Europa y la expansion del mundo

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Europa que estaban en contacto con pueblos musulmanes. En aquellos países la cruzada latía en la sangre de la mayor parte de los hombres de noble cuna y de impulsos aventureros. En ninguna parte fue esto más cierto que en Portugal, país pequeño y pobre que debió su existencia nacional a una larga cruzada, y en España, donde la cruzada aún continuaba. El fracaso de la cruzada mayor en el Cercano Oriente dio lugar a intentos enderezados a encontrar medios con que atacar al poder musulmán en otras partes. Si no por tierra, por mar; si los infieles eran invulnerables al ataque frontal, podían s er flanqueados o atacados por retaguardia, y si la fuerza de los cruzados europeos era insuficiente, cabía buscar alianzas con otros príncipes cristianos. Eran corrientes las historias de poderosos aunque olvidados reinos cristianos, quizá en el este de África, quizá en alguna parte de Asia. Si, además, era posible establecer comunicaciones con el este, por alguna ruta fuera del control turco, entonces el comercio oriental, que daba a los turcos mucha de su riqueza, podría ser derivado hacia canales cristianos. La guerra y el comercio marcharon juntos en las últimas cruzadas. Portugal tenía una gran costa, una población considerable de pescadores y marinos, y una clase comercial poderosa muy emancipada de la injerencia feudal. Los portugueses podían y deseaban pasar de un comercio atlántico de vinos, pescados y sal a operaciones de mayor riesgo, más amplias y lucrativas, con esclavos, oro y especias. El primero y claro objeto de la expansión militar y comercial portuguesa fue el noroeste de África, donde vi vía una colectividad musulmana grande y poderosa a muy corta distancia. Las operaciones se iniciaron con un ataque por mar a la ciudad y fortaleza de Ceuta en 1415. La expedición a Ceuta fue una verdadera cruzada, aunque con un objeto limitado y temporal. Fue organizada por el rey Juan I, en parte para asestar un golpe a los moros saqueando uno de sus principales puertos —la llave del Mediterráneo, como dijo Azurara—, en parte para dar a sus hijos, candidatos a la caballería, la oportunidad de ganar sus espuelas en una batalla verdadera mejor que en la pelea artificial de los torneos. La operación constituyó un brillante triunfo y la caída de Ceuta tuvo gran resonancia en Europa. Su importancia radica no sólo en el hecho de la conquista, sino también en la osada decisión de retener la plaza con una guarnición portuguesa en lugar de arrasarla completamente. Un Estado europeo emprendía, como Estado, la defensa y la administración de una posesión ultramarina en territorio árabe. Ceuta ofrecía muchas posibilidades: una base para el avance en Marruecos, o para el ataque a Gibraltar, el otro gran baluarte moro en el Mediterráneo occidental; el incentivo —y probablemente en alguna medida la información— necesario para iniciar la sistemática exploración y el comercio africanos. Con la toma de Ceuta, el movimiento cruzado pasaba de la fase medieval a la moderna; de una guerra contra el Islam en la cuenca del Mediterráneo a una lucha general para llevar la fe cristiana y el comercio y las armas europeas alrededor del mundo. La figura más sobresaliente en las primeras etapas de la expansión ultramarina portuguesa —y también de Europa— fue el príncipe Enrique de Portugal, apodado el Navegante por los historiadores ingleses. El príncipe Enrique se distinguió mucho en Ceuta, no sólo en la conquista, el año 1415, sino también tres años después cuando socorrió a la guarnición portuguesa puesta en aprieto por un contraataque moro. Estuvo íntimamente relacionado con la cruzada en sus dos formas: la antigua, la forma más restringida de una guerra mediterránea contra los moros o los turcos, y la más nueva forma de una estrategia mundial para el cerco del Islam, una estrategia de la que fue sólo un primer paso la exploración de la costa occidental africana y las islas atlánticas. Hoy es principalmente


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