LLUEVE Y EL DINERO DEL MARIDO Una jardinera de tierra oscura en espera de mudas de pensamientos bordea el muro de granito. Ella dormita en la tumbona; el cercado de la alberca está cubierto de pequeños rosales. Un sol inconstante entibia la mañana carioca; sus rayos, reflejados en el agua limpia, juguetean en el rostro de Matrena. Con botines de hule azul, Lucas lleva piedras de los bordes del camino a la cubeta y las acarrea de vuelta. El caminar torpe de niño de un año y medio es persistente, su rostro enrojecido por el frío se concentra en la labor: un paso, otro, uno más y puf, el pañal amortigua la caída. Él se levanta y vuelve a caminar, se agacha al borde del camino, elige una piedra entre las piedras, la toma, se levanta paso tras paso, se agacha y suelta la piedra dentro de la pequeña cubeta de metal; sus ojitos acompañan la caída y parpadean con el sonido del golpe. Todo es atención. Ruido de las piedras traqueteando en la cubeta roja. Lucas toma una de las piedras, la levanta e inicia el camino de vuelta. En el estanque de granito gris, el movimiento de los pececillos rojos resplandece bajo el sol oblicuo. Lucas se detiene, se inclina sobre el borde y, despacio, abre la mano regordeta dejando desaparecer la piedra en el agua oscura. Círculos concéntricos agitan la luz del día dentro del estanque y desparecen; los peces van y vienen. La manita del niño aumenta, aumenta y desaparece, splash, tras el movimiento rojo. Lucas está inmundo, lleno de tierra y con el brazo empapado. La nariz rojita escurriendo, en la boca una sonrisa pícara. Mira a su madre, feliz de haberla despertado. Matrena escurre de la tumbona y, gateando lentamente, se acerca, lame, mordisquea y abraza a su hijo. Entre cosquillas y cariños y gruñidos ambos ruedan por el pasto húmedo. —Ay, ay, ay, qué delicia. Qué cosita más linda. ¿Quién es el hijo más querido y cochinito del mundo? Mi lindo, lindito, linduco. Hum, mi fuentecita de calor, quédate aquí cerca de mamá. Lucas ríe e intenta librarse del cariño de mamá gata. Matrena lo suelta, él sale corriendo y mirando hacia atrás. Un vacío hiela el corazón de la madre. Qué bonito es, Dios mío, qué niño tan lindo. Y lejos. El hijo, la casa, el marido lejos y muy lejos, fuera del alcance de sus brazos sin fuerza. La mujer distante incluso de su soledad. “La mujer distante”, la expresión reverbera en la mente de Matrena con sus seis sílabas entrechocando claras: “la mujer distante, la mujer distante, la mujer”. El sonido del timbre la trae de vuelta. El carpintero, ¡sólo puede ser él! No diseñé nada, ni siquiera pensé en eso. ¿Qué necesito? El armario va a ser de formica. No puedo olvidar los ganchitos para las tazas de café. Repisas estrechas para que no se acumulen trastes al fondo. En el cuarto de lavado, madera clara. —Señora Matrena, ya llegó el carpintero. —Ya voy. Quédate aquí cuidando a Lucas, hay que darle un baño. Está empapado. Reprobación, claro, estampada en el rostro de la nana: “pobrecito, va a pescar un resfriado”. Matrena necesita dormir. —Buenos días, don Joaquín, ¿cómo le va? —Buenos días, señora Matrena, la voy llevando.
ANTOLOGÍA DE CUENTISTAS 2016
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