UNA NOTA SOBRE LOS NOMBRES DE LOS PLANES

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UNA NOTA SOBRE LOS NOMBRES DE LOS PLANES

José Luis Huerta

En los textos sobre planeación hay ciertas cuestiones que han sido soslayadas, ese es, entre otros, el caso de los nombres de los planes. ¿Se trata de una omisión por obviedad engañosa? ¿De un asunto considerado tan menor que no vale la pena gastar tinta? A

primera

secundario,

una

vista mera

parecería

que

formalidad,

el pues

nombre de

un

es

un

modo

asunto u

otro

reflejará la sustancia del plan. En efecto, en algunos planes se destaca una relación entre el título y los aspectos primordiales de los mismos. No obstante , al revisar otros se conclu ye que el nexo no es tan obvio y que la elección del nombre también puede tener otros fines. De una clasificación elaborada para los propósitos de esta nota, obtenemos los siguientes tipos:

1.-Planes con el nombre de sus promotores. 2.- Planes con nombres designados institucionalmente. 3.- Planes con nombres geográficos. 1 José Luis Huerta


4.- Planes que no se llaman planes.

Con el apoyo de esta clasificación procedamos a entresacar lo que hay al reverso de los nombres.

1.- Planes con el nombre de sus promotores. Sin duda, los secretarios de Estado y del Tesoro norteamericanos se han visto favorecidos en su cargo, onomásticamente hablando, por los planes con que ese país ayuda al resto del mundo. Se trata de nombres que por su brevedad se imponen a los títulos oficiales, usualmente más extensos , y de ayudas que por lo general se inscriben en el marco de los intereses económicoestratégicos de la primera potencia. Aclarado lo anterior, digamos que muy poco sabríamos hoy de George Marshall

si el

apellido no nos remitiera al

plan

dirigido a la reconstrucción europea en los años posteriores a la segunda

guerra

mundial;

dicha

reconstrucción

se

proponía

cerrarle el paso al comunismo dinamizando el mercado europeo mediante

el

financiamiento

a

las

importaciones

del

viejo

continente de artículos estadounidenses , actuación por la que, por

cierto,

Marshall

fue

galardonado

con

el

Premio

Nobel

(Bradford y Eichengreen, 1991). Otro personaje, James Baker, tiene

el

privilegio

de

haber

bautizado

tres

planes

con

su

apellido, si bien ninguno tuvo éxito; el primero como secretario del

Tesoro

de

la

administración

de

Ronald

Reagan,

cuyo

propósito era resolver el problema de la deuda de los países del tercer

mundo

Naciones

(Devlin,

Unidas

en

1989); los

el

tiempos

segundo de

Kofi

al

servicio Annan,

de

quien

las le 2

José Luis Huerta


encomendó atender el conflicto del Sahara Occidental, y que ante su fracaso dio lugar al tercero: Plan Baker II, que también fracasó (Fuente Cobo, 2011). Por el contrario, con su apellido inscrito en un solo plan, el logro de la restructuración de la deuda referida en el párrafo anterior correspondió a Nicholas Brad y, sucesor de Baker en la secretaría del Tesoro. Por supuesto, aquí hablamos de logro en lo que hace al objetivo trazado en el plan: que se reestructurara la deuda con el fin de seguirla pagando, sin importar que se impusiera sobre el sacrificio de las clases necesitadas de los países en cuestión y que desde Washington se prefiriera hablar de la reducción de la deuda, o sea de una ayuda, por haber hecho quitas menores, alargado los plazos de pago y efectuado nuevos préstamos (Devlin y Lustig, 1990). Un ejemplo no estadounidense de resonancia es el Plan Barre, presentado a fines de los años sesenta por el francés Raymond Barre en su papel de Vicepresidente Responsable para Asuntos Económicos y Financieros de la Unión Europea, dirigido a la integración económica de los países de esa región. Pero Barre

también

acuñó

su

apellido

en

otro

plan

igualmente

importante, como primer ministro bajo la presidencia de Giscard. Con

este

segundo

plan,

Barre

intentaba

resolver

los

desequilibrios macroeconómicos que por entonces aquejaban al país galo: frenar la inflación, aminorar el déficit público

y

revertir el deterioro en la balanza comercial. Fue uno de los primeros planes de austeridad con que el neoliberalismo empezó a campear por el mundo, allá en el segundo lustro de los años setenta. (Leucate, 1978). Este

plan

dejó

una

faceta

curiosa.

Barre

se

proponía

combatir la inflación, pero no conteniendo los precios en el 3 José Luis Huerta


corto plazo, lo que hubiera sido remar a contracorriente, sino precisamente

dejarlos

galopar

para

frenarlos

en

un

plazo

mediato. Entretanto se cruzaron en el camino las elecciones presidenciales y el descontento de la sociedad francesa castigó al

partido

buscaba

del

Primer

reelegirse.

Ministro

Pero

los

y

al

presidente

socialistas

de

Giscard

que

Mitterrand,

en

quienes el voto mayoritario deposit ó sus esperanzas para revertir la

impopular

política

económica,

se

encontraron

con

que

la

rígida estructura económica se rebelaba a la implantación de un programa acorde con su ideología, de modo que el plan Barre , ya sin tal nombre, continuó bajo bandera de izquierda. De Francia también se recuerda otro plan con nombre de persona, el de renovación urbana de París , realizado bajo el imperio de Luis Napoleón, “el sobrino del tío”, y encomendado al Barón Haussmann, apellido este último con el que pasaría a la posteridad. Es el emblemático plan de los claroscuros. Por un lado se proponía higienizar la ciudad erradicando los focos de infección de tifo y cólera, embellecerla con amplios bulevares , dotarla de infraestructura moderna y agilizar la circulación de mercancías y personas; pero, por otro lado, apuntaba a destruir los

sitios

propicios

para

los

atrincheramientos

durante

las

insurrecciones populares y enviar a los pobres a la periferia, entregando

a

los

ricos

los

demolición de los viejos (Lovecchio, objetivos

en

2005). un

Se

terrenos

ya

valorizados

con

la

e insalubres edificios de viviendas

pretendía,

denominador

condensando

común,

sentar

los las

múltiples bases

para

generar las ganancias requeridas por el nuevo orden capitalista, que se atascaban en los estrechos callejones de la anacrónica ciudad medieval.

4 José Luis Huerta


2.- Planes con nombres designados institucionalmente. De éstos tenemos dos ejemplos: Los planes quinquenales de los llamados países socialistas y el Plan Nacional de Desarrollo en México. Son planes que se diseñan bajo preceptos legales en l os que incluso está designado el nombre y hay poco margen para cambiarlos al antojo del gobernante en turno, a menos claro está, que se cometan arbitrariedades . Es muy probable que esos abusos no se ha yan concretado porque ante la posibilidad de fracaso inherente a todo plan, nadie que quiera pasar a la historia con la mejor imagen personal, y es inobjetable que a todo gobernante le preocupa este aspecto, estará dispuesto a arriesgarse a que se le recuerde asociado a un evento negativo. En el caso mexicano hay que agregar, además, el hecho de que los planes sexenales han sido

mero

ornato,

económica,

ya

proclive

dominante,

son

planes

que a

por

la

dinámica

favorecer con

de

la

política

sobremanera

al

bloque

beneficios

declarados

para

las

mayorías pero destinado s a no cumplirse.

3.- Planes con nombres geográficos. De los elementos que integran un plan, el área geográfica es también

de

Colombia, encierra analizarlo

los Plan

un

preferidos

Puebla-Panamá.

complejo

con

para

cierto

efectos Hay

uno,

entramado,

por

detalle:

Plan

el

de

lo

nominación: sin

embargo,

que

vale

Mérida,

la

Plan que pena

formalmente

titulado Iniciativa de Seguridad Regional .

5 José Luis Huerta


Concertado por los gobiernos de Felipe Calderón y George Bush,

con

el

particularmente

propósito el

formal

de

combatir

narcotráfico,

en

México

la y

delincuencia, Centroamérica,

originalmente estaba destinado a llamarse Plan México ; pero se optó por cambiarle de nombre debido a su analogía con el Plan Colombia,

que

incluyó

la

abierta

presencia

militar

de

los

Estados Unidos. Lo anterior pone en evidencia que el cambio de nombre y la inclusión de Centroamérica fue más un recurso de última hora con el fin de atenuar la oposición en el interior del país (Camára de diputados, 2008). La elección del nombre tenía sus propios objetivos, no expresables por razones políticas en la formalización documental. Se le nombró Plan Mérida o, indistintamente, Iniciativa Mérida, ciudad de las más alejadas del escenario de la guerra contra las drogas . Y para imprimirle mayor credibilidad hasta se le puso en marcha en una reunión de los dos presidentes en esa ciudad del sureste mexicano, el 22 de octubre de 2007.

4.- Planes que no se llaman planes. Tenemos de ellos varios ejemplos. El caso clásico es el de la Autoridad del Valle del Tenness ee, que se diseñó en Estados Unidos como parte de la política económica para enfrentar los efectos de la crisis del 29 (Culbertson, 2012). En aquel contexto de liberalismo a ultranza, pero en el que ya era imprescindible una participación más intensa del Estado en la economía, al grado de que la hidroeléctrica proyectada como parte central del plan sería propiedad pública, poco había de gustar la palabra plan, reservada entonces en lo que atañe a la esfera económico 6 José Luis Huerta


social a la planificación centralizada, es decir comunista. Por lo tanto, no llamar pan al pan resultó lo más conveniente, y se encontró en el vocablo autoridad la connotación ordenadora mas no tendente a la supresión de la economía de mercado. Otro ejemplo notable es la Alianza para el Progreso en los años sesenta, promovida por el presidente Kennedy con el fin de contrarrestar

en

América

Latina

el

avance

del

comunismo

a

partir de la revolución cubana. Aunque la propaganda hacía hincapié en la intención de combatir la pobreza en los países participantes, se le concibió en el fondo como complemento (una suerte de little friendly hand) para el big stick que accionaba Robert McNamara desde la Secretaría de la Defensa (Allende, 1967). El plan no podía ni pretendía ir muy lejos, ya que atenuar siquiera

de

forma

ingentes

recursos,

significativa y

la

precisamente

pobreza era

el

habría mismo

requerido patrón

de

crecimiento económico el que dejaba tras de sí una profunda desigualdad del ingreso y un conflictivo malestar social, de ahí que McNamara debiera admitir que ese patrón de crecimiento económico:

Ha transformado enromes regiones antes pasivas en calderos de brujas en los que hierven todos los cambios. Lo menos que se puede decir es que ese proceso no es muy pacífico (…) La violencia, estén o no mezclados en ella los comunistas, amenaza indiscutiblemente, en forma extrema, a la seguridad y estabilidad de los países de la mitad del mundo (…)Es preciso, en primer lugar, proporcionar a esos países el entrenamiento y el material militar indispensable para crear y mantener el escudo que protegerá esa expansión económica (…) La segunda forma de acción, tal vez la peor comprendida, es la educación de la acción cívica (citado en Salama, 1976, pp. 89-90).

Las cosas quedaban transparentes con esta declaración sin tapujos: ayuda bélica a los gobiernos adeptos para controlar las protestas

de

sus

pobres,

golpes

de

Estado

a

los

gobiernos 7

José Luis Huerta


insumisos

(y

en

casos

extremos

guerras

abiertas,

como

en

Vietnam), y como “educación de la acción cívica” una “Alianza para

el

Progreso”,

que

bajo

el

afeite

onomástico

hacía

de

Alianza Anticomunista. Por cierto, en la Ciudad de México la Alianza para el Progreso dejó su impronta en el nombre de un conjunto habitacional : la Unidad Kennedy. Regresemos ahora al Plan Mérida que, c omo ya se dijo, adoptó oficialmente, desde su puesta en marcha, el indistinto nombre de Iniciativa Mérida. Tal ambivalencia podría parecer inocua; pero no cabe duda que, de acuerdo a sus propios fines, corresponde

a

dos

caras

superficialmente

contrapuestas

pero

complementarias en el fondo: una, la de plan, con toda la carga formal de la palabra, y otra, la de iniciativa, de mayor laxitud en cuanto al manejo del contenido y la rendición pública de cuentas,

y

esta

última

denominación,

curiosamente,

se

ha

impuesto al unísono en los Medios. Otro

ejemplo,

aunque

sin

la

carga

política

de

los

dos

anteriores, y en buena medida con intenciones eufónicas , lo tenemos

en

el

Proyecto

de

Modernización

Sustentable

de

la

Agricultura Tradicional, auspiciado por el gobierno mexicano y algunos

organismos

Internacional

para

el

y

fundaciones

Mejoramiento

a del

través Maíz

y

del el

Centro Trigo ,

y

acondicionado para un mayor impacto publicitario al nombre Masagro, por las obvias sugerencias del arreglo alfabético: más agro y masa-agro (SAGARPA, 2010). Sintetizando: el nombre de un plan y, en su caso, el no llamarle plan, no siempre es una decisión aséptica; a menudo se manipula

con

la

intención

de

que

los

nombres

resultantes

coadyuven a su aceptación pública o atenúen ideológicamente los impactos negativos asociados a los dobles propósitos. 8 José Luis Huerta


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Salvador

(1967),

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a

la

Alianza

para

el

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Fuente

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origen,

evolución

y

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9 José Luis Huerta


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Salama,

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(1976).

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subdesarrollo,

Ediciones

Era,

México.

10 José Luis Huerta


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