A PALOS O CON MIEL

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A PALOS O CON MIEL


Portada Luis Alfonso MartĂ­n


A PALOS O CON MIEL


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CONSIGNA DEL DOMINGO 16 DE NOVIEMBRE DE 2014 Tema

HAZTE DE MIEL Y TE COMERÁN LAS MOSCAS / SE ATRAPAN MÁS MOSCAS CON MIEL QUE CON PALOS

Ponente

ELENA HERRERO NAVAMUEL

¿Tú cuál prefieres? ¿Cuál te resulta, en general más efectiva? ¿Cuál descartas de plano? ¿Combinarías ambas actitudes? No se puede ser de ambas opciones a la vez... Se trata de escribir experiencias, comentarios, referencias o invenciones en donde haya habido que aplicar una de las dos consignas o ambas a la vez y cómo lo hiciste. Extensión: lo normal en estos casos, a no ser que haya muchas experiencias que contar… Buena semana para todos.

Elena Herrero Navamuel

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LAS MOSCAS A un panal de rica miel dos mil moscas acudieron, que por golosas murieron presas de patas en él. Otra dentro de un pastel enterró su golosina. Así, si bien se examina, los humanos corazones perecen en las prisiones del vicio que los domina.

Félix María Samaniego (1745 – 1801)

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Federico Cahn Costa

MIELES, PALOS Y PELOS

Mi hijo mayor, Santiago, tiene 17 años y está en cuarto año del colegio secundario. A los 14, cuando estaba por terminar primero, vino a casa un día con el anuncio de que él y cuatro compañeros más se iban a teñir el cabello de rojo para armar algo de escandalete escolar. Le dije que no había ningún problema y mi señora casi me mata. Que no, que cómo le daba permiso para eso, y no sé cuántos retos a él. Y a mí, más. Yo, en un aparte en privado, la calmé un poco como pude y le dije que no se preocupara, que me dejara jugar mi juego y que Santiago nunca se iba a teñir. Luego le dije a él que tuviera cuidado de que no fuera el único en llegar un día teñido y los demás no, haciendo el ridículo él solo. Le sugerí que se pusiera de acuerdo con los otros cuatro en reservar 5 turnos simultáneos en una peluquería para teñirse todos al mismo tiempo. Era más fácil y menos conflictivo decir que sí y poner un escollo casi insalvable para 5 adolescentes que decir que no. Nunca pudieron consensuar dónde y cuándo hacerlo, nunca se tiñeron el pelo y hace años olvidaron la idea. A veces se atrapan más moscas con mieles que con palos.

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Paula Ancery

PALOS PARA UN MOSCARDÓN

Toda la vida me dio muchísima vergüenza lo que yo llamo dar espectáculo: discutir con alguien a los gritos y públicamente. He presenciado tantas escenas de ésas en mi familia –en alguna de las cuales yo he sido objeto de los alaridos-, que me decanté por todo lo contrario. Aunque soy capaz de ser muy compadrita, lo mío cuando estoy furiosa es el ataque de mutismo liso y llano (en la infundada creencia de que el otro sufrirá indeciblemente, cuando, por lo general, lo que quiere es eso: que yo por fin desuse la palabra), una actitud en la que puedo perseverar días, meses y aun años. Si sólo me siento ofendida, mi compadrismo verbal no pasa por el volumen de mi voz sino por el filo de mi lengua o de mis dedos en el teclado. En esto último me confieso imbatible. Pero esto no es de mucha utilidad cuando el que está en posición de ataque y no tiene pruritos con hacer escenas es el otro. Para estos casos, mi mamá, que además de nieta de calabreses por ambas ramas era directora de escuela, y que ha llegado a dirigir establecimientos de 800 niños y 40 docentes, siempre tuvo un sólo consejo: “Gritales. Si no les gritás, no te respetan.” Pero en lo que a mí tocaba, su recomendación siempre caía en saco roto. Eso que ella me sugería en plan la mejor defensa es un buen ataque me parecía denigrante para mi propia persona. Yo quería arrebujarme en mi apellido francés, ser fina, que es como los calabreses dicen chic. Así que no fue por hacerle caso a mi mamá que aquel día le grité tanto a Flavio, un diagramador del diario en el que yo trabajaba. El diario acababa de cambiar de dueños y con ese cambio, la redacción se había endemoniado. Aunque éramos los mismos empleados de siempre, de la noche a la mañana todos los procesos se convirtieron en una fuente de conflicto entre nosotros mismos, los soldados rasos. Pedir material a Archivo, un parto. Lograr que los correctores corrigieran, así uno podía dar su labor cotidiana por finiquitada y retirarse a su casa, otro parto. Y diagramar, el primer parto del día. Todo esto por no mencionar el trabajo subliminal de conseguir información y escribir las notas, que era, en rigor de verdad, lo único por lo que me pagaban. Flavio, en realidad, no era diagramador porque no había estudiado diseño gráfico, ni nada. Había recalado en ese puesto porque era el sobrino del director anterior y, como le gustaba dibujar, su tío se lo

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enchufó a la jefa de Arte. Pero no ponía empeño en su cometido, porque estaba en actitud de “yo soy el sobrino del director y además, un joven rebelde”. Así habían transcurrido años, hasta que la empresa cambió de propietarios y, con eso, su tío renunció. Uno podría pensar que ese cambio de situación induciría a Flavio –que, a todo esto, ya se acercaba a la treintena- a ser un poco cuidadoso con su fuente de ingresos. Pero no, sólo había modificado su actitud levemente, y no para bien: “soy un joven rebelde y encima me sacaron a mi tío, qué se creerán que son para hacerme esto a mí”. De modo que a Flavio no le gustaba que le llevaran páginas para diagramar. Pero a veces le preguntabas a la directora de Arte, que era la que decidía, y ella te mandaba con él. Me adjudicaron a Flavio un día que yo necesitaba que me diagramaran una página para una entrevista que yo les había hecho a dos mujeres, lo que implicaba que en la foto tenían que aparecer esas dos mujeres. Así que previamente pedí en Archivo que le mandaran a Flavio la imagen de las dos entrevistadas, para que él las pegara en la página que diagramaba en su Mac. Me siento a explicarle que necesitaba abrir a cuatro columnas, con la foto a dos columnas falsas y un recuadrito al costado, y le doy los apellidos de las dos mujeres en cuestión, para que pegue la correspondiente ilustración. Él abre la imagen que le habían mandado de Archivo. Eran dos mujeres, pero dos mujeres cualesquiera. No eran las que yo había entrevistado. Por error, el muchacho de Archivo, en cuya autoestima el desempeño laboral tampoco incidía para nada, había guardado, nombrándola con los apellidos de mis entrevistadas, la imagen de dos mujeres que yo no sabía quiénes eran, pero estaba segura de que no eran las mías. Mientras Flavio terminaba de diagramar la parte de la página que no tenía que ver con fotos, fui a Archivo, deshice el entuerto e hice que le mandaran por mail a Flavio la imagen correcta. Volví al escritorio de Flavio y vi que igual había plantado en mi página la foto que no correspondía.

−Sacala y poné la que te mandaron recién por mail. La que hay que publicar es ésa. −Vos me dijiste (supongamos) González y Pérez, y esta foto se llama González y Pérez. Así que va ésta.

−Eso fue un error, a esas minas las entrevisté yo y no son ésas; alguien se equivocó cuando archivó la imagen. Ya encontré la foto de las minas que entrevisté y te la mandé por mail. Bajala de tu casilla y pegala, que me tengo que poner a escribir. −Escribir es problema tuyo. El diagramador soy yo, y a mí me dijeron González y Pérez. Este archivo se llama “González y Pérez”. Va ésta.

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De verdad, no recuerdo cómo fue el crescendo, porque no tenía ninguna lógica más que la de un nenito caprichoso (cerca de los 30 años, viviendo en pareja y creo recordar que para entonces, esperando su primer hijo). Sé que en algún momento llamé a la jefa de Arte, una piba amorosa que además era amiga mía, a ver si ella como su jefa podía ponerlo en caja. Pero la chica terminó llorando. Y la foto equivocada seguía plantada en mi página. Y entonces sucedió lo –para mí, hasta entonces- impensable. Al comentario sarcástico número 84 por parte de Flavio, se me soltó la cadena y empecé a gritarle de tal manera que toda la redacción se sumió en el silencio al unísono. Era la típica situación, muchas veces presenciada pero nunca protagonizada por mí, en que el público circunstancial se pone expectante para ver quién se queda con la última palabra. Furiosa, pero sobre todo al borde del terror, me di cuenta de que esa última palabra tenía que ser mía. Así que de verdad no sé qué le dije, porque los argumentos se habían agotado hacía rato. Lo único que yo quería, con ese coraje que de pronto les brota a los débiles, era hacerlo callar. Flavio seguía con los sarcasmos número 85, 86, 87, pero a todos yo le encontraba un retruécano, y –esto es lo importante− se los propinaba en gritos cada vez más altos. Algún incauto se preguntará por qué no apareció algún jefe más alto a ver qué pasaba. Doy la respuesta, y van a ver que es previsible: en esa redacción sucedían cosas así porque ninguno de los jefes altos condescendía bajar a esas arenas prosaicas. Así y todo, nunca había pasado que todo el mundo se quedara callado mientras dos se gritaban.

−Está bien,− dijo finalmente Flavio por lo bajo, mientras apretaba en el teclado los seis comandos que necesitaba para sacar una foto y poner la otra, −si te vas a poner alteradita…

−ALTERADITA NO ME CONOCÉS TODAVÍA. CUANDO YO ME ALTERO, NO SOLUCIONO LAS COSAS HABLANDO PRECISAMENTE. Una mentira alevosa, pero que me permitió replegarme hacia mi escritorio con la última palabra. No termino de sentarme, y me suena el celular. Era mi vieja:

−¡No sabés lo que me pasó recién! ¡Me quisieron asaltar! −¿Cómo te quisieron? ¿ESTÁS BIEN? −¡Sí, pero todavía estoy nerviosa!

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−¿Cómo fue? La habían encarado dos jóvenes en un descampado cerca de la escuela donde trabajaba (siempre trabajaba en escuelas en zonas muy marginales, de ahí lo hiperbólico de la matrícula). Se le acercaron en actitud sospechosa y ella, antes de darles tiempo de desenvainar, les gritó “¿QUÉ QUIEREN?” Y había seguido gritándoles hasta que se dieron a la fuga. −Ah, qué bárbaro, me quedo muy tranquila –le digo con el tono mandón remanente que me había quedado de haber peleado recién con Flavio. – Te parece que te quieren asaltar, y vos, que estás sola frente a ellos que son dos, y que son jóvenes, en vez de tirarles la cartera y salir rajando, les gritás. Muy prudente lo tuyo, muy hábil.

−¡Es que si no les gritás no te respetan! –me dice mi vieja. −¡Y CON TODO RESPETO, TE PUEDEN METER UN PUNTAZO Y DEJARTE LOS CHINCHULINES AFUERA! ¡YA TE VAS A ENTERAR DE PARA QUÉ TE SIRVE EL RESPETO CUANDO ESTÉS BAJO TIERRA! Corté la comunicación más enojada, y entonces alguien me tocó el hombro. Me di vuelta sobresaltada y antes de ver quién era, grité un poco bajito:

−¿Y AHORA QUÉ? Era otro diagramador, pero éste amigo mío, otro macanudo. En tono cómplice-chistoso, me susurra:

−Flavio está buscando gente para cagarte a trompadas. Poco tiempo después renuncié a ese diario. Me llevé de ahí la comprobación de que puedo hacerme respetar si es preciso, porque soy hija de mi madre; pero por suerte, hasta ahora, no he tenido que volver a gritar.

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Antonio Lendínez Milla

HAZTE DE MIEL Y TE COMERAN LAS MOSCAS SE ATRAPAN MAS MOSCAS CON MIEL QUE CON PALOS

Se debatía entre el sí y el no. No sabía si ser duro o poner límites a la situación, o dejarla y confiar. Sabía que ella se estaba rompiendo por dentro, que le estaba costando sacar adelante la asignatura.

−Ponle un plazo-, le decían. –No puede seguir así. Él confiaba en su responsabilidad, sabía que ella era muy dura consigo misma. Había sido una estudiante brillante en el Bachillerato. Se estaba esforzando, y no podía. No la quiso presionar, no sabía ponerse duro, no era su forma de ser. Se limitó a apoyarla, a animarla. Confiaba en ella y en su fuerza. Una amiga le dijo:

−No adoptes una postura que no va contigo, que no sabes interpretar, en la cual no estás a gusto. Haz lo que el corazón te pida. Sé tú mismo. Así hizo, confió en ella. La animó a que no se inquietara, a que confiara en ella, a que estuviera tranquila, a que lo conseguiría. Era lo que él sentía que debía hacer. No sabía ponerse severo, no se sentía bien en ese papel. Pasó el tiempo, la dejó hacer, no interfirió, confió en ella. Una semana antes de que salieran las notas del examen. El último de la última convocatoria para acabar la carrera de Medicina; en una comida, los dos, hablando de tú a tú, sosegadamente y sin discusiones. Ella le agradeció que no le hubiera puesto un plazo, que no hubiera actuado con contundencia acuciándola.

−Si me hubieras presionado, si me hubieras puesto un límite, no lo habría podido resistir, me hubieras hundido totalmente. No podía aguantar más la presión que conmigo tenía. Hubiera sido superior a mis fuerzas. Sintió, entonces, un reconocimiento tan grande, un agradecimiento tan profundo, que se le saltaron las lágrimas. Se sentía reconocido, por su hija. Había hecho bien, y, ella se lo agradecía. Sentía una inmensa dicha. La miel puede atrapar moscas, pero endulza al amor y a la vida.

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Rompió esa diatriba: “Hazte de miel y te comerán las moscas”. Poner límites a quien no es responsable es necesario. Acuciar con límites a quien lo es, es irresponsable. Se pone en entredicho su propia capacidad de reacción. Puede más el amor que la fuerza. “Se atrapan más moscas con miel que con palos”.

No significa el amar dejar que te coman las moscas. Amar es también decir: ¡no! La miel no es para las moscas. El amor que la miel da consigue el reconocimiento que los palos no permiten y humillan los sentimientos.

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Julio Fernando Affif

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LA DULZURA

A veces la dulzura, es cierto, se nos vuelve en contra. Juega mal, como un defensor que sin querer la mete en el propio arco (portería, para nuestros amigos ibéricos) o como un boomerang elípticamente directo a nuestro ojo derecho. Otras veces, también es cierto, la dulzura empalaga. Y, por qué no, la dulzura también puede acarrearnos una diabetes. Pero… también debemos recordar cómo nos gratifica la dulzura. No siempre es una trampa; muy por el contrario, el gesto cariñoso de un niño también es dulzura; la magia de una palabra tierna en el momento preciso, también es dulzura… y qué decir de una mirada. Hasta el desprecio que recibimos ante un gesto dulce, marca la diferencia de calidad de personas. Es la razón por la que, a pesar de las personas que no valoran la dulzura que uno es capaz de darle, seguiré fanático aunque me empalague y atento para recibir la que algunos sean capaces de darme. No puedo entender la vida de otra manera.

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BOMBÓN ASESINO

Hace algunos años, el cambio de disposiciones de la D.G.I. (Dirección General Impositiva) obligaba a interminables colas para realizar algunos trámites que no vienen al caso. Eran horas de espera, en las que el que estaba detrás, nos cuidaba el lugar para poder buscar algo de comer, tomar o fumar un cigarrillo. La mala predisposición de los empleados era incentivada por los mismos contribuyentes que, cuando lograban ser atendidos, lo primero que hacían era quejarse mal a ellos, que también eran víctimas. Yo analizaba atentamente que posibilidades tenía de ser atendido por tal o cual administrativo. Entre ellos se destacaba una mujer algo más que cincuentona, con muy pocas pulgas y que ante cualquier comentario rechazaba el trámite, lo que implicaba volver otro día a hacer otra interminable cola sin la certeza de terminarlo. Así las cosas, contando las personas que tenía adelante y sabiendo de mi mala suerte, calculé que iba a ser atendido por esta señora. Le pedí amablemente al que me precedía que me guardara el lugar y baje a comprar dos bombones grandes y regresé a esperar mi turno. Y efectivamente, quién iba a tocarme… la señora. Todos la veían malhumorada, avinagrada y mal predispuesta, pero yo guardaba como un tesoro, escondido, mi secreto. En realidad eran dos secretos. Uno un dato faltante en las planillas que tenía que entregar y que para completarlo tenía que volver a Tigre y la repartición estaba en Congreso, a media cuadra del Congreso de la Nación (para nuestros amigos de España, algo así como treinta kilómetros). Cuando me llama, llevaba yo en una mano los bombones y en la otra la planilla a presentar y al sentarme le digo como quien no quiere “Qué día, yo no almorcé todavía, ¿me permite?”, y le mostré uno. Y luego, alcanzándole el otro “¿no le molesta que almorcemos juntos?”. Si les cuento que no me revisó la planilla de la emoción de haber sido tratada dulcemente por alguien; y yo feliz, me volví con el sello que necesitaba.

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Horacio Petre

PRINCIPIO DE TERCERO INCLUIDO

Rodriguez lo había intentado todo. Desde la paciencia y el diálogo sincero hasta el elogio y la vana indiferencia... Pero nada de esto le servía para obtener un cambio de actitud en la profesora Portachiusa. El esmero por agradar a su profesora de geografía no conocía límites, hasta una caja de bombones de la confitería “El Cañón” le regaló para el día del profesor, pero ni aún así conseguía obtener una mirada más benévola sobre sus notas o sus trabajos prácticos.

−Rodriguez... ¿Por qué no prueba estudiando? O al menos hágame los mapas como un joven de quince años y no como un mocoso del jardín... Y estas cosas se las decía en público, lo cual no sólo hacía sentir a Rodríguez, varios casilleros más atrás en sus propósitos, sino que también lo humillaba como varón delante del resto de sus compañeros y compañeras de tercero primera, Colegio Nacional y Comercial de Vicente López, Juan Pablo Duarte y Diez, Fundador de la República Dominicana. Fue así que Rodríguez decidió pasar a la guerra, cambiar de actitud; ya no el sumiso alumno adulador, sino el enfant terrible saboteador de cada clase, inutilizador de mapas y tizas, de pizarras y manuales. Las trapisondas y zancadillas de Rodriguez fueron numerosas y no sólo no le permitieron lograr su cometido, sino que lo llevaron a incrementar a riesgo de expulsión la cantidad de amonestaciones por conducta. Ferreyra, el jefe de celadores, había pasado de las primeras admoniciones severísimas a un tono casi coloquial, advirtiéndole que abandonara las chiquilinadas, ya que de seguir en esa tesitura perdería todo el año. Nuevo cambio de rumbo, en la estrategia de Rodríguez. Fue entonces que recordó los dichos de su tío, en donde hablaba de la miel y cuanto más efectiva es para conseguir moscas que un garrote. ¡Garrote no! pensó Rodriguez y decidió llevar a cabo su plan. Justo él que era apicultor...

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Semanas más tardes, en una noche sin luna esperó a que su profesora bajara del colectivo en que volvía del secundario de adultos en que también trabajaba. La profesora Portachiusa nunca supo quien la golpeó en la nuca desmayándose al instante. Despertó varias horas más tarde, atada a una tabla inclinada, viendo como sus pies se hundían progresivamente en una sustancia viscosa y ambarina... Presa del terror empezó a gritar, para advertir que tenía la boca llena de trapos y una venda que le impedía abrirla. Entonces creyó entender, al ver a Rodríguez, su díscolo alumno, solazándose ante el lento declive de la tabla con ella misma atada, hundiéndose lentamente en el enorme piletón, repleto de miel.

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M Pilar López O

Gran dilema... sí, ¿qué refrán acierta más? En una época en la que el tiempo, nuestro tiempo, es tan valioso, la disponibilidad, la amabilidad, el que todos sepan que cuentan contigo, que siempre estás ahí, ¿es bueno? Las madres a casi todas nos han dicho que sí, sobre todo a las féminas. Nos toca estar disponibles, ser amables, nos toca ayudar y dejar para otro momento lo nuestro si alguien nos solicita, hay que estar siempre ahí... hay que ser de miel. Vale, muy bien.... y cuando nos encontramos sin tiempo, sin privacidad, sin vida casi... ¿sacamos el palo para reivindicar lo nuestro, o más dosis de miel para reconquistar ese espacio y ese tiempo que por lo general los hombres, y si son de cierto status, se les presupone poseen de fábrica? Creo que no, no se pueden sacar palos cuando una está convertida en figura de dulce, en imagen de miel. Cuando la mujer dulce salta, reivindica, grita... parece legítimo decir que se trastornó, que estará en esos días, que hay que ver lo mal que lleva la menopausia, o qué amargada está desde que la dejó X. Así que, y a riesgo de volvernos contra muchas de las enseñanzas maternas... no tanta miel, que así nos devoran las moscas, y a todas nos han comido alguna vez, sin duda. Sé que me he centrado en la mujer, pero es que en este caso, es a nosotras a las que nos han educado así, no sé si por el famoso papel maternal, porque la mujercita dulce es el estereotipo más fijado, o porque si una no es combativa y tiene buen carácter, y está lo que llamamos bien educada, en principio no se rebela contra la amabilidad y la dulzura, no exige. Así que, como todas las mujeres, he tenido que aprender a sacar el palo, y dosificar la miel... o una atrae a demasiadas moscas, muchas más de las que nunca desearía haber cazado.

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Mariasi Cañizal

SE ATRAPAN MÁS MOSCAS CON MIEL QUE CON PALOS

Tarde comprenderás esta regla básica para la humanidad. Entre tanta exaltación de la sabiduría que rebalsa de soberbia hasta en cada pequeño decir. Entre las vanidades indiscriminadas. Absortos por el fuerte carácter y la fortaleza de tu sola presencia. Esa entereza de cada día, de toda acción. Respeto proclamaba tu persona. ¿Casi temor? Reverenciado por pares, mayores y aspirantes. Escasísimamente criticado. Desmesuradamente consentido. Tus oídos muy tapados, o quizás tus ojos. Avances con pasos firmes, equivocados o no, firmes al fin. Sin posibilidad de corrección. No pudiste conmigo aún. No me has convencido de nada. A mí no. Nunca en todo este tiempo se te escapó un trato, aunque sea, mínimamente dulce. Si hubieses quizás deslizado un por favor…

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Daniel Goldenberg

EstĂĄn en todas partes. Atiborran los trenes, las avenidas, los bares. Corroen las veredas y los parlamentos. Devoran los estadios, las oficinas, los altares. Se sindican en bancos, en cloacas, en cementerios. Acuden a elecciones, se manifiestan. Se aman, se asesinan, se menosprecian, se lamen. Anegan las maravillas, se engaĂąan. Pululan, se aglutinan, revolotean, se invaden. Como moscas a la miel se indigestan, se asfixian y se atraen.

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Aitor Arjol

EL PERRO DE LAS MIELES

¿Alguna vez han escuchado en boca de alguien que un perro escriba? ¿Y que lo haga con los bigotes como tintero? ¿Y que menee el rabo cada punto y aparte? ¿Y que deje un párrafo a cada hueso que acude a su tambaleante oreja? ¿Y que ponga cara de ingenuo para sonsacar mendrugos de pan mientras imagina el cuento? ¿Y que certifique oficialmente la ausencia de pulgas de su vasto territorio? ¿Y que te lama las ochocientas mejillas que albergan la justicia de nuestro rostro? ¿Y que ladre porque es no es nada mordedor? A éste no le comerán las moscas. Prometido. Todo lo contrario: a mí me van todas las mujeres dulces. Así afirma el perro. Que me vengan a mí que ya verán. Que les escribo una oda más ingenua que las de Pablo Neruda. Y verán cómo le llevan a la Pampa con ellas.

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Profe Ballán

ACARICIO LAS ESPINAS DE MI PIE SI ESO SIGNIFICA VIVIR DESCALZA (MVB)

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¿Mieles para atrapar moscas? No. A las moscas se las mata a palos, aunque de esa manera se atrapen muchas menos. Quedarán moscas para que otros intenten palearlas, y las que sobrevivan para enseñarnos a evitarlas.

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Una frase, en realidad, de una amiga que sigue firmemente sus decisiones a pesar de los malos augurios de quienes temen su fracaso o su éxito.

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Eduardo Mizrahi

Y NO HUBO PALOS PORQUE NO SOY MOSCA

Había miel, mucha miel. Entonces... me transformé en mosca. Emprendí un vuelo rasante en dirección múltiple. (Eso no tiene ningún sentido.) Tuve la prudencia suficiente como para proveerme de balizas, alarmas, megáfonos. (Dos loros asociados son dinamita.) Y aquí estoy, contento de tu gestión, chocho de la vida. (Y no hubo palos porque no soy mosca.)

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Elena Herrero Navamuel

HAZTE DE MIEL Y TE COMERAN LAS MOSCAS / SE ATRAPAN MAS MOSCAS CON MIEL QUE CON PALOS − Atención, atención… Todas las unidades. Aviso urgente… Procedan a acordonar la zona, repito. Procedan a acordonar la zona. − Recibido. Iniciamos el protocolo. Lino actuó casi automáticamente, con el rigor de quien lleva muchos años efectuando este tipo de procedimientos. Acordonó la zona, dio aviso a los especialistas para que activaran los inhibidores de frecuencia dentro del rango acordado y se dirigió a toda velocidad al hotel. Alli, le esperaba el director, el mismo que había dado el aviso de bomba que le tenía hiperactivo, casi dando vueltas sobre si mismo:

− Buenas tardes. Estamos tomando las primeras medidas. La zona está acordonada, el coche aislado y los desinhibidores activados. El siguiente paso sería la evacuación inmediata del hotel. Por favor, señor, hágalo inmediatamente. El tiempo es fundamental en estos casos. Generalmente los terroristas tienen un cálculo casi milimétrico de los tiempos. − De ninguna manera. No pienso dar la voz de alarma a mis huéspedes. Éste es un hotel en donde la calma y el confort figuran entre sus reclamos más publicitados y eso supondría un quiebro absoluto de la seguridad que preconizamos. Compréndame… − Señor, le repito que éste es un caso extremo y en el que, insisto, el tiempo corre en nuestra contra. Créame. He visto y vivido muchas situaciones de este tipo y finalmente, en muchos casos, el tiempo, es decir, la rapidez de la actuación, en este caso, la evacuación, supone la diferencia fundamental para que todo termine con éxito.

− Lo siento. Usted haga su trabajo, desactiven la bomba, protejan todo lo que puedan, pero sin alterar el clima de mi hotel. Soy el garante de….

− Por favor, señor. Me temo que tengo que insistir, esta vez con más fuerza. − ¡¡Y yo le digo que no pienso...!!

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Lino decidió dejar el poder de persuasión para otro momento. En ese momento, su instinto, su deber y su entrenamiento actuaron por él.

− ¡¡¡ORDENE AHORA MISMO LA EVACUACION INMEDIATA DE ESTE HOTEL O LE JURO QUE YO MISMO IRE HABITACIÓN POR HABITACIÓN SACANDO A TODO EL MUNDO POR LOS…!!! Al mismo tiempo, López, su compañero, estaba al habla con el coronel contando el problema real y, sobre todo, de tiempo que tenían entre manos.

− Hagan ustedes

lo que tengan que hacer. Son ustedes desactivadores y los que están viviendo el momento en directo.

los

Con la orden hablada y escrita, Lino y López obviaron las protestas del director y procedieron a la evacuación inmediata. Ésta se realizó de manera rápida, segura y con la menor alarma posible.

− Joder, con el gilipollas éste… (murmuraba Lino). Es evidente que no es receptivo a las mieles y sí a los palos….

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Pablo Miguel

CÓMO BOLUDEAR A UN GIL

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Paso 1 A fines de septiembre una jefa intermedia (en adelante R) entre el gil y la gerente de Administración & Finanzas (en adelante B) envía un mail a todo el sector, quince personas, no más, avisando que hay que acordar los períodos de vacaciones y estableciendo para eso dos reglas simplísimas: 1) nadie puede tomarse más de dos semanas en enero o febrero y 2) hay empleados que no pueden tomarlas al mismo tiempo; con respecto a esto último adjunta una lista con una serie de grupos. El gil descubre que sólo se encuentra en uno de los grupos, que además incluye a dos compañeros (en adelante P y G). Lo primero que hace el gil, que ha sido educado en la escuela del Perfecto Caballero, fuente inagotable de giles a los que boludear, en convocar a P y a G y decirles: "Chicos, ustedes dos están en pareja y sus parejas también trabajan en relación de dependencia, con lo cual tendrían que hacer coincidir sus vacaciones con las de ellas; yo este verano soy solo, así que me parece lo más justo que primero elijan ustedes y yo me acomodo a eso sin problema". P pide la primera quincena de diciembre y G pide (como siempre desde hace años) la última semana de ese mes y la primera quincena de enero. El gil les dice: "Qué bien, yo puedo tomarme esa semana entre ustedes dos y gambetear lo que la empresa llama 'fiesta' de fin de año, que sólo puede llamar 'fiesta' quien jamás ha estado en una auténtica fiesta, y es lo peor por lo que la empresa me hace pasar durante todo el año porque los mismos que me boludearon como el gil que soy pretenden que brinde con ellos y encima les sonría". Paso 2 Un rato después, P, que todavía no tiene intenciones de boludear (de hecho, es él el que mucho tiempo después –tarde ya- le informa que la empresa, este año, hará la nefasta 'fiesta' el viernes de la semana anterior, con lo cual las previsiones del gil resultan estériles) y antes de presentar las propuestas, encara al gil y le pregunta si no puede resignar esa semana para que él en lugar de dos se tome tres semanas seguidas en diciembre. El gil, por supuesto, responde que sí, que no 2

Hay gente inmune a las mieles. Ante la falta de tiempo, pido disculpas por traer una crónica de hace muchos años atrás.

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hay problema, que después de todo tiene desde el 15 de enero en adelante para hacer lo que se le cante. Así que a la hora de responder el mail el gil pide la segunda quincena de febrero y la primera de marzo, lo cual cumple puntualmente con las dos consignas propuestas de antemano (este gil en particular tiene 28 días de vacaciones porque lo viene boludeando la misma gente desde hace más de diez años). Paso 3 Antes de realizar este paso es importante dejar pasar mucho tiempo: el efecto del boludeo sobre el gil es directamente proporcional a la tranquilidad que éste sienta al momento de meterle el dedo. Unos veinte días después, digamos, R llama a su oficina al gil y tiene frente a sí una bonita planilla donde los períodos de vacaciones pedidos por los diferentes empleados del sector están marcados en color de forma muy monona... Entonces le plantea que, para no cagar a alguien (en adelante O), otro alguien (en adelante F) eligió tomar sus tres semanas por separado, y que eso es inaceptable para B (recordemos: la gerente, si quieren también The Godmother) porque considera que una semana no es suficiente para 'desenchufarse'. Lo primero que argumenta el gil, que como todo gil no soporta las contradicciones, es que F se anotó esas semanas él solito. "No importa" responde R, "B no se las va a aceptar así" (porque Godmother es la única que decide qué es lo mejor para cada miembro de la Familia). "Además" insiste el gil, "nunca se dijo que yo no debiera coincidir con F ni con O, ¿me estás diciendo que ahora, cuando otros compañeros ya confirmaron sus vacaciones limitando bastante mi opciones, cambian las reglas del juego para mí?" "Y..." dice R, "digamos que sí". El gil, que tiene mucha paciencia y además aprecia a F (es hincha de FC Urquiza, miren si será un tipo humilde) dice "OK, sacame esa semana y pasala para abril, inmediatamente después de semana santa, ¿te parece?" "A mí no me parece ni deja de parecerme: tengo que consultarlo con B". Paso 4 Se dejan pasar algunos días: es parte integrante del boludeo exigir propuestas inmediatas pero tomarse un tiempo para responderlas. Después R vuelve a llamar al gil y le plantea: "Vos acá te estarías tomando tres semanas y B pregunta quién haría entonces el coso [cierto informe que se prepara y distribuye quincenalmente]". El gil se muestra sinceramente sorprendido: "¿A mí me pregunta quién va a hacerlo? Qué sé yo, alguna vez lo hizo G... P también puede hacerlo... o cualquier otro, tengo varios meses para enseñárselo a quien sea: que elija ella". R le explica entonces: "B preferiría que te tomaras sólo dos semanas corridas, así podés hacer un coso antes de irte y otro coso ni bien volvés." El gil, que casualmente ese día se levantó muy generoso, propone: "A ver, vamos a negociar [¿A negociar? ¡Qué gil es este gil!]: si ella quiere eso, yo

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en primer lugar había elegido una semana de diciembre que le cedí a P. Resulta que esa semana tiene un feriado (Navidad), un día no laborable (que con esta propuesta estoy resignando, porque el feriado durante vacaciones se compensa y estos días no) y otro en el que nadie hace un carajo (el de la 'fiesta') [el gil todavía no sabe que no va a hacerse esa semana, y luego cuando se entere va estar tan inmerso en el boludeo que se va a sentir tentado de sospechar que ese cambio es un elemento más del mismo], así que sólo coincidiríamos P y yo durante dos días. No creo que la empresa vaya a la quiebra porque ambos faltemos dos días... ¿Te parece?" "A mí no me parece ni deja de parecerme: tengo que consultarlo con B". Paso 5 Dejar pasar otro día. Recién al siguiente y ya sobre la hora de salida R llama por teléfono al gil y le informa: "Acabo de ver las vacaciones con B. Dice que de ningún modo podés coincidir con P ni siquiera dos [2 (II)] días, así que tenés que elegir otra semana... Eso sí, no hace falta que me contestes ahora, puede ser mañana". El gil queda lleno de gratitud ante semejante gesto de indulgencia de Godmother. A la mañana siguiente, luego de una breve consulta a P, le envía un mail a R (porque ya no quiere verle la cara, que por cierto no es nada bonita) que dice escuetamente: "Mirá, la única razón para pedirme el último cambio era el coso. Yo ya arreglé con P y él sabe prepararlo y dice que no tiene ningún problema en hacerlo mientras yo no esté, así que volvemos a la propuesta anterior". R, por supuesto, se ofende. Tanto se ofende que un rato después el gil es llamado no ya a la oficina de R sino a la de la mismísima B. Ésta lo recibe con Tom Hagen (perdón: con R) sentada en un lateral de su gran escritorio y la colorida y manoseada planilla sobre él. Le dice: "No puedo dejar que vos te tomes más de dos semanas seguidas". El gil siente aumentar la presión en sus arterias pero logra mantenerse calmo y cuestionar: "Me estás pidiendo que cambie esa semana para que P pueda tomarse tres corridas, G hace años que se toma tres corridas, ¿cuál es la diferencia conmigo?" La respuesta es el punto culminante del boludeo: "Ellos hacen otro tipo de tareas y es más fácil remplazarlos; ¿no te das cuenta, gil, que para remplazarte a vos yo tengo que poner a una persona que esté todo el día en tu escritorio haciendo nada más que lo tuyo y sin tiempo para otras cosas?" "¡Entonces, si me estás diciendo que mi puesto de trabajo es un punto crítico del sector y por lo tanto más importante que otros, deberías reconocer mi desempeño durante todo el año de algún modo en lugar de discriminarme para mal!" Ella lo detiene: "Yo nunca dije que tu puesto fuera más importante..." Acá, por fin, al gil le salta la térmica, se levanta abruptamente, grita algo como que hagan lo quieran pero no lo boludeen más y abandona la oficina con un portazo.

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Paso 6 Ese mismo día, viernes, pero a la hora exacta de salida (es la cereza del postre en este boludeo llamar al gil al que acabás de sacar de quicio cuando ya apagó la luz de su oficina y supone que empezó su fin de semana) Godmother lo llama nuevamente y esta vez está sola. Lo trata como una madre compungida y le recrimina su ingratitud hacia la Familia y hacia ella misma. Le dice que no entiende por qué reacciona así "por algo tan poco importante como las vacaciones" [sic] pero, que si es tan mal tipo como para insistir, primero hable con todos los destinatarios del coso para preguntarles si pueden vivir sin eso 21 días (porque de ningún modo lo va a hacer P ni nadie más) y que además hable con F, O y M [sí, todavía no había nombrado a M, pero resulta que para que el gil en cuestión pueda tomarse unas putas vacaciones cada vez hay más gente implicada] y logre que prometan que entre los tres podrán hacer el resto de sus tareas (aunque es "muy injusto" para ellos tener que remplazarlo, dice). El gil, que a esa altura sólo quiere abandonar ese maldito lugar e irse a tomar una cerveza helada, simplemente contesta afirmativamente y lo abandona, sin contarle que un rato antes, enterado del exabrupto del paso 5, M lo encaró y le preguntó: "¿Qué pasa, gil, otra vez vamos a tener que ir a 'declarar' por vos?" "¿Cómo?" "Sí, en los últimos meses ya nos llamaron unas ochenta veces para preguntarnos si de verdad podíamos remplazarte y siempre dijimos que sí... pero no hay caso, siguen y siguen con lo mismo".

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Elena Figueres

SE ATRAPAN MÁS MOSCAS CON MIEL QUE CON PALOS

Que parezca que fabrico miel. Que parezca que hay panales en el jardín y flores y también mala hierba. Que parezca que construí un panal y flores, hierba. Que parezca, siempre, porque es verdad que hice lo necesario para alcanzar, ahora, a esta hora, lo que soy: mucha miel, algún palo, un desvío, algún remordimiento.

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Luis Alfonso Martín Delgado

NEGANDO LA MAYOR

Y tú ¿a quién quieres más, a papá o a mamá? No creo que estos dos dichos o refranes sean excluyentes, sino complementarios. Ninguno puede vivir sin el otro. Sí, son contradictorios, pero precisamente esa oposición los hace imprescindibles a ambos para poder encontrar la reacción adecuada y equilibrada a cada acción externa. Al igual que no es posible la existencia de sólo el blanco y/o el negro, sino la de una escala de grises, no puede plantarse el discurso como una simple elección. Así es en cualquier relación humana en este mundo que vivimos, aunque, evidentemente, con diferente balance en cada caso. Todo se mueve entre el darse (todo para ti) y el quedarse (todo para mí). Entre el amor y el egoísmo. La mano que acaricia es la misma que mata. Si no estás conmigo estás contra mí. Esto lo saben perfectamente los domadores y amaestradores de animales y pueblos. La táctica del palo y la zanahoria. Jodidos pero contentos. Crisis y fútbol. Palos y miel.

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EDICIONES LIPE DOMINGO 23 DE NOVIEMBRE DE 2014


LIPE


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