MI PRIMERA VEZ

Page 1

MIPRIMERAVEZ


Portada Luis Alfonso MartĂ­n


MIPRIMERAVEZ


2


CONSIGNA DEL DOMINGO 11 DE ENERO DE 2015 Tema

MI PRIMERA VEZ

Ponente

CLAUDIA CASTAÑEDA

Sin connotaciones. Puede ser mi primera vez que vi el mar, mi primera vez que di un beso, mi primera vez que comencé a ganar mi dinero, mi primera vez que hice el amor, etc. Se trata de “mi primera vez” de algo que me marcó una bisagra y que me hizo crecer, repensarme, animarme, acobardarme, darme cuenta, cambiar el rumbo. Es totalmente autobiográfico. NO ES FICCIÓN y NO VALE escribir en tercera persona. Buena semana para todos.

Claudia Castañeda

3


4


1

M Pilar López O.

LA PRIMERA VEZ

Recuerdo muy vívidamente una cocina antigua y calentita, paredes pintadas de verde, desconchadas a tramos. En la esquina, una chimenea con hornillo donde mi abuela calienta la sopa sobre una trébede en un puchero ennegrecido. ¡Qué rico huele! Una mesa blanca, altísima, con dos cajones de tirador pintado a los que casi no alcanzo. ¿Yo me encaramé? ¿Alguien me subió? Eso no lo conservo, pero sí lo bien que se estaba ahí arriba con los pies colgando y balanceándose, un-dos, un-dos. Escucho las conversaciones de los mayores y me relamo oliendo a comida rica, a madera ardiente, a frío exterior cuando mi madre entreabre la ventana sobre el fregadero de piedra. ¡Qué bien huele la nieve de fuera, casi se te hace la boca agua! Tan contenta estoy, ahí encaramada, dominando todo como un gato en lo alto. Echo la mano hacia atrás... Como en las pesadillas, después, hasta el suelo. ¡Qué terrible sensación! Creo que fue sólo un golpe de los que te dan risa si los ves en una película, pero es la primera caída que recuerdo, la revivo a veces en sueños... ¡no soporto la idea de subirme en una montaña rusa! ¿Será un terrible trauma infantil sin resolver? ¿Acaso la experiencia frustró una exitosa carrera de trapecista antes de nacer? Nunca lo he consultado, ¡oh cielos!, me da miedo descubrir la verdad. Por otra parte, en las reuniones semanales de la Comisión Pedagógica de mi instituto, celebradas en un aula de informática con pocas sillas, siempre me izo hasta una mesa alta. Se divisa todo, se escucha todo, te oyen bien si hablas. Los pies colgando, un-dos, un-dos... La espalda bien recta, y con las manitas bien a la vista, pegadas al cuerpo, bien adelantadas... of course.

5


2

Claudia Castañeda

LA PRIMERA VEZ

La primera vez que me encontré con vos, no me pasó nada. Pasaron un par de años para darme cuenta de que, después de tanto andar por esos caminos que no llevan a no sabía dónde, vos ibas a ser el padre de mis hijas, ese amor que se plasma en hechos. Seguramente, la vida tiene la mala costumbre de seguir sus designios y de no cumplir esos deseos que se tienen cuando una se enamora: comprarnos una casita en el mar, envejecer juntos, celebrar nacimientos futuros y todo eso que se sueña. Lo que sé es que la primera vez que soñé todo eso en grande fue con vos. Debe ser por eso que hoy, que cada uno de nosotros siguió su propio camino −porque el amor y el deseo se terminan como los sueños− quiero que estés bien, que reconstruyas tu vida −que al menos lo intentes− y que sigas soñando.

6


3

Carmen Navajas Rodríguez de Mondelo

MI PRIMERA VEZ

Es noviembre, estoy en la casa mata. Me siento extraña; qué mal humor, no me soporto. Percibo olores que antes no notaba, no me gusta cómo huele. Es como si dentro de mí hubiera otra persona, me siento distinta. Me asusto, pienso en mil enfermedades. Una neurosis acompañada de angustia se ha instalado de un día para otro. No me apetece comer, el olor a guiso de carne que tanto me gustaba me produce asco, casi no como. Me miro al espejo; qué delgada estoy. Ahora me siento mucho mejor. Mi inestabilidad se debía a un desajuste hormonal; ya estoy más tranquila. Qué bien me está sentando este aumento masivo de progesterona. Qué satisfacción, mi cuerpo se ensancha y mi vientre lo domina todo. Me gusta, voy a mirarme al espejo una vez más. Me pongo las manos cerca del ombligo y siento que hay vida dentro, se mueve. Soy feliz. Se me hinchan los pies. Me pesa mucho el vientre, hace mucho calor. Me pongo delante del ventilador casi desnuda. Una inmensa barriga sobresale, ha crecido mucho y tira de mi piel. Estoy cenando en una pizzería, a quién se le ocurre, con la barriga tan grande. Qué dolor. Voy a la clínica, el dolor es insoportable. Empiezo a gritar. Mis gritos se oyen hasta en la cafetería. Menos mal, ya pasó todo, empiezo a empujar. Estoy dormida. Despierto y lo veo, arrugadito como un lagarto. Es agosto.

7


4

Antonio Lendínez Milla

MI PRIMERA VEZ

Quedó todo contenido. Pero fue la primera vez que alguien aceptaba mis caricias. Hacía ya tiempo que andaba buscando a esas, amigas. Siempre se me dieron mal. No había derecho a roce, era lo que había. Tímido, poco decidido. Sacudirse de los curas, de sus enseñanzas castrantes, fue un proceso duro. Hubo que luchar hasta deshacerse de aquellos prejuicios. Darse cuenta que la belleza y el disfrute no eran pecado, sino todo lo contrario. Cuántos sufrimientos, amigos, qué de conflictos. Alguien a quien quería me aceptaba y quería jugar aquel juego. Aquella novia del verano, nunca tan mejor dicho, que de paso estuvo y marchó, dejó una huella. Todas la dejan, si nos damos cuenta. ¿Para qué llegaron, sentimos y se marcharon? Todo quedó muy dentro escrito. La primera que se me ofreció a un casto tocar y acariciar. Aquel deseo mutuo, aquellos cuerpos que se dejaron satisfacer su ansiedad. Sentí de sus partes tiernas, dulces y suaves caricias. La tersura de sus senos, la dureza de sus cimas, la turgencia de su piel, al sentir de mis caricias. El sabor de aquella boca, la humedad de nuestras lenguas, sus gustosas delicias. Acariciaron su frente mis manos, tocaron su pelo, negro y largo como el azabache. Desabroché su blusa, avanzar se me permitía. Por la espalda, desde el cuello, después de entretenerse mi lengua, bajaron mis manos a desabrochar el corsé. Aquel apretado clip, que su palpitar contenía. Quitaron el impedimento y continuó el explorar despacito, muy despacio. Aquel desconocido territorio, mis manos que descubrían lo que, a la vista oculto en la oscuridad de la noche, sentían. Viajaron por el prado de su vientre, buscando lo que apetecía, la tersura de su piel, lo que su fuerza me decía. Mis manos que descendían, a la búsqueda de su morada, donde el amar sucumbía. Penetraron en lo oculto, en el seno del misterio. Mis sueños al fin sabían lo que sus entrañas sentían. Mis dedos allí se adentraron, qué delicadas caricias, cómo su sentir respondía a aquella consciencia de vida. Estaban en un paraíso, soñado en miles de sueños. Templo sagrado de vida. Tal vez recordé su tacto, el seno que albergó allí mi vida. Un lugar que conocía muy bien. Nueve meses, allí se formó la vida. Cuánta generosidad, dejar abrazarse aquella amiga. La noche era oscura desde aquel seiscientos, al fondo se divisaba toda la ciudad, en el mar rielaba la luna, el perfil de las montañas, dibujaba la ternura. No hubo más, aquello fue todo. Pasó por mi amor con

8


premura. Quedó simplemente así. Hubo llanto en el adiós. Hubo que curar las heridas, fue todo pasajero. Aquel tiempo que encontré eterno, fue la primera vez que acudía. La vi otra vez. Sentí que ya no era mía. Dejó de fijarse en mí. Y cuando la intención no es correspondida, todo se desvanece, desaparece la vida. De pronto deja de existir, es la consciencia quien fija la vida. Tomó otra opción, tenía que seguir su vida. En mí dejó una huella imborrable; aprendí de aquel amar, pasó, y es parte ya de mi vida. Ésa que me constituye, de la que no renuncio, ni renunciaré. Son esas cosas tan importantes que, de tanto en cuanto, nos marca la vida. Esos amores de paso, que dejan una huella incisa, inalterable en nuestra vida. Gracias por todas esas caricias, amores, que dejasteis en mí vida.

9


5

Caro Barba

MI PRIMERA VEZ

Me pellizcaba porque de tanto flotar parecía que estaba viviendo un sueño y con el pellizco me sentía más cerca de la realidad. Las palabras eran murmullos, las explicaciones caían dentro de un colador roto y todo cuanto había vivido hasta ese día se había convertido en una diminuta ciudad. Cerraba los ojos casi involuntariamente porque el cansancio me ganaba y el temor a que fuera un sueño, no dejaba de acompañarme. El dolor de algunas horas atrás se había ido por las ventanas que dejaban ver un tren de montañas. La responsabilidad se había presentado por primera vez y en serio, porque hasta ese día siempre había habido un ángel custodio para que lo pesado no me pesara y lo difícil fuera muy fácil. El olor al amor más puro flotaba cerca de mi nariz pero no terminaba de quedarse conmigo. No entendía bien qué pasaba pero el cansancio me jugaba a favor para no disparar mis impulsos y perder la paciencia. En ese mientras tanto interminable, muchas imágenes pasaron por el techo de la habitación y me vi mujer y me sentí importante. Cuando dejé de escuchar voces, su papá lo puso en mi pecho y ese olor fue mío para siempre y mi mundo se hizo gigante.

10


6

María Guerra Alves

PRIMERA VEZ

Cinco años y ocho meses soñando con ese momento. Día tras día esperando la oportunidad. Sólo un obstáculo: el factor económico. Hasta mi hijo, de diecisiete años, se sorprendió cuando se lo anuncié. ¿Te vas a ir sola?, me preguntó. Y así fue. Preparé mi bolso y partí. Luego de tanto tiempo, pasé tres días y cuatro noches de vacaciones. Esta vez sin estar pendiente de horarios, sin tener que adaptarme a gustos o a costumbres de otros, sin renunciar a nada. Fue una hermosa experiencia, que tal vez ustedes jamás habrán vivido. Vacaciones cortas, pero productivas.

11


7

Cecilia Pérez

MI PRIMERA VEZ

Mi primera vez se compuso de teoría y práctica. Había a razón de tres teléfonos fijos por barrio. Parece hace siglo y medio, pero no, sólo casi treinta años atrás, por lo que mi gran amiga me mandó decir que nos encontrásemos en la plaza que nos equidistaba. Que estaba enamoradísima, ya lo sabía. Pero a medida que me iba contando cómo se quedaron solos ella y su novio en la casa de él y haciendo qué, iba abriendo los ojos y la boca a un tiempo. Ni me daba tantos detalles ni yo pedía, pero en un momento, le pregunto si estaba loca. Del mismo modo los fui cerrando, mientras describía lo hermoso que había sido. Ahhh... y me despertó pidiéndome "a vos que te gusta escribir, ¿harías una carta como si fuese yo?" Lo único que recuerdo es "no sé si pedir perdón o dar las gracias". A mis casi veinte, le dije a la madre de los niños que cuidaba, que esa noche no iría porque me dolía la panza. Queria ir a charlar con mi amiga, otra. Me atendió el hermano mayor, que no está, que si querés esperala, pasá. Me intimidaba hace rato, tendria diez años más, y cada vez que pasaba decia "¡qué ojos, mujer!" y yo miraba para todos lados, buscando unos ojos lindos y/o una mujer. Me invitó a un Tía María, ni idea, pero para hacerme la canchera acepté... y acepté también sus besos y que me sacara el pantalón. A estas alturas era la última cordobesa virgen de todas. Ya era hasta molesto no poder hablar del tema con las demás. Ergo, le dejé hacer, curiosa. Lo único que vi todo el tiempo, fueron sus tremendos y celestes ojos. Él preguntó "¿estás bien?" Y yo "¿eso era todo?".

12


Debut y despedida. Si lo veía, corría para el lado contrario. La PRIMERA SEÑORA VEZ, la de la magia, la poesía, la prosa, todas las artes unidas, los fuegos artificiales, el "quiero morirme aquí y ahora" vendría... a los cuatro años de mi hijo. Temporadas de la vida.

13


8

Daniela Acher

LA PRIMERA VEZ QUE DI LA TETA

1

(Dedicado a Roxana Conti)

Ocho meses de un embarazo perfecto y de repente, una mañana temprano, ¡plop! Rompí bolsa. No, no es líquido amniótico. Es sangre. Mucha. Ríos de sangre inundándolo todo. Me daba vuelta el mundo, el bebé no se movía y yo desfallecía con él. Corriendo al sanatorio. “No hay tiempo de anestesia, se están muriendo”, dijo el médico, en plural. Sentí el filo del cuchillo en mi vientre, pero ningún llanto de bebé. Yo gritaba y le pedía a Mateíto que viviera, que, por favor, aguantara, que fuera fuerte. En el monitor, mis latidos iban a mucho más de 100. Me dieron un calmante para poder coserme tranquilos, ya anestesiada. Un grito me sacó de la inducida calma: “The baby is crying!” No sé por qué al anestesista se le ocurrió decirlo en inglés, pero fue la música más hermosa que podía haber escuchado. Me lo trajeron todo entubado y levantó la cabecita para verme. Se lo llevaron y no lo volví a ver hasta una semana después. Terapia intensiva él, anemia severa yo. Ninguno de los dos podía abandonar su lugar de cuidados, pero todo iba mejorando. El séptimo día el médico me dijo: “Incorporate y ponete bien, que en dos horas tu hijo viene a verte. En ese estado no vas a poder darle la teta y menos cuando hace siete días él está a suero, va a ser difícil que conserve el reflejo de succión. Pero tenelo y te ayudamos con el gotero”. Lo escuché yo, que estaba mareada y sin fuerzas y me incorporé enseguida. Lo escucharon mis pechos, que estaban tranquilos, e inmediatamente se llenaron hasta lo imposible. Se pusieron enormes, pesados, venosos. La leche bajó de golpe y comenzaron a dolerme deliciosamente. Necesitaba aliviarlos con urgencia. La enfermera abrió la puerta trayendo al bebé más chiquito y lindo que había visto en mi vida y me lo puso directo en la teta. Abrió su boca y sentí una bomba de succión potentísima. ¿Cómo alguien tan pequeño podía tener tanta fuerza? El bebé tomaba, la leche salía a borbotones y yo experimentaba una de las sensaciones más placenteras de mi vida. Llegó el médico y 1

Aclaración: Lo pensé antes de los textos sobre embarazo y nacimiento de Carmen y Caro, pero sé ve que a las mujeres esas primeras veces nos dejan mucha huella…

14


me miró azorado. “Tu hematocrito es de 26. Íbamos a hacerte una transfusión hoy, pero, evidentemente, el reflejo de madre no sabe de resultados de laboratorio.” A los pocos días dejamos la clínica sin transfusión alguna. Fui el único alimento de Mateo hasta los cinco meses, en que combinó con la papilla, y siguió tomando teta todas las mañanas y las noches hasta el año. Cuando hoy veo al tremendo grandullón de 22 años y más de 1,80 no puedo creerlo. Eso sí, todavía me pide que le haga la comida.

15


9

Horacio Petre

1982

Para la mayoría de los argentinos que nacimos antes de mediar la década del setenta, 1982 es un año imborrable. Nos marcó a fuego a todos de distintas maneras. La más dolorosa de las marcas, seguramente, para los que murieron en un par de islas al sur del sur... Y sus familiares y amigos, claro. Para los militares argentinos fue el pináculo del ridículo, el punto más alto de una escalada de sinsentidos a partir del cual cayeron en picada ante la opinión de la mayoría de sus compatriotas. Fue también el inicio de la retirada de la más brutal dictadura que hubo en Argentina, y por ende el comienzo de la actual democracia. El retorno paulatino de la prensa, la radio y la tele desafiando la censura, la vuelta de la actividad política y gremial, del desarrollo de las actividades culturales por fuera del corset del Proceso... Para mí, fue mi primera guerra de verdad. No las de la tele o el cine, ni la de las historietas. Una guerra con fotos en los diarios y tomas en los noticieros, con barcos, aviones y soldados verdaderos... en un momento en el que todavía conservaba una idea infantil, atlética, deseable de lo bélico. Y fue ese año, en que por primera vez empecé a desarrollar mi espíritu crítico. Aún siendo un colegio de curas, el secundario al que iba tenía un profesor de contabilidad al que nunca olvidaré, por su valentía y honestidad intelectual desafiante de la autoridad. El profesor Ulloa, sumamente estricto y exigente, pero también enormísimamente sabio y generoso. Sin medir las posibles consecuencias, en un colegio en donde había muchos hijos de oficiales y suboficiales del ejército (como yo) no tuvo empacho en dar a conocer su opinión contraria a toda guerra y muy especialmente a la cortina de humo que estaba montando la Junta Militar. Y lo dijo desde las primeras semanas de abril en medio del triunfalismo inconsistente de la mayoría de los argentinos. Ese tipo me hizo abrir la cabeza y también mi corazón. Y fue en ese año, a mis quince, en que por primera vez decidí pensar y reflexionar por mí mismo, sin repetir ideas preconcebidas repetidas en mi familia y en el colegio. Decidí ponerme en contra de esa guerra, y claro también de la dictadura. Un año y medio más tarde me había rebelado contra muchos dogmas de mi religión, organicé una revuelta en ese mismo colegio, del

16


que me echaron, y fui a parar a uno del estado donde enseguida me sumé a un centro de estudiantes incipiente. La cadena de rupturas, y armado de nuevos planes se sucedió explosivamente durante los siguientes diez años, durísimos y llenos de aprendizajes. Pero aquel año, aquel 1982, y aquel profesor permanecen como una marca, un punto de eclosión en el que contra viento y marea decidí tomar las riendas de mi vida anímica e intelectual.

17


10

Federico Cahn Costa

LA PRIMERA VEZ

Ser papá por primera vez es siempre una primera vez para todo. Comprar el primer Evatest. Saber que esas dos rayitas te marcarán para el resto de la vida. Ir al primer monitoreo y escuchar el latido acelerado por primera vez. Ver la primera ecografía. Sentir como patea el vientre amado por primera vez. Hablarle todas las noches y cuando nace... ufff... darte cuenta que tu voz lo calma. Por primera vez. Cambiar un pañal por primera vez y no morir del asco. Hasta parece oler a nardos, al menos la primera vez. Comprarle su primer juguete. Acompañar sus primeros pasos. Pedirle un día que te dé algo y darte cuenta de que entendió el pedido. Explicarle que el nuevo que viene no es su enemigo, sino que será su mejor y más incondicional amigo. Mediar por primera vez en los primeros conflictos. Por primera vez llevarlo a la escuela y un par de años después, tener por primera vez dos pasajeros en el viaje matutino. Y apenas unos pocos días después, o al menos así parece, estar con esos muchachos haciendo juntos un asado, tomando sus primeras cervezas, mano a mano y tratando de no reír porque creen que uno no sabe nada y ellos están ahí para inventar todo y devorarse el mundo. Como si fuera la primera vez.

18


11

María Gabriela Failletaz

LA PRIMERA VEZ

Descubro con pesar que la primera vez de casi todo me queda muy lejos. Y por lo tanto todas las primeras veces me resultan poco nítidas. ¡Bah! En realidad tengo por ahí alguna que otra primera vez de ciertas cositas, pero de ésas que mucho no se pueden contar. La verdad, estoy a la espera de que me ocurra la primera vez de algo, que por lógica debería ser novedoso. Y por lo tanto desconocido. O tal vez desconocido en la práctica, aunque la teoría uno ya se la tenga recontra masticada. Y ya que estamos, a ver si me asombra un poco y no llegue yo a decir: Mm... esto me parece haberlo vivido ya... (un desdichado déjà vu). Lógicamente, la primera vez nos encuentra inexpertos en eso que es nuevo. Ojalá yo sea muy novata, así siento que es una primera vez bien interesante, ¡contundente! Aunque pensándolo bien, ya sé que con el tiempo se me va a desdibujar. ¡Podría anotarla! Así esta vez no se me olvida. No sé. Me quejo mucho y al final, ésta es la primera vez que escribo sobre la primera vez…

19


12

Fer Iñarra Iraegui

MI PRIMERA VEZ

La verdad es que no sé si uno llama a las situaciones con sus pensamientos, como sugiere férreamente mi hermano apocalíptico, o si las cosas están escritas en un plan macabro y no zafás, como he escuchado por algún lado. No sé si te toca pasar pruebas para… ¿para qué? Nunca entendí. O si las cosas pasan y al que le toca le toca, ¡la suerte es loca! La cuestión es que yo de chica, siempre me acostaba y ponía los zapatos cerca de mí y a sabiendas de dónde quedaban, por si se incendiaba la casa, así podía salir calzada. Nótese que por más peligrosa que me resultaba esa situación, yo saldría airosa y calzada sin dudas, porque tenía previsto todo. Para sorpresa de ustedes, obviamente mía no, mi casa se incendió nomás. No tuve que salir de raje porque estaba en casa de mi novio en el momento del siniestro y, por suerte, nadie salió lastimado cuando cayó una centella aquella tarde de marzo. Aún así, ya habiendo pasado ese acontecimiento, mis zapatos seguían a la vista noche tras noche… uno nunca sabe. Un verano, cerca de la madrugada, mi papá, mendocino él, estaba escuchando “la hora del camionero” (seguramente) en la radio, cuando de pronto notó que la lámpara del dormitorio se balanceaba. Despertó a mi madre y le dijo: -¡Beba, se mueve la lámpara! Mi madre, médica también a la sazón, pensó en un principio “no, por favor, mi marido tiene un ACV o algo por el estilo…” Pero para su tranquilidad o sorpresa (no sé bien) vio que SÍ, la lámpara se movía. Como la losa del primer piso de casa estaba prácticamente recién hecha, del otoño anterior por el incendio, lo primero que se les ocurrió fue que “la losa se estaba viniendo abajo” ¡Maldito arquitecto tacaño e irresponsable que escatimó materiales y se nos viene otra vez la casa al suelo! ¡POR FIN! Fue ahí que tuve la oportunidad de ponerme los zapatos a toda velocidad como había planeado cuando mis viejos nos despertaron

20


y con énfasis pero sin dramatismo nos dijeron: “¡levántense y salgan a la calle que se cae la casa!” Al salir, ciertamente medio consternados y somnolientos, mientras nos contaban para certificar que estábamos todos (éramos seis y un perro) mirando la casa para no perdernos el espectáculo de su derrumbe inminente, notamos por el rabillo del ojo, que una marea humana semidesnuda, corría hacia nosotros desenfrenada. Gente envuelta en sábanas, hombres y mujeres en paños menores, gente desnuda, señores con bigotes en desavillés con voladitos… todos descalzos (¿podés creer?) nos esquivaron y al mismo tiempo nos ignoraron y siguiendo su carrera, se alejaron de nosotros. Iban hacia allá, no sé, hacia Olivos, Capital, ¡vaya uno a saber! Ahí descubrimos que no era nuestra casa la que se estaba moviendo por la losa (¡perdón arquitecto, genio total!). Estábamos en presencia de la réplica de un terremoto, que si bien estaba sacudiendo los pagos de mi papá, traspasaba fronteras y llegaba con fuerza hasta Buenos Aires y nos estaba dando el susto de la vida. La gente desnuda era de los edificios del centro de Martínez, que, temiendo se les desplomaran los 23 pisos en la cabeza, huía despavorida. Al rato, aparentemente, todo se calmó y la horda de nudistas volvió a pasar rumbo a sus departamentos, mucho más calmos y locuaces; por lo que nosotros hicimos lo propio y entramos a casa con caras de “aquí no ha pasado nada”. Desayunamos mientras escuchábamos las noticias del movimiento sísmico que sacudía Mendoza y sus réplicas en distintos puntos del país. Para ustedes, éste fue… mi relato de “mi primera vez en un terremoto”.

21


13

Julio Fernando Affif

SENDEROS ESTELARES

Y viajé por senderos estelares en un prisma multicolor, cubierto de partículas de polvo espacial que destellaban con cada giro gravitatorio, recibiendo la frescura cálida del Universo que ignoraba mi presencia efímera, tal vez recurrente en cada plano de las diferentes dimensiones en las que me tocó agrupar los átomos que conformaron mi existencia. Ay de los planetas inexistentes en nuestra imaginación que acompañan el movimiento de los eternautas del pasado y se proyectan a la nada del infinito más incierto. Gases, polvo cósmico, fuego y piedra. Torbellino que arrastra en la más pequeña de las inmensidades, una carga descomunal de milenios que estructuran un concierto de astros despavoridos ante su presencia. Un instante o un millón de años… ¿cuál es la diferencia? ¡Yo! Yo soy la diferencia. Único, irrepetible, majestuoso pero al mismo tiempo pequeño y descartable, acumulando en mí los giros del Planeta Tierra que parece sonreírme desde su faz sin comisuras. Y aquí estoy, en un estado de embriaguez intelectual que no me impide comprender la maravilla de la genialidad humana, esa genialidad inacabable que me convierte hoy, cuando logre retornar con vida a la cápsula, en el primer hombre en caminar por el espacio.

22


23


14

Elena Figueres

MI PRIMERA VEZ

Nos miramos a los ojos, nos husmeamos como animales. Vos me besaste con colores y yo inventé burbujas para atraparlos. En un instante no hubo dos cuerpos ni un abrazo ni varios gemidos ni dos sudores. Todo fue uno y un largo vuelo. Y un irrefrenable deseo de que nada acabe nunca. No era la primera vez que estábamos juntos pero fue la primera vez que nos dimos cuenta de que estábamos enamorados.

24


15

Gisela Krapf

MI PRIMERA VEZ

Es una de las primeras veces que nunca voy a olvidar. Quizá nunca olvide la primera vez que besé, ni la primera vez que boché un examen, ni menos la primera vez que compré algo con mi primer sueldo, pero sobre todo, la primera vez que entré a un aula como docente, a mi aula. Las 20 caritas que me miraron de golpe, fijo, todas con un millón de expectativas, con intriga, y obviamente, esperando que yo dijera algo. Esas 20 personitas (de 10 y 9 años) jamás se imaginaron que a mí me temblaba todo también, yo nunca había estado en esa situación antes. De la manera que pude me presenté e hice un juego para que ellos se presentaran para mí, y la primera clase pasó sin mayores sobresaltos e inconvenientes. Esa noche casi no pude dormir, pensando qué esperaban de mí esos chicos, y hasta dónde yo cumpliría sus expectativas. Fue, sin embargo, una hermosa primera vez, me di cuenta de que estaba en la profesión correcta (aunque ahora estoy en secundario y me gusta más) y de que el camino a recorrer iba a encerrar muchas, muchísimas emociones ¡y estaba lista para eso! También, la primera vez que me subí a un crucero, dos años después, fue con ellos de viaje de egresados: ¡me llevaron!

25


16

Diana Levinton

MI PRIMERA VEZ

2

Como todas las mañanas desde hacia una eternidad, llegué con el cansancio y el miedo haciendo fuerza para bajar mis hombros. Como todas las mañanas desde hacía una eternidad, mis manos temblaban mientras contaba "uno... dos... tres" y -como me habían enseñadofrotaba "palmas contra palmas, dorso con palmas, espacios interdigitales, región subungueal". También me habían dicho que debía mantener las manos hacia arriba, que debía enjuagar con abundante agua, secarlas con una toalla de papel descartable, una para cada mano, y cerrar la canilla con la misma toalla con la cual me había secado las manos. Yo obedecía, seguía las instrucciones deseando que el ritual exorcizara algunos de los demonios que me habitaban. Como todas las mañanas desde hacía una eternidad, me acerqué en silencio al destino de mis peregrinajes diarios y entonces ocurrió. Oí una voz decir "Mami, ¿quiere darle de comer?" La voz se trasformó en mano que puso en la mía una jeringa con 6 mg de leche. La voz dijo "Mantenga la jeringa alzada para que la leche fluya". Sostuve la jeringa y vi cómo la leche que la bomba sacaleche había sacado de prepo de mis pechos se deslizaba por el tubo que entraba en la diminuta nariz de mi hija, mi prematura, mi mujercita brava y peleadora, la que honra su nombre: Victoria. Fue la primera vez que pude alimentar su cuerpo. Hasta entonces sólo había podido alimentar su alma diciéndole una y otra vez cuánto la amábamos. En pocos días más, mi Victoria va a cumplir 29 años. Cada vez que la miro, cada vez que la abrazo, cada vez que escucho el sonido de su voz, mis dedos sujetan esa jeringa de la primera vez...

2

Cuando leí la consigna, supe que iba a escribir sobre esto. Daniela, Carmen y Caro me ayudaron a que me animara a colgarlo en LIPE.

26


17

Andrea Goldberg

MI PRIMERA VEZ

Sin el menor ánimo de modificar la esencia de la consigna, he de referirme a esta primera vez como una precuela ya que el suceso marcaría un hito inicial en una larga lista de acontecimientos similares a lo largo de mi vida con desarrollos y consecuencias dispares. Lo que distingue a esta primera vez es su carácter de evento planificado. En período vacacional, como era costumbre de las familias de clase media-baja cargábamos a tope el vehículo familiar con todo tipo de víveres e implementos veraniegos para, luego de 8 a 10 horas de viaje por vieja ruta 2, instalarnos una quincena o veintena de días en la costa. Solíamos incinerarnos las plantas de los pies y, por qué no, las asentaderas, a la vera de un mar helado en la localidad de Miramar y practicar rituales harto aburridos, consistentes en la puntual bajada a la playa de 9 a 13, regreso al minúsculo departamento para almorzar frugalmente, regreso al balneario con las canastas de la merienda y acampe forzoso en la playa resistiendo el viento de la tarde, hasta que los adultos consideraban que estábamos lo suficientemente cansados como para, una vez jugados los 5 fichines de rigor, nos desmayásemos del sueño hasta el día siguiente para recomenzar el untado con bronceador y los etcéteras de esos días de estío y hastío. Ni de pequeña ni de adulta le he encontrado ventaja alguna a la permanencia indefinida en esa línea infame que divide el desierto con el mar que constituye la costa argentina. Me aburría soberanamente, me dolía la piel al sol, no socializaba mucho, el voley playero era para los más grandes y hacer pozos o castillos en la arena me parecía una tremenda idiotez. El espectáculo más atractivo era, sin dudas, la batahola que se armaba cuando un chico se perdía. Perplejidad, asombro y alguna admiración me causaba esa suerte de organización social espontánea, solidaridad incondicional entre extraños, cuando un padre, madre, tutor o encargado reparaban en la

27


falta de un miembro liliputiense de la familia en medio de esa nada llena de gente que es la playa. Las procesiones y fuertes aplausos que entendía eran un premio para el niño a cococho supuestamente extraviado, resultaban para mí una disrupción propicia en esas horas interminables. Así las cosas, planifiqué mi propio extravío. La planificación fue tan minuciosa que pensado retrospectivamente, bien podría haber tenido como objetivo el robo de un banco. Tomé nota del color de las lonas de las carpas, orden sucesivo de los balnearios hacia el norte y sur con sus ridículos nombres (Olimpo, Sol, Enrique, Honolulu) edificaciones de colores como puntos de referencia. Creo que solo me faltó sacar una póliza de seguro. Tracé un plan B localizando a un kilómetro de distancia el helipuerto del cuerpo de rescate por si todo fracasaba. Cronometré los horarios de pleamar y una tardecita, sin decir agua va o agua viene, caminé rumbo norte. Para no incurrir en digresiones innecesarias ni exponer sentimientos íntimos voy a decir que mi plan maestro tuvo un desarrollo lamentable. Ilusionada con componer una gran procesión en honor a mi confusión, ser recogida por un afectuoso y corpulento señor sobre el cual encaramarme, recorrer balnearios cual noble asiática sobre un elefante y ligar alguna galletitas de chocolate que calmaran mi supuesta angustia de separación forzada del seno familiar, debo decir que nada de esto sucedió. Caminé, según los ajustados cálculos de la planificación, dos kilómetros y medio guiándome por la localización del helicóptero. Durante el trayecto nadie reparó en mí, mucho menos me identificó como una niña que se distrajo juntando caracoles. Tampoco ayudó que no rompiera en llanto o le comunicara a alguien un simple “me perdí”, la verdad sea dicha. Cansada y frustrada volví sobre mis pasos al cabo de más o menos dos horas para ver a mi familia en plena mateada de la tarde. Al menos 15 personas disfrutaban apaciblemente de las facturas, bizcochos y tortas. Lo que selló mi enojo no fue que nadie temiera perderme, sino que en mi ausencia y por consenso entre los adultos como excepción a la regla,

28


habían comprado pirulines para todos los niños del grupo y haber quedado excluida de tal festivo acontecimiento. La precuela de mis extravíos fue un fracaso monumental. Años más tarde vendrían otros más sonoros como los protagonizados involuntariamente en Mónaco, Amsterdam y alguno en tierras argentinas con involucramiento de las fuerzas policiales. Pero esos no fueron en modo alguno una primera vez.

29


18

Mariano Durlach

MI PRIMERA VEZ

Tratando, sin éxito, de recordar cuándo fue la última vez que hice algo por primera vez como para por lo menos encontrar una punta para la consigna, recordé un día en la oficina allá por los años 94/95, más o menos. Trabajaba con un amigo que representaba una empresa de EEUU y teníamos que hacer llegar el dinero que cobrábamos acá. El mecanismo era simple: íbamos con los verdes a una financiera [en esa época era legal y si no ya prescribió], comprábamos un cheque sobre una cuenta de allá y lo mandábamos dentro de un sobre con todos los demás papeles por courrier. Ahora pongámonos en situación histórica. No había internet, la telefonía celular era novedosa, las computadoras eran las XT con monitor color ámbar y las impresoras a chorro de tinta. Y nosotros nos creíamos de avanzada porque habíamos comprado un fax. Yo miraba al aparato ese con una mezcla de incredulidad y admiración tecnológica; me sorprendía que chupara la hoja acá y simultáneamente alguien estaba recibiendo eso mismo a 12.000 kms... me quedaba mirándolo... y mientras duraba el proceso de envío recordaba mis épocas de arquitecto en que me iba de Pueyrredón y Santa Fe a Loma Hermosa sólo para llevar una hojita con un cambio de último momento al herrero. Ocurrió un día que había un vencimiento para el cual el cheque no iba a llegar a tiempo; entonces de casa central nos dicen que no nos hiciéramos problema, que si nosotros ya teníamos el cheque en nuestro poder era suficiente para que ellos acrediten el pago [esto se llamaba confianza y buena voluntad]; lo que teníamos que hacer era mandarles el cheque por fax. Perfecto. Los pocos faxes que habíamos mandado lo habíamos hecho desde locutorios, pero ahora era nuestro debut con el flamante fax propio. El cheque lo podés meter de punta o a lo ancho; nuestro sentido común nos decía que lo mandemos a lo ancho para ahorrar papel. ¿O no?

30


Bueno, la cuestión es que presentamos el cheque en el lugar correspondiente, discamos, nos bancamos el torturante ruidito del módem, le damos "send", el cheque es chupado dentro del aparato... pasa un ratito, parece como que la transmisión se corta... y el cheque no sale por el otro lado. Nos quedamos mirándonos... - ¿Qué pasó? - Qué se yo. Tendría que haber salido por acá. - Llamá y preguntá si llegó. - Ok. Disco, me atienden y pregunto: - Les acabamos de mandar un cheque por fax, quería saber si llegó. - Acá no llegó nada. - ¿Cómo que no llegó? ¿Y dónde está? ¿Se perdió? - ¿Seguro que no llegó? ¡¡¡Es un cheque de 10.000 dólares!!! - ¡¡¡Decile que lo busquen, que pregunten!!! Bueno... No recuerdo cuánto duró nuestra desesperación imaginando que el cheque se había perdido en el camino. No se nos ocurría que podía estar atascado dentro de los rodillos del fax. Diez lucas verdes eran mucha guita para que se pierdan en el camino.

31


19

Cecilia Gómez Nale

DESAFIANDO LA GRAVEDAD

3

I La primera experiencia con la patineta Leccese en la vereda de Sucre y Cramer me obligó a sentarme de lado por unos días. Aunque por obstinada, metódica, o simplemente por haber nacido bajo el signo de Aries, unos meses después seguía acumulando frutillas en las rodillas, vendajes en las muñecas y xylocaína en mi torrente sanguíneo. Primero con un Pro Class al que le puse unas ruedas Sims cónicas de color verde. Luego, con el Alva 10'' con ruedas Kryptonics que aún conservo. Sí. Yo fui skater. Y de las pocas chicas que se animaban en el Skate Park Gigante a sumergirse en el bowl y a intentar hacer un 180° front side o back side con tres ruedas y media fuera de la rampa. Aerial era una prueba para chicos. Yo solo llegué al tail-tap. Pero lo más estremecedor terminó siendo una figura aparentemente sencilla a la que si no llegabas con la velocidad necesaria... pum: te caías. No podías ver a dónde; pero dabas con la cabeza en el fondo. Y debía doler. Seguro. Consistía en rodear el borde del bowl -que es como una gran pileta- en una larga vuelta de espaldas al centro. Y yo no me le animaba. De frente, sí, claro. De espaldas, nones. A alguien se le ocurrió que las cuatro o cinco chicas que frecuentábamos Gigante debíamos hacer una demostración para un programa de la tele. Todas eran más grandes que yo. Este proyecto de mujer de entonces, contaba con sólo 12 años.

3

Admito que el título suene un tanto pretencioso. Y de hecho, lo es. Sin embargo, permite sugerir lo que experimenté a nivel sensorial, y que de algún modo cierta relación con la física tiene. (Ignoro cuál... pero tener, la tiene).

32


Nos dieron unas remeritas azules, nos diagramaron el recorrido... ¡y al aire! Literal -porque porque íbamos rapidísimorapidísimo y literal -nuevamente nuevamente- en la jerga televisiva, porque el programa era en vivo y en directo. La temida figura estaba en el esquema que hacíamos como en un trencito. Me ubiqué última en la fila (si me caía, no me veía nadie). Y nos lanzamos. Todavía hoy, 35 años después, recuerdo la sensación, primero, de vértigo; y luego, de ingravidez en el momento en que el skate se aproximaba imaba para finalmente llegar a velocidad cero y comenzar nuevamente su derrotero, atraído por la fuerza de la Tierra y el peso de mis entonces 48 kilos. Fue casi orgásmico, aunque entonces no supiera lo que se sentía. A partir de entonces, costaba obligarme obligarm a hacer otra figura que no fuera ésa sa cuando, después del serpenteo del half-pipe,, con todos los firuletes que se me venían en gana llegaba hasta el bowl.

33


II

Yo lo miraba, tan perfecto él en su técnica, tan estético. Daba dos vueltas, me hacía señas con el bastón y me esperaba a que bajara imitando sus movimientos. Cuando llegaba hasta donde él estaba, me decía: "Mirá la huella de mis vueltas y la de las tuyas." La de él, una "S" prolijísima. La mía... bueh. "Flexioná las dos piernas, marcá el comienzo de la extensión apoyando el bastón y ahí comienza el giro. Y en el momento en que empezás a extender las piernas, balanceás un poquito el tronco hacia adelante, pasando todo el peso de tu cuerpo a la pierna que queda del lado de afuera de la vuelta. Es casi como un pedaleo. Angulá la cadera hacia el interior de la vuelta y compensá con el tronco hacia afuera. La pierna de adentro no tiene peso. Incluso, podrías levantarla, porque la que conduce es la de afuera." Ivo insistía con solemne paciencia. Y yo era su alumna más devota y persistente. Había días que los medios ya cerraban y los patrulleros nos decían con cierto hastío: "vayan bajando, chicos". Pero nos quedábamos ahí, con el frío gélido de la montaña sin sol, los labios morados y los dedos helados pese a los guantes. Casi nunca conseguía hacer la secuencia con la técnica necesaria, pese a que repasaba mentalmente todos y cada uno de los movimientos. "Una vez que conduzcas la vuelta, vas a ver que conducís todas." Ivo me adoraba tanto como lo adoraría yo después, cuando largué veterinaria para seguirlo a cuanto centro de ski lo contratara. Y un día, luego de varias caídas y huellas frustradas, encontré el ángulo justo de mi cadera, que buscaba el centro de gravedad en la montaña. Y sin caerme ni derrapar conduje mi primera vuelta. La sensación fue de control y descontrol al mismo tiempo. Como un orgasmo, que ahora sí, ya conocía. Y al mirar hacia arriba vi la marca que el filo de un solo esquí había dejado en la nieve. Muchos años después, intento encontrarme nuevamente con esa sensación. Pero los carving me cuestan...

34


35


20

Maribel Martínez

MI PRIMERA VEZ

El ave más bella, las plantas y sus flores conformaban un altar ecológico perfecto. Ya lo había intentado imaginariamente ante otras postcards reales de la madre naturaleza. Pero esa mañana, fue la primera vez, colmada de amor y ansiedad por atrapar ese instante para siempre. En breves minutos, diseñé en un rito mágico-artístico, el boceto del dibujo con las tintas más bonitas y las formas más exquisitas de mi niñez: mezcla rara de sueño logrado y una cosquillita en el corazón, al verlo dibujado.

36


21

María Ester Arnejo

MI PRIMERA VEZ

Hola, cómo están. Pido disculpas por mi desaparición. Estoy de vacaciones y muy perezosa. Ordenando papeles y pensando qué escribir como "primera vez", algo atractivo, original y no encontrando nada y menos aún un modo de contar esa primera vez, apareció este fragmento de Zen en el arte de escribir de Ray Bradbury: “Ah, para muchos es un trabajo duro y difícil meterse con el lenguaje. Pero yo he oído a granjeros hablar de su primera cosecha de trigo en la primera granja de un estado, recién llegados de otro, y aunque no eran Robert Frost, parecían su primo tercero. He oído a conductores de locomotora hablar de América en el tono de Thomas Wolfe, que recorrió nuestro país con estilo como lo recorrían ellos con acero. He oído a madres contar la larga noche de su primer parto y el miedo a que su bebé muriese. Y he oído a mi abuela hablar de la primera pelota que tuvo, a los siete años. Y, cuando se les entibian las almas, todos eran poetas.”

37


22

Cecilia Mosto

LA PRIMERA VEZ QUE FUI A BAILAR

15 años, madre controladora, puritana. No estaba dispuesta a formar parte de sus macabros planes ni bajo tortura. La mentira se convirtió en mi vida suministrándome infinidad de posibilidades. Me abrió las puertas. Y, fundamentalmente, la mentira me permitía dejarla a ella en otro lado. Un sábado, mis amigos (tolerados con resignación por mi grupo familiar a quienes denominaban “los insoportables”… a mis amigos) planearon ir a bailar por primera vez. Las reglas de la oficial de la Gestapo, Elena, lo tenían prohibido hasta los 18 años, cosa que me tenía sin ningún cuidado. “Eso será para vos”, pensaba. En mi realidad no ordinaria esa regla no existe. Mentí… obvio. Le dije al alto mando que iba a la casa de una amiga y que me llevaban los padres de “tal” (mentira) y me traían los padres de “cual” (mentira). Una reunioncita de las que se aprobaban en el cuartel. Era la 1 de la mañana y mi noche evolucionaba de maravillas. Estaba en el piso de arriba, en un petit hotel donde funcionaba América, boliche canchero si los había, bordeando el “reviente”, debo admitir. Me encantaba… obvio. Iba gente pesada y ahí estaba yo. Formando parte de un conjunto de personas que, podía afirmar, estaban más allá de muchas cosas. Sobrevolando a una sociedad mojigata, llena de prejuicios. Era un pez en el agua. Repentinamente se prenden las luces y se apaga la música. La vanguardia quedó sorprendida. Nos miramos sin entender qué pasaba. Por un micrófono sueltan “Cecilia Mosto, la buscan”. Corrió por mi cuerpo energía eléctrica. Creí que me desmayaba. Me asomé y vi al mariscal de campo, Elena, en la planta baja gritando “¡Esto es un quilombo! ¡Voy a llamar a la policía!”

38


Bajé esa eterna escalera de caracol, a los ojos de toda una élite marihuanera y superada, que sólo quería que me fuera para recuperar la existencia, sin solidaridad alguna por unos de sus miembros más heroicos. Flotaba sobre los escalones de madera en un brote esquizofrénico (esto no me está pasando, es mentira) con la esperanza de no llegar nunca abajo, cuando al poner pie en tierra un sacudón me mandó para la salida, me subió al auto y a la realidad ordinaria sin escalas. Puede fallar.

39


23

Guillermina Silva D’Herbil

LA PRIMERA VEZ

A veces la primera vez también es la última. Pocas cosas en la vida son mejores que las noches largas con amigos. Y esta primera vez fue en una noche de esas. Había brownies y a mí me encantan. Me advirtieron que tuviera cuidado, que los brownies estaban bien cargados y no precisamente de chocolate, así que sólo comí uno, todo un esfuerzo. Al principio me sentí floja, relajada y me recorría una sensación de alegría que me hacia sonreír tontamente, antes de caer en carajadas. Pero al rato, una especie de cosquilleo fue lo que empezó a recorrerme, reemplazando a la alegría, y la relajación dio lugar a una inquietud que me impedía quedarme quieta y me obligaba a ir de aquí para allá... Buscando calmar esa ansiedad fue que salí al patio, a pesar de que era invierno y el aire era tan frío que casi era irrespirable. Recuerdo que empecé a sentir una presión de adentro hacia afuera, una sensación como de inminente explosión, miré hacia adentro tratando de avisarle a alguien que me sentía muy mal... Lo siguiente que me acuerdo es una voz repitiendo mi nombre. Y en seguida un dolor tremendo en mi frente, sobre el ojo izquierdo. Conclusion: mucho jajajajajajaja, pero terminé con la cara aplastada, un tajo en la ceja, un ojo en compota y un diente partido.

40


24

Aitor Arjol

MI PRIMERA VEZ

Rodaba el agua. Rodaba. Dislocada. Bendita agua. Cansada de ti porque no la dejabas. Quién iba a dejarla. Ni pasaron los años ni cambiaron las vestimentas. Nos abrazó la terrible angustia de la humedad y las vueltas que dimos. Hasta que, por fin, después de tanta desembocadura, nos fuimos después de habernos jugado el agua.

41


25

Mariángeles Soules

MI PRIMERA VEZ

La primera y única vez que asistí a un partido de fútbol en el Estadio Centenario de Montevideo, lo hice con mi amiga Ana María, ambas fanáticas de Peñarol y encantadas de que nos habían regalado dos pases para la platea. Ese día nuestro equipo jugaba con Cerro, uno de sus rivales más peligrosos. Llegamos, mostramos nuestros pases y nos dijeron por dónde teníamos que entrar. Contentas las dos nos sentamos y fue en ese preciso momento que agradecimos a Dios el hecho de no haber traído la camiseta aurinegra puesta, pues nos habían regalado dos pases para la platea donde estaba la hinchada de Cerro. Obviamente, cuando Peñarol hizo un gol las dos insultamos a la par de nuestros vecinos de asiento, para que no nos lincharan, a pesar de que por dentro nuestro corazón rebozaba de alegría.

42


26

Jorge Pailhé

LA PRIMERA VEZ

En la TV local tuvimos un animador-humorista, Jorge Guinzburg, que terminaba sus entrevistas preguntándole a la figura invitada por su primera vez en el sexo. No recuerdo un sólo hombre que haya dado como edad para semejante acontecimiento más allá de los 16 años. Algunos incluso arriesgaban un "creo que 13 ... 14”, pero de ahí no pasaban. En ese momento me sentía el hombre más infeliz de la tierra, aunque con el tiempo me di cuenta que todos mentían para no pasar por lerdos. Cuando fuimos a Bariloche en viaje de egresados del secundario -a los 17-, con mi grupo de amigos más cercanos reconocimos nuestra virginidad, y nos prometimos volver del viaje con esa cuenta ya saldada. Tan mal nos fue, que aún varios meses después, en salidas, borracheras y tonterías propias de la edad, nuestra frase de cabecera era: "¡Boludo! ¿Fuiste a Bariloche y no cogiste?", tras lo cual sobrevenían sonoras carcajadas purificadoras -valga la figura, más en el tema que nos ocupa- que nos ayudaban a transitar tan terrible pasaje de la vida. No pasó mucho tiempo, pero no me interesa aquí hablar de edades, sino de hechos. De un hecho, particularmente: la pérdida conjunta de la virginidad de mi novia y de mí. Nos planteamos que se diera sola, cuando madurara, sin apuros ni demoras. Y fue maravilloso. Fue en un departamento cuyos propietarios (parientes cercanos de alguno de los dos) estaban de vacaciones. Fue un viaje alucinante y exploratorio por zonas desconocidas y sensaciones inimaginables... Fue alegría, fue amor. Bueno, también fue un desastre, como ocurre en estos casos. Pero fue como lo soñamos. No es poco... No...

43


27

Luis Alfonso Martín Delgado

LA PRIMERA VEZ QUE VI AL PRIMERO

4

Se supone que uno tiene tiempo para ir haciéndose a la idea. Y sí, se va haciendo día a día, pero no vale para nada. Los últimos días todo es tan intenso que uno debe estar preparado para todo. Pero no. Después de tener más de veinte sobrinos de todas las edades, parece que un niño más apenas es nada, pero no. Es el tuyo. Y es el primero. Por eso da igual todo lo que te hayas preparado o todo lo que hayas vivido anteriormente. Llega el momento y lo dejas todo para acudir rápido a su encuentro. Todo transcurre más o menos normalmente (aunque después supe que no todas las madres primerizas gritan diciendo palabrotas e insultando a doctores y enfermeras). Todo va saliendo de acuerdo a lo que han dicho que pasará. Pero de pronto te dicen yaestá, todoestábien, aquílotienes, estuhijo. Y a partir de ese momento ya nada es como en los libros. Da igual si es guapo o parece un lagarto amarillo y arrugado. Da igual si pesa o mide más o menos. Es tu hijo. Una persona nacida de ti, porque tú lo has querido así y junto con su madre has decidido que nazca y hacerte responsable de su vida. Recuerdo perfectamente cómo, tras la inmediata reacción de alegría convencional (aunque también sincera), me inundó una terrible sensación de angustia. Miraba al niño y me decía a mí mismo qué putada le he gastado… traerlo a este mundo de mierda… sin haberle consultado siquiera… ¿cómo voy a ser capaz de sacarlo adelante?... las va a pasar canutas por mi culpa, por mi egoísmo… qué irresponsable he sido… debería estar prohibido tener hijos mientras no seamos capaces de arreglar este mundo y mejorar las condiciones de vida de los que en él ya estamos… Todos estos pensamientos se me agolparon en mi cabeza en unos instantes, mientras lo miraba por primera vez. No quería cogerlo ni tocarlo, por si le hacía algún daño. Menos mal que este estado duró poco. El tiempo justo de asumir que no había posibilidad de devolverlo y que no tenía fecha de garantía, así que había que ponerse manos a la obra. Ahora tiene la edad que yo tenía entonces y todos los días es una primera vez. Como la vida misma. 4

Para todo hay una primera vez. Hoy mismo he hecho algo por primera vez, viajar en el recién inaugurado metro (subte) de Málaga. Pero cuando me planteé escribir algo sobre alguna primera vez, la primera idea que se me vino a la cabeza fue ésta. Después, parándome a pensar con orden, fueron surgiendo otras primeras veces, algunas de ellas interesantes de vivir para contarlas, pero al final me decidí por la primera idea. Es la primera vez que escribo sobre esa primera vez.

44


28

Daniel Dionisi

MI PRIMERA VEZ

Me parece que cayó en desuso pero cuando yo era chico existía un ejercicio conocido con el musical nombre de YAPEYÚ que representaba un perfecto sistema electoral de alta eficacia para dirimir diferencias respecto a las más diversas cuestiones. El método consistía en amontonar las manos derechas de tres personas distintas una arriba de la otra, realizar un movimiento ascendente/descendente mientras se gritaba con voz clara y potente la palabra YAPEYÚ separando bien las sílabas, YA-PE-YÚ, y, en el preciso momento en que se gritaba la sílaba YÚ, se debía apoyar la mano sobre el muslo de la pierna derecha. Me detengo en este paso del proceso porque es decisivo. Hay dos opciones para apoyar la mano sobre el muslo. Puede ser con la palma mirando a la pierna o con la palma mirando al espacio exterior. Si los tres eligen la misma opción no hay decisión, no hay fumata blanca, y se debe repetir el procedimiento. En cambio si dos eligen palma a la pierna y uno palma al espacio exterior o viceversa se habrá llegado a una clara definición en la cual el distinto será, según se haya convenido antes, ganador o perdedor de la contienda. Al Bicho, al Gordo y a mí nos daba mucha vergüenza plantarnos frente al señor del kiosco de Olleros y Tres de febrero para pedirle una cajita de forros. Ni siquiera sabíamos cómo se pedían. Podíamos usar la palabra forros, la opción más canchera, pero que podía dar lugar a un "¿pero que se creen, pendejos de mierda?". Otra era profilácticos, pero sonaba muy científica. La sanitarista preservativos no era muy usada en aquella época. La brasileira camisinha ni la habíamos escuchado. Ni siquiera sabíamos si se les vendían globitos a los menores de edad. La cuestión es que realmente nos ponía muy nerviosos el tema de la compra de los forros. Entonces, los tres machazos, los tres sexbombs que, según los planes, una hora después iban a estar en una cama desplegando sus habilidades sexuales por primera vez en sus vidas, se pararon detrás de un árbol para que el hombre no viera y decidieron dirimir con un YAPEYÚ el nombre del responsable de adquirir los indispensables forros para disfrutar sin efectos no deseados lo que se presentaba como la tarde perfecta. ¡YA-PE-YÚ! Perdió el Bicho y allá fue.

La historia arranca un tiempo antes. El padre del Gordo era de esos tipos extrovertidos, familieros, tanos. Un desmesurado. La primera vez

45


que lo vi, delante de diez personas, me dio la mano y me dijo "esta mano es de puñetero, jajajajaja!". Lo miré con espanto, todavía no lo quería como lo sigo queriendo ahora. El Gordo vivía con su familia en Villanueva y Lacroze. Nos pasábamos las tardes boludeando en su casa. Como buen tano, al padre le gustaba recibir y tener la casa llena de gente. Tanto íbamos a lo del gordo que nos hicimos amigos de Miguel, el portero del edificio, junto con el papá del Gordo, el otro personaje de esta historia. "Y pendejos, ¿mojaron el pato en la laguna?" era la recurrente pregunta de Miguel cada vez que llegábamos a lo del Gordo. Nosotros atravesábamos como podíamos esa edad difusa en la que no entendíamos nada. Evadíamos la respuesta. Nos avergonzaba nuestra virginidad. “Ustedes tendrían que conocer a las minas del primero jajajajajaja!” se reía Miguel. El papá del Gordo a veces se sumaba a la joda. “Las minas del primero” eran tres estudiantes de medicina que vivían en el primer piso y que, según el portero, estaban muy buenas y además eran muy divertidas. “Vieron como son las médicas, ¡van al frente como locas! Si se la pasan viendo tipos en bolas”, las describía Miguel con lógica primitiva. La verdad es que nunca las habíamos visto. Ni siquiera el Gordo, que vivía en el edificio, las había cruzado. Un día Miguel, el portero, con tono ceremonioso nos dijo que ”las minas del primero” nos invitaban a su casa, que fuésemos preparados para la guerra, que ya estaba todo cocinado porque a “las minas del primero” le gustaban los pendejos y “se los quieren voltear! Se les dio muchachos!”. La cita fijada para el lunes a las tres de la tarde. Ya sé, suena inverosímil. Debutar con tres estudiantes de medicina que uno no conoce, presentados in situ por el portero del edificio de mi amigo el Gordo y que encima la cita sea un lunes a las tres de la tarde para cualquiera hubiese resultado sospechoso. Bueno amigos, para mí, para el Bicho y para el Gordo, que lo único que queríamos en la vida a los 15 años era debutar, parecía un llamado celestial. La noche previa no dormí, me pasé la mañana en el colegio muerto de nervios y pensando sólo en eso. Decidí que el acontecimiento ameritaba un vestuario adecuado, así que ese mediodía, antes de volver a mi casa pasé por “La Primavera” de Lacroze y Cabildo y, por primera vez en mi vida (si no los compraba mi vieja yo podía usar un mes seguido los mismos) me compré calzoncillos. Con mi flamante boxer celeste cuadrillé apretándome los huevos, me junté con mis amigos en la esquina de Olleros y Tres de febrero a las dos y media y, cuando el Bicho completó la operación de compra de forros, recorrimos las tres cuadras que nos separaban de la casa del Gordo. Nadie decía palabra, tratábamos de hacernos los serenos y firmes pero cualquiera que nos hubiese visto en esa caminata hubiese pensado en tres condenados marchando hacia el patíbulo.

46


Tocamos el timbre de la portería con un dedo tembloroso y cuando Miguel bajó a abrir con cara compungida nos contó que justo ese mediodía las “minas del primero” se habían tenido que mudar, que no les había avisado nada y que “bueno muchachos otra vez será, siguen sin mojar el pato!”. En el preciso instante en que el portero completaba su frase apareció el padre del Gordo rumbo a la cochera y después de cruzar un guiño socarrón con Miguel en medio de una carcajada nos mandó “¿Qué pasa chicos? ¿El potro sigue en las gateras? Jajajajajaja”. No sé si sentí frustración o alivio. La expectativa era grande pero el miedo a lo desconocido también era importante. Volví a mi casa y me saqué los calzoncillos cuadrillé celeste que me quedaban chicos y ya nunca los volví a usar. Justo empezaba “Ladrón sin destino”, así que me quedé viendo tele toda la tarde. Al día siguiente nadie comentó nada en el colegio y el cuento de “las minas del primero” sólo perduró en el portero Miguel y el papá del Gordo que nos gastaron durante un tiempo. El Gordo se fue de gira muy, pero muy temprano. Ni me dio tiempo a decirle que lo quería, que fue mi gran amigo de la adolescencia. El Bicho sigue siendo mi amigo del alma. Y cada asado, cada cumpleaños, cada vez que nos juntamos a tomar un vino, repetimos aquella frase mágica. "¡Bicho, no me digas que el potro sigue en las gateras!". Estamos grandes, seguro que soltamos varios potrillos a correr la carrera de la vida. Pero también es seguro que en algún rincón de la gatera de nuestros corazones anida un pedacito de la entrañable inocencia que iluminó aquel YAPEYÚ del kiosco de la esquina. Jamás olvidaré la tarde de aquel lunes soleado de septiembre del 76. Fue la primera vez que me compré calzoncillos. Para mi primera vez en el sexo tuve que esperar un poco más. Esa se las debo.

47


29

Horacio Tort

Estoy vago, lo confieso. Entonces, para evitar la tentación de reeditar un texto ya publicado aquí en LIPE sobre mi primer amor, les cuento que, a mi modo de ver, desde que nacemos, la vida nos enfrenta constantemente a situaciones para nosotros importantes, las cuales tienen un solo rasgo en común, la primera vez son estresantes. Y reaccionamos de muy distintas maneras. Y nada mejor que dar algunos ejemplos para explicarles de qué hablo y qué cosas, supongo, nos suceden en ese momento. Enfrentamos nuestra primera sombra cuando apenas caminamos. Flor de cagazo nos pegamos. ¿Quién es ese negro de mierda que me sigue a todos lados y aparece y desaparece de golpe? ¿Qué me quiere hacer? El primer día de clase, cuando vemos que mamá se va y nos deja solos. ¿Qué hacés? ¿A dónde vas? No me dejes acá con estos desconocidos. Volvé desalmada… ¡¡¡Abandónica!!! El primer hermanito que aparece en nuestra vida. ¿Quién carajo lo llamó? Y éste ¿qué se cree? Sí, mami, le hago mimitos, sí, muchos mimitos, pero en cuanto nos dejes solos en el cuarto le hago tragar el osito de peluche al advenedizo éste. La primera mascota. Ésa nos llena de alegría, tanta que a veces los padres deben cuidar que no la matemos de tanto cariño. Uy, qué orejas grandes que tiene este Beagle, a ver hasta donde se le retuercen. Y el pececito dorado éste, no lo escucho cuando abre la boca para hablarme, lo voy a sacar del agua así escucho lo que me dice. Uy, no se mueve más… El primer beso. Se lo doy cuando bailemos un lento. No, mejor le digo de ir a tomar aire al jardín. Y se lo planto en medio de una frase y que sea lo que Dios quiera. ¿Y si me rechaza? ¿Y si estoy equivocado y no le gusto? Uy, la sacó a bailar uno de tercero, cagué. Nuestra primera erección. Oups, ¿qué pasó? ¿Por qué me despierto con ésta así de dura? ¿Estaré enfermo? ¿Será normal? ¿O será eso de lo que hablan los de tercero? La primera menstruación. Imagino que en algunos casos habrá sido como enfrentar a la muerte cara a cara, en otras una situación vergonzante. Digo, no sé, nunca menstrué.

48


Éstas son sólo algunas de las situaciones estresantes de nuestra niñez y adolescencia, pero hay muchas más. Lo que pasa es que a medida que crecemos las situaciones van siendo cada vez más complejas y su importancia puede ser más determinante en nuestra vida. Y por ende más estresantes y de un estrés muy distinto. Nuestros primeros matrimonios. Nuestros primeros hijos. En mi caso, cuatro primeros. Porque todos ellos han sido y son primeros. La primera intervención quirúrgica de un cirujano. El primer muerto de un soldado en batalla o de un policía en acción. El primer fallecimiento que nos toca de cerca. Y así iremos acumulando enfrentamientos de distintas situaciones por primera vez, hasta retroceder hasta el pañal descartable, cuando el alemán nos cague a palos y todo, pero todo, lo que vemos o escuchamos, sea por primera vez.

49


50


EDICIONES LIPE DOMINGO 18 DE ENERO DE 2015


LIPE LIPE


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.