Bolivar y la lucha de clases. Gustavo Vargas Martínez

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CENTRO DE DOCUMENTACIÓN Y DIFUSIÓN DE FILOSOFÍA CRÍTICA COMITÉ EDITORIAL

Coordinación general: Jaime Contreras Catala Coordinación de intercambio de materiales: Alberto Mendoza Velásquez Coordinador de archivo: Daniela Fuentes de Fuentes Archivos: Josefina Huerta; Mario V. Santiago Jiménez y Raúl Funes Caballero Edición y diseño: Diana Sánchez Franco; José Marcos Osnaya; Ricardo Elorriaga y Ruy Sánchez Rodríguez Digitalización y web master: Jorge Alejandro Reyes Fragoso Coordinación de Eventos: Dalia Belem González Tapia y Leonardo Martínez Vázquez Relaciones públicas: Jaime Contreras Catala Traducciones del inglés: Carlos David Malfavon Traducciones del francés: André Couturier Traducciones del alemán: Omar Gómez Reyes y Arturo Neiszer Macías Traducciones del italiano: Guillermo López Arellano Logística: Gerardo Martínez Vázquez Asesoría general del proyecto: Gabriel Vargas Lozano - Profesor de filosofía política y filosofía de la historia de la FFyL-UNAM; catedrático de la UAM-I Consejo de asesores: (por orden alfabético) Alberto Betancourt Posada, Jorge Fuentes Mora, Horacio Cerutti Guldberg, María del Carmen Galindo Ledesma, Enrique González Rojo, Alberto Híjar Serrano, Mario Magallón Anaya y Jesús Serna Moreno

ESTE MATERIAL PUEDE SER REPRODUCIDO TOTAL O PARCIALMENTE. AGRADECEMOS DE ANTEMANO QUE CITES LA FUENTE

México, D.F., Ciudad Universitaria, Cubículo 300 de la FFyL, UNAM, noviembre 2004

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ÍNDICE Prólogo ........................................................................................... 4 Introducción .............................................................................. .. 12 Bolívar frente a las contradicciones sociales y las luchas de clase Gabriel Vargas Martínez ............................................................. .. 17 La lucha ideológica en torno a la personalidad de Bolívar Anatoli Shulgovski ....................................................................... .. 31

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PRÓLOGO La reivindicación de la lucha de clases en América Latina

Los textos que presentamos en esta ocasión pretenden brindar elementos para comprender y criticar la situación que vive la lucha de clases en América Latina. En específico, intentamos recalcar los elementos propios de la filosofía y del pensamiento político latinoamericano que han influido al paso del tiempo en el desarrollo de la praxis política en esta región del planeta. La influencia de la actividad política de Simón Bolívar es indispensable para este fin, en especial por la expansión y discusión de sus ideas al sur de nuestro saqueado continente. La reaparición de gobiernos con ciertos matices de izquierda política en él nos obliga a analizar la participación de las fuerzas progresistas y socialistas que tienen que ver con dicho proceso. Durante la última década, en América Latina, han ascendido al poder partidos o coaliciones que van desde la centro izquierda hasta la izquierda radical. Al mismo tiempo, dichos partidos representan una oportunidad para que la izquierda revolucionaria realice su trabajo con mayor margen de maniobra, pero pueden constituir un grave peligro de estancamiento si la mencionada izquierda revolucionaria se atasca en la estrategia

electoral

dentro

representativo,

sacrificando

desaparecer

superar

y

del la

sistema

necesaria

las instituciones

democrático-burgués

actividad burguesas

política

para

existentes.

La

superación de estas instituciones es indispensable para abrir paso a la democracia participativa que permita a las masas populares determinar el rumbo de su presente y el acuñamiento de su futuro. Si bien es cierto que personalidades, como el presidente Hugo Chávez en Venezuela, Néstor Kirschner en Argentina o Tabaré Vásquez en Uruguay, se presentan como un frente de resistencia al imperialismo yanqui y europeo (por mencionar sólo los más familiares), es un error fatídico

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pensar que por sí solos representan seguridad y garantía para la creación de las condiciones necesarias de avance en la construcción del socialismo. La figura y el pensamiento de Bolívar retornaron a las discusiones históricas, filosóficas y de la ciencia política por una necesidad histórica. Bolívar consagró su vida

a la lucha por la independencia de América

Latina y sus victorias dotaron de identidad patriótica la región donde combatió

durante

buena

parte

de

aquella.

La

solidez

de

sus

planteamientos políticos tuvo mucho que ver con su concepción del poder y el estado; en torno a estos conceptos, construyó su estrategia de guerra

contra

las

oligarquías

europeas

y

el

creciente

poderío

estadounidense. Pero lo más interesante es que, como nos dice Shulgovski: Simón Bolívar “irrumpe violentamente en las inexploradas esferas de la estructura del estado y la forma de gobierno (…) no limitándose a una repetición de los viejos principios filosóficos y políticos”. Bolívar sabía que la defensa de la soberanía de la Patria Grande dependía de que hubiesen estados fuertes y con una orientación social y estructura jurídica encaminados a servir a su población y no a servirse de ésta. Sobre la farsa de que Bolívar era un dictador que utilizaba el poder de forma despótica y en beneficio propio, los textos del Dr. Gustavo Vargas y del ruso Anatoli Shulgovski pueden despejar dudas. En la actualidad, como en el caso de la práctica política de Bolívar ¿por qué son categorías centrales la tomadle poder y el control del Estado para la construcción de un proyecto emancipador? Para responder a este cuestionamiento, es necesario recordar que los proyectos revolucionarios de corte marxista, que concretaron la creación de estados durante el siglo pasado, tienen la característica de haberse proclamado en su mayoría marxista –leninistas y el desarrollo de los mismos recaía en el dominio del poder estatal y de ciertas concepciones del partido así como de las funciones de éste. Es bien sabido que en algunos de estos casos (el estalinismo es el más crudo), el ejercicio del

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poder de las clases políticas dominantes derivó en monstruosidades poco diferentes a las de los derechistas Luis Echeverría, Ariel Sharon o George Bush han cometido. Sin embargo, podemos denunciar estas prácticas como claras negociaciones de lo que la teoría marxista pretende lograr promoviendo la toma del poder estatal. La toma del poder estatal. La toma del poder es necesaria, estratégica como medio, no como fin en sí misma. El marxismo no es un programa que determine los pasos a seguir para lograr la caída del capitalismo, es, en todo caso, una guía para la acción. Lo que mantiene vigente históricamente, son las herramientas que le permiten reconfigurarse sin perder su rigurosidad metodológica cada vez que sus tesis son insuficientes para la acción política y el análisis histórico y epistemológico. Sobre esta línea, las obras de Adolfo Sánchez Vázquez, Atilio Boron y Gabriel Vargas Lozano, brindan suficientes elementos para clarificar el punto. Como afirma Vargas Lozano, la “critica despiadada” del estado de cosas existente, empezando por la teoría y la praxis marxista, es un factor indispensable

para lograr la

superación y abolición del dominio capitalista y de las practicas de izquierda inadecuadas. La discusión sobre la toma, no-toma o destrucción del poder, influye en la construcción de estrategias de resistencia contra el capitalismo. Nosotros creemos que el problema a enfrentar es el poder en manos de la derecha y de la forma en que ésta lo ejerce, así como los fines para los que lo emplea. Tampoco podríamos descartar los errores en que la izquierda ha incurrido al momento de ejercer el poder. Más creemos que es tiempo de “desempantanar” el terreno de este debate y clarificar sobre los elementos de la ciencia social que han nublado el camino. Por ejemplo, el positivismo lógico intentó desechar del terreno de la ciencia política los conceptos de estado y poder, argumentando que éstos carecían de referente empírico que hicieran posible su rigurosa medición, por lo cual su existencia dentro de un trabajo científico no era deseable.

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Para quienes nos atrincheramos en la guerra contra el capitalismo, la posición de estos paladines de la objetividad científica irrisoria;

resulta

preguntémonos

si

desechar estos conceptos de la teoría política no equivaldría a perder

toda

noción

de

la

capacidad coercitiva del aparato estatal en contra de los proyectos alternativos que buscamos crear. En

función

de

lo

anterior,

afirmamos que el hecho de tener control sobre el aparato estatal, no significa renunciar

a la construcción de una hegemonía política que,

independientemente de tener control del estado o no, debe fabricarse buscando

la

paulatina

disolución

de

éste

generando

nuevas

instituciones; sin embargo, es indispensable que las organizaciones de izquierda que deciden participar en el terreno electoral no hipotequen su trabajo convirtiendo las batallas electorales en el horizonte propio. Por su parte, los pensadores posmodernos a los que nos hemos referido bastante en nuestras anteriores publicaciones proclaman al igual que la Casa Blanca que el derrumbe de los socialismos de la URSS y de Europa, certifican el “fin de la historia”, “la muerte del marxismo” y con éste, de los “grandes relatos” o “meta relatos”, considerando que no existe razón para permitir que prosperen sistemas totalitarios políticos y de pensamiento, donde la libertad de reflexión sea censurada y perseguida. En este sector de intelectuales la noción de verdad

es atacada con

vehemencia, bajo el argumento de que cada sujeto percibe la realidad a través de su propia existencia, negando que ésta pueda tener un carácter general válido para todos los sujetos. Para comprender mejor lo que decimos, proponemos un ejemplo para demostrar que una explicación materialista de un hecho concreto puede ser una verdad general válida para la indagación de un problema: para un venezolano con mínimas nociones de soberanía, la injerencia de

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Estados Unidos en el golpe de Estado contra el presidente Hugo Chávez se debe a que Bush quiere tener el control sobre el petróleo de su país; para un republicano partidario de la democracia representativa, la Casa Blanca tan sólo intentaba evitar

que un “cuasi dictador” afectara la

democracia en la región. ¿Cuál de las dos posturas es la verdadera, o alguna lo es menos que la otra? Suponiendo que las dos fueran fragmentos de una verdad general, ambos podrían adjudicarse la razón, mas pronunciarse sobre el asunto implica analizar objetivamente los elementos de la situación concreta. El razonamiento final, si se acepta que buscar la verdad no es una competencia por ver quién fabrica el discurso menos excluyente y autoritario, sería que la intención era derrocar al presidente Chávez, con el fin de imponer la figura jurídica de propiedad privada a los recursos naturales de ese país, imponiendo un presidente partidario de la clase empresarial y garantizando el avance de las políticas neoliberales en el sur del continente. Ésta sería una explicación materialista y sin un juicio de valor aplicado al problema, que podría brindar una persona de derecha o de izquierda informada del asunto. Son tres versiones sobre la “verdad” del motivo que tuvo Estados Unidos para apoyar el golpe de estado, mas sólo la última explica el acontecimiento y permite estructurar más preguntas para profundizar en el tema. Una vez obtenida una respuesta seria nos preguntamos ¿es válido formular un juicio de valor y proponer una práctica política en consecuencia más allá de la necesaria explicación? A nuestro juicio es válido y ante todo necesario. Pensar

que

existen

“muchas

verdades”

tiene

consecuencias

muy

similares a las propiciadas por la tradición historicista vitalista, que pretende sustentar la construcción del conocimiento, así como de la realidad misma, en el subjetivismo más raso, anulando cualquier criterio de validez e imposibilitando un posicionamiento crítico ante cualquier objeto,

sin

importar

su

naturaleza

teórica

o

material.

El

polo

aparentemente opuesto a lo anterior es el positivismo lógico, que propone el estudio de la ciencia social con criterios a-valorativos que

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cierran el paso a los elementos calificados de “utópicos” y poco objetivos que generan el movimiento de la historia. En este sentido, el discurso posmoderno implica epistémicamente una negativa a la probabilidad de superar el modelo capitalista de organización social, dado que los “grandes relatos” han demostrado su inviabilidad.

Estos

pensadores

son

una

guardia

supuestamente

innovadora y crítica, pero, en el fondo, conservadora y reaccionaria, que debido a su método (si es que puede llamarse así), a sus premisas principales y su relativismo epistémico están imposibilitados para gozar de una base fuerte que sustente sus proposiciones y les permita generar una crítica sólida. Preguntémonos por principio si es verdad que hemos superado el período de la modernidad capitalista y si alguien puede proclamar que existe la posmodernidad con fundamento alguno. Si bien la sociedad burguesa en que vivimos ha sufrido algunos cambios culturales, Atilio Boron formula dos preguntas de necesaria reflexión: ¿Hasta qué punto las transformaciones recientes en la anatomía de la sociedad burguesa han alterado cualitativamente el carácter de las relaciones capitalistas de producción? ¿Ha desaparecido la “explotación del hombre por el hombre”, es decir, la “esclavitud del trabajo asalariado” en el “tardo-capitalismo” de fines del siglo XX? (1) La respuesta es contundente si se hace un análisis serio de la realidad: No. Dentro del panorama que hemos expuesto, podemos ver cómo a pesar de que Bolívar no era marxista, socialista o comunista, su práctica política es congruente con nuestras afirmaciones, pues demuestra que es indispensable una metodología adecuada que describa y categorice la realidad, la interprete correctamente basada en el análisis de hechos y genere propuestas que se adecuen a la realidad y no la nieguen o la encierren dentro de construcciones teóricas inciertas. La historia del pensamiento latinoamericano tiene identidad propia, caracterizada por personajes involucrados con las luchas populares de resistencia ante el despotismo oligárquico. Pero falta imprimir con más

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claridad y fuerza la necesidad de orientar estos esfuerzos hacia la construcción

del

socialismo.

Tarde

o

temprano

el

imperialismo

neocapitalista (2) demuestra su intolerancia, incluso hacia los procesos nacionalistas podemos

democrático-formales

tomar

como

referencia

más

sencillos.

la

experiencia

En

contraparte,

venezolana

de

organización popular, que permitió derrotar la mega campaña mediática de los medios de comunicación privados cuya pretensión era convencer a la gente de votar por la salida de Chávez de Miraflores. Esto demuestra que la organización popular es posible a pesar del poder económico y desinformativo de la oligarquía, por no mencionar a detalle la masiva respuesta

del

pueblo

ante

el

secuestro

de

su

presidente-electo

legítimamente-durante el efímero golpe de estado de abril de 2002. Actualmente la lucha de clases en nuestro continente repunta, tiene posibilidades de ser impulsada de manera importante

y consolidarse

hacia los años venideros. Se presentan nuevas formas de organización social, nuevas concepciones de la funcionalidad del partido que deben ser analizadas sin prejuicio, pero esto no es equivalente a sustentar la tesis errónea de que a autogestión y la resistencia al poder despótico equivalen a no organizarse, y dejar de construir referentes de lucha que compartan el terreno en el que se combate la lucha de clases propia de la burguesía.

La

construcción

del

partido

de

izquierda,

la

reconceptualización de éste y la renovación moral, política y ética del mismo, siguen siendo un factor necesario para la organización de la resistencia que tras una estrategia correcta debe convertirse en hegemónica. Por último, cabe señalar que no compartimos del todo la interpretación histórica que hace el autor sobre los hechos; sin embargo, y como lo mencionamos al principio, consideramos que el análisis del pensamiento político bolivariano es necesario para comprender hacia dónde se dirige hoy en día Nuestra América.

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Referencias

(1) Boron, Atilio, Estado capitalismo y democracia en América Latina, p.305, CLACSO, 2003. (2) La razón de utilizar el término “neocapitalista” será mejor comprendida tras la lectura del texto y pagina citados en la primera nota.

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INTRODUCCIÓN La revolución Latinoamericana en el siglo XXI

Queridos filósofos, queridos sociólogos progresistas, queridos sicólogos sociales: no jodan tanto con la enajenación aquí donde lo más jodido es la nación ajena ROQUE DALTÓN. 1974

La espada de Bolívar avanza por América Latina. Sí, pero además de la voluntad libertaria se levanta el gran garrote de buen vecino que a toda costa trata de preservar los intereses de los inquilinos de la Casa Blanca. Las contradicciones en el continente y en el mundo son cada vez más intensas. Después de la reelección contradicción,

la

de

los

dos

de George W. Bush, la primera

proyectos

de

soberanía

nacional

diametralmente opuestos entre sí, se expresa ahora más que nunca. Por un lado se presenta la “soberanía” que hace que las naciones de Nuestra América sean vistas como lo narra el escritor nicaragüense Sergio Ramírez con respecto a Centro América: más bien como una rueda de bicicleta, que como la cadena de la bicicleta. El buen vecino en el centro de la rueda, claro y nuestros pequeños países mínimos y dulces, suplicantes, son los rayos que convergen hacia el centro. (1)

Entendiéndose de esta manera que los países y las oligarquías que las gobiernan cuentan con soberanía interior, e incluso de asociarse entre sí, pero claro, siempre bajo el cobijo del imperialismo norteamericano.

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Por otro lado, se encuentra el proyecto que bajo la unión soberana de las naciones de Nuestra América y la defensa de nuestros recursos naturales, patrimonio y cultura nacional, se constituya la fuerza motor de nuestra misma historia o como llamaría el escritor nicaragüense: la cadena de bicicleta. Encarnado este último proyecto en las numerosas organizaciones políticas de izquierda en América Latina que pretenden darle cauce propio a la política en sus respectivos países.

La segunda contradicción es la que se abre entre las clases sociales. Entre los poseedores y los desposeídos: entre la oligarquía y las clases populares; entre la burguesía y los grandes sectores productores de la riqueza. Nos encontramos así con que América Latina es la región con la peor distribución de la riqueza, en donde los que más tienen son cada vez menos y los que menos tienen son cada vez más. De esta manera, las contradicciones entre los intereses de las burguesías nacionales y quienes no poseen ni riqueza ni nación, porque los primeros las han enajenado al capital extranjero, son cada vez más profundas. Ante este escenario, la izquierda latinoamericana comienza el nuevo siglo con avances significativos en algunos países.

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Para 2004, en

se ratifica al líder de la revolución bolivariana, Hugo

Chávez, mediante un referéndum presidencia, consiguiendo más de 58 % de respaldo en las urnas, además de las elecciones regionales que han dado como fruto la victoria de más de 75 % de los candidatos bolivarianos. En Uruguay, gana las elecciones presidenciales Tabaré Vázquez y la mayoría en el congreso la coalición encabezada por el Frente Amplio y el Partido Comunista local, llevando al poder a un amplio sector de la izquierda y demás grupos que han enfrentado a la oligarquía uruguaya, contando entre ellos a ex militantes de la legendaria guerrilla de los tupamaros. Por otro lado, Lula Da Silva en Brasil y Lucio Gutiérrez en Ecuador parecen tener poco interés en respaldar a las clases sociales y sectores que los eligieron y probablemente esto demuestra cuales son los intereses que verdaderamente representan. En ambos casos, han ido quedándose gradualmente solos. Gutiérrez ahora enfrentará un juicio político impulsado por quienes fueron sus aliados para llegar al poder. Lula Da Silva en Brasil pierde el respaldo de los electores, y las fricciones con el Movimiento Sin Tierra no cesan, además de las divisiones en el Partido de los Trabajadores, derivada por la posición que han tomado en el gabinete de Lula con respecto a reformas sociales afines a los intereses neoliberales. La izquierda, pues, cuenta con dos agentes para ser sepultada después que consigue el poder: la sepulta el imperialismo o se sepulta a sí misma. Es bien sabido que en la historia de América Latina se han construido proyectos políticos alternos que han desafiado en diferentes grados a las oligarquías

locales

y

al

imperialismo

norteamericano.

En

varias

ocasiones han conseguido la toma del poder y/o iniciado la larga construcción de un poder popular. Pero

así como han surgido y han

desafiado el stablishment, han sufrido el acoso del imperial hasta su destrucción total, como en el caso de Chile con la Unidad Popular y la Guatemala de Jacobo Arbenz; reducirlos políticamente, en los mejores casos, a una primera minoría electoral como al Frente Sandinista de

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Liberación Nacional y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional en El Salvador. Ante esto, históricamente la opinión pública mexicana y latinoamericana ha puesto particular énfasis en los casos de Chile, Nicaragua, Cuba y El Salvador; y la solidaridad se ha expresado en la conformación de comités de apoyo a determinada lucha revolucionaria en el continente. Pero, a estas alturas del partido, necesario es cuestionarnos hasta qué grado dichos comités rebasan la línea de la solidaridad entre los pueblos y cuándo pueden llegar a convertirse en expresiones de la vieja filantropía burguesa. Cuba, se ha convertido en la Numancia de América, y hasta lo que ahora se ha hecho por parte de la mayoría de los países para contrarrestar los efectos del cerco económico y político hacia la isla es expresar desde posiciones muy cómodas el descontento y rechazo al mencionado cerco. Dicho acoso, no sólo a Cuba sino a toda América, es imposible romperlo mientras quienes gobiernan nuestros países sigan confiando en la “buena voluntad” del poderoso vecino del norte y sigan construyendo a su vez el cerco interno y la trampa que oprime a nuestros pueblos latinoamericanos. Con esto queremos decir que no existe mejor solidaridad con los pueblos de América que el proponerse la toma y el ejercicio del poder por parte de los movimientos y partidos de izquierda. Rompiendo los obstáculos internos y externos que nos pone el imperialismo y construyendo una verdadera alternativa de política nacional e internacional que represente los intereses de los pueblos de latinoamericanos. El cerco interior lo ha comenzado a romper Venezuela y recientemente Uruguay. Los viejos movimientos populares de izquierda no se dan por vencidos y el desencanto del neoliberalismo es cada vez más evidente. La hora de los pueblos se acerca y, con ella, la hora de la América toda.

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Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, México Noviembre de 2004

Referencias

(1) Ramírez, Sergio, Estás en Nicaragua, p.39, Joan Boldo i Climent, Editores México, 1987.

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BOLÍVAR FRENTE A LAS CONTRADICCIONES SOCIALES Y LAS LUCHAS DE CLASE Gabriel Vargas Martínez

Podemos empezar afirmando que el colonialismo significó el traslado a América del régimen feudal decadente en España y Portugal cuando, durante la acumulación primaria de capital, estas naciones ingresaban tímidamente al nuevo orden burgués-capitalista. Tales fueron los trescientos años de régimen colonial, que aislaron nuestro continente del mundo mediante la conquista de territorios, el despojo y la sumisión del indio a la servidumbre y la creación de autenticas castas sociales. Pero capacitada una nueva generación de criollos para la administración pública, y ella misma perteneciente a la oligarquía de un singular orden neoburgués, como complemento para el cambio revolucionario, apareció entonces la crisis social en la orgullosa monarquía española. No explica la independencia suficientemente, así visto, el economicismo que anota las contradicciones mercantiles entre la corona y sus vasallos como razón fundamental, ni el prurito lírico del amor a la libertad que pudieran alimentar los patricios, ni se puede desconocer tan ciegamente que en dos lustros de lucha armada revolucionaria hubo simplemente un cambio de guardia. Contrariamente, creemos en general las tendencias parciales o equívocas en la interpretación de la independencia de América se fundamentan en que pasan sobre tan inmensa contienda como si se tratara de una guerra contra España, o una guerra civil meramente, o una lucha por ideales intangibles, cuando es preciso reconocer que realmente fue el comienzo de una revolución burguesa, en la cual la secesión fue sólo un aspecto, aunque haya sido el más importante. A pesar de todas sus deficiencias, desde el punto de vista revolucionario, la independencia respecto de las metrópolis coloniales significó un esfuerzo por competir con ellas en el

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establecimiento de relaciones mercantiles propias del capitalismo mediante su implantación en el hemisferio. Bolívar explicaba el régimen colonial como producto de un pacto social entre fuerzas antagónicas, la corona de una parte y los conquistadores y pobladores de la otra. Y caracterizó explícitamente como feudal la forma de propiedad que se establecía mediante ese pacto. En la versión bolivariana: el emperador Carlos V formó un pacto con los descubridores, conquistadores y pobladores de América que, como dice Guerra, es nuestro

contrato

social.

Los

reyes

de

España

convinieron

solemnemente con ellos que lo ejecutasen por su cuenta y riesgo, prohibiéndoles hacerlo a costa de la real hacienda, y por esta razón se les concedía que fuesen señores de la tierra, que organizasen la administración y ejerciesen la judicatura en apelación, con otras muchas exenciones y privilegios que serían prolijos detallar. El rey se comprometió a no enajenar jamás las provincias americanas, como que a él no le tocaba otra jurisdicción que la del alto dominio, siendo una especie de propiedad feudal la que allí tenían los conquistadores para sí y sus descendientes. (1)

La necesidad de cambiar el sistema feudal y con él las relaciones de producción e intercambio, no fueron mero capricho de clase: los intereses de los productores y comerciantes de la América Española estaban de tiempo atrás comprometidos con la balanza comercial europea y el surgimiento de la flota británica- instrumento del imperio comercial más dilatado del mundo- era demasiado obvio para no dejar de sentir su paso. La dependencia al imperio español era una mordaza y la invasión napoleónica fue el inesperado y codiciado pretexto para la revolución. Esto lo sabían también los españoles y por eso es frecuente encontrar entre los políticos borbones y regalistas, y en documentos precisos

del

primer

decenio

del

siglo

XIX,

declaraciones

sorprendentemente claras sobre la necesidad de preservar algunas formas de igualdad entre españoles europeos y españoles americanos. Torres mismo, en su Memorial de Agravios protesta como español y

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descendiente de Don Pelayo, y no a nombre de mestizos o indígenas, zambos o cuarterones.

Sin embargo, es preciso aclarar que la revolución burguesa implícita en las luchas de independencia no significó una genuina revolución capitalista, ni quiere decir que haya triunfado en toda la línea. Justamente cuando la oligarquía santafereña proclamaba, por boca de José Acevedo y Gómez, la libertad de comercio en el contexto de una autonomía dentro del sistema político español, Bolívar, en el primer discurso que se le conoce, rompía tajantemente con toda forma de subyugación proclamando, ya en 1811: ¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte sus esclavos o que los conserve, si estamos dispuestos a ser libres? Esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas. ¡Que los grandes proyectos deben prepararse en calma! Trescientos años de calma, ¿no bastan? (2)

La esclavitud como expresión concentrada del modo de producción feudal fue, en gran medida, la piedra de toque para distinguir en los albores del XIX a reformistas radicales. Cargada la revolución burguesa de nuestros primeros patriotas de un pasado lastre feudal, la aristocracia terrateniente y los ideólogos de la dominación –curas, golillas, doctoreselementos

todos

de

la

superestructura

rural

principalmente,

consolidaron un formidable dique conservador resistente al cambio, mientras la burguesía citadina, demasiado débil para el impulso decisivo, se vio amedrantada y bisoña ante el fortalecimiento de los imperialismos decimonónicos. Bueno es recordar que la lucha antiimperialista comenzó en América Hispana tempranamente y con alguna ventaja a la propia que habría en Europa ocho o diez decenios después, cuando el surgimiento del socialismo, porque entre nosotros se vivió la intervención colonial, – económica y militar, esto es, imperialista- con una continuidad cae ininterrumpida, mientras España cedía seguidamente ante Inglaterra y

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Estados Unidos. Fuimos víctimas así de los hegemonismos de fuera y de dentro del continente a un tiempo. Todas estas circunstancias han llevado a algunos historiadores a la conclusión precipitada de que la lucha de liberación nacional sostenida a comienzos del siglo XIX no fue una auténtica revolución sino un simple rompimiento, una sucesión o un cambio de guardia casi mecánico, de la lealtad que unía a oprimidos y opresores. Sin embargo, los hechos fueron obvios y la verdad es que hubo una separación real y definitiva con respecto a España, en lo administrativo, en lo político, en lo comercial; se abolió la monarquía, pese a uno que otro ensayo frustrado, y se implantó el régimen republicano aunque este hecho no garantizara, por sí solo, la instauración de la democracia; se propagó

la

idea

liberal,

enciclopedista,

laica,

que

golpeaba

despiadadamente el monolitismo católico de tres siglos, aparte de que

debilitó los nexos entre Iglesia y Estado; en fin, se sentaron las bases jurídicas para abolir la esclavitud y para repartir las tierras baldías y las abandonadas o confiscadas a los realistas, dos de las más profundas

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reformas que implicaron para Bolívar un reto a las viejas clases e introdujeron, con la primera, el trabajo asalariado para el ex esclavo , con la segunda, al cambio cualitativo del concepto de propiedad, y con las dos, la liquidación del sistema esclavista feudal, el ingreso al régimen de economía monetaria y la incorporación al mercado mundial mediante la libertad de comercio. Es difícil creer que estos cambios no fueron consecuencia de la lucha armada y que no implicaron un serio tránsito del movimiento burgués hacia el capitalismo, así no haya sido totalmente exitoso. El dilema social de los patriotas y de los representantes de la oligarquía criolla era simple: no podía justificar la guerra de independencia si seguía vigente el sistema fiscal y económico de la colonia; a su vez, no podían introducir cambios radicales sin que sus intereses personales se vieran afectados y corrieran las más graves consecuencias. Así pues, la oligarquía criolla debió escoger entre hacer la revolución o ser su víctima; entre encabezar el cambio o seguir dependiente como en la era colonial. No es exagerado decir que lo que siguió a los dos años posteriores a la independencia fue una cruenta lucha de facciones e intereses derivados de esa disyuntiva categórica. ¿Puede tal antagonismo explicar el descalabro en el establecimiento del capitalismo en la América antes española? Ahora se pueden dar algunas razones para una respuesta afirmativa. Bien dijo Marx que “toda revolución en la cual la burguesía y el pueblo luchan juntos acaba siempre en una estafa”. Durante su retiro involuntario en Jamaica (1815), Bolívar tuvo la excepcional oportunidad de analizar la composición de clases de nuestra América común

y las dificultades inherentes a la revolución. Refutando la creencia

de

que

“la

mayor

dificultad

para

obtener

la

independencia consiste en las diferencias de castas que componen la población de este inmenso país”, Bolívar asegura (3) que aplicando reglas diferentes deducidas de los conocimientos positivos y de la experiencia se podría llegar a otras conclusiones. Describe entonces a la minoría de blancos, a los indios apacibles que no desean ni acaudillar sus propias tribus y a los esclavos negros, quienes gozando de la inacción, vegetaban

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abandonados en las haciendas. Pero la revolución los sacó de su marasmo: obligados a luchar a favor de sus amos realistas, aprendieron a guerrear e incluso a desertar para pasarse al partido independentista. Allí mismo afirmaba: No ha existido una verdadera guerra de razas a pesar de Boves. Los merodeadores son gente pobre y oprimida. Son también gente de color; los opresores ricos son blancos, el conflicto civil esencialmente económico. Bolívar comprendió entonces y así afirma, por primera vez, que ese cambio de frente no se debe a cuestiones raciales, puesto que blancos criollos y los mismos esclavos libertos que habían seguido a Boves peleaban ahora unidos. “Las contiendas domesticas de la América nunca se han originado de las diferencias de castas”: ellas han nacido de la divergencia de las opiniones políticas. Aún más, desbordando el análisis de los recursos humanos para la liberación, se encamina el estudio del modo de producción dependiente, y en la Carta de Jamaica Bolívar hace un diagnóstico de las contradicciones de clases propias del sistema colonial, al enfrentar a los americanos, simples consumidores y siervos propios para el trabajo, con el estanco de las producciones que el Rey monopoliza, el impedimento de las fábricas que la misma Península no posee, los privilegios exclusivos del comercio hasta de los objetos de primera necesidad, las trabas entre provincias y provincias americanas.” (4).

Fundada, pues, la teoría revolucionaria en un enfrentamiento directo entre consumidores americanos y productores españoles, pudo Bolívar diseñar una estrategia continental que oponía en su conjunto América a Europa por razones políticas, pero también económicas. Este primer desdoblamiento de la ideología bolivariana para captar la lucha de razas como una revolución social, política y económica tendrá repercusiones inmediatas en dos momentos sucesivos de la estrategia libertadora: la necesidad de incorporar a la guerra a las grandes masas de explotados, particularmente a los esclavos, tan pronto tocara

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territorio continental, como lo hizo en Venezuela, al precio de entrar en evidente con los plantadores y demás representantes de la burguesía agroexplotadora de la costa. Y cuando sin su apoyo se hizo difícil la incorporación de libertos a la guerra, bolívar debió buscar como segunda salida la de ganarse para la causa independentista a los llaneros del interior. El dilema era claro; si bolívar abolía la esclavitud perdía fuerza en la costa, si se apoyaba en los jinetes del llano debía recomenzar la guerra. Abolió la esclavitud pero a la, vez tuvo la necesidad de ofrecer a los llaneros una virtual reforma agraria, consistente en otorgarles las tierras confiscadas a los realistas, repartir los bienes nacionales a los combatientes e intervenir las haciendas de las zonas liberadas para obtener recursos militares y el soporte llanero. Una secuencia verdaderamente notable de leyes (5) con respecto a la propiedad de los medios de producción aparece en los años más difíciles de la lucha armada, particularmente en los dos aspectos más sensibles para la burguesía criolla, como eran la propiedad de los esclavos y el aprovechamiento de las tierras baldías; confiscadas o abandonadas por los derrotados realistas. El 2 de junio de 1816 decretaba “la libertad absoluta de los esclavos que han gemido bajo el yugo español en los tres siglos pasados.” Simultáneamente exhortaba a todo nuevo ciudadano a tomar las armas para “cumplir con el sagrado deber de defender su libertad”. Los esclavos pertenecientes a la hacienda real Ceiba Grande fueron liberados con gran publicidad y declarados ciudadanos con desusada celebración: se intentaba así que el Estado sirviera de ejemplo a los hacendados respecto al trato debido a los antiguos esclavos. El 3 de septiembre de 1817 se promulgó el primer derecho sobre confiscación y secuestro de bienes, en represalia a las acciones realistas en igual sentido. Incluía dicha posición: todos los bienes y propiedades muebles e inmuebles de cualquiera especie, entendiéndose como, propiedad-primera definición que se

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dio en la legislación republicana-además de los bienes señalados, créditos, títulos, derechos y acciones, y todas las propiedades del Gobierno español de sus vasallos, sea cual fuere el país de su residencia.

El 10 de octubre siguiente un nuevo decreto repartía los bienes raíces e inmuebles confiscados a los “virtuosos defensores de la república”, cobijando desde el General en Jefe hasta el último soldado. Comentando estos decretos al general Monagas, escribía el Libertador: Ya, pues, no habrá mendigos en Venezuela, todos serán propietarios; todos tendrán un interés en la conservación no sólo de su existencia sino de la de su propiedad.

Aunque con diferentes en la aplicación, estas leyes de reparto de tierras rigieron hasta concluida la etapa armada de la revolución, y es de suponer que sirvieron tanto para pagar los servicios que prestaban los llaneros en armas como para atraer nuevos militantes a la causa patriota. Bolívar tuvo cuidado de que esas leyes no despertaban la codicia de los militares extranjeros recién incorporados, y así lo limitó el 17 de octubre de 1817. Cuidó, por otra parte, evitar despojos a los indígenas. El Reglamento Ejecutivo del 20 de mayo de 1820 estipuló claramente: se devolverá a los naturales, como propietarios legítimos, todas las tierras que deformaban los resguardos según títulos, cualquiera que sea el que aleguen para poseerlas los actuales tenedores.

Ese mismo decreto significó algo más que una devolución de tierras: parecía más bien una ley protectora de raza aborigen y un esfuerzo denodado para incorporar a los descendientes de indígenas al proyecto civilizatorio republicano. En efecto, se decretaba un tributo de lo obtenido por arrendamiento de tierras sobrantes para el pago de maestros que enseñarían a los niños de cuatro a catorce años, primeras letras, aritmética, religión y los derechos y deberes del hombre y del ciudadano;

se

prohibía

severamente

la

tradición

feudal

de

la

servidumbre y el pago mediante servicios personales, obligando a introducir el salario contractual:

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ni los curas, ni los jueces políticos, ni ninguna otra persona empleada o no podrán servirse de los naturales de ninguna manera ni en caso alguno, sin pagarles el salario que antes estipulen en contrato formal celebrado a presencia y consentimiento de juez político

Se ordenaba que los servicios religiosos no se podían negar a los feligreses remisos en el pago de sus derechos parroquiales, “de que están exentos los naturales por el estipendio que da el Estado a los curas”; y en fin, homologando a los indígenas con los demás ciudadanos libres de Colombia, se reconocía que: pueden ir y venir con sus pasaportes, comerciar sus frutos y efectos, llevarlos al mercado o feria que quieran, y ejercer su industria y talentos libremente del modo que ellos elijan sin que se les impida.

En los considerandos del decreto se expuso la razón para ordenar estos preceptos: los pueblos naturales habían sido los más vejados, oprimidos y degradados durante el despotismo español. Los decretos sociales del Libertador en Perú, particularmente el de Trujillo del 8 de abril del 24, el de Cuzco del 4 de julio de 1825 y el de Chuquisaca del 14 de diciembre de 1825, son bien conocidos pero deben ser nuevamente ponderados como un esfuerzo más para acabar con el tutelaje de los caciques y recaudadores. Bolívar ofrece en venta las tierras del Estado, a un tercio de su valor, y entrega en propiedad las serranas y las comunitarias, constituyendo de esa manera un reto formidable a las pretensiones de los terratenientes a quienes despoja de tierras mal habidas, y traza la línea divisoria entre “los godos y nosotros”. Otros decretos del Libertador reafirmaron la propiedad de la Nación sobre todas las minas y yacimientos, sustentando así la propiedad estatal. El 24 de octubre de 1829, fechado en Quito, se disponía que “las minas de cualquier clase corresponden a la República, cuyo gobierno las concede en propiedad y posesión de los ciudadanos que las pidan”. Esto fue un primer paso a la nacionalización de los hidrocarburos que, como cosa paradójica, puso en vigencia las ordenanzas de Minas de Nueva

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España del 22 de mayo de 1783, propias de la reforma borbónica en México pero que no eran usuales en Nueva Granada. Consumada la independencia de América del Sur en Ayacucho, en un difícil ajuste de tácticas para profundizar en el enfrentamiento de clases y llevar la revolución hasta el fin, Bolívar se verá precisado a una desgastante

lucha

antioligárquica

y

antihegemónica

casi

simultáneamente. Justo los últimos cinco años de vida de Bolívar, impregnados de una lúcida madurez, fueron con seguridad los que más lo acercaron a una clara comprensión de las divergencias clasistas en América. Seguramente cometió errores en cuanto fue centro de enconadas pasiones de facciosos, pero no se puede negar su continuado esfuerzo para impedir que la obra libertaria cayera en manos de sus enemigos. Fue así como Bolívar y los revolucionarios se vieron impelidos a dar cima a la tarea común de los libertadores, de sentar las bases del sistema republicano y democrático y defenderlo de los conspiradores herederos del sistema feudal-colonial, que ahora se consideraban a sí mismos propietarios del país y de la independencia pero no de los ideales libertarios de Bolívar. Ahora la nueva lucha, interna esta vez, estuvo entre quienes querían clausurar la etapa revolucionaria porque “no había españoles qué perseguir “, y los que desdoblaban la guerra política y social en una guerra contra las oligarquías, vale decir, una guerra de clases. Por eso desde 1826 hasta 1830 Bolívar no sólo trabajó en amojonar con firmeza la estructura de la nueva sociedad que se debatía en la dialéctica encrucijada de escoger primero entre los sistemas monárquico o republicano y después entre la anarquía o la dictadura, con el resultado ya conocido, sino que debió enfrentar a la oligarquía legalista de los neogranadinos, las conspiraciones pro-españolas de la aristocracia peruana, el nacionalismo estrecho y separatista de los militares venezolanos.

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En especial, la labor de zapa de los partidarios de Santander fue eficaz: posesionados del Congreso nulificaban la guerra que hacia Bolívar en el Sur, saboteaban las instrucciones y decretos abolicionistas de la esclavitud, dilapidaban los empréstitos extranjeros conseguidos con duras condiciones, conspiraban con ministros de legaciones extranjeras para la eliminación física del Libertador, hacían caso omiso de los decretos que daban tierras a los indios, miraban con displicencia las órdenes que restituían a la nación las riquezas del subsuelo o manipulaban para que los Congresos de Plenipotenciarios de Panamá y Tacubaya, concebidos como alternativa bolivariana al monroísmo yanqui, fueran apenas cobertura para la penetración de la ideología norteamericana en el continente. Empeñados en suprimir la obra libertaria de Bolívar porque su “misión de soldado habían quedado cumplida con creces” y ahora debían gobernar los magistrados, nada corrobora tanto el empeño revolucionario del Libertador que la obsesiva conspiración de la burguesía criolla por suprimirlo de la vida pública. Que Bolívar entendía el alcance social de la revolución de independencia y que presentía la continuación de una obligada confrontación de clases es algo que se puede deducir después de nuevas lecturas de sus propios documentos. Comprendía entonces que la liberación política no sería completo sin un cambio cualitativo en la sociedad, donde desapareciera el cacique al servicio de la explotación y se desarrollara una democracia para el pueblo y no sólo para las castas oligárquicas de magnates, curas y doctores; en donde los esclavos sacudieran la secular opresión y la aristocracia

europeizante

se

viera

obligada

a

ceder

ante

el

desbordamiento social de las masas populares. En el Diario de Bucaramanga, dos años antes de morir, Bolívar le confesó a Perú de la Croix: Aquellas noticias condujeron a Bolívar a repetir lo que le hemos oído decir muchas veces, a saber: probar el estado de esclavitud en que se hallaba el pueblo; probar que ésta no sólo bajo el yugo de los alcaldes y curas de los parroquias, sino también bajo el de los tres o cuatro magnates que hay en cada una de ellas, que en las ciudades es

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lo mismo, con la diferencia de que los daños son más numerosos porque se aumentan con muchos clérigos y doctores; que la libertad y las garantías son sólo para aquellos hombres y para los ricos, y nunca para los pueblos, cuya esclavitud es peor que la de los mismos indios; que esclavos a bajo la Constitución de Cúcuta y esclavos quedarían bajo la constitución más liberal; que en Colombia hay una aristocracia de títulos, y de nacimiento más despótica de Europa ; que en aquella aristocracia entran también los clérigos y doctores, los abogados, los militares y los demagogos; pues aunque hablan de libertad y de garantías, es para ellos solos para lo que las quieren y no para el pueblo que, según ellos, debe continuar bajo su protección; quieren la igualdad para elevarse y ser iguales con los más caracterizados, pero no para nivelarse ellos con los individuos de las clases inferiores de la sociedad; a éstos los quieren considerar siempre como sus siervos a pesar de sus alardes de demagogia y liberalismo. (6)

En el párrafo transcrito, del que no sobra ni una palabra, se puede leer un diagnostico social de la época pronunciando no sólo por uno de sus egregios capitanes, sino por un perspicaz crítico. Parecidamente, cuenta Ricardo Palma, el ameno tradicionista peruano poco afecto a Bolívar, que la aristocracia limeña resentida por la ejecución del vizconde de San Donás, se vio comprometida a asistir a algún sarao el día siguiente y que Bolívar, viendo a algunos de ellos contritos, le preguntó con no poca ironía al marqués de Villafuerte: “Muy calladito está Ud., señor: ¿acaso le entristece el saber que la aristocracia hizo ayer muy mal papel en la plaza?” (7) Quemante interrogación encaminada a mostrar un político desprecio por esa clase social que tanto hizo para sabotear la independencia adueñándose de la libertad conquistada. Anécdota, por supuesto, pero significativa en un libertador que para serlo había dejado de ser mantuano. Si bien bolívar amó la gloria y la fama, como militar y estadista de éxito, en ningún momento es imputable ese sentimiento a vanidad personal o vulgares apetitos de poder. Muchas veces renunció a los altos cargos

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públicos y otras tantas veces el pueblo lo ungió para el liderazgo. Es cierto que las revoluciones necesitan caudillos que las interpreten y las impulse, que frenen las ambiciones de liderzuelos y conciten la unidad nacional. Bolívar fue caudillo, y grande. Pero no fue caudillo irracional, sino que, imbuido de conciencia determinista, bien pudo decir ante el Congreso de Angostura en 1819 con dialéctica definición: Yo no he podido hacer ni bien ni mal: fuerzas irresistibles han dirigido la marcha de nuestros sucesos; atribuírmelos no sería justo, y sería darme una importancia que no merezco. ¿Queréis conocer los autores de los acontecimientos

pasados y del orden actual?

Consultad los anales de España, de América, de Venezuela: examinad las leyes de Indias, el régimen de los antiguos mandatarios, la influencia de la religión y del dominio extranjero; observad los primeros actos del gobierno republicano, la ferocidad del enemigo y el carácter nacional. No me preguntéis sobre los efectos de estos trastornos para siempre lamentables. Apenas puede suponérseme simple instrumento de los grandes móviles que han obrado sobre Venezuela”. (8)

En 1828 dirá Bucaramanga, con pleno énfasis: Dejemos a los supersticiosos creer que es la Providencia la que me ha enviado

a redimir a Colombia. Las circunstancias, mi genio, mi

carácter, mis pasiones, me pusieron en el camino (9).

Bolívar fue un revolucionario cabal durante los veinte años de su vida pública, enfrentándose a los moderados separatistas de 1810, a los conciliadores de 1812 y a los derrotistas de 1816, a los aristócratas de 1825 y a los monroistas de 1826, a los leguleyos de 1827 y a los conspiradores de 1828, a sus enemigos de 1830; luchando contra los realistas peninsulares y contra las oligarquías criollas, buscando la unidad de los americanos para romper con los españoles en 1813 cuando la “guerra a muerte”, o la unidad de los pueblos indígenas para hacer los cambios sociales en el llano en 1814 y en la sierra peruana en 1825; concitando la unidad del continente para romper con el tutelaje que se le quería imponer por parte del monroísmo y dejando inconclusa una enorme tarea por realizar, que es y debe ser el afán de nuestros pueblos

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y que encarna justamente la razón de la vigencia y actualidad del pensamiento bolivariano.

Referencias (1)

Bolívar, Simón: (Carta de Jamaica 6 Sept., 1815) Obras completas,

Editorial Lex, La Habana, 1950, Tomo 1, pág.166. (2)

Bolívar, Simón: Discurso en la Sociedad Patriótica de Caracas, 4 de

julio 1811. Obras completas, Tomo III, pág.535. (3)

Bolívar, Simón: Obras completas, Tomo m, pág.535: Carta al

Redactor de la Gaceta Real de Jamaica, Sept. 1815, Obras completas, Tomo 1, pág.165. (4)

Bolívar, Simón: Carta de Jamaica, 6 Sept.1815, Obras completas,

Tomo 1, pág.165. (5)

Bolívar, Simón: Decretos, del libertador. Biblioteca de autores y

Temas Mirandinos, los Teques, 1983 (3 tomos) (6)

Perú de la Croix, Luis: Diario de Bucaramanga, o vida pública y

privada del Libertador Simón Bolívar. Librería Colombiana, Bogotá, 1945, pág.136. (7)

Núñez,

Estuardo:

(compilador)

Bolívar,

Ayacucho

y

los

tradicionistas peruanos. Lima, pág.73. (8)

Bolívar, Simón: Discurso del 15 de febrero de 1819 en Angostura,

Obras Completas, Tomo III, pág.675. (9)

Perú de la Croix, Luis: Diario de Bucaramanga, Bogotá, 1945, pág.

60.

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LA LUCHA IDEOLÓGICA EN TORNO A LA PERSONALIDAD DE BOLÍVAR Anatoli Shulgovski

Una aguda lucha en torno al papel desempeñado por Bolívar en el devenir de la independencia de los Estados americanos se desenvolvió todavía en vida de aquel. Sus enemigos lo calificaron de tirano y usurpador, comparándolo con Napoleón. Empezó a elaborarse un estereotipo propio, cuando el elevado nivel de elogios a bolívar por parte de algunos biógrafos denoto una búsqueda de rasgos semejantes a los del emperador francés. Estos clichés y estereotipos impidieron valorar correctamente la dimensión de la personalidad de Bolívar y de su significado histórico, penetrar en su mundo espiritual, tener conciencia del verdadero brío de su actividad histórica. Esto no podía por menos turbar y alarmar a los representantes de su generación, que se consideró como continuadora inmediata de la causa de Bolívar y de otros dirigentes y héroes de la revolución liberadora. Reflexionando

sobre

el

significado

de

Bolívar

para

los

pueblos

latinoamericanos, en su famoso libro Facundo (1845), el argentino Domingo Faustino Sarmiento escribió que en las biografías se reconoce el talento e incluso el genio de Bolívar. Sin embargo, Sarmiento anotó con perspicacia que en muchas de ellas: he visto al general europeo, a los mariscales del imperio, a un Napoleón menos colosal, pero no he visto al caudillo americano, al jefe de un levantamiento de masas (…) Bolívar, al verdadero Bolívar no lo conoce ahora el mundo, y es muy probable que cuando lo

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traduzcan

a

su

idioma

natal

aparezca

más

grande

y

más

sorprendente aún. (1)

Simón Rodríguez y Andrés Bello comenzaron a traducir su acción a la “lengua materna”. Su amigo y maestro Simón Rodríguez (1771-1845) fue un hombre a quien sus contemporáneos, por la dimensión de su personalidad, su valor, su profundidad y escala de ideas compararon con Saint-Simon, Fourier y Owen. Todavía en vida de Bolívar, publicó un libro sorprendente por la profundidad y originalidad de ideas, bajo la memorable dominación de la defensa de bolívar. Defensa del libertador del medio día de América y de sus compañeros de armas, por un amigo de la causa social: Rodríguez caracterizó a Bolívar como jefe popular republicano convencido, revolucionario, quien al investirse de poderes extraordinarios inclusive dictatoriales, lo hacía en nombre de la defensa y consolidación de las conquistas de la revolución liberadora y de la ejecución de las reformas sociales. Refutando las acostumbradas acusaciones a Bolívar con motivo de sus supuestas aspiraciones a erigirse en el Napoleón americano, Simón Rodríguez escribió con indignación que tal comparación había sido inventada desde el principio hasta el fin. Napoleón Bonaparte pasó por el sendero general republicano hasta convertirse en enemigo de la libertad, en emperador cubierto de halagos palaciegos. En cambio Bolívar, en las palabras de Rodríguez, encabezó la guerra de independencia, fundó la república y permaneció fiel a los ideales de la libertad. Al ejército napoleónico, que combatió por una causa injusta Rodríguez contrapuso el ejército de Bolívar, animado por elevados ideales, en bien de los cuales realizo hazañas sin precedentes. (2) En Bolívar, Rodríguez vio un estadista que no solamente estaba creando estados, sino que se esforzaba también por orientar su desarrollo por el camino de una “nueva filosofía social”. Ardiente partidario de las ideas del socialismo utópico, Rodríguez expreso la esencia de ese pensamiento en su conocida fórmula de “pensar cada uno en todos para que todos piensen en uno” (3) contrapuesta según sus palabras, a la hipócrita formula “cada uno para sí y Dios para todos”. (4)

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Andrés Bello (1781-1865), cuyo trabajo tiránico en el campo de la cultura y de la ilustración le granjeó la gloria inmemorial de libertador espiritual, llamo a Bolívar dirigente estatal, sabio y clarividente, que irrumpe violentamente en las inexploradas esferas de la estructura y forma del Estado, así como la de gobierno, rechazando toda copia mecánica de constituciones políticas extranjeras, reflexionando sobre la forma de garantizar una verdadera libertad para los jóvenes Estados latinoamericanos, no limitándose a una repetición de los viejos principios filosóficos y políticos. (5) La evolución de las valoraciones marxistas sobre la personalidad de Simón Bolívar tiene su propia historia. En el curso de un largo periodo de tiempo, en tales valoraciones ejercieron influencia los juicios de Carlos Marx sobre Bolívar expuestos en el articulo “Bolívar y Ponte” escrito a comienzos de 1858. En ese tiempo, Marx no disponía de fuentes sólidas y se vio obligado a utilizar libros y memorias de personas que por una serie de causas estaban predispuestas contra el libertador y se dedicaban a veces simple y llanamente a la calumnia y la falsificación. Tal ocurrió, por ejemplo con las memorias del francés Ducoudray-Holstein y del inglés Hippisly. Todo ello imprimió su huella, influyendo en el contenido del artículo de Marx y en su calificación de la

personalidad de Bolívar. Ella fue en

general negativa, Bolívar era representado como un separatista criollo inconsecuente y en extremo irresoluto en su acción, ambicioso además de poder personal a imitación de Napoleón. (6) En la valoración de la actividad bolivariana por Marx jugó un papel no despreciable la lucha contra el bonapartismo, así como el hecho de que en los trabajos del enemigo del libertador se le dibujaba como obsesionado por las ideas del bonapartismo. (7) En

una

u

otra

medida

estas

valoraciones

se

reprodujeron

en

investigaciones marxistas extranjeras y en alguna de investigadores soviéticos.

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Esta circunstancia fue utilizada como pretexto por los opositores del marxismo y del socialismo científico par especulaciones ideológicas y políticas de especie diversa. Unos afirmaban que se trataba de una negación general del marxismo del papel de la personalidad de la historia, al ignorar los valores morales esenciales y reducir el proceso histórico a un cruel y unilateral determinismo económico. Otros llegaron incluso a formular la existencia de cierto “odio estratégico soviético hacia

Bolívar,

argumentando

para

ello

que

el

Libertador

había

intervenido acerbamente contra la política expansionista de la autocracia zarista, como si la Unión Soviética continuara tal política. (8) Sin embargo, la dialéctica inmanente e inherente al mismo marxismo y el enfoque histórico-concreto de un problema como el del papel de la personalidad en la historia predeterminaron la evolución lógica de las valoraciones marxistas de la personalidad de Simón Bolívar. Gran papel en el enfoque creador del significado de Bolívar jugó el ensayo “Sobre la estela del Libertador”, escrito en 1942 por el dirigente comunista colombiano Gilberto Vieira. En las páginas de ese trabajo Bolívar fue caracterizado como el hombre que encabezó la revolución liberadora de los pueblos de América Latina, y la condujo hasta la victoria final. (9) En la superación de las equivocadas apreciaciones del juego bolivariano tuvieron también destacada actuación los

pronunciamientos

de

los

latinoamericanistas soviéticos en las páginas de la revista Cuestiones de Historia ellos

(Numero

altamente

opinión

11,1956), valorados

pública

latinoamericana.

aportes por

la

democrática

Los

científicos

soviéticos subrayaron la sobresaliente actuación de Bolívar en la liberación de los pueblos de América Latina, señalando

que

por

sus

aspiraciones

34

e

ideales

estuvo


inconmensurablemente por encima de los representantes de la clase de cuyas filas salió. (10) Importante significado para la interpretación marxista de la vida y lucha de Bolívar tuvieron los trabajos de I. R. Lavretski, que han merecido en español. A medida que se profundiza la investigación del complejo de problemas relacionados con la vida y la actividad de Bolívar, se descubren nuevos rasgos de su personalidad, y la consonancia de sus ideas con nuestro tiempo se revela con la fuerza de los argumentos incontrovertibles. Creemos en el Bolívar de masas-se dice en la resolución del XIII Congreso del Partido Comunista Colombiano-, el que soportó durante 15 años al nivel de sus soldados, los rigores de un naciente ejército de pobres que fraternizó material y espiritualmente con pardos, esclavos e indios. Que desbordó a su propia clase social al bregar porque la liberación de la patria trajese la liberación de los hombres y la devolución de tierras a los despojados. Que imaginó una guerra de

independencia

de

contenido

social

con

formas

y

estilo

americanos. Que amasó una concepción de democracia no con teorías abstractas, sino con las esencias de la América en marcha. (11)

Referencias

(1)

Domingo Faustino Sarmiento, Facundo, México, 1957, p.36.

(2)

Simón Rodríguez, Obras completas, Caracas, 1975, tomo 2, p.353.

(3)

Ibíd., Tomo 1, p.228.

(4)

Ibíd., Tomo 2, p.126.

(5)

Estas ideas fueron expresadas por Bello en su famosa carta a

Bolívar (21.3.1827). En ella apoyo a Bolívar en la creación de un fuerte Estado centralizado, basado en los elevados principios patrióticos y morales de la justicia social (E. Orrego Vicuña, Don Andrés Bello, Santiago de Chile, 1953, p.461) (6)

C. Marx, F. Engels, Obras, Tomo II, parte segunda, p.618 a 630.

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(7)

En los comentarios al artículo de Marx en las Obras, el instituto de

Marxismo Leninismo se detuvo particularmente en el análisis de las causas que predeterminaron en general una relación negativa a Marx a Bolívar (ibíd., p. 753 a 757). (8)

Ver: A. Brice, Bolívar visto por Carlos Marx, Caracas, 1961. Jesús

Antonio Cova. “El Libertador y el odio soviético” en Historia de la historiografía, Caracas, 1961. (9)

Voz proletaria, suplemento 18,12, 1980.

(10)

M. Alperovich, V. Ermolayev, J. Labretski, S. Semionov, “Sobre la

Guerra de liberación de las colonias españolas de América” en Cuestiones de Historia, 1956, Numero 11. (11)

Voz proletaria, 13, 11, 1980.

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