AMORES IMPOSIBLES

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AMOR ES IM POSI BLES


Portada Luis Alfonso MartĂ­n


AMORES IMPOSIBLES


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CONSIGNA DEL DOMINGO 4 DE ENERO DE 2015 Tema

AMORES IMPOSIBLES

Ponente

ANDY PECAS

Sí, ya sé que parece un tema de los más básicos para escribir. No obstante, mi propuesta es la siguiente: un amor imposible, como sea, con quien sea, entres quienes sean, vivos o muertos, reales o imaginarios, hombres o bestias, cómicos o trágicos, biográficos o autobiográficos. Pero centrándonos en lo imposible de ese o esos amores. Lo no consumado, lo no consumido. Lo lejano, lo inabarcable, lo inaccesible. En verso, en prosa, en canción... No pongo límites. Bastantes límites ya nos pone nuestra inspiración a veces. Ésta es mi consigna, damas y caballeros. Si no les gusta, tengo otras. (!) Buena semana para todos.

Andy Pecas

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Jorge Pailhé

AMORES IMPOSIBLES

Fue un verano tórrido y caliente, seguramente allá por los primeros años 70, por poner una época más o menos certera. Yo tendría -poneleunos 13, 14 años y me fui de vacaciones con mis abuelos y mi hermano un año mayor que yo. No prometía ser nada especial y sí en cambio bastante aburrido, sobre todo porque mi abuelo era -en la fisonomía y el carácter- lo más parecido a Domingo Faustino Sarmiento que vi sobre la tierra. Es más: también era maestro. Seco. Intransigente. No era precisamente uno de esos abuelos que te malcrían, todo lo contrario. Mi abuela era más de darte un caramelo extra y esas cosas, pero sólo cuando el viejo no nos veía. Y mi hermano -vamos a decir la verdad por más que yo lo quiero como un ídem- era bastante corto el tipito, más bien de esos pibes que van a jugar un cabeza con vos si vos lo invitas, porque si por ellos fuera se pasaban toda la tarde mirando el techo ("y en el techo no hay nada, hay solamente un techo", decía un juglar urbano en esos años 70). Parábamos en un departamento que mis abuelos tenían en Parque Camet, cerca del Mar del Plata. Llegamos pasado el mediodía luego de un laaaaargo viaje en el Renault 4L que sólo manejaba mi abuelo y a no más de 80 kilómetros por hora y, por supuesto, lo primero que hicimos los cuatro fue irnos a dormir la siesta. Quisieras o no. Más tarde, ya de tardecita, fuimos a la planta baja, donde había un playón en el que se juntaban los habitantes de los -creo- tres edificios que había en el complejo. Ahí nomás la vi, y ya nada fue igual. Estaba junto a sus padres y su hermana (creo que melliza) haciendo nada, como se hace en esos lugares de turismo esas tardes en las que la bajada del sol ya es un espectáculo en sí mismo y la brisa que viene del mar te acaricia los sentidos y te deja liviano, como el pan recién horneado. Tendría unos 10 u 11 años, ojos azules profundamente azules y una carita perfecta -o al menos eso me pareció-, y se reía mucho.

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Esa tarde apenas hablamos un par de palabras luego de que mi abuelo, parsimoniosamente, se acercara a los vecinos que ya conocía e hiciera las presentaciones correspondientes, pero en ese breve rato logramos ponernos de acuerdo en que al día siguiente coincidiríamos en la playa con nuestros respectivos juegos de paletas, como para jugar entre varios. Sin embargo, a la mañana siguiente no hubo playa -tal vez llovió, tal vez fuimos a hacer compras- y por la tarde nos fuimos con mi hermano a jugar a la pelota a un baldío vecino que terminó cuando me tiré en palomita y me incrusté un pedazo de vidrio en la mano derecha, ahí donde termina la mano y empieza la muñeca. Corrida al departamento, donde mi abuelo llamó a un quía que conocía que parece que era enfermero, y que me limpió la herida y me puso unas vendas, como para que zafara de ir a una guardia para que me suturen. A la tardecita, vuelta a bajar al playón y vuelta a ver a esa beldad increíble y vuelta a... ¡caerme! Créase o no, mientras estábamos ahí con la gente del complejo y yo miraba extasiado esos ojos interminablemente azules, me puse a juguetear con la pelota de otros pibes y me caí, obviamente sobre la mano-muñeca herida. Resultado: varios vecinos comedidos me llevaron en caravana automovilística al hospital de Mar del Plata, donde ahora sí me suturaron, me encajaron antibiótico y le dieron a mi abuelo un decálogo de no-actividades para evitar nuevos accidentes -como habrán visto yo era bastante inquieto, por no decir insoportable-. Mis días de veraneo quedaron reducidos entonces a muy escasas idas a la playa y mis acercamientos a esa diosa infanto-juvenil se convirtieron en la nada misma, porque -encima- cada vez que la niña me miraba lo hacía con un tono de lástima, de "pobre pibe, mirá qué mala suerte que tuvo". Y uno tiene sus límites: lástima no. Si no me vas a dar bola, seguí tu camino. Pero lástima, no...

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Horacio Tort

AMORES IMPOSIBLES

Yo tenía 20 años, era soltero, trabajaba y al mismo tiempo cursaba la facultad, vivía con mis padres en la zona norte de Buenos Aires. Ella tenía 23, era modelo tapa de revistas, se había casado a los 20 con un mexicano de 30 y vivía en México, en el Distrito Federal. Era pelirroja, así que no hace falta más información. Porque cuando una pelirroja es linda, no hay con que darle. Solo diré que además tenía un cuerpo celestial. La conocí la tarde de un sábado, cuando entró al club acompañando a una amiga nuestra. Por supuesto, a los pocos minutos ambas estaban rodeadas de una jauría de jóvenes con la testosterona en plena ebullición, entre los cuales estaba yo, luchando en desventaja. Mis amigos eran mayores que yo (siempre tuve amigos mayores), de la edad de ella, y en pinta me sacaban varios cuerpos. Y sí, es de macho reconocerlo, tengo amigos muy pintones, si fuera mina me habría comido a unos cuantos. Pero la naturaleza es sabia y lo que te quita por un lado te lo da por otro, por lo que yo emparejaba las cosas con una ingeniosa conversación y siendo el más graciosos del grupo. Charla va, charla viene, que “hasta cuando te quedas”, “qué bueno que viniste en verano”, “no te voy a decir que es una pena que hayas venido sin tu marido, porque ni vos me creerías, y estos son capaces de largar la carcajada”, decidimos irnos el fin de semana siguiente a Pinamar en un grupo un poquito desparejo, eran 3 mujeres y 5 varones. Pero aproveché esos días previos viéndome con ella, siempre en grupito ya que ella no se separaba de su amiga del alma, y de a poco me di cuenta que me gustaba más de lo normal. Llegó el viernes y logré plaza en el mismo auto que ella y ya en el viaje las idioteces que se me ocurrían eran tantas que tuvimos que parar en un momento porque ella se hacía pis de la risa. Se reía tanto conmigo que de a poco me di cuenta que yo no tenía que hacer nada por buscarla, sino que ella era quien trataba en todo momento de andar a mi alrededor. Y tenía sentido, estaba casada, y ella nunca hacía o decía nada que nos hiciera pensar que estuviera interesada en otra cosa que no fuera divertirse, por lo cual yo era una compañía perfecta. Pero claro, a los 20 años no sos ni lógico ni racional, por lo cual yo solo sentía que había mucha y buena química entre los dos. En ese fin de semana sólo conseguí un par de momentos de intimidad, y sólo fueron caminatas de la mano por la playa al atardecer. ¡Pero qué bien se sentía!

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Al volver a Buenos Aires, nos seguimos viendo y solo pudimos salir solos la noche previa a su regreso. Fuimos a Dickens Pub, un pub muy lindo al lado del cine York en medio de la zona residencial de Olivos, y allí le confesé lo que sentía y le dije que me iba a costar mucho olvidarla. Ella me dijo que tampoco le sería sencillo olvidarme ya que yo le había hecho reír con ganas, algo que tenía olvidado y que se sentía muy bien y a gusto a mi lado. Pero que era imposible pensar en algo entre nosotros en ese momento, no sólo por su estado civil, sino también por su trabajo y compromisos en México. Y fue ella quien sugirió “hagamos una cosa, en lugar de ponernos tristes tomemos un compromiso: si a los 40 yo estoy sola y vos también, nos juntamos y nos desquitamos del tiempo perdido”. Esa noche nos despedimos con un beso muy tierno y lleno de cariño. El único beso que realmente me había importado hasta ese momento de mi vida. Por supuesto, el tiempo pasa, uno olvida, perdimos contacto, conocí y me enamoré de mi ex mujer, y a los 40 seguía felizmente casado. Pero a los 53, ya divorciado, recalé en México. Sólo fue luego de un par de novias y años allí que la recordé, y la busqué en Facebook. Habían pasado más de 30 años de la última vez que nos escribimos así que le recordé quién era cuando le mandé un inbox. Me respondió con una alegría y un cariño inesperado y quedamos en cenar en su casa dos noches después. Seguía siendo una mujer muy hermosa y ni por las tapas le dabas la edad que tenía por lo cual el reencuentro fue muy grato. Más aún cuando recordaba perfectamente la promesa y estaba, a su manera, dispuesta a cumplirla.

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M Pilar López O

A LA SOMBRA DE WERTHER

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Georg acaricia la hermosa pistola de duelo de su padre, el nácar, el acero, los detalles cromados. Imagina el frío del cañón en su sien, en su pecho, ¿será mejor en su boca? No, no, en la sien, un pequeño agujero sangrante, una gota roja que se desliza hasta manchar ligeramente el inmaculado cuello de su camisa. Arriba el techo artesonado, la gasa de la cortina rozando apenas sus pies desplomados, su mano cada vez más pálida. Quizá mejor en el jardín, bajo el arce, sentado en el banco de piedra donde lee sus cartas al anochecer... Un ruiseñor empieza a cantar, huele a alhelíes, su mano se alza, alguien llega corriendo, tarde, ya es tarde. La nota se desliza entre sus dedos, "...enterradme bajo el gran olmo, en lo alto de la colina, desde donde se divisa el río, el bosque, la lejana senda…", la casa de Anna. Pero eso no lo escribiría, eso se queda dentro de su corazón, atado al de ella para toda la eternidad. Y ella vendría, la ve ahora, de negro siempre, su bello, dulcísimo rostro oculto por un espeso velo. Lleva una flor en la mano, atada con una cinta roja. Todos los viernes sube hasta allí, llueva o nieve. En verano, cuando sus pies hacen crujir las hierbas secas del camino. En el ventoso otoño, arrastrada por un torbellino de hojarasca. En el invierno más crudo, pisando la nieve sin sentir el frío, limpia la lápida con su enguantada manita, deja la flor y una lágrima ardiente derrite el hielo sobre su nombre... "Siempre te amaré, más allá de la muerte, siempre tuyo." Le gusta ese epitafio, en letras góticas, negras, destacando en el mármol blanquísimo... Sus familias son irreconciliables. Ellos se conocieron en un baile, casi sin saber cómo empezaron a danzar y ya fue tarde. Cartas, llantos de Anna, rebeldía de Georg, entrevistas fugaces y desesperadas. Ella nunca dejará a su familia, nunca se atrevería a huir con él. La casarán con algún rico comerciante berlinés, con algún pequeño noble 1

Hablando de amores imposibles...los del Romanticismo. Suicidios, damas de negro inconsolables, sombríos y desgraciados artistas malditos, enamorados de la tragedia y el drama.

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arruinado y él no podrá soportarlo. Es mejor desaparecer antes. Ella entonces cumplirá su promesa, "siempre a tu lado", no será capaz de abandonarle si muere. Está completamente seguro. Ese viernes se levanta al amanecer, se arregla prolijamente, lo dispone todo, será en el jardín, cuando la luz del sol se aleje. Espera, feliz, tranquilo. Ya tomada su decisión, relee sus cartas una vez más. De repente un ruido le sobresalta en el hall. ¡Es ella! Le abraza, le besa sin temor, ¿qué ocurre? ¿cómo se ha atrevido a actuar así? Todo se aclara en los días siguientes. Sus padres son ahora socios, las cosas se arreglaron en una mesa de negociaciones en París, todo el mundo estará encantado cuando se casen, ¡una estupenda noticia el compromiso! Georg y Anna se han casado en la catedral de Maguncia, jóvenes, exultantemente felices, tan hermosos... Parece que la buena suerte les persigue, son felices, tienen dos hermosos hijos, ella sigue bella, enamorada, él sonríe siempre, la quiere cada vez más... Georg a veces se siente en un sueño, un sueño que nunca fue capaz de imaginar. Pero algunos días, al atardecer, sobre todo en otoño, cuando las hojas se arremolinan girando en el patio empedrado, Georg calla. Sale en silencio, sube hasta lo alto de la colina, allí bajo el gran olmo, y un dolor antiguo le taladra el pecho. Allí está ella, su adorada Anna, con un flotante velo negro, con sus manos pálidas enguantadas, llorando ardientemente sobre la blanca lápida... su desgraciado amor imposible, su imaginado y perdido amor.

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Nilda Allegri

AMORES IMPOSIBLES

Amores imposibles ¡ay! música de boleros y, por eso, señores mexicanos y mujeres sin bigote, como Huesito Caracú. Entonces Huesito Caracú, toda remendada, se subía a la panza del Oso Carolina y no había manera de que lo diferente no fuera pura celebración. Hasta que venían las lagrimas que arruinaban todo, pero eso era después, eso era siempre. Huesito Caracú estaba rota de los huesos y las tripas y su fábrica de hijos sangraba la sangre inútil de la infertilidad Ella yerma y a él le habían salido los hijos como porotos a la chaucha, y hasta se le metió en la bragueta la hermana de Huesito Caracú. Es que tenía la barriga llena de talento de donde aparecían grandes y luminosos cantinflas, roquefellers, monumentales frescos, revolucionarios, de todas las cosas, lenines y hombres luchando para el futuro. Cosas grandes como su altura. Ahora su cara esta en un billete mexicano y ella con bigotes y monos, nos sigue diciendo cómo duele el cuerpo. Las últimas palabras de Huesito Caracú, que se había pintado con sandías fueron -dicen"Espero alegre la salida y espero no volver jamás". Antes de morir, hicieron mucho ruido, como debe ser. Imposible amor, siempre.

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Caro Barba

AMORES IMPOSIBLES

La casualidad estaba barriendo las veredas de la cuadra. Dos pájaros intentaban encontrarse bajo el remolino de un pequeño viento que esa mañana parecía de verano. María y Julio cruzaron sus miradas cuando el semáforo cambió su luz y ya nada fue lo que era y ya nada sería de la misma manera. Se conocían, pero sus ojos no habían llegado a tocarse y sus pestañas no habían abanicado ningún instante... Tal vez el destino, tal vez ningún motivo. Se sentaron en el bar de la esquina. No hablaban, sólo se comunicaban a través de sus manos que nerviosas modelaban las servilletas que había en la mesa. Ella con un licor de mandarina, él con una cerveza. Ya no recordaban cómo era el árbol que hacía sombra en la puerta del bar ni tampoco cómo era el señor que les había tomado el pedido. Ella quería que él le hablara, pero por sobretodo quería que la besara. Cuando las manos de Julio tocaron las de María, la libertad salió volando de su pecho. Él la quería con su mirada y sus ojos lloraban. No iba a poder volver otro día a regalarle un pájaro de servilleta ni la espuma de la cerveza con la que le había dibujado un corazón. Él lo sabía, pero ella no. Y era sólo ella quien escuchaba la música y era sólo ella la que flotaba entre las mesas del lugar. Él ya se había ido sin levantarse y ella nunca había sentido a alguien más cerca. María sentía que la eternidad era aquel encuentro y Julio sabía que nada podía ser más imposible.

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Cecilia Mosto

DEFINICIÓN DEL AMOR IMPOSIBLE DENTRO DE LA TEORIA DEL BIENESTAR PERMANENTE

Un actor inglés. Un músico norteamericano. Un amor de la juventud. Un jefe. Un escritor argentino. El novio de mi hermana. Mi psicoanalista. Un cliente 10 años menor. Mi papá. Un amigo de mi hermano. Sucesivas encarnaciones e infinitas. Limpio, sin mal olor ni malos días. Sin caspa. Nunca un gas. Para mí. Fuera del tiempo y de la oficina. En la autopista. Sobre la tumbona. Gratis, fácil, permanente y sin traslados.

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Fer Iñarra Iraegui

AMORES IMPOSIBLES

La vio en el colectivo aquella vez y su respiración pareció detenerse en el tiempo. La piel se le erizó y un palpitar desconocido comenzó a galopar en su pecho adolescente. Miró con ternura la catarata de rulos que caía, en cascadas frescas hasta el celeste sereno de esos ojos, mientras otros se dejaban llevar por el viento de la ventanilla junto a su mirada pensativa. Hubiese querido hablarle, encontrar una excusa cualquiera para poder ver sus labios dirigirse a él con la respuesta. Hubiese querido tener el valor de susurrarle ese amor adolescente que explotaba en su pecho al sentir su perfume floral y femenino que traía el viento de primavera arremolinándose inclemente sobre él. Tal vez la próxima vez, pensó al verla descender en una esquina. Siempre a la misma hora, siempre el mismo colectivo incluso el mismo chófer que conocía, siempre el mismo recorrido, siempre los mismos pasajeros… salvo ella. En la esquina señalada tampoco estuvo, sin importar el día, la hora o el clima. Y se convenció de que habría sido un espejismo, para dejar de sufrir por no haberse atrevido.

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Cristian del Rosario

REINA POR ALFIL

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Conozco algunas de tus jugadas, sólo algunas, pero conozco mejor tu estilo: dulce y perverso. Ése de palabras exactas, de silencios cómplices, envueltos, ambos, en una falsa ingenuidad. Mi defensa es mi indiferencia que temo confundas con cobardía. Pero no es así, necesito de todas mis fuerzas por no confesar el vértigo que me produce el sonido de tu voz. No, no es cobardía, sólo una precaución contra tu magia de hábil hechicera, ésa que estupidiza mis sentidos, confundiendo el negro y el blanco en este extraño tablero. Es la primera vez que no disfruto este juego, en el que sólo logro hacer movidas que retrasan mi caída. Me sé fuerte en el damero de frases disfrazadas; allí invento mil metáforas que ya nada tienen de sutiles, por ejemplo, para ocultar cómo se sublevan mis entrañas cuando pronuncio tu nombre que cifra a la más casta y la más impura. Pero es inútil, no puedo contra vos. Soy un principiante en el lenguaje primitivo de tu risa que derriba −y lo más cruel sin vos saberlo− cualquier excusa racional que me impongo. Entonces, mis pensamientos crecen en el lado más oscuro y más odiado que poseo. Las letras apiladas no alcanzan hoy para cerrar la herida. De nada sirve lo que haga o lo que escriba en estas hojas. Hace mucho que comprendí cuál es el final de la partida.

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Aclaraciones necesarias.

1. Estoy vago para escribir (las musas han pasao de mí, al decir de Serrat) por eso refrito este texto que escribí a un amor imposible por fines de los 80; hasta hoy en soporte papel, lo edité un poco pero conserva aún su espíritu. Ella nunca lo leyó. Es más, hasta hoy nadie lo leyó. 2. Con la madurez comprendí que los amores imposibles no son del género amores, es un amor en sentido impropio, ya que son perfectos ideales e inmaculados y para mí amor es el que sobreviene al tiempo y lo cotidiano, a la vejez y la decepción; creo que ésos son los verdaderos amores eternos, aunque sólo duren una noche.

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Gustavo Pedace

AMORES IMPOSIBLES

Le pegaba a la batería mirando de reojo a la que bailaba en primera fila. Por el swing, por la elegancia para acariciar los tambores y los platillos casi rozándolos, el sudado esfuerzo y el esmero de cada uno de los movimientos, estaba bien pensar que el tipo se ganaba la vida de eso. Y también por el profesionalismo, que nada podría distraerlo. Pero la que bailaba en primera fila era mucho para él. Y sí lo distraía. Mucho para su cansada gira por bares en los que nunca pasa nada. El cantante (un albino de rara mezcla) lo tapaba con sus movimientos histéricos impidiéndole, de a ratos, su privilegiada visión. Siempre lo tapaba. A decir verdad, si no fuera por "...la guita que le tengo que pasar a la flaca por el colegio del pibe todos los meses..." ya lo hubiera carajeado y mandado un par de veces a la mierda. Además, el que siempre cogía era el albino. A veces hasta se olvidada de nombrarlo cuando saludaba a los músicos. Esa noche, que se parecía a otras noches, mientras esperaba su entrada después del solo de guitarra, mientras se secaba el sudor con una toalla de manos y tomaba un poco de su botella de Evian (como cada noche se había tomado el trabajo de vaciarla y llenarla de ginebra) buscó la mirada de la rubia para hacerle una señal. Quería encontrar sus ojos, se desesperaba escuchando que se terminaba el solo y ya no podría concentrarse en la búsqueda. Dale... ¡mirá para acá! Esos segundos que quedaban fueron tan eternos, como suspendidos en el tiempo, como un paréntesis horario, un guiño del de arriba, pensó.

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Acomodó el jopo (se lo había dejado pretendidamente parecido al de Tom Waitts) y congeló su mirada en los ojos de la rubia. Como un torniquete. Ahí se produjo. Paró de bailar, de contonearse, de sacar de su cuerpo los fantasmas, y le clavó la misma intensa mirada. Como un espejo. Como un reflejo en la laguna.

Ilustración de Horacio Petre Atacó con el solo. La rompió. Transpiró como nunca (parece ser la medida que dice cuando un músico es bueno o no merece ser escuchado) y le ofreció, al terminar su mejor sonrisa gardeliana (aunque jamás escuchó hablar del morocho).

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Lo que vino después es historia conocida. La esperó a la salida. Buscó en los huecos parecidos a bolsillos de la campera los cigarrillos para convidarle. ¿Te gustó? Y así, de repente, cuando la luz del encendedor enceguecía sus ojos y el concentraba su mirada en la punta del Marlboro, la rubia se deshizo. Desapareció. La buscó toda la noche en el fondo de todos los tragos que se metió en el cuerpo. En vano le pregunto a la gente, al de la barra, al albino, a los plomos. Se fue caminando hasta su casa. En realidad siempre caminaba hasta que el sueño o la borrachera lo vencía y acababa las noches en el primer hotel que encontraba. Me dijo que ya la había visto otras veces. Me describió esa noche, su vestido, los ojos almendra, la forma de moverse. Me dijo que la necesitaba. Yo no soy de darle mucha bola a los borrachos.

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Aitor Arjol

LA AMANTE SONORA

María de Todas las Aguas. Así llaman a la mujer del carbonero. No crean que es un apellido despiadado. Y comprenderán por qué. Es que la señora de su esposo es la mar de sonora. Como el agua que estalla en el fondo según el herrero. Como la densa espuma que alcanza la campana con su gloria según el poeta del bar. O como la lúbrica sirena de la ambulancia, según la secretaria del médico que siempre va detrás de él con el maletín de urgencia cuando asiste a domicilio. El caso es que la fama de su sonoridad alcanzó toda la comarca. Desde Cabieces hasta Balmaseda. Pasando por Antofagasta en Chile y la Vicentina de Quito. A los hombres les encanta dormir con puertas y ventanas abiertas y candiles encendidos, porque están en la gloria dominical de los oídos. Pero para sus mujeres es otro contar. O será envidia. O sacrilegio. O infortunio. O cantinela de celos. O infidelidad cristiana, pues nunca desearás a la mujer del prójimo. Noches de agua. De martillos. De tropezones a oscuras. Es decir, tropa de besos del carbonero en los pezones de su mujer, en estancias de poca o nula luz. Y de ahí, el resto es una torrentera de alaridos. Un centenar de cascos equinos que trotan hasta la orilla del río. María está amando. Y lo saben todos, su marido el primero.

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Aitor Arjol

AMORES IMPOSIBLES

Amores imposibles. Conviene cerrar la puerta antes de referirme a ellos. Para que vos no escurras el bulto ni lleves la boca vacía en año nuevo y te tomes una severa época de luz y acaricies la dificultad de revolver la memoria con aquellos caminos inversos en la piel oscura en los que tejíamos detenciones inocentes y jugábamos a lo estrictamente necesario, es decir, al preámbulo lleno, a la esperanza hueca como un tambor de cueca, al azar de las cerezas blancas, al devenir del trolebús, a la revisión de los síntomas, a todos esos amores que, en fin, parieron las circunstancias de tu aroma y nos atormentan esta noche, cuando vos y yo ya nos hemos ido, y nos barrieron el sudor con una escoba de muerte, esa en la que rugen los amantes después de colgar su gemido loco, para que no piensen que toda muerte es imposible; la nuestra vive después de todo.

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Claudia Castañeda

AQUEL AMOR IMPOSIBLE

Andaba rondando los nueve años cuando lo vi por primera vez: rubio, bronceado, facciones perfectas y una colita parada y piernas de futbolista que me hacían pensar que era un súper héroe. ¡Claro! El problema era que yo era una niña de nueve y él un adolescente de catorce. Me pasé años soñando con un beso suyo aunque jamás me registró por aquellos años. Vivía a una cuadra de la entonces mi casa y lo veía a diario pasar. Tan esbelto, tan varonil, tan perfecto. Años más tarde, perdí su rastro y una noche, en un boliche, sin siquiera registrar quiénes éramos, me sacó a bailar. Miré a mi novio, que estaba parado atrás mío y le respondí un “no, gracias” casi doloroso. ¡Ufa! Años esperando una oportunidad así y justo aparecía en ese momento. Hay una canción de Víctor Heredia que reza: "al final la vida tiene esa costumbre de mezclar su cubilete de tal forma que no hay quien pueda llegar hasta la cumbre sin sufrir estrictamente algunas normas”. Fue tal cual: me casé, nos mudamos a mi actual casa y… ¿adivina? Sí, es mi vecino. Vive exactamente a tres casas de la mía. ¡Claro! Ya no es el Adonis que conocí. Cada tarde pasa un señor pelado, algo excedido de vientre, con anteojos, bermudas y medias algo ridículas y me dice “hola” mientras pasea a su perrito. Eso sí: ¡el perrito es hermoso!

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Antonio Lendínez Milla

AMORES IMPOSIBLES

Fue un amor imposible aquél que no quiso ser. Aquél que dijo que no. Es condición del amor el ser o no ser. Alguien hizo su elección. Dijo no, y no hubo ya amor. El amor es cosa de dos. Son amores imposibles los que no quieren serlo. Los que se mienten. Los que fuerzan el querer. Los que tienen miedo. Los que no se atraen. Los Los Los Los

que que que que

sirven a intereses. desconfían. ocultan la verdad. manipulan.

Los Los Los Los Los Los

que que que que que que

no son generosos. juzgan y se remiran. no son honestos. no miran a los ojos. se aprovechan del otro. no son libres.

Los que no saben decir no. Los que siempre dicen sí. Los que no saben adaptarse.

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Los Los Los Los

que que que que

están incómodos por todo. no saben reírse. siempre están serios. no pueden hablar.

Los Los Los Los

que que que que

no no no no

saben saben saben saben

quedar en silencio. escucharse. hablar de sus silencios. abrazarse.


Los Los Los Los

que que que que

no saben darse besos. no saben despedirse. no saben decir adiós. cierran puertas y ventanas.

Los Los Los Los

que que que que

esclavizan. atan. no dan libertad. censuran sin parar.

Los que quieren imponer su voluntad. Los que no aceptan las críticas. Los que no saben pedir perdón. Los que no saben perdonar. Los que no se perdonan. Los que no se quieren como son. Los Los Los Los

que que que que

quieren controlarlo todo. son perfectos. no saben abandonarse a la experiencia. no saben disfrutar con lo que hay.

Los Los Los Los

que que que que

no se dan. sólo exigen. se miran al ombligo. lo saben todo.

Los Los Los Los Los Los

que que que que que que

no no no no no no

saben aprender. saben rectificar. saben moverse. saben cambiar. ceden. olvidan.

Todos los que en definitiva no se entregan al amor, y a donde el querer les quiera llevar. El tiempo que el amor dure, que el gozo quiera gozar. Porque cuando el amor concluye, nadie sabe dónde queda, ni siquiera a dónde va.

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Roberta Garibotti

AMORES IMPOSIBLES

¿Será lo mismo un amor imposible a uno no correspondido? ¿Qué extraña razón habrá para algunos amores caprichosos, que buscan a cualquier precio una pizca de ternura o un abrazo? Nunca entendí eso del alma humana que mendiga cariño, besos, atención; que reclama con su toda existencia una minúscula cuota de afecto. ¿Acaso el amor se vende? ¿O se compra? De eso se trata esta pequeña historia. Lo conoció en Twitter; las cosas ya empezaron mal. Eso de estar enamorándose de palabras escritas y no dichas al oído, no es buen preludio, no es negocio para nadie, mucho menos para las damas. Ella, Mónica, se dejó conquistar. Sabía que era peligroso amar a través de una conexión electrónica. Los cables mienten, las pantallas muestran parte de la realidad. Cada vez que él le escribía, la vida era festín para Mónica, que esperaba como en un mundo detenido cada oración de aquel escritor. Mario era periodista, tenía mujer, hijos y una vida llena de reconocimiento. Pasaba por su mejor momento profesional. Entre presentaciones de libros, charlas, reportajes y obligaciones cotidianas, se tomaba su tiempo para, cuidadosamente, endulzar los oídos, bah, los ojos, de esa mujer que ardía con cada palabra twitteada. No se puede negar que Mario se fantaseaba con Mónica, la deseaba bastante. Lamentablemente, para una mujer, el bastante, no es suficiente. Hubo un encuentro; él llegó apurado, ella llena de perfume y con ropa interior nueva. Entraron al hotel; en la recepción él recordó haber dejado la billetera en otro saco. Pagó Mónica, sintiéndose ultrajada; pero era tal el capricho por estar con ese hombre, que nada le importó. Sacó su débito y pagó por adelantado su próxima cuota de probable placer. El escritor no fue tan maravilloso en la cama como lo era con las letras. El desencanto no derribó la fanática locura amorosa de ella, que lo persiguió por días, lo rastreó en mails, chats, twitts, redes de redes sociales, sin lograr ni una gota semi espesa de afecto.

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Cómo lloraba, pobrecita; imperdonable es lo que hacen algunos hombres con mujeres de autoestima en baja, más bien, en estado de franco déficit. La vida da recompensas. El tiempo limpió ese amor frustrado. Mónica recibió una solicitud de amistad vía Facebook. Ahora parece haber encontrado a quién seguir pidiéndole migajas de amor.

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Gisela Krapf

AMORES IMPOSIBLES

− Nos vamos a casar, cuando vos tengas 25 y yo 24, le dijo él, cuando apenas tenían 16 y 15. Él era hermoso para los ojos de ella, alto, castaño, con esos ojos verde agua que siempre brillaban mucho cuando se reía. Eran amigos, simplemente amigos, pero los únicos dos del grupo que no estaban de novios. Una noche, en un bar, habían hecho ese trato; si cuando ella tuviese 21 y él 20 seguían sin pareja, comenzarían a conocerse, y de ir bien, se casarían. Lo que él no sabía era que a ella de verdad le gustaba y mucho. Nunca se animó a decírselo, nunca se animó a dejarse llevar de de verdad, besarlo de una vez. Él, como todo amigo, le contaba de las chicas que veía pasar y le gustaban, pero ella nunca habló de nadie. Seguían solteros, ella a poco de cumplir 20, y cada vez estaba más cerca la promesa. Un día él la invitó a tomar una cerveza a un bar que solían frecuentar. “Esta tiene que ser la noche” pensó ella, y se vistió como siempre decían las amigas, arreglada pero casual, que no piense que te vestiste de más para él. La pasó a buscar con el auto del padre, sólo se lo prestaban cuando iba a hacer algo tranquilo y no hasta muy tarde. Cuando se subió al auto, lo de siempre, un abrazo fuerte y un beso en la mejilla… y a ella cada beso en la mejilla le dolía un poco, y otro poco la alegraba, al menos era su mejor amiga. Cuando llegaron al bar, pidió una cerveza para compartir, y le agarró la mano. Ya no eran adolescentes y el corazón se le salía del cuerpo. No fue fácil escuchar lo que él tenía para decirle. Se mudaba, y no de barrio. Se mudaba la familia a Italia, tenían familia, y las cosas acá no estaban yendo bien. A medida que él le contaba, ella sentía que la vida se la iba diluyendo de a poco. Faltaba poco más de un año para ser suya ¿Por qué ahora? No pudo callarse, ya no más. Cuando él terminó de hablar, con lágrimas en la cara le dijo:

− Pero Sebas, yo te quiero, no te podés ir. Si vos no estás, no sé, estoy enamorada de vos. Y en ese momento el beso que siempre quiso la dejó sin habla. Él también estaba enamorado de ella, pero ese amor nunca sobrevivió la distancia, ni siquiera se pudo realmente concretar. Fueron años largos, los que ella vivió con el recuerdo de ese beso, y sus ojos, sus hermosos ojos, en cada uno de los rincones de su imaginación.

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Eduardo Mizrahi

HOY NADSAT MELANCHOLÍA -Sí, fue así. ¡Brachno imán al verte ahí! -Y yo sabía... joroschó. Filosa de golosa hermosa y esa talla caprichosa... sus grudos eran una cosa... tan maravillosa. Y esas piernas majestuosas... Mis glasos se mandaban cuando ella caminaba... Al decirme que estaba operada todos los pájaros volaban. -Sí, fue así. ¡Glupo imán al verte ahí! Y yo sabía... joroschó. De remerita, minishort... pero qué sexy se movía. Los vecinos se morían... nos besamos y yo sabía. -Sí, fue así. ¡Puto imán al verte ahí! -Y yo sabía... joroschó. Cantó veinticuatro, no sé. Yo no dije treinta y tres... lubilubar rechazé. (De lo sórdido no sé.) Ofreció su compañía todo el día, todo el día. Bella debochka que no fue mía, ni debochka ni fantasía. Finalizada la agonía: fue imán de un día, hoy nadsat melancholía... Y yo sabía... joroschó.

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Paula Ancery

AMORES IMPOSIBLES

Tengo una pequeña teoría sobre el amor imposible. Es tan pequeña que llamarla teoría es una exageración, pero ustedes me van a entender. Consiste en lo siguiente: el amor imposible no existe. Cuando no es correspondido y se prolonga más allá de unos instantes lógicos –un lapso hormonal, digamos unos meses, y tampoco demasiados meses-, es que no es amor. Es un enrosque. Un capricho. Una obsesión. Erótica. Tres veces en mi vida me he enamorado de hombres que no me correspondieron y con quienes no pasó absolutamente nada, ni siquiera un beso. ¿Por qué? Uno de ellos estaba casado, y estaba feliz con su mujer. Shame on me: de todos modos le odalisqueé todo lo que pude, pero no hubo caso, él ni siquiera se enteró. Y por eso lo quise más. No porque me excitara el rechazo –habría que decir mejor indiferencia-, sino porque me di cuenta de que el tipo no estaba en la boludez. Mantenía su relación de pareja, no por inercia, ni por comodidad, ni menos aun por los chicos (no tenían hijos), sino simplemente porque a su esposa la quería, y ella lo quería a él. Cuando tuve que rendirme a esta evidencia, también pude haber sucumbido a la sensualidad del dolor (¿o es que acá, que somos todos grandecitos, alguien duda que el dolor tiene un costado sensual?); pero en cambio, sentí que de él no podía venirme nada feo. Sufrir por algo relacionado con él habría sido un enrosque, ¡si él no me había hecho nada! Al contrario. El mundo era menos malo porque él estaba en el mundo. Y al cabo de unos meses, se me pasó. Seguí queriéndolo, pero ya no estaba más enamorada. Y hoy todavía lo quiero, pero estoy totalmente en paz. En cuanto a los otros dos de quienes me enamoré y que tampoco se enamoraron de mí, pudo haber sido un poco más complicado, porque yo sí les atraía, así que habríamos podido ir directamente al enrosque. Pero estaba prístinamente claro que lo único que ellos querían conmigo era sexo. Y aunque el sexo sin amor no me parece mal (a condición de que el sexo sea bueno), yo me conocía y sabía que iba a sufrir muchísimo si me metía en la cama llena de sentimientos y lo único que recibía del otro eran hormonas. Pero como -no sé cómo- logré razonar y detenerme antes de llegar al contacto físico, sucedió que el amor que yo sentía me protegió. Mi sensación fue otra vez “de él no puede venirme nada feo”, así que ante la evidencia del no-amor (y créanme que era evidente, no por maltrato, que no lo hubo, sino porque sus mensajes

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eran elocuentes) metí violín en bolsa y me alejé. A estos dos también los quiero todavía, pero desde más lejos. ¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?, se quejaba en broma Groucho Marx, y yo creo que tenía muchísima razón. Sobre todo las mujeres, pero también una cantidad impensada de hombres, estamos seteados para creer que cada vez que nos agarramos una obsesión erótica estamos enamorados. Como si el deseo en sí mismo no bastara para explicar el desbarajuste emocional que nos provoca, como si tuviera poco nivel o no fuera digno. A mí me parece que lo que pasa es que el amor viene con unos anticuerpos que el sexo no tiene. Esto lo entendió muy bien Marguerite Yourcenar, quien, en un libro titulado Fuegos, que escribió en carne viva, en un período en que estaba obsesionada por un tipo que no le daba ni la hora porque era gay, puso “Señor, te encomiendo mi CUERPO”. Y yo creo que tenía mucha razón. El alma no es necesario encomendársela a Dios. Ya pertenece a ese orden, el orden de las cosas espirituales. Es el cuerpo el que necesitaría de verdad un ángel custodio o alguna clase de protección divina. Después de todo, el dolor, al igual que el placer, es en primera instancia físico. Cuando decimos, por ejemplo, que algo nos duele en el alma, ya no estamos hablando más en sentido literal, estamos usando una figura retórica. Uno ama con toda el alma, pero no desea con toda el alma, sino con todo el cuerpo. Por eso yo creo que el deseo es mucho más expositivo, nos deja mucho más en riesgo que el amor, aun cuando se trate de deseo correspondido y consumado. Si tratan de pensarlo un poco desde esta perspectiva, es posible que lleguen junto conmigo a la conclusión de que una enorme cantidad de grandes obras literarias, fílmicas y musicales que se suponía nos hablaban de amores sublimes, en realidad nos estaban hablando de terribles metejones. Anna Karenina perdió su primer hijo y su posición social por un hombre junto a quien no fue feliz: porque abandonó a su marido legítimo por otro hombre de quien no estaba enamorada, sino eróticamente prendada. Madame Bovary no se había enamorado de ninguno de sus dos amantes –ni, desde luego, de su marido legítimo-: estaba lisa y llanamente caliente; caliente con ínfulas de romanticismo, pero caliente al fin; y uno se queda sin saber muy bien si se suicidó porque estaba endeudada hasta el corsé o porque sexualmente no había alcanzado la satisfacción con ninguno de los tres sujetos con quienes había tenido intimidad en toda su vida. Piensen a vuelo de pájaro en la cantidad de muertes, asesinatos y celos que rezuman las obras completas de Shakespeare, donde no faltan precisamente los personajes pasionales; pero yo –sin ser una conocedora experta- dudo que alguno de todos ellos haya estado enamorado alguna vez de alguien. (Y sí, esto para mí incluye a Romeo y Julieta; disculpen quienes lo consideren blasfemo.) Bajando

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un poco el nivel, Nabokov no es un escritor que me guste demasiado, pero fue honesto al no pretender que Humbert Humbert hubiera estado nunca enamorado de Lolita. Si quieren una conjunción de amor y sexo, lean El amante de lady Chatterley y de paso, reflexionen sobre este privilegio que tenemos quienes hablamos el español como lengua nativa: amante, una palabra que usualmente usamos sin pensar con una connotación despectiva (ser el amante y no la pareja legítima de alguien no suele ser bueno para la reputación) significa etimológicamente el/la que está amando. He usado una palabra en lunfardo que me encanta: metejón. No es nada altisonante y al contrario, tiene una sonoridad medio juguetona, a pesar de lo cual ese final en –ón puede sonar a aumentativo, y justificadamente. No tenemos al metejón por nada sublime ni exaltante, pero en los hechos puede ser muy peligroso y de hecho, en una cantidad alarmante de casos, lo es. En cuestión de un instante, puede dar paso a una obsesión erótica y entonces sí, agarrate Catalina. Porque las leyes del amor no son las mismas que las leyes del deseo. Si he dado la impresión de que ubico el deseo por debajo del amor, me apresuro a pedir disculpas por haberme expresado mal. Lo que yo creo es que habría que darle al metejón el estatuto que se merece, reivindicarlo, reconocerle su inmenso poder. Que habría que elevarlo de categoría y considerarlo como un asunto grave. No hace falta que sea amor para que nos haga sufrir: de hecho, no es amor pero tiene una capacidad de hacer sufrir que debería meter miedo. También entraña una enorme capacidad para hacernos felices, claro, en los raros casos en que los astros se alinean de manera propicia. Lo que digo es que el amor desprovisto de enrosques no es sufridor nunca –seguramente por eso es infrecuente que sea motivo de composiciones líricas-, mientras que el deseo, estadísticamente, lo que más hace es dejarnos vulnerables. Yo propongo reivindicar el deseo sin necesidad de elevarlo a la categoría de amor; porque cuando creemos que dignificamos un metejón llamándolo AmorrrrR, lo que estamos haciendo es depreciar al metejón. Y al metejón habría que tenerle mucho respeto. Se lo dice alguien que por deseo no correspondido ha sufrido como una bestia, pero ése, me parece, sería tema para otra consigna.

PD/ Por supuesto, amor correspondido + deseo correspondido = paraíso. Pero ¿cuántas veces se concreta semejante milagro?

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David Haskel

AMORES IMPOSIBLES

Adoro tus ojos violetas y todas tus bocas, cada una capaz de entonar dulces melodías polifónicas. La tersura de tu piel multicolor, tus gráciles movimientos ondulantes e impredecibles, y tu capacidad de adivinar mis pensamientos hasta con varios días de antelación. Admiro que siempre tengas una respuesta precisa para cada una de mis innumerables dudas; que estés dispuesta a darlo todo sin pedir nada a cambio; que conozcas todas las constelaciones; y que puedas visualizar pasado, presente y futuro como si fueran el alto, ancho y espesor de un objeto. Me parece un milagro incomprensible que hayas puesto todos tus ojos en mí, un ser tan limitado y, a tu lado, tan diminuto y efímero. Pero en fin, dicen que el amor todo lo puede, que no se detiene ante nada, que no conoce de límites. Yo creía que ésas eran sólo palabras bonitas para adornar canciones melosas. Hasta que te conocí… Maldigo el momento de la partida, que ya se avecina. Te prometo, mi amor, que no le diré jamás a nadie de lo nuestro: tu planeta, tu especie y tu estilo de vida estarán a salvo. De todos modos, nadie me creería si le dijera que encontré en Marte a la mujer de mis sueños.

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Horacio Petre

TIERRA DE NADIE

El director repitió por centésima vez su voz de mando. Todo el set, con las luces, decorados, técnicos y asistentes se puso en acción para registrar la escena, los actores reanudaron su trabajo, esmerándose bajos los haces de los reflectores. En silencio, el director asiente mientras se desarrolla la escena, Roberto acaricia la mejilla de Marisa. La maquilladora se pone nerviosa al ver que la acción hace que se corra el rubor de la actriz... el asistente del director lo nota y le hace una señal de silencio con el índice sobre sus labios. La escena continúa y los iluminadores van sucediéndose siguiendo las indicaciones por señas del director. Cámara uno hace lo suyo tomando a Roberto, que le quita la blusa a Marisa mientras ella modula su expresión de éxtasis al sentir sus caricias. El sonidista hace sonar un tren por un paso a nivel, todo el set armado como un cuarto empieza a sonar y rechinar. El director le hace señas al actor para que tome de la nuca a la actriz y lleve su cabeza hacia abajo. El asistente de iluminación prepara las luces y cámara dos toma en simultáneo el accionar experto y sensual de Marisa. Roberto se recuesta sobre la cama sin soltar la nuca de la actriz; cámara uno hace primeros planos del rostro del actor. El director, a metros de la cama, observa y asiente mientras de reojo mira al sonidista. Roberto, gesticula murmullos de placer y frases ininteligibles. Marisa hace lo propio. El director, para sí, se dice: - Así, ahí va bien, sin mirar a cámara... miralo a él como puedas... eso, manteniendo el ritmo, con deleite como si fuera un postre, una exquisitez suprema... La escena avanza durante largos minutos, en el pasacasette suena una música tribal. Los asistentes de iluminación tiran haces desde el otro

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lado del set a través de la persiana americana. La luz, por franjas dibuja formas sobre el techo, que juegan con el ventilador. Roberto se extasía hundiendo su cabeza y sus hombros contra las sábanas. Sus gemidos de placer son tapados por los fraseos incomprensibles de Marisa, su voz suena como si estuviera bajo el agua... Ella insiste en expresarse con vehemencia mientras continúa con su acción. Roberto se deshace de placer, el set por completo atento al desarrollo de la acción... El sonido directo va en crescendo, la acción entra en una recta final incandescente. Marisa sofocada intenta gesticular al tiempo que aplica toda su pericia hasta llevar a su pareja al clímax. Roberto inicia un quejido sordo, arquea su espalda hacia adelante y estalla gritando en una explosión de placer visceral. Cámara dos hace primeros planos de Marisa que termina con todo tipo de detalles y gestos de delicadeza su accionar, mientras Roberto semidesmayado yace extasiado sobre el colchón. El director mira a cámara uno que le hace un gesto positivo, luego a cámara dos que levanta un pulgar y exclama por el megáfono: - Y... ¡corten! Se encienden las luces generales del estudio, la asistente de Marisa se acerca con una toalla y una botella de agua mineral, Roberto continúa en la cama con los ojos entreabiertos... se rasca el pecho y se cubre mínimamente con una sábana. Alguien le acerca un cigarrillo. El resto del personal se dispersa en conversaciones, papeleos y órdenes de técnicos, mientras el director se acerca a Marisa para felicitarla, acompañándola a su camarín de megaestrella donde dos guardaespaldas, puestos por el millonario productor de las películas, cuidan la entrada. Marisa, sola ya en la intimidad de su camarín, se mira en el espejo mientras se quita el maquillaje... Se sirve un whisky y piensa en él... en Roberto, y en todo lo que acaba de decirle, en todo su anhelo de amor expresado con un cariño y una fuerza que le salió del alma. Y que no. Que no es atisbado... están en distintos campos, ocasionalmente se cruzan, pero su marido es el productor del estudio. Las condiciones... el campo de batalla... es demasiado complejo. Mañana tienen la escena de la piscina, entre colchonetas inflables y chapuzones... Tendrá que arreglárselas de alguna otra forma.

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Diana Levinton

AMORES IMPOSIBLES

El razonamiento lógico grita que para que sean plurales debieron haber sido imposibles. En caso contrario se hubiera limitado a ser singular, o al menos eso es lo que nos contaron tías, novelas y Hollywood. Amores que surgieron como exabruptos de la vida, groseras interrupciones en medio del año lectivo que nos iniciaba en el misterio de los teoremas, amores que nos dejaron sin respiración... hasta que aprendimos que era imprescindible volver a inspirar y exhalar, derecho y obligación que no tienen nada que ver con el romance. Simple supervivencia... Y también los otros, los que permitieron que fuéramos lo mejor de nosotros mismos, los que abrieron el espacio para que todo fuera posible, para que los sueños pasaran a la categoría de proyectos... hasta que nos encontramos agazapados a la caza de lo que nos desagradaba del otro mientras lamíamos las heridas que ese otro nos había infligido. Amores que nos llenaron los ojos de sonrisas, la boca de silencios y transformaron nuestra piel en hoja en blanco para escribir en caricias una historia inédita. Amores que nos fertilizaron el alma e hicieron crecer palabras que anidaron en nuestros oídos para siempre... hasta que sus alas crecieron y se echaron a volar rumbo a vaya uno a saber dónde. Queda instalada la duda de si el amor es uno y las formas que adquiere tienen que ver con nosotros o con el otro. La duda acerca de lo que pudo haber sido y –la que en verdad duele- la incerteza acerca de lo que en realidad fue. Esa es la clave, en realidad. Nos queda el relato acerca de lo ocurrido, la historia que vamos contando y contándonos, las noches en vela que aprendemos transformar en abrigo para que el frío de la soledad no nos congele los huesos. Y quedan también los recuerdos de lo que fue, la memoria de lo que en realidad nunca ocurrió y sin embargo tiene la imperturbable presencia de lo que no dudamos. Porque en el amor no hay dudas, de ahí su fragilidad, su inevitable transformación. Como si fuera una estatua esculpida en hielo que se derrite al amanecer.

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Roberta Garibotti

AMORES IMPOSIBLES

Amores imposibles, realmente imposibles; por ser lejanos -en el espaciono correspondidos -es mĂĄs, el amado no suele enterarse de ser amadoe inconcretables. Esta es mi triste lista -triste porque ni siquiera los vi de cerca-. Joe Cartwright (el personaje de Bonanza) Soli (el personaje amigo de los indios en la serie Doctora Quinn) Ashton Kutcher (en todas sus versiones, posturas, papeles, etc.) Robert de Niro Brad Pitt Richard Gere Bob Marley Patric Dempsey (el de la serie Grey's Anatomy) Lenny Kravitz Mick Jagger AndrĂŠs Ciro Martinez (el de Los Piojos) Eduardo Sacheri (su escritura me cautiva) Juro haber estado enamorada de todos. Por suerte el amor fue fugaz y reemplazable por otro... igualmente imposible.

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Elena Herrero Navamuel

AMORES IMPOSIBLES

Lo primero que alcanzó a ver fue la suave, deliciosa curva de su cuello ondulante. Siguió con la mirada esa ola de dulce movimiento hasta terminar en un hombro tierno, blanco e invitador. Durante algún tiempo no tuvo oportunidad de ver nada más. Tan solo eso bastó para que la imaginación terminara de dibujar el resto: la contracurva del otro lado hasta alcanzar el hueco de la nuca, el roce de los rubios rizos sobre ella, los labios carnosos, gruesos, invitadores… la nariz perfecta, un poco respingona, las cejas curvadas, delineando unos pómulos perfectos… Un movimiento de cortinas le hizo salir de su obsesivo dibujo para concretar en realidad lo que su imaginación no alcanzaba. Sus ojos… Esos ojos inocentes y provocativos al mismo tiempo, ese brillo travieso que invitaba a conocerla, ese azul cielo que se hacía más y más profundo a medida que se reconocían en las miradas… Un deseo abrasador recorrió todo su cuerpo de terracota antigua. Y este antiguo guerrero, esculpido hace cientos de años, se sintió desintegrar en miles de pedacitos de tierra cuando impulsado por su obsesión visceral, se estrelló sobre el suelo inmaculado del museo para poder ver mejor esos ojos que sellaron su destino. Ella, desde su mutismo enmarcado en la sala contigua, curvó casi imperceptiblemente su sonrisa coqueta. Sus ojos se ensombrecieron. Las luces se apagaron.

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María Gabriela Failletaz

AMORES IMPOSIBLES

Fustigado por el feroz desvelo y la trágica soledad ansía llegar a su lóbrega cripta de cedro. Allí la encuentra cada semana, oculto en el hueco oscuro del tribunal de la misericordia divina. Allí la espera sudoroso y espasmódico apostado en su almohadón de cuero cuarteado. El crujir de la madera le anuncia la llegada del ángel divino. Él se inclina casi hasta su boca a unirse al hilo de voz como una cuerda, a atrapar la tersura de los susurros femeninos como vellones, a aspirar el perfume a jazmines que se cuela por la esterilla de tejido francés, a acariciarla indulgente con palabras de consuelo, a ofrendarle consejo de padre a sus pesares, a dar sentencia a las faltas mundanas que ella le confía y confiesa atribulada. Catorce estaciones del via crucis penden ahora de su cuello empapado. Sus labios en llaga cada vez más próximos quieren besarle la mejilla. Las cuentas del rosario entre sus dedos se vuelven espinas. Para él no hay clemencia. Bajo sus manos crispadas yacen los pliegues barrocos del pecado, el dolor escorzado, el deseo contenido. De él emana un sentimiento carnal, dramático, puro, también sagrado. En su pecho, bajo la rígida sotana un pájaro mudo y triste agoniza: el amor a Dios, el imposible.

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Roxana Conti

AMORES IMPOSIBLES

Es ésta una historia verídica. Me inspiré al escribirla en los comentarios de algunos de nosotros, en relación a las historias que se inician en las redes sociales. Esta historia, sin las redes sociales, nunca hubiera existido. Por supuesto, las redes son sólo instrumentos que nos conectan. Lo que hagamos a partir de un chat y de las palabras en la pantalla depende de nosotros. Era ella una Cenicienta de los tiempos modernos, recién separada, más bien había huido de al lado de un cretino que además de maltratarla había vendido a sus espaldas joyas familiares heredadas de su abuela, para solventar parrandas y lujos que solo él se daba. Tenía ella tres niños pequeños que no sumaban entre los tres ni diez años. Nuestra Cenicienta, así la llamábamos sus amigas, no era tonta, se había casado enamorada de ese tipo al que toleró a su lado a fuerza de negar la realidad más tangible. Era además muy bonita, en sus jóvenes treinta años tenía un cuerpo esbelto y una natural frescura, que conservaba a pesar de tanta lágrima derramada antes y aún después de huir a casa de sus padres sin un peso, y ni siquiera se le ocurría suponer que él respondiera económicamente por sus hijos. Es más, él desapareció y ella tuvo que afrontar más de un problema en que la había metido. Digamos que su autoestima no estaba en su punto justo, pero de a poco comenzó a sonreír. Luego de un tiempo, sus amigas comenzaron a presentarle candidatos, aunque era complicado para ella conciliar la vida social con el trabajo y la crianza de los chicos. Un día, mientras reían en el living del departamento de sus padres con un par de amigas, ya que ella prefería no salir para no dejar a sus hijos, una de sus amigas le creó un perfil en una página de citas. Ella no sabía ni siquiera que eso existía. Publicaron, según me han contado, una foto de ella tomada con el celular en ese momento. Alguien la contactó y empezaron a hablar por chat y al tiempo se encontraron. Todo fue de maravillas según parece. Ella estaba cada vez más radiante. Él era un buen tipo, atento y amoroso. Luego de unos meses, asistimos a una cena en casa de un amigo común, delicias gourmet acompañadas con buenos vinos. La conversación fue entrando en el terreno de los blends, los maridajes y los vinos de autor; al rato sólo dos de los varones continuaban

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charlando, el dueño de casa y el novio de Cenicienta, muy conocedores, al parecer, sobre las cuestiones del vino. Tanto entusiasmo se creó en un momento determinado, que el anfitrión propuso una cata de los vinos más selectos de su cava personal, y comenzó a descorchar algunas joyas exquisitas de una conocida bodega. Al notar que el novio de nuestra amiga continuaba sorprendiéndolo con sus conocimientos, en un momento lo mira y le pregunta:

− ¿Vos cómo te llamás? Supongamos que el joven en cuestión se llamaba Augusto. El anfitrión insistió:

− Pero… Augusto, ¿qué? A lo que Augusto respondió dando el nombre de una de las más prestigiosas bodegas argentinas. Resultó ser que nuestra Cenicienta se había encontrado en un chat de citas al heredero de buena parte de la provincia de Mendoza con sus vinos y todo, y que, además, a esa altura ya eran una feliz pareja. Continúan siéndolo, hoy, además de los tres nenes de ella, tienen una nena de ambos, alternan su tiempo entre Mendoza, otras provincias de la Patagonia donde la familia tiene emprendimientos inmobiliarios y la casa de ambos en el Delta.

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Mariasi Cañizal

AMORES IMPOSIBLES

− Sí, quiero. –dijo, clavando su mirada en los ojos de su amor inmaculado. Y el flamante novio, con lágrimas en los ojos que estaban por derramarse por sus mejillas, por la emoción, pensaban todos los invitados, tragó lo que pudo del nudo apenas desatado de la noticia que acababa de recibir minutos antes de dirigirse al altar, directamente de parte de su novia, que le confesó, que lo amaba, pero en segundo lugar; el primero seguiría siendo siempre el Padre Juan, para el que en realidad se había vestido de novia hoy.

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Daniela Acher

AMORES IMPOSIBLES

Su cuello a la vista era una bendición radiante. Su risa fácil, una invitación a la fiesta. Oler sus cabellos, un tembloroso atrevimiento. Tenía la suerte de ver en su rostro cómo amanecía el mundo cada mañana. Un día noté que el amor comenzaba a alejarse. Primero quise nombrar lo que no existía, aunque sólo fuera para que naciera la incertidumbre. Luego elegí no hablar aunque quería. Después ya ni siquiera quería. Dejé de ser para no estar cuando el amor ya era imposible.

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Carmen Navajas Rodríguez de Mondelo

AMORES IMPOSIBLES

Solían salir juntas los fines de semana. Reían, cualquier comentario por absurdo que fuera daba pie a reír. Salió por una esquina, su cara les sonaba. Se acercó y, sin más, les regaló un beso a las dos. Se fue sin decir adiós. Les entró la risa contagiosa. La risa las unía. Habían encontrado un tesoro fuera de ellas mismas. Se amaban. Duró poco tiempo. Una de ellas quedó hipnotizada por el beso sorpresa. Esperaba otro tipo de cariño, una intimidad distinta estaba por llegar. Volvió a encontrarlo en la esquina. Lo amó ardientemente pero su amor no fue correspondido. Ese amor imposible le abrió los ojos. Se dio cuenta de que ese otro amor era el verdadero Amor.

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Cecilia Perez

AMORES IMPOSIBLES

Por las mañanas, Madre llenaba nuestros cuatro jarros de mate cocido nos repartia pan y luego, riéndose nos dejaba correr al río. Ahí nos esperaba María siempre, sus trenzas, su vestido, que no temía ensuciar, su bolsa repleta de hilos y maderas Las tenía de todos los tamaños, con ellas hacíamos muñecos, aprendimos a leer, escribir y hasta dividir cuando los quebraba. Inventaba juegos y llevaba las manos llenas de premios. Le preguntábamos, junto a los otros niños del pueblo María, ¿por qué no te casas como las demás muchachas de tu edad? Porque soy fea y porque si lo hiciera, no podría jugar con mis niños. Sólo le fallamos cuando la misa y porque ella no iba. Aquel día el cura había engripado, así de felices fuimos a por ella. No estaba, comenzamos a buscarla, nada. Hasta que se nos apareció a lo lejos, su cabello suelto y desnuda sobre mi Padre. Nos miramos entre todos y todos a Patricio, el más grande. Vámonos, así deben de jugar los grandes... Yo caminaba volteando cada tres pasos. Él, con los ojos cerrados, la besaba toda, despacio, se inclinaba como cuando saludaba a la Virgen y se veia más a gusto que cuando celebraba que Madre sirviese flan. Muchas mañanas más volvimos sin preguntarle. Hasta ésa, de misa, que nos pusieron moños al cuello a los varones y en el pelo a mis hermanas. Molestos, se nos dijo Es que se casa la Maria de Ustedes. ¿Y por qué, si no quería? Porque el Señor De Junto la ha pedido, contentos estén porque no es bueno que quedara sola. Maria lloraba, hasta vomitó. De emoción, dijeron las viejas. Mi Padre llegó tarde, se sentó a nuestro lado, apretaba las manos, los dientes y me pareció que los ojos también, No supimos más nunca de Maria. Ni a mi Padre, volver a desear flan ni reír.

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Mariano Durlach

AMOR IMPOSIBLE

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- Che... ¿vos sos homotextual o hetero? - ¿Cómo? - ¡Sí! Si te da por las letras o por los números… - Ahhh... - ... - Me atraen más las letras. - ¿Desde siempre? - En realidad, de chiquito empecé a sentir atracción por los números cuando aprendí las tablas; la fascinante relación entre los números. Las casualidades, como que los números de la tabla del 6 están en la del 2 y en la del 3. Me pareció reloco eso... La del 5 que todos terminaban en 0 ó en 5 y dependiendo de si era 5 por un número par o impar. Y ni hablar la del 9 que tenía a la izquierda la escalerita con los números que subían y a la derecha que bajaban... ¡Ahh... sí! qué lindo que era ir haciendo esos descubrimientos... - ... - Y mientras me divertía y la pasaba bien con todas, había una que me desvelaba, nunca la pude entender: la tabla del 7...

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Posteo dedicado a mi amigo BB con quien dando un taller de Actitudes Positivas de entre los asistentes salió la sentencia de que "...la tabla del 7 es imposible", lo cual nos hizo reír mucho y nos quedó como muletilla en cuanta ocasión podíamos hablar de la diferencia entre lo difícil, lo posible y lo imposible... "Imposible es la tabla del 7".

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Amelia Molina Burgos

CERTEZA

¡Me quiere! ¡Ahora estoy seguro de que ella me quiere! La señorita Pili me ha acariciado el pelo, delante de toda la clase, cuando he conjugado de carrerilla el futuro perfecto del verbo amar.

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Mariangeles Soules

AMORES IMPOSIBLES

Catalina apenas acababa de cumplir los catorce años, era alegre, simpática y muy buena estudiante. Sus padres estaban muy orgullosos de su hija pero eran demasiado absorbentes, no le permitían tener amigas ni tampoco ir al río a refrescarse en las calurosas tardes de aquel verano, su única distracción era escaparse a la hora de la siesta y acostarse en la gramilla fresca debajo de los naranjos al fondo de la quinta y allí soñar con toda clase de aventuras. Una tarde vio en la casa vecina un hombre de apariencia joven y apuesto, se quedó observándolo hasta que él percibió su mirada y levantó la mano en señal de saludo. Ella se sintió algo avergonzada pero le respondió. El hombre cruzó la pequeña cerca que separaba ambos terrenos y presentándose como el inquilino de al lado se sentó a su lado y comenzaron una larga y amena conversación. Él tenía treinta y seis años, viudo y con cuatro hijas una de las cuales, la mayor, tenía la misma edad que ella. Le preguntó por qué no iba al río como lo hacían sus hijas a lo cual ella le respondió que sus padres jamás lo permitirían, fue así que entablaron una amistad que duraba todas las tardes a la hora de la siesta. Sus padres no entendían el cambio de su hija, la cual andaba por la casa cantando y bailando y ahora todos los días después del almuerzo se ofrecía para limpiar la cocina y de esa forma se aseguraba que ellos estuviesen ya durmiendo cuando se encontraba con Juan. Para él solamente era un tiempo de conversación con una adolescente, pero para ella era algo mucho más importante, se había enamorado del hombre que la trataba con tanto respeto y de igual a igual, no como en su casa que seguían tratándola como a una niñita. Un día Juan le dijo que al día siguiente se marchaban pues se les habían terminado sus vacaciones, Catalina rompió en llanto y le rogó que la llevara con él. Juan trató de hacerla comprender que era imposible y así ella le confesó que se había enamorado y ya no podría vivir sin él. Juan se sorprendió enormemente pues él solamente la veía como a una de sus hijas, jamás la había mirado como un posible amor, se lo dijo y trató de que entendiera que ese amor era completamente imposible, por muchas razones pero principalmente por la diferencia de edad y porque él no estaba enamorado de ella. A pesar de las súplicas

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de Catalina, Juan dijo que no y que iría a hablar con sus padres para aclarar ese mal entendido, el cual él no había tenido intención de provocar. Ella rogó que no lo hiciera y salió corriendo, a lo que Juan pensó se habría ido a su habitación a llorar o algo así. Por la noche llegaron a casa de Juan los padres de Catalina preguntando si habían visto a su hija, entonces él explicó lo que había sucedido y que en realidad su intención no era más que la de entablar una amistad con la niña que había visto muy triste el día que la conoció. Sus padres desesperaron pues no tenían la menor idea de los sentimientos de su hija. A las pocas horas unos pescadores la trajeron al pueblo, la niña al no soportar el dolor de aquel amor imposible se había internado en las aguas del rio y se había ahogado.

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Luis Alfonso Martín Delgado

UN AMOR IMPOSIBLE

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Se conocieron en el primer año de escuela primaria. Ambos vivían en el mismo barrio de las afueras, un típico lugar de residencia de emigrantes y gente trabajadora, una amalgama de tipos y razas que convivían para mantener el equilibrio sobre la línea roja que marcaba el límite de la pobreza mientras que luchaban por salir de ahí y mejorar. Desde chicos se habían cruzado miradas que sentían diferentes a las demás. Les gustaba jugar juntos, a pesar de que ella se mostraba torpe a la hora del fútbol, tanto como él en las clases de baile. Pero no les importaba, ni siquiera cuando uno se reía del otro haciendo el ganso. Se sentían felices creciendo y riendo juntos. Así aprendieron a quererse, primero como niños y luego como jóvenes. Ambos arrastraban la carga de sus orígenes familiares. Veían con naturalidad la convivencia con otros jóvenes del barrio o la escuela que tuvieran otro color de piel o profesaran otra religión, pero en sus casas no era igual. A pesar de eso, su amor fue creciendo con ellos, aún sabiendo que sus familias no verían bien su relación si saliera a la luz. Los prejuicios religiosos, étnicos o de clase se manifestaban en cada comentario o gesto. Tanto ella como él habían nacido en este país y lo sentían como el suyo, pero sus padres, y sobre todo sus abuelos, echaban de menos sus países de origen y maldecían el día que tuvieron que abandonarlos para venir a éste, que, si bien los había acogido respetuosamente y les había dado todo lo que tenían, nunca había sido reconocido como propio por ninguno de sus familiares. A pesar de que las enseñanzas recibidas en la escuela iban encaminadas hacia la tolerancia y la comprensión del otro, la vida en la familia iba cotidianamente minando esas enseñanzas y sembrando la distinción y la separación, demonizando a los otros como unos contrarios, culpables de todos los males. Pero para ellos su amor era más importante que todo eso. Fue en los últimos años de la escuela secundaria cuando se dieron cuenta de qué

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Tenía en mente responder al reto de Andy Pecas, pero Petre se me adelantó, así que tuve que buscar algún otro asunto imposible. La actualidad me lo trajo.

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difícil se les iba haciendo con el paso de los años mantener su relación. Ya no se veían tan iguales, a pesar de lo que siguieron viéndose y siendo felices. Tanto que se prometieron seguir amándose hasta la muerte, como sólo pueden hacerlo dos jóvenes enamorados. Ninguno le dijo nada al otro por el miedo a romper su relación o hacerse daño inútilmente. Al llegar el momento, ella no le dijo a qué universidad iría a estudiar. Sólo le dijo que podían seguir en contacto a través de internet. No quiso herirle diciéndole que se iba a su país de origen, a vivir con unos familiares. Ni le dijo nada sobre que tendría que cumplir un servicio militar obligatorio. Tampoco él le había dicho nada a ella sobre las ideas que le transmitían amigos y familiares de convicciones religiosas extremas. Su amor había nacido de la común educación en la convivencia y no quiso ponerlo en riesgo. Sus sentimientos personales no pudieron contra el empuje de las ideas que se iban instalando en su cabeza y que, avivados por la marginación y la falta de futuro, le llevaron a apuntarse a círculos de apoyo a combatientes que marchaban a luchar a zonas de guerra. Porque la quería, no le dijo nada cuando decidió unirse a un grupo de camaradas y marchar a combatir al enemigo. Sus familias no supieron nada de esto cuando recibieron por separado las noticias de sus muertes. Ella participaba en una operación de castigo contra terroristas cuando él se lanzó con un explosivo unido a su cuerpo contra el vehículo blindado en el que ella iba. Ambos murieron en el acto. No supieron que habían muerto juntos, como quizás habían soñado, aunque en unas circunstancias que jamás hubieran podido imaginar. Pero el último pensamiento de cada uno fue para el otro, convencidos de que habían hecho bien en no decir toda la verdad para no hacerse daño.

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Daniel Goldenberg

AMORES IMPOSIBLES

Se amaron a destiempo, detrás de los jardines marchitos de la vieja casona; y comprendieron —en un solo instante— que lo imposible no debe ser profanado.

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Mauricio Castello

AMORES IMPOSIBLES

El había tomado la iniciativa de invitarla a salir porque le gustaba mucho; también fue quien propuso el compromiso luego de dos años de noviazgo. Una vez que se casaron, veranearon durante veinte años en la costa, más de la mitad de ellos con críos. Gran parte de sus inviernos intercalaron vacaciones entre las sierras y la montaña. Puso la firma en el préstamo hipotecario que les proveyó la casa. Más tarde se procuró el coche. Todos los días acompañó a los chicos a la escuela, ella los iba a buscar. Hizo todo lo que se esperaba de él, excepto enamorarse de su mujer; cuando cayó en esa cuenta, rondando los cuarenta y cinco, supo que ya no quedaba nada más que hacer y se fue, anhelando descubrir lo que le fue esquivo.

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Daniel Dionisi

UN SUEÑO CON MRS. HYDE

Cuando la vi a Mrs. Hyde me aflojé. Los nervios de los días previos, la tensión acumulada y el miedo, (sí, por qué no decirlo, el miedo) desaparecieron en un instante, sucumbieron ante esa mirada oceánica, perdieron frente a esos ojos de un azul imbatible. Con el mejor estilo británico me presentó a sus acompañantes, Mr. Lester, el prolijo presidente de la compañía y Mr. Wild, el gerente de ventas a nivel mundial. Ella misma, en su carácter de vicepresidente, completaba la cúpula que comandaba los destinos de SWALK, la multinacional inglesa que me tiene empleado en su filial argentina desde hace unos cuantos años. Por primera vez los capos de SWALK bajaban a Sudamérica y yo era el responsable de la organización del encuentro que había llevado varios meses de trabajo previo y mucho stress. Sabía algunas cosas sobre los visitantes. Mr. Lester, con su panza pronunciada, anteojos permanentes y algunas matas rubias que resistían en la cabeza, era un hombre aplicado, el prototipo del ejecutivo que hace carrera alejado del trabajo creativo, pero cumpliendo todos los protocolos. Un tipo tan seco como educado, con un largo matrimonio y dos hijos alumnos de Cambridge. Con eso había llegado a la presidencia de la compañía. Su contracara era Mr. Wild. Rebelde, talentoso y propulsor de los grandes cambios en la empresa. La adicción al alcohol y a las mujeres le habían impedido alcanzar posiciones más encumbradas en la estructura corporativa, pero sin dudas era el genio creativo de SWALK. Apenas pisó Buenos Aires pidió conocer Aligator. Costó entenderlo pero Donati, el gerente financiero, se avivó y lo llevó la primera noche al boliche de la calle Gallo. Mrs. Hyde era el motor de la compañía. Reunía lo mejor de los otros dos y no había alcanzado la presidencia sólo por su condición de mujer en un mundo aún de dominación masculina. Alta, elegante y dueña de esa belleza especial que le permite a algunas mujeres de más de cincuenta mantener el flequillo de sus tiempos juveniles y convertirlo en un instrumento de alto poder de seducción. Ya hablé de sus ojos de azul escandaloso. Los años les habían dado un valor agregado, ahora sabían mirar. Lo comprobé en la primera jornada de trabajo. Para el encuentro nos internamos dos días en un hotel de Pilar cuarenta ejecutivos de las filiales americanas. Mrs. Hyde comandaba los foros sobre las distintas

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cuestiones de la compañía. Lester y Wild solo hacían intervenciones justas y precisas. Participé en casi todos los debates de manera pasiva. Durante esa primera jornada crucé varias veces la mirada con Mrs. Hyde. Los dos estábamos metidos en la profesión, en los temas de la empresa. Yo tenso, ella natural. Por eso supuse que dirigirme la mirada era una manera de hacerme participar de sus exposiciones. Sin embargo, ahora lo sé, por lo menos una de esa miradas fue verdadera. La primera noche, después de comer, me fui al pub del hotel en busca de un whisky relajante. Me sorprendió verla entrar al recinto porque la imaginé participando de la salida programada a presenciar un show de tango. Mrs. Hyde no me vio, pero también se sentó en la barra y pidió un Black Label sin hielo. Un gordo ordinario de camisa amarilla, tomador de gin tonic, hacía de tabique entre ella y yo. El desencuentro no duró mucho. En mi timidez traté de hacerme el distraído pero los faros azules me encandilaron desde el espejo esmerilado a espaldas del barman. Sin decir nada nos fuimos a sentar a los mullidos sillones de cuero. Hablamos de trabajo pero cuando el whisky nos relajó pasamos a cuestiones más personales. Le hablé de mi mujer, de mis hijos. Ella me contó que estaba cansada de la compañía, que había sido actriz en su adolescencia y extrañaba mucho aquella época. También avanzó con algunos temas más íntimos, como que Mr. Wild siempre le hacía divertidas propuestas amorosas que ella rechazaba y que tiempo atrás había vivido un romance prohibido con el casado y aburrido, así lo definió, Mr. Lester. Esa noche me fui a dormir con dudas y certezas. Por un lado estaba convencido de haber visto antes a Mrs. Hyde pero no tenía idea dónde. Por otra parte supe que me iba a costar sacarla de mi cabeza porque era la mujer más hermosa que había visto en mi vida. A la mañana ya no me importaba el debate, la empresa, el trabajo, el mundo. Sólo quería ver a Mrs. Hyde. Y fueron muchos los cruces durante el día. Miradas intensas, palabras cómplices. Al atardecer me preguntó si volvería esa noche al pub del hotel. A las 10, expectante, ilusionado, me senté otra vez en la banqueta de la barra, esta vez sin la compañía del gordo de camisa amarilla. Apenas saboreé un sorbo de la mágica cebada y llegó ella. Llevaba un vestido corto de hilo que dejaba ver esas piernas celestiales trepadas a unos tacos que la subían al Olimpo que merecía. Era una mujer inteligente. Entendía todo y por supuesto supo que ya no era tiempo de palabras. Con un gesto me invitó a su cuarto. Subimos. El primer beso fue breve, suave, apenas conocí la comisura de sus labios. El segundo fue furioso. Enseguida entendí que la bella, etérea y londinense Mrs. Hyde, a la hora del sexo era una hembra embravecida, más cerca de las tórridas playas del Caribe que de alguna calle adoquinada del laberinto roto.

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Lejana a la razón del Dr. Jekyll, cerca de la pasión salvaje de su antepasado. Unos minutos antes me gustaba. En ese instante me enamoré perdidamente. Mrs. Hyde y yo nos elevamos, volamos muy, pero muy alto, tan alto que pudimos ver todo el universo del cuento. Y cuando nos extasiamos, elegimos el mejor lugar para volver a la tierra. Aterrizamos en un sueño. Soñé con ella. En el sueño fuimos niños y paseamos juntos por Londres. Nos trepamos a un Routemaster bien rojo. Corrimos por un cementerio abandonado y nos paramos frente a la tumba de un rolling stone. Se largó a llover, como llueve siempre en Londres, y nos refugiamos bajo un puente de Hyde Park. Ahí le declaré mi amor eterno. Nos casamos y nos escapamos del mundo en una zorra montada sobre una vía que conducía al paraíso. Cuando desperté ya sabía quién era Mrs. Hyde. Quién había sido en mi vida. Abrí un ojo y me encontré con su mirada. Más brillante, dulce e intensa que nunca. Y mientras sus ojos se metían en los míos me dijo “Yes, I am”, con esa voz tan suave como sexy. La amé una vez más. Y entonces me dormí abrazado al amor imposible y escuchando juntos aquella dulce canción de los Bee Gees.

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EDICIONES LIPE DOMINGO 11 DE ENERO DE 2015


LIPE LIPE


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