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COMPROMISO


Portada Luis Alfonso MartĂ­n


EL COMPROMISO


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CONSIGNA DEL DOMINGO 2 DE NOVIEMBRE DE 2014 Tema

EL COMPROMISO

Ponente

ANTONIO LENDÍNEZ MILLA

Comprometerse es, junto a otro u otros, embarcarse en la consecución de un fin. Dar nuestra palabra para contribuir, en la medida de nuestras fuerzas al logro de un proyecto común. “Pacto, trato, decisión o atolladero”, según acepciones del diccionario. Se trata de escribir sobre situaciones, hechos de la vida, momentos, historias reales o fabuladas, en las que ese compromiso se ha reiterado, establecido; se ha mantenido el acuerdo, tergiversado, traicionado, o en los que su consecución ha dado lugar a un espacio nuevo, recreado, distinto y diferente. Si no existiera la palabra, la que se da al otro, la que nos decimos a nosotros mismos incluso, la que nos sostiene, la que crea y recrea, la que se rompe y la que construye, puede que la vida careciera de sentido, un tedio sin fundamento. Os invito a que recreemos escribiendo en torno a esa palabra mágica. Buena semana para todos.

Antonio Lendínez

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Gisela Krapf

SI TE ENCUENTRO

¿Cuántas veces me fui sin irme del todo? Ese día decidí hacerlo realmente. No tenía mucho que empacar, no quería demasiadas cosas que me recordaran el olor de ese pasado que, de todos modos, iba a estar presente. “Lo necesario” me dije, y abrí la puerta, sin volverme para mirar. A decir verdad, no tenía un plan. No sabía a dónde ir, y no me apuraba. Llegué a la plaza de Juramento y me senté. No había mucha gente ese día. Toda mi melancolía aplastándome los hombros. Miré a una mujer mayor; la cara arrugada, los tobillos hinchados, el vestido beige con botones hasta las rodillas, el saco de hilo con ochos. Me sentí rara, los ojos lejos, miraba hacia quién sabe dónde, pero a ningún lugar. Me puse a pensar en todo lo que sentía. Delineé cada sentimiento, y lo analicé a fondo, todo lo que el terapeuta me dijo que no hiciera. Pero había algo escondido ahí, y yo lo sabía. El irme eran dos sentimientos: el desarraigo y el alivio. No saber a dónde ir: libertad y temor. Compasión y tristeza por esa mujer ¿o por mi misma? ¿Qué estaba dejando realmente? Y aún más ¿por qué me escapaba estando sola, y no lo hacía cuando alguien podía pedirme explicaciones, o peor aún, que me quedara? Ése era un sentimiento raro ¿Por qué no podía decir “NO” y hacer mi huída pública? ¿Qué era lo que me frenaba? ¿Qué me frenaba? No era miedo a lastimarlo… creo. Ya hacía seis años que vivíamos juntos, y dos de irme sin realmente partir; él ya no me creía más. Y no lo culpo. Pero no era amor, claro que no. Me quería escapar de esa casa ¿pero de qué me escapaba estando en esa casa? ¿Qué había allá afuera que hacía que durante dos años no me hubiese ido? Nada, no había nada, justamente ¿Por qué cada vez que estaba sola lloraba? La plaza ya no me parecía tan buena idea. Me fui a caminar, aunque en realidad empecé a deambular por las calles. Empezó a oscurecer, pero me negaba a volver a casa, a ese departamento. Estaba por el centro ya, y quería estar cómoda, por una noche. Sin pensarlo demasiado entré al Sheraton de Retiro y me acomodé en una habitación doble. Llené la bañera, me saqué la ropa y me relajé. Por un momento me pregunté qué pasaría si Justo estuviese ahí conmigo, como los primeros años, sentado en la bañera detrás de mí, haciéndome masajes ¡Qué imagen más cliché! Pero lo hacíamos. Habíamos tenido momentos dignos de cuadrito en la pared, habíamos sido felices, muy, de verdad. No pensé en nada, no sé por qué pero lo llamé.

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−¿Hola? −Justo, soy yo. Shhh, no, esperá, por favor, quiero pedirte algo… A pesar de sus intentos de preguntar por qué me había ido, logré pedirle que fuese al hotel y me esperara en la recepción, y yo iba a bajar cuando él llegara. Me vestí de nuevo y esperé. Ensayé lo que le iba a decir unas veinte veces en los pocos minutos que tardó en llegar. Me sonó el celular y su mensaje me avisaba que estaba abajo. Tratando de estar tranquila, fui a encontrarme con él.

−Nunca pensé que te ibas a ir tantas horas ¿Me creés si te digo que me preocupaste? No contesté, no quería empezar con el tema en ese momento, y menos en la recepción del Sheraton.

−Justo, te quiero invitar a subir, pero necesito saber que no me vas a hacer ninguna pregunta ¿Puedo confiar en vos? Parecía no entender lo que yo estaba pensando, me miró durante unos segundos, tratando de buscar en mi cara lo que no encontraba en mis palabras, en mi pedido.

−Pero creo que es algo que tenemos que hablar… −Seguro que sí, y yo lo quiero hablar; pero dejame que yo saque el tema ¿sí? Subimos, y no terminó de cerrar la puerta de la habitación, que yo ya lo estaba besando y mis manos apretaban su cabeza con furia. No me acordaba cuando había sido la última vez, pero estaba segura de que no había sido tan… animal, y mucho menos tan bueno ¿Qué era lo que nos había roto?

−Justo… ¿Qué nos pasó? Me miró durante unos segundos y, cuando se le empezaron a poner los ojos rojos, se paró y se fue al baño. Después de un rato, fui detrás de él. Estaba sentado en el borde de la bañera, todavía llena, y tenía una mano dentro del agua, con la mirada perdida en ella, y restos de algunas lágrimas.

−No, no llores, por favor. Necesitamos hablar de esto.

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−¿De qué sirve hablar una vez más? Siempre te digo lo mismo, siempre terminamos igual, y después te querés ir, otra vez. Y esta vez, aparte, te fuiste, pudiste… −Pero te llamé ¿no? −Sí, supongo− Me agarró la mano que tenía el anillo, el compromiso que alguna vez habíamos hecho, y la acarició. Se levantó, y me llevó de vuelta a la cama. Creo que en ese momento me hizo el amor como una plegaria, una súplica. Cada parte de mi cuerpo era sagrada ¿Había dudado del amor que sentía por este hombre? ¿Acaso crecer es darte cuenta de que sentir tan fuerte por alguien no es suficiente para que funcione? Justo se quedó dormido casi al instante de que me paré para ir al baño. Me senté en el sillón y lo mire ¿Qué era tan grave que nosotros no podíamos resolver? ¿Por qué no volver a “emparchar” la relación? Claro, esa era la respuesta: los parches eran el paso previo a tirar los pantalones a la basura, como decía mi madre, y nosotros ya la habíamos remendado muchas veces. Él era demasiado importante como para seguir prolongando esto. La escena era repetida, pero especial. Lo dejé en esa cama del hotel, la nota decía “Si me encontrás esta vez, nos casamos”. Bajé, pagué la noche y me tomé un taxi a Ezeiza. El avión a Amsterdam salía en media hora, el primer vuelo que conseguí. No sé por qué tan lejos, ni qué iba a hacer, pero me subí. No tenía ropa, poca plata y no conocía a nadie, pero prefería morir lejos de casa, donde nadie me pudiera salvar, después de todo, siempre supe qué hacer. Justo era mi único lugar feliz, y a su vez, por quien me subí al avión. Sabía que me iba a buscar durante algunos meses, y después iba a seguir su vida. Me di cuenta de que era eso lo que quería que hiciera, porque yo iba a tratar de hacer lo mismo, seguir adelante de alguna manera. No debíamos seguir matándonos, no estaba bien. Y de alguna forma seguí adelante. Tengo una casa, un trabajo, una vida en Holanda hoy ¿Por qué escribir mi historia después de dos años? Porque acabo de recibir dos cosas importantes: la primera, un mail de mi novio, Frank, que me dice que me ama y que esta noche me quiere presentar a la familia. Y la segunda, un paquete, con un anillo de oro, y una nota que dice “Te encontré y esta vez nos casamos. Como los últimos 8 años, te amo. Justo”.

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Mirta Linda Saiegh

La luz se filtraba tímidamente por la ventana, el haz se reflejaba sobre el cabello engrasado, le cae sobre el surco de la oreja, agonizando detrás de la nuca. Muchas horas sin dormir, no sabiendo si es de día o de noche, la luz levemente cambia de color, ya casi no recuerda la diferencia. Intento en vano de no pensar, las paredes húmedas, escritas, le recuerdan el mismo frío metálico que se le desparramó sobre el cuerpo, un rato antes, cuando lo picanearon. Se había propuesto no hablar, si aguantaba un par de horas los compañeros iban a tener tiempo de escapar, estaba casi seguro; lo habían delatado, quién había sido, ahora no importaba, era necesario cuidar al resto. Ése era el pacto. El pacto y la consigna estaban claros, ¡aguantar! Como ahora que hay que soportar el dolor, en la celda mugrienta, donde apenas se puede estirar el cuerpo. Lastimado, siente la frente mojada, al pasar el brazo percibe lo pegajoso de la sangre, los muy jodidos le dejaron una ceja reventada y chorrea. No sabe cuánto tiempo le queda. Antes no tuvo miedo, pero esta vez lo siente parado al lado, sube por la espalda como una víbora cascabel reptando. Cuenta las cosas pendientes de su vida, siempre una vida es corta con todo lo que hay por hacer, le apuran el paso, lo empujan, lo quieren hacer saltar, como tantos otros, al vacío... El vacío, el silencio, la oscuridad es la antesala de lo peor, la tortura de la espera es más siniestra que la anterior. La angustia sube por la garganta, el estómago con hambre y asco se retuerce, quería escupir y mirar lo que hay adentro, como miraban los otros cuando ponían la lámpara en la cara y le gritaban: “¡Cantá!” Hay que agarrarse de lo que queda, la dignidad de habérsela jugado, de no tener una vida al pedo, la importancia de tener una causa, de saber que es justa la lucha… Recuerda su pueblo, la primera vez que vio a su viejo armar una huelga frente a la fábrica. El carnero de su hermano menor, le decían “El Colo”, ese día lo defraudó, mostró que él estaba del otro lado y quiso entrar a laburar a la fábrica.

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Desde ese día el viejo al Colo lo rajó de la casa, le dijo en tono duro: “Usted puede pensar como quiera, pero en mi casa no quiero traidores”. Cómo lloraba la vieja cuando lo vio al pibe, porque era un pibe, juntar las pilchas para largarse ahí nomás. Cuando se fue, nadie habló. Estaban en la cocina, lo recuerda bien; la vieja parecía tranquila, la procesión la llevaba por dentro, se puso a cocinar, como para hacer algo con las manos. El viejo fumaba y apuraba una grapa. No entendía a su hermano, pero sabía que no estaba bien lo que hacía, es de mal nacido traicionar. Había roto un pacto. Vuelve a mirar la ventana, ahora va oscureciendo. En el piso ve caminando hormigas, negras, chiquitas, imperceptibles. Trepan en rigurosa fila. Empuja con el dedo una de la hilera. Insignificante gesto. Desbarata la formación. Cae. Como otros tantos...

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Cecilia Pérez Hillar

EL COMPROMISO

Amalia era puntual. Todo lo hacía a en punto o y media. Por eso no le extrañó que llamara a las cero horas, cero minutos... aunque era un poco tarde, admitió después.

−¡Gordaaaa! ¡Lo hice, lo hicimo! Bueno… te ahorré una parte. Sonaba contentísima, feliz.

−¿Qué hiciste? ¿Qué hicimo, lo qué? Metele que me caigo de sueño. −¡Lo mateeé, lo maté, Mamita! ¡¡Siii,lo maté!! Conmigo, hasta donde me la bancara, no sé, ¡Vos sabé! Pero con el Juany no, nooo Señor… Le costaba respirar ahora.

−¿¿Quééé?? ¿Cuando, a qué hora? Me estás jodiendo, ¿no? ¡Pará! −Hace media hora. Fué rapidito, te juro, el revólver ése que guardaba en el ropero. Entre medio de los ojos. Apunté, ¡blummm! La cagada es que vio todo el nene. ¡Dale, venite! Se agarró de la silla, temblaba, se arrodilló, se balanceaba, no es cierto...

−Che, bolú, ¿te quedaste muda? Dale, venite de una, a ver que hacemo. −¿Qué hacemo de qué? −Y dónde lo tiramo, ¡que vá a sé! −¡Amalia, Amalia, Amalia...!, le gritó llorando, como veinte veces. −¿Amalia qué? Me dijiste que me defendiera. La última paliza que te conté, un pitufo parecia, azul de los moretones… Me dijiste "hijo de mil putas, lo mato… que parezca un accidente, dijiste.

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¿Qué le iba a decir, que lo había dicho en caliente, que se le escapó porque la cana no daba bola?

−Chiquita... ¿por qué?… me hubieras dicho… estás en el horno… −¿Estás? ¡¡ESTAMOS!! Vos me diste fuerza, fueron tus palabras. Eso pensé mientras disparaba. ¡¡¡Vení para acá, tres mil carajos!!! Cuando llegó, Juany estaba en su camita, con los ojos muy abiertos, a pesar de que su mami le gritaba que se duerma.

−Shhhh... mañana lo convencemo de que lo soñó… relajá…

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Antonio Lendínez Milla

EL COMPROMISO

Siento que ese paso tenemos que darlo, no podemos estar así sin tratarlo. Esto nos destroza, vivir ya no puedo, muchas las preguntas, que explicar no acierto. Que tú te destrozas, que yo así no siento, que en mí necesito la paz y el sosiego, que me calme el alma, asiente el anhelo, que endulce la vida, que por dentro siento. Que será muy duro, que es verdad, lo siento, que habrán luces, sombras, que habrán puros cielos. Tú y yo lo sabemos, que no es fácil la vida, que si ambos queremos, el amor dará cura a los desenfrenos. Si tú das el paso, si yo estoy atento, si tú a mí me atiendes, como yo lo siento: caerán las murallas, que encierren los sueños. Si veo en tus ojos, ese oscuro anhelo, que claro ilumina el quieto silencio. Que tú me sostienes, que yo te protejo, que es un puro baile moviendo por dentro, esas energías que son vida y cielo. Porque cada uno, amar ya sabemos, porque tú eres libre, libre yo me siento, queriéndote libre, así aún más te quiero. Porque eres como eres, porque así te quiero, que es un compromiso, los dos lo sabemos, el que aceptamos ambos, en el que los dos nos vemos; mientras dure el tiempo, en el que amar queremos, vivir esa dicha en el frío y fuego, y, en los temporales tenernos sujetos, sabernos muy cerca, sentirnos atentos.

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Hasta que tú quieras, hasta ese ¡no!, no puedo. Pues, la libertad, que es lo que más quiero, es cosa de uno, que de dos no es bueno, quedar en dominio del otro es horrendo. Ese amor es tuyo, es libre, sincero, a la fuerza no es, ni un segundo lo quiero. Ese compromiso es el que yo siento, que no te haga esclava de ese amor sereno: el que entre tú y yo hay, que sentimos cierto. Que no tengas dudas, donde las hay no hay eso. Puede así se abra un mundo muy nuevo, y en esa armonía, los dos ya sabremos navegar muy juntos, o al separados ciertos, que ese compromiso se mantuvo eterno. El amor es libertad, y la libertad, amor cierto; muchos ya murieron defendiendo eso. No hay mayor compromiso, que ser en ambos términos, honestos intérpretes, defensores serenos.

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Cecilia Gómez Nale

HECHIZO DE AMOR

A ver, m’hijita… ¿Me trajo todo lo que le encargué? Mmm, la vela… la miel, la cintita roja. Ajá. ¿La foto? ¿Trajiste la foto de… Ernesto? Ernesto es, ¿verdad? Bueno muy bien. Ahora necesito que pases por el baño, ahí al costadito; donde está la puerta verde con el mandala, y frotate este papel por tus partes íntimas. Eeehhh, o sea, por la vagina, ¿sabe, querida? No se me inquiete si me lo trae de vuelta con flujito porque esa es la idea. Cuando termine, volvés y empezamos. Ah, mirá que no es inmediato, eh. Esto requiere de unos días y si querés te voy informando cómo va la cuestión. Y yo me comprometo a hacerle un seguimiento especial al asunto porque vos sos la hija de la Olga, que Dios la tenga en la gloria, gran amiga mía. Dale, andá y se me viene enseguidita así lo hacemos. Te dije que son setecientos pesitos, ¿no? Ah, bien. Bueno, y ahora, sentate acá, queridita y me cierra los ojos. Vas a repetir conmigo: “Ernesto Luis Ordóñez, tu corazón me pertenece hoy y siempre y te ofrendo la dulzura de mi ser representada por esta miel obtenida de las laboriosas ovejitas… digo, abejitas; la pasión de mi corazón que se unirá a través de este lazo rojo con el tuyo; la luz de mi alma, que es esta vela, y también…” Disculpame, nena, ustedes sexualmente, ¿cómo andaba la cosa? Ah, bien. Bueno, mejor, entonces. Sigo: “…mi elixir de mujer para que te lo bebas y que este hechizo de amor nos mantenga unidos por siempre jamás. Amén.” Setecientos pesos, mi amor. Gracias querida, vaya tranquila. Gracias, gracias. No, gracias a vos.

Hola, nene. Sí, claro que se puede. ¿Cómo no se va a poder? Y… cuesta un poquito, pero casi nada… Trescientos pesitos. Mirá, yo prendo esta vela y corto una cinta y pongo vinagre en este vasito. Y mirá, andá al baño, ahí al costadito, el de la puerta verde con el mandala. ¿Fue de cuerpo hoy, m’hijito? ¿Y se limpió bien…? Y bueno, se me frota este papel por atrás y me lo trae. Yo no me espanto, acuérdese que fui partera y he visto tanta cochinada que nada me asusta. Yo, después de que usted se me va, hago el conjuro, sí, pobre chica, ya sé que no querés lastimarla, pero se ve que está encaprichada con vos y no te suelta, mirá… ¡no te suelta!

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Y eso que el destino es el destino y no hay que intentar torcerlo… No, qué magia negra, magia blanca hago yo, nene. Yo no quiero que la gente sufra. Y menos, la hija de la Olga que Dios la tenga en la gloria. Dale, dale; andá al baño, Ernesto, y yo voy empezando el trabajito. Trajiste los trescientos pesos, ¿no?

Y qué querés que te diga, Tere… Una se debe a sus clientes: es puro compromiso que hay que asumir y respetar. Y también hay que respetar los compromisos tomados con otra gente. Así que ahora le puedo dar los mil pesos de la cuota de la tele de 42 pulgadas a Francisca. ¡Pero claro que es una vieja usurera! Qué se le va a hacer… Cómo hago si no yo para tener crédito para comprarme una tele así. Y Francisca te lo da. Eso sí, cumplile el compromiso, Tere, porque si no, te manda los muchachos esos que tiene que te rompen todo y te cagan a palos. Empezando por la tele, claro.

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Horacio Petre

Lo lamento muchísimo, estimados lipeños... pero esta vez no seré de la partida. Por algún motivo asumí el compromiso (¿la apuesta?) de escribir cada semana en las consignas propinadas por la Scheiner, en un comienzo, y en forma colectiva (e ibérica esta semana), desde hace un par de meses. Pero esta semana, nones. Estoy colmado de compromisos laborales (de los rentados y de los otros) y no encuentro la manera de hacerle honor a mi autoexigencia de un texto semanal. Ahora que comento esto, y me disculpo por mi ausencia, me pongo a pensar en el origen de tamaña osadía de mi parte... ¿Para qué? ¿Para quién? ¿Por qué? ¿Acaso no tengo suficiente rocanrrol en mi vida cotidiana como para encima cargar con más bártulos la mochila? ¿Qué digo? ¿Mochila? ¿O tal vez alas? Supongo que de todo un poco, una de cal y una de arena... Siempre miré la escritura como una piscina ajena. En mi adolescencia y juventud me juntaba con gente que había leído muchísimo y yo no pasaba de Cortázar, Denevi, Borges y Kafka. Y MUY por arriba... sin demasiada profundidad ni análisis. Pero siempre miré esas aguas con particular desvelo y entusiasmo. Leer siempre fue una actividad vital, motivadora, siempre dibujé y pinté, pero miraba la escritura como un navegante mira un avión... Y la posibilidad de escribir se me hacía no sólo remota, sino tan deseable como poder trincarme asiduamente a Isabella Rosellini (estábamos en los 80s...). Así y todo imitaba a mis amigos poetas y escribía algunos mamotretos sin sentido, guiado por la sola forma. En los noventas intenté meterme con la prosa, contar algo. Pero cada texto, cada media carilla era un parto... Creo que en quince años debo haber escrito quince páginas, endebles, esforzadas, trabajosas. Sin embargo, hace unos pocos años le regalé a mi esposa el libro ¿Para qué sirve el arte? de John Carey. Un tiempo después lo leí y me impactó vivamente. Sus conceptos sobre arte, artistas, oficio son de esencial practicidad y los comparto plenamente. En el último capítulo el autor se despacha con el tema de la escritura, y el plus que tiene sobre otras formas de expresión, dada la posibilidad que tiene de expresar con extrema precisión ideas muy complejas. Algo que sé que la plástica no puede hacer a tal nivel, y mucho menos la música o la danza. Sin querer establecer comparaciones o un ranking de las artes más

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excelsas, coincidí mucho en la apreciación del autor sobre la capacidad específica que tiene la escritura (y varios de sus compinches como el cine o el teatro) de presentar ideas. ¿A qué viene la cita sobre este libro? A que no hizo sino azuzar aún más mi interés por ponerme a escribir. Un año después de la lectura de John Carey, aparecieron en tropel mis compañeros de primaria, y un furioso intercambio de mails en el que nos contábamos (treinta años después) qué había sido de nuestras vidas. Alegremente me puse a contar anécdotas y por eso de calentar el garguero, me fui de mambo y empecé a adosar mis relatos de comparaciones, metáforas, alegorías y todo tipo de guirnaldas simbólicas que les resultaron llamativas mis excompañeros de colegio. Recuerdo que Ceci, que volvía a aparecer en mi vida luego de treinta años, me marcó con especial entusiasmo que tenía que darle gas a esa veta. Y así surgió uno de mis primeros compromisos con este mambo de escribir... Durante casi un mes escribí una anécdota o serie de ellas cada día en el mail colectivo. Y luego dosifiqué, pero me la pasé durante cuatro años escribiendo cada lunes un mail con comentarios sobre nuestro pasado (y presente, ya que se iniciaron partidos de fútbol, fiestas y todo tipo de actividades tertúlicas). En marzo de 2013, por algún motivo el entusiasmo con los compañeros de primaria decreció, y dejé de mandar mi mail semanal de cada lunes. Justo en ese momento Jorge Royan, a quien le resultaban simpáticos mis comentarios en su grupo de sketchers al que me había sumado, me invitó a acercarme al grupo de su esposa, Lo importante por escrito, que rápidamente se llevó la posta y se transformó en el nuevo eje de compromiso escritural a la semana. Hasta hoy. En que por cuestiones de fuerza mayor, no pude escribir para la consigna... Espero estar a la altura de las circunstancias la semana que viene, ya que escribir acá, a diferencia de mis otras experiencias en el ramo, tiene el especial gusto de la interactividad, y hasta los que me saltean por default, están opinando en alguna medida. Por no hablar de lo divertido que es escribir sobre, y dialogar con cada autor de los otros textos.

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Fer Iñarra Iraegui

Se juraron amor eterno y estar presentes en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad… Promesas que firmaron y dijeron ante la emotiva presencia de unos elegidos. Ella soñaba con armar una familia, llena de hijos y risas, llena de amor y aventura. Los sueños de él no los conozco, tal vez los compartían, no lo sé. Fue en medio de la planificación de esa familia en que apareció la enfermedad de él tan conmocionante. El tratamiento fue cruel y devastador, pensamos que tal vez no lo lograría pero sí, salió de ese infierno. Con la ayuda de la ciencia y las caricias, con su esposa que lo cuidaba día y noche, lo bañaba y alimentaba como a un niño, porque en esos días tan tremendos ella puso todo de sí para salvarlo. Y no fue por la promesa que lo hizo. Fue por amor que no se fue ni un minuto de su lado. Después del cimbronazo, las secuelas. Cambio de planes, adoptarían. Él no estaba en esos tiempos para ella, mucho trabajo y obligaciones lo alejaban de lo que ella le pedía. Recurrió entonces a otra gente para lograr su sueño de familia y llegó su hijito tan deseado a colmar de amor su vida. Ella siguió soñando con más hijos, quería hermanos y bullicio en esa casa, tan silenciosa y a veces tan vacía. Fueron muchos años de tormento porque se complicaba y había engaños y mentiras. La justicia no es justicia en estos pagos y esas cosas siempre te lastiman. Tomó ella la decisión final entonces de que así estaba bien y lo disfrutaría. Sin culpas, sin pena, sin dolor, porque era feliz así con esa vida. Y entonces ocurrió lo inesperado. Después de la gran confusión, muchos estudios y la noticia de que estás aquí y ahora en medio de tu peor pesadilla. Se enfermó ella de aquello que temía. Y su vida cambió para siempre, lo mismo que la de toda su familia. Tratamiento lleno de fantasmas y temores, lleno de promesas de dolor y revoltijo. Miedo infinito y frío que le helaba la sangre, le chupaba la vida. Él no estaba para ella, era mucho. Sus alaridos se escuchaban en el aire, desde todas partes, frente a ella, en su dolida alma. “No puedo con esto”, gritaba él, mientras todos tratábamos de alivianarle la carga, él

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nos echaba y por este martirio a ella castigaba. La hizo dormir desnuda para no ensuciar. Le sacó el chocolate que era su alimento básico y amaba. Nada de harinas, lácteos, ni azúcar. Sólo la dieta que él armaba y en su ignorancia y bronca elucubraba y la mataba de hambre. Ella aceptaba todo por no hacerlo pasar un mal momento. Había arruinado el acolchado aparentemente y ya no sería el mismo nunca más. Nada de medias tres cuartos para ella, eran sólo de él. El camisón debe durarte tres o cuatro días así no gasto en lavarlo, le exigía. Y ella se iba apagando flaca y sola, atormentada y con el alma dolorida. No cumplió su promesa. No supo estar para ella ni de noche ni de día. No le importó que sufriera y tiritara. Sensaciones, decía, no verdades; lo que él sentía sí eran verdades… ella deliraba y padecía. Él quería reconocimiento y se hacía propaganda de aquello que vociferaba pero no hacía. Y la dejó esfumarse en un mar de espinas… que ella no se merecía.

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Carmen Navajas Rodríguez de Mondelo

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Sentía que la fiebre le subía. Miraba por la ventana el atardecer, un estado de plenitud le acompañaba. Ese malestar se repetía día tras día a la misma hora; convivía con él. Quería asumir su malestar como algo bondadoso que la naturaleza le había regalado. Reencontrarse con su cuerpo en este momento de flaqueza y debilidad. Había pactado sentirlo, aprender de él... Sintió su Ser. Vio un niño espontáneo, curioso de forma desordenada, explorador, deseoso de saber, interesado. No estaba motivado por nada ni por nadie, ejercía su poder de forma espontánea. Se sumergía en la vida, quedando absorto, fascinado e interesado. Todo era un juego, se maravillaba de poder manipular el mundo, escogiendo, gozando... disfrutando. Se sintió Ser en su camino azaroso, fortuito, improvisado e imprevisto. Sintió un verdadero pacto con la vida. De repente sintió el miedo. El desprecio cuando lo expulsaron de la manada, alimentó el miedo. Su rostro se llenó de lágrimas. Poco a poco se vio recompensado con la empatía de otros. Pensó que no siempre se gana y que el tiempo traería vientos más fértiles. Hizo un pacto con el miedo y eso le agrandó el corazón. Luego, aquejado de una grave enfermedad, se sintió víctima. Y pensó en esa frase: ¿Por qué no te mueres? Y algo de él murió simbólicamente, esa parte que no le permitía ser feliz, aceptado o merecedor de ocupar su lugar en el mundo y dijo adiós a esa parte que ya no le servía para sobrevivir, y menos para vivir. Su verdugo se convirtió en su maestro, se sintió CRECER. Hizo un pacto con la muerte para dejar de ser víctima y SER.

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Eduardo Mizrahi

LA MUJER DE MI VIDA

Traigo el futuro en mi mochila que no pesa, que no pesa. Es como salir del infierno y encontrarse una milanesa.

Fugazzetta, muzzarella, y empanadas sobre la mesa. El encuentro es positivo si pedimos mĂĄs cerveza.

Y es que pienso en tu sonrisa y me olvido de la pizza. Y es que siento ese contacto que renueva nuestro pacto.

Y no quiero buscar la salida: nunca hubiera imaginado nunca hubiera soĂąado encontrar la mujer de mi vida.

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Sanchu De Raedemaeker

ME COMPROMETO A LLEVAR EFECTIVO

Año 2007.

−Camarada… −Dime, San, ¿qué querí? −Tengo hambre, agotada del ensayo. ¿Comemos algún guisito tipo locrito? Baratito en algún bolichito del Acceso Norte, teno fríooo.

−Buenaso, nera, pero a verrr, están cerrados… pucha, sigamos buscando algo… A ver ¿qué te parece ése? −DON JUAN DE MARCO… Me dijeron que se come bien ahí, ma, síiii, vamos... a la bosta Acosta. Mmmm… No hay nadie, nera, sólo una mesa… ¡¡¡Mozzzooo!!! Boas noiches, ¿podremos comer algo calientito, con este frío, vió?

−Hay fondue. −Ya traiga el fondue y dos copitas del vino de la casa, nomá. −Lindas las velas, nera, bla,bla,bla… −Ummmm… vasijita con queso derretido, unos pancitos, unos tomatitos cherry y no sé que huevadita más, qué manera de comer, nera, con esto no llenamos ni los huecos de las caries… Che, no te comas todo el pan canejo… −Nera, deja de sacarle lustre al plato, no me hagai papelone. −Mozzoooo, dígame por qué me lleva los platos, oiga, tenemos que frotarles más pan.

−Es que ahora viene la Bourguiñon, señoras, el menú es fijo. −Caramba, y nosotras llenándonos de pan, haberme dicho antes.

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−Al menos está rico esto, caramba, nera, tranqui con el plato, bla, bla, bla, bla… −El postre, fondue de chocolate y frutas, señoras, ¿me permiten los platos?

−Lleve nomá... Che, nera, no sé, pero me late que nos van a sacar lo’ ojo, masi alguna vezzzz… Un gustito, demasiado con el laburo, etc... (justificaciones, victimizaciones y demás). −Nera, no doy masssss, qué manera de comer pan al mismísimo ****** (mala palabra). −Mozzzoooo, la cuenta, por favor. −Caramba, camarada, 220 mangossssss… −Bueno, mozo ¿tiene Visa? −No. −¿Master Card? (risas) −No. −¿¿Débito autooooomático?? (risas) −No. −Ummmm… ¿¿¿Fornicard??? (más risas) −No, señora. −Caramba... pobre hombre. −Mire ésta, señor, ¿ésta la tienen, El Mundo del Juguete? −Nooo… −¿Freddo, quizás? Ahhh, ésta la tienen, Sacoa Card. −Ufffffffff… −Fue el vinito, caballero, le cae un poquito, mmm… −La última es la vencida, si no, me voy a tener que ir a buscar plata a la conche de la leure, ayyy, con este fríoooo…

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−Siiiii, ¡usté tiene la Cuspide card! −Señora, estamos cerrando. −Basta de joda, caramba, andá nera, …brbrbrbrbrbrbrrb te espero con el cafecito.

andá

for

de

money…

Una linda velada, mucho pan, sin saber lo del menú fijo. El pan más caro de la historia de nuestras salidas de los martes.

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Mariasi Cañizal

COMPROMISO

Me siento comprometida hoy con vos, amiga. No sé bien por qué este sentimiento, pero tu pena, tu inmenso miedo, tu malaria de hoy, me hace comprometerme con vos, con lo que te pasa, con lo que sentís, con lo que vas a sentir, con lo que va a pasarte y con lo que va a resultar de todo este bajón. Y ahí voy a estar yo, con vos, todo el tiempo. ¡Si sos mi hermana de la vida! Una reverenda cagada, esta puta enfermedad que nos gana y nos gana hace tanto tiempo. Estos cánceres que aún desconocemos como agujeros negros inmensos, llenos de vacíos extremos, sin respuestas, hondos, oscuros, odiables, fatales. Y el consuelo peor: la quimio. Serán semanas tremendas, desconocidas, repletas de sensaciones feas, de consecuencias deprimentes, de muchas sombras, de agobio, de cansancio. Pero ahí voy a estar yo con vos. Vas a poder llorar conmigo, decirme las frivolidades más imbéciles, pedirme las ocurrencias más inverosímiles, descargarte de lo que quieras y sientas, putear a todo el planeta y a mí y a vos. Yo voy a estar con vos. Y pasará semana tras semana. Será duro. Horrible. Parecido a nada, nada de lo que nos gusta compartir, pero ahí voy a estar yo con vos. Y todo pasará, ¡te lo prometo! Y vamos a seguir juntándonos a tomar tragos, a recordar nuestra adolescencia juntas, a contarnos los secretos que no le contamos a más nadie. Y todo este rollo, será sólo un verano más.

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Cristian del Rosario

EL COMPROMISO

"Y si no lo cumpliera, que Dios y la República me lo demanden...". Un lustro más tarde, el funcionario recordaba aquel juramento a la salida del juicio en el que había sido acusado por la malversación de fondos del ministerio de salud. Sonreía para sus adentros y repetía -obedientemente- las frases que sus costosos abogados -que sabían de su culpabilidad- le habían aconsejado decir. Justo en ese instante, cuando estaba por terminar la improvisada conferencia de prensa en la escalinata del juzgado -en donde minutos antes había sido sobreseído por falta de mérito- fue que recibió la bala que le hizo estallar su cerebro. No vio ni escuchó el disparo. Tampoco pudo ver que en la cobertura metálica del proyectil decía: "Fabricaciones Militares de la Republica Argentina".

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Daniel Goldenberg

EL JURAMENTO DE CAÍN

Un infinito océano de barro, mierda, sangre y cuerpos destrozados reptaba bajo sus botas como una gigantesca alimaña pegajosa, cubriendo por completo el eterno lodazal de las trincheras de Verdún. Zigzagueante, entre las herrumbradas defensas que se erguían como cruces anónimas, a la espera de nuevos caídos, el joven soldado alemán atravesaba las densas nubes de gas venenoso; ileso y furtivo, como un invisible rayo de Odín. Ni la indiferente metralla del obús alemán, ni la rasante persistencia de la Chauchat francesa, se atrevían a detener la carga enloquecida del rubio soldado germano. Los fogonazos de las detonaciones y los gritos de espanto a su alrededor se sucedían tan ajenos como lejanos a sus sentidos. El entorno infernal de la batalla se curvaba lateralmente como un túnel oscuro sobre su campo de visión, circunscribiendo todas sus percepciones a un visceral llamado de auxilio desde el interior de una de las trincheras francesas. La negra columna de humo que trepaba desde las paredes de la trinchera, a unos infinitos cincuenta metros de sus pasos resbalosos, se amalgamaba con la intensa lluvia en una etérea imagen de un primitivo dios y demonio. Divisar el filo de la trinchera y saltar en su interior fueron un único e instintivo acto. Dentro de la penumbra del inmundo pasillo, otro soldado alemán se afanaba, con calmada dedicación, a la salvaje tarea de rematar, uno por uno y a filo de bayoneta, a los escasos soldados franceses que aún sobrevivían, malheridos, al brutal impacto del obús alemán que los había destrozado. Sin importar que fuera su compatriota, el soldado partió el cráneo de su camarada alemán de un solo golpe de culata de su Mauser, sin dirigirle siquiera una sola palabra de advertencia. Una quietud celestial se apoderó por completo de aquel miserable rincón del infierno, congelando toda la acción en la asfixiante eternidad

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de una nube de gas mostaza, humo y lluvia espesa como la sangre que inundaba cada palmo de los corredores de las trincheras francesas. El alemán recorrió con el frío azul de su mirada, el retorcido amasijo de cuerpos que yacían a lo largo de aquella fosa interminable. La tristeza gris de los uniformes y la expresión porcina de las máscaras antigás hacían prácticamente imposible la tarea de diferenciar a un hombre de otro a simple vista. Todos parecían ser uno y el mismo hombre, igualados bajo una espantosa muerte común. Detuvo su búsqueda delante de un cuerpo que yacía sobre los restos de otros dos soldados franceses. Observó con calma el nombre grabado en la chapa metálica que descansaba sobre el joven pecho todavía latente del soldado: Abel Le Guillon – 4125. Sonrió entornando los ojos en señal de alivio. Ajustó un fuerte torniquete al muslo descarnado del francés y cargó su cuerpo laxo y ensangrentado sobre sus hombros hasta la escala más cercana, desde donde emergió nuevamente al infierno del campo de batalla con su sagrado cargamento a cuestas. Ni una sola bala se atrevió a impedir su marcha decidida hacia lo más profundo de la vanguardia francesa. Metralla, fusil, obús y cañón, parecían evitarlo en su enloquecido despilfarro de muerte, temerosos de que alguna antigua maldición los condenara a un nuevo infierno por cada eternidad. Al llegar a la proximidad de las líneas francesas, depositó en tierra el cuerpo tembloroso del soldado herido. Hincado de rodillas ante la mirada interrogante de su enemigo, el soldado alemán susurró con calma, en un francés anticuado: -¿Acaso no soy yo el guardián de mi hermano? Una vez más, a lo largo de innumerables vidas y milenios, Kain Blumer honraba el juramento pronunciado en aquella primigenia alborada del hombre: encontrar y proteger a cualquier precio, de otra muerte violenta, a su hermano, asesinado por sus propias manos desquiciadas; hasta el final de los tiempos, hasta alcanzar su perdón.

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Amelia Molina Burgos

EL COMPROMISO

Si me pides que me quede: Quiero, trato, cato, pico. Pruebo, ensayo, yerro, finjo. Huyo, vuelo, evado, emigro. Cierro, sello, uso y tiro. No me ahogues, chico astuto. ¿Quién habló de compromiso?

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Dicky Schefer

−Che, estoy hasta acá del cigarrillo. Es una adicción terrible. −Yo también, no puedo más con esta dependencia que me va a matar. −¿Y si tratamos juntos? Cuando esté por caer te llamo, y vos también a mí. −¿Y por qué no empezamos esta noche a las 12? −Hecho. - ¡Hecho!

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Daniel Dionisi

LA PIANISTA

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Extraña. Distante. Sentada frente a la fría suavidad del marfil busca abrigo en la nobleza de la madera. Desconfía. Las cuerdas tensas y expectantes la observan por la abertura de la tapa. Extrañó la textura blanca y negra, pero ahora está ahí, intrigada, intrigante. Abierta una vez más al llamado de la armonía. Duda, después de tantos años no se lleva bien con el placer, el trato no es fluido. Pero se decide. Se va a entregar. Es ahora o nunca. Abre los ojos, mira largamente el teclado. En los días oscuros del silencio aprendió a mirar. Sus ojos saben decir y se dejan leer. Fueron su conexión con el mundo de los sentidos en el tiempo del sigilo. Ahora se intuye cerca del caos, se sabe desnuda una vez más, pero empieza a sentirse protegida por el instrumento que parece abrazarla. Es frágil y también poderosa. Nada más parecido a la vida que durante veinte años se negó. Es una mujer emergiendo de la rebeldía errada con la que años atrás se dictó sentencia y rompió un pacto, alejándose del mandato materno, de los años de estudio, de los contratos por venir. Equivocó el enemigo. Llegó a odiar a ese piano. Cerró la tapa y no la levantó por décadas, creyendo que sepultaba las presiones juveniles. Se entregó a un matrimonio prolijo, a una vida ordenada y anhedónica en una casa cálida. Pero llegó a los cincuenta con los dedos entumecidos. Lo único que había sepultado era el fervor. Las yemas de sus dedos rozan el teclado en plan de conocimiento. Ella se estremece porque la piel y el marfil no tardan en reconstruir la complicidad de antes. Golpea una tecla y un sonido suave, casi apagado, se extiende y flota en el aire. Golpea otra, más fuerte. Otra , más débil. Cierra los ojos, se muerde los labios. Siente. La combinación de golpes se convierte en melodía. Una lágrima le marca un surco en la mejilla. La música le entra por los dedos, sube por sus huesos, la envuelve, se enamora de su piel y ella, la pianista, se excita, se siente penetrada por la tersura más delicada, disfruta del encuentro hasta que la última nota resbala por sus muslos y se escurre entre los dedos del pie.

1

Mi texto de esta semana está inspirado 100 % en este video: https://www.youtube.com/watch?v=LKuEJBKRW4M

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Y en ese instante en que la sangre vuelve a correr por sus venas, se decide a ser fiel al deseo y celebra un pacto muy distinto del que rompió alguna vez. Un compromiso de lealtad. No hay más tiempo perdido, no hay más tiempo que perder. Ella y ella van a viajar juntas lo que quede del camino, nada las va a separar. Firmarán un contrato perfecto. Ella, la pianista, se entrega a ella, la pasión. Una buena elección de vida.

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Arturo Chianelli

Considerando la palabra compromiso como una declaración de principios recuerdo la frase dicha por Groucho Marx −que no es de él 2−: "Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros."

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Se le atribuye a él, pero parece ser que es una cita humorística cuyo origen (conocido) más antiguo data de 1873 (17 años antes de que naciera Marx). En New Zealand Tablet, 18 de octubre de 1873 <http://paperspast.natlib.govt.nz/cgibin/paperspast?a=d...-->, en la segunda columna, en el párrafo tercero que comienza con "THE'Sourthern Cros'..." se escribe: "Them's my principles; but if you don'tlike them -I kin change them!" ("He aquí mis principios; pero si no les gustan... ¡estoy dispuesto a cambiarlos!")

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María Gabriela Failletaz

−Sin compromiso− dijo él. Ella lo miró a los ojos y con cuidado y una sonrisa, la tomó con la punta de los dedos. Sintió su levedad, palpó sus contornos y aristas, casi con ternura. Quedó embelesada, poseída, y se entregó a la magia del lenguaje místico indescifrable que transmitía. Una piedra rojiza ambarina gobernaba el centro de la pieza que, en el vaivén que la balanceaba, irradiaba destellos intermitentes. La abrazaba un halo de filigrana dorada en forma de corona, un laberinto de arabescos donde enredarse y perderse, donde relajarse tras una pesada jornada de trabajo. El artesano le interrumpió ese viaje de ensueño parándose al lado de su asiento para preguntarle:

−¿La lleva? −Es muy bella. Gracias. Pero la encuentro demasiado frágil− se disculpó la muchacha. En el pasaje de manos, el dije cayó sorpresivamente al piso del colectivo, desgranándose. La piedra se despegó de su engarce y rodó hasta el zapato de taco de la mujer. Cuando ella se inclinó para recogerla cintiló algo así como un guiño.

−Le dije que era frágil, pero me la llevo igual. Creo que ella me eligió a mí. Y yo me comprometo a restaurarla− le afirmó convencida. Sin dudarlo el artesano contestó:

−Entonces llévela. Se la regalo.

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Guillermina Silva D’Herbil

Ella es una mujer sensible, inteligente, divertida y áspera. Sabe poco de muchas cosas y no sabe mucho de nada. Muchas veces se duerme con ganas de llorar, por múltiples motivos. Porque pasó el tiempo, porque se cansó ,porque todo es poco y porque todo es mucho. Curiosamente, nadie lo sabe. Y la vida sigue y seguirá... porque tiene un compromiso.

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Mariángeles Soules

Comprometerse quizás no es lo mismo que involucrarse, pero siempre que emprendo un nuevo proyecto o un nuevo trabajo lo hago con el alma y el corazón, no podría estar en un lugar y ver pasar los problemas y quedarme como si nada; si allí estoy es por alguna razón que la vida me colocó en el preciso momento y lugar y, por lo tanto, siento desde muy adentro mío que debo participar en encontrar una solución. Por eso es que me comprometo con lo que hago, nunca dejo las cosas por la mitad; quizás tarde, pero al final llego.

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Julio Fernando Affif

EL MAYOR COMPROMISO ES CON LA VIDA

Buscamos entre infinitos parámetros que nos devuelven nuestros sentidos aquella ligazón perenne que nos impone desprendimiento; el más allá de nosotros mismos, la entrega incondicional a una causa real o ficticia, nuestra comunión con el mundo circundante a través de ese gesto de generosidad que implica la defensa, el respeto o el cuidado del otro… o de lo otro. Y a veces el compromiso se diluye entre las intenciones fallidas y los resultados truncos o inconclusos, en la búsqueda de otros beneficios personales o sectoriales que nos apartan del derrotero. Una cultura decadente nos lleva imperceptiblemente a la distorsión de la escala de valores primaria, identificable en cualquier religión que analicemos, en cualquier texto jurídico, en cualquier escuela filosófica; preceptos que fueron guía durante centurias o milenios y que hoy yacen abandonados, vapuleados y desvalorizados por una sociedad que no es capaz de visualizar el abismo entre dos mesetas. Y entonces, el planteo: ¿qué hago yo para mejorar este estado de cosas? ¿Cómo asumo un compromiso que nos permita revitalizar conceptos esenciales sin que por ello neguemos los nuevos que el desarrollo ha ido generando? Estamos en una encrucijada. Debemos elegir el rumbo que nos aleje de los peligros del Gran Océano; apartar las serpientes marinas dispuestas a devorar las avanzadas de la civilización y elegir las armas que nos permitirán decapitar sin piedad al monstruo de la ignorancia y de la indolencia. Entre todos, porque es un compromiso social; pero todos no significa cualquiera. Lamentablemente no todos están aptos para asumir este compromiso.

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Luis Alfonso Martín Delgado

POR COMPROMISO

Era un tipo que sufría de compromisitis empática aguda. Toda su vida había sentido una fuerte necesidad de implicarse y comprometerse en todas las situaciones vitales en las que se encontraba. Sobre todo si eran causas perdidas. Era una especie de Zelig, mimético, dispuesto a ayudar siempre en todo a todos los que se le acercaban y embarcarse en todas las aventuras, aunque supusieran dejar lo que en ese momento le ocupaba. Como la dama de Cecilia, quería ser la novia en la boda, el niño en el bautizo, el muerto en el entierro. Era capaz de empatizar en todas las situaciones, hasta somatizarlas; hasta la soledad y la enfermedad. Su compromiso exterior le llevó a olvidar su compromiso interior y acabó abandonándose. Finalmente, logró que los demás se comprometieran con él y acudieran a acompañarlo cuando cortó todos sus compromisos y acabó siendo el muerto en su propio entierro.

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Roxana Conti

EL COMPROMISO

A los diecisiete la palabra compromiso no tiene mucho significado, ninguno, creo yo. Sin embargo un hecho inesperado puede transformar la vida de dos personas y hacer que ese lazo surja sin proponérselo. El compromiso es eso, un lazo invisible que no se declama, que no se promete, que se siente, que se construye. Ellos transitaban su vida adolescente con desparpajo y alegría. Tenían diecisiete cuando les ocurrió un hecho inesperado. Sabían todo lo que tenían que saber para evitarlo, pero aun así la vida se abre paso, o tal vez los ancestros de ambos planearon que así sea, la chispa divina de la vida es mucho más que la unión biológica de dos células, y a ellos les ocurrió. Al instante ambos supieron que no estaban preparados para esa responsabilidad. Ella dudó, fue y vino con la idea, se debatió entre la emoción, el respeto por la vida y la certeza de su inmensa juventud e inmadurez para afrontarlo. Él respetó su debate interior. La abrazó y escuchó. Decidieron seguir adelante con sus proyectos, su inmenso porvenir y sus sueños. Se dieron la mano y lo atravesaron juntos. Él, casi un niño, muy hombre en su actitud protectora, enfrentó con valentía cada vicisitud del proceso y no la dejó sola ni un segundo. Ella puso el cuerpo y también fue muy valiente. Emocionados, salieron adelante y siguieron juntos. La vida les enseñó una nueva forma de vínculo entre dos personas y ese lazo, desconocido por ellos hasta entonces, hoy los une.

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EDICIONES LIPE DOMINGO 9 DE NOVIEMBRE DE 2014


LIPE


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