Friedrich Nietzsche: Asi hablaba Zaratustra

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FRIEDRICH

NIETZSCHE

te que se alaba de ser vida, una servidumbre con­ forme al deseo de todos los predicadores de la muerte! El estado en todas partes es el lugar donde todos absorben los venenos: los buenos y los malos; donde todos, buenos y malos, se pierden; donde al lento suicidio se le llama «la vida». ¡Mirad a los superfluos! ¡Roban las obras de los inventores y los tesoros de los sabios; llaman civilización a su robo y todo se les convierte en enfermedad y desvarío! ¡Mirad a los superfluos! Siempre están enfermos; ; segregan bilis y a esto llaman periódicos. Se devoran y no pueden tragarse. ¡Mirad a los superfluos! Ad­ quieren riquezas y se hacen con ello más pobres. ¡Quieren el poder estos impotentes! Y sobre todo, la palanca del poder: mucho dinero. ¡Mirad cómo trepan estos ágiles monos! Trepan los unos sobre los otros y se empujan hacia el fango y el abismo. Todos i quieren acercarse al trono: es su locura; ¡cómo si la felicidad estuviera sobre el trono! A menudo, el fango está sobre el trono y—a menudo también—el trono está sobre el fango. Aparecen ante mí como locos, como monos trepadores e impetuosos. Su ídolo, este frío monstruo, huele mal; todos estos idólatras huelen mal. Hermanos míos: ¿queréis, pues, ahogaros con la exhalación de sus fauces y de sus apetitos? ¡Antes bien, romped los vidrios y saltad afuera! ¡Evitad el hedor! ¡Alejaos de la idolatría de los superfluos! ¡Evitad el hedor! ¡Alejaos de la hu­ mareda de estos sacrificios humanos! Todavía las grandes almas hallarán ante ellas la existencia libre. Quedan muchos lugares para los que viven solitarios o emparejados, lugares donde se respira el perfume de los mares silenciosos. Una ruta libre está siem­ pre abierta para las grandes almas. Quien posee poco, en verdad, tanto menos es poseído. ¡Bendita sea la pequeña pobreza! Allí donde termina el es­ tado, allí únicamente comienza el hombre que no es superfluo. Allí comienza la canción de la necesidad, melodía única y sin par. Allí donde acaba el estado..., ¡mirad, pues hermanos míos! ¿No veis el arcoiris y el puente del superhombre? Así hablaba Zaratustra.

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