterio, es el que queda dentro, libre he de elegir el camino para resolver el misterio. Tránsito que el amor construye, resolviendo ese silencio. Ese amor, que ansías contenta, del vacío que hay por dentro.

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Federico Cahn Costa

MISTERIO

¡Qué linda que es! Me impresionó su carita cuando la vi por primera vez. Creo que ahí fue que me enamoré de ella. Yo mido 1,63 y ella 1,78. Ella pesa 56 kilos y yo el doble. Tiene plata y yo no llego a cargar la tarjeta SUBE después del 15. Ella fue tapa de una revista de modas 2 veces, sus ojos verdes la ayudan, y a mí ni siquiera me tomaron un aviso en Segunda Mano para vender la bicicleta. Los anteojos no me ayudan. Ni lo chueco. Ella no camina, flota. Mis pies planos hacen que arrastre los zapatos al andar. Y sin embargo la veo entrar del brazo de su padre por el pasillo central de la iglesia y no entiendo qué hago yo acá, parado adelante de todos, esperándola. Ah, sí. Tengo que comenzar. -"Estamos aquí reunidos, mis queridos hermanos, para celebrar estos misterios". (La mierda, qué facha tiene el novio...)

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Profe Ballán

MISTERIO EN EL AULA

Me preparaba para ir a rendir a la facultad. Un cuaderno enrollado y una bic. Saludo a mi madre y a mi esposa y salgo a la calle. Busco con el auto a Walter y a Ricardo, dos pibes del barrio que estudiaban en la misma facultad que yo. Tienen veinte y tantos, diez años menos que yo. La vida universitaria a los 20 (sobre todo cuando no se trabaja) es bien diferente que a los 30. Es el centro de la vida social, los chicos se quedan y quedan, van a la cafetería, charlan en la esquina, programan las noches y salidas. Uno, en cambio, termina de tomar una clase y vuela para seguir con su vida (porque la universitaria no es su vida, es otra actividad dentro del Universo de actividades). Es por eso que cuando suben le digo a Walter (que ya maneja) que le dejaré las llaves del auto durante mi examen para que se muevan mientras yo estoy rindiendo. Conduzco por la avenida y al llegar a la calle 22 tengo que girar hacia la derecha pero me detengo: veo a mi padre -arquitecto- en plena tarea de dirección de obra. Pongo balizas y bajo un minuto a saludarlo; le está indicando a los albañiles que no pastinen los cerámicos hasta casi el final de obra. Seguimos camino, llegamos, estaciono, y le dejo las llaves a mi vecino. Busco mi aula, como faltan 20 minutos, soy el primero en llegar, me ubico en primera fila, y me dispongo a esperar. Cuando todos llegan comienza el examen. Tengo una pila de hojas blancas de resma (para impresora) y un bolígrafo con mis iniciales. Antes de recibir el impreso con las consignas me pongo a escribir. No comprendo lo que pasa, sé lo que tengo que escribir antes de saberlo. Lo hago en forma automática. Tengo una expresión de confusión que me inhibe pero mi mano sigue escribiendo. Es un misterio, me digo a mi mismo. Algo se confabula en el Universo y me lleva a actuar de maneras incomprensibles (como hacerle vivir a mi esposa con su suegra, prestarle el auto dos adolescentes, dejar el auto en una avenida para saludar a mi padre a quien veo en todas las cenas) e incluso, hay apariciones milagrosas, como el bolígrafo o las hojas blancas. Confundido, entrego mi escrito sin siquiera leer lo que dice ni lo que me piden. Confundido salgo del edificio sin saber cómo volveré a mi casa sin el auto. Estoy confundido y camino sin rumbo como un zombi.

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Y sentado en el cord贸n de la vereda me repito a m铆 mismo: - Es un misterio.

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Aitor Arjol

EL MISTERIO DE UNA AGONÍA

No sé quién soy pero me elevo ante tus ojos. Eres oscura. Desnuda. Suave. Te ampara la humedad de mis labios. Somos un amplio misterio. Vos y yo. Como candelabros en el cielo. Ni sé yo. Ni sabes vos. Como de anchos nos conocimos pero de qué se impregnaron nuestras caderas. Oportunos. En silencio. Antagónicos. Más allá del cirio donde arde la posibilidad de tu desdicha. Amor del bueno. Amar sin plata pero con mucha honra. Aquella noche circulamos en cueros. Así nos amparó la negra niebla de la cama. Si sé quién eres. Si sé quién soy. Perdí la memoria de tanta araucaria sobre mis hombros. Todo se hizo así. El grito. El gemido no inventado. La pintura de tu boca carcomida por mis dientes. Y aunque el mayor misterio fuera nuestras respectiva identidad, no es menor cierto que nos acabamos conociendo en la profundidad de la agonía.

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Carmen Navajas Rodríguez de Mondelo

MISTERIOS

El señor gris invitó a entrar en su casa a la joven amapola. Mientras ella se acomodaba en el comedor, él echó las cortinas y los volvió a ver; eran sus amigos misteriosos. Estaba ya acostumbrado a su presencia y no le daba importancia alguna cuando veía sus siluetas detrás de las cortinas. Respiro plácidamente y miró con serenidad a la joven amapola, no quería que ella notara ningún fenómeno anormal. La joven amapola seguía extasiada y algo desconcertada, no entendía bien su estado de apasionamiento pero le gustaba. Le llamaron la atención unas margaritas de gran belleza y tamaño que había por toda la habitación, suspendidas del techo unas y otras en el suelo a modo de alfombra floral. Sus pétalos eran sedosos de un blanco inmaculado y con un brillo que resplandecía en toda la habitación. Nada más entrar, sus glándulas olfativas se habían estimulado; un olor desconocido, penetrante y cautivador, impregnaba todo el ambiente produciendo en ella una sensación distinta y muy grata. No existía nombre para ese aroma. Todo era misterioso en aquel lugar, sumergirse en él era algo nuevo y muy excitante. Le llamó la atención una foto de grandes dimensiones que había en la pared de en frente. Era una niña de unos seis años, vestida de amarillo, su mano levantada saludaba a alguien. Una lluvia de margaritas de gran belleza adornaba el fondo de la foto. El señor gris le comentó que había obtenido un principio activo que estimulaba la belleza y el apasionamiento y de modo fortuito descubrió, sin que él lo buscara, una semilla de margaritas que tenían la capacidad de crecer en belleza, eso las hacía más resistentes y no se marchitaban. El señor gris fue a la cocina a preparar un té con pastas, la noche estaba fría y el viento era muy violento, necesitaba un buen clima para su invitada sorpresa. Mientras, la joven amapola se recostó en una butaca e intentó analizar lo que le estaba ocurriendo. En ese instante de paz fue cuando vio transparentarse tres siluetas detrás de las cortinas del balcón. Eran dos hombres y una mujer. Los dos hombres eran de mediana edad. Uno de

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ellos llevaba una margarita gigante que, a modo de cometa, volaba por la ventana. El otro era de cara alargada, un foco iluminaba su rostro. La mujer vestía de azul celeste y encajes, su cutis era liso y brillante, su cabello sano de color dorado, decorada con bellas margaritas superpuestas en su vestido. A los pocos minutos entró el señor gris. Ambos compartían el silencio de la noche, se miraron a los ojos quedando sumergidos en un estado desconocido pero muy placentero. Él se había percatado, al mirar el rostro de la joven, que ella tenía la capacidad de ver a los misteriosos fantasmas y le comentó como si le estuviera leyendo un texto:

− Sí, están ahí. Aunque no todos quieren verlos. Sólo los que se adentran en FANTASÍA utilizan la intuición y el poder de la observación plena. Allí están almacenados todos los recuerdos los que hemos vivido y los que no. Nuestras neuronas son las primeras en decidir, para que luego digan que es la razón... Y continuó diciendo:

− Estos personajes que acabas de ver detrás del telón, formaban parte del escenario de nuestras vidas, el AZAR hizo que no se manifestaran en su momento. Ha sido la LUZ la que ha activado algunas neuronas, proyectando las imágenes de estas tres personas. Ellos tienen algo que decirnos, creo que esperaban tu llegada. La joven amapola escuchaba con atención las explicaciones del señor gris... Su cuerpo ansiaba una comunión con él. Cruzaron sus miradas. No hizo falta nada más.

(continuará)

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Horacio Petre

MIL PRIMAVERAS (Repliegues)

El otoño hizo su entrada sin pasar desapercibido y aquella mañana los habitués del Mil Primaveras entraban frotándose las manos, comentando el esperado cambio de temperatura. Había pasado un tórrido verano y el nuevo frescor era un bálsamo para los sufridos transeúntes porteños. Cristian fue uno de los primeros en entrar aquella mañana, no eran las ocho todavía. Pidió un cortado y se puso a revisar su Blackberry. El salón se fue llenando, Edi, uno de los mozos de la mañana veía que habría una buena cosecha en propinas y le guiñaba un ojo a Guille, el mozo del otro sector, en clara señal de complicidad. Un rato más tarde, Cristian terminó su cortado, pidió la cuenta, pagó y se fue. Cuando Edi volvió a recoger el servicio, encontró sobre la mesa una suerte de prisma, torsionado, hecho con un par de servilletas de papel. Le llamó la atención la habilidad del cliente para las manualidades, pero se olvidó prontamente del adminículo y se lo llevó en su bandeja con el resto de la vajilla usada. A media mañana, Daniela entró al bar, pidió un té con limón y le rogó encarecidamente al mozo que le trajera el servicio lo más rápido posible. Guille tomó el pedido y en menos de cinco minutos ya estaba sirviendo la taza, la jarra con agua caliente y los platitos con saquito de té y rodajas de limón. En las pantallas de televisión se veía un canal de noticias. Comentaban el avistaje de ovnis en el aeropuerto de Málaga, en España. Se veían tomas de canales ibéricos en que entrevistaban a gente que había observado el inusitado fenómeno. Daniela ni se enteró de lo que pasaban por la tele, contestó un llamado apresurada, garabateó algo en la servilleta de papel que tenía, pidió la cuenta, pagó y se fue. Edi no pudo evitar mirar el dibujo garabateado... y un escalofrío recorrió su espalda. Se veía en esos trazos claramente el mismo volumen que el tipo de la mañana había maquetado con servilletas... Ese prisma, con una torsión de la base al tope, irradiante de una fuerza totémica.

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El mozo tomó el dibujo separándolo del resto de las cosas. Ordenó su plaza y fue hasta el tacho donde se tiraban los papeles, allí estaba, apenas deformada la mínima escultura que había hecho Cristian. Edi llevó el dibujo y el prisma de papel a un apartado del salón en el que ponían servilletas, manteles y vajilla limpia. Se quedó un rato mirando el dibujo y el pequeño modelo tridimensional, sin saber que pensar. Luego del mediodía, en una de las mesas más cercanas a la puerta se sentaron un par de amigas. Pidieron un café y un cortado, hablaban fuerte, se reían y hacían planes. Una de ella sacó una vela con su contenedor de vidrio de adentro de una caja cúbica, se la mostraba a la otra. Edi sirvió los cafés, y se retiró. Mientras charlaban una de las mujeres empezó a peinar el azúcar derramado sobre el mantel, armando un dibujo... Edi se puso tenso. Se acercó a ver el dibujo, pero el brazo de una de las mujeres le impedía ver. Estaba sugestionado, esperaba volver a ver la imagen del prisma nuevamente. ¿Lo deseaba? Una hora más tarde, luego de pedir la cuenta, las dos mujeres se fueron y ahí sí, Edi pudo ver el dibujo hecho con azúcar sobre el mantel. Tal como esperaba era el mismo prisma torsionado de la maqueta y el dibujo en servilleta de la mañana. Imposible llevarse el mantel con el dibujo, Edi sacó su celular y registró los trazos de azúcar antes de levantar todo. Una mezcla de sopor y extrañamiento lo invadía lentamente. En los monitores seguían con el tema del avistaje de ovnis en Málaga. En un momento dado entrevistan a un tal Antonio, justo cuando Edi estaba mirando, y lo que vio lo aturdió por completo. El español que narraba maravillado lo que había visto ese día, tenía una remera con un dibujo. El mismo dibujo que se venía repitiendo desde la mañana. Edi no sabía si comentarle a Guille o a alguno de sus compañeros la secuencia de esta imagen repetida... No sabía muy bien como explicárselo a sí mismo... La incipiente sensación de levedad lo tenía totalmente tomado. Un rato antes de la hora del té entró el hombre de cabeza rapada y barba candado. Pidió un cortado en jarrito y una medialuna. Edi, a punto de terminar su atribulada jornada, ordenó en la barra, mientras observaba que el cliente se enchufaba unos auriculares y sacaba un cuaderno en el que empezaba a escribir. Sirvió el pedido y se fue a atender otras mesas, aunque no pudo dejar de mirar al hombre que escribía en su cuaderno. Luego de un rato, cuando ya estaba preparándose para terminar su jornada de trabajo, se acerca para cobrar la mesa. No puede evitar mirar el cuaderno. Espera, ansía encontrar el prisma que se le venía apareciendo toda la mañana, piensa preguntarle a esta persona de dónde es que viene esa imagen,

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por qué a él... pero sólo encuentra texto en el cuaderno. Ningún dibujo, ninguna imagen. Y el hombre que sonriendo lo mira y le señala el comienzo de lo escrito, instando a que lo lea. Edi se acerca, lee un título que nada le dice y luego una breve narración que empieza diciendo: “El otoño hizo su entrada sin pasar desapercibido y aquella mañana los habitués del Mil Primaveras...”

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Jorge Pailhé

EL MISTERIO DE LA BOMBA QUE LLEGÓ DESDE EL PASADO

− ¿Le conté el caso de la bomba que explotó con varios meses de antigüedad? Don Vílchez me hizo la pregunta una de las tantas tardecitas que lo visitaba en su casa de Tapiales para preparar el libro sobre su vida en el que estuve trabajando varios años de mi vida. Don Vílchez había sido comisario entre los años 60 y 70, época jodida si las hay, y ahora se dedicaba a recibirme con unos mates exquisitos que acompañaban las tortitas negras que yo tenía la obligación de llevar a cada encuentro. Aquella ocasión llegué a su casa puntualmente a las seis de la tarde, como era habitual, y no me había sentado casi, no había tomado el primer mate, cuando él arrancó con su ya clásica "¿le conté el caso de...?". Don Vílchez no era más que un policía, un cana, un yuta -como decimos comúnmente- pero de aquéllos que no abundan: con sentido del honor, con vocación de servicio y más honesto que la Madre Teresa de Calcuta. Había estado más de quince años en la División Investigaciones, donde hizo gala de su capacidad de análisis y de aplicación de la lógica para resolver varios casos. Casi un Hércules Poirot bonaerense, se diría.

− Esto ocurrió en un caserón enorme, con un patio también muy amplio y pleno de fallaje en la zona de San Isidro − continuó, sin siquiera darme la oportunidad de responder su pregunta. − Era la casa de un empresario de la industria del calzado que tenía más plata que los ladrones. Don Vílchez hizo una pausa para tomar un mate y cebarme otro, y antes de proseguir le dio dos buenos mordiscones a una de las tortitas negras.

− Era octubre, el tiempo estaba bastante agradable. Una bomba explotó adentro mismo de la casa del empresario, que se llamaba Quintero. Explotó desde el jardín, digamos, dañando gran parte de la vivienda, en

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especial el despacho del dueño de casa, que tenía un gran ventanal que daba al jardín. Otra pausa para un nuevo amargo me permitió ordenar los datos que me iba dando. Cada información que Don Vílchez te daba tenía un por qué. − Nosotros llegamos a la casa de Quintero en cuanto dieron aviso, y ahí nos encontramos con un panorama terrible. El pobre hombre había muerto sentado en su sillón, frente a un escritorio que tenía un montón de papeles de trabajo y retratos de él, su esposa y sus cuatro hijos. La detonación había destruido el ventanal. El patio y jardín eran inaccesible desde el exterior, o sea que la bomba tuvo que haber sido entrada desde la casa, pasando al jardín. Y ahí teníamos un problema. El matrimonio Quintero había estado ausente por un largo viaje de negocios-placer por Europa. Se habían ido en agosto y habían vuelto en octubre, unos días antes de la detonación, tiempo en el que nadie había entrado a la casa salvo Quintero y señora y el personal doméstico -chofer, cocinera y mucama- todos ellos con más de 20 años de antigüedad en la casa. Nadie había visto entrar a alguien con un paquete extraño o algo así. Dos de los hijos vivían en Estados Unidos con sus familias y los otros dos en el país pero no aquí, uno en Córdoba y el otro en Mendoza. Todavía no habían visto a sus padres luego del regreso de ellos de Europa.

Don Vílchez me vio garabateando anotaciones a máxima velocidad y entonces hizo una pausa. Su actitud humanitaria no duró mucho. − Los diarios titulaban "El misterio de la bomba que llegó desde el jardín" o cosas parecidas, porque en verdad era imposible que ese artefacto hubiera estado colocado allí. ¿Cuándo la pusieron? ¿Cómo? Los peritos lograron reconstruir que se trataba de una bomba de tiempo. ¿Desde cuándo estaba programada para detonar allí?

Era el momento que se aproximaba el fin del misterio. En ese tramo de la narración Don Vílchez siempre hacía una pausa más larga. Era su momento. − A tres días de la detonación me enteré que antes de que se iniciara el viaje, uno de los hijos − el mayor, con problemas de deuda de juego− había visitado la casa y había ido a fumar un cigarrillo al jardín, porque Quintero no permitía que fumaran adentro de la casa. Al mismo tiempo, las pericias indicaron que, entre otros daños enormes de la detonación, se había encontrado restos del caparazón de una tortuga.

Este era el otro momento preferido de Don Vílchez, cuando la revelación de la solución estaba en marcha.

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− ¿Quién lleva un peso encima y no se da cuenta? Una tortuga. ¿Quién pudo tener un peso encima más de dos meses en el mismo lugar? Una tortuga invernando. ¿Quién pudo llevar la bomba al lugar que más convenía en el momento en el que volviera el dueño de casa? Una tortuga que había dejado de invernar. Detuvimos al muchacho, que confesó que en esa tarde llevó la bomba programada para estallar dos meses después y la pegó sobre la pobre tortuga, que dormía plácidamente como cada invierno bien cubierta por la tupida vegetación de la casa de Quintero...

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Horacio Tort

MISTERIOS

El 7 y 8 de diciembre era un fin de semana como cualquier otro en Buenos Aires, más allá del festejo del día de la Virgen entre los católicos practicantes. Se esperaba buen tiempo, sin excesivo calor y los colegios estaban celebrando el fin de clases. En las redacciones deportivas de los diarios y revistas especializadas al igual que en las oficinas de los canales de TV abierta o de cable dedicados al deporte, los periodistas y asistentes iban haciendo su trabajo en base a los resultados de los partidos que se iban disputando en las principales divisiones. Los comentarios del viernes eran coincidentes en lo aburrido que estaba el campeonato con tantos partidos terminados 0 a 0, resultado que se había repetido en los 3 partidos disputados aquel día. Las crónicas daban cuenta de una inexplicable imprecisión y de un cúmulo de errores de los delanteros al momento de definir frente al arco rival. Nada fuera de lo común para un deporte que alguna vez fue definido como el arte de lo imprevisto. El sábado amaneció soleado, tal como estaba previsto, lo que era bueno para un calendario deportivo muy apretado al cual le quedaban sólo dos fines de semana para la culminación de los torneos de 1ªA, B nacional y 1ªC. Los partidos de las tres divisiones comenzaron a disputarse a partir de la mañana y para el mediodía lo único llamativo es que todos ellos terminaron 0 a 0. Cuando a la noche del sábado, con 15 partidos disputados entre las tres divisiones, en ninguno se había abierto el marcador ya la sorpresa había dado lugar a todo tipo de hipótesis, desde el Ministro de Deportes que alegaba una estrategia conspirativa de los clubes en busca de una mejor financiación de Fútbol para Todos, hasta periodistas alarmistas que presagiaban el ocaso definitivo del fútbol argentino. Pero cuando las redacciones y canales de TV empezaron a recibir llamados de otros países, todos ellos entre sorprendidos y alarmados por estar viviendo una situación similar, el nerviosismo y la tensión fue generalizada. Los canales de noticias ya daban cuenta de la situación a nivel global con imágenes de partidos diputados en Japón, Uzbekístán , Australia, Canadá, México, Egipto, Sudáfrica, India. No había continente ni país donde esta situación no se repitiese. Los goles errados de manera inexplicable no encontraban explicación. Las teorías conspirativas se caían a pedazos ante la imposibilidad de ponerse de

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acuerdo tanta cantidad de jugadores, de latitudes tan diversas. ¿Hechizo? ¿Magia negra? Todo entraba en análisis y nada se descartaba. Hasta aquellos que argumentaban una influencia extraterrestre en esta situación, no encontraban argumentos sólidos para enfrentar tal teoría, lo que da una magnitud de la inquietud y locura reinante en el mundo. Esta ya no se limitaba a los amantes del fútbol sino a toda la población mundial. Cualquiera que hubiera prendido un televisor, una radio, leído un vespertino o charlado con algún vecino, estaba al tanto e intranquilo por este rarísimo e inexplicable fenómeno. No se hablaba de otra cosa, las redes de comunicación colapsaban, y si bien no había ningún efecto en la vida diaria de la gente, el fenómeno despertaba cierto temor. No es inapropiado suponer que todo el planeta estuvo en vela esa noche. El domingo, Día de la Virgen en nuestro país, se disputaron todos los partidos faltantes en todos los países del mundo. Así lo había resuelto de urgencia, por tele-conferencia, una asamblea de la Naciones Unidas, en combinación con la NASA y las principales cabezas de las distintas religiones del mundo. Mientras tanto, los jugadores reporteados antes de los partidos decían no entender que estaba sucediendo pero confiaban poder quebrar el maleficio, cosa que nunca sucedió. Estadios llenos fueron testigos del mismo resultado, 0 a 0. Para el domingo a las 22:50 solo un partido estaba inconcluso. Jugaban el Flandria puntero de la 1°C y Acassuso, peleando el descenso en dicha categoría. Quedaba un minuto de juego y ya nadie, incluso los mismos jugadores, esperaba otra cosa que la finalización del partido cuando el flaco Dominguero, el arquero de Flandria, se acercó al borde del área grande pateó la pelota hacia la posición de su wing izquierdo. El turco Amed, wing de Flandria fue al encuentro de la pelota pero en su camino fue superado por el 4 de Acassuso, el veterano Jesús Iglesias, apodado cariñosamente “pocavida” en virtud a su delgadez, quien la tomó de volea así, como venia, y la arrojó de vuelta con destino al campo rival. El despeje de “pocavida” tomó por sorpresa al flaco Domínguez, que en desesperada carrera intentó infructuosamente volver bajo los palos y terminó enredado en la red junto con la pelota que había ingresado en un ángulo. El juez de línea corrió inmediatamente hacia el medio y el árbitro del partido, el tano Coletti convalidó el gol. “Pocavida” fue abrazado por sus compañeros y, algo inusual, felicitado por sus rivales, lo cual le resultó extraño, lo lógico era que éstos lo putearan. Estaba feliz por ser el primer gol que hacía en su larga y modestísima carrera. Y no tenía idea de lo que ese gol representaba. Había estado todo el fin de semana encerrado trabajando en su carpintería intentando terminar una cama que le había encargado el rengo Insúa, que se casaba el miércoles venidero y no podía fallarle.

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Trabajó como siempre con un MP3 con auriculares escuchando música y no estaba al tanto de lo que pasaba en su país y el mundo. Escuchando el MP3 llegó al vestuario y se cambió, así que ni siquiera había conversado con sus compañeros. Para las 12 de la noche la noticia había recorrido el mundo. El único gol de todo ese fin de semana, en todas las competencias del mundo, había sido el despeje de “Pocavida” Iglesias que se clavó en el ángulo. Qué significado había en ese gol, por qué ése y no otro gol, por qué él y no otro jugador, era un misterio, un misterio por develar.

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Daniel Goldenberg

EL CUARTO DE LOS MISTERIOS

La puerta de la minúscula habitación gruñó al abrirse con dificultad. Meses después de haber heredado la vieja casa municipal de la tía solterona, aquella era la primera vez que se atrevía a entrar en el cuarto prohibido de la bisabuela que jamás había conocido; pero a la que adivinaba inquietante, a través de los relatos fragmentarios del mítico imaginario familiar. Al asir el picaporte, evocó su propia imagen de pequeño, atravesando, con ojos apretados de miedo, el asfixiante descanso de la escalera de madera; intuyendo lo que cualquier niño sabe sin necesidad de haber aprendido: que las entidades fantasmales niegan su propia existencia con solo saberse ignoradas. En aquel recodo maldito, se erguía, aterradora, la puerta siempre cerrada. Las bisagras chirriaron a desgano una advertencia inconclusa: "Algunos misterios..." Un centenar de libros sepultados bajo infinitos estratos de polvo y telaraña, atiborraban, desordenados, el esqueleto destartalado de una pequeña biblioteca de madera que se negaba a colapsar. El antiguo ropero de roble, se erguía intacto y desafiante al paso del tiempo; con sus puertas inexpugnables bajo el cerrojo de una llave inexistente. Un Partenón de cajas apiladas, derrumbado sobre sí mismo desde hacía eones, intercambiaba su contenido variado y promiscuo contra todo orden y voluntad: harapos enmohecidos, cuadernos que desvanecían sus siluetas manuscritas ante la perplejidad del tacto más delicado, fotos amarillentas de olvido, añicos de vajilla de cuanta variedad y color... y un pequeño cofre de bronce, que sugería, apenas perceptible, su contorno labrado, asomando desde el vértice roído de un cajón de madera podrida; indigestado tras engullir una tonelada de cubiertos de alpaca, de un solo bocado.

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Sin más curiosidad que la impaciencia por concluir una tarea ni siquiera iniciada, extrajo del cofre, el solitario contenido que lo justificaba como tal: un relicario sellado por decenas de lustros de silencio y soledad. El filo romo de uno de los incontables cuchillos de alpaca ennegrecida, acudió en auxilio a modo de suave palanca; permitiéndole abrir el estuche de plata con facilidad. Sin oponer mayor resistencia que la de cortesía, el relicario ofreció su intimidad oculta bajo el destello fugaz de una revelación. Desde una antigua fotografía ajada, el rostro de una mujer de belleza insondable, le prodigaba una desconsolada sonrisa de despedida. En la otra cara del relicario, desde la eternidad de un daguerrotipo borroso, su propio rostro le golpeaba el corazón como una bofetada de espanto. Tambaleando, con la respiración entrecortada, abandonó a tientas la penumbra irrespirable del cuarto que lo aprisionaba. Con los ojos abiertos hacia el vacío inmenso de la escalera, cerró, casi sin fuerzas, la puerta de la habitación a sus espaldas. Los chirridos fugaces de unas bisagras oxidadas, concluyeron la advertencia interrumpida: "...no deben ser develados."

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Gisela Krapf

GRACY

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Fue un día después de la muerte de su abuelo que encontró el papel donde había escrito, se ve que hacía tiempo ya, porque era muy viejo, que quería que lo enterraran al lado de Gracy y que su lápida debía tener una leyenda que dijera “SIMPLEMENTE FEDERICO, PORQUE EL AMOR ES ALGO SOBRENATURAL”. Nadie en la familia sabía de la existencia de alguien con ese nombre, nadie nunca lo escuchó contar nada sobre una tal Gracy. Por supuesto que, mientras trataba de cumplir con lo legal, quería poder hacerlo feliz al viejo, aunque no más fuese haciendo eso último que pidió. Comenzó a buscar por la casa, lo que fuera que le diera una pista, y cuando ya estaba por darse por vencido, encontró una carta, fechada en 1941, firmada por una tal “Tu Gracy”, dirigida a su abuelo. En esa época, si los cálculos le daban bien, su abuelo tendría unos 20 años. Comenzó a leer la carta, y la tristeza lo invadió profundamente. Frases como “te amo demasiado, pero no puedo desobedecer”, “Mi padre me obliga”, “Si nos descubren te van a matar, y no puedo permitírmelo” y “Nunca en mi vida voy a olvidarme de vos” le continuaban llenando los ojos de lágrimas, pero hubo una frase, una de las últimas que fue demasiado fuerte como para terminar de entender semejante amor “Ya que no podemos estar juntos en la tierra, prométeme amor mío que, cuando llegue nuestra hora, vamos a enterrarnos uno al lado del otro, para poder, al menos, estar juntos en lo que venga después, porque el amor que nos tenemos no puede sino realizarse en algún plano de nuestro existir”. Era terrible no contar con tiempo ni ningún dato exacto que ayudara a rastrear a esta mujer, lo cual fue algo que le pesó durante varios meses. Pasó algún tiempo hasta que un día, visitando a su abuelo, conoció, visitando la tumba de al lado, a lo que no podía ser sino un ángel, y reconoció al instante los síntomas, como Federico los había descrito: “el corazón te da un salto, las manos te comienzan a transpirar, querés hablar pero no sabés qué decir, y todo a tu alrededor parece ínfimo al lado de ella”. Sabía que ésa era la mujer de su vida, lo supo al instante, y en esa situación sólo le preguntó “¿Se trataba de algún familiar?” Cuando lo miró supo que no había vuelta atrás después de esos ojos tristes “Sí, mi abuela… murió hace pocas semanas”. La invitó a tomar un café, y hablaron de muchas cosas. Entre ellas, le 1

Creo que va para la consigna, y tengo que agradecer porque alguien me sopló la idea.

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contó de su abuelo y, sin mencionar el nombre de la mujer, del extraño deseo que él tenía. Ella sabía que su abuela nunca había sido feliz en su matrimonio, y que había amado con locura a un hombre, porque se lo había contado hacía no mucho. “Hace un par de meses, cuando se enteró del cáncer, compró la parcela del cementerio ella sola y cuando me llevó allí, para indicarme dónde era, me dijo que a su lado iba a estar enterrado él. Cuando se enteró de que habían enterrado a alguien al lado de su parcela, me mandó a fijarme el nombre, y fue lo último que alcancé a decirle… parece que con sólo ese dato le hubiese alcanzado para irse en paz. Lo que es un misterio es por qué el nombre de tu abuelo fue todo lo que necesitaba para abandonarse”. Fue en ese momento en el cual le preguntó el nombre de su abuela, a lo que respondió “¿No es extraño? En vez de pedir que pusiéramos su nombre completo, lo único que pidió que dijera su lápida fue “SIMPLEMENTE GRACY, PORQUE EL AMOR ES ALGO SOBRENATURAL”.

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Andrea Goldberg

MISTERIOSA EXPLICACIÓN

Me encuentro desbordada por el laburo, el año electoral y algún otro tema personal. LIPE me merece al menos una reflexión ya que no puedo embarcarme en un texto, ni, mucho menos, una serie de misterio. El misterio se rige por el principio de saber más, de sentirnos pioneros descubridores de una verdad, hallazgo, herramienta. Al mismo tiempo como seres de hipótesis, a los 5 minutos elaboramos alguna en relación al misterio de referencia. Nos condiciona en la búsqueda, sea ésta de un asesino o un conjuro. Nos creemos omnipotentes frente al misterio. Llegamos finalmente a la Luna, desenterramos los secretos de la evolución. Hasta construimos una máquina de dios, para desentrañar el misterio de la creación. Dejemos algunos misterios sin descubrir para las generaciones por venir. Por ejemplo, el misterio del amor.

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Javier Russo

PRECUELA DE LA SERIE “LOS SIEMPREVEN, LOS PUEDENVER, LOS NUNCAVEN”.

Inmanente: del latín “immanens” que se compone del prefijo “im” cuyo significado es “hacia el interior” y el verbo “manere” sinónimo de “permanecer o quedarse”.

El contraste era sutil pero sin esforzarse mucho cualquiera notaba que esa casa era distinta. Su fachada gris, su altillo coronado con techo de pizarra, sus ventanas altas y sus puertas daban cuenta de lo vieja que era. Sin embargo el deterioro de la casa no correspondía con la edad de la misma. Era como si el tiempo hubiera pasado más lento o de modos más amables para ella. Su parque, otrora grande y majestuoso, se había reducido a un modesto jardín que la rodeaba protegiéndola del embate del progreso. Muchos años atrás había cobrado cierta notoriedad cuando apareció muerto un martillero de la inmobiliaria que había tomado la propiedad para la venta. El día que fue a tasarla tuvo que ir solo porque el dueño de la casa tenía un compromiso impostergable. El pobre hombre terminó muerto al pie de una a escalera caracol. Al parecer se había tropezado bajando del altillo y consecuencia de la caída se había roto el cuello. El dueño de la casa desistió temporalmente de venderla. La idea era que la tragedia del martillero pasara al olvido pero subdividió los terrenos del parque de la propiedad para venderlos. Una tarde, luego de firmar la escritura del último terreno, pasó por la casa y se sentó en la silla de hierro que estaba en el porche. Se quedó dormido y nunca despertó. Los diarios titularon “Una casa con tragedias” y mencionaban las dos muertes.

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Por un tiempo nadie se hizo cargo de la vivienda que cayó en abandono y fue tomada por una pareja en situación de calle, con un bebé y dos nenes. Un día al regresar de hacer changas el hombre halló a su mujer colgada en el living y a su bebé muerto en la cuna. Uno de los niños gritaba − ¡Fue mi culpa, fue mi culpa! − mientras el otro lloraba. La investigación cargó la responsabilidad sobre la pobre mujer diciendo que un brote psicótico la había llevado a matar al bebé para luego suicidarse. Esta vez los diarios no hablaron de nada. La casa y su reducido jardín fueron el escenario de más muertes, para ser precisos de dos. Cierta noche un hombre totalmente borracho buscó refugio en el jardín de la casa para orinar. Según el informe policial el hombre se habría metido por una ventana para dormir y se habría aspirado en su propio vómito. Resultaba curioso que el ahora occiso tomara la decisión de entrar a dormir en una casa abandonada estando a una cuadra de su propia vivienda. Más extraño aún era cómo habían encontrado el cadáver, boca arriba con las dos manos en el cuello y los ojos abiertos como si hubiera sido sorprendido por algo. La última tragedia fue significativa ya que se trató de la hija del dueño que intentó vender la casa. Poco tiempo después de la muerte del borracho, la señora decidió reforzar las rejas que separaban la propiedad de la línea municipal, colocar cerradura en la puerta de dicha reja y tapiar las ventanas de la vivienda. El día que fue a verificar cómo había quedado el trabajo, se sentó en la misma silla en la que había muerto su padre para descansar un momento. Se quedó dormida y nunca más despertó. La reja y las ventanas tapiadas pudieron por un tiempo evitar que nadie entrara, hasta que llegó Luis. De algún modo Luis franqueó todos los obstáculos que había puesto la difunta dueña y ocupó la vivienda. Destapió las ventanas y se apropió de la casa. Una tarde, una periodista de una publicación online de arquitectura se fijó en la inconmovible casa y su estado de preservación. Su estilo y lo bien conservada la hacían merecedora de una visita. Al averiguar un poco más la historia se inquietó por las trágicas muertes pero la

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curiosidad pudo más. No tardó en saber que la casa tenía un habitante, un loco de remate que se negaba a irse pero que no era para nada violento. “Un par de fotos y listo” pensó, y se dirigió presta a hacer las tomas. Cuando estaba tomando las fotos Luis la invitó a pasar para que pudiera hacer mejores tomas y de paso grabar algo. Ella dudó y al percatarse de la duda Luis la alentó.

− Pase señorita, si estoy yo no va a pasar nada. Algo en la mirada calma pero firme de ese hombre la animó a pasar. Tomó fotos de las fachadas y se asomó a las ventanas. No parecía la vivienda de un loco.

− Si quiere entrar no hay problema señorita, no soy de los locos jodidos. Adentro hay algunos detalles, si quiere ver... En el momento en que la periodista puso un pie dentro de la casa un escalofrío le recorrió todo el cuerpo sus ojos se llenaron de lágrimas el cabello en la nuca se le erizó, giró buscando la ayuda de Luis.

− ¡Uy, uy, tranquila, acá estoy! Siéntese acá, en esta silla de hierro. No se asuste, es culpa mía. Pasa que usted puede sentir y yo no me di cuenta. Ella se tranquilizó aunque algunas lágrimas se le escaparon de los ojos. Luis resultó ser un licenciado en Filosofía y Letras que luego de recibido había sufrido un brote y había sido hospitalizado en un hospital psiquiátrico. Se había dado de alta, es decir, se había fugado y se había quedado en la casa a modo de guardián. Hablaron un rato hasta que ella se repuso y no pudo evitar la pregunta

− ¿Qué es lo que…? − Lo que le pasó es que usted sintió; algunos sienten como usted, otros oyen y ven como yo, que es más jodido ¿sabe? porque a veces uno no se banca lo que ve y lo que oye y se pone de los pelos.

− Pero… − Si se anima se lo muestro, como voy a estar viendo no le va a pasar nada. Ella dudó, pero algo la llamaba a ir con Luis.

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Entró a la casa y un leve escalofrío la volvió a sorprender pero no le impidió seguir. Luis la condujo a la sala donde había un triciclo, bicicleta, un caballito de madera y cajones con muñecas y juguetes.

− Acá está, esto es lo jodido del caso. − No entiendo, Luis. − Acá quedaron un montón de momentos felices y alegrías que sus dueños no se llevaron con ellos. Entonces se hicieron uno con cada uno de esos objetos. Son inmanencias y reclaman ser de alguien para poder irse, pero como son inmanencias no pueden irse, no pueden trascender. Se quedaron agarrados a cosas porque las personas que los vivieron los abandonaron, porque les molestaban… cómo explicarle… vea, cuando dejaron esos juguetes de algún modo dejaron también sus alegrías… ¿entiende? A Luis se le quebró la voz, pero siguió con la mirada en los objetos.

− Y cuando esos momentos ven una persona que siente como usted se le van encima de golpe como tratando de subirse a un ser sensible que se los lleve. Eso les pasó a mi mamá y a mi hermanito hace muchos años, y yo veía como ahora, pero no me animé a ver para detenerlos. Fue mi culpa pero mientras yo esté acá nadie más va a morir

− Sigo sin entender. − Quédese ahí, yo me voy a alejar y desviar mis ojos un momento. Cuando Luis cerró los ojos ella volvió a sentir lo mismo que en el umbral de la puerta pero ahora una congoja terrible la invadió al ver a los juguetes. Era como si recuerdos apilados de días felices hubieran sido desechados y éstos reclamaran por alguien que se los llevara. Luis abrió los ojos.

− Difícil de explicar con palabras ¿no? Mire, llévese este libro de Castaneda − le dijo alcanzándole un ejemplar de Las enseñanzas de Don Juan en papel. − ¡Papel! ¿Usted sabe lo que vale esto? Él no le prestó atención y prosiguió:

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− Aunque parece una novela, no está muy equivocado y le va a aclarar un poco el panorama. Eso que usted siente es serio. No lo desatienda no sea que la internen un día como a mí. Aparte puede ayudar a otros, no como yo, pero sí de otra manera. Luis la despidió y luego de cruzar la puerta de reja ella se volvió y le preguntó

− ¿Y cuando vos no estés más, Luis? − Tendrá que llegar otro como yo señorita. Quién dice, en una de esas usted me ayuda a encontrarlo.

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Nuria Navajas

HISTORIAS DE UN HOSPITAL CAPITULO II

MISTERIOS

La planta de neurología era la más misteriosa para Sofía. Cada tres meses rotaba por ella y nunca salía de su asombro al observar cómo un pequeño trombo cerebral cambiaba tanto el comportamiento humano. Nieves era una cuidadora de un paciente afectado de ICTUS. Toda su vida de Dios había sido una esposa sumisa, fiel y trabajadora, dedicada a su marido y a sus tres hijos. Aceptaba su vida como aceptaba el haber cuidado a su padre con Alzheimer, aquel padre dictador, frío, machista y maltratador, que su madre aguantó hasta el punto de caer en una depresión profunda que la llevó al suicidio. El rostro de Nieves era un auténtico reflejo de sufrimiento y resignación. Sofía conoció a Nieves por propia elección, sabía distinguir al vuelo a la cuidadora cansada y poco demandante que se consumía, poco a poco, en el cuidado. De aquella conversación sólo pudo conseguir que Nieves se desahogara en un llanto largo y amargo. Pero lo que no sabían Nieves y Sofía era que lo peor estaba por llegar. Mientras desayunaba, Sofía recibió una llamada urgente de la planta de neurología. Cuando llegó se encontró a Nieves en un mar de lágrimas. Aquella noche su esposo no había parado de acosarla sexualmente, pretendía que ella hiciera lo innombrable para saciar sus deseos más primitivos, totalmente desinhibido y delante del otro enfermo, y lo peor de todo es que la quería matar, creía que se había acostado con media planta. Sus ojos reflejaban terror y asombro, cómo podía estar viviendo aquella pesadilla, cómo su Manuel, un marido bueno y ejemplar que nunca en su vida la besó en público y menos levantado una mano, se había vuelto obsceno y maltratador. De vuelta a casa Sofía también estaba impactada con lo sucedido, se preguntaba cómo Nieves podría aguantar este calvario que sufría con aquel hombre, que no era su esposo, sino un asesino nacido tras una enfermedad. La neuróloga le ordenó que se alejara de él hasta que el nuevo tratamiento hiciera efecto y logrará una conducta más racional. Pero ella no podía abandonarlo, ella era una buena esposa que como decía el cura al casarlos: En lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte os separe.

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La radio comentaba que fue el copiloto del aviĂłn el que habĂ­a decidido voluntariamente estrellar la nave. CuĂĄntos misterios incomprensibles encierra el cerebro humano.

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María Gabriela Failletaz

MISTERIOS

Ayer, sentada del lado de la ventanilla de una combi (¿combi o convi?), libreta y birome en mano, escribía … “Montados en guardia, cual centinelas uniformados, una hilera de Palos Borrachos exhiben sus pedregosas panzas salpicadas de tachas. Desde mi ventanilla en movimiento parecen desfilar acompasados sobre un tapiz de flores húmedas y mutiladas. Detrás de ellos, embudos y rodetes de pegajosas telarañas cementan los ladrillos flojos de un muro interminable. Robustos gajos de Quebracho enmarcan ventanas ojivales. Ahora mis ojos son llevados por el embrujo de la curiosidad hasta la cima del monasterio. Allí, soberbia y poderosa se alza la figura del misterioso campanario." Con fastidio dejé de escribir porque llegaba a destino. En mi cuadra no hay Palos Borrachos, solo Plátanos y Paraísos, algún Crespón y el codiciado Roble de la vecina. Esta mañana, misteriosamente, amanecieron tres florcitas desnudas y marchitas de Palo Borracho, sobre el capot de mi auto.

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Viviana Goldman

EL MAYOR DE LOS MISTERIOS

Sí, ya sé que el hombre penetra a la mujer, deposita su semen, los espermatozoides viajan hasta que uno logra fecundar el óvulo, nueve meses, el nacimiento. Que el mundo vegetal, el sol, el agua. Pero, ¿por qué? ¿Para qué? Todos los días de mi vida, hurgo en mi interior, me invento razones. A veces, prefiero aferrarme a los afectos y pensar que ellos son los que dan sentido. Tal vez, una misión que cumplir. Tal vez, no hay razón. Para mí, que hoy estemos aquí es el mayor de todos los misterios.

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Julio Fernando Affif

MISTERIOS PARA UN CIUDADANO

A veces, los misterios desentrañados resultan de una simpleza apabullante. A veces, el misterio nos ha sido prefabricado para desviar intenciones, pero es notable cómo los humanos asumimos rápidamente, cuando se devela algún misterio, la postura del “ya lo sabía de toda la vida”, no porque lo supiéramos realmente, si no porque cuando conocemos la realidad, tenemos una capacidad de adaptación intelectual veloz y ya estamos dando paso a un nuevo misterio y a una nueva investigación, científica o no. A veces, el descubrir esa realidad misteriosa, es producto de la casualidad. Otras veces existe una previa construcción en donde el esfuerzo que supone la investigación no está ausente. Pero también puede existir la combinación de ambas: un hecho fortuito buscando un resultado, nos conduce a otro. Puede suceder que el hombre no intervenga en la creación de algún acontecimiento -en sus orígenes, misterioso- pero sí en su aprovechamiento. Sabíamos de la existencia del fuego desde las primeras erupciones de los volcanes o de la caída de rayos, pero sólo hace 500.000 años que aprendimos a utilizarlo, a controlarlo y circunscribirlo a un contenedor que nos permitiera ver en la oscuridad, calentarnos, cocinar los alimentos y forjar los metales, sucesivamente. Y esta primera gran revolución en la evolución de la humanidad, que puede parecernos tan distante, es casi presente si la comparamos con la aparición del primer australophitecus (4.500.000 de años), con los mamíferos (180.000.000), con los anfibios (300.000.000), con la primera forma de vida en la Tierra (3.800.000.000) o con el mismísimo Big Bang. Y ahora, algunos científicos elaboraron la teoría del desarrollo del Big Bang dentro de otra realidad preexistente, aparentemente con cierta dosis de rigurosidad. Y Francisco que nos dice que el Cristianismo no se contradice con la Teoría del Big Bang.

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Y nosotros aquí, simples mortales, sufrimos las consecuencias de los misteriosos horarios de los trenes o de las ausencias del transporte público a la hora en que más lo necesitamos, o la inexplicable falta de consideración a profesionales de la salud o de la educación para reconocerles la dignidad de un ingreso justo desde tiempo inmemoriales, que nos masticamos el misterio de tal o cual otro crimen para que no nos interesemos en conocer hacia dónde se desvían los ingresos de las cuentas públicas o de fabulosos beneficios de las grandes empresas oligopólicas del comercio exterior de granos, o de la no radarización de nuestras fronteras para evitar la invasión narco… y sigue… y todo esto me da la extraña sensación que nació con la humanidad y que forma parte de los misterios que no se van a develar nunca.

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EDICIONES LIPE DOMINGO 29 DE MARZO DE 2015



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