141102 CUMPLEAÑOS

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CUMPLEAテ前S


Portada Luis Alfonso MartĂ­n


CUMPLEAテ前S


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CONSIGNA DEL DOMINGO 26 DE OCTUBRE DE 2014

Tema

CUMPLEAÑOS

Ponente

MARÍA ESTER ARNEJO

La idea es escribir una historia de cumpleaños. Puede ser de algún festejo, un regalo muy especial que nos dieron o muy deseado y jamás recibido. O esa vez que nadie se acordó del tuyo o cuando olvidaste uno importante. O cuando te sorprendieron con una fiesta. Y si no es de cumpleaños, puede ser el festejo de un aniversario, que sería el equivalente. Anécdota escuchada, experiencia vivida o ficción, todo vale. Es trabajar sobre esa idea Buena semana para todos.

Daniela Acher

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Daniel Goldenberg

I

CASORIO DE SANGRE

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Cabalgó a la vera del poniente, mudando, en recia polvareda, las incontables leguas de calma y llanura que lo separaban de su ineludible destino de venganza. Taconeó sin piedad los briosos flancos del tordillo overo, hasta hacerlos sangrar de impaciencia con el agudo brutal de sus espuelas de plata. Rastra y facón devoraron los últimos y esquivos destellos del ocaso, desafiando la amenaza sombría de la noche con sus brillos cuchilleros. El resplandor del fogón y el rasgueo doble de una chacarera, fueron el santo y seña de su llegada furtiva. El tordillo se detuvo en seco, y Ledesma anunció su inesperada presencia con un violento salto en tierra. Un tintineo de espuelas y el pisar decidido de las botas de potro, se robaron el repentino silencio de las guitarras criollas, antes de que la voz cantante pudiese llamar a segunda vuelta. Los ojos desorbitados del cura se anticiparon a lo inevitable, y las miradas aún sonrientes de los novios, se voltearon a dúo hacia la sólida penumbra campera, que les ofrecía la muerte como regalo de bodas. —Puta de mierda— susurró Ledesma, enfundando la plateada hoja de su facón en el delicado pecho de encaje de la novia y descargando, al mismo tiempo, el fogonazo fatal del Smith & Wesson contra el infortunado novio, dejándolo de rodillas y muerto antes de reconocer, siquiera, la identidad de su ejecutor. La bella china, paralizada de espanto en la maldición infernal de un instante eterno, contemplaba de pie cómo su pecho se florecía lentamente en un clavel rojo como la sangre; mientras, entre gritos, relinchos y disparos, los esbozos de la silueta de Ledesma se esfumaban ilesos, en la cruel impunidad de la noche.

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Cumpleaños, aniversario… en este caso, casamiento, que sería el motivo para un aniversario.

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María Ester Arnejo

CUMPLEAÑOS

El cumpleaños es un día que casi por decreto internacional estamos felices; todo nos desean cumplir muy feliz, la canción del Feliz Cumpleaños es universal. Es cierto que hay otras, pero serían las excepciones que confirman la regla. De chica yo sostenía que lo ideal era morirse el día del cumpleaños, así uno vivía los años exactos. Mi padre no estaba de acuerdo y me decía que en el día de cumpleaños la gente estaba de fiesta, que no era buen programa morirse y tener que organizar velorio casi al mismo tiempo justo ese día, sobre todo teniendo en cuenta que había tantos días más para elegir. Algunos recuerdos de cumpleaños son divertidos, algunos por olvido u omisión y otros por su originalidad. Por ejemplo, llamé a un amigo muy querido en el día de su cumpleaños y se le había olvidado. Creía que todavía faltaba. O el caso de un cumpleaños de mi madre que, confiada que sus amigas se iban a acordar, preparó manjares para el festejo y sólo fue una de sus amigas. No puedo borrar de mi memoria cómo se reían al comprobar que pasaban las horas y no aparecía nadie más, hasta que entrada la noche al única presente se retiró y al otro día toda la familia pudo disfrutar de las exquisiteces reservadas para la reunión fallida. Mi madre, que era una mujer con un gran sentido del humor, que creo haber heredado en parte, recordaba esta anécdota con mucha gracia. De los cumpleaños de mis hijos recuerdo en especial el de los 15 de los mellizos, una fiesta inolvidable, la primera con DJ en Pehuajó, la primera en la cual ninguno de los invitados se escapó temprano al boliche, porque el boliche estaba allí, nada era más divertido y novedoso. Quiero aclarar que por entonces, festejar los 15 era algo de no muy buen gusto, una gronchada como suele decirse. Pero yo estaba segura de que iba a ser la bisagra de ese prejuicio y tengo la sensación que así fue, dado que a partir de entonces todos los chicos querían una fiesta de 15 igual. Si pienso en mi cumpleaños se me juntan todos en un solo día, al igual que las Navidades, los Año Nuevo y tantas fiestas anuales. No obstante hay uno que tal vez uno recuerdo en especial. De todos que podría dar un subtítulo a la consigna: Mi cumpleaños tan temido. Me ocurrió que

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entré en un estado de crisis de pánico cuando se acercaba la fecha de mi 48 cumpleaños, se me había puesto que me iba a morir en ese día, y ya podía imaginar todos los detalles de los comentarios en el pueblo, en la escuela, de mis amigos, de los no tan amigos. ¿De dónde sacaba yo esa idea…? Yo cumplía 48 el 8 del 8; siempre me gustó eso de la coincidencia de los números, aunque en realidad nunca le descubrí su significado. Era una realidad que los días 8 marcaron hitos en mi vida. Un 8 de agosto nací, un 8 de julio nacieron mis dos primeros hijos, un 8 de septiembre murió mi madre a los 48 años, justo al mes de mi cumpleaños, entonces con seguridad, yo moriría al mes del cumpleaños de mis hijos igual que lo me pasó a mí con mi madre. Ese 8 de agosto de 1998, tuve angustia desde que me desperté, me quedé aterrada y casi amotinada en mi casa, les pedí mis amigas que estuvieran conmigo que no se fueran hasta que pasaran las 24 horas. Obviamente, no había preparado nada para festejar, ni las tortas típicas de mis cumpleaños, nada de nada, ellas se divertían y no podían creer mi locura y todos mis cálculos que justificaban mi teoría de en algún momento a alguna hora de ese día yo iba a morir. Esperamos, esperamos, conversando y bromeando todos chistes de humor negro, por supuesto, hasta las 00:00 horas del día siguiente. Mis amigas, en vista que ya estaba fuera de peligro me pidieron permiso para retirarse. Brindamos. Eso sí, el brindis no podía faltar, con agua, no había otra cosa. ¡¡¡Salud!!! ¡¡¡Prueba superada!!! Pasaron los años, hoy tengo 64 y todavía mis amigas me reclaman la torta de mi 48 cumpleaños.

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Fer Iñarra Iraegui

I

EL CUMPLEAÑOS

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De pronto, como por arte de magia, igual que el hongo de otoño en aquel cuento, un colorido castillo comenzó a surgir entre las flores, bajo el cálido sol invernal, envuelto en risas y festejos. La princesa fue la primera en entrar, majestuosa y descalza, con su larga falda, amorosamente sostenida a ambos lados para no pisarla… el público expectante contuvo la respiración a la espera de una señal… Entonces la princesa comenzó a saltar. Su risita dulce y cantarina invitó a los demás a seguirla y el castillo se llenó de infantil jolgorio entre saltos y piruetas, medias con diseños de fantasía que volaban como mariposas dentro de ese mundo de ensueños hecho realidad, porque comenzaba así el cumpleaños, ya estaban todos, nada faltó. No era su casa, era la casa de unos amigos. La casa de esos amigos de mamá y papá que, sabiendo que ellos estaban pasando por un momento triste, prestaron su tiempo, su hombro y su casa para aquel cumpleaños. Un gesto de amor, una caricia, abrazo contenedor que sostiene y ofrece una chispa de luz, una razón para seguir. Tal vez porque sabían o intuían que las cosas tristes pasan y, aunque en esos momentos no lo veamos con claridad, la vida continúa y todavía quedan muchas cosas lindas por vivir; y además sospechaban, creo yo, que cinco años no se cumplen todos los días… Había risas, baile, canciones y rondas. Globos, golosinas, un hermoso mantel que vestía el lugar de alegría y festejo, guirnaldas, chips, masitas y la torta especialmente hecha a pedido de la homenajeada, torta de banana. Estaban los amigos chiquitos, que se conocían de toda la vida, las hermanitas, los papás, los amigos de los papás. No era una gran reunión pero era esa fiesta en la que todos estaban contentos y cómodos, rodeados de las personas que amaban y con las que se sentían a gusto.

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A pedido de Federico Cahn Costa y en agradecimiento a sus papás.


Hacia el final de la tarde, se juntaron alrededor de la mesa para soplar las velitas y cantaron el cumpleaños feliz pidiendo mágicos deseos, todos y cada uno de ellos, porque los deseos se cumplen cuando la magia y el amor se encuentran en el aire. Y éste era uno de esos momentos. Volver a casa durmiendo en el auto, subir las escaleras a tientas vestidas de fiesta y con una sonrisa dibujada en esas caritas pintadas de cosas ricas, fue un insignificante pasito en un día tan maravilloso. No pesaban los escalones, las llevaban flotando en una nube hacia las camitas que las esperaban para contagiarse de lindos recuerdos y sueños donde seguir jugando… Me contaron que la torta de bananas estuvo riquísima, pero que la princesita no quiso comer. No es que estuviera a dieta, sino que en realidad no era la torta que a ella le gustaba… sólo la había pedido porque pensaba que a sus amigos les iba a encantar… Cuántas cosas recibí en ese cumpleaños…

Gracias, Paco y Ana María…

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II

¡¡CUMPLEN LOS MELLIZOS!!

Los melli cumplían años el sábado. Sara había tenido que organizar, preparar, comprar, cocinar, ordenar, invitar, adornar la sala, decidir… todo sola. El turco había viajado y volvería sobre la hora. Un viaje más, era su laburo. Un tiempo acá, un tiempo allá, estaban acostumbrados, pero nunca, nunca se perdía un cumpleaños, una fiesta del colegio, la comunión de los chicos. Familiero de alma, el turco llegaría el sábado en vez del lunes para estar en la reunión. Guirnaldas, globos y carteles adornaban la sala. Las sillas, de la vecina del fondo que siempre estaba dispuesta a compartirlas para estas ocasiones, estaban distribuidas entre los sillones para que todos pudieran sentarse. Los chicos no necesitaban sillas; ellos corrían todo el tiempo por toda la casa y, sin cansarse, tomaban un vaso de gaseosa en su carrera y lo dejaban en algún sitio de su recorrido, era cantado. Alrededor de las 5, llegaron los sándwiches. Las gaseosas se las acercó el almacenero, siempre gentil, para que ella no tuviera que hacer muchos viajes con tanto peso. Llamó el turco un rato después. Habían aterrizado hacía minutos, el viaje había sido sin turbulencia. Buscaba sus cosas y ya estaba en camino. Ahí nomás comenzaron a llegar los chicos, los primos, abuelos, madrinas, amigos del club. El timbre no dejaba de sonar y la puerta parecía de vaivén en ese ir y venir de gente amiga. Los chicos, aunque eran un batallón, no molestaban. Un grupo se fue al patio a jugar a la pelota y el otro subió al dormitorio a jugar un partido en la Play. Sara, atendiendo a los invitados, atareada con el trajín propio de la situación, sólo tenía tiempo para relojear de tanto en tanto el microondas para saber la hora. ¡Cómo tardaba el turco! Trató de llamarlo al celular, pero se ve que se había quedado sin baterías. El peceto estaba “perfecto”, todos coincidían y las empanaditas de atún, tan ricas como siempre.

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−¿El turco no llegaba hoy? −preguntaban los invitados. –Sí, sí, está en camino. ¡Los sábados el tránsito se pone imposible! Sara iba estirando el momento, pero ya estaban por venir a buscar a los chicos invitados así que, con culpa y todo, preparó la mesa para soplar las velitas. Dos cumpleañeros, dos tortas. Llamó a la sala a los chicos para que se reunieran alrededor de la mesa. El barullo era tal que nadie escuchó el timbre. Entraron los que estaban en el patio, transpirados y jocosos, mientras los que estaban arriba bajaban las escaleras zapateando en los escalones en medio de sonoras carcajadas. Fue entonces que vieron por las ventanas que daban a la calle, la luz de un patrullero. Sara salió a ver qué pasaba mientras mandaba a los chicos a cantar el cumpleaños feliz. Se fue en el patrullero hacia la morgue judicial. El turco ya no vendría nunca más a los cumpleaños de sus hijos.

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Antonio Lendínez Milla

EL CUMPLEAÑOS

Caminaba junto al mar al caer de la tarde, el sol le daba de frente. Recordaba aquella sorpresa de su cincuenta cumpleaños que le organizó su mujer. No se la esperaba. Iba andando con ella y sus dos hijos, se acercaban al restaurante, eran las nueve de una fría noche del mes de febrero. Ella había reservado en un restaurante ya conocido del centro. Recordaba cómo al entrar y preguntar por la reserva de la mesa, no se extrañó de que les condujeran al comedor del piso de arriba. No se percató de que en la escalera escaseara la luz, hasta que al llegar al rellano del piso, de pronto, se encendieron todas las luces, y un cúmulo de caras reconocidas e inesperadas aparecieran a su vista formando una gran piña. Todos estaban allí. Un cúmulo de abrazos, besos y felicitaciones se prodigaron en unos instantes de alegría y júbilo. Para Jose, Dodo y sus hijos, llegados desde Barcelona, fueron los primeros abrazos. –Qué sorpresa, esto no me lo esperaba. Los amigos y amigas de la ciudad, Málaga, donde hacía veinte años estaba viviendo, estaban allí. También los compañeros del turno y los más allegados amigos del trabajo. Ella había preparado toda la celebración sin que se diera cuenta. Todo había quedado ordenado, minuciosamente coordinado y organizado. No se le escapó un detalle. Todo estaba a pedir de boca. Comida, bebida y servicio atento a la celebración. Nunca lo olvidaría. Memorable. Antes de la tarta, un pase de fotos y música de los recuerdos de aquellos cincuenta años. Inolvidable aún la sensación, similar a la que había experimentado cuando sintió el aprecio en sus abrazos, en aquellos momentos difíciles de su enfermedad; fueron un gran consuelo, en su día. Ahora, eran de reconocimiento y alegría. De celebración y superación. De felicidad, en definitiva. Se sintió querido, se sintió apreciado. Agradeció, a la hora de brindar, a todos y en particular a ella, su mujer, la organización de aquella fiesta sorpresa de cumpleaños. No se la esperaba. Su especial atención, la de todos aquellos últimos tres años, en los momentos difíciles de la enfermedad, y de los veinticinco de casados. Media vida.

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Sentía como si no hubiera hecho nada para merecer tanto agasajo. –No sé, si me merezco tanto, dijo. Pero aún, con la copa en la mano, confesó que algo habría hecho para merecer aquella noche. Se sentía halagado con tantas muestras de cariño. Fue una sorpresa que no esperaba, y agradeció a su autora todo el artificio, brindó por la alegría de todos de los presentes, y por aquel cumpleaños que no iba ya a olvidar.

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Profe Ballán

HISTORIA DE CUMPLEAÑOS

De chica, Anahí nunca tuvo una fiesta de cumpleaños, hasta que cumplió nueve. Ese día, invitaron a todos los chicos del barrio (los de la escuela, sus hermanos, algún que otro vecino). La pasaron genial, muchos juegos, alegría y regalos. De aquel día sólo quedó una vieja foto, amarillenta, perdida en algún cajón. Pasaron los años, fue creciendo y alejándose de su familia. Dejó el colegio, comenzó a trabajar como mesera en un bar donde se iban todas sus horas y sus sueños. Sin afectos, sin familia, sola. Al llegar el 18 cumpleaños, su madre le dio una sorpresa. La esperó un departamentito (un monoambiente que podía alquilar con su magro sueldo mientras puchereaba con las propinas). Con sus hermanos y primos se mantuvieron expectantes hasta su llegada, pasadas las dos de la mañana. El corte de luz dio el detalle final, la subida por las escaleras valió la pena. Su mamá preparó la misma torta, con las velitas ubicadas en el mismo lugar, como hacía nueve años atrás. Otra fiesta increíble. De reconciliación, de recuerdos, de lágrimas. Pero también de alegría; en el camino por recorrer ya no estaría caminando sola.

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Gustavo Pedace

HISTORIA DE CUMPLEAÑOS

Lo había planeado todo tan bien. Con tanto tiempo. Cada detalle, cada minuto del día de cumpleaños de Adela estaba ya pautado como en un guión de esas películas francesas que tanto disfruto. Debió haber sido un final a la altura de su historia, de su vida, de su capacidad infinita de amar. O quizá sí haya sido así. Llevaba 23 años de casado con Adela y me desvelaba su lozanía desafiante, su respiración pareja, sus piernas como mármol. Pero no es por eso que la maté, por eso hubiera vivido otros 23 años a su lado. Adoraba a Adela. Todo en ella me debilitaba como el primer día, me hacía acelerar los latidos de una manera visible y vulnerable. Pero no me importaba nada. El solo hecho de saber que volvía a mí me bastaba. Si bien nos casamos muy chicos, con apenas 23 años, no fuimos creciendo parejo. A veces es así; los golpes, los disgustos que no siempre son parejos, las presiones, hacen que te vayas ajando a otro ritmo. Adela no envejecía. Y si lo hacía apenas era para ponerla más bella. No hablamos del tema, o lo hicimos poco, pero hace unos años empecé a sentir que no podía, que no llegaba, que no me alcanzaba. Y también a percibir que eso que no se cubría de mi parte, se llenaba por otro lado. No me pregunten cómo ni por qué detalle lo percibí, pero un hombre se da cuenta de ciertas cosas.

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Detalles sueltos. Silencios o distracciones a la hora del café de la mañana, búsquedas en Google, secciones del diario, emociones repentinas en pasajes de películas que antes no miraba, retratos, respiraciones que se entrecortan. No me animé jamás, no es de hombres, a mirar entre sus cosas. Cuando no aguanté más, cuando ya no pude, decidí matarla. Mejor dicho, hice un plan perfecto para matarla. Por amor. Ayer cumplió 46, y como los chicos no están en casa, le dije que deje todo en mis manos, que se entregue a mí como antes, que me iba a encargar de todo. Y así lo hice. Solo me dijo que quería terminar el día en la casita de Lobos, como cuando recién la compramos y nos escapábamos de Buenos Aires entresemana para hacer el amor hasta tener que ir a nuestros trabajos abatidos y felices. Así vamos a terminar, te prometo. Hubo spa en un hotel, almuerzo en la terraza de ese hotel de la calle Posadas, cine a la tarde para ver la última de Woody Allen, compramos unos discos en Notorius, caminamos por Santa Fe, y cenamos en Bengal. Estaba radiante, como si el trajín del día la fueran poniendo más linda a cada momento. No quería dejarla sola. Ir al baño era una invitación segura para que alguien se le cruzara y le sonriera, intentara hablarle, a lo que ella seguro respondía con esa sonrisa mágica y profanadora. El terminar la cena encaramos para la autopista. Estaba refrescando y puse un poco de calefacción, como le gustaba, mientras dejé que corriera ese disco de Miriam Méndez interpretando Bach en tiempo de flamenco que nos gustaba a los dos.

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Se fue durmiendo de a poco. Por efecto del calor y de lo que le puse en la bebida. Cuando llegamos a los bosques de Ezeiza, en lugar de tomar la autopista, me desvié un poco para terminar el trabajo. Todo salió como lo dibujé tantas veces. El cinturón que le pasé por el cuello apenas le dejó una marca de irritación. Cuando comprobé que ya no respiraba bajé del auto y corrí como un desesperado alrededor. Bajar la tensión, los nervios que había disimulado todo el día, la adrenalina que me brotaba. Saqué el cuerpo y me dispuse a cortarlo como había aprendido en mis clases de cocina, con la sierrita a batería que compré para la poda. Poco a poco lo fui cortando y desmenuzando. Llevé toallones para secarme la sangre. Y dos bidones con agua limpia para ir borrando huellas. Pero se había largado a llover, y eso era bueno para los planes. Quiero decir, lo hubiera planeado si hubiera podido. Lo que fue inesperado fue que se me quedó sin batería la sierra. Maldije y maldije tratando de no perder la calma. Es evidente que los cortes fueron más complejos de lo que pensaba. La firmeza, la contundencia de los músculos. Enterré lo que pude y me llevé en una bolsa lo que no pude cortar. Lo terminaría en Lobos, lo tiraría en la laguna y me dormiría dos días seguidos pensé. En definitiva, era como Adela quiso terminar el día de su cumpleaños, en la casita de Lobos. Era feliz de alguna manera. Tenía ya todo el resto de los argumentos estudiados, horarios, otras actividades, cuando la vi por última vez, llamados, mensajes, chip de teléfono cambiado, todo. Estaba agotado pero dispuesto a terminar todo esa misma noche. Estacioné al frente de la casa.

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Saqué las llaves. Estaba todo muy oscuro. Demasiado oscuro. Emboqué las llaves y con la mano ensangrentada tanteé como pude la pared (tengo que limpiar bien esto, pensé) y recorrí la pared buscando la llave de luz. Cuando la encendí escuché el grito: ¡¡¡SORPRESAAAAAA!!! Y los aplausos y los gritos y el “que los cumplas feliz, que los cumplas feliz, que los cumplas Adela, que los cumplas feliz…” mezclados por los ¡¡viniste!!

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Amelia Molina Burgos

UNO DE ENERO

Dong, dong, dong… y dong. ¡Glup, la última uva! ¡Feliz Año Nuevo! ¡Chin chin! ¡Por este año que empieza! Confeti, serpentinas y besos. Los tres niños se agarran, formando un abrazo, a las piernas de María y Manuel que se miran de cerca mientras se aproximan la copa de champán a la boca y en la que apenas mojan los labios. ─Por ti, cara bonita. ─Por ti, reguapo. ─¿Y ese merengue? ¿Este año no hay? ¡Venga, artistas! Un bailecito─ piden a coro los hermanos y los amigos de la pareja. ─ Este año no, Mari, tranquila, amor. Ya sé que lo bordas pero… este año mejor que no vaya a ser que… ─Anda, Manuel, despacito, no pasa nada ¿Cómo que no? Faltaría más, y este año con más motivo, en honor a Máximo y Gloria que hoy no han podido estar y que les encantaría saber que por fin lo hemos aprendido, la República Dominicana no puede faltar ni un fin de año en casa, Manuel, nos trae suerte, ya lo sabes. ─Bueno, pues tú baila con tu hermano Ignacio, que yo soy un pato mareado y hoy lo que faltaba es un tropezón─ le guiñan los ojos verdes y risueños de Manuel. ─No se hable más, hermana ─la toma Ignacio por la cintura. Entonces, Manuel coge en brazos a la niña pecosa de trenzas rubias, tan pizpireta en sus ocho años, que echa la cabeza hacia atrás muerta de risa por ser la pareja de baile de su papá. El salón reluce bajo la imponente araña de cristal que hace destellos sobre las bolas plateadas del árbol de navidad, y los dos niños pequeños miran, los flequillos casi cubriéndoles los ojazos, como dan vueltas sobre la alfombra, mamá con tío Ignacio y papá con su hermana mayor en brazos.

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─Así, despacito, como pisando huevos, como dice Gloria ─marca María con los pies, elegante y graciosa. Termina la canción y todos aplauden. ¡Feliz año nuevo! Vuelven a chocar las copas. En ese momento el color de las mejillas de María ha desaparecido por un instante y aprieta los labios con un gesto contenido e inesperado. ─¿Me llevas a dar una vuelta, Manuel? ¿Sí? Manuel deja a la niña en el suelo, se frota las manos, nervioso, sale corriendo de la habitación y a los tres segundos está de vuelta con las llaves del coche en la mano. ─ ¡Vamos! ¡Pero vamos! ¡Venga, Mari! ¡Ay, que te lo dije! ¡Vamos, bonita, rápido! ─Pero mamá… ¿Ahora? ¿Vais a tardar mucho? Papá ¿Podemos ir nosotros? ─pregunta la niña pecosa de las trenzas rubias. ─No chicos, es de noche, hace frío, es hora ya de acostarse. Además, ya mismo estamos aquí y veréis qué sorpresa os traeremos. Los tíos os acuestan y la tata Ana se queda con vosotros en la habitación hasta que os quedéis dormidos. Venga, muchos besitos a mamá. María se agacha y los abraza a los tres a la vez. ─Veréis como es divertido cuando volvamos. La noche está fría y María se ha cubierto la cabeza con un pañuelo estampado de barcos de muchos colores. Manuel le coge la mano mientras conduce su sempiterno Escarabajo color vainilla. ─¿Vas bien, bonita? ─Voy estupendamente, pero... me gustaría una cosa ¿Por qué no das un rodeo para ver el ambientillo del centro? Tiene que estar súper animado. ─¡Qué cosas tienes, Mari! ¿Te parece el momento? ¿No estás nerviosa? ─Estoy perfecta, Manuel. Anda… guapo… me encanta la calle en fin de año. Y Manuel, disimulando el temblor de las manos y el sudor que le corre por el cuello a pesar del frío de la noche de enero, afloja la marcha y da

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la vuelta. Sube la Calle Larios hasta la Plaza de la Constitución en la que pandillas de muchachos bailan y tiran serpentinas por el aire. ─¿Ves? ¡Si es que es una alegría verlos! Cuando los nuestros estén así…. ─Anda, ahora sí ¡Vamos, Manuel! Pero tranquilo, que estamos al lado. Falta muy poco para que sean las seis de la mañana del jueves uno de enero. Acabo de sacar la cabeza al mundo. Dicen que he abierto los ojos inmediatamente y que soy pelona y rubia. No me cabe duda que esta llegada a la vida, inaugurando el año, me ha convertido en una eterna debutante. Y que por una de esas suertes, que para mí es el mejor regalo que se pueda tener, mi ilusión se va a mantener siempre de estreno.

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Mariángeles Soules

Era el 10 de octubre de 1959, un día muy esperado por mí, ya que cumplía los cinco años, mamá había invitado a los chicos de la cuadra y había preparado una torta toda rellena y bañada en dulce de leche y adornada con granas rosa, como yo le había pedido. Mis hermanos mayores, de 9 y 11 años, habían preparado una enorme piñata y mi abuelo me había comprado un hermoso vestido rosa y una coronita, todo parecía que iba a ser perfecto. Pero aquella mañana amaneció nublado y frío, a medida que pasaban las horas el cielo se iba oscureciendo y comenzaba a hacer frío, el viento se acentuaba. A las tres de la tarde la tormenta se desató con gran furia, no paraba de llover y la calle se iba llenando de agua cada vez más y más. Tan grande era mi desilusión que me puse a llorar, no podría festejar mi cumpleaños con mis amigos, mamá y mis hermanos trataban de consolarme diciéndome que igual se podía festejar al día siguiente, pero para mí no era lo mismo. Mi cumpleaños es el día 10, no es el día 11 o el día 12, ningún argumento me convencía. Para las seis de la tarde había cesado la lluvia, pero la calle seguía anegada y yo sabía muy bien que mis amiguitos, también de cinco años, no podían transitarla. En eso llegó Mabel, mi vecina de once años, con su hermanito en brazos diciendo que por más que le habían dicho que se quede por la tormenta, él había insistido en venir a saludarme. Fue así que a mis hermanos Teresa y Gerardo se les ocurrió que, como eran más grandes, entre ellos dos y mi vecina podían ir a buscar a los otros nenes de mi edad. Al rato mi casa estaba llena de chicos y al fin pude festejar mi cumpleaños. Claro que mis hermanos y mi vecina al otro día amanecieron engripados.

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Cecilia Gómez Nale

EL DÍA DESPUÉS

Hay cumpleaños inolvidables: porque te regalaron justo lo que esperabas, porque te dieron el gusto con la manera de festejarlo, porque el chico que te gustaba te sacó a bailar (o no te sacó los ojos de encima), porque fue el último en el que estaba alguien a quien no volviste a ver. Vamos a hablar de lo lindo, ¿no? La previa tiene lo suyo: qué te vas a poner; de qué querés la torta; que si las invitaciones en tarjetita sí o no; ¿ya estamos grandes para globos? ¿sólo nenas o mixto? Hay tradiciones que se suceden en los cumples, y no importa si vas a cumplir 27 o 53. Las tradiciones cumpleañeras de mi casa tienen que ver con la comida que se sirve y hay algunas que se han vuelto transgeneracionales (es decir, las preparaba mi madre y también las preparo yo), a saber: - bizcochitos de queso 200-200-200 (manteca, harina y queso rallado por partes iguales, ¡y al horno!) - arrollados de salchichitas hechos con masa de hojaldre, y, ¡oh, lo más supremo de todo! - bomboncitos de Quaker: (mmm...) manteca derretida, Nesquik, huevo crudo y los copos de avena emparentándose entre sí; congelador un rato y a ensuciarse las manos haciendo las bolitas y pasándolas por grana. Ese cumpleaños fue un desmadre. Literal. O de repente todos los muchachitos se sintieron apresados en el departamento, o las chicas debíamos de estar en otra. Creo que fue el de 10 años: "a partir de ahora, todos tus cumples van a ser de dos dígitos", comentó mamá. Cuando todo hubo terminado (qué placer poder usar el tiempo verbal "hubo + participio"...) el saldo fue: varios discos de vinilo rayados, una estatuilla de Limoges y una auténtica tetera japonesa traída de Japón hechas trizas, el respaldo de esterilla de una silla del comedor perforada y creo que también falleció decapitado un malvón del balcón, entre otros destrozos.

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"A partir de ahora, todos tus cumpleaños van a ser de nenas solas", aseguró mamá. Los vándalos, en aquel entonces, eran solo los varones. No recuerdo mucho de ese cumple, pero creo que la pasé bien, pese a todo. Pasado el estrés de esa tarde de sábado fatídica, todos fuimos a dormir muy cansados. Y como todos los domingos, fui la primera en despertarme. Sin hacer ni un ruidito, me fui a pispear si quedaba algo de torta en la heladera para mi desayuno cuando, ante mi total estupor y felicidad, vi que las dos ¡las dos! bandejas de bombones de Quaker estaban ahí, invictas, completas, olvidadas de la tarde anterior cuando la indiada asoló mi rancho, cautivantes y suculentas. ¿Cuántos bomboncitos serían? Sesenta, ochenta, ciento cincuenta... Me llevé primero una y luego la otra. Saboreé sibaritamente todos y cada uno de los bomboncitos. Me chupeteé largamente los dedos. Tiré a la basura todos los pirotines, lavé y guardé las bandejas. Y así no quedaron rastros de mi panzada. Hay cumpleaños en los que lo mejor pasa al día siguiente. Y te lo acordás para siempre.

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Jorge Pailhé

CUMPLEAÑOS

Hoy es mi cumpleaños. El despertador no lo sabe, parece: a las 6:10 me pega el mismo bocinazo del resto del año. Estela duerme, impasible. Nunca tuvo problemas con mi despertador, jamás. Un día más de vida... y un día menos también. ¡No hay forma que me saque de la cabeza esa frase! Creo que es de Jardiel Poncela. Por mí, que sea de él o de la reputísima madre que lo trajo al mundo... Y hoy cumplo otro año... La ducha nunca fue un problema para mí. Al revés, creo que es el momento del día que siento más placer. El agua a la temperatura justa, confirmo que mi cuerpo todavía está firme y sigo siendo flaco, por más que me castigo los fines de semana con asados, picadas, pastas, vinos y cervezas. Tal vez cuando salga del baño Estela me tenga preparada una sorpresa y me espere con el desayuno… ¡andá a saber! … Ya tomé mi café con leche con criollitas más solo que perro malo y estoy llegando a la oficina. La verdad es que me pone un poco molesto porque mis compañeros son de colgar guirnaldas, hacerte poner el bonete de cartón y cantar a gritos el feliz cumpleaños. Y ojo, si no comés al menos dos pedazos de torta Amelia y Susana te persiguen toooooda la mañana. Bueno, a todos nos pasa, a enfrentarlo… … Le digo al mozo que lo de siempre para el almuerzo. Total, si nadie en la oficina me saludó, por qué tendría que pedirle algo especial a él ¿no? Recorro con el tenedor la ensalada de berro y miro cada tanto el celular: nada... … Ya dejé atrás la aburrida oficina y mis aburridos compañeros de trabajo y me siento mejor: ahora viene el momento del bar, la parada obligada antes de llegar a casa, ahí donde siempre en la mesa de la punta están algunos de los muchachos… los amigos de la vida y de toda la vida.

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Estos sí que tienen memoria, tienen la memoria popular, como quién dice… … Después del tercer vaso de cerveza decidí rajarme, cansado de esperar que llegara alguno. ¡Manga de turros! ¡Ni uno para decir las boludeces propias de un cumpleaños, che! ¡Serán hijos de puta! … Estela me saluda como siempre. O me está preparando una sorpresa o también se olvidó. La comida es simple, habitual ¡no hay sorpresa! Por ahí me mira, se queda como detenida y grita “¡Mi amor! ¡Es tu cumpleaños! ¡Feliz cumpleaños!”. Se levanta, me besa. “¡Nadie se acordó en todo el puto día!”, le digo, y ella retruca: “¡Viste, yo te dije que tenías que abrirte un Facebook y no me hiciste caso!”.

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Dicky Schefer

Nunca me dio placer festejar mi cumple. Cuando lo hice fue para darle el gusto a mis hijas. No es algo dramático y es muy sencillo: me da fobia ser el centro de algo y no sé cómo actuar. End of story.

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Horacio Tort

ANIVERSARIO Y CUMPLEAÑOS

En septiembre de 1979 y luego de tres años de maravilloso noviazgo con Flori decidimos casarnos a principios del año entrante. Sabiéndome un colgado con las fechas propuse que sea el 14 de marzo, día previo a mi cumpleaños. “Así no voy a olvidar nunca nuestro aniversario”, le dije. “Además es buena época para la luna de miel en el Caribe”, agregué como para reforzar la argumentación. Será porque no quería tener un disgusto cuando yo pase de aire el aniversario, algo que ella sabía que seguramente pasaría en una fecha cualquiera, o por el atractivo de la casi primavera caribeña, ella estuvo de acuerdo. La fecha resultó apropiada para mis suegros, mis padres estaban fascinados de sacarme de encima en mi 25 cumpleaños, y adorando a Flori como lo hacían, seguro tenían miedo que si le daba largas al tema, ella se iba avivar del paquetito que se estaba llevando. Una vez que estuvimos todos de acuerdo, tocaba el turno de los preparativos. Pero como siempre sucede, algún imponderable surge y ésta no fue la excepción. Una de mis cuñadas quedó embarazada y luego de que mi suegra saliera del trance en que la dejó la noticia, había que organizar una boda express. Flori y yo pasamos a segundo plano, como era lógico y atendible. En diciembre se casaron en una hermosa ceremonia y fiestón a continuación y a partir de entonces recuperamos el protagonismo. Por supuesto, al Flori colaborar en los preparativos de la boda de su hermana aprovechó para presentarme alternativas de invitaciones, preguntarme qué flores me gustaban para adornar la iglesia o para los centros de mesa y otras cosas por el estilo. Como buen inútil que me consideraba para esas decisiones, dejé a criterio de ella el filtrado previo y sólo me limité a elegir, o al menos a dar mi opinión, de las ternas finales. La iglesia elegida resultó ser el Santísimo, la que está sobre San Martín, atrás del edificio Kavanagh y del lugar de la fiesta no había duda alguna. Sería en la casa familiar, en la Avenida Alvear, pegada a la Nunciatura Apostólica, la que hoy es parte del Park Hyatt Hotel y que aun hoy es conocida como el Palacio Duhau. Toda su planta baja estaba destinada a recepciones, con una gran terraza con escaleras a los lados que daban a un hermoso jardín. Un lugar soñado para una fiesta de casamiento y todos en la familia se casaban allí.

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La lista de invitados tampoco fue motivo de problemas. Eran otros tiempos, otra situación del país y por lo que ya se imaginarán a esta altura, no había problemas económicos o financieros en la familia de Flori, que, como se acostumbraba por entonces, era la que corría con los gastos de la fiesta. Se despacharon la friolera de 750 invitaciones y no sé cuantas participaciones, hicimos lista de regalos en 5 o 6 casas de regalos y aun así terminamos devolviendo infinidad de ellos por repetidos. Como dije, otros tiempos, otra situación de país, real o ficticia, pero otra situación al fin. La verdad es que todo esto superaba con creces nuestra mejor expectativa al decidir casarnos. Finalmente el día llegó. Sin dudas uno de los más felices de mi vida. Algunos memoriosos recordarán esa semana, ya que el calor que hizo fue tan insoportable que suspendieron las clases en los colegios. Así que imagínense a quien les escribe, de jacket, prenda calurosa si las hay (no hay jacket de verano, con suerte, media estación), paradito al frente del Santísimo, transpirando como un beduino en baño turco, algo inusual en mí por ser tan delgado, viendo a mi futura esposa caminar hacia mí del brazo de mi suegro y pidiendo por dentro que caminen más rápido. Logré sobrellevar la situación sin desmayarme y la ceremonia fue muy linda. De ahí a dar una vueltas (no hubo fotos en monumentos ni nada de eso) para dar tiempo a la gente de llegar a la fiesta. Más de 650 personas se hicieron presentes en la fiesta, en la cual sólo falló un pollo cuya salsa era un riesgo debido al calor, así que no le sirvieron, pero había tanta comida que nadie lo extrañó. Bailamos el vals en el Salón de la Estrella un ratito antes de las 12 de la noche y a las 12 en punto sonó el cumpleaños feliz celebrando mis 25 años. Amigos me levantaron en andas y esas cosas que suceden en las fiestas. Después de eso ya empezó la música a pleno y la fiesta fue un éxito total. Un recuerdo imborrable en mi memoria. Como anécdota puedo mencionar que se armaron algunas parejas esa noche y que entre los invitados había compañeros míos de los distintos equipos de fútbol que integraba (en esa época jugaba 3 torneos amateurs distintos) y se armó un partido para el día siguiente a la tarde en el Círculo de Aeronáutica entre dos de ellos. Al mediodía recibí un llamado de un amigo preguntándome si no quería jugar un tiempo para cada equipo. Bromeando me decía que sería como partido homenaje por el braguetazo que había dado. Aún estaba en cama con Flori, recuperándome de la fiesta. Apasionado por el fútbol como soy, dudé por un segundo pero desistí. No era forma de empezar nuestro matrimonio. Nunca tuve un mejor cumpleaños que ése y nunca olvidé nuestro aniversario.

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Nuestro matrimonio duró 24 años y 10 meses. Maravillosos casi todos, empeorando al final hasta su desenlace. Tuvimos cuatro espléndidos hijos y agradezco a Dios el haberla conocido y amado tanto. También le agradezco el haberme separado de ella cuando dejamos de amarnos. Cosas de la vida que no empañan los lindísimos recuerdos de esos años juntos.

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Paula Ancery

CUMPLEAÑOS

Se perdió la infancia de sus hijas por el mismo motivo por el que las engendró. Y a su esposa la perdió porque decidió dejar de ser el que había engendrado a las chicas. Pero dejar de serlo le llevó tiempo, y aunque todo era tiempo ganado en comparación con la alternativa, pasó tan implacablemente como el tiempo perdido. Por el camino también ganó: por ejemplo, otro signo zodiacal –aunque en el horóscopo chino, por casualidad, le tocó el mismo animal-; pero, sobre todo, ganó dignidad, ganó amigos y, último aunque no menos importante, ganó salud. Hoy tiene 57 años y todos los días mira su documento para no olvidarlo y para evaluar si está a la altura, porque físicamente se siente mejor que a los 25, pero en cuanto a lo psicológico y lo espiritual, sabe que sería una falla imperdonable no haber madurado después de todo por lo que pasó y todo lo que hizo, y le hicieron. Y ahí se termina la cuestión de su edad biológica, oficial, pública. Sí, cuando es su cumpleaños sus hijas le hacen regalos y una torta; pero el único aniversario que él festeja, el que le importa de verdad y al que no faltan sus compañeros de ruta más queridos, es el del día que tomó su último trago. Lo festeja por gratitud y un poco, también, pour la galerie, para que los recién llegados vean que se puede, de a un día a la vez, como en esos carteles de “hoy no se fía, mañana sí”. Pero mañana vuelve a ser hoy. Algo tan tonto como que todos los días son hoy, así haya penas que ahogar o liberaciones que festejar.

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Horacio Petre

VALE TODO

Yo tenía planeado llegar a las cinco de la tarde, como decía en la tarjetita. Primero iba a haber un partido en el patio del fondo de la casa de Fabián, y después la torta de cumpleaños y claro las papitas, palitos, maníes, sanguchitos y gaseosas... Todo adornado con las guirnaldas y bonetitos de papel que había siempre en los cumples. Me recibió el cumpleañero, muy contento. Ya habían llegado Pablo, Gerardito, Andrés y Nico. Todos peinaditos y con nuestros pantalones cortos y remeras de fútbol, salvo Andresito que tenía una remera celeste con la cara del Pájaro Loco. Yo, de regalo, llevé una careta del Zorro. Con el del cumple y conmigo ya sumábamos cinco para el partido, a ver cuántos más venían así se ponía más divertido... Media hora más tarde, picando los sanguchitos que nos había hecho Nidia, la mamá de Fabi, ya habían llegado cinco o seis más de los del cole, y claro, el primo de Fabi que siempre venía, un año más grande, algo así como “la voz de la experiencia”. En la espera algunos ponían música de los Beatles o Palito Ortega... Otros miraban la foto del cole que había traído Diego y se hacían cargadas por las caras con las que habían salido. Nidia se quejaba del desorden, se la veía cansada, uno pedía Mirinda, otro Neuss... y la mamá de Fabi los miraba con los ojos desorbitados haciendo un gesto de desgano. A las seis arrancamos el partido, después de hacer “pan y queso”. Como casi siempre quedé anteúltimo en la elección de jugadores, pero me importó menos que un comino. Le pedimos a Fernando, el papá de Fabi que dirigiera el juego, pero Nidia dijo que mejor no. El partido venía parejo, ninguno corría demasiado y una alegría socarrona sobrevolaba el juego, alguno hacía la imitación del relato del Gordo Muñoz, hasta que hice un gol. De puro culo... ¡yo que nunca hacía goles! Entonces vino Andrés, que jugaba para los contrarios y me dijo:

−¿Vos? Carlitos... ¿un gol? ¿Estamos todos locos? ¡Esto es pura joda! ¡No vale!

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Se paró el partido, algunos aprovecharon para ir al baño y otro fueron a buscar sus vasitos de coca. Gerardito, al pasar a mi lado me tocó el codo y me dijo por lo bajo:

−Che, Charly... escuchame, todo bien con la joda del cumple, ¿pero no hay algo de alcohol por algún lado? Le contesté que no tenía idea, recobré el aliento y un tanto angustiado exigí una explicación... ¿Desde cuándo los goles de culo no valen? Los demás venían del repentino entretiempo y se reanudó el partido. Nico aprovechó el tema y sacó a relucir el culo de la profesora de música...

−¡Qué orto mi mmmmadre! ¡Un culo pa’ chambones, como decía mi nono! Dejame de joder, sabés la fiesta que le haría ahora si me la llego a cruzar... Pero en medio de los recuerdos de ensueño de las postrimerías de la profesora de música, la pelota empezó a rebotar de un lado al otro en el patio entre nosotros, que éramos ocho y casi ni cabíamos... En eso hubo un córner y al ir a buscar el centro nos desparramamos por el piso, con tan mala suerte que el gordo Marcelo se golpeó y se esguinzó...

−¡La reputísima madre y la recalcada concha de tu abuela chupapijas! −¡¡¡Ehhhh!!! −le dijimos todos a coro... −Bajá un cambio, gordo −le dijo Fabi, señalando con la vista hacia el interior de la casa, preocupado porque escucharan su madre y su padre. −Pero si los jovatos éstos no escuchan un sorongo, Fabi, dejate de joder... −dijo Nico mirando hacia adentro de la casa...

−¡Sorongo la pindonga! ¡Tomá jetón, comete este sorongo! −le retrucó Fabi, y ahí voló la primera piña. El cumpleañero acertó el misilazo en plena jeta de Nico, quien se la devolvió, y encima le dejó para que tenga... aunque a esa altura, la pelea ya era de todos contra todos. A un costado del malvón Diego y Andrés sacaron un espejito y empezaron a peinarse un par de rayas de cocaína, mientras se prendían unos Marlboro. Acto seguido, esquivando las patadas y puñetazos de la trifulca fueron hasta el living, donde los papás de Fabián miraban TN, sacaron el fierro de uno de los bolsos y volvieron al patio.

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Un par de cuetazos al aire bastaron para que todos se congelaran en sus poses y lugares, y quedaran embobados mirando a Diego y Andrés.

−Che, muchachos −dijo Andrés− ya está bien con la joda del cumple de cuando éramos pendejos... Apaguemos las velitas de toque y nos vamos de farra.... Hay un piringudín en 202 y Panamericana que la rompe... Par de whiskys, unas buenas trolas y tenemos cartón lleno. Trascartón traje camerusa −dijo haciendo la mímica de llevarse algo a las fosas nasales. No sé muy bien qué pensar... Obvio que no fui al local ese, aunque debo admitir que el disparo en el patio que paró la pelea evitó que perdiera otro diente a manos del gordo Marcelo. Todos se fueron y yo me quedé a ordenar la casa de Fabi, las dos velitas (el cinco y el seis, cada una con su mechita chamuscada) eran mudos testigos de una escena absurda. Guy Williams, desde arriba del bargueño del living contemplaba también, con su sonrisa eterna. Después de ordenar y limpiar me quedé con los viejos de Fabi, mirando la tele. En Volver pasaban una de Gaby, Fofó y Miliki...

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Andy Pecas

CUMPLEAÑOS

Volví del trabajo. Como todos los días. Dos horas de tren, colectivo, olores perros y medias corridas. Ocho horas y media entre biblioratos sucios y jefes sin instrucción pero con gran capacidad de mando. Tres veces sonó el teléfono en todo el día. Tres veces para mí, obvio. Una, tu hermana. Quería saber si podía cuidar a Tomás el sábado, porque ella tiene que ir a no sé donde con tu mamá. La segunda vez, el tipo del banco, para avisarme que no nos dan el préstamo. La tercera, tu mamá: para recordarme que me llevara a Tomás el sábado. Si llamaste para saludarme o decirme algo, la verdad no me enteré. Tal vez la arpía de recepción no me pasó la llamada. O marcaste equivocado. No importa, al menos estás acá. Llegaste temprano. Podemos ir a… ¿A qué hora? Es martes, cierto… Cena de hombres en la casa de Lucas. Sí, claro que te planché el vaquero. Hoy a la mañana, mientras se calentaba el agua del mate, buscaba mi blusa blanca y te preparaba las tostadas con queso. Después, como te decía, me fui a esperar el colectivo. Parecía más lleno que nunca. Codazos, carterazos… Todos los “azos” que te imagines. Después el tren. Apretujones, tropezones… y toda la consiguiente lista de “ones”. En la puerta del trabajo estaba Santini, el nuevo. Terminaba apurado de comerse un alfajor y al saludarme, me llenó la blusa de migas de Jorgito. Fiché a tiempo, no quería justo hoy, perder el premio. Y mi jornada transcurrió con pena y sin gloria. Quejas de clientes, quejas de la encargada, quejas, quejas, quejas. Cada vez que sonaba el teléfono pensaba que podías ser vos. No. Doscientas quejas, tu hermana, el banco y tu mamá. A la hora del almuerzo, me vino a buscar Aurora. Almorzamos juntas una pizza. No me dejó pagar. Es un sol esta Aurora.

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Sí, acá tenés la remera negra… No, ni idea de dónde dejaste las cartas. Ya sabés que no te reviso las cosas. Sobre todo después de aquella vez, de ese asunto tuyo con Norita. Sabés que elegí no saber. No, no empiezo con el tema. Te cuento, nomás. Y a las cinco, metí la tarjeta en el fichero y me vine. Pensé que tenías algo para decirme, pero se ve que no. ¡Ah, las encontraste! Bueno, como te decía, volví y acá estabas, preparándote para irte… Sin importarte, claro, que hoy es mi cumpleaños, que no quiero estar sola… No, dejá. No quiero que te quedes. Lucas te va a extrañar. Al fin y al cabo, ¿qué importa de mí? ¿Qué importa adónde fue a parar el agua con la que te lavaste la cara esta mañana?

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Eduardo Mizrahi

Y YO PARADO AHÍ, MIENTRAS LLORABA.

1 Estaba en la ruina. Fundido mal, hasta las manos. El día de pago se iba corriendo, una vergüenza. (Se veía venir el despido masivo.) (−Fue bravo el final del menemato.) Un billete de los grandes bailaba en mi billetera desvencijada. Y era mi cumpleaños... y a pesar de todo estaba contento. Nos habían cortado el gas por falta de pago. El tanque no bombeaba agua, porque era verano. Y yo clavado frente a la vidriera de la panadería... soñando con esa torta de crema, merengue, durazno. 2 Me alcanzó para una pastafrola, doce sánguches de miga, unas velas decoradas. (El paquete me lo envolvieron de mala gana pero el moñito estaba lindo.) Como estábamos al pedo me dejaron salir mucho antes del trabajo. Me mandé a pata para ahorrar las monedas del bondi. (−Qué calor que pasé ese día, la puta madre.) En una esquina me gritaron unos pendejos, desde un auto: −¡Caminá más rápido, bola de grasa! Bajé la vista, apuré el paso... las gotas de sudor me las limpiaba con el dorso de la mano. 3 Y cuando llegué, no me esperaba ni el perro. Y quise meter las cosas en la heladera y no estaba. Y quise ver qué temperatura hacía... pero la tele faltaba. Y en la mesa un aviso de juicio por las expensas... y esa nota. Firmada por ella, claro. Y yo parado ahí, mientras el mundo se desmoronaba... intentando leer mientras lloraba.

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Carmen Navajas Rodriguez de Mondelo

CUMPLEAÑOS

Fue aquella noche de luna llena. En verano. Eran muy jóvenes. Ella nunca quiso celebrar su cumpleaños. Le hicieron una celebración sorpresa al cumplir los trece años y se sintió fatal. Su forma de actuar fue arisca y enfadada, nada agradecida. Era una adolescente demasiado tímida y esa timidez propiciaba su carácter inseguro y orgulloso, un tanto sabelotodo. Le encantaba organizar el cumpleaños de sus hermanos y sobre todo el de su primo favorito, en verano, el siete de Agosto. El verano era para ella una época especial, el calor del sol la equilibraba, su ánimo se estabilizaba. Sintonizaba más que nunca con la naturaleza. Era otra persona. Se sentía feliz. Le encantaba hacer excursiones en bicicleta, bañarse en el mar, pasarse horas y horas metida en el agua, nunca sentía frio. Correr al atardecer la llenaba de vitalidad, hacia carreras con sus amigos, siempre ganaba ella, eso la llenaba de satisfacción. Suponía que por eso estaban enamorados de ella todos los chicos de la pandilla. Y llegó aquella noche de luna llena y la adolescente se convirtió en una joven soñadora, divertida y con ganas de empaparse de todo cuanto el verano le ofrecía. Era siete de Agosto, había que organizar el cumpleaños de su primo, diez días más pequeño que ella, siempre juntos, habían compartido cuna en la niñez. Ella acababa de cumplir dieciocho años y sentía una turbulencia emocional, una mezcla entre alegría y ansiedad. Al cumpleaños iban muchos invitados, otras pandillas de verano se habían juntado con la suya, conocería a chicos nuevos y eso la tenía agitada. Las fiestas en verano eran en la playa, al anochecer. Compraban vino tinto, gaseosa de limón y de naranja, frutas troceadas y ramas de canela, sus primos traían los licores de garrafón. Lo llevaban todo en bolsas y era en la playa donde se hacía la mezcla, en un barreño de plástico que alguno traía de casa. Sólo bebían, hablaban, cantaban, y así alcanzaban el punto eufórico, era entonces cuando se tumbaban en la arena entrelazados unos con otros y se contaban chistes y las risas compartidas los acompañaban hasta altas horas de la noche. Y fue aquella noche de luna llena, en verano, cuando dejó su cuerpo abrazar.

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Cristian del Rosario

LA HISTORIA DE VERA

¿Cuál es la consigna? ¿Sobre los cumpleaños?... A ver… a ver… dejame pensar… Ya sé. Te voy a contar sobre Vera. Vera tenía o tiene una cualidad: era una excelente contadora de películas. Sí, de películas. Ella, ya de chica le gustaba mucho ver las que daban por televisión. De más grande, también empezó a ir al cine. Luego, con el alquiler de videos, el cable y al fin, los DVD baratos de los Boli shopping, se hizo una cuasi adicta, así, miraba un número increíble de películas o series por semana, mucho más que el promedio del que los que se hacen llamar cinéfilos, te cuento. Y eso que no trabajaba de crítica o algo de vinculado a los espectáculos o a las películas, al contrario, era administrativa en la maderera del padre. Bah, del esposo de la madre, porque Vera, después se supo −viste cómo son los pueblos que, a la larga, todo se sabe−, era hija de una relación ocasional de la madre, de antes de vivir en Santos Lugares. Pero igual fue criada por su esposo como propia. Bueno, sigo. Pero no era sólo sorprendente la cantidad de películas que veía Vera, sino que lo que más llamaba la atención, era la gracia −ya de chica− que tenía para contar las películas. Sí, sé que es feo que te cuenten las películas, pero ella te la contaba si vos le pedías, nada más. Y ya te digo, de chica, las amigas, cuando se quedaban a dormir en la casa de ella o de alguna de ellas, le pedían que cuente alguna película. Y Vera contaba de una forma, con un lenguaje, a veces coloquial, otro con metáforas, y hasta en el medio te reproducía −casi textual− los diálogos que era tan atrapante al hacerlo, que era como estar viendo la película. Te juro, por mis hijos, que, como ella te relataba la historia y las imagines de esa historia, a la vez, y con una voz tan atrapante, y una cadencia al contarlo y un tono, que te daba un placer, una felicidad. Si yo la escuché varias veces y quedé maravillada. Pero aún había algo mejor, por eso te digo que tenía un don, films que eran un plomo, Vera te lo contaba tan bien, pero tan bien, que su relato era mejor que las

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películas. Había gente que escuchaba a Vera y entusiasmada después veía la película y en el cine, quedaba decepcionada. A medida que se fue haciendo grande siguió trabajando en el negocio del padre y siguió viendo películas y ella −siempre a pedido− siguió contándolas. Ya te digo, mucha gente prefería ir a escucharla a ella, que ir al cine. Esto empezó a causar cierto enojo con el dueño del cine de Santos Lugares, que habían optado por prohibirle la entrada “reservándome el derecho de admisión”. Pero no importaba ya; con los DVD, que le traían amigos para que ella los viera y después se los cuente, no era necesario. Todo empezó a cambiar el día que una monja que le pidió un favor, había una señora grande, ciega de nacimiento, que nunca, nunca en su vida había visto nada, no sólo el cine, ni los colores, ni las formas. Entonces le pidió a Vera si le podría contar, “vos que lo hacés tan bien”, una película. Y Vera, conmovida, fue hasta el hospital y le contó “Cinema Paradiso” −eligió esta película pero no sabe por qué− y mientras le contaba la historia a la abuela, tomada de su mano, ésta, con la vista perdida en la luz de la ventana, se emocionaba, se reía y terminó llorando (como hicimos todos con esa película). Pero las lágrimas seguían y la Abuela, emocionada, pero muy emocionada, aseguraba, con la voz medio tembleque, besándola, que pudo ver la película y la monja también lloraba con ella. Todos sabían que exageraba, pero nadie dudaba del talento de Vera para la narración. Lo cierto es que lo sucedido con la abuela −te dije: viste cómo son los pueblos− se supo enseguida, y a la semana siguiente en la puerta de la casa de Vera, había como treinta personas no videntes: chicos, grandes abuelos, todos con sus familiares que se habían enterado. Y a Vera no le quedó otra que contar una película, no sabía qué hacer. Pero eso fue peor; en las otras semanas, venía más gente, pero ya no ciegos, sino enfermos, paralíticos, gente deprimida o simplemente que se sentía feliz y plena luego de escuchar la películas de Vera. Así un joven en sillas de ruedas aseguraba que después de escuchar “Forrest Gump”, sintió después de muchos años, como que se pasó toda la película corriendo. Chicos Autistas, escuchaban “Toy Story I, II y III” −los tres juntos− como cualquier persona, riendo llorando y asustándose con el resto de los asistentes, ello, ante la sorpresa de sus familiares, para luego volver, cuando terminaba la narración, a su mundo, pero ahora con una sonrisa. La fama de Vera empezó a crecer tanto que a su relato se le asignaron cualidades y elogios similares a los milagros. Y cuando se escuchó la palabra milagro, al Obispo de diócesis de Santo Lugares no le gustó. Y

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cuando la gente decía que iba a escuchar a Vera para curarse, al presidente del Colegio Médico de Santos Lugares le gustó menos. Pero por otro lado, esas palabras, milagro y curación, hicieron que un domingo −día de descanso de Vera−, ante taaaanta gente que quería escuchar sus historias, no quedó otra que salir del pueblo e ir al campo de los Fernández Paz, ése que tiene una lomada grande, ¿lo conocés?. Bueno, ahí se juntaron ese domingo como cuatro mil personas, para mi eran más, pero cuatro mil dijo la policía. Y cuando Vera llegó, todos se sentaron y ella empezó a contar nada menos que “El secreto de sus ojos” y después le pidieron una de terror y ella contó “Drácula” de Coppola. Pero cuando terminó le dijeron que esa era de amor. Entonces contó “Destino Final”. Lo loco es que −todos− la escuchaban lo más bien, sin equipo de audio ni nada y que “Destino Final” les pareció un peliculón, que para mí es un bodrio, ése sí es un milagro. Imaginate todo ese domingo, el cine vacío, la iglesia vacía, la casa de las putas vacía, los hospitales cuasi vacíos. Eso causó alarma en las fuerzas vivas del pueblo: el obispo, el dueño del cine y el presidente del colegio médico (y el comisario −dueño del puterío− que no dijo nada pero también estaba alarmado), y esa semana se fueron a quejar al intendente. Y si bien al Intendente le encantaban las historias de Vera −que la había escuchado más de una vez− sabía que votos son votos y más aún influyentes son influyentes, y estos últimos pesan más que cualquier contadora de películas. El jueves que siguió −y cuando se calculaba que se iba a duplicar la cantidad de asistentes el domingo en la lomada de los Fernández Paz− Vera fue detenida en su casa, acusada de cargos tan extravagantes y raros como organización de espectáculos públicos sin autorización, ejercicio ilegal de la medicina y robo de propiedad intelectual. Vera no opuso resistencia y se dejó llevar. La pusieron en la comisaría esa noche, la idea era que se asuste y deje de contar. A la mañana siguiente la encontraron, muerta, colgada de su cinturón que le apretaba la garganta, ya que los oficiales que le detuvieron −y es más: la conocían de chiquita− pensaron que no era necesario tomar con ella los recaudos de otros delincuentes. Y si ya eso era un lío que no sabían cómo manejar, ni te digo lo que fue el lunes, cuando fueron a la morgue para hacerle la autopsia (desde el viernes al mediodía en los pueblos ya no trabaja nadie) y no encontraron el cadáver. La investigación se cerró como muerte por presunción de fallecimiento, porque nunca pudieron comprobar que Vera murió, ni siquiera apareció el cadáver para declararlo oficialmente cadáver.

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Algunos dicen que −como en las películas− se hizo la muerta para escaparse y que la vieron en otra provincia, trabajando de administrativa en otra maderera, yendo al cine, que era lo que más le gustaba. Otros, que se fue a lo de su padre verdadero y está con él. Pero lo cierto es que nunca se supo bien qué pasó. Ah… ¿qué tiene que ver con la consigna de cumpleaños? Que hoy Vera cumplía años... Sí, nació un 24 de diciembre no me acuerdo bien de qué año. ¿Qué tiene de raro?

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Claudia Castañeda

UN OLVIDO

Habían pasado unas dos semanas de su fiesta de egresada de quinto. Esa fiesta no fue tan fiesta por las circunstancias que la rodeaban. Media adolescencia entre una madre con depresión y un padre que amaba tanto a su familia, que era incapaz de abandonar el barco por más mareas y vientos en contra que hubiese. Siempre hay alguien que te hace acordar. Que te saca del medio de los emergentes y te recuerda que también existís. Así le pasó a ella. Desganada, duchándose con agua fría para deshinchar esos ojos llorosos, caminó las treinta y cinco cuadras que separaban su casa de algo nuevo, un desafío: la universidad. Esperó horas sentada en el piso de un pasillo para que le entreguen un formulario de inscripción. Mientras esperaba, le daba cierta envidia ver a mamás que acompañaban a sus hijas y a sus hijos. (Los pibes creo que la miraban con envidia a ella… era medio quemo ir a la universidad a inscribirse con mamá). De repente, ella miraba esa ficha de inscripción sin, ni siquiera, saber qué mierda hacía en ese lugar tan temprano. “Formalidades que llenar ¡Un plomo!”, pensó. Nombre completo, apellido, fecha de nacimiento… fecha de inscripción. Justo ahí, en ese momento, había un flaco tan solo como ella. Lo miró y le preguntó la fecha. El pibe, sin dar demasiada bola, le respondió: “Doce de diciembre”. Ella anotó automáticamente en ese papel impreso. Lo volvió a mirar, la fecha le sonaba familiar. Otra vez se le nublaron esos ojos enormes. Fue un impulso: tomó la mano del flaco que tenía al lado y, entre sollozos, le dijo: “¿Sabés algo?... Es mi cumpleaños. Cumplo dieciocho”.

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Sanchu De Raedemaeker

CUMPLEAÑOS

Paz tenía quince años y esperaba los sábados por la tarde para molestar a su padre en un pedido de −¿Me llevás al Cotolengo? Su padre a regañadientes la trasladaba sin esmero, pero a él le convenía que su hija no tuviera los intereses comunes de una niña de esa edad. A ella le aceleraba el corazón Gianny, el italiano loco del colegio, que la vio corriendo una tarde de primavera, y abriéndole los brazos en cruz le dijo −¡¡¡Te encontréééééé!!! Siguió corriendo con el pelo suelto esquivándolo y con las mejillas que le ardían entre el sudor de la gimnasia y la vergüenza. Su timidez era algo rara, dado que el mundo estudiantil le gustaba y se sentía cómoda, pero con el grupo de los discriminados, ya sea por sus malas notas, su comportamiento indeseable… con ellos sí la pasaba bien. Los sábados se escapaba al Cotolengo Don Orione a visitar los locos bajitos, a quienes a cambio de que no se auto dañaran, les regalaba caramelos y jugaba, en un patio horrible con viento sucio de polvo. Nunca olvidará un niño que trataba de arrancarse las uñas de los pies con su boca; es más, ella se sentaba al lado imitándolo en la pose, pero no lo lograba. El día de la primavera había sido nominada para la elección de la reina. Encontró un vestido blanco de bambula, y como siempre, despeinada, asistió al colegio en un "yo puedo, yo puedo". Divisaba en su mente una feria de verduras y frutas, pero les debía a sus compañeros de clase, el honor de representarlos. La música de los Bee Gees, John Travolta, Gloria Gaynor etc... era la que la ponía en órbita. La música le daba la mano, como un bastón de protección.

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Eligieron la mujer más bella, era sumamente escultural para sus quince, altísima y con todo lo que corresponde en grandes dosis, pero la flacuchenta de Paz, no se sentía mal porque sus compañeros le apoyaban en su confianza. Ella no se sentía mal, ni siquiera cuando se enteró que el ricachón del colegio había comprado la mayoría de los votos a la reina, que era su novia. Ella no se sentía mal porque el tano loco, la sacó a bailar y le dijo que para él, ella era su reina. Esa primavera fue cuando ella sintió el primer beso, en la puerta de su casa un 22 de Noviembre, mintiendo que ese día cumplía los 16. Pasaron dos meses cuando ella sí se sintió mal al enterarse que el tano loco salía con la reina escultural. Entonces, en el colegio empezó a armarse un River-Boca, mas ella era de River, en fin. Lo fue superando de a poco y, como siempre y sin querer, con un viaje. Sonó el timbre de su casa.

−¡Ella no quiere verte! −le dijo su madre. −¿Por qué no la dejas tranquila? Ya demasiado alboroto se armó en el colegio, ¿quieres seguir acá? Él le dejó un regalo, unas botas de gamuza tipo Sioux, que Paz siempre miraba en la vidriera del barrio.

−Dejá, mamá, yo lo atiendo. No te preocupes. −Graciasss, me las llevaré a Catamarca, y a la vuelta hablamos ¿vale? Él se quedo sorprendido por su actitud materialista. Pasó el tiempo, y sin volver a atender el teléfono. Sentía que el perdón era demasiada carga. Optó por el silencio que muchas veces le salvaba. Se enteró al regreso de su viaje que él había enfermado. Le pidió a su padre esta vez que no la llevara al Cotolengo, que la llevara a la casa de Gianny.

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Él estaba en la cama de sus padres ardiendo de fiebre, somatizando el hecho de ser abandonado por primera vez. Paz le dio un beso en la frente, lo arropó, le dejó unos dulces y le dijo casi como en verso:

−Tano... si me querés, no te hagas daño. −Ahora sí, papá, llevame al Cotolengo, a ver a mis locos bajitos, que esperan por mis caramelos.

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Daniel Dionisi

CUMPLEAÑOS

8 de octubre de 1967. Los trepadores de siempre le enviaron sus saludos como si nada hubiese pasado. Los adulones cercanos le tocaron el timbre para cumplir con el protocolo. Los dos miserables convivientes llenaron la casona de flores como cada uno de los últimos cuatro años. Los perritos ladraron juguetones. No les devolvió ni una sonrisa, ni un guiño, ni la más despojada de las muecas. Fría, gris, desierta, la tarde del otoño madrileño destilaba una tristeza ocre. En Puerta de Hierro los árboles vacíos llenaban las calles de ese color. Al anochecer, con su ordinaria costumbre de ignorar las emociones ajenas, el secretario indeseable se apareció con la torta más grande y aparatosa. La más cara de La Duquesita. 72 velas. "Hoy no hay nada que festejar" lo cortó en seco, clavándole la mirada más punzante y helada. Pegó un portazo. Se encerró en su escritorio. Y escribió, "Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizá el mejor”.3

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Una aclaración. la frase final es verdadera. Está en una carta que Perón difundió unos días después de la muerte del Che.

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María Gabriela Failletaz

CUMPLEAÑOS

Coronan temblorosos pétalos de fuego las tiesas velas. Yo las veo jugar a la ronda con las frutillas en un manto de narcisos de crema. Se dibujan sombras chinescas sobre los empapelados. Y ya se aproximan los tres deseos a fantasear algún futuro dulce y feliz. La penumbra los abraza a todos y en su color el canto es un arrullo. No importa que desentone Alfonso o chillen estrepitosos los agudos de tía Paula. Hay que sincronizar la última sílaba con el soplo enérgico.

−¡Pero no me dejan pensar los deseos si cantan tan fuerte y me atosigan! Hay palmoteos, hay caricias en el pelo. Todos te miran con ojos risueños. Con la foto viene un destello. Y te encandila. Cuando se enciende la luz llegan los besos y a veces queda varado en el alma un abrazo que sólo se entrega en ese día. El mantel bordado en margaritas sostiene las copas transparentes. Ahora van a brindar todos los que te quieren.

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Federico Cahn Costa

2004: Cumpleaños número ochenta y cinco del Tío Raúl. Hay música suave, tortas, bebidas gaseosas para todos y a la hora del brindis: ¡MARIACHIS! ¡¡¡Que los cumplas felizzzz!!! Qué viejito que está Raúl, en cualquier momento nos da un susto.

2005: Cumpleaños número ochenta y seis del Tío Raúl. Hay música suave, tortas, bebidas gaseosas para todos y a la hora del brindis el recuerdo de Analía, que murió hace unos meses. Pobre, con 72 años se la veía bien y de golpe, ¡páfate! ¡¡¡Que los cumplas felizzzz!!! Qué viejito que está Raúl, en cualquier momento nos da un susto.

2006: Cumpleaños número ochenta siete del Tío Raúl. Hay música suave, tortas, bebidas gaseosas para todos y a la hora del brindis Alberto cuenta que Ricardo no vino porque se sentía mal. Bueno, no debe ser nada grave. ¡¡¡Que los cumplas felizzzz!!! Qué viejito que está Raúl, en cualquier momento nos da un susto.

2007: Cumpleaños número ochenta y ocho del Tío Raúl. Hay música suave, tortas, bebidas gaseosas para todos y a la hora del brindis nos venimos a enterar de que a Ricardo le queda poco tiempo de vida. Lo que no parecía serio resulta que terminó siendo muy malo… ¡¡¡Que los cumplas felizzzz!!! Qué viejito que está Raúl, en cualquier momento nos da un susto.

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2008: Cumpleaños número ochenta y nueve del Tío Raúl. Hay música suave, tortas, bebidas gaseosas para todos y a la hora del brindis el recuerdo de Ricardo sobrevuela el ambiente. Tenía sus años, pero no era taaan viejo. ¡Qué enfermedad de mierda! ¡¡¡Que los cumplas felizzzz!!! Qué viejito que está Raúl, en cualquier momento nos da un susto.

2009: Cumpleaños número noventa del Tío Raúl. Hay música suave, tortas, bebidas gaseosas para todos y a la hora del brindis: −¿No hay mariachis, che? Mirá que son 90, un número redondo.

−No, para qué, si con lo sordo que está no escucha ni las trompetas. ¡¡¡Que los cumplas felizzzz!!! Qué viejito que está Raúl, en cualquier momento nos da un susto.

2010: Cumpleaños número noventa y uno del Tío Raúl. Hay música suave, tortas, bebidas gaseosas para todos y a la hora del brindis pregunté por la tía Graciela. Raro que no hubiera venido. “¿Qué, no te enteraste? ¡Se electrocutó con el lavarropas y el disyuntor falló! Que mala leche, eso pasa por no accionar el botón de prueba nunca.” ¡¡¡Que los cumplas felizzzz!!! Qué viejito que está Raúl, en cualquier momento nos da un susto.

2011: Cumpleaños número noventa y dos del Tío Raúl. Hay música suave, tortas, bebidas gaseosas para todos y a la hora del brindis Andrea lloraba en un rincón. Claro, con lo que le pasó a Carlitos. Estaba bien y de golpe se cayó muerto en la calle paseando al perro. Y eso que no fumaba e iba al gimnasio. Nunca se sabe… ¡¡¡Que los cumplas felizzzz!!! Qué viejito que está Raúl, en cualquier momento nos da un susto.

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2012: Cumpleaños número noventa y tres del Tío Raúl. Hay música suave, tortas, bebidas gaseosas para todos y a la hora del brindis faltaban los amigos del colegio del homenajeado. Ah, Raúl es el único que queda, claro. Pobre, se debe sentir solo. ¡¡¡Que los cumplas felizzzz!!! Qué viejito que está Raúl, en cualquier momento nos da un susto.

2013: Cumpleaños número noventa y cuatro del Tío Raúl. Hay música suave, tortas, bebidas gaseosas para todos y a la hora del brindis faltaba Clarita, la nieta, la segunda de la más chica del primer matrimonio de Raúl. Ah, que estaba en la maternidad teniendo al segundo crío. “−¿Cuántos bisnietos tiene el tío? ¡¡¡VEINTICUATRO!!! ¡¡¡A la pelota!!!” ¡¡¡Que los cumplas felizzzz!!! Qué viejito que está Raúl, en cualquier momento nos da un susto.

2014: Faltan unos días para el cumpleaños noventa y cinco del tío Raúl, me recuerda mi señora y me pregunta:

−¿Qué le regalamos? −Qué sé yo, le digo, pero no compres nada hasta el día de la fiesta. Este viejo en cualquier momento estira la pata.

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Viviana Goldman

HOY ES MI CUMPLEAÑOS

Aunque uno no quiera, por lo general, el día de su cumpleaños es un momento de hacer un stop y mirar alrededor. Hoy me desperté y me cantaron una canción, me regalaron flores y me abrazaron. Ya está. Pero hay más, me llamaron por teléfono, me mandaron mensajes de texto y hasta me enviaron publicaciones por Facebook. Si el día del cumpleaños uno recibe todo eso, ya está. Estoy tan agradecida. Y quiero decirles a ustedes, los lipeños, a los que me conocen y a los que no, a los que ya lo saben y a los que no, que este espacio ha sido muy importante para mí. Por eso, al hacer el stop y mirar alrededor, también los veo a ustedes, con sus comentarios y sus participaciones; en los encuentros, y también en los sueños. Un abrazo a todos y a cada uno.

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Diego Albé

LA MEMORIA DE FÉLIX

El frío de la acera aguijoneaba sus riñones desde hacía horas. Hacía años en verdad que las aceras lo recibían con su dura y sucia austeridad. El tiempo se desangraba en ese lugar desde donde tenía otra perspectiva de la ciudad bulliciosa. Pies, muchos pies chasqueando, salpicando, molestando. Humedades, chicles brillosos, papeles embarrados con el barro de otros papeles y de otros barros. Llegó a ver las burbujas de la lluvia copiosa como otros mundos desde donde lo llamaba su madre; llegó a olvidarse de la escritura y por ende de la lectura. Eso hacía que los carteles fuesen para él dibujos extraños hechos por seres gigantescos. Cuando su cintura se reventaba de dolor y las piernas se mordían entre ellas, emprendía el durísimo e infernal camino a erguirse para hurgar las basuras. Como cada día se conformaba con menos, a veces bastaba lamer los cartones de algún cesto cercano a la cadena de hamburguesas. Los semáforos lo invitaban a morir, pero él seguía escuchando a Gershwin o lo poco que de él recordaba y que sonaba muy adentro, allí donde guardaba la sonrisa de sus hijos muertos y su esposa suicida. Y volvía a recostarse ya entrada la noche, para mirar nuevamente desde el suelo el baile de las ratas, los vómitos de cerveza y las frenadas de los rezagados. Su memoria había destrozado su nombre como si fuera un papel de alfajor y su lengua hinchada de lamer lo que no se lame lo privaba de hablar. Igual no tenía mucho para decir. A las 12 de la noche según marcaba el reloj de la avenida, unos pies distintos a todos los pies que había visto se detuvieron ante él. Sin fuerzas para levantar la cabeza, delante de los pies aparecieron dos manos y una caja que olía a comida e irradiaba calor. Sintió cómo los ojos se le llenaban de agua tibia, pero no pudo incorporarse sino hasta luego de un largo rato. Comió aún entre lágrimas buscando esos pies y esas manos sin nombre pero ya se habían ido. Félix cumplía años justo después de las 12. Él no lo sabía y quien le había acercado la comida tampoco. Pero en su silencio de miserias, viviendo su muerte antes de tiempo y sin saberlo, festejó su cumpleaños número 56.

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Diana Levinton

Los días se transformaron en semanas y ninguna respuesta... ¿Qué le regalo? ¿Qué puedo darle que le cuente que lo quiero, que no importa si por momentos no me gusta, que sé que me dio todo lo que podía y tenía, que lo que me faltó fue porque simplemente no estaba...? ¿Qué puedo regalarle que dibuje en su cara una sonrisa, que haga que sus ojos se llenen de lágrimas, que lo conmueva, lo sacuda, lo estremezca? Recuerdos olvidados, los que están ahí guardados y no se nombran, los que alguna vez fueron su presente y quedaron sepultados por otra cotidianeidad. Recién operada, con una cicatriz que me recorría, que me marcaba para siempre −la primera visible− moviéndome con cuidado para que el dolor, que día a día iba cediendo, no fuera un obstáculo, me senté en mi escritorio con la guía telefónica y el llanto presto a asomarse, porque también me estaba regalando a mí misma lo que ya no era, lo que alguna vez había sido, lo que necesitaba recuperar para llenar los agujeros negros que habitaban mi propio universo. Fue el primer llamado telefónico que hice, tal vez porque sabía que ya no podía recordar su rostro y no había manera alguna de que él pudiera reconocer el mío. Una voz de hombre respondió secamente cuando le pregunté "¿Es Ud.el Dr....?" Dijo que sí y guardó silencio. Sentí la boca seca, vacía de saliva y palabras y sólo atiné decirle "Le habla la hija del Dr. Levinton". Hubo una pausa que me pareció eterna y una voz que exudaba ternura dijo "Dianita..." Era la primera vez desde casi siempre que alguien me llamaba así y en ese momento supe que en realidad no le estaba regalando algo a él sino a mí. Nos estaba regalando nuestro pasado, la historia interrumpida, la familia que alguna vez fuimos antes de su viudez y nuestra orfandad. Luego vinieron otros y otros y otros más: amigos que alguna vez habían sido, los vecinos de la casa de al lado, compañeros de trabajo, primos con quienes se había compartido la niñez y alguna fiesta familiar de adultos. Cada llamado me dejaba exhausta, cada reencuentro un alud de preguntas y respuestas. También de silencios que sepultaban lo que no podía ponerse en palabras... ¿Qué hubiera pasado si...? Mi hermana viajó desde Madrid sin que nadie supiera que iba a ser parte de la celebración y antes de meterse en la enorme caja de cartón con un no menos enorme moño, preparó conmigo los souvenirs de

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cumpleaños para darle a cada uno de los invitados: una maceta con una planta, forrada en papel crepe verde, con una cinta y una tarjeta que decía: "Gracias por ayudarnos a celebrar los 75 años de Moris". La cita era a la 1 en nuestra casa del country. Habiamos contratado un micro de larga distancia para que trajera a los invitados. Las mesas en el parque de la casa ya estaban preparadas y el asador no se cansaba de decir que le parecía que era demasiada comida... Ese día nada era demasiado. Él sabía que le habíamos preparado un almuerzo de cumpleaños, pero no quiénes eran los invitados. Mi regalo era ése: los invitados. A medida que iban bajando se iba armando lo que en mi mirada era una "cola de regalos" y se sucedían los abrazos, las sonrisas y las carcajadas. El último de la fila era el primero al que había llamado. No se habían visto por más de 40 años. Papá lo miraba, incómodo por no reconocer a ese hombre que parado frente a él lo miraba sonriente. Con gran esfuerzo logré decir "Buenas tardes, Celia..." El rostro de mi padre se transfiguró y cuando ambos se abrazaron las lágrimas de cada uno se mezclaron con la del otro. Habían hecho juntos toda la carrera de medicina. Todas las tardes, cuando su compañero llegaba, la empleada le abría la puerta y el diálogo era:

−Buenas tardes, Celia. −Buenas tardes, niño Monti. −¿Está el niño Moris? −Lo está esperando en el escritorio. −Hasta luego, Celia. −Hasta luego, niño Monti. Celia trabajó en la casa de mis abuelos durante casi 50 años. En su mirada, papá se graduó de "Niño" a "Doctor" (después de todo era médico), no así sus hermanos abogados que siguieron siendo "Niños" aunque ya eran abuelos. Cuando llegó el momento de sentarse a la mesa, le dije a mi padre que quería darle mi regalo especial y trajimos la enorme caja en una chaise longue que ofició de carretilla. El video muestra el momento en que papá levantó la tapa de la caja... y se cubrió la cara con las manos mientras mi hermana se incorporaba para abrazarlo. Atesoro esa

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imagen como una de las más conmovedoras que me ha tocado ver. Mi padre y mi hermana... Empanadas, canapés, asado, ensaladas, tortas y masas después, llegó el mago con su mono para entretener a los "chicos". El sonido de las carcajadas de los setentones era la mejor música que podía haber imaginado para regalarle a mi padre. Terminado el show, calculé el tiempo necesario para que tomaran algo y fueran al baño y parándome al lado de Doña Rosita −la vecina de al lado cuya casa es el escenario de la mayor parte de mis recuerdos de infancia− dije, haciendo un enorme esfuerzo para mantenerme seria: "Taza taza, cada uno se va a su casa". Eso era lo que ella decía cuando la invasión de vecinos que se agregaban a los hijos propios lograba que su paciencia llegara a su límite. Siempre, sí, siempre, se acercaba a mí y me decía: "Vos podés quedarte si querés". Escribo esto con los ojos llenos de lágrimas. Doña Rosita... Quise que se fueran antes que tuvieran tiempo para darse cuenta de las ausencias, antes que la nostalgia empañara las risas, antes que notaran los espacios dejados por los que ya no estaban. Mi padre. Pedazo de crepúsculo arrodillado que me dio en cuatro letras el ser hija y la brutal certeza de que en la fértil esterilidad de las piedras crece el musgo. Mi padre, búsqueda de sí mismo en los siglos que antecedieron la visa de mi pasaporte vital y el ensueño simbólico en el encuentro con otra criatura en que se completó. Mi padre y yo corriendo por sus venas hasta que quiso objetivar y me creó para verse.

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Luis Alfonso Martín Delgado

UN CUMPLEAÑOS INOLVIDABLE / AN UNFORGETTABLE BIRTHDAY

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Recuerdo el día que el marido de mi prima nos telefoneó para invitarnos a tomar unas copas en un local para celebrar su 40 cumpleaños. Se trataba de un día especial, ya que había invitado a toda su familia, a la de mi prima, incluidos sus numerosos primos y primas, entre las que me cuento, y a todos los amigos que había ido conociendo a lo largo de su vida, desde sus primeros años de colegio hasta los últimos compañeros del trabajo. Así que no tuve ninguna duda y le confirmé que iría con mi marido, aprovechando que entre ambos también existía muy buena amistad. Yo había conocido al marido de mi prima antes que ella, ya que nos presentó una amiga común un verano, en el pueblo en el que nuestras familias pasaban las vacaciones. Él era el que animaba las fiestas y reuniones de la pandilla. Era muy divertido, tocaba la guitarra y cantaba un montón de canciones. A nosotras también nos gustaba mucho cantar y nos lo pasábamos muy bien con él. Teníamos entonces 17 años y la vida era maravillosa. Como ambos vivíamos en la misma ciudad, nos vimos muchas veces durante el invierno y al verano siguiente volvimos a encontrarnos en el pueblo. Entonces fue cuando le presenté a mi prima, que vivía en otra ciudad, aunque también veraneaba en el mismo pueblo. Me gusta pensar que algo hice bien, porque al día de hoy aún siguen juntos desde entonces. Pero volvamos al cumpleaños. Una de las cosas que más me animó a ir fue el hecho de reunirnos con otros familiares y amigos que la vida había ido distanciando, ya que muchos habíamos tenido que cambiar de ciudad y ya no nos veíamos con la frecuencia de antes. Y debió ser que muchos tuvimos el mismo pensamiento, ya que acudimos casi todos los invitados, a pesar de que esto significaba hacer un montón de kilómetros de ida y vuelta, en nuestro caso 300 cada viaje. Pero creo que mereció la pena. 4

Relato a cuatro manos. Basado en un texto breve redactado como ejercicio en un curso de inglés. Alguna frase está traducida literalmente del original en inglés.

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Fue muy bonito y divertido encontrarnos todos juntos y lo estábamos pasando muy bien cuando el anfitrión nos dio una sorpresa a todos: en un rincón del local había montado un equipo de sonido y lo preparó para que cantáramos las canciones de nuestra juventud. Pero mientras iba presentando esa parte de la fiesta, le devolvimos la sorpresa, ya que le hicimos entrega de un regalo que le habíamos comprado entre todos: una guitarra nueva. Ahí se quedó sin palabras y ya no tuvo más remedio que cantar para nosotros. Pero no lo hizo él solo, sino que fue invitando a todos los que quisieran cantar con él esas viejas canciones. Fue muy emocionante, porque subieron al estrado algunos de sus hermanos mayores y otros amigos y amigas a los que nunca habíamos oído cantar. Y todo sin preparar. Pero lo más emocionante fue cuando me invitó a cantar con él mi canción favorita: “You’ve got a friend”. Nunca me había visto en la situación de cantar delante de ningún tipo de público y me puse nerviosísima, pero se me pasó en cuanto comenzamos a cantar a dúo. No sé si nos salió bien o mal, pero sé que puse en la canción toda mi alma y al final todo el mundo aplaudió mucho. Para mí fue un momento inolvidable por la gran carga emocional que se respiraba en el ambiente. Ver a tanta gente reunida para celebrar con una persona su cumpleaños a pesar del paso del tiempo, me pareció algo muy importante. Ahora que sé que cada año vivido es un triunfo, pienso que todos deberíamos celebrar nuestros cumpleaños con todas las personas que queremos. Por mi parte yo lo intento siempre que puedo, segura de que es la mejor manera de que pueda surgir otro día inolvidable. AMRdM

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Jorge Pailhé

CUMPLEAÑOS: CURIOSIDADES

No sé si a ustedes les pasa lo mismo, pero yo tengo alrededor gente muy querida cuyas fechas de cumpleaños reconocen ciertas particularidades. Mi mamá y mi papá nacieron el mismo día (20 de octubre) aunque con seis años de diferencia. O sea: el 20 de octubre (que incluso más de una vez coincidió con el Día de la Madre) en casa había festejos más o menos importantes, de acuerdo con la economía familiar. Cuando un hermano mío se casó, llegó el 20 de octubre y avisó: "nosotros (por él y su esposa) venimos un rato pero después nos vamos para lo de Antonio” (su suegro). ¿Qué ocurría? Que el suegro también cumplía el mismo día, y su suegra ¡un día antes! Un buen día, una de mis hijas se puso de novia. Pero cuando fue su cumpleaños, el novio vino un rato y después se fue a su casa, porque el mismo día -3 de febrero- cumple su hermano. Y las coincidencias con la familia de este chico son aún más: él cumple años el 17 de julio, un día después que mi hijo, y su hermana más chica cumple el 17 de junio, un día antes que mi otra hija... Y no puedo evitar otra cita de fechas que me toca muy de cerca, aunque en este caso no se trata de cumpleaños: mi viejo y mi suegro murieron el mismo día (14 de junio), también con unos 20 años de diferencia.

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María Guerra Alves

MEDIO SIGLO

Faltaban solo tres días para que cumpliera su mitad de siglo. No sonaba muy bien. ¡Cincuenta años! ¡Cuántas cosas vividas! ¡Cuántos cambios! No tuvo tiempo para sentir la crisis de los cuarenta. Demasiadas preocupaciones como para pensar en eso. Había problemas serios por resolver. Fueron diez años intensos, desde entonces. Si bien el primer motivo para festejar era el hecho de estar viva, había muchos otros. Lo más importante, sus logros personales y profesionales; el hecho de haberse animado al cambio; la decisión de empezar a ser feliz. Mientras amasaba en su cocina, junto a sus tres gatos que la miraban pidiendo comida, calculaba cuántas personas irían a saludarla. La cifra era incierta, como siempre. Prepararía de más, pero no le importaba. Podría guardar en el enorme freezer que había comprado la semana anterior. Lo que ella no sabía era que sus fans habían organizando otra fiesta, para el día siguiente, es decir, para el domingo. La habían invitado a una reunión de egresados, ficticia. Y le pagaron por adelantado. No tenía por qué sospechar. Había comenzado su carrera a los cuarenta y ocho años. En otro momento le hubiera parecido demasiado tarde. Su mentalidad había cambiado. Su vida dio un giro inesperado. Cuando llegó el sábado, tenía todo preparado para recibir invitados desde la tarde hasta la madrugada. Decenas de amigos y familiares fueron a saludarla. Fueron unas doce horas de festejo. El domingo durmió toda la mañana. Debía recuperarse para la fiesta en la que debía cantar. Luego del almuerzo se sentía repuesta y feliz. La habían citado a las 21 hrs. Cuando llegó al lugar, minutos antes de lo pactado, no entendía por qué tantos carteles de Feliz cumpleaños. No se había dado cuenta que estaban dirigidos a ella. Emocionadísima, dio un excelente espectáculo. Fue el mejor cumpleaños de su vida. Festejo por partida doble. Bromeó diciendo que había celebrado un siglo completo.

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Daniel Goldenberg

Luego de que toda su familia se desvaneciera mágicamente en el humo de las velitas, la niña suspiró y se sentó, con los ojos cerrados y sonriente, a pensar en los otros dos deseos de cumpleaños que aún le quedaban por pedir.

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EDICIONES LIPE DOMINGO 2 DE NOVIEMBRE DE 2014


LIPE


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