Jazz al Parque: 15 años de Jam

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lizar los medios convencionales que se usan en estos casos sino máxima objetividad, es decir basándome en lo que en sus propuestas existía realmente más allá de mi propia percepción”. No pude escuchar lo que ella me dijo porque en aquél instante una trompeta sonó con altura de rascacielos, a lo que el público se unió con una salva de aplausos y silbidos de diferentes tonalidades. Vi, eso sí, que el niño se despidió de mí con un silbido alegre como de flauta cantarina y que con el brazo en alto y el puño cerrado se perdió en el gentío. Que mejor manera de describir lo que presencié, escuché, sentí y compartí en Jazz al Parque que no entrar en particularizaciones sobre el desempeño de uno u otro de los grupos participantes dado que todos ellos sin excepción (Témpora, Mc2, Ensamble Latino, Cinco Cobres, Sally Station, Ícaro Jazz, Punto de Fusión, Jazzonora, Séptima Especie, Dúo Plenilunio, Jazz Quinteto, Abrakadabra, Nexo, Octanaje y los grupos de Enrique Granados, Edy Martínez, Plinio Córdoba, Humberto Polar, Gabriel Rondón, Mario Baracaldo, Tico Arnedo, Oscar Acevedo, Antonio Arnedo y Andy Sheppard) contribuyeron por igual a que se escuchara no solo jazz tradicional, rock jazz y jazz de cámara, sino también fusiones del jazz con la música española, folclórica y clásica así como con el tango, la bossa nova, nuestra música andina y costeña y hasta reelaboraciones de aquellas fanfarrias típicas de las bandas callejeras de New Orleans, lo que sin duda tuvo notable influencia en la conformación de un público cada día más identificado con esta música. A riesgo de omitir, involuntariamente, algunos nombres de los líderes e integrantes de estos grupos, considero de suma importancia resaltar el excelente desempeño del que hicieron gala los ya para entonces consagrados pianistas Edy Martínez, Oscar Acevedo, Manuel Tejada y Orlando Sandoval, los saxofonistas Julio y Antonio Arnedo, Carlos Zagarra y Mauricio Jaramillo, los guitarristas Gabriel Rondón y Humberto Polar, los bateristas Ricardo Valencia, José Madero, Germán Sandoval y Plinio Córdoba, el flautista Tico Arnedo y Carlos Díaz, el contrabajista Mario Baracaldo y el bajista Carlos Zagarra, quienes hicieron gala de un excelente manejo de las cadencias y escalas, gran dominio en sus improvisaciones, magnífico sentido del ritmo

y del swing, nitidez en el fraseo, pero en especial una profunda identificación con ciertas tradiciones fundamentales del jazz y el haberse mantenido firmes en la búsqueda de nuevas formas de expresión, estilos y temáticas. Los recuerdos que tengo del público de aquellos tres días de maravilla han sido tema de conversación con mis amigos, habitúes en las tertulias en Camarillo, mi refugio en el valle de Guasca. Comparto aquí con mis lectores, entre otros recuerdos, la maravillosa experiencia que viví aquella vez cuando, caminando por el Parque de la Independencia a la espera de que se iniciase el concierto, vi como llegaban al lugar oleadas de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, unos de saco y corbata, otros de chaqueta o bluejean, traje largo o minifalda, que parecían compartir una misma expectativa. “Todos andan en busca de esa música que escucharon aquí el año pasado y que los llena de alegría o de nostalgia, los impulsa al baile, a la risa, a la meditación, al recogimiento o a mirar la vida desde otra perspectiva”, me dijo un joven con pinta de universitario que me reconoció por haberme visto en Jazz Studio, mi programa de televisión. Mientras lo escuchaba pensé en los grandes maestros del jazz, aquellos prestidigitadores cautivantes que no solo le han conferido al silencio una calidad expositiva sino que le han transmitido al swing una excepcional vivacidad, y a su público mensajes y propuestas de profundo contenido y significado. En cuanto a los comentarios que escuché de algunas personas en aquellos conciertos, recuerdo algunas de las respuestas que les dieron algunas de ellas a los entrevistadores. No fueron pocas mis sorpresas. Un joven respondió sin pensarlo dos veces: “¡De película! especialmente para los jóvenes y para los niños; por eso traje a mi hijo para que vaya empezando a pensar desde muy niño en cosas diferentes, bellas y serias”. Por su parte, una joven que estaba allí en compañía de un anciano, respondió: “Qué bueno que uno pueda oír buena música en un lugar en el que no haya peleas, trifulcas, borrachos, peligro, gritería y hasta violencia. Mi abuelo y yo no nos perdemos ningún concierto”. Escuchando a aquellas personas y a otras más, que también ofrecieron sus opiniones sobre Jazz al Parque, no pude evitar pensar en las galleras o en las plazas de toros en Reminicencias •83•


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