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Epitafios
from Revista In Situ 2015-2016
by Tasio
a enviar tarjetas navideñas no sólo a sus familiares, sino también a sus amistades, miembros de la Corte y el personal que trabajaba para la casa real. La reina María, abuela de Isabel II, fue una gran coleccionista de estas tarjetas, muchas de las cuales se conservan actualmente en el British Museum de Londres.
Esta costumbre se introdujo en Estados Unidos en la década de 1870. Fue el impresor de origen alemán Louis Prang el encargado de introducirlas en este mercado utilizando una nueva técnica: la cromolitografía, que se generalizó entre los impresores de este tipo de documentos. Poco a poco, los diseños se volvieron más sofisticados y el tamaño se hizo mayor.
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En el siglo XX la mecanización de los trabajos de imprenta abarató los costes de este tipo de tarjetas y su uso se fue generalizando aún más.
A partir de la década de 1950 el envío anual de tarjetas navideñas se convirtió en una fuente de ingresos para los productores y para los servicios postales, que durante el periodo navideño tenían más trabajo. Numerosas organizaciones no gubernamentales y organismos como UNICEF, diseñan sus propias tarjetas y obtienen importantes beneficios de la venta, que son empleados para sus programas de ayuda y sus proyectos internacionales.
En nuestro país fueron muy comunes las felicitaciones navideñas de oficios. Habitualmente, el trabajador iba a las casas o por las calles para felicitar a los vecinos y pedir el aguinaldo por los servicios prestados durante el año.

Con el desarrollo de las nuevas tecnologías el envío de tarjetas postales ha decaído respecto a décadas anteriores, se sustituyen por el envío de tarjetas virtuales por correo electrónico o a través de programas automáticos en Internet. Los teléfonos móviles permiten un contacto más frecuente y hay páginas web que ofrecen tarjetas de Navidad gratis por correo electrónico.


Aquí, en el Núñez de Arce, hemos hecho un concurso de postales navideñas. La más bonita se llevaría un premio relacionado con materiales escolares. Ha habido muchos ganadores.
Estrella, Jorge, Alba y Rodrigo, E1ºD
El epitafio es un arte milenario, tan antiguo como la muerte, tan moderno como el twitter. Es ese epita fi os último mensaje que le quieres dejar a las generaciones venideras, esa frase que marcará de por vida tu muerte, que hará a tu lápida deslumbrar sobre todas las demás del cementerio. Si bien hay mucha gente a la que no le gusta llamar la atención ni vivo ni muerto, los hay que rompen con todos esos convencionalismos y no se conforman con la típica frase de “Tu esposa y tus hijos no te olvidan”, que, aunque encierra en cada una de sus palabras un amor y una añoranza conmovedora, está demasiado usada como para resultar personal. Y es que un epitafio curioso, sobre todo en casos de personas famosas ya en vida, ayuda a crear leyenda. Bien lo sabía Jardiel Poncela, cuya lápida reza: Si queréis los mayores elogios, moríos. Otro escritor que jugó con la muerte fue Billy Wilder, que escribió Soy escritor, pero nadie es perfecto-se ve que tenía en gran estima su profesión-. Entre el grupo de los ilustres encontramos al optimismo de Sinatra -Lomejor está aún por llegar-, el espíritu revolucionario de Marx -Obreros del mundo,uníos-, el humor de Mel Blanc, doblador de la voz de, entre otros, Bugs Bunny -Esto estodo, amigos-, o la fiereza del pistolero Robert Clay Allison, cuyo epitafio -Nunca matóa nadie que no se lo mereciera, se colocó tiempo después de su muerte. También los hay más poéticos, como el epitafio de Shakespeare, aunque en su caso el mensaje no invita precisamente a acercarse mucho: Buen amigo, por Jesús, abstente de cavar el polvo aquí encerrado.
Bendito sea el hombre que respete estas piedras y maldito el que remueva mis huesos.



De todas formas, probablemente el epitafio más tierno que jamás se haya escrito en la historia de los epitafios célebres sea el siguiente: Aquí reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin la vanidad, la fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad y todas las virtudes de un hombre sin sus vicios. ¿Que quién lo escribió? La respuesta es: Lord Byron. Pero si pensáis que está escrito en su tumba estáis muy equivocados: ésta es la preciosa frase que dedicó el escritor a su perro Botswain, su más fiel amigo. La leyenda que deja un buen epitafio es tanta que algunos hasta se los inventan. Son tan solo leyendas urbanas, pero algunas tan ancladas que para saber si son ciertas no se puede hacer de otra forma que yendo a la tumba y comprobándolo. Es el caso de la de Groucho Marx, de quien es el famoso epitafio Disculpe, señora, que no me levante; en realidad en su tumba no pone más que su nombre, las fechas y una estrella de David. Otra muy extendida es la que se atribuye a Molière: Aquí yace Molière, rey de los actores. Si se hace el muerto, lo hace muy bien. Se cree que esta frase surgió de un comentario que hizo un amigo suyo, pero cuando las mentiras tienen su gracia, se convierten a oídos de todos en verdades. Aquí en España los falsos epitafios más extendidos son el de Miguel Mihura –Ya decía yo que ese médico no valía mucho- y Unamuno –Solo le pido a Dios que tenga piedad con el alma de este ateo. Hablando de Dios, y pasándonos al ámbito del epitafio del ciudadano de a pie, son recurrentes las declaraciones de fe, como Donde sea que Dios te haya plantado, florece;No lo hemos perdido, él se nos ha adelantado; o Este es el principio del final de un viaje, pero después hay otro. También los hay que encuentran en la poesía la mejor forma de transmitir el mensaje, como en Tranquilo a la cama fue/ y cogió un sueño profundo/pero ¡ah! No despertó/ sino para el otro mundo. Pero no todo parece felicidad en el reino de los cielos, sino que también se da lugar a mensajes vengativos como Dios hará justicia con los que te hicieron daño, e incluso queda un resquicio para la duda, como en Creo estés presente en mi resurrección. Yéndose con fe, aunque unos con más que otros, el final de este viaje puede hacerse un poco más llevadero. Pero si encima el difunto se va a regañadientes, se puede dar lugar a epitafios como Que conste que yo no quería o Estoy aquí, pero quisiera estar ahí. Los hay que guardan tanto resquemor que la toman contra los vivos y deciden grabar en piedra frases como Hoy a mí, mañana a ti; Lo que tú eres, yo fui, lo que yo soy, tú serás o Aquí te espero. Y es que, ¿a quién no le viene mal que le recuerden mientras pasea por el cementerio que va a acabar en una tumba? Pero en el epitafio no se tiene por qué hablar de la muerte, sino que también se puede resumir la vida en una frase. Es el caso de Aquí yace un pobre autorque, emulando a Benavente,pretendióser escritor, pero solo fue escribiente o Aquí descansa, haciendo rosquillas. Desde luego, si sus familiares decidieron poner eso en su tumba es que tuvo que hacer muchas rosquillas. Si lo que prefieres detallar es la forma de la muerte, siempre puedes elegir frases del estilo de Aquí descansa Pancracio Juvenales. Buen esposo. Buen padre. Mal electricista casero, o, aún mejor, Mi hijo ha sido víctima de un grupo de médicos deficientes. Soy de la opinión de que el mejor epitafio posible es el que uno se escribe a sí mismo; para el que no le dé tiempo, siempre queda la familia. Siendo una familia unida por los lazos del amor y el cariño, el resultado puede ser tan excelente, como Dejarnos para siempre fue el primer disgusto que nos diste, o Restos de una santa: mi madre. Pero aquellos con una familia desestructurada pueden acabar en una tumba encabezada por frases como Con amor de todos tus hijos, menos Ricardo, que no dio nada o Tu esposa y tus hijos no te olvidan. Las ratas de tu familia te traicionan. Estas situaciones son aún peores cuando se sale de un matrimonio infeliz y se tiene un cónyuge con mucho que echar en cara. Es el caso de epitafios como Aquí yace mi mujer, fría como siempre. Señor, recíbela con la misma alegría con la que yo te la mando; Aquí yaces, y haces bien, tú descansas, yo también y Tanta paz encuentres como tranquilidad me dejas. Los hay algo más ambiguos, como el de la tumba del cementerio de Guadalajara: A mi marido, fallecido después de un año de matrimonio. Su esposa, con profundo agradecimiento. Uno querría pensar que le está agradecida por el año que han pasado juntos, pero nunca se sabe. De todas formas, también hay mensajes llenos de amor, aunque los mensajes más románticos muchas veces están donde menos te lo esperas. Y es que si uno se da una vuelta por el cementerio de Alicante, podrá ver un nicho que reza: ¡Rubia! Jarte pa lla que me jinca er coo. Este epitafio fue escrito por los hijos de Estela y Pepe; la primera, fallecida en el 93, y el segundo, veinte años más tarde. Durante esos veinte años que estuvieron separados, no hubo momento en que Pepe olvidara a su mujer, y fue así como, con buen sentido del humor, sus hijos pensaron que al enterrarlos juntos eso sería lo primero que él le diría. Como toque final, una mención a los epitafios con mala leche: en el puesto número uno, el de una tumba de un pueblo vallisoletano: Montoro, ahora ven y cobras. ¿Qué le puede impulsar a una persona a dejar eso como última señal en la tierra? José María Bejarano era un afiliado del Partido Popular, pero la subida del IVA hizo que quedara totalmente arruinado. Normalmente en los cementerios existe una normativa que censura las palabras malsonantes en

las tumbas, pero al tratarse de un cementerio pequeño en un pueblo, no la había. Además, todos los vecinos están encantados con el aumento de visitas al pueblo. Así que si queréis que se os recuerde, aunque ya no estéis aquí para verlo, no hay solución mejor que un buen epitafio. Eso sí, hoy en día hay que ser originales de verdad, porque la competencia es feroz.
Leonor Mozo Alonso, 1ºBachillerato