Algunos filósofos, como Nicolás de Cusa, o el mismo Spinoza, estaban preocupadas de que no sólo las personas se amaran entre sí, sino también de que los pueblos se respetaran unos a otros. Quizá si los sacerdotes españoles y los sabios mayas, los rabinos judíos y los derviches persas, los filósofos estadounidenses y los sabios japoneses se sentaran a conversar, a compartir una rica comida y a disfrutar juntos del atardecer, pensarían más en las cosas que los unen, que en el color de su piel y en aquellas cosas que los separan y hacen que se peleen. En Europa se desarrolló la filosofía, pero eso no quiere decir que los sabios y los pensadores de otros pueblos y otras culturas no vieran el cielo estrellado, el profundo mar y respiraran el aire fresco de la mañana; ni que no sintieran en su corazón todas las maravillas y todos los misterios que les regalan la naturaleza y la vida. Sin embargo esos pensamientos han quedado plasmados en otra parte de la historia de las preguntas ¿por qué?, que ahora no podemos disfrutar.
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