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Portada Luis Alfonso MartĂ­n


SERIES


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CONSIGNA DEL DOMINGO 8 DE MARZO DE 2015 Tema

SERIE

Ponente

MAURICIO CASTELLO

Queridos lipeños, esta vez la consigna es un tanto diferente. Se trata de crear y definir un mundo propio en esta consigna (personajes, escenarios, etc.), para luego, en la medida que cada uno quiera, retomar ese mundo en alguna otra consigna semanal, y adaptarlo a la consigna puntual de la semana que uno elija. Lo explica a continuación el Sr. Castello, a quien podrán remitir sus dudas. “Como se ha visto en LIPE, hay integrantes que se sienten más cómodos escribiendo sobre algún tópico en particular, entonces propongo redoblar la apuesta: que escribamos sobre un mundo o universo con su propia lógica y personajes, presentando esta semana un texto “piloto”, para luego retomarlo en algunas otras consignas que entendamos se presten a su desarrollo en episodios. Es decir, una consigna que se crea en una semana y que continúa, se retomaría con futuras consignas cuando podamos, queramos y lo consideremos oportuno. Ejemplo, se crea un(os) personaje(s), en este caso un detective (Sherlock Holmes, Hercules Poirot, Comisario Montalbano, Pepe Carvalho, Inspector Maigret, etc.) y se lo inserta en un mundo con determinadas características donde puede interactuar con otros personajes –fijos o no– en los sucesivos relatos. Para el futuro, supongamos que aparece la consigna “Infidelidad”, podremos aprovecharla para reflotar la serie tanto quienes hayan elegido un detective, como quienes hayan optado por un grupo de amigos o personajes animados o una salita de niños de jardín de infantes, incluso se presta para los que prefieran ser autobiográficos e insertarse en un “reality”. Queda oficialmente abierta la Temporada de Series en LIPE.” Buena semana para todos.

Daniela Acher

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Daniel Dionisi

EL CULPABLE

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Estiré al máximo aquel tercer tiempo y de pronto me di cuenta de que sólo quedábamos tres en el club. Ni siquiera el sereno se había quedado a esperar el final de nuestra apasionada charla en los umbrales de ese barrial al que pretenciosamente llamábamos “estacionamiento”.

− Muchachos, antes de irme tengo que hacer una pasadita por el baño. No me esperaron. Cuando volví, el único auto estacionado en el potrero era el mío. Sentí frío. La noche de invierno me invitaba a escapar de manera urgente de ese descampado que era el club. Apuré el paso para prender la calefacción y calentar el auto antes de partir. Pero no sólo por eso. También me apuré porque más allá de mis cuarenta recién cumplidos un temor infantil se apoderó de mí por un instante. Me inquietaba la soledad del lugar. Fue entonces cuando lo escuché.

− ¡El culpable es Silveyra! El hombre no gritó, pero oír su voz en ese mar de silencio me hizo temblar. Giré la cabeza y lo vi. No sé de dónde salió pero estaba parado a menos de cinco metros de donde yo luchaba por no sentirme un chico asustado por el cuco. Alto, muy alto, pelado, barba gris. Seguro tenía más de ochenta años pero llevaba la vejez con una suficiencia que hablaba de tiempos bien vividos. Su actitud era casi altanera. Podría decirse que desafiaba osadamente el almanaque. Algo me tranquilizó. Tenía cara de rugbier. Orejas grandes y gastadas de segunda línea, una cicatriz que le surcaba la pelada y mirada franca.

− Yo sé la verdad del nombre. Ustedes no tienen idea de lo que hablaban. Así, brutalmente, me hizo saber que había escuchado toda la conversación del estacionamiento. Todas las hipótesis frágiles y divertidas sobre el origen del nombre Puma que mis amigos y yo inventamos después del par de botellas de whisky que vaciamos en el bar. 1

Perdón por insistir con rugby y con algo ya publicado pero lo tenía a mano y creo que se adapta a la consigna. Además esta semana estoy cortísimo de tiempo. (y de paso aprenden la historia de Los Pumas)

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− Si quiere, le cuento la verdadera historia. −¿Usted quién es? ¿Qué hace acá? ¿De dónde salió? − Paseo. Me gusta el olor del pasto a la noche después de un buen partido. Se huele a rugby… Alcides Ulloa para servirlo. Me estiró la mano de hachero correntino, y en un gesto que me pareció casi simpático, recorrió la cicatriz que coronaba su cabeza con la yema del dedo índice y me dijo: “Todos me dicen, Alcancía, usted se dará cuenta por qué”.

−¿Y qué decía de Silveyra? ¿Culpable de qué? − De que Los Pumas se llamen “pumas”. −¿En serio? ¿Y cómo fue la cosa? − En principio fue verdadera. − Sí, ya sé que fue verdad. Hace casi cincuenta años que Los Pumas se llaman Pumas. Ulloa endureció el gesto y alzó un poco, sólo un poco, la voz.

− Digo que fue verdadero. Que no fue verso. Que no fue marketing. Ningún jugador del seleccionado se propuso llamarse Puma. Por eso se metió tan adentro de nuestra tradición. No como ahora que, hasta en el picado que juegan mis nietos, cada equipo se pone un nombre de animal.

− Eso es cierto, Las Leonas se llaman así porque a ellas mismas se les ocurrió ponerse un nombre —traté de congraciarme con el viejo—. ¿Y por que la culpa fue de Silveyra? No me diga ahora que el nombre se le ocurrió a él. − No, para nada. El tema fue así. En aquel tiempo los argentinos no tenían ni idea de lo que era un reportaje. Se habían ido a Sudáfrica y no sabían con qué se iban a encontrar.

− Sí, lo del 65 fue una aventura. − Y cuando llegaron allá se encontraron con periodistas, conferencia de prensa, autógrafos. No entendían nada. Y la primera conferencia fue en Rhodesia.

− Que ahora es Zimbawe.

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Ulloa ni siquiera reparó en mi dato, haciéndolo más irrelevante aún.

− En esa conferencia empezaron a preguntarles a los jugadores argentinos qué era ese animal que llevaban en el escudo. Imagínese que ellos conocían a los Wallabies australianos, los Dragones galeses, los Lions. Ellos mismos eran los Springboks. Un cronista del semanario Weekly Farmers apuró a los argentinos. − No me diga que conoce una revista sudafricana del 65. Ulloa ni me respondió. Sólo me miró fijo y continuó.

− Querían llamar al seleccionado argentino de acuerdo al animal que llevaban en su escudo. − Un yaguareté. −¡¡Exacto amigo!! Ahora, si usted logra que un boer sudafricano pronuncie la palabra “yaguareté” le pago un viaje al mundial.

− Y... debe ser difícil. − Imposible. Pero Otaño, Gradín y Handley, que participaban de la conferencia, querían explicarlo. En eso estaban cuando Agustín Silveyra, el wing foward del CASI, que se había quedado a un costado les susurró “díganles que es un puma”. Un periodista avispado lo escuchó y Pumas para siempre. − O sea que todo vino de un equívoco. − Al día siguiente el diario de Rhodesia tituló “Hoy debutan Los Pumas”, pero en las primeras notas que mandó Mackern todavía hablaba de “el seleccionado”. El viejo segunda línea se apasionaba con la historia. Pero a mí me quedaba una duda:

−¿Y por qué dice que Silveyra fue el culpable como si hubiera cometido un delito?

− Escúcheme amigo. ¿Usted sabe qué clase de animal es un puma? − A mí me encanta. − El puma es un animal que siempre está agazapado, que muchas veces caza animales inofensivos e indefensos, un bicho medio ladino. El yaguareté, en cambio, es un animal que va al frente.

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−¿Entonces no le gusta el puma? − El puma, no. A Los Pumas los amo... Y la verdad, mi hijito, debo reconocerle que me encanta que se llamen así. Mi charla con Ulloa ya llevaba casi una hora y el frío arreciaba en la soledad del club.

− Bueno, amigo, le agradezco que me haya desasnado. ¿Lo acercó a algún lado? − No, gracias. Me voy a quedar un rato más en la cancha. Sin entender muy bien qué podía hacer ese viejo solo en una cancha de rugby a la noche, me subí al auto, lo puse en marcha y encendí la calefacción. Me quedaba una pregunta. Bajé la ventanilla y le grité al viejo que ya se estaba perdiendo en la noche. —Ulloa, ¿y usted como sabe la historia? ¿Estuvo en Sudáfrica en el 65?

− No, amigo, lo que pasa es que yo veo Leyendas del Rugby. Hasta la próxima. Fue la última vez que lo vi. Por ahora.

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Daniel Goldenberg

RICARDITO Y ABELARDO, CAZADORES DE TESOROS

Ricardito y Abelardo se miraron a los ojos antes de lanzar un incontenible "¡Hurra!". El detector de metales pitaba −a coro− la misma alegría intermitente con la que ambos buscadores celebraban la proximidad del tesoro. Pala ancha en mano, los dos expertos se turnaban en la difícil tarea de cavar sobre una tierra casi tan dura como la roca; con la torpeza proverbial que otorga el uso de la herramienta incorrecta, en las manos inadecuadas.

Ay... Abelardo... Abelardo... si no hubieras perdido, quién sabe en dónde, la dichosa pala de punta; esto sería mucho más fácil... ¡pero tenías que dejarla por ahí! − se lamentaba Ricardito mientras cavaba.

− Dale, dale, dejá de quejarte... que cuando desenterremos esto, la cara te va a cambiar para siempre − alentaba Abelardo. Algunas horas más tarde, Ricardito levantaba, desde el fondo del pozo y con ambas manos, el preciado objeto metálico, en actitud triunfal.

− ¡Al fin! ¡Al fin! ¡Ahora sí! ¡Foto! ¡Foto! − festejaba, dando pequeños saltos, Abelardo; mientras, Ricardito mostraba orgulloso hacia la cámara una pala de punta recién desenterrada.

(Continuará...)

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Horacio Petre

MIL PRIMAVERAS (Doble mano)

− Es así nomás querido − dijo el tipo ya mayor. − No tiene el menor gollete todo este quilombito... Lo decía con todo el cuerpo inclinado hacia atrás, sobre el respaldo de la silla, estirando las piernas por debajo de la mesa, mirando al techo. El más joven, correctísimamente sentado lo miraba y escuchaba en estado de trance. Las palabras de su interlocutor eran bloques de hacer pirámides entrando en su mente post adolescente.

− ¿A mí? ¿A mí, querido...? Pero... ¡Qué me van a hablar de amores! A mí me dejan de jorobar con todas estas macanas de que está todo bien, y la mar en coche. Que la florcita y la buena onda, que mi cuchi-cuchi y el amor que siempre triunfa... ¡Ja! Escuchame bien lo que te digo, porque te lo digo yo, que la tengo bien junada, ¿me entendés Carlitos? La tengo bien junada y te lo digo: la vida es una reverenda cagada y no hay con que darle... trascartón, te diste vuelta y ya te están meando el asado...

− En esta vida, − Alberto señalaba con el índice la superficie de la mesa, inclinándose hacia adelante - en esta vida, te repito, te lo digo yo, que me lo dijo mi viejo: “Los únicos que van siempre juntos son los huevos”, me entendés querido... Es así, posta. Carlos, observaba al tipo mayor, con una sensación de arrebato y encomio. El viejo abrió el paquete de cigarrillos, sacó uno. El muchacho estaba a punto de decir algo cuando:

− Si, ya sé... Quedate mosca que no lo prendo. Dejame de joder con la mariconada esta de que en un bar ya no se puede fumar... ¿Estamos todos locos? Es una joda viejo, ahora no podés ni fumarte un pucho tranquilo en el bar que paraste toda la vida... ¡Años! ¡¡Años tengo pebete, de gastar estas veredas...!! Y ahora me vienen con el ataque de salubridad compulsiva... manga de desabridos... Andrés, pegado a la mesa siete, dominaba todo su sector, atento a que el viejo no prendiera su cigarrillo. Le daba pena verlo al muchacho de veintipico absolutamente seducido por el otro. En eso estaba cuando de la caja, el chileno le hizo una seña indicando la cinco, parece que querían la cuenta. Andrés se acercó, le hizo seña a la caja firmando en el aire, mientras levantaba los pocillos usados de la mesa.

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En eso estaba cuando el celular de Carlos sonó, provocando una mirada de ira en el viejo que intentó ocultarla desviándola hacia la calle a través de la ventana; Carlos atendió, haciéndole una señal de espera con la palma extendida a su compañero de mesa.

− ¿Sí, Clau? Sí, mi amor, estoy acá con Alberto, el señor éste que te comenté... Alberto, con el cigarrillo apagado en las manos continuaba mirando afuera del bar, simulando incomodidad pero muy feliz de ser citado como primer comentario por el otro.

− Ah... ¿era hoy? A Carlos se le iluminó la cara de felicidad, gesto que incomodó a su compañero de mesa, y lo hizo sentirse repentinamente perdiendo terreno, mientras sentía la voz metálica y lejana de la chica saliendo del celular.

− Está bien, mi amor. Paso por casa, me pego una ducha y estoy por allá... tipo... nueve y media ¿te parece? Alberto se sintió de un momento para otro cuatro goles abajo, intentó mantener la compostura, iba a decirle algo a Carlos, pero éste se anticipó:

− Alberto, te agradezco muchísimo el inmenso honor de permitirme sentarme en tu mesa, y de escuchar tus palabras llenas de experiencia y lucidez. Me llamó Claudia, mi novia, te conté... ¿no? Bueno ocurre que hoy es el cumple de su hermanita y había prometido estar en la casa de sus padres, así que me tengo que ir... Alberto se sintió desarmado ante el desparpajo del joven. Con un hilo de voz le dijo:

− No, claro, querido, andá... Andá nomás che... - dijo, como si fuera un Don o un Rey magnánimo, que otorga un permiso al subalterno que va a ocuparse de algo muy menor. En el rostro de Carlos se reflejaba el éxtasis compartido entre la emoción por salir con su novia y al mismo tiempo asistir a la perorata del viejo... Lo llamó al mozo, pagó lo suyo y se despidió con una expresión de franca emoción y adulación hacia Alberto. Cinco minutos más tarde, el viejo lo miró a Andrés, y al captar su mirada con la propia le espetó:

− Mozo, ¡un cortado! 11


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Carmen Navajas Rodríguez de Mondelo

SERIE

Capítulo I Aquella noche salió antes de lo previsto. Se había vestido para la ocasión; túnica de seda azul y capa con sombrero a juego. La señora azul, así era conocida en el barrio por su mechón de pelo teñido de azul, tenía un gesto siniestro, algo desencajado. La calle estaba vacía, la oscuridad de la noche y el fuerte aire que soplaba invitaba a recogerse en casa. Todo estaba quieto excepto un remolino de hojas arrancadas de un libro antiguo que bailaban al compás del sonido del aire, algo bello y tenebroso a la vez. Nadie podía imaginar que la dama azul fuera capaz de trazar una trama tan complicada. La señora azul no era muy agraciada. Su cutis era áspero y su ceño fruncido. Tenía un carácter desagradable, poco culta a pesar de su posición social, anodina, un tanto sucia para la casa y muy seria. Su fuerte complejo de inferioridad la hacía muy infeliz. Mostraba un carácter retraído y envidioso. No era querida en el barrio. Mientras, en la casa de al lado, la niña rosa jugaba en el desván con la vieja casa de muñecas. Había confeccionado unos pequeños habitantes hechos con cabeza de papa y cuerpo de vaso de cartón. No podía imaginar que aquel día iba a ser crucial en su vida. Al otro lado de la calle vivía el hombre gris. De aspecto muy atractivo, era tranquilo y equilibrado. Se deleitaba con cualquier cosa, experimentado y juguetón. Era un hombre que atraía a la gente del barrio por su simpatía y generosidad. La puerta trasera de la casa de la señora azul estaba abierta de par en par, daba portazos y los visillos se arremolinaban con la fuerza del aire. Acababa de salir la joven amapola disfrazada de señora azul. La joven amapola estudiaba teatro en una prestigiosa escuela de la ciudad. Había aprendido a maquillarse para parecer mayor de edad. Se había puesto la mascarilla de silicona tal y como indicaba el prospecto, luego se tiñó de azul el mechón de pelo, se maquilló y peinó tal y como se lo había indicado la señora azul. Se vistió con el traje de chaqueta de

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diario que le habían dicho y cogió el bolso de piel marrón y los zapatos de tacón bajo. Salió descalza y apresurada, los nervios le estaban jugando una mala pasada. Atravesó la parte trasera de jardín y saltó la valla, se enganchó el bolsillo de la chaqueta, intentó remediar un poco el descosido y salió corriendo rumbo a la casa del señor gris dónde tenía que efectuar su cometido. No se dio cuenta de que una tarjeta que llevaba en el bolsillo se le había caído al saltar. El señor gris estaba en su pequeño laboratorio casero. Investigaba sobre el poder de cierta raíz del Tibet que tenía efectos antioxidantes, rejuvenecedores y estimulantes de la función cerebral. Era neurocientífico y acababa de jubilarse en la cátedra de neurología. Vivía solo desde hacía veinte años en que falleció su bella y adorable esposa. Nadie podía imaginar que aquella noche oscura y ventosa de otoño se le complicara tanto la vida. La niña rosa había dejado de jugar con la casa de muñecas, la joven amapola corriendo por la calle, la mantenía pegada al cristal de la ventana.

(Continuará)

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Mariángeles Soules

Mi nombre es Laura, tengo 35 años, soy casada desde hace tres años, trabajo como secretaria en el despacho del Director de una clínica privada en Montevideo. Todos los días tomo el mismo micro, viajo con las mismas personas, llego a la institución, saludo al portero y a la chica de la recepción y me instalo en mi lugar de trabajo. La oficina es muy acogedora, tiene un ventanal que da a una enorme plaza, está pintada de blanco y tiene dos enormes cuadros de bellos paisajes, un mueble con archivos de médicos y pacientes, un dispenser de agua fríacaliente, un helecho que me regaló mi jefe para el día de la secretaria, tres butacas para quienes vienen y tienen que esperar, mi escritorio, siempre repleto de historiales médicos que debe revisar el Director, la computadora portátil y la agenda (infaltable para anotar cada una de las citas, entrevistas y reuniones a las que debe asistir mi jefe), el teléfono y el intercomunicador. El despacho del Director es muy amplio con un enorme sofá tapizado en blanco y negro, las paredes y las cortinas blancas, sobre la pared que queda detrás del enorme escritorio de roble, enmarcados en madera oscura todos los títulos médicos y certificados de los Congresos y Simposios a los que asistió el Director. Sobre el escritorio ubicado a la derecha el teléfono y el intercomunicador, en el centro un tarjetero tallado en ébano con adornos en plata que le trajeron de South Africa, un sillón giratorio, enorme haciendo juego con el sofá y las dos butacas que tiene frente a su escritorio para cuando viene alguien a plantear algún problema o agradecer por su intervención en algún tema relacionado a la clínica o a los pacientes. Ése es el lugar en donde transcurre mi vida la mayor parte del tiempo.

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Horacio Tort

BIG BEN

Mike entra en las oficinas del Ministerio de Defensa Británico, se dirige al mostrador de entrada y consulta por la oficina del coronel Gordon, con quien tenía una cita. Verifican su documentación, que su nombre este en la lista de visitas y le indican el camino para llegar a su oficina. Toma el ascensor, baja en el 3er piso, dobla a la izquierda por el pasillo hasta llegar a la oficina 311 donde una secretaria, que se presenta como Grace, lo recibe por su nombre. Grace es una mujer mayor, Mike calcula que de unos años más que su madre, vestida de manera muy formal y muy elegante al mismo tiempo. Le agradece que haya venido pese a no haberle podido explicar el motivo de la entrevista y que lo haya hecho solo tal como se le solicitó. Le pide que tome asiento y le dice que “el coronel lo recibirá en instantes y le explicará por qué lo ha convocado”. Lo anuncia por el intercomunicador y pocos segundos después se abre la puerta y sale un hombre de unos 60 años, de uniforme militar y lleno de condecoraciones

− Encantado, pase y tome asiento, dijo el coronel Gordon indicándole un sillón al frente de su escritorio mientras le estrechaba la mano y sonaba el teléfono en su despacho. − Permítame atender este llamado y ya estoy con usted. Mike asintió con la cabeza, miró alrededor y vio una oficina tal como las de las películas, con un sillón de dos cuerpos de cuero marrón bastante gastado, en la pared perpendicular al escritorio, en las paredes se destacaban un cuadro recreando una vista aérea del desembarco en Normandía y algunas armas, había pistolas, escopetas, cuchillos, todas ellas en su marco y con una pequeña placa abajo con algún texto que no alcanzaba a leer. También había muchas fotos del general con otros pares o subalternos, la mayoría al pie de aviones, o en barcos, camiones, jeeps, portaviones, helicópteros, todas con uniforme de guerra y solo unas pocas en entornos mas sociales con uniforme de gala. El escritorio era amplio, lleno de papeles y carpetas y con una discreta lámpara a la derecha. No estaba seguro, pero le pareció reconocer una cruz al valor enmarcada en una pared lateral, lo que le hizo pensar que se trataba de un hombre de acción y no acostumbrado a permanecer mucho tiempo detrás de un escritorio.

− Sí, general, el proyecto Big Ben está muy avanzado, la tecnología ha sido probada y funcionó perfectamente y estamos en el proceso de

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reclutamiento de los voluntarios. Ya hemos seleccionado y entrevistado a 6 de ellos, de los cuales 5 han dado su consentimiento y están ya recibiendo entrenamiento. Necesitamos un sexto integrante del equipo, pero tengo la esperanza de poder solucionar ese problema en cuestión de horas. Si general, lo mantendré informado. Adiós. Cortó y tomó una carpeta que estaba a la derecha de su escritorio. Abrió la carpeta y empezó a leer:

− Mike Bentley, nacido en Manchester, huérfano, adoptado por un matrimonio que falleció cuando el tenia 18 años, actualmente de 21 años de edad, graduado en Oxford gracias a una beca del municipio, master en historia del arte, alumno, atleta y deportista destacado durante su colegio y sus estudios, actualmente trabaja como acróbata en un circo que recorre Europa, actualmente de paso en Londres, mujeriego y al parecer con bastante éxito con las mujeres. − Hizo una pausa. − Impresionante curriculum a pesar de su corta edad

− Supongo que debería agradecer su cumplido coronel, −respondió Mike−, pero me preocupa que me haya investigado, aunque más no sea superficialmente, y no se me ocurre por qué. No creo haber hecho nada malo o fuera de la ley. − No, no, jovencito, no tiene por qué preocuparse. Aunque tan superficialmente no fue, podría agregar que va de cuerpo todas las mañanas después de desayunar un café, un jugo de naranjas y una tostada con queso crema y muchas otras cosas de su vida privada y laboral.

− Ahora sí me estoy asustando. − Tranquilo Mike, puedo llamarlo Mike ¿no? Quédese tranquilo, que por el contrario, estamos muy interesados en usted. Tiene usted un perfil que encaja perfectamente en un equipo de trabajo que estamos formando y queremos invitarlo a participar de este proyecto.

− Pero yo ya tengo trabajo y estoy contento con lo que hago. Y el circo sale de gira en 3 días camino a Edimburgo y no tengo pensado abandonarlos.

− ¿Ni aunque le paguemos 10 veces más de lo que gana? − Mmm… siga hablando coronel, está logrando captar mi atención − Ok, pero sólo puedo adelantarle algo, el resto será sólo cuando haya aceptado y haya firmado el contrato pertinente.

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− ¿Contrato? −preguntó Mike con extrañeza.− ¿Qué tiene de importante lo que quiere que haga para usted que amerite un contrato? − Su trabajo será de vital importancia para el futuro. − ¿Para mi futuro se refiere usted? Por única respuesta, el coronel se reclinó en su sillón, levantó el antebrazo, puso el índice de su mano derecha en alto e hizo un giro con su muñeca contrario a las agujas del reloj

−¿Para nosotros? Mismo gesto. - ¿Para más gente? ¿Para la gente que trabaja en la empresa? Mismo gesto.

− ¿Para la gente que vive aquí en Londres? Cuando vio que el coronel le hacia el mismo gesto con el dedo, Mike se enojó un poco y mirándolo fijo le dijo levantando la voz

− ¿Para quién entonces? ¿Para el país? Déjese de joder con el dedito y sea claro, por favor. − Para la humanidad, Mike, para la humanidad… Mike hizo silencio por unos segundos.

− Dígame de qué se trata. cUd. formará parte de un equipo de 6 personas, todos con diferentes capacidades o habilidades, como quiera usted llamarlas, y de distintas edades, nacionalidades. Ellos, al igual que usted, han sido rigurosamente investigados y analizados y han pasado por un muy estricto proceso de selección tal como usted. Sí, aunque usted no se haya dado cuenta, en el último año hemos seguido su vida al detalle. −Y cambiando un poco el tono serio por uno más risueño− Si me da a elegir me quedo con el episodio ese cuando tuvo que salir por la ventana del departamento de la pelirroja sueca cuando el marido regresó inesperadamente. La verdad, ni usando el zoom se veía bien allí, desnudo, en la cornisa, pero supongo que sería producto del frío de esa noche de otoño en Estocolmo. − Y para apoyar su comentario hizo un gesto con su mano derecha apenas abriendo el espacio entre pulgar e índice.

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− Bueno, bueno, cambiemos de tema. Es claro que me han estado siguiendo, vigilando. Ahora dígame, ¿qué quiere que haga para usted? ¿Que sea un espía? ¿Cuál es la naturaleza del trabajo que espera que haga? − Se trata sólo de unos viajes que hará siempre acompañado de uno o más de sus compañeros o compañeras de equipo, con una misión muy específica.

− Y esta misión específica, ¿podría ser peligrosa? − Por lo general le diría que no, aunque siempre pueden surgir complicaciones. Y en algunos pocos casos, sí puede llevar algo de peligro, pero nunca podrá sucederle nada que no podamos solucionar. Mike se quedó pensando.

− ¿Y me dijo que ganaría 10 veces lo que gano hoy en día? − Así es, además de vivir en una amplia y muy confortable casa en pleno barrio de Chelsea junto con el resto del equipo. También tendrán un Aston Martin, un Land Rover y dos motos Harley Davidson a disposición de ustedes y una asesora de vestuario lo acompañará de compras para renovar completamente su guardarropa.

− ¿Y todo eso por hacer un trabajo por el bien de la humanidad que se trata de ciertos viajes no peligrosos con una misión específica?

− Así es, ¿qué me dice, Mike? − ¿Qué hay del equipo con quienes debería trabajar? El coronel le entregó una carpeta. Al abrirla se encontró con una hoja con foto de un señor canoso, de 50 años de nombre Rolf Tuchman, ingeniero en sistemas, de nacionalidad sueca, viudo, sin hijos. Dio vuelta la página y se encontró con la foto de una hermosa mujer, Francoise Lacroix, divorciada, de unos 45 años, belga, experta en lingüística y arqueología. Luego fue el turno de Kenyi Mikato, militar japonés de 37 años, estratega militar, experto en armas y artes marciales. La siguiente hoja era para una señora de 68 años, Lindsay Kern, escocesa, viuda, musicóloga y profesora de distintos instrumentos musicales. Y por último, Josefina Aldabe, argentina y muy bonita, de 21 años, hacker y transgresora profesional, esto último escrito a mano junto con una carita feliz a su lado. Sólo eso decía. En los demás había gustos por comidas, bebidas, hobbies bastante inusuales en algunos casos, y otros datos particulares. Mike noto que sólo un aspecto tenían todos en común, nadie tenía parientes.

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− Interesante grupo, −dijo mientras cerraba y devolvía la carpeta al coronel.− Veo que ninguno de ellos tiene parientes, lo mismo que sucede conmigo. ¿Por qué es esto importante? − Por la naturaleza de sus viajes. Surgirán de golpe, sin aviso, pueden durar días o semanas y no queremos que algún vínculo les impida concentrar su atención en la misión asignada. − ¿Y es este el proyecto Big Ben del cual hablaba usted por teléfono con su general? − Así es, veo que no nos equivocamos al elegirlo. − Entonces puede llamarlo y decirle que ya tiene la sexto integrante del equipo ¿Cuándo empiezo?

− En cuanto firme su contrato, dijo el coronel sacando una carpeta del cajón de su escritorio.

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Ce Pérez Hillar

No, Gorda,vos no estás escuchando ni ahí lo que yo digo vos me andás traduciendo en lo que querés oir Que si hice alguna vez esto? Más bien!!! Pero más vale que todo el aguante que te hice.. No sé ,desconfio... estás tan contenta !!! que boluda...te,nos hizo transpirar hasta las ocho! Toda la semana ausente! Dejate de joder! Te estás pintando mal,bola ya te dije que el rojo te hace vieja Pará de celebrar! donde vas a meter el "no quiero ser tu minita de los sábados!"? Me rompiste todos estosl cinco dias con el "adiós para siempre!" "asi se terminan las cosas,de golpe?" Nooo,yo no te digo que no le importás,boba! Te convoca cada sábado,no es casado Cuanto hace...,casi un año? Neeena Aflojá con el esfumado y encontrame el equilibrio! Ahumado,..okey Prometeme que se lo vas a decir,aunque sea mañana Que yo teorizo porque estoy sola? Perdón???? Quien fué la que le buscó la vuelta psi y te dijo

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tranqui,el tipo es un corto,nomás? Y yo que sé! Te dijeeee...tiene un signo que anda mal aspectadoooo el mio! Te dije o no? que le falles un solo, un sólo sábado te la banqués a ver si se arremanga...pero no,la señora superada, la que pareces la gorda de Misery por un tipo vende la Vieja! Dejame de joder! Para eso estuvimos toda la semana teorizando? Okey, concedo Si,si, no guilty Vos a retozar y yo busco una peli en el cable. Pero a mi no me rompas el martes, cuando te caiga la ficha,eh???? 2

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Nota del editor: Ante la imposibilidad (ni ganas) de descifrar el formato adecuado al texto, he optado por dejarlo tal como se ha descargado del FB para que cada uno pueda adaptarlo libremente según su gusto.

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Gisela Krapf

SERIES

− Hola, Marina ¿cómo fue tu semana? − Hola, Dra. La verdad es que esta semana me volvió bastante más neurótica de lo que normalmente soy. − Tranquila Marina ¿por qué no me vas contando en orden lo que pasó? −¿Se acuerda de que yo le hablé de tres pacientes? Están entre ellos relacionados. Yo sé que no debo darle los nombres, pero necesito que hablemos de ellos. Apodémoslos. Una de ellas, pongámosle de nombre Kitty, es una chica que siempre hizo lo correcto, manteniéndose en el carril más lento y dejando que los demás pasen por su lado, sin interrumpir su marcha. Hace poco tiempo que esta chica está experimentando con lo que no debe hacer o lo que no se espera que haga. Por otro lado, Dra., está, digámosle, Bombjack. Este chico es el que Kitty está frecuentando, sabiendo que no está bien, porque Bombjack está de novio ¿sabe? Y si bien, no es ella quien debería preocuparse por esto, ella no quiere admitir que siente por él más de lo que dice, mucho más. Bombjack viene a mi consultorio, también, dice que es netamente físico, y yo no lo creo tan de esa forma ¿sabe? Pero no puedo decirle nada, tengo que dejar que él solo se de cuenta. A su vez, y para completar el rompecabezas, viene Milo, que es el mejor amigo de Kitty, de quien está enamorado. Él, por supuesto, sabe lo de Kitty y Bombjack, y aunque no está para nada de acuerdo, se mantiene un poco al margen para esperar el momento en el cual ella está lo suficientemente vulnerable para que él pueda decirle lo que siente. Vea, Dra., no puedo terminar de separar estas historias de mi vida personal. Pienso constantemente en que el peligro que corren Kitty y Bombjack, y más pienso en el palo que puede darse Milo si habla, si dice, y más en este momento. Me distraen de mi vida privada, me distraen cuando atiendo a otros pacientes, en mis cenas familiares, con mi pareja… que ese sería otro tema del que tenemos que hablar.

− Bueno, Marina, a ver… vamos por partes…

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Amelia Molina Burgos

PLANES DE FUTURO

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− ¿Por qué me mirarán tanto? − se pregunta el hombre de la gabardina hasta los pies mientras camina despacio por la acera. Se detiene y observa el reflejo de sus casi dos metros de altura en el escaparate de una tienda de productos de alimentación marroquí.

− La verdad es que tengo una pinta estupenda, muchos querrían pesar mis sesenta y cinco kilos con esta estatura. Y, sin falsa modestia, creo que llevar un bastón y la cojera, le dan un aire todavía más interesante a mi aspecto. Debe ser por eso, seguro. Con gesto presumido, se ajusta las grandes gafas de sol de cristales de color azul y continúa su paso lento. Al dejar atrás la tienda de alimentación marroquí ve un cartel de SE ALQUILA. Entra. Es un local pequeño, oscuro y mal ventilado en el que apenas distingue detrás de un minúsculo mostrador a un hombre que coloca películas de DVD en una estantería. − Buenos días, caballero − se dirige al hombre del local. El hombre del local al escucharlo se acerca a la puerta de entrada. Al hombre de la gabardina hasta los pies cuando comprueba que el que se asoma es negro se le ilumina la cara con gesto de agrado.

− Mmmm… Buen augurio. − Me gustaría alquilar este local, estoy francamente interesado; ahora, me encuentro a la espera de una respuesta para la puesta en marcha de un gran negocio que tengo entre manos, caso de no cerrarlo en breve, tengo otros proyectos y este inmueble me vendría que ni pintado.

− Bueno, verá, ni siquiera hemos hablado de las condiciones. − De antemano le digo que no va a tener mejor cliente que yo, joven. Pero… dígame ¿Cuánto pide de alquiler? 3

Pido disculpas por la extensión. Este personaje parece que tiene afán de protagonismo. Por otra parte, a mí me apetece darle juego. Si resulta excesivo, pues lo echáis fuera de la consigna. Eladio no sé si lo entenderá. Yo sí, desde luego.

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El hombre del local, con cara de desconcierto, se rasca detrás de la oreja bajo una gorra amarilla y duda antes de contestar:

− Trescientos euros… − la voz suena insegura, casi a interrogación. − ¡Hecho! En una semana como máximo me vuelvo a pasar por aquí, en el supuesto de que se demore la firma de mi negocio. Una sola pregunta, joven, si no le sirve de molestia ¿Por aquí son todos de raza negra? Incluidas las mujeres, naturalmente. El hombre del local vuelva a dudar.

− Verá… sí, más o menos, también hay algunos árabes. − ¡Pues entonces perfecto! − exclama con satisfacción − pronto, tendrá noticias mías.

− ¡No me lo puedo creer! − se regocija el hombre del local para sus adentros − ¿El colega me va a poner trescientos eurazos en la mano por este tugurio? Así, sin despegar los labios... Dejando al hombre del local con una amplia sonrisa en la cara, el hombre de la gabardina hasta los pies sale a la calle e inspira inflando el pecho; intenta dar un brinco y casi se cae de boca.

− Calma − se dice − que no te ciegue la euforia. Que no se dé cuenta este infeliz de cómo te los has llevado a tu terreno. Entonces, no sin dificultad, se sube a un autobús de vuelta a su casa.

− ¡Qué gafas más chulas, tío! ¿Me las prestas para que las vea? − le pregunta la chica que acaba de sentarse a su lado en el autobús.

− ¿Es a mí, señorita? − ¿A quién va a ser, tío?

− Disculpe, pero no la conozco de nada − le contesta con gesto de aprensión al mirar su melena dorada − No insista, yo no soy su tío. − ¿De qué vas? Un colega mío las vende en El Rastro pero se sube mucho a la parra y pide un pastón, y sesenteras de estas las hay a patadas. El color de las tuyas, mola. − ¿En el Rastro? Sepa usted, señorita − se distancia de ella todo lo que puede apoyando su hombro contra la ventanilla − que estas gafas son el fruto del ahorro de muchos meses de esforzado trabajo, jamás en mi

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vida he comprado en semejante lugar; las mías pertenecen a una marca exclusiva que distribuye un entrañable amigo que se dedica a la importación de artículos de lujo.

− ¡Anda ya, tío! Si estoy harta de verlas por aquí. Mira paso, tampoco son para tanto, eres muy rarito tú − se levanta la chica refunfuñando. − Métete las gafas… − ¡Señorita, cuide ese lenguaje tan soez! − Que no me des la brasa, tío ¿De dónde ha salido éste, Paco? − pregunta la chica volviéndose hacia el conductor.

− Que sepa que la he escuchado, señorita, no soy sordo, es más tengo un oído privilegiado y no se me escapa ni una. También le diré que está usted muy equivocada, pero claro, no tiene la culpa de tener el pelo de ese color, que, si no me equivoco, parece de nacimiento.

− ¿Y a ti qué te importa, pamplina? ¡Joder, que pelmazo! Y todo por las putas gafas que no valen un pimiento. Cuando va a replicar, el hombre de la gabardina hasta los pies se da cuenta de que ha llegado a su parada y se levanta, precipitado, para darle al timbre. Sale como una exhalación del autobús que ha frenado de golpe.

− ¡Uf! Con lo bien que iban las cosas; espero que este encuentro no influya en la correcta marcha de lo que tan bien había empezado con el amable hombre del local − suspira con recelo ya en la puerta de su casa. Cuando está entrando, escucha:

− Pues muchas gracias, señorita. Bueno, es una manera de hablar… − Maricarmen ¿Con quién hablas? − pregunta el hombre de la gabardina hasta los pies irrumpiendo en el salón. La mujer, deja el teléfono sobre la mesita, y resopla desde su orondo escote; cambia su sobrepeso de pierna.

− Has tardado mucho, Eladio ¿Dónde te has metido? − Asuntos cruciales, Maricarmen, planes de futuro, ya te contaré − le contesta quitándose la gabardina que pone sobre una silla − He tenido un pequeño altercado en el autobús de regreso que vuelve a confirmar la insensatez de las mujeres que tienen el pelo… Pero, vayamos a lo que vamos ¿No serían los del banco, no? ¿Qué te han dicho?

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− Pues sí, eran ellos ¿Tú qué crees, listo? Lo que era de esperar, que no, que lo sienten mucho pero que después de estudiar el proyecto a fondo, no les termina de convencer; y también algo de insolventes y de un aval o una cosa parecida que no he entendido ¿Qué es un aval, Eladio? − ¿Que no lo ven claro? Hasta el más tonto se daría cuenta de que es un negociazo ¡Qué cortitos de miras son! Así va el mundo... ¿Un aval? Nada, tonterías de los bancos. Noto cierto retintín en tu tono, Maricarmen… La mujer se remueve incómoda mientras cuelga la gabardina en el perchero con sus bracitos cortos.

− No te vayas a molestar, Eladio, pero ¿A cuántos bancos hemos ido con la cosa de tu teoría? − ¿Teoría? Por Dios, Maricarmen, no te pongas otra vez con lo mismo. ¡Si

está demostrado! ¿Te lo explico de nuevo? − contesta desplomándose en un sillón y estirando las piernas.

− No, Eladio, ya estoy empezando a dudar ¿Acaso era rubia la directora del banco? No, tenía el pelo más negro que el bigote de un guardia civil.

− Ah… descreída, no te diste cuenta de un detalle fundamental: cuando estábamos llevándole los papeles a la directora llamó a su secretaria para que le hiciera fotocopias, y… ¿Cómo era la secretaria, eh? ¿No te acuerdas? ¡Rubia! Lo de siempre, Maricarmen, rubia, y así no hay manera ¿Cómo no te convences de que esa es la causa de que las cosas no nos terminen de salir? : Las rubias son completamente tontas y dan mal fario, y estamos rodeados, Maricarmen. He hecho estadísticas y el porcentaje es elevadísimo, mayoría aplastante ¿Te has fijado en los informativos de la Tele? Te lo he explicado cientos de veces, siempre que dan una mala notica, es rubia la que la cuenta, y… − Eladio, no me líes, por favor. De acuerdo, con lo de Leticia tenías razón, sí, presentadora, pelo castaño más bien oscuro, y se casa con el príncipe.

− ¿Lo ves? Y lo de la infanta no me dirás que no es el remate ¡Declarando en los juzgados! Rubia, la más rubia de las dos, por cierto. − De acuerdo, me pillas por todos lados, Eladio, pero… ¿Qué me dices de la sueca amiga de mi hermana? ¡Es listísima!

− ¡Y tú qué sabes, Maricarmen! Ya lo hemos hablado, las extranjeras no cuentan, con la cosa del idioma no se sabe lo que dicen y, claro pueden dar el pego, pero a las que aprenden español ¿No ves que se les queda un acento raro? Por lo mismo, porque son tontas por más que lo quieran disimular; si la gente prestara un poquito de atención, Maricarmen…

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− ¿Me estás llamando torpe, Eladio? Ni se te ocurra ¿eh? Cuando nos conocimos conseguiste llevarme al huerto, literalmente, con eso de que yo no había salido del pueblo y con aquello de que eras un hombre de letras y de mundo; ya me advirtió mi hermana, “¿Tú te has enterado bien, Maricarmen? Cuidado, que estos de la ciudad se tiran el rollo”. − Y dale con tu hermana ¿Estás segura que es morena de siempre? Para mí que no, igual se tiñe... − ¡Eladio, sin ofender! Pelo azabache como mi madre y como yo, mujeres de bandera, como decías tú con tu labia; el único clarito de mi casa es mi hermano; y medio calvo, igual que mi padre.

− Discúlpame, es que te pones tan obcecada… tu pelo es lo que más me gusta de ti, aparte de tu cuerpo serrano, claro − le guiña un ojo−. Pues sí, era y sigo siendo un hombre de letras, parece mentira que lo pongas en duda; vamos a ver ¿Cuánto nos queda de hipoteca? Por lo menos veinte años ¿no? y si hace falta pido prórroga ¡sólo faltaba!: me moriré siendo un hombre de letras ¡Me quedan un montón! Respecto a hombre de mundo, pues sí, cuando te conocí me había recorrido toda la provincia de Alicante, enterita. Sí… no me mires de esa manera… ¿Qué culpa tengo yo de que se convocara una huelga de pilotos cuando íbamos a coger el primer avión de nuestra vida? ¿Sabes por qué fue? Porque la señorita de la agencia a la que le compré los billetes era rubia; ése fue el momento en el que empecé a sospechar el por qué de que nada me saliera bien ¿Qué querías, que pusiera nuestras vidas en peligro tentando a la suerte? No, soy muy prudente, ya me conoces, y también sabes el esfuerzo que llevo haciendo desde entonces para encontrar una agente de viajes que sea morena y no hay forma, Maricarmen.

− Bueno, Eladio, ya me estás liando otra vez ¿Y del negocio, qué? Montar un Chiringuito lírico en Benidorm, ¡vaya ideíta! Me tenías encandilada con que eras íntimo amigo de Alfredo Kraus y con eso de que iba a venir a cantar los sábados cuando no estuviera de gira. Y ya ves… − ¿Ya ves qué, Maricarmen? ¡Hasta ahí podíamos llegar! Esto, es una crueldad, a ver si voy a tener yo la culpa de que Alfredo se muriera. Al pobre sólo lo atendieron enfermeras rubias, seguro. ¿Qué se podía esperar? Y para colmo a su mujer, con la pena, le da por teñirse a última hora. Como es natural, no volví a acercarme. Tengo la suerte de tener grandes amigos de enorme prestigio, en casi todas las ramas del Arte. Sin ir más lejos, Alfredo, considerado uno de los mejores cantantes de ópera de la historia. Sí, y otros muchos a los que no frecuento por dedicarme en cuerpo y alma a que fructifiquen los negocios que ponemos en marcha. Vaya insensibilidad, Maricarmen, no te conozco.

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− Siempre tienes respuesta para todo, Eladio. No es justo, llevo contigo más de quince años, y ya me estoy cansando ¿Qué vamos a hacer ahora? El dinero de la herencia se está terminando. − Está perfectamente calculado, de eso venía, pero nos hemos enredado otra vez con lo de siempre. No te preocupes, tengo planes alternativos: la opción B por si esto fallaba, precavido que soy y no terminaba de fiarme de esta gentuza de los banqueros. En cuanto se me cure el tobillo, me pongo a ello. Desde luego, tiene que ir uno con cuatro ojos, no sé cómo se me pasó que la cajera del supermercado, debajo de ese gorro que llevaba, seguro que escondía una melena rubia ¿Cómo no me iba a caer en la puerta al salir, Maricarmen? Pero venga, que estoy deseando contarte: la solución, para empezar, es montar una tienda de artículos de broma en el barrio periférico ése tan coqueto al que te llevé el otro día ¡Todos negros, Maricarmen! Bueno, también hay algún árabe; no lo pisa ni un solo europeo, y ningún norteamericano, por supuesto. Llevo observándolo mucho tiempo y no hay peligro, morenitos, como tiene que ser. Por cierto, he sostenido una conversación muy interesante con el propietario de un estupendo local que hay allí y el trato está prácticamente hecho.

− No, si no es mala idea… Pero me tenías medio convencida con lo de que no importaba que tu amigo el cantante ya no pudiera venir al Chiringuito y que ya cantarías tú cuando se te arreglara lo de los pólipos en la garganta; la verdad es que no tienes mala voz, y lo del tema de la playa siempre me ha gustado, Eladio. − ¡Pues claro que sí, cariño! ¡Así me gusta! ¡Esta es mi Maricarmen! No te he comentado que la farmacia donde compré el otro día lo de las gárgaras la lleva un muchacho de pelo castaño. Esta vez no falla, seguro que en unos meses la tengo como nueva. Y no te creas que abandono la idea del Chiringuito Lírico, ni mucho menos ¡Estaría loco! Es mi sueño, nuestro sueño, un antes y un después para la historia de la hostelería; con la mano que tienes tú para la paella y yo con mi voz, aparte de otros contactos que tengo en el mundo de la música y que moveré cuando sea el momento oportuno, nos forramos. Eso sí, habrá que ir pensando en otra zona, Benidorm es un paraíso pero tiene un grave inconveniente: está plagado de alemanes, Maricarmen, y ya sabes lo que pasa… Lo suyo, sería una isla de esas del Caribe, llena de mulatas y cocoteros. Allí la comida española triunfa, seguro, y la zarzuela para qué te voy a contar. Pero entretanto, y sólo de manera temporal, podemos ir sacándonos un dinerillo con lo de los artículos de broma: ése es el futuro ahora con la crisis; y de paso, nos vamos haciendo amigos de los del barrio periférico para llevárnoslos a trabajar con nosotros al Chiringuito. Tú no te preocupes, ya sabes que cuando me pongo me pongo. Planes de futuro, Maricarmen.

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− ¡Al Caribe! ¡Oh, Eladio, qué maravilla! − exclama Maricarmen con los ojos brillantes − mañana mismo me pongo a dieta. ¡Ven aquí, que tienes un pico de oro, zalamero! − estruja a Eladio contra ella. − ¿A dieta? A ti no te hace falta, hermosura, con ese pelazo que tienes… ¡Pero, por Dios, quita eso enseguida! − salta Eladio tapándose los ojos con la mano. En la televisión, un grupo de mujeres vociferan algo sobre el vecino del hermano del novio de la hija de un torero. Todas ellas son rubias.

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M. Pilar López O.

JÓVENES INDEPENDIENTES

Briff 2R7 suspira exageradamente:

− Señora, no puede llevar un desintonizador radiante en un viaje temporal. Llévelo a la consigna o reenvíelo por interfaz. La simbionte de grandes orejas se quejó nuevamente en su indescifrable idioma ultrasónico mientras Briff cancelaba la conexión. ¡Qué agotamiento de trabajo!, siempre repitiendo lo mismo. ¿Es que los viajeros temporales no se descargan la normativa vigente? Continuamente vetando tecnología asincrónica, metales anómalos y metabrujería genética. A las 45, 87 hora estándar se acercó Ana Lavinia con su semiesposo Cris y salieron a comer. Briff disfruta mucho de estas ocasiones, Cris es muy ocurrente y tiene verdadera chispa. Lástima que sólo le vea muy de vez en cuando. Las otras parejas de Ana Lavinia son mucho más anodinas, con la posible excepción del guardarraíles, evidentemente. Briff 2R7 está pasando por una etapa de celibato experimental, así que le resulta curioso analizar la complejidad de las relaciones de su compañera de control. Vuelve al portal de bastante buen humor, incluso le sonríe a la sailina que intenta otra vez colarle una maleta biónica.

− ¿Sabe que el tránsito la mataría? Ella se horroriza. Desconecta inmediatamente. Vuelve a los pocos minutos un poco mustia. − Mi pobre Samsitita, no está acostumbrada a quedarse en casa. ¿No hay ningún portal VIP por donde pueda cruzar?

− No con su registro genómico, lo siento. Dos horas más tarde, con los portales clausurados y un fuerte dolor de cabeza, Briff 2R7 suspira de nuevo. ¿Cómo no advirtió esta vez la llegada de su extransmisor parental?

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Le ha localizado de nuevo, y no se rinde, sigue insistiendo para que vuelva a su planeta sincrónico y se incorpore a la estructura biológica de la corporación. Tendrá que cambiarse de perfil biogenético, de destino pactado y de registro neural, una vez más. ¿Por qué no puede entender su ex padre que quiere vivir la vida a su manera, sin la sombra del planeta y el poder familiar, lejos del control de la gens?. Lo va a sentir mucho por Ana Lavinia y sus maridos, pero llegó el momento de cambiar de aires. Los mundos acuáticos de la nebulosa Aisiahn 89 estarán lo suficientemente lejos. O eso espera; la reestructuración biológico-neural es carísima.

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Mauricio Castello

FASCÍCULO PRESENTACIÓN 01

GRATIS con esta edición, iniciamos la entrega de la Enciclopedia Monstruos de las Letras, cada semana con el diario, un cupón y la módica suma de U$S 19.99 obtendrán un nuevo fascículo de esta necesaria colección. No pudiendo ser de otra manera, comenzaremos con la atrapante historia del fundador de la Asociación de Escritores Ignotos Organizados y Unidos –en adelante A.E.I.O.U.-, nos referimos a quien influenció de manera explosiva a las generaciones venideras, hablamos de Nabucodonosor Didomenicantonio Mastrocola. Nabucodonosor, al comenzar su carrera de Filosofía y Letras en la Universidad, mostró siempre inquietud en revolucionar todo lo conocido. Su idea fundacional fue la de ser Book Jockey, cuya actividad consistía en leer párrafos, no siempre la obra entera, de reconocidos y difundidos literatos en continuado, muchas veces mezclando textos de unos entre los de otros para algarabía de su público. Contaba con asistentes que iban modificando la posición de los candelabros dentro del salón a medida que leía, obteniendo así diferentes ambientaciones para subrayar su arte. Esbozó su trabajo en Reuniones Literarias para la aristocracia de entonces, para más tarde se convertirse en un imprescindible de las Tertulias Literarias de 15 Años. Su farragoso nombre lo llevó a autodenominarse BJ Mackey, tal como lo conocemos hoy día, porque aseveraba que se veía mejor en los afiches publicitarios que cubrían la ciudad. El poder sobre su público no paraba de crecer, por ejemplo, su festejada mixtura del Frankenstein de Mary Shelley con el Moby Dick de Herman Melville confundió a la juventud que ganó las calles clamando justicia, solicitaba el enjuiciamiento del Doctor Frankenstein por mala praxis, acusándolo de haberle cercenado una pierna sana al Capitán Ahab. Su asociación con el laboratorio farmacéutico que creó el Geniol, lo convirtió en un hombre de incalculable fortuna. Durante sus perfomances en las veladas, el consumo de esos comprimidos era de carácter industrial. Fue él mismo quién se sentó en la mesa de negociaciones para discutir su venta al grupo británico GlaxoSmithKline.

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Si bien ya era considerado el Número 1 Mundial, su figura seguía en franco crecimiento, primero con el advenimiento de la radio que logró posicionarlo entre las masas y luego con la notable influencia de sus técnicas aplicadas a la música, principalmente manipulando registros grabados. Al nunca ser reconocido por la elite literaria, su complicidad con otros descastados da origen a la AEIOU. Se lo suele colocar en el pedestal reservado para quienes dejan inequívocamente su sello cultural como herencia para la humanidad, junto a BJ Mackey solo tenemos a un Leonardo Da Vinci, a un William Shakespeare, a un Gerardo Sofovich. Su presente de divo lo llevó a retirarse en una vieja casona de Punta Lara, donde lo entrevistamos para rememorar sus años dorados y dar origen a esta Enciclopedia imprescindible para entender el presente. PROXIMAMENTE, acercaremos la vida, obra y milagros de los miembros de la AEIOU, como fueron Paracelso Nostromo, Pomponia Tesalvasti, Caralampio Carruthers y tantos otros.

FE DE ERRATAS I: Como es de público conocimiento, estamos en vísperas del décimo aniversario del fallecimiento de BJ Mackey, el presente lanzamiento fue realizado quince años atrás; se mantuvo el proyecto encajonado en las sombras por presiones y boicots de corporaciones y lobbystas que se dicen guardianes de la cultura del pueblo. Tomen, Putos!

FE DE ERRATAS II: En las Erratas I, donde dice Putos, debió decir Hijos de Mil Putas.

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Paula Ancery

BAJO EL MISMO TECHO

En una casa cuya ubicación precisa no sabría dar, pero que se encuentra en algún punto en la zona sur del conurbano entre Temperley y Banfield, viven cuatro mujeres, tres jóvenes y una ya mayor, aunque de esta última su edad y demás circunstancias son imprecisas, porque no aparece nunca. Las otras tres se refieren a ella como a la tía Mónica, o a veces solamente tía, o solamente Mónica, por aquella cancioncita “yo tengo una tía, una tía Monicá”. Las otras tres son maestras. Así se conocieron y así fueron a parar a la misma casa: por la imposibilidad de sustentarse cada una con su salario de docente de un solo puesto. La casa, bastante grande aunque también bastante venida abajo, es de la tía Mónica, quien de alguna manera había hecho correr la voz de que necesitaba UNA inquilina. Cuando le aparecieron tres, hizo con ellas el siguiente trato: ella se reservaba el altillo, en cuyas adyacencias también había un inverosímil baño; y les dejaba los otros dos pisos de la casa. A cambio, las tres sacerdotisas del saber tenían que ocuparse de TODO. Esto incluía subirle todos los días una bandeja con el almuerzo y otra con la cena; retirarla después y lavar los platos. No les cobraba alquiler, sólo el servicio de comida. Ellas solamente tenían que ocuparse de eso y de pagar los impuestos y servicios. Los servicios incluían el teléfono que compartían las cuatro –aunque nunca sonaba para Mónica- y el de conexión a Internet y a la televisión por cable, igualmente compartidos. Si alguien tocaba el timbre preguntando por Mónica –hasta ahora, las pocas veces que alguien la buscó dio nombres de lo más disímiles; las inquilinas sabían que se refería a la tía porque no podía tratarse de nadie más-, tenían que contestar que no vivía ahí. En cuanto a las tres amigas: Denise es maestra de jardín, en los dos sentidos de la palabra. Da clase a chicos de 3 a 5 años y además es la única que entiende de plantas y le encanta cuidarlas, lo que viene bárbaro para todo el maceterío del patio. Sólo que a nadie más que a ella le interesa que estén todas las plantitas contentas y cuidadas. El gran pesar de su vida es que su madre está loca, lo que significa internada en un manicomio; y su padre, que hace mucho que se desentendió de esa señora, hace vida de hippie trasnochado en un lugar en Córdoba llamado San Marcos Sierra.

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Julia y Natalia son maestras de primaria. Julia es la única que tiene novio. En cierta forma, es una pena que tenga el novio que tiene y no algún otro ejemplar más colorido, porque su novio es un tecchie. Esto viene muy bien cuando hay que reparar la computadora o se desconfigura el decodificador de la tele (están colgadas del cable de Mónica, que se supone que tiene una sola conexión en esa casa); pero no es ni sexy, ni adulto, ni tiene calle, ni nada. Él ve a todos quienes desconocen los arcanos de la informática como a unos cavernícolas; y el resto del mundo lo ve a él como a un freak, salvo en las inmediaciones de su profesión (también es un as cuando se necesita, por ejemplo, arreglar el lavarropas o cambiar el cuerito de una canilla). Sin embargo, para nadie es un misterio que una chica tan graciosa y tan simpática como Julia esté con un aparato como Martín. Después de todo, él no la maltrata y no se le conocen accesos de mal humor ni de nada desagradable; además trabaja, que no es poco. Todo el mundo asume que de algún modo, probablemente en la intimidad, Julia y Martín se complementan. El resto de la vida de Julia se va en estudiar Psicología como segunda carrera, en la Capital. Natalia colecciona novios, es decir que en realidad nunca tiene ninguno. Va cayendo de trance extático en trance extático, en historias que siempre terminan mal, porque, como dice ella citando al profeta, “todo lo que termina, termina mal, y si no termina se contamina, y eso se cubre de polvo”. No concibe la posibilidad de irse a la cama con un tipo sin estar enamorada, por lo cual, preventivamente, se enamora. En cierta forma, esto obliga a sus compañeras a secundarla en sus procesos de revelación, desde lo deslumbrante que se avizora que es “él” hasta lo desalmado, maltratador y a veces hasta peligroso que resulta ser. Esto es un poco desgastante cuando una no es la principal implicada, pero en cierta forma también es admirable, sobre todo teniendo en vista que las tres trabajan en un ambiente que tiene mucho de gineceo, y circulan por lugares donde no abundan los candidatos. Pero Natalia no tiene problemas en entrar en conversación con un desconocido en un colectivo, por ejemplo, aunque la iniciativa tenga que tomarla ella; o en captar la atención del único o de uno de los dos únicos ejemplares masculinos codiciables en alguna de las pocas fiestas que su vida gineceica le pone en el camino. Además, está haciendo un exhaustivo instructorado de yoga. Algunas de sus historias salieron de ahí. Natalia también tiene una madre que de vez en cuando hace apariciones estelares en la casa y se pone a dar cátedra, lo que le sería pesado para cualquiera, pero más para tres chicas cuyo trabajo es dar clase de verdad. Sobre todo, cuando la madre aparece sin avisar y su verdadera hija no está. Las tres jóvenes amigas son lindas cada una en su estilo: el de Denise, un poco “virgen de Luján”; el de Julia, informal y despreocupado, como si no supiera lo atractiva que es; en cuanto a Natalia, ella sube y baja

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de peso, anda hecha una pordiosera o una loba sin término medio, de igual manera que se enamora y se desengaña. Todas hablan en voz muy alta por deformación profesional; se ríen más alto aun y lloran a veces a grito pelado y a veces con regueros de lágrimas mudas que humedecen almohadas… u hombros de amigas. Lo otro en lo que se parecen es en que les gusta mucho la ropa, aunque les falta poder adquisitivo para ejercer. Por eso desarrollaron la costumbre de informarse entre sí los precios de ganga a que hacen sus adquisiciones, de tal forma que han llegado a un acuerdo no deliberado por el que una prenda, sin importar lo adecuada que sea, no puede constituir una buena compra si no es sospechosamente barata.

− ¡Qué linda remera! Ese estampado sopleteado es bien ochentoso, ¿te acordás? − ¿Viste? Setenta pesos. − ¡No! ¿Dónde la conseguiste? − Te lo digo si me prestás tu corpiño de breteles finitos para cuando me la ponga, porque con este cuello bote se me van a ver…

− Yo mi corpiño te lo presto, pero se te van a salir todas las tetas. Vos te olvidás de que no tenemos precisamente el mismo talle. Con este escenario y estos personajes, ustedes podrán esperar una serie de avatares por momentos cómicos, siempre tiernos, ocasionalmente conmovedores, sobre esas criaturas tan adorables que resultan ser las mujeres en cuanto se les pone una lupa encima. Peleítas sin importancia, por celos, por competencia, dispuestas ahí al efecto de que las reconciliaciones sean entrañables. Loas a la emancipación femenina, a la lealtad y a la solidaridad que siempre prevalecen en última instancia; así como a la tenacidad y el coraje que se requieren para vivir sin amparo masculino y, encima, con poca plata, como si el caso inverso (hombres pobres y solteros) pudiera resultar épico o siquiera interesante. Relatos en los que, si fueran películas de Bollywood, tendría que actuar Winona Ryder, o Gwyneth Paltrow como mínimo, con alguna aparición especial de Whoopie Goldberg en alguno de los roles de veterana, la directora de alguna de las escuelas, por ejemplo. Pero esto no es Hollywood. Y en esta casa, por si no lo sospechan, hay algo siniestro. ¿O ustedes aceptarían ser huéspedes de alguien que no se deja ver? ¿Qué creen que pasa cuando, al primer lavado, la remera de setenta pesos se encoge y se destiñe, o cuando el corpiño prestado se ensancha hasta resultar inútil para su dueña original? ¿Cuando la loca se escapa del manicomio en que la internaron, cuando todos los vecinos junan que en esa casa “viven todas mujeres”? ¿Cuando alguna se lleva

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a un sujeto del sexo masculino a dormir y a ĂŠl lo incomoda desayunar con las otras y ella no quiere que las otras los escuchen durante la noche? Yo les digo que esta casa tiene poco que envidiarle a Thornfield. Quien tenga oĂ­dos para escuchar, que escuche.

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Federico Cahn Costa

EL VECINO

Don Arturo daba un poquito de miedo desde los 8 años del pequeño Manuel. No era malo ni malhumorado. Era la soledad que lo había hecho un poco arisco y sus modos de hombre de campo eran un poco extraños para un pálido niño de ciudad, de escuela privada de uniforme con blazer y corbata. El viejo tendría unos 70 años que, curtidos por la vida de campo, parecían al menos diez más. Vivía en su pequeña chacra, con sus tres perros, al lado de la de los abuelos del pequeño. Cada tanto Manuel iba a visitar al viejo a pedido de su abuelo. En general era para llevar o traer algo. Una pala que había pedido o el rastrillo que había prestado, un plato de guiso que había cocido la abuela o unos higos de la higuera del viejo "antes de que se los coman los pájaros". El rancho de Don Arturo era de paredes de adobe descascaradas que supieron ser blancas alguna vez, techo de paja y piso de tierra apisonada. Oscuro, fresco en verano y tibio en invierno, extrañamente acogedor y tenebroso a la vez a la vista del niño aunque la higiene de un viejo solitario dejara bastante que desear. O tal vez por eso mismo. Y para el urbano Manuel, las bombachas camperas y alpargatas "con bigotes" del viejo eran toda una novedad. Así como algunas ideas o consejos que nunca había escuchado siendo tan chico. "Respete a las mujeres, mocito, son lo más lindo que hay. Pero cuídese. Pueden ser muy malas", le dijo una vez sin relación a nada de lo hablado hasta ese momento. Otro día, al recibirlo, lo convidó con una manzana de las muchas que crecían en el árbol del fondo. "No, gracias, Don Arturo, recién comí", dijo el niño. "Nunca diga que no a un regalo, m'hijo. No es de agradecido y puede necesitarlo después. Y si no, usté' lo regala. Y así deja contentos a

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tres. El que se lo dio, el que lo recibió y usté que hizo algo bueno a dos puntas". Y lo obligó a llevarla. Pocos años después los abuelos se mudaron a la ciudad ya que los años les impedían seguir lejos de los hijos. Cuando Manuel, ya hombre, volvió por aquellos lados a visitar su lugar de veraneo infantil, ya don Arturo no estaba más y los nuevos vecinos no sabían nada de él. Aunque fue y seguirá siendo mientras alguien lo recuerde.

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Antonio Lendínez Milla

SERIE

Solía tomar café junto al mar, perdía su vista contemplándolo, no se cansaba de mirarlo. Le encantaban todos sus estados en todas las estaciones del año. Eran sus ritmos, como la vida misma: cambiantes, siempre sorprendentes. Miraba al sur, al horizonte. Conscientemente se abstraía. Aquel día la mar estaba tranquila, bajo un sol fulgurante, un azul brillante, sus pensamientos fluían. Los observaba venir, y cómo se diluían, uno tras otro se agolpaban, los veía pasar, como nubes en el cielo por en su mente. Los miraba y los veía. Los dejaba ir. No dejaba que fueran el centro de su discernir, que le distrajeran de su atención observante. Se perdía en el silencio de su mente. Entre el cielo y el mar, la línea del horizonte, la que separaba sin separar nada. Aquel efecto engañoso que representaba la vista. Sabía que todo estaba integrado, era una máquina perfecta la que contemplaba; todo aquel mundo se perdía en el silencio de su mente. Lo integraba todo: lo bueno y lo malo. Era el mundo de las formas donde existía. El que se presentaba a su vista. Entendía, comenzaba a percatarse claramente, que todo formaba parte del mundo que distinguía; una sinfonía perfecta a sus ojos se mostraba. No se sentía más que nadie, ni menos tampoco. Se sabía parte de aquel todo. Una minúscula pieza. Sabía de su papel y del de cada uno de sus elementos, los que constituían aquel escenario que contemplaba su vista. Notaba los movimientos atmosféricos, el cambio del tiempo, el frío, la brisa; las nubes, cómo tomaban forma. Veía a las personas, su movimiento, su andar. La forma como se conducían; los veía con sus problemas, los que reflejaban sus caras. Había aprendido a interpretar el secreto de sus facciones, sus historias se reflejaban en ellas, todo quedaba a la vista. Se pasaba las horas observando, procuraba no enjuiciar, sacando conclusiones fútiles e inútiles. Qué sabía él de sus causas ni de su vida. Era lo que mostraban y el veía. Notaba por dónde discurrían. Formaban parte sin darse cuenta de un modelo interestelar; de un patrón en donde el más sutil movimiento denotaba cómo iba a moverse todo, cada uno de los elementos e individuos que conformaban la vida. Era una nueva forma, de ver y sentir el movimiento de sus estructuras. Esa

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nueva visión iba a constituir la matriz que lo transformaría todo. Ya, de una vez, la vida comenzaría a ser distinta. Lo sentía desde el corazón, lo intuía. La mente iba a ser una subordinada, sujeta al verdadero motor: el corazón, el verdadero motor que conduciría la vida. El corazón comenzaría a hablar, se sentiría. Y comenzaría a dictar unas nuevas normas, las que en el futuro iban a regir en aquella nueva vida. Era un orden distinto que gobernaría en las vidas.

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Nuria Navajas

HISTORIAS DE UN HOSPITAL

Distrito Sur, así se llama el área que comprende los pueblos de la zona sur de una bella capital de España. Algunos de estos pueblos están colindantes a las marismas de un gran río y son pueblos que viven del campo y del cultivo del arroz. Cada población luce sus costumbres y fiestas con un orgullo especial y casi soberbio. Sofía solicitó plaza en el Hospital que asiste a esta comarca. Fue a comienzos de los noventa cuando le adjudicaron el puesto y pasó a ser personal fijo. El hospital tenía un encanto especial, era un hospital pequeño y familiar aunque atendía a todas las especialidades, como ginecología, pediatría, obstetricia, traumatología, medicina interna, unidad de cuidados intensivos, digestivo, hematología, cirugía, otorrino, urología y consultas externas. Lo que más le gustaba a Sofía era su gente, gente con mucha ilusión por ser cañera en su profesión. Sofía eligió turno de mañana pues las noches le sobrepasaban y trabajar en festivos le entristecía. Pronto comenzó a entablar amistades y las horas se pasaban volando. Pero a pesar de todo Sofía llegó a quemarse. Pasó muchos años de enfermera en un servicio muy cerrado que solo atendían a pacientes muy graves. Los profesionales que trabajaban allí apenas se relacionaban con el resto del hospital. Sofía se ahogaba cada año más, necesitaba un cambio rápido. Por fin tuvo la oportunidad de acceder a otro puesto de trabajo donde la visión de la vida era más optimista e integral, o así le parecía a ella. Pero este trabajo era muy particular, dentro de su profesión de enfermera, se trataba de una especialidad no reconocida por el sistema de salud de su país. Era una especialidad no asistencial. A Sofía trabajar para las personas era lo más alentador de su profesión y le daba igual ser o no ser asistencial. El trabajo era muy diverso, trabajaba con enfermos, no enfermos, familiares, profesionales, directivos, representantes, asociaciones, etc. Todo con una visión integral de la salud dentro de la diversidad de la vida. A partir de este momento Sofía comenzó a vivir muchas historias liosas y preocupantes. Eran relatos de vidas entrecruzadas con recursos, vanidades, envidias, pasotismo, politiqueo, aislamiento, reproches, corporativismo. Para ella lo más halagador era la satisfacción que le

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expresaban las personas a las que ayudaba. Eso era lo único que le importaba, quería ser simple en su vida, ante todo feliz y eso sólo se conseguía siendo humana, asertiva y resolutiva. Cada mañana comenzaba igual, vestuario, uniforme de enfermera, conversación con la vecina de taquilla, ascensor, despacho y cafelito para espabilarse. Comenzaba un nuevo día lleno de historias por resolver que Sofía irá relatando capítulo a capítulo, cada semana.

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María Gabriela Failletaz

SERIE INFANTIL:

LA PEQUEÑA ADELA

[Música inicial Chan cha ,chan cha ... cha ra cha cha chaa chan cha , chan cha ... cha ra cha cha chaa ...]

Hoy presentamos:

La noticia

La clínica del Dr. Wader era desagradable. Se ingresaba por un zaguán azulejado que apestaba a desinfectante, el que desembocaba en una sala de espera con bancos de iglesia. Las baldosas eran un tablero de ajedrez muy encuadradas en una guarda de otras baldositas dibujadas como con regla. Una estatua de mármol reinaba en una esquina y su manto color manteca dejaba desnudo un hombro. Nos sentamos con mamá y la abuela. A mí las piernas me balanceaban. ¡Era tan aburrido esperar! Mami estaba nerviosa y me miraba seria. Le irritaba que yo me moviera tanto. Suerte que la abuela había llevado caramelos "media hora". Pero eran mentiras porque yo me los tragaba en diez minutos. Y ya iba por el quinto caramelo. Me entretuve observando los ojos huecos de la señora de piedra. Su boca sellada parecía querer hablarme. Eso me asustaba, así que yo desviaba la vista hacia el suelo de rayuela imaginando los números hasta el diez. El Dr. Wader con su delantal alargado lleno de botones apareció en la sala como un espíritu. Tenía una cabeza canosa y era muy amable y cariñoso. Se acercó a mamá y le preguntó si era para control. Mami dijo sí con la cabeza y una sonrisa.

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Entraron dos mujeres más. Una señora flaca con piernas de tero y sin guardapolvo trajo una agenda para anotar. Se abrieron de golpe y de par en par dos puertas de madera. Pude ver una camilla, un mueble lleno de cajoncitos y una luz con forma de ensaladera que colgaba del techo. Cuando el Dr. llamó a mamá, la abuela me tironeaba del brazo para llevarme al bar de la esquina a tomar una coca. Atravesar el pasillo soleado me dio una sensación de oxígeno y libertad. Cuando regresamos, la clínica estaba llena de gente. Había muchos chicos en el suelo. Algunas mamás paradas y otras sentadas, todas con panzas de diferentes tamaños y caras de cansada. Ya en casa, mami hizo una torta para darme la noticia de que tendría un hermanito. Yo me lo había imaginado pero tenía miedo de preguntar y que no fuera.

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Roxana Conti

SERIE

Raquel caminó por ese pasillo casi toda su vida, sus escalones e imperfecciones estaban grabados en su memoria, cada una de sus baldosas contenía su ir y venir infinito. Por eso no le resultaba difícil transitarlo aún en la casi oscuridad. Los bordes y texturas de las dependencias de su mundo eran también muy familiares y así los recorría, pasando sus manos por cada unos de los rincones, estantes y cajones, de su casa y de su vida. Estaban en el recuerdo los días en que leía a través de cristales que aumentaban las letras, dando cierta nitidez a los renglones de los textos que ella recorría con avidez, como siempre a lo largo de su vida, devorando libros con interés y pasión. Hoy paseaba sus dedos por esas bibliotecas que tapizaban las paredes de su habitación y reconocía cada texto por su forma, tamaño y relieve de sus lomos o contornos. Los atesoraba y evocaba, de a uno, como si los leyera. Sus grandes anteojos oscuros no impedían que adivinara cierta luz, que, a veces hiriente, la obligaba a entrecerrar sus ojos. Algunos días podía entrever, como a través de un vidrio esmerilado, ciertas formas, claroscuros. Visión bulto, la llamaba ella. ¡Como si fuera necesario perder la vista para tenerla!, reflexionaba. Tantas veces vamos por la vida teniendo esa visión bulto, sin definir los contornos, eligiendo sin elegir cualquier camino, cualquier atajo, sin pensar demasiado. ¡Al menos lo mío, es un sinfín de formas que aparecen y desaparecen a través de una nebulosa turbia!, pensaba Su vida llegó a ese punto donde necesitaba a otros para sobrevivir, lejos de ser algo obvio, su necesidad era vital. Dentro de su mundo podía arreglarse sola, los quehaceres domésticos le resultaban una rutina interesante y, metódica como era, hasta sencilla. Sus cosas siempre ordenadas, vestía impecablemente, combinando colores y detalles, siempre hermosa. Hasta continuaba cocinando de memoria, preparaba unas exquisiteces en su punto justo, y siempre sorprendía a quienes gozaban de todos los sentidos pero carecían de sus dones culinarios. Salir de sus dominios era una aventura que ya no podía enfrentar. Se negaba rotundamente a usar ese elemento que tintineaba contra el piso. Odiaba ese tintineo, le recordaba cierto personaje que caminaba por las calles de su barrio cuando era una nena, asociaba ese ruido con

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algo sórdido, no podía explicarlo, pero con sólo recordarlo se estremecía. Raquel atesoraba la esperanza de una mejoría. Aunque vivía sola, estaba rodeada de afectos que la acompañaban en su entereza de esperar un milagro. La música llenaba su vida, en todas sus formas, notas, acordes y también palabras. Su casa estaba llena de música y de relatos y libros hablados que le enviaban de una biblioteca a la que se había asociado, para continuar leyendo con sus oídos. Ella cerraba sus ojos, e imaginaba que seguía el texto en el papel. Aunque cada día sentía que imperceptiblemente, avanzaba hacia un destino de oscuridad, mientras los claroscuros y cierta luz lejana la acompañaran se sentía feliz. Un día al despertar ya no hubo nada ante sus ojos y la luz se había apagado.

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Javier Russo

SERIE

Los siempreven. Los puedenver. Los nuncaven. Los edificios se veían como mudas y sombrías esfinges que atestiguaban el doloroso pasado de La Era de la Perdición. Las ciudades habían sido abandonadas décadas atrás luego de La Caída. No hacía falta prohibición alguna para que las ciudades siguieran deshabitadas. Sólo algunos siempreven vivían en alguna que otra casa o edificio. Los pocos que se aventuraban a sus calles lo hacían con algún propósito. Padre e hijo caminaban por las calles de la abandonada ciudad. El Padre llevaba una pesada mochila y el nene un pequeño bolso.

− ¿A dónde vamos papá? − Quiero que veas a una persona muy especial. − ¿Quién es? − Tivo es un siempreve y es guardián de una casa. Hoy nos toca traerle comida y ver como está. El nene elevo la mirada a su padre y preguntó:

− Pa ¿es cierto lo que dicen de los siempreven? − ¿Qué dicen, hijo? − Que no se les entiende cuando hablan, que te asustan o que te pueden matar.

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El padre sonrió. “Los temores se construyen sobre las excepciones”, reflexionó para sí mismo.

− Hoy vas a conocer a Tivo y vos me vas a dar tu opinión. − ¿De qué es guardián Pa? − De la inmanencia que hay en la casa. − Pero, ¿qué hace un guardián, papá? − Tivo cuida que ninguno de nosotros se acerque a la inmanencia sólo porque podríamos morir.

− Pa, tengo miedo – dijo el nene de repente y tomo la mano de su papá. El padre se agachó y lo miró a los ojos.

− Tivo nos va a cuidar, Lean. − Pero es que tengo miedo de Tivo y de esa casa. − Confiá en mí, Lean. Cuando volvamos a nuestra casa vos vas a contarles a los demás como es el siempreve que vas a conocer hoy. Caminaron hasta una antigua casa gris que tenía un altillo con techo de pizarra negro y un pequeño jardín delantero. La casa no se parecía en nada a las que la rodeaban; era más antigua y estaba libre de matorrales. Parecía como que el tiempo no había pasado para ella. Al notar la diferencia, Lean apretó mas la mano de su papá. Antes de llegar hasta la casa una voz sonó detrás de ellos.

− ¡Núel! Lean se sujetó de golpe de la pierna de su padre y quedó inmóvil haciendo fuerza, tanto que casi impidió que su papá girara para saludar a Tivo.

− ¡Tivo, qué bueno reunirnos! − Te vi desde que entraste a la ciudad. − Lo supe, Tivo, por eso caminé tranquilo. 49


− ¿Él es Lean? − Si, es Lean, mi hijo menor. Lean se relajó un poco

− ¿Ya es un puedever? − No, todavía tiene que mirar para ver. − Ah, falta un poco entonces. Qué lindo que es. Yo nunca fui como él. − Lean, él es Tivo, el guardián la inmanencia de esa casa – dijo Núel, al tiempo que giraba señalando la vivienda. Luego se sacó la mochila y avanzó hacia Tivo, que la recibió con una sonrisa.

− Qué bueno que viniste vos, haces buen pan de maíz. ¿Cómo está Rina? − Rina salió hace dos lunas a un asentamiento en el Norte a visitar familia y a enseñar. − ¿Cerca de alguna ciudad? − Sí cerca de Córdoba. − Hay inmanencias como la de esta casa en Córdoba ¿Ella lo sabe? − Sí, Tivo, lo sabe y también hay guardianes como vos en las inmanencias.

− Sí, pero no todas las inmanencias están custodiadas, Núel. − Perdoname que te cambie de tema, Tivo ¿vino algún buscador con noticias? − Vinieron dos buscadores, uno con noticias y el otro a saludarme. − Siempre es buena la visita de amigos. − Sí, por eso me gusta cuando venís vos. − ¿Las noticias son buenas? − Sólo son noticias Núel; encontraron a un anciano que puede ser parte de la inmanencia de la casa que cuido. − Qué macana, Tivo.

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− Yo estoy bien Núel. Mientras un siempreve la custodie, la inmanencia no crece ni mata. Todavía soy joven y cuando muera, otro siempreve vendrá. − ¿Nos podrás mostrar la inmanencia hoy? − Sí, pero antes me tenés que asegurar que cuando Lean pase por sus días de solover lo vas a cuidar como me cuidaste a mí. − Tivo, te aseguro, voy a tener las mismas fuerzas que tuve con vos. Tivo cambió bruscamente su atención y se tornó hacia Lean.

− Lean, − dijo al dirigirle la mirada − asegurame que si alguna vez oís una voz dentro de tu cabeza que te habla o te pide algo le vas a avisar a papá. Y si lo que te habla te dice cosas feas o te pide que hagas algo terrible decile igual a papá sin culpa. Recordá que oír es como ver y si tenés miedo está bien, pero nunca dejes de decirle a papá todo lo que te pasa.

− Otra cosa, Lean, los soloven no somos todos iguales, algunos no soportan lo que ven u oyen y se ponen realmente malos. Esos que se ponen malos se quieren hacer daño a sí mismos; entonces hacen daño a todo y todos. Cuando seas un puedever, vas a poder darte cuenta cual siempreve es como yo y cual no. Lean asintió con la cabeza y Tivo acarició el ondulado pelo de Lean al tiempo que agregaba:

− Ahora subamos al altillo para que pueda mostrarle a Lean la inmanencia de la casa y aprender por qué no debemos olvidar nuestras felicidades. − Tengo miedo − dijo el nene con lágrimas en los ojos. Tivo se agacho y rodeó con sus brazos al nene que sollozaba.

− Está bien, Lean, no te voy a decir que no tengas miedo. El miedo viene sólo pero la confianza en los demás y en vos la tenés que traer desde el fondo de tu corazón por vos mismo. Te pido que traigas y tengas ahora confianza en mí, yo los voy a cuidar a los dos. Ninguna inmanencia puede con nosotros los soloven. −¿Por qué las inmanencias no pueden hacer nada con los soloven? − Justamente porque las vemos siempre y cuando a las inmanencias se las ve se quedan quietas.

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Lean dejó de llorar y Tivo sintió que ahora era el niño el que lo abrazaba a él con fuerza. Gratificado por el abrazo del niño Tivo murmuró para sí mismo: “Eso es pequeño, confiá ahora en mí y en tu padre, aprende a traer la confianza a tu vida y cuando lleguen tus días de solover estarás bien”. Una lágrima recorrió el rostro de Núel para recordarle que había felicidad en su vida. El abrazo se deshizo lentamente y fue Lean quien tomó de una mano a Tivo y de la otra a su papá. Los tres de la mano se dirigieron hacia la casa que custodiaba Tivo. Núel respiró hondo y reflexionó que si Tivo hubiera vivido seis décadas atrás lo hubieran confinado en algo que llamaban Hospital psiquiátrico. En esa época ser un nuncave era lo correcto, ser un solove era considerado enfermedad y ser un puedever era considerado una charlatanería.

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EDICIONES LIPE DOMINGO 15 DE MARZO DE 2015


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