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la fiesta de las flores José Eduardo Vidaurri Aréchiga

Viernes de Dolores en Guanajuato: la fiesta de las flores

José Eduardo Vidaurri Aréchiga

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La cuaresma es el tiempo litúrgico de preparación para la pascua de resurrección. El sexto viernes de cuaresma es el de Dolores, está dedicado a la veneración de la Virgen María y a recordar los sufrimientos que padeció la madre de Cristo. La celebración se estableció en el año 1413 durante el Sínodo Provincial efectuado en la ciudad de Köln (Alemania). El culto y la tradición llegaron a nuestro país con la evangelización y se mantiene con un arraigo firme y popular en todo nuestro territorio.

Es probable que el culto se manifieste en la ciudad desde el siglo XVI. Se sabe del amoroso trabajo y dedicación que el sacerdote José Vidal efectuó durante las misiones celebradas en Guanajuato y en otras poblaciones de la Nueva España hacia finales del siglo XVII y principios del XVIII, en donde también impulsó el aumento del culto y devoción a la Virgen de los Dolores. A él se debe el uso extendido entre las familias de colocar un pequeño y sobrio altar en honor de la Virgen de los Dolores, a quien consideran patrona de los hogares.

En Guanajuato, de acuerdo con un testimonio documental, se fortalece el culto desde el año 1761, cuando un grupo de vecinos decidió colocar en uno de los portales del edificio del Ayuntamiento o

Casas Reales, una imagen en lienzo de Nuestra Señora de los Dolores “para adoración y culto público”. La imagen referida de medio cuerpo se atribuyó en su momento a la prodigiosa mano del pintor Juan Patricio Morlete Ruiz. A partir de entonces, la celebración adquiere un toque especial en la ciudad de Guanajuato, las familias instalan altares menos sobrios adornados con abundantes flores de temporada, primordialmente alelíes, manzanilla e hinojo; también se colocan en el altar ramas de álamo blanco, veladoras, cirios, naranjas, agua de colores y semillas colocadas de tal forma que representan imágenes o símbolos relacionados con la pasión de Cristo, como las representadas también en papel picado. Lucio Marmolejo en sus Efemérides nos refiere del agravio cometido en 1880 contra la fe de los mineros que cotidianamente circulaban por el callejón de Nuestra Señora de los Dolores al inicio de la calzada de Guadalupe, cuando por órdenes del gobernador en turno se cubrió la pintura de la imagen dolorosa con una losa, despertando el repudio popular por atentar contra una imagen tan venerada entre los mineros. Por testimonios del cronista e historiador Manuel Leal, sabemos que la conmemoración se revitaliza y adquiere un rasgo festivo a partir de 1885 cuando se volvió común que las familias guanajuateñas levantaran un altar que es presidido por una imagen de la Virgen María Dolorosa, ya sea de bulto o en pintura. A los altares se le han añadido, desde entonces, múltiples elementos: esferas que reflejan el brillo de las velas o veladoras, frutas como naranjas o plátanos pintados de dorado, figurillas religiosas y otros varios, algunos muy particulares de cada familia, de ahí lo complejo de dotar de un significado único a cada uno de los elementos que integran la composición de los altares. Muchos de los significados han sido recibidos en herencia particular de una generación a otra, a la manera de un conocimiento que se deja en custodia a la generación presente y que deberá ser transmitido, en su momento, a la generación futura.

La fiesta, desde finales del siglo XIX y principios del XX, comienza desde el jueves con los preparativos para el montaje del altar, la instalación de los puestos de flores y artesanías con motivos primordialmente devocionales y otros puramente comerciales. Es común que se presenten serenatas ofrecidas por la legendaria banda de música del Batallón Primer Ligero y las agrupaciones de cada época.

El viernes desde muy temprano la población se concentra en el Jardín de la Unión y el área circundante para convivir en una atmósfera de colores, aromas y sabores que perfilan los días santos, en armoniosa combinación con la alegría de la más bonita de las fiestas santafecinas. Muchos testimonios y crónicas de la celebración datan de las primeras décadas del siglo XX, como la que escribió Alfonso Prado Soto donde refiere que la fiesta se hace “con el deliberado propósito de perpetua, tradicional convivencia de cálida hermandad, con el pretexto (uno más al estilo guanajuatí) mitad profano y el resto de belleza religiosa, como lo fue, es y será el Viernes de Dolores de cada año”.

La devoción y la fiesta fue adoptada y llevada a las instalaciones de las minas por los propios mineros, quienes desde los años 30 del siglo XX comenzaron a instalar altares monumentales como ofrenda de agradecimiento a la Virgen de los Dolores, su protectora, y a la que se encomiendan cada vez que ingresan a las profundidades de las minas.

Yolia Tortolero nos refiere en su estudio Viernes de Dolores en Guanajuato: fe, tradición y reflejo de una sociedad, que hasta 1978 todavía era posible visitar altares al interior de las minas, pero por razones de seguridad, desde unos años a la fecha, los altares se montan en las instalaciones superficiales de los múltiples talleres que dan servicio a la mina, la fiesta, la bebida y

la comida que ofrecen los mineros es muy visi- tada y agradecida por toda la población.

El Viernes de Dolores o Día de las Flores es una tradición dinámica, reflejo de una sociedad que muestra a través de ella su raigambre mine- ra, su devoción y su ánimo festivo. La fiesta ha variado en sus formas y en sus usos, ya no se estila que las mujeres den vueltas al jardín hacia un lado y los hombres lo hagan en el sentido contrario a ellas, pero sí se acostumbra aún el obsequiar flores a las mujeres y ofrendarlas a la Virgen; se siguen erigiendo y visitando los alta- res en las dependencias públicas, en las minas, en los hogares, en las calles y en las fuentes de las plazas.

Hoy predominan en el Viernes de Dolores las actividades sociales y se percibe, quizá, me- nos fervor o celo religioso, pero la esencia de la fiesta sigue viva, pues los habitantes de Guana- juato han encontrado la manera de preservarla. La tradición, el rito y la costumbre se desarrolla año con año y sigue siendo un factor de unión e identidad de los habitantes de Guanajuato que mantienen, en lo posible, la autenticidad de la celebración.

El Viernes de Dolores, el Día de las Flores, la ciudad de Guanajuato se viste de fiesta y mis- ticismo, la atmósfera se impregna con el aroma de las flores y la cera ardiente de las velas, la ciudad toda se agita y se llena de la alegría que proviene, misteriosa y paradójicamente, de las lágrimas derramadas por la Virgen.

Nota: el presente texto fungió como prólogo del libro Día de las Flores, ciudad y tradición, del autor Raúl Reyes Ramos, editado en 2019 por Clavigero-Fontan/ICOM/UNESCO en Buenos Aires, Argentina

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