ÑUBLE: Historias de canto y vida

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ÑUBLE: historias de canto y vida Diseño editorial Pilar Labra González Textos Emilio Santana Soto Colaboradores Inés Fernandez e hijos Carmen Garrido e hijos Luis Castillo e Irma Prado Enedina Almuna y familia Fernando Suárez Claudio Mercado Yerko Muñoz Felipe Astudillo Greta Cerda




Dedicado a la memoria de Arsenio Cheño Parra y Luis Abraham Castillo; a la vida de Irma Prado, Inés Fernández y Carmen Garrido


CONTENIDO


PRESENTACIÓN Y AGRADECIMIENTOS

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ARSENIO PARRA: «CHEÑITO» I . VIDA JUNTO A INÉS FERNÁNDEZ II. SOLO AL MUNDO III. CRONISTA POPULAR IV. LA PERSONA Y LA LEYENDA V. LA VIDA EN EL ÑUBLE ARRIBA VI. CONOCEDOR DE CAMINOS VII. CANCIONES PERSONALIZADAS VIII. EL FANTASMA DE LOS PARRA

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CARMEN GARRIDO I. ENTRE MAMITAS Y CANTORAS II. UNA VIDA EN EL CANTO III. DE DÓNDE VIENEN LOS CANTOS IV. LA CREADORA V. TODO EL MUNDO EN CONTRA MÍA VI. A PURAS CUECAS VII. EL CABEZA DE TORO

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LUIS FROILÁN CASTILLO I. NACER CANTANDO Y BAILANDO II. LOS ENGANCHES III. «CATALAMBO» ALBARRACÍN IV. OTRAS TERTULIAS V. TRAS LOS CANTOS VI. LA MUERTE DE UN CANTOR

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AUDIOS

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PRESENTACIÓN Y AGRADECIMIENTOS


El Ñuble, río que nace en la cordillera de los Andes en el límite fronterizo con Argentina, se dirige primero hacia el norte para luego principiar a bajar, cerca de San Fabián de Alico, hacia el poniente, dando vida a incalculables seres en el trayecto. Luego, al alcanzar el norte de Chillán, se reúne con otros caudales para seguir su destino hacia el mar. Este río, que va de la cordillera al centro, es el que da unidad a las tres vidas que aquí presentamos, ya que, de un modo u otro, todas las conversaciones tuvieron lugar en comunas cuyas vidas dependen de sus aguas. Dependemos de algún río o embalse que haga posible nuestra existencia. Ya sea en el campo o la ciudad, existimos gracias a una fuente de agua. Al hablar del «Ñuble» apuntamos en ese sentido a lo esencial: Al río que da unidad a una zona geográficacultural. Que da vida. Contar las historias de vida de estas tres personas, cantores y músicos populares, creadores y recopiladores de versos, nos ayuda a descubrir mejor sus cantos, poniéndolos en contexto. Es también un modo de profundizar el sentido de la escucha, ubicando la subjetividad al centro del aprendizaje. Los versos que aquí se presentan, sean recopilaciones o creaciones propias de las y los protagonistas, transitan una delgada línea entre lo individual (creatividad, talento y estilo personal) y lo colectivo (relativo a la comarca, al entorno natural y social). Esto significa que el límite entre autor e intérprete es difuso y, muchas veces, poco significativo. Es con esa naturalidad que se toman versos de un tema y se añaden otros, de otro tema o de la cosecha propia, poniendo la primera mitad de una copla junto a otra y creando a veces una nueva rima, que calza mejor con otra melodía. Todo este proceso es profundamente personal, intuitivo y personal e intuitivo. Nace así un nuevo tema: «Canción –decía Cheño– es como le llaman a la tonada».

Agradezco la posibilidad de compartir estas memorias y conversaciones en torno al canto y la vida. Asimismo, agradezco a cada una de las personas que me abrió una puerta o una ventana en el Ñuble, muy especialmente a Alejandro Hermosilla Vázquez (QEPD) quien, nacido en esos campos, me invitó desde su casa en la comuna de San Joaquín, en Santiago, a buscar nuevos antecedentes sobre el Cabeza de Toro y el Run-Run del Diablo, en el antiguo camino de las Tres Esquinas, que une San Carlos Ñuble con Nahueltoro y Minas del Prado, hacia el sur del río, y con San Fabián de Alico por el norte; también a la cantora Enedina Almuna Albornoz, la primera persona en recibirme en su casa en San Fabián, junto a su familia, de quien escuché bellos cantos antiguos de la cordillera. Finalmente, corresponder a quienes colaboraron en la producción de este texto. A Claudio Mercado, arqueólogo e investigador del Área de Patrimonio Inmaterial del Museo Chileno de Arte Precolombino, quien gentilmente aportó los primeros comentarios y correcciones. Al profesor e investigador Yerko Muñoz Salinas por sus correcciones y comentarios; al profesor y poeta Felipe Astudillo por su gentileza en la corrección final. También agradezco a Greta Cerda Saldías, artista locera y cantora, quien intervino decisivamente en la recopilación de diversos aspectos de la vida y obra de Carmen Garrido y que fue excepcional colega y compañera en esta travesía.

*Nota aclaratoria: Las transcripciones de las conversaciones se hicieron intentando resguardar sobre todo el sentido y sonido (pronunciación, entonación) de las voces protagonistas; los modos y maneras de hablar de cada uno han sido tratado con el máximo respeto y fidelidad posibles. Solo en momentos en que esta aproximación puso en peligro la comprensión del sentido del texto, se adoptaron soluciones para esclarecer los testimonios.

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Imagen: Sources: Esri, USGS, NOAA, Sources: Esri, Garmin, USGS, NPS. Ministerio de Bienes Nacionales, Gobierno de Chile



ARSENIO PARRA: “CHEÑITO” En San Fabián de Alico, pueblo precordillerano cercano a la ribera del río Ñuble, han existido cantoras y cantores renombrados, que hicieron famas recorriendo los caminos que unen al pueblo con las distintas localidades y locaciones aledañas. Entre ellos, existe un nombre que no dejaba de oír al llegar por primera vez al pueblo de San Fabián. Este cantor es a la fecha una verdadera leyenda: Don Arsenio del Carmen Parra Figueroa alias «Cheñito» (1935-2011). I. VIDA JUNTO A INÉS FERNÁNDEZ Una vida y sus vidas. Para conocer la vida del difunto «Cheño», nuestra principal narradora y fuente de información ha sido la consorte y madre de sus hijos, Inés Fernández, quien gentilmente respondió nuestras preguntas en diversas conversaciones en su casa: Quería preguntarle como se conocieron. Yo estaba trabajando. Yo fui casada. Me separé del marido porque era medio, qué sé yo, me pegó y fue preso y cuento aparte ya no me junté más con él. Ahí me hice otra vida, y a los niños. ¡Ay! Muy mal, muy difícil, no se portaron muy bien con ellos. Sufrimos harto. Ya, después, aguanté por los meses que estaba ahí, estaba trabajando po’. Y ya, llegaron niños a la casa, sin comida, vamos a ver qué comerían, y ellos mismos mojaban la cama y ahí dormían los pobrecitos. Dije yo, con puras leseras no más, están sufriendo los chiquillos y yo también. Ya, me enojé, saliendo de mi trabajo, salí pa’ la tarde, por esta hora habrá sido y dije yo: «¡Me voy a juntar con cualquier viejo que se me cruce en el camino!» [ríe]. Y me juntó él. Y fue él. Y ahí hicimos la… ahí criamos los niños. Y le salió buen marido por el camino, ¿o no? Sí, sí. Con él no me faltó nada para criar los cabritos. El «Cheñito» me hizo una ruca. Vivíamos en una ruquita ahí, abrigadita, todo. Y yo le ayudaba a hacer la casita. Después hicimos una cocinita así [dibuja con sus manos una forma triangular], así era la cocinita y también era abrigadita; la hicimos entre los dos, y los niños también. Y ahí también fueron malos con ellos. Ahí 12

trabajábamos al otro lado [del río] y después, bueno, volvíamos en la tarde y cualquier problema había de los niños. Que matan a un pollo, que ¡ay! Ahí dijo «Cheñito»: «¿Por qué no vamos pal otro lado mejor?». A vivir donde trabajábamos con la señora Olga. Y fuimos con los cabritos, teníamos tres del primer matrimonio mío. Y ahí los criamos todos. Si querís que yo te quiera tenís que hacerme una casa con salas y corredor todo el cimiento de plata y también tenís que hacerme una cama de cristal almuda de perla fina y cojines de coral y también tenís que hacerme una caja de metal un velador de oropel y una guitarra de azahar después de que haigas concluyido y estos bienes que te pido entonces ya seré tuya sin tener dueño ninguno. En esta tonada «Cheño» enumera partes que forman una casa y lo hace por ponderación, es decir, valiéndose de hipérboles. Tal vez porque lo que está expresando en el fondo no es material, sino espiritual, donde la casa se vuelve metáfora de la unión entre las almas. Una cama de cristal, visto así, puede ser un llamado no a la opulencia, sino a la transparencia. Vidas que se unen y forman una familia. La ruca se desplaza, buscando donde pertenecer. La vida es dura, sufrida a veces, pero no por ello falta la alegría, el buen ánimo, y con ello, la guitarra. Inés recuerda: Salir era divertido. Salíamos con guitarra. Claro que otras veces era lejos y había que ir en vehículo; compartíamos ahí en la


escuela Caracoles, ahí nos buscaban. Donde los Caturra. ¿Y como eran las fiestas? ¿Había radio o solamente guitarra? Guitarra. Pura guitarra. ¿Y qué cantaba «Cheñito»? Todo lo que le convenía. Pero menos cumbia, menos eso. Correteados sí. Su mexicano sí. Y sacaba décimas también. Usted, por ejemplo, ya «Cheñito» estaba aquí conversando con todos nosotros. Después decía: «Voy a sacar una décima de esta persona». Y decía como es, como era que aquí, que allá, la describía, todo eso. Y así él lo sacaba. Componía canciones al instante.

Uno de los vestigios que quedó de la obra de «Cheño» es una grabación de cuarenta y siete minutos en que interpreta alrededor de quince temas acompañándose de su guitarra afinada en Re mayor, al modo que popularmente llaman “tercera alta”1 .

Le preguntaba a usted como era físicamente todo eso. Sí. Sí. O sea, usted lo ayudaba en la composición. Un poco [ríe]. Igual en las salidas cantaba también usted. Sí. Sí. Luego me pide la guitarra y empieza a ejecutar ritmos y tararear, recordando. Canta brevemente: En una chacra de trigo planté una mata de amor y se me volvió maleza cuando estaba en lo mejor triste, muy triste estará mi corazón… ¿Esa es de «Cheñito»? Sí, sí. Y el coro es así, correteado.

Inés Fernández y Arsenio Parra / Archivo Isabel Parra Fernández

Es una producción anónima, que circula de mano en mano, entre personas comunes y corrientes, en este caso, de San Fabián y sus alrededores, donde suena en estaciones radiales locales y que ha sido difundida por recopiladores de folklore, educadores y amantes de la música en general. Dicho en otras palabras, transita a la manera que suelen hacerlo las músicas «folklóricas»: Compartidas de manera directa y espontánea a través de medios sobre todo orales, no escritos. Antes de llegar al papel, los temas transitan por muchas bocas, oídos y memorias.

Y al principio valseado, medio tonada… Sí, no sé po’, usted puede tocarlo como tonadita y después corrido. 1. (1ª=Do#)-(2ª=La)-(3ª=Fa#)-(4ª=Re)-(5ª=La)-(6ª=Re). Afinación por tercera alta en tono de «Remaj7» tocando cuerdas al aire; 1ª cuerda refiere a la «prima» es decir, la cuerda más delgada. 13


En el registro que referimos, se da pie a una situación en que «Cheño» canta y habla. Dice: ¡Tengo hartas en el repertorio!, pero de repente se tupe por la mirada uno. ¿Como cuántas canciones se sabe usted? [pregunta una voz de mujer] Cuando cantaba, cuando me buscaban los jóvenes así, me iban a buscar del pueblo a la casa para que les fuera a cantar, para bailar ellos con las chiquillas po’, de eso se trataba. Yo cantaba entre valses, cuecas, corridos, canciones, porque la canción es esa [que] le llamamos tonada nosotros. Me sabía como ciento cincuenta, sin cambiar así, sin repetir lo que estaban bailando las parejas. Bonita es la cinta verde y el galán que te la dio la pusiste en la ventana y el viento se la voló de todos los colores me gusta el verde porque es un colorcito que no se pierde que no se pierde ay sí te gusta en caña porque es un colorcito que no te engaña anda te gusta en caña que no te engaña.

Cheñito con guitarra en familia / Archivo Isabel Parra Fernández

II. SOLO AL MUNDO Seguimos conversando con Inés Fernández, viuda de «Cheño» y madre de sus hijos Luis, Eduardo, Isabel y Rafael, además de los tres hijos de su primer matrimonio, que juntos criaron. Las conversaciones suceden en su casa, entre tortillas, mate y guitarra. Sus tortillas han ganado cierta fama en el pueblo de San Fabián, por lo que también las vende. ¿Qué se sabe de la infancia de don Arsenio? Infancia de «Cheñito». Bueno, según que me contaron a mí los familiares, es que el matrimonio de la mamá de él, fue con otro papá. La mamá tuvo a «Cheñito» aparte. Sí, fuera del matrimonio. Después su madre se casó con un caballero y este lo dejaba en menos, en menos, lo miraba en menos. La mamá todo lo daba por «Cheñito», pero él, su esposo, no lo dejaba en paz. Y ahí se fue con la señora Anita, que vivían por ahí mismo de esas partes.

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¿Y la señora Anita qué era de él? Conocidos, no sé. Y ahí lo crió con él. Y ahí la señora tuvo hijos, y ahí estuvo «Cheñito» como un hermano más. Y ahí crió las niñitas. Antes era harto pobre la familia de noso… ellos eran harto pobre’, bueno, antes éramos todos pobres igual. Pasábamos con pocos recursos todos. Entonces ella le decía a «Cheñito» que le hiciera una agüita caliente a las niñas, a sus hermanitas, porque lloraban porque tenían hambre, así que por ahí le hacía una agüita caliente. ¿Es cierto que en esa época quedó ciego? Bueno, él dice que a los siete u ocho años se cortó la vista, porque antes no había médico, no había nada. Habría, pero como ellos no tenían plata para ir, movilizarse, todo, no tenía pa’ ir. Ahí se echaban yerba de campo, el maqui, y al último se echó la leche de higuera. Ahí fue todo: Se quemó. Fuerte eso, es fuerte esa cosa. Y se quemó la vista. Para siempre. Me valí yo de una nube por darle vuelo a unas aves no me quisiera acordar de un sentimiento que tuve un sentimiento que tuve no se me pasa tan luego de ver que hayas demostrado andar en amores nuevos andar en amores nuevo el mío ya se acabó Dios quiera que otro te estime como te estimaba yo con tiempo te lo decía que de tú me iba a apartar hoy no queda más remedio consolarme con llorar.

III. CRONISTA POPULAR «Cheñito» se vale de «nubes», versos que va hilando para darle vuelo a sus «aves»: Penas, historias, seres y amores. Imagino a «Cheño» sacando canciones con la misma naturalidad con que armaba una chigua, una cocina o un portón; y con la misma astucia y valor que cruzaba el río Ñuble, entre cables de acero, cargado hasta el tope de leña. «Cheñito» canta con el alma, y el sonido que produce es como una rasgadura en el aire. Pero sin ser excesivamente dramático o solemne, ya que «Cheño» era ante todo un poeta de lo cotidiano, del trajín de la vida y del pueblo en la cordillera. Abarcó la realidad en diversas esferas donde, sin duda, una de las más importantes es su relación con el hábitat natural, del que «Cheño» podía hablar con absoluta propiedad: Recorrió a pie cada rincón al que llegó; fue un verdadero caminante de San Fabián y sus alrededores, y un conocedor profundo de su entorno natural y social. San Fabián es la reíz de lo que voy a nombrarlos y está Trancura y el Palo del saber me alegro tanto que tenimos la montaña de vecina con Paso Ancho tenimo al estero grande dentro del Manifestal y no echemos al olvido la escuela del Maitenal estamos en el Liceo donde florece la yedra tenimo al estero ‘e Piedra que baja su manantial trayendo el agua bendita que da vida a San Fabián la sombra del cerro Alico y el barrio la ha de gozar 15


que tiene su lindo aroma de montañas natural tenimo al sector Los Puquios donde se prefiere el sol nombrando al Cajón de Lara y también al Caracol. A través de su experiencia de vida y comprensión del medio que lo rodea, «Cheñito» fue capaz de reflejar e incluso resumir la crisis social y ecológica que vivimos en la actualidad, lo cual nos recuerda la urgencia y vigencia que tiene hoy su canto: Se están terminando en Chile las montañas natural los bosques que allá se ven son los famoso pinare también se planta eucaliptus los kiwis y las sangüeza más atormento pal pobre y adelanto a las empresas antes dentraba a un potrero lleno de cabra y ganado pase por ahí usted ahora todo lo ve plantado se tomaba agua en los campos con su rico sabor fino tomele el sabor ahora y es pura resina de pino daba gusto de llegar a las casas patronales ‘taban llenos los corrales pa’ marcar o señalar pase por ahí usté ahora hay pinos para podar

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cuando se llegará el día que paren las plantaciones que el campesino se muere de pena en las poblaciones. Cuando Cheño dice que «el campesino se muere de pena en las poblaciones», pienso que está hablando de lo que significa pasar a vivir de la inmensidad del espacio (en el campo y la cordillera), a la reducción de la vida en un área delimitada y cuadriculada, como sucede en la villa o población, donde cada metro cuadrado cuenta y el modo de habitar es típicamente urbano. «Cheño» describe entonces un cambio radical de la persona y su identidad, que implica el fin no solo de una locación o geografía, sino de un modo de vida, de un tipo particular de relación entre cultura y territorio. IV. LA LEYENDA Y LA PERSONA Muchas cosas se cuentan sobre los dones espirituales de don Arsenio. Habiendo escuchado la historia que circula sobre la «niña blanca» que caminaba junto a él para luego desaparecer, le consulté a Inés Fernández al respecto. ¿Hablaba él a usted sobre espíritus caminantes? Sí, él me decía que cuando él salía solo, que alguien andaba al lado de él, alguien lo acompañaba al lado. A lo mejor, si hay algún peligro, le avisa al tiro, una cosa así. No creía mucha gente que él no veía, le hacían bromas pesadas, para hacerlo caer. Y él le describió esa presencia que sentía. Decía que alguien, se sentía una cosita aquí. Acá en la frente. Sí. Siempre me decía eso. Como el tercer ojo. Hacia dentro. Ve hacia afuera y hacia dentro. Otro sistema, otro don.


¿Él adivinaba de repente las cosas que iban a pasar o tenía intuiciones, sueños? Sí, pasaban a veces. Contaba las cosas y después pasaban, tenía un don parece. A mí él siempre me decía que tenía un don. Él me decía a mí que yo tenía un don, que no me lo perdiera. Era creyente. Sí, creyente, mucho. Él santiguaba niños. Me puede explicar en qué consistía eso. Ya, llega un niñito enfermo, un mal ojeado, tiene los ojitos decaídos, llorón así, su cuerpecito corrioso. Llega la mamá con el niño ahí, el niño está sin ánimo. Ya, entonces va «Cheñito», va a una pieza, con un charlón, hay que envolver el niño con un charlón, va para una pieza, se va para la pieza con su velita, y un librito, un testamento de esos chicos, esos azules. Entonces él va, lo pone arriba de la cama y lo santigua. Rezando, porque yo también santiguo, yo también aprendí. Y ya el niño duerme un poquito y respira. Ya salió esa cosa. Y el niño alivia. Va la fe en uno. Tiene que tener harta fe, porque si no cree… Santiguaban hartas cosas. Sí, yo le santigüé un perrito. Y el perrito moría, ya moría, si mal, mal estaba. Mal, estaba suelto. Y le digo yo, oye tení una velita por ahí. El testamento no faltaba en las casas. No si es cierto, oiga. Ya moría el perrito, ya tenía su hociquito helado, helado, estaba helado. Ya yo fui. Hay que tener fe uno también, hay que tener harta fe. Ya, me dijo que se iba a morir el perrito. No, no va a morir le dije yo. Entonces ella se dio vuelta allá pal rincón, yo me volví a la misma pieza de ella y empecé al perrito, lo santigüé. Ya, lo terminé de santiguarlo y al poquito ya empezó a mover el hociquito. Agarré una cucharita y le di agüita, le eché pa’ dentro. Ya otro ratito, también. Y ya de ahí se mejoró, y no se enfermó nunca más. Hay que tener fe de uno. Uno, pero pasando el librito por encima de ellos, pasando por encima de ellos el librito. Y hay que tener mucha fe, si no tiene fe… igual como los empachos, los niños cuando tienen empacho, tira la colita, pasa un poquito de ceniza y hace una crucecita, y suena. Yo también quebraba el empacho a un niñito.

Y esas cosas también las hacía «Cheñito». Sí. ¿Y qué otra cosa sabía hacer? Ah, rellenar colchones. Yo tampoco lo sabía rellenar colchones de lana de oveja. Sí, él me enseñó y yo aprendí también. O sea que quebraba el empacho y santiguaba, hacía colchones, construcciones de chozas, de cocina, muebles, bancas, portones. Sacaba décimas. Cortaba árboles, enfardaba, enyugaba los bueyes. Cruzaba el río. Era leñador. Sí. ¿Y como cruzaba el río? En la veta ponía una rondana y así engarfiado ponía un lazo, y quedaba como sentado, y pasaba para el otro lado. Con las manos hacia arriba de la veta. Pasaba bolsas con harina, toda la mercadería para allá. Entre los dos hacían hartas labores. Sí, y él hacía almuerzo, cocinaba. No era machista. No, no. Nada. Él mismo hacía almuerzo, a veces salía a una parte yo para allá, y él hacía almuerzo a los niños. Los cuidaba mucho, hacía su mamadera, todo. Igual como una mujer ponle. [ríe] Era cariñoso, Isabel lo describe así. Sí fue muy… él cuidó mucho. Usted cuando se juntó con él fue feliz de alguna manera, vivió amor. Sí. Después nos venimos pa’ este lado porque ya los niños estaban más grandes y la patrona no quería que los niños vengan a la escuela y eso está mal. Estaba mal ella en esa parte. Así que vinimos a este lado de nuevo.

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Y «Cheñito» quería que sus hijos fueran a la escuela y estudiaran. Si po’ todo. Él lo más que quería era eso. Que estudiaran y giraran pa’ arriba. Que no perdieran de clases. Si en las reuniones él mismo iba a las reuniones, hacía pancito para la reunión. Vamos amiga, vamos a la escue vamos a la escuela, vamos a estudiar que esa es la herencia que nuestros padres los van a dar yo me levanto con la mañana dándole gracias a mi señor que me proteja en los estudios me multiplique vida y salud

¿Como se abastecía de las cosas para la casa? La harina para la casa… así colgado, colgaba [ríe]. Tan bienazo que se amarraba y pasaba sus cosas, para llevar la mantención a la casa. Muy difícil oiga. Yo cuando estaban los niños más chicos los pasaba en cajón para acá, oh. Que sufrimos harto, ¡imagínese con los tres! Luis, hijo menor de Inés y «Cheño», interviene brevemente diciendo: Pa’ cruzar el río hay como un poste a cada lado, y aquí pasaba un cable, como un «canopy», y había un cajón, y ahí nos sentábamos para pasar.

Y de los útiles escolares cuando me acuerdo me hacen llorar vienen las cuotas, también las rifas para el plato único hay que donar Y ese dinero a dónde está en el bolsillo de nuestro padre con sacrificio de la mamá gracias escuela gracias internado gracias mi pueblo Minas del Prado. V. LA VIDA EN EL ÑUBLE ARRIBA Inés dice que incluso para ella que vivió con «Cheño» por años, es difícil comprender como se las arreglaba para hacer su vida normal, con autonomía absoluta pese a no tener el sentido de la vista ni más ayuda que su propia memoria y astucia. Se levantaba temprano, hacía fueguito, ponía el tacho, la tetera. Le gustaba hacer fueguito. Imagínense como hacía fuego.

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Cable de acero sobre el río Ñuble / Fotografía Emilio Santana

Inés prosigue: Y había que saber pasar. Si no, se volvía para atrás el cajón. Había que tener fuerza. Y uno preocupado de los niños chicos, oh… Y del peso ya topaba el río, ¡oh! porque el río iba súper hondo. Ahí se caen las cosas y no vuelven más. Ha vivido hartas cosas señora Inés


Sí, hartas, hartas. Pero no me ha bajado los ánimos eso sí, me ha subido más arriba, me he acolchonado un poco, pero después subo. Hay que darse ánimos uno mismo. Recuerdos van y vienen. Las palabras que aparecen escritas son conversaciones ocurridas en diversos momentos. En algunas ocasiones mientras conversábamos, además de Luis quién aparece más arriba, estuvo con nosotros Isabel Parra Fernández, la única hija de esta unión y que actualmente vive en Quillota. No habló frente a la grabadora, pero sí tuvo la gentileza de compartir conmigo algunos recuerdos de su vida junto a su padre. Comparto a continuación la transcripción del texto que me envió, escrito originalmente a mano:

Con decir que ni leña se llevaron porque mi papá sólo quería llevarme a casa para poder abrigarme y cambiarme de ropa. Cuando me subieron a la carreta, me taparon con un saco, ya que nadie llevaba ropa extra, y me fui sin despegar la vista del suelo y sin escuchar la voz de mi madre que estaba molesta y era obvio. Y mi apá, sólo le bajaba el perfil a lo sucedido.

Nuestra casa era grande. La cocina a leña enorme. Yo dormía con mi viejito en un colchón en el piso. Mi hermano el Eduardo con mi mami en una cama más buena. Los demás no lo sé. En ese colchón pasábamos frío con mi papá. No teníamos mucho para taparnos, pero él me hacía dormir con ropa y me decía que así podía ganarle a los demás al otro día al levantarnos. Y él dejaba su abrigo como almohada, me decía que para todo hay una solución y de verdad que eso sí tenía sentido. Lo veía como el hombre más inteligente y habiloso. Y vaya que sí lo era. Recuerdo que la patrona en ese entonces quería que le llevaran leña en época de frío. Fui con él, mi madre y otros caballeros, creo que también uno de mis hermanos. Ellos buscaban troncos para poder echarlos a la carreta. Habíamos ido cerca del río para buscar leña. En eso la niña aventurera (o sea yo) me acerqué demasiado a la orilla. Me llamó la atención la cantidad de arena mojada que había. Me dijo mi papá que no me acercara porque eso con el peso se cae. No lo entendía. No me explicaba por qué se podía mantener tan lisa y no poder pisarla, si parecía que fuera tan firme como la tierra. No hice caso y me acerqué y, como me lo había dicho, con mi peso se fue derrumbando. Caí al agua (río) con un trozo de arena que se esparcía muy rápido. Me empecé a hundir, y con el miedo de que me retaran porque ya me lo habían advertido, no quería gritar. Hasta que me vieron. Alguien se tiró a buscarme.

Cheñito en familia / Archivo Isabel Parra Fernández

Una vez tuvimos que salir los dos. Me parece que mi mamá estaba en el hospital teniendo a mi hermano más chico (Luis). Por el camino me cantaba, y la que más recuerdo es la historia del caballo prieto azabache. Cuando terminó de cantarla, le tenía tantas preguntas que sin pensarlo él me dio todas las respuestas. Me sentía muy bien con él. Al tiempo después salimos los tres. Yo, el Rafa y él. Nos subimos al cajón, me dijo que no pusiera los dedos en la rondana. Error, no hice caso. Perdí la uña del dedo pulgar, y él me puso su pañuelo, y envolvió mi dedo, mientras el Rafa me molestaba por ser tan “burra” =) Y él, mi papá, no se quedaba atrás, igual se reía. 19


VI. CONOCEDOR DE CAMINOS Le pregunto a Inés, pensando en la ceguera de «Cheño» y su vida de caminante: ¿Y como se sabía los caminos? Yo… yo iba re bien con él [ríe]. Recuerdo una vez que tocó una nevazón. Nos nevó. Y había unos caballeros que estaban de campamento ahí, como un espacio así un campo grande, y estaba nevando y lo tupió la nevazón. Y yo con la chiquita entumida. Todo. Y pasamos donde un caballero pa’ plantarnos un poco y seguir después que pasara la nieve. Ya, escampó un poco, y nos fuimos en los caminos. Puro camino no más, puro una de lomos que había. Ya, ahí le decía qué es lo que había en el campo ahí. Le iba diciendo, para que se guiara. Sí. Si quiere le decía yo. Ya, vamos a llegar a un camino, «hay una máquina que está en la orilla del camino» me dijo, «allá vamos a llegar y vamos a girar así, para abajo». Se escucha un estruendo al fondo de la casa. Golpes de lata. Maullidos de gato. Cosas caen al suelo. Luego un silencio que por unos instantes nadie rompió, hasta que Luis pregunta «¿qué ruido es ése?». Inés prosigue sin responder: Ya le decía yo, ya llegamos a un camino grande, aquí llegamos a un camino «Cheñito» le dije. «Ya –me dijo–, allá ¿veís una máquina?». «No todavía», le contesté. Una máquina mala que está a la orilla del camino. Ya, giramos. «Chuta» le dije yo, todavía queda harto espacio [ríe]. Ya, giramos ahí y ya, allá hay una máquina; «allá, ésa es», me dijo. «Allá al otro lado –me dijo– hay un estero, hay una escuela», y había una escuela po’. No sé como lo haría, no sé. ¿Qué es lo que era? Vuelve a preguntar Inés sobre el estruendo que escuchamos al fondo de la casa. La idea de que «Cheñito» se manifiesta de alguna manera entre nosotros, entre el ruido de la vida y el silencio de los vivos, queda como flotando en el aire. Del encuentro con Inés Fernández ya teníamos antecedentes de este tipo. Cuando me enteré de que «Cheñito» tenía una 20

viuda, quise acercarme a ella de inmediato para saber más de su vida. Pero no fue fácil encontrarla. Pasé varias veces por San Fabián de Alico sin poder dar con su paradero. Un par de años. Tiempo después, y no sin pocos tropiezos, logré encontrarla en casa de un familiar. Cuando le dije que quería hablar de «Cheñito» se sorprendió mucho, pero más grande fue su sorpresa, y la mía, cuando acompañándome de una guitarra (con tira cuerdas y afinada por tercera alta, al estilo de «Cheño») canté: Y por esa calle viene una guitarra de plata las cuerdas vienen diciendo el amor es el que mata ay negrita quien pudiera estar contigo un momento… Al terminar de cantar esta tonada, que solía ser parte del repertorio habitual de «Cheño», la puerta se abre y un viento recorre la habitación con un movimiento de ráfaga que parecía totalmente improbable. Todos sentimos y pensamos lo mismo en ese momento: Era el «Cheño». Ahí supe que la famosa tonada él se la dedicó a Inés. «Yo soy la negrita» me dijo entonces. Todas estas cosas volvían a mi pensamiento mientras conversábamos en su casa. Le pregunto entonces, retomando la conversación: ¿Y llegaron o no llegaron? Llegamos. Llegamos a la casa de la mamá. Allá nos pasó ropa y nosotros nos cambiamos y todo. Íbamos mojados, entumidos. Al «Cheñito» le pasaron ropa también. Y después en la vuelta, estuvimos como dos o tres días donde la mamá de «Cheñito» y nos volvimos. Ahí giramos otro camino. Me dijo: «Vamos a girar otro camino porque vamos a llegar más luego». Llegamos a… ahí nos perdimos [risas]. Llegamos de Las Tablas ¡pero ahí no tenía salida po’! [risas]. Era puro monte la cuestión. «Ya», me dijo, «volvámonos pa’ atrás antes que se nos oscurezca aquí».


¿No se topaban con gente en el camino? No, nada. ¡Nada, nada! Pura montaña. Al escuchar la voz de «Cheño» en registros de grabación como el que acá presentamos, se descubre un hombre conversador y dicharachero, que suele brevemente presentar sus temas antes de cantarlos. Sus versos están inspirados en las labores rudas de la naturaleza y la supervivencia; a partir de estos elementos iniciales, simples y toscos si se quiere, emerge siempre un sentido moral más profundo, no en el sentido de actuar como juez -que no lo hace- sino como un observador sensible que ofrece una reflexión certera. La siguiente canción sirve como ejemplo y «Cheño» la presenta como «una de los invernaderos», sin embargo, ese es sólo el título. El tema de fondo es otro, como podrán ver y escuchar en palabras del autor: ¡Aquí tengo una de los invernaderos! No ve que todo hay que sacarle [versos, cantos], a todas las cosas. Si yo quisiera sabere de los años venide quién sería el estudioso que estudió el invernadé el señor fue puso al hombre a gozar esta hermosú porque de ahí se mantienen centenares de criatú era muy sano este pueblo en los años que han pasao pero ahora está molesto con la droga que han plantá

se piensa con la cabeza pero menos con los pies hagamos un sacrificio pídele a la juventú que se aparten de los vicios que se preste para tó aquí ya termino el verso y se los cierre esta plá pongamos al pueblo en campaña ‘e terminar la mariguá. VII. CANCIONES PERSONALIZADAS En el sector cordillerano de San Fabián, el criancero de animales es un oficio tradicional de la zona. Es parte del modo de vida más profundamente arraigado en las gentes que por generaciones han habitado en la cordillera. En ese mundo «Cheño» se dedicó a retratar personajes dedicados al movimiento de ganado. Él simplemente narra los hechos, «lo que la gente me cuenta»: Señor les voy a cantare con unas voces muy lentas porque les voy a gritar lo que la gente me cuenta se dice que en la Argentina ya bestias no quedan na’ porque los de San Fabián la están trayendo hacia acá

las señoras abren la puerta de costumbre en la mañá y al medio e su invernadero y hay plantas de mariguá

se dice que en San Fabián se vive del contrabando yo no lo digo por todos y del decirlo lo siento que sin pasarlo en la manga había de ver el diez por ciento

disculpa le pido al pueblo por todo lo que diré

el contrabando en el pueblo y nadie lo he terminado 21


porque es igual a la tiña la que atormenta el ganado han habido pulicia y en el tiempo de la burgasia haciéndose los dormíos ganaban pa’ comprar casa me decían en la carta que contara por aquí que el jefe de la cuadrilla es Miguel Marabolí pa’ seguir el contrabando hay que aguantar los reproches hay que hacer las noches días y los días hacerlos noches cuando están en El Salitre para pasar pa’ Lumavia se dicen unos a otros pueda ser que bien los vaya aquí ya termina el verso entre los dones y espinas que los hijo ‘el culebrón son leones en la Argentina. «Cheño» cuenta que a Juan Garrido le gustaron tantos los versos que relatan sus hazañas en los movimientos de ganado, que incluso le pagó por componerlos. La historia parece repetirse desde hace siglos: Un «señor» paga a un «trovador» para que relate sus proezas. Una práctica común en la antigüedad que, a la fecha, continúa vigente. Y «Cheño» es un artista que compone con el corazón, no miente: Habla de todo lo que conforma a la persona. Parece recordarnos que, para contar una vida, es necesario apuntar vicios y virtudes, luces y sombras, amores y dolores que cuentan la historia de quién fue esa persona. Así es como él cantaba «entre los dones y espinas».

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Aquí les voy a contar la historia de un comerciante que por su buena cabeza su tiempo le está abundante es un gallo les diré porque es un hombre habiloso en nuestra tienda es humilde dicen que afuera es mañoso al ver sus raciones malas también su poco ha viajado por eso que en estos tiempos la fortuna le ha abundado me cuentan ese fracaso si es cierto yo no lo sé que tocó una mala vuelta y hasta se vino de a pie (eso cuando iban a robar a la Argentina) también se ha ido de pavo estando mala la picada cuando no son muy amigos los que cuidan la avanzada de tanto viajar pa’ adentro le nacieron los pensares al fundo de Las Veguillas si que voy ir a mediare lanares tengo bastante en vacunos hasta pa’ la cuesta de ayer tengo cien prestados pa’ vender a mejor cuenta cuando andaba tramitando y chitas el hombre bueno cuando ya estuvo mediando y hasta el patrón miró en menos con él la gente era buena


pero no le supo pagare que al pobre viejo Villagra hasta lo quería ahorcare ahora voy a decirle que el gallo ya la ha sufrido que en el carro de Las Veguillas casi se fue por el río cuando estaba en este apuro se acordó hasta de las velas y le clamaba al pastor desenrédenme la espuela que si el carro no es de acero a lo mejor que se troncha y el que le salvó el pellejo el cabro de ‘on José Concha perdónenme, caballeros que hasta aquí no más haiga sido hay mucho más que contar del mentado Juan Garrido. VIII. EL FANTASMA DE LOS PARRA Fernando Suárez es psicólogo social y músico, autor de una de las pocas entrevistas que se le realizó en vida a «Cheño», efectuada el año dos mil cuatro. Le propongo entrevistarlo sobre su entrevista. En particular, me interesaba saber cuál fue su motivación en ese momento. A continuación reproduzco sus palabras, donde da cuenta de su propia experiencia con «Cheñito» Parra: ¿Qué te motivó a entrevistar a don Arsenio? Yo también toco. No recuerdo exactamente cuál fue la razón por la que llegué a entrevistar a «Cheñito». Lo que sí recuerdo es que fue un poco con el tema de los Parra. «Cheño» Parra. No era familiar directo de la Violeta, pero siempre estaba por ahí el fantasma de los Parra dando vueltas.

¿Y como supiste de su existencia? Yo iba a trabajar dos veces por semana a San Fabián y me llevaron hasta la casa de «Cheño», en un camino de tierra para arriba, rodeado de zarzas y donde no había más casa que la suya y unos caseríos bien perdidos. Al llegar nos dicen «ahí viene» y se le veía caminando desde lejos. Se veía diminuto y pude apreciar que caminaba con un bastón. Lo acompañaba un perro que iba a kilómetros de él y se metía por donde quería, era lobo, era un lazarillo, pero no lo acompañaba. Don Arsenio caminaba solo. Debe haber caminado unos trescientos o quinientos pasos hasta su casa y me impactó como llegó directo, directo, directo. Había una acequia al lado me entiendes, y el entró directo, sin detenerse ni aminorar el paso ni doblar antes o después. Perfecto, perfecto. Está bien desarrollar habilidades, pero él se pasó, tenía mapeado el campo, sabía exactamente dónde caminar. Me pregunto si habrá contado los pasos. Muchos no creían que fuera ciego, pero lo era. ¿Qué hechos recuerdas de esa conversación? El hecho de que «Cheñito» realizó variadas tareas propias del campo. Decía «a pesar de faltar la luz, nunca faltó cabeza». Comenzó con dos huevos de pavo que le obsequió su madre para que se los comiera, pero los crió y para su sorpresa nacieron los pavitos, los crió y los vendió para luego comprarse una chanchita, que tuvo un chancho por el cual obtuvo un buen precio, con lo cual, tras unos ahorros, logró comprar una vaquilla, la que vende para comprar un buey a medias con otra persona. Aprendió mejor que nadie a equipar caballos y bueyes, demostrando que ninguna actividad lo sobrepasaba. A continuación, comparto parte de la entrevista realizada por Fernando, lo que alcanzó a apuntar de esa cinta de cassette en la que «Cheño» interpretó canciones y conversó. Cinta que hoy se halla perdida, pulverizada por el paso del tiempo. Sin embargo, la rápida transcripción realizada en aquel momento por el profesional, nos encuentra nuevamente con «Cheño» y sus palabras, dando cuenta de su vida en sus propios términos.

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¿Qué nos podría contar sobre sus primeros años? Nací en mi cama que era un cuero de oveja, que luego de ahí viene esa tonada de «Cuando nací yo». El treinta y cinco, una tarde de dieciséis de junio. Llovió, se tempestó, sacó un viento y otros temores y ahí mi madre me trajo al mundo con tristeza y dolor, porque me tuvo sola, se sacó un delantal y con ese me envolvió. Cuando chico yo era pobre, harto pobre uno, la ropita ya, no sé, no como ahora, ahora uhhh. A mí, aquí mismo San Fabián me ha tendido la mano, me tiene cualquier ropa San Fabián. Me crié yo en la comuna de Coihueco, pero mi pueblo es este, siempre, todo el tiempo. Y ahora ya me vine pa´ acá, ya llevo veinticinco años aquí. ¿Como surge en usted esto de la música, dedicarse a cantar y también inventar los versos? Pa’... pa’ tomar pues. Como ya de treinta años aprendí a cantar, ya llevo como cuarenta años de canto. Como le digo yo no cantaba, pero me sabía tonadas, así cantaba a secas que llamábamos antes. Si me costó aprender a tocar un poquito porque pa’ tocar cueca yo ya soltaba la voz y la mano paraba [ríe] igual no más seguía tocando. Pa’ tomar fue pues, con una guitarrita malaza que tenía, con cuatro cuerdas y cuando ya pedían corríos, le hacía falta la otra cuerda, pero igual no más.

No si hay pues, hay amores. A pesar que no veía, pero tuve amores. Toy contento porque pasé mi vida bien. Con el canto me conseguía. No si, no le miento ni una cosa, antes le contara bien las cosas, sería largo el problema, y lo he hecho ahí la gente que me conoce. Voy a buscar la guitarra mejor pa’ tocarle un pichicho. Acaso estas palabras finales de «Cheño» (que se va a buscar la guitarra mejor) sean una invitación a escuchar en vez de preguntar tanto. Ante la fatalidad y la tragedia de la vida cotidiana —sea personal o sistémica, amorosa o ecológica— ¿qué remedio tiene la persona común, el campesino o campesina o cualquiera otra persona cuya existencia parece condicionada por la fuerza de la exclusión y las estructuras sociales, además de la resignación? Tiene ideas, juicios, pensamientos y sentimientos; sonidos en el alma, fuerza de voluntad y expresión. Tiene una voz y poesía que le son tan propias como compartidas con su comunidad de oyentes, pues son de uno y de nadie, creando puentes, comunidades territoriales y de sentido.

¿Y como lo hace para recordar tantas tonadas? Es que estas se han canta’o tanto. Hay unas mejores que se me han olvida’o, en veces me las escriben, pero en veces no; pero estas les cayó bien a la gente, las pidió mucho, entonces quedan grabás. Pero yo tengo muchas. ¿Y dónde tocaba? En cualquier casa, había hartas casas allá en ese fundo. Habían doce pueublas, cuando se juntaban las niñas de las doce pueublas pal «dieciocho» así y habían ramás, daban permiso ahí. Veinticinco niñas del fundo ¡chuta, que haya que...! A ver, ya que estamos en este tema, cuénteme de los grandes amores que ha tenido usted en su vida, de esos que no se olvidan. 24

Cheñito frente a la grabadora de cassette / Fotografía de Fernando Suárez



CARMEN GARRIDO I. ENTRE MAMITAS Y CANTORAS Guillermina del Carmen Garrido Olave nació el 8 de junio de 1940 en algún lugar entre Punilla y El Principal, en el sector cordillerano de San Fabián de Alico. Su padre fue Ramón Garrido Castillo y Delicia Olave Muñoz su madre, quien al poco tiempo de nacer la llevó donde dos hermanos de avanzada edad, conocidos de ella, que eran solteros y vivían juntos en «la última casa de Chile», locación del sector fronterizo de Pichirrincón que también llaman Estranjería. Ellos criaron a Carmen hasta los diez años y hasta el día de hoy guarda los mejores recuerdos de su infancia junto a los vejitos. Asegura que fueron sus años más felices; una vida que describe como simple, sana y libre en la cordillera. Esta práctica de entregar los hijos a familiares o amigos durante un periodo de tiempo era habitual en la época, sobre todo porque muchas veces no había tiempo, espacio o recursos para criar a todos los hijos que nacían. Fue esta pareja de hermanos a quienes Carmen llamó «mamita» y «papito» hasta los diez años, los mismos que le construyeron su primera guitarra. Una vez comentaste que te hiciste una guitarra con unas latitas. Me la hicieron po’, los viejitos de adonde me crié me la hicieron. La hicieron ponga usted igual que esto [toma una tabla de picar de la cocina] y le abrieron un hoyo aquí y le pusieron cuerdas, y me pusieron las tripitas de chivo; ahí tenía cuerda y ahí cantaba, pero cuando los animales llegaron ahí quedó la embarrada. Se me olvidó. A los siete u ocho años cantaba sentada en un cuero mientras vigilaba el ganado de chivos y cabritas. Cuando se quedó dormida arriba del cuero, los animales llegaron a comerse las tripas-cuerdas de la guitarra, destrozándola. Carmen continúa describiendo la confección de su primera guitarra. La tablita era delgadita, pa’ que dé buen son; y le hicieron un hoyo [se refiere al centro, la boca del instrumento generalmente 26

ubicada del centro hacia abajo del cuerpo] aquí pusieron una sardinera ¿usted conoce las sardineras grandes que hay? Para hacer la caja de la guitarra, había que hacerla para que tuviera cuerpo. Y ahí tenía una sardinera pegada, esa era la caja de toda la guitarra. Y después los hoyitos aquí [toma el mango de la tabla de cocina], con un palo caliente, alambre caliente, hicieron las clavijas de palo y después pusieron las tripas. La arreglaban muy bien los viejos porque las tripas más gruesecitas, y las más delgaditas eran las primas. Hacían todo, todo igual. Los viejitos que me criaron. Yo me crié con ellos y creía que eran mis padres, después cuando me entregaron tenía diez años. ¡Ay! Que lloraba por ellos, esa pena todavía me da pena Pa’ qué me entregaron, no me dejaron con los viejitos. O sea, no me entregaron, mi mamá me fue a buscar. Oye, Carmelita, ¿y esa guitarra te la hicieron porque tú querías cantar? Sí, pa’ que aprendiera, porque pescaba las guitarras viejas, las guitarras de balde y salía con ellas a la rastra. Tengo que haber tenido siete u ocho años. Lo único que en parte me acuerdo, es que tendía un cuerito en el suelo yo, rastrita, y me sentaba y pescaba la guitarra, la mamita; guitarra en todas las casas habían antes, si llegaba una cantora y le pasaba la guitarra, esa es la primera comida que había. Tras la boca, la caja que da cuerpo al sonido. Resuena un antiguo dolor. La guitarra era la primera comida sobre la mesa. ¿Y ellos cantaban? No. Y como sería eso; por darme el gusto a mí no más. No cantaba ni uno de los dos, ni la viejita ni él. Ella se dedicaba a los puros rosarios y a las novenas, a todos esos cantos. A esos rezos. Rezos de novena no más. Nunca cantar por guitarra. Y yo les decía que me enseñaran a cantar porque tenía muchas ganas de aprender a cantar. Y me decían que tenía que aprenderme el rosario primero. Y aprendí, pero ahora pregúnteme por el rosario [ríe]. Aprendí sí a rezar hartos rezos porque la mamita era muy católica, ella usaba la ropa de la Virgen del Carmen hasta el mismo suelo, y unas bolas, unos tremendos pompones, su cinturón trenzadito.


¿Y como se llamaba ella? Doralisa Núñez. ¿Y los viejitos eran parientes suyos? Ni una cosa, y también los viejitos lloraron harto cuando me despedí de ellos. Me entregaron y me engañó la viejita, me dijo que ella iba al pueblo y volvía del pueblo y me iban a pasar a buscar. Y no me pasaron a buscar. Puta que lloré. No comía ni una cosa. Mi mamá me pescaba de las mechas, me sacaba de las rendijas, me ponía a llorar por ahí y yo le decía «tengo tanta pena de la mamita po’». Pa’ mí, esa fue mi madre. No desconozco a la que fue mi madre verdadera, pero el cariño grande fue ahí, po’, así que tuve hartos años pa’ poder olvidar eso. Yo creo que eso no se quita nunca. Es como perder la mamá de uno, no más, que se hubiera criado con ella. Si no sentí a mi mamá tanto porque no estaba acostumbrada con ella, nunca estuve con ella, estuve días no más, porque después ya me mandaba mi mamá a cuidar una hermana que tenía guagua, después me mandarme adonde la otra hermana a cuidarle los chiquillos, o sea que pasé toda la vida, de chica, pasé toda la vida prestada. Después cuando ya fui grande me fui pa’ arreglarme los dientes, según la señora que me llevaba y me agarró de empleada; nunca me arregló los dientes. Ahí sufrí hasta los veintisiete años. Hasta que llegué aquí después y me casé. Y yo no me casé por cariño, sino que me casé porque todos la apuntaban con el dedo a uno, andaba de empleada o allegada y así yo tenía mi casa. Dije: «Me voy a casar». Pero el sufrimiento grande de casarse sin cariño así po’. Fue lo mismo, otra pena otra vez. Carmen recuerda que desde la primera infancia aprendía dichos, versos y cantos que estaban en el habla cotidiana de la gente. Luego descubriría que su madre, sus tías, sus primas y hermanas y antes que ellas sus abuelas, fueron cantoras y entretenedoras de la zona, que transitaron y habitaron distintos sectores de la cordillera, en un ir y venir que cruzaba de un lado a otro, es decir, entre Argentina y Chile.

XII encuentro de Raíces Folclóricas de Portezuelo, 1995 / Archivo Carmen Garrido

II. UNA VIDA EN EL CANTO Entre todas las señoras que habían antes, que todas cantaban, se enseñaban unas a otras los versos; mi mamá era saco de cantos porque ella aprendió muy chica y aprendió hartos cantos argentinos, porque tenía muchos familiares allá, porque cuando se vino la abuelita de Argentina ellas estaban chicas. Y aprendieron aquí en Chile, por las niñas que venían de allá. Y me alcanzo a acordar que venían niñas de allá y les enseñaban a mis hermanas mayores. Tonadas bonitas…. Nos reíamos con una niña que cantaba esa canción que le enseñé a usted yo, que decía que cantaba a empujones ¿se acuerda usted? [ríe]. Teneme en tu corazón que yo te tendré en el mío. Nosotros como cabras chicas nos reíamos de todos esos cantos. Nos reíamos, igual que el canto de mi tía: Don Ramoncito Garrido tiempo que no vide usted y desde que yo lo vide en el alma me alegré.

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Era hermana de mi papá, Ramón Garrido, y para un cumpleaños de él lo fue a ver y le pasaron la guitarra, y le cantó esa tonada. Y tú te las grababas al tiro. Si po’, me las grababa, cuando estaba chica no sabía otra cosa que cantar.

Carmen Garrido en 2018 / Fotografía Emilio Santana

Tú naciste al año cuarenta, ¿te acuerdas de la Guerra Mundial, algo se hablaba? ¡En qué nos abastecíamos en esos tiempos! ¡No había ni idea de eso! Era campestre, no se podía ir a los pueblos porque no habían caminos. Habían caminos pa’ las puras carretas no más así con… ¡le ponían su yunta de bueyes pa’ poder tirarla! La subida, los ríos. Era jodido hasta cuando se enfermaba una persona pa’ llevarla. Y los chanchos, los pavos, los llevaban de arreo a San Carlos, imagínese era tan lejos los caminos no eran de cementos, puro barro. ¿Cuánto se demoraban a San Carlos? Dos días casi, porque un día entero casi llegaban, si iban temprano, llegaban oscuro a otra casa a San Carlos. Salía parecido a un chiste [ríe], el que llevaba los pavos y se le perdieron de camino [ríe más], ¿lo ha escuchado ese chiste? 28

No. Mi marido llevaba siempre pavos y chanchos, era amigo con un tal Salinas que había en San Carlos; iba a alojar por ahí él. Este chiste era de un joven que llevó pavo, se le oscureció y empezaron los pavos a salirse arriba de las matas, a las zarzas; los gatos por ahí: Les llegó la hora. Entonces no tuvo más que pedir una casa donde alojar para poder al otro día ver sus pavos, y vienen a un hotel los dueños, vieron que no había nadie dentro del hotel, y le dieron alojo ahí. Entonces él, tan cochino como iba, ya no quiso acostarse en la cama, fue y se acostó debajo del catre. Después en la tarde llegaron una pareja y pidieron una cama, abrieron una puerta y no vieron a nadie, pero él estaba debajo del catre y nadie sabía; entonces la niña fue y le dijo a él: «¡Ay, amorcito! Me hiciste ver todo Santiago». Y sale él y les dice: «¿Y no me vio mis pavos, señorita? Ya que vio todo Santiago». La risa es una explosión. Los chistes son parte de la esencia de Carmen, una mujer dicharachera, buena para reírse y echar talla constantemente. Los chistes que cuenta los inventa ella principalmente y durante sus presentaciones como cantora, los utiliza para mediar entre tonada y tonada. Entre la pena y la risa va su canto, su vida misma y su relato. Me contaba que un tiempo también dejó de cantar. Claro, prometí yo eso, no cantar nunca más. Pero escapé porque después seguí cantando [ríe]. Después que volví entonces toda la gente me decía que si yo cantaba, entonces por qué iba a dejar de cantar. Y ahí empecé con las mismas cantaduras; después que me daban vida la gente también, que habían casamientos por ahí y decía «por qué me voy a echar a morir po’, si voy a salir adelante». Y así lo hice, empecé a salir a cantar; nos invitaban, me pagaban, y me pagaban bien. Más encima fuera de la plata que me pagaban ellos a mí, yo ganaba plata porque la gente que yo le cantaba y me mandaban cantar, me pagaban también. Con eso tenía para pagar mis zapatos y mi ropa. ¿Y cuántos años estuviste así cantando ganando plata y todo? Hasta vieja, claro.


¿Pero a qué edad volviste a cantar? Como a los treinta. Cuando prometí tenía dieciséis. En enero de dos mil quince se preparó una mateada en la plaza de San Fabián de Alico. Había varios cantores y cantoras locales que animaron la velada; en dicha ocasión, llamó mi atención una mujer de edad avanzada, con una cabellera clara entre rubia y cana, que cantaba con voz aguda y punzante y tenía un ritmo en la guitarra que, en ese momento, a mis oídos, sonaba como suena un río caudaloso. Una música fantástica, sin duda, y una poética donde primaban temas como el desamor, la soledad, la moral y el entorno natural.

súbase arriba de un manzano y me tira un real. Todo el tiempo tenía el dicho yo, que las viejitas me enseñaban. Y yo les cantaba esos dichos.

Luego de cantar imprimía picardía contando chistes «cochinos». El estruendo en el público era asombroso, sobre todo después de sentir el silencio de todos los presentes que en la plaza escucharon cantar, con el respeto que inspira en el pueblo una mujer como Carmen, cantora «de las antiguas que quedan». Silencio primero; luego, una carcajada colectiva de varios decibeles.

O sea, te gustaban los viejos a ti Carmen. Sí, porque la querían a uno, así como papá los viejitos, y todos para mí eran los abuelitos, y los que no eran papitos y mamitas toditos. Es que le enseñaban eso a usted antiguamente. Antes era el papito, la mamita y la ayudaban a cuidarla a uno; no como ahora: La gente está tan mala. No hay confianza en nadie ahora. Si usted se caía, iban ellos a levantarla, le limpiaban la tierra, todo. La querían. Nunca me acuerdo que algún viejo me hubiera hecho algún daño, nada, nunca. «¡Se cayó la chiquilla!», empezaban a gritarle los más viejos. Era loca [ríe]. Pero cuando chiquitita no eran tan loca, de grande fui más loca, pa’ jugar con mis hermanos; me gustaban las colleras que hacíamos cama arriba, ve que las enredaderas se unen, y ahí hacíamos cama, nos columpiábamos, ¡hum…!

Oiga, ¿y había hartas cantoras antes por acá? Hartas po’, tropezaba una piedra y había dos cantoras. Todas eran egoístas: «¿Va a cantar?», «no, cante usted primero», «no, cante usted primero», «cante usted primero», y en eso se lo llevaban, no cantaban nunca [ríe]. «Cante usted primero», «no, cante usted primero», «no, cante usted primero» [risas]. Yo estaba chica, yo escuchaba.

¿Y las historias con los cabritos también eran como a los siete años? Sí, cuando estaba chica también yo me crié entre medio de los cabritos, qué cosa más linda. Se me ocurría que eran los porotitos, esos porotos que dibujaba; dormía con los chivitos, se acostaban y se quedaban dormidos, y yo al ladito de ellos me quedaba dormida.

Claro. Yo cantaba escondida para los viejitos. Antes ve que cuidaban muchos viejitos en las casas por ahí. Viejitos buenos sí, no como ahora. Eran solitos, viejitos que conocían su familia y se iban quedando con ellos. Y me decían: «Ya, Carmelita, cánteme». Y ya, pero tenían que pagarme po’, esa era la cosa, yo no les iba a cantar sin pago [risas]. Y ahí yo les cantaba, por ejemplo:

Igual tus primeros años fueron bonitos. Si ahí tuve infancia, después de grande no. Ese tiempo sí, ‘taba chica, tuve cariño.

Don «tanto, tanto» cogollito de peral

Mi pasión ha sido grande desde que te conocí por eso llorando vivo que te corrijas por mí que te corrijas por mí aunque se te pasen años 29


que yo tengo que adorarte hasta ver mi desengaño hasta ver mi desengaño lo digo a cada momento de quererte y adorarte tú me dices que no es cierto tú me dices que no es cierto de quererte y adorarte me voy para lejas tierras siento el alma no llevarte siento el alma no llevarte con pena y melancolía diciéndome que tu cielo pueda ser de aquí algún día pueda ser de que algún día nos vamos a ver los dos no tengo más que decirte dame un abrazo y adiós dame un abrazo y adiós yo te regalo una palma naciste para mi gusto adiós querido del alma. III. DE DÓNDE VIENEN LOS CANTOS La amistad que nació con el tiempo y las regulares vistas a su casa en Los Puquios, donde Carmen Garrido se sienta a escuchar cantar, son el bálsamo que hace fluir el río de la memoria. Nos pide que le cantemos y, de improviso, recuerda versos y pide que se anoten. Ella no lee ni escribe y sabe que en su memoria habitan versos por doquier. Muchas veces no recuerda con exactitud dónde o como los aprendió. Recuerda versos de tonadas que describe como muy antiguas, por ejemplo:

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Yo tenía en mi jardín una rosa muy fragante debajo de siete llaves me la ha robado un gigante me la ha robado un gigante con mucha facilidad en un decible distante me ha robado mi verdad en aquel monte de árabe habitaba un cazador con una conquista de ave que me ha robado mi flor. una flor en mi jardín florece en su dictamen como no lo haz de sentir si era pa’ deleitarme. Carmelita, me gustaría saber cuál es la relación que usted ve entre la historia de su vida y las historias que cuentan los cantos que usted canta. Las historias para empezar, a veces, son de lo que uno siente y las emociones que siente, y mucho que uno realmente las ha pasado, y se las imagina entonces uno dice «cantando yo me voy a desahogar» y para mí antes cuando era joven era una alegría, sí, era una alegría cantar. Pero ahora si yo me pongo a cantar mis cantos y me recuerdo mis cosas me voy a poner a llorar, y no voy a poder cantar. Porque realmente uno sufre, por dentro. Yo me siento alegre así, pero… demuestro claro, pero… hay cosas que no las puede cambiar uno. Para todos los presentes vuelvo de nuevo a decir mi amoroso corazón no se enfada de servir mi vida si me querí no se lo contís a nadie


pone la mano en tu pecho dile al corazón que calle no te pillen al descuido que la memoria es variable lo que conversí conmigo no se lo contís a nadie mírame con malos ojos como que me aborrecí donde nadie los entienda mi vida si me querí si por algunas noticias ya hayas sabido en la calle hácete el desentendido no se lo contís a nadie. ¿Y ése canto de dónde viene, de los antiguos o viene de usted? Ese mi mamá lo cantaba. Pero ella no quería que aprendiéramos cantos así, de amores. Ella nos enseñaba los rezos y las décimas, pero igual, no sé como, uno aprendía. De escuchar no más, de por ahí, de las hermanas, las chiquillas que cantaban. Y mi hermana, de familia todas así, ellas cantaban. Lo primero amar a Dios yo no amo a Dios como debo porque tengo puesto en ti todo mi amor verdadero lo segundo no jurar yo juro que te he querido porque tengo puesto en ti todos mis cinco sentidos el tercero que la misa no la oí con precaución porque tengo puesto en ti alma vida y corazón

el cuarto y de que a mis padres la obediencia les perdí a mayores a menores solo por quererte a ti el cinco de no matar yo matara si pudiera porque tengo puesto en ti hoy toda mi vida entera. ¿Y como se llamaba su hermana que le enseñó harto? Herminia Garrido Olave. Hace unos años que falleció, era mayor. Cantaba hartos cantos. Ellas le aprendieron todo a la gente de Argentina, porque mi mamá era argentina. Todos los familiares que venían allá cuando llegaban se hacía una fiestoca. Temas que eran de familiares españoles de mi mamá. Y cantaban mucho ellos, buuuh, se amanecían casi cantando, y cuál de todas cantaban más, más lindo. Haaartas, habían varias niñas que cantaban, jovencitas. Cantaba mi hermana, mi mamá, las niñas que venían. Eran muchos cantos que sabían. Las estrellas y la luna alumbraban para mí ahora alumbran para otra ende que mi bien perdí los caminos pa’ tu casa eran cerca para mí ahora son los más lejos desde que mi bien perdí las murallas de tu casa eran bajas para mí ahora son las más altas desde que mi bien perdí para todos los presentes dos escaleras de vidrio por una sube el amor por otra baja el olvido. 31


Este canto es aprendido de allá Sí, aprendido de las cuyanitas. ¿Y dónde nació su mamá? En Argentina, parece que de Andacollo era mi mamá. Pero ella se vino chica, aprendería más acá a lo mejor, cuando ya se juntaron todos. Se lamenta un jilguerillo cuando un cazador lo aprende así le digo a mis ojos que sin amores no duermen quien se acuesta sin cuidao le toma gusto a su sueño cual será aquel que no siente ver su prenda en otro dueño ver su prenda en otro dueño pues a mí me convendría me despreciastes a mí que defectos me hallaría cuando yo quiero una prenda quisiera tenerla aquí olvidarla por ninguna como así lo prometí. Salen y salen tonadas. Lo que pasa es que cuando cantaban una, las sabían las chiquillas y yo empezaba «¿como se llama esa canción?, ¿como la canta? Dímela, enséñala» y empezábamos entre nosotras mismas a aprender, yo les enseñaba a ellas y ellas a mí. Estábamos jovencitas en esos años. Yo a veces había unas que las escuchaba y las aprendía al tiro, otras veces que me las enseñaban las chiquillas. Si yo sabía muchas, sabía hartos cantos, se me olvidaron, estuve más de veinte años sin cantar yo. Antes me acuerdo. Y todo eso se graba en la cabeza porque uno como no sabe leer.

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Si dentraras a mi pecho verías mi corazón todo lleno de sentire solo por una pasión yo en vano lloro y suspiro y en vano morirme quiero y si no encontrara alivio yo estoy que me desespero yo estoy que me desespero ya no quiero más vivir un sentimiento me mata no hay valor para sufrir pregunto al cielo por qué es tanta mi mala suerte con todo el pecho abrazado que casi he estado en la muerte que casi he estado en la muerte encomiendas llévenle díganle que estoy enferma no sé si me moriré. Ahora me vienen… ésa créamelo que no sé si la saqué de alguien o la canté yo, no me acuerdo. Parece que la inventé yo. No me acuerdo. IV. LA CREADORA Los dieciséis de julio, Carmen Garrido es anfitriona en su casa, prepara y cocina todo. Dispone el altar y reza con otras señoras durante horas el rosario, mientras otros discretamente alrededor empiezan a entrar en un ambiente más festivo. Luego la cena y el canto, la alegría. La popularidad de la festividad de las Cármenes, sumada a su propia fama y personalidad como anfitriona, hacen de esta fiesta un evento esperado por amigos y seres queridos. La primera vez que fui invitado a esta fiesta, al poco llegar, Carmen me entrega un papelito y me dice: «Esto es para que usted le ponga música».


Estuve en un lugarcito de alguien me apasioné ahí había un arbolito que yo ramita saqué la llevé para mi casa y luego la embalsamé y un día estando durmiendo un gran sueño yo soñé soñaba que me miraba la misma que le gusté quería seguir durmiendo para hacerlo realidad mi sueño fue ay paralá, paralá que yo aquí y ella allá para todos los presentes dolor es querer ausente y aunque los ojos no digan el corazón siempre siente.

Un año y un mes después, en dos mil diecisiete, me encontré sentado en el living de Nicanor Parra en Las Cruces. Le presenté el papel con el poema de Carmen Garrido, transcrito a mano de su nieta, como ella me lo entregó. Lo miró detenidamente con ojos grandes, en profundo silencio. Luego me dijo: «esto es asunto muy delicado, muy serio, que requiere un estudio profundo. Esto hay que guardarlo como un tesoro». Frente al mar de Las Cruces, sonaron los cantos de sus coterráneos Carmen Garrido y Arsenio Parra y, como no, de sus hermanos Roberto y Violeta: «En la vida hay dos cosas que me he tomado en serio: La física mecánica y la cueca», decía el antipoeta esa tarde, agitando un pañuelo blanco y tañando la cueca con un estilo expresivo y minimalista. A mí me gustan las flores porque todas son hermosas me quedo con las violetas no se le caen las hojas a mí me gustan las flores y no hallo cual de escoger me quedo con las violetas la azucena y el clavel violetas existen muchas de unos cuantos colores azules, blanca y rosada chiquititas y perfumada cuando se fue la violeta quisieron sacar perfume eso es muy fácil decirlo es muy caro y es muy fino

Carmen junto a su hermana Delia Garrido Olave, 2018 / Fotografía Greta Cerda

para todos los presentes un ramito de violeta y me he de quedar con ella aunque la vida me cuesta.

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Carmen Garrido recuerda con esta tonada de su autoría a Violeta Parra, nacida trece años antes que ella en algún lugar cercano. Un homenaje anónimo y personal en los días de su centenario que, sin embargo, no responde a llamado oficial alguno. Es nato, de mujer a mujer y de cantora a cantora. ¡Qué! Si yo podía estar cantándole toda una noche y no repetía ni una tonada, cantaba y cantaba y cuando me salía sangre en los dedos, porque me pedían y me pagaban ¡de aquí me ponía moradito porque tocaba cueca y me tañaban la guitarra! Me ponían moradito las costillas, ¡pero cante no más, miércale! Era dura pa’ cantar ¡Y plata! Por aquí, a la guitarra, a las carteras, en la manga. Los cabros jóvenes me pagaban harto. Que me daba cosa sí porque habían otras señoras que sabían cantar. Y pensaba siempre que me podían hacen algo. ¡Es que tenía una voz yo! Que no es por «cachiporrearme», pero yo podía cambiar mi voz a la hora que quería, tres voces tenía; podía cantar como cabra chica, como grande o como ronca o delgada. Como yo quería. Los requiebros que quisiera también, pero… como ahora yo estuve enferma hartos años de la garganta después ya no saqué mi voz. Ahora, pa’ inventar cantos, inventar leseras era re buena, si inventé esa del argentino, ¿esa se la dije a usted? Un argentino en su casa llora penas sin sabores un día sin pensar nada sale a su prado a mirar a ver a sus animales caso ellos estaban igual a la primera mirada hecha en menos siete vacas a paso a paso del corral huelleando va pal camino a casa de su vecino un vecino que es muy bueno ensillemos los caballos y de atrás las seguiremos

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de que salen de su rancho trote a trote por un sendero a mirotás por los lados quién lo divisa primero luego de ahí se alejaron con hambre, frio y con pena por entre medio de las matas pisaron tierra chilena se escondieron en el monte sin tener vaca ninguna por la orilla de los cerros se encontraron un chileno y ahí le preguntaron «no sigan que el SAG lo están quemando» se van por la orilla de una quebrada callados, sin decir nada «allá criaremos más para la nueva temporada». . Eso le paso a un caballero allá, y cuando se la canté lloraba. De ver a los terneritos quemados. Vivos los queman. En una piedra frondosa planté lirio, plante rosa también plante margarita para hallarla trascendosa de ahí cogí las semillas las que he cultivado a tiempo también planté clavelina besitos y pensamientos en una piedra frondosa como usted lo podrá ver también planté cebollino, papas, sandías pa’ vender


cuando me jui de la pieira todito dejé sembra’o para mis buenos vecinos que de todo han cosecha’o para todos los presentes verde cogollo de hiedra para mi buena semilla que coseché allá en la piedra El legado creativo de Carmen Garrido es también una piedra frondosa que ha dejado a sus buenos amigos y vecinos. En estas sentidas páginas se busca simplemente eso, aportar en dar a conocer su obra de creación y recopilación poética de cantos, dando cuenta de una vida que es también una visita hacia personas, épocas y lugares de mundos, algunos, ya perdidos. V. TODO EL MUNDO EN CONTRA MÍA Le quería preguntar por la tonada «Todo el mundo en contra mía», ¿a quién se la escuchó? Esa la aprendí yo a la tal Juanita, no ve que en aquellos años iba a meterme allá a una casa de piedra que tenía [ríe]. Ella era jovencita, con la mamita vivía no más. Juanita Pereira. Muerta qué años Juanita. Me querían harto a mí porque yo era chica, y ahí aprendíamos, escarmenábamos lana, y me gustaba con ellas estar, en esas casas de piedra pa’ allá pa’ adentro, ahí en el campo de mi tío Pedro había casas de piedra y ahí les gustaba a ellas vivir. La amistad que tenía. Ahí les gustaba vivir, tenían fueguito, vivían solitas, no tenían casa. La Juanita y la mamá Teresa. Y la gente pobre se las llevaba a sus casas, pero le pasaban por ahí porque les gustaba vivir solas a ellas. Y ahí mi tío les pasaba casa. ¡Ay que me gustaba ir con ellas! Oh, tenían hartas casas de piedras, estuvieron acá en otra casa de piedra y no sé por qué se cambiaron a otra casa de piedra, parece que la cañada crecía mucho y pasaba muy a la orilla de la puerta. Puertas de palo no más que ponían. Ahí era un bajo, por ahí hacíamos fuego y arriba teníamos las camas. Que era entretenido… en esos años no había ni luz eléctrica por aquí, yo le estoy contando hace en varios años atrás. Oh que son lindas.

Carmen absorta en los recuerdos habla como si viera la casa de piedra: Vivíamos acá en una que tenía puuura canelilla, la casa forrada de una enredadera, pero de campo, enredadera de campo, colgaban por abajo y ahí teníamos una empalizada así tan ancha, ahí era más lindo, más parejito adentro y hacíamos fuego, no había peligro de quemar nada. Para todos los presentes ya me voy a despedir nos volveremos a ver si otra vez vuelvo a venir todo el mundo en contra mía yo en contra del mundo entero por seguir con mi porfía de querer a quien yo quiero de querer a quien yo quiero de seguir con mi porfía no importa mi padecer ni menos perder mi vida ni menos perder mi vida para nuestro amor nací vengan todos los tormentos y las desgracias por mí si las desgracias vinieran en una en una por mí con paciencia las recibo que así me convendrá a mí para todos los presentes estrellita sobre el mar un arbolito sin hojas qué sombra me podrá dar.

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Y las casas de piedra ¿las construyó la gente de esos años? No, esas los indios, ¡quién sabe! Son tremendas casas po’, muuuy grandes, son unas tremendas casas de piedra. Pa’ acá y pa’ allá. Esto está para arriba, al lado de Pichirrincón, ahí se llama El Principal. Subiendo hay una casa de piedra que nadie la ve del camino. ¿Y a la Juanita Pereira le escuchó «Todo el mundo en contra mía»? Sí, a ella le escuchaba ese canto yo, ¡pero eeellas tienen más edad que el hilo negro de viejitas! Debe ser unos diez años que yo pregunté, pero esto hace tiempo, y me dijeron que todaviiiia estaba viva, pero esto hace ratito que pregunté yo por ahí. Y ella vivía con su mamita no más po’, una viejita. Yo le decía mamita también ¡Todas eran mamitas pa’ mí! Yo tenía hartas mamitas en ese tiempo. La mamita Teresa, la mamita Luisa, ¡ah, mamitas que habían hartas! Entonces ella cantaba. Pero no en guitarra. Ella cantaba así no más; cantos que aprendía también a la gente, porque ellas salían en las trillas y hacían sus casitas, bien barriditas; y arreglaban camitas. Pero eran muy trabajadoras, tenían sus camas limpiecitas, de colchones que ellas hacían. Escarmenaban la lana y de alguna manera la arreglarían, no sé. Trabajaban mucho y vendían. Hacían calcetines, tejían tantas cosas ellas. La gente les daba por ahí lana. Todos los que tenían animales por ahí les daban. A ella le gustaban cantos que escuchaba y en las trillas eran buscadas ellas, ayudaban a pelar las papas, cualquier cosa, entonces andaban ahí las viejitas. Ellas escuchaban no más, y me decían «Carmelita, aprenda este canto»: Mariquita se llamaba la que me lavó el pañuelo me lo lava con jabón me lo salman con romero mariquita me dicen los pasajeros cada vez que me miran me voy con ellos. 36

Digo yo que de ocho o nueve años me iría ya con esas viejitas, después a los diez me fui a San Fabián. Y me gustaban como hacían las comidas ellas, porque eran tan entretenidas para hacer sus cositas, en ollitas de greda al ladito de un fueguito, y también me hacían tortillas, unas tortillas chiquititas, y cuándo íbamos a los potreros «¿vamos al potrero a buscar huevo de treiguel para que tomemos once?». Sabe que traíamos los sombreros llenos de huevos, tantos queltehues que habían, ahora son escasos. Tuve muy buenas entretenciones cuando chica, tuve infancia, cuando chiquitita de tonteras así, pero después grande ya no tuve más pololeo ni infancia, nada. Fui muy sana cuando viví con ellas. Juanita Pereira… ¿y la mamá de ella como se llamaba? Teresa Mardones. Vivían solitas. Tanto que trajinaban ellas, a dónde no iban a dar, oiga, ¡tan tranquilas, oiga, que eran esas gentes antes! No tenían hombre, yo no les vi nunca a las viejitas nada, y yo alojaba con ellas. Y la Juanita era una cabra tan linda, era chiquitita sí, gordita, pero tenía un pelo que usted no va a creerme nunca, que el pelo de ella lo lavaba como ropa, lo escobillaba y lo sacaba. Lo lavaba como la ropa en la batea, pero un pelo lindo, y lo enjuagaba y el agua corriiia, llegaba el pelo como de aquí a allá a la puerta. Se partía al medio aquí y se hacía dos ruedas, dos trenzas, ella las trenzaba, las trenzaba, las trenzaba, y se doblaba aquí en la falda las trenzas, y seguía trenzando, y se hacía una rueda así. Le quedaba una rueda del porte de un plato casi, y aquí la otra al lado, como una rueda. ¡Era un pelo tan lindo y tan largo! ¡Pero así una trenza gruesa! Pero en cada lado. Le llegaba al suelo y caía. Nunca se lo cortó el pelo, nunca. Y se lo envolvía, lo pasaba por dentro y lo apretaba. Una buena rueda, al lado ‘e la cabeza ¿Como no le pesaba? Ella era feliz así con su pelo, pero nunca la vi con el pelo suelto, eso sí que se trenzaba. Yo la veía cuando se lavaba el pelo o cuando se peinaba. Oiga, ¿y esas construcciones de piedra usted dice que estaban ahí de antes? Hartos siglos de años. En lo de mi tío Pedro tenían muchas casas de piedra, creo que vivieron indios ahí. Cuántas casas de piedra que yo conozca del campo de mi tío. Fíjese todas las


piedras llevan a una plazoleta, porque más sacaban una que ponen la virgen y le hizo una escala hacia arriba a la María, y ahí también tienen unas especias así no más, unas especias así de chenque2 ¡pero las otras son unas verdaderas casas! La otra grande que hay es subiendo una subida para el lado del alto, hay una grandota, nosotros llegábamos escureciendo, llegábamos a la casa. Prendíamos chonchones, unas lámparas, un candil con un carbón, una tira de trapo, le echábamos grasita y esa era el candil para escarmenar lana, para hilar, feliz. Y después nos íbamos a acostar. Entretenida la vida esa.

ahora te vedo aquí con cuatro luces rodeado para todos los presentes papelito colorado que las piedras con ser piedras lo han sentido y lo han llorado.

Salieron los dos hermanos de su casa platicando al pobre como inocente la muerte lo está esperando allí llegaron al sitio se empezaron a esnudar y se fueron a bañar donde no había peligro luego que allí se adentraron la hondura se los llevó esta será la postrera y adiós hermanito adiós

Carmen siendo entrevistada en Argentina en medio de un evidente jolgorio Archivo Carmen Garrido

anda y dile a mi padre y en el grado que yo quedo allí salió el caballero muy triste y desconsolado todo el camino que he andado de lágrimas lo ha regado ayer te vide pues hijo muy triste y desconsolado

2. Nota de Claudio Mercado: «Creo que los ‘chenques’, de una vez que estuve en territorio pewuenche, le llamaban a las cuevas grandes. Aunque busqué en la web y dice que son tumbas».

Carmen de a caballo / Archivo Carmen Garrido 37


VI. A PURAS CUECAS Durante nuestros encuentros cuando Carmen recordaba cantos o cantaba, generalmente eran tonadas. Ella ama la tonada, su poesía, su trance, su expresión. Le pregunto, sin embargo, como eran las fiestas y aparece de inmediato la cueca en la conversación. Oiga, y en las fiestas cuando salían por ahí, ¿qué cantaban? ¿Se acuerda qué repertorio era? No po’, se trataba mucho de cueca antes, bailaban harto. Harta cueca. Sí, así es, mi mamá tocaba la cueca me recuerdo «Lucho quiero, Lucho adoro», «Arriba de aquella peña», todas esas que les he dicho yo. Hartas cuecas que le sabía a mi mamá yo, nunca las aprendí todas. Lucho quiero, Lucho adoro Lucho tengo en mi memoria cuando me acuerdo de Lucho pienso que estoy en la gloria los amores de Lucho me tienen loca yo me muero por Lucho Lucho por otra Lucho por otra sí Lucho me mata Lucho me pone presa Lucho me saca anda que yo te adoro Luchito de oro. Esa en Argentina unos cabros se golpeaban el pecho cuando se las canté [ríe]. Se llamarían Lucho ellos.

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La vida, soy como la mariposa que anda alrededor de la vela y aunque me queme las alas he de ser tu centinela. como la mariposa tengo la suerte en vez de hallar la vida hallo la muerte hallo la muerte, sí y entre las flores que todito aloroso de mis colores anda y entre las flores buscando amores. ¡Sí! Canté mucha, toqué mucha cueca. Y a veces se me ponía negro aquí [se toca el costado derecho, a la altura de las costillas] a donde tañaban la guitarra, tanto que me tañaban la guitarra, porque les gustaba harto como les tocaba las cuecas. Le llegaba a doler. Sí po’, se me ponía negrito el costado aquí, donde me tañaban la guitarra. Y me salía sangre de las uñas. No le aflojaba y cantaba harto… amanecíamos leseando. Su mamá le decía que se sentara al lado de ella porque a ella no le gustaba que le tañaran la guitarra No, mi mamá siempre se enojaba, estaba con el ojo al charqui: «¿Quién, a ver? Tu papá o alguien de la familia que nos tañe la guitarra». Cualquiera no iba a tañar la guitarra también. Cuecas no se acordaba tanto, siempre más tonadas. No y sabía harto, es que se me olvidan… ¿Se quedó más con la tonada usted? Sí, con los cantos que me encantaban, ¡pero cuecas sabía harto, no repetía las mismas!


En la mar hay una torre en la torre una ventana en la ventana una niña que a los marineros llama

un negrito muy fino3 me dijo un día que si yo no lo amaba que se moría

a la torre más alta me subí un día por ver si divisaba la prenda mía

que se moría ay sí pero no es cierto yo nunca lo hei amado cuál es que ha muerto.

la prenda mía sí me dejé caer alejando la vida por irte a ver. Esa cueca se la aprendí a mi hermana Herminia, la más que la aprendí yo porque viví harto con ella. Tenía como quince años. Estaba más con ella, vivíamos con la mamá igual, pero es que ella como que me daba mucho cariño a mí, me hacía ropa. Con la plata que ganaba en canto yo me compraba generitos, a unos viejos que vendían, y me hacía vestidos, me los hacía tan lindos, atizaditos, y yo la quería a ella porque yo era a la que más me apegaba, a mí me hacía más cariño y yo la quise harto a esa hermana. Poco más de un año va a ser que murió. Ella cuando jovencita le dio un tifus, que decían que era un mal que la habían hecho. No andaba mi hermana; después del año anduvo, la hacíamos andar igual que niñita chica, le pasábamos palitos; nosotros nos entreteníamos, la hacíamos andar, mi mamá, mi papá, todas. En ese tiempo se puso tullida, se le cayó todo el pelo. Sería un mal quizás, pero después al año mi hermana anduvo y fue la mujer que era otra vez y siguió viviendo y se casó a los treinta y tantos años. Murió de edad. Esta cueca también se la aprendí a ella: Un negrito con su llanto trata de volverme loca diciendo que eran por mí y su llanto eran por otra

Carmen cantando cuecas (atrás, der.) en una fiesta / Archivo Carmen Garrido

A mi hermana le aprendí hartos cantos yo. Mi mamá no quería enseñar cantos de amores y a mí me encantaban los cantos de amores, y aprendí hartos porque eran facilitos. A mi mamá le gustaban cantos serios y por eso no aprendí cantos maliciosos yo, porque mi mamá era bien delicada de enseñar cantos, y lo que más me enseñaba mi mamá eran cantos a lo divino, las décimas, cantos de santos me enseñaba.

3. La seguidilla de esta cueca aparece similar en recopilación de “zamacueca” por José Zapiola hacia fines del siglo XIX.

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¿Y cuáles son los cantos maliciosos? Los cantos los que cantan ahora, que usted los echa a la malicia lo que va diciendo. ¿Así como doble sentido? Claro, así. Un panadero fue a misa y no sabía rezar por rezar el padrenuestro decía se quema el pan cuatro camisas tengo las cuatro vendo para comprar un coche que no lo tengo que no lo tengo sí que no da risa limpiaba sus tortitas con la camisa. VII. EL CABEZA DE TORO El «Cabeza de Toro» fue un cantor popular de la zona cordillerana del Ñuble, cuyos antecedentes son a la fecha escasos. Se sabe que era caminante y que iba y venía de un lado a otro de la rivera, recorriendo pueblos, ramadas, fiestas y picadas con sus cantos, los cuales también hacía por encargo, generalmente como décimas. Uno de los hechos que destaca en los relatos sobre este personaje es su excentricidad, por lo que además era conocido como «El loco». Alejandro Hermosilla4

4. Los recuerdos de Alejandro se encuentran consignados en su libro «A la Cruz del Sur: La cueca en América», que se encuentra en el Archivo de Música de la Biblioteca Nacional. Estos recuerdos los comparte con su amigo y maestro Roberto Parra Sandoval, de quien dice: «A pesar de la diferencia de edad entre nosotros, habíamos nacido y deambulado en nuestra infancia por los mismos lugares de la provincia de Ñuble. Me mencionó lugares como Pumulleto, San Fabián de Alico y las Tres Esquinas en San Carlos Ñuble. En esas conversaciones surgió en nuestra memoria un difuso y mítico personaje: ‘El Cabeza de Toro’, cantor, músico y trovero popular callejero».

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retrató a este personaje, valiéndose de recuerdos propios y prestados: Describe a un hombre que canta corridos, valses, cuecas y tonadas con acordeón a botones, con cascabeles de ganado colgando en tobillo y muñeca para marcar el pulso, vestido con ojotas, pantalón de terno «tela de cebolla», camisa y chaleco (también de tela de vestir y sin mangas, no de lana y mangas largas como se le conoce actualmente); y, sobre esto, una vistosa cabeza de toro que utilizaba como máscara. ¿Se acuerda que yo le pregunté por «El Cabeza de Toro»? Sí. ¿Y qué es de él? Es que yo no lo conocí, escuché los nombres algo no más, no ve que después yo me fui a Santiago. Yo escuchaba que lo mandaban a sacar décimas al «Cabeza de Toro». Cualquier cosa que pasaba, vamos a mandar a donde «El Cabeza de Toro». ¿Y le decían «Cabeza de toro»? Sí. Parece que se ponía una cabeza de toro. Algo se ponía, con cachos, no sé. Parece que algo le ahuecó y se lo ponía, entonces todos creían que era toro. Se ponía como una mascarilla más bien dicho, pero yo no sé de a dónde la sacó ni como la sacó, eso no lo sé; yo creo que tiene que haberla arreglado no más, de cuero, de hueso, lo abrió y le ponía la cabeza, para tener una fama, entonces le decían «El Cabeza de Toro». Así me contaban a mí, si yo nunca lo vi, y después yo me fui y tampoco escuché más de él. Oiga, ¿y donde vivía ese caballero? En Flores, para el otro lado del río. Pa’l lado de Minas del Prado. El «Cheñito» tuvo que haberlo conocido. Sí, mucho, eran harto amigos esos. En Flores vivían esos, después se vino para abajo. El «Cheñito» era de allá, de Las Tablas, Las Flores. ¿Y quedará familia de él por allá? Sabe de que era harto pobre ese campo, yo una vez fui


y no había nada, había muy poca gente, un matrimonio joven había, nadie más, los demás eran pura gente que iba a trabajar no más a esa cuestión. Las casas de Flores las conocí, pero había un cuidador no más, y bien lejos por acá había una niña sola con una hermana chica. Era bien poco lo que se podía conocer. Yo corrí harto a caballo por ese campo, que no salía ni una casa por ese lado. Y quizás como sería el caballero. Me parece que tocaba en un cacho viejo, en un cacho de animal con un palito tocan po’. Siempre hacen música con cacho de buey, porque es como la matraca que llaman. El cacho tiene muchas costuritas y ahí da sones al tocarlo. A Carmen la vi por primera vez en la plaza de San Fabián de Alico, cantando en un escenario. Años más tarde, fui invitado a cantar ahí también, versiones de temas recopiladas de «Cheño» y de la misma Carmen. Durante los últimos años ella rehúye las presentaciones públicas; en dos mil diecinueve junto a Greta Cerda, con quién pasábamos unos días en su casa, cantamos a dos voces «Todo el mundo en contra mía». Antes de salir de su casa rumbo a la presentación, a Greta le pasó un pinche para el pelo que ella usaba cuando salía a cantar y a mí un poncho naranjo bastante llamativo y muy bonito. Cantamos, interpretando la canción como un saludo de ella para su comunidad, como una manera de hacerse presente a través de su legado en el canto.

lo que más siento y lloro a mis hijos y a mi esposa adiós, Cerro Renegado aquí me encuentro rendido con mi caballo cansado ya de todos me despido. Estos versos aprendidos de Carmen Garrido expresan, como «Todo el mundo en contra mía», un sentimiento de despedida y hasta se podría decir, de desapego; evocan personajes que, como El Cabeza de Toro, van desplazándose de un lugar a otro y su andar es un rodar constante; cantores ambulantes, como lo fue Carmen Garrido en su momento, que con sus versos cruzó fronteras. Y cuya casa, en el camino entre San Fabián y la Argentina, ha sido refugio y lugar de paso para hombres y mujeres que viven y se desplazan por la montaña

Adiós pasé los Pernales ya no los pasaré más adiós al Cerro de Paz adiós, mis güenos patrones adiós, buenos compañeros potrerillos y vaqueros adiós, lobos y animales adiós, mis famosos perros

Carmen en su patio / Fotografía Archivo Carmen Garrido

adiós, laguna verdosa la que llaman Caliboro 41


LUIS FROILÁN CASTILLO Luis Castillo tiene la palabra. Al cruzar el umbral de su casa para conocerlo y conversar juntos sus andanzas, encontré a un hombre generoso en el decir. Estas palabras que inicialmente quise compartir como homenaje en vida a un folklorista caminero son hoy, en cambio, póstumas: El domingo ocho de marzo de dos mil veinte, en momentos en que se termina de desatar una pandemia mundial en Chile, muere Luis Castillo en su casa en la población El Volcán de Chillán. En estas líneas, recordamos y celebramos su vida en sus propios términos, como él la dijo y la quiso. Las siguientes palabras son algunas de sus memorias, las de un patiperro que recorrió Chile junto a Calatambo Albarracín, su mejor amigo y maestro, uno de los grandes exponentes artísticos de la música del norte a partir de los años cuarenta del pasado siglo. Luis Castillo vivió la última etapa de su vida, junto a Irma Prado en Chillán, lugar donde se dedicó a la formación de conjuntos folklóricos y dejó semillas de amistad y canto en cada uno de quienes lo conocimos.

Luis Castillo e Irma Prado en su casa en Chillán, 2016 / Fotografía Emilio Santana

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A Ñuble vino a pasar sus últimos años y hoy me pregunto ¿será acaso por la proximidad con el sur de Maule, donde nació, creció y se enamoró del canto por primera vez? Nací en Villa Alegre, ese pueblito está cerca de Talca, Maule, San Javier, Putagán y Linares. Fundo Lioncura. Nací un cinco de febrero de mil novecientos veintiocho, a las diez de la mañana en un cuero, en el suelo. Nada de matronas, parteras. Mi mamá se llamaba Claudina Rozas Bahamondes, cantora. Bahamondes es el segundo apellido de los hermanos Campos. Con ellos empecé yo cantando en los trenes. Estos dos chiquillos, Marcial y Eliodoro, se los dejaba a mi mamá el tío Vicente, su padre, que tocaba acordeón a botones y trabajaba en todas las fiestas, santos, velorios. Y les dejaba plata para que nos mandara a la escuela, y ahí mi mamá me mandaba con ellos a la escuela: no íbamos a la escuela, nos íbamos a un mercado a cantar, a mí me echaban a bailar cueca, me pasaban el sombrero, ellos cantaban con una pura guitarra que no sé dónde se conseguían, una pura guitarrita teníamos, y bailaba yo con mi sombrerito. Eso era en Linares. Esa fue su escuela. Mi tío, el otro que cantaba y tocaba la guitarra, era José María del Carmen Bahamondes Albornoz: El brujo de de Longaví. Mi papá, Froilán Castillo, era lastrero de oficio. Los que arreglan la línea ahí, con durmientes, martillando, en un tren chico iba recorriendo de Linares a San Carlos y Chillán. Murió curado un día, aplastado por el tren en la línea. I. NACER CANTANDO Y BAILANDO Yo podría ser… ¿como me pondría usted? Ahora se me ocurrió algo: Un folklorista caminero, caminante; yo conozco, he andado. Tengo ochenta y seis años [en dos mil catorce] y nací de adentro de la guatita de mi mamá cantando y bailando, porque mi mamá era una cantora campesina por allá por los años mil novecientos veintisiete, era cantora de trilla mientras me esperaba a mí. Entonces yo nací de la guatita de mi mamá, porque mi mamá se ganaba con la guitarra pará a cantar cueca; mi mamá tocaba tercera alta y nada más, no sabía otra, entonces yo aquí [adentro] le hacía el compás, y ella se largaba


a reír, le decían: «¿Por qué te reís?», y ella respondía: «Este otro está bailando aquí al compás… baile, baile». Le tañaba. Le tañaba la guitarra. Le gustaba mucho, entonces cuando yo salí, pucha mi mamá me tocaba la guitarra y yo me reía cuando guagüita, y nací bailando cueca, de cabrito chico. Y nací yo con eso, entonces me pegó mucho, mucho eso: La música. Yo conocí un cantor y me dio una cosa… fue un cariño tan grande, cuando conocí el primer cantor fue a Palermo, un cantor campesino de aquí de Longaví, era un costino, era cargado, era a la costa. Costino, centralino y montañes, ¿esos nombres los tiene? Aprovechamos altiro de poner quienes son los arribanos y abajinos. Al hablar, Luis desenreda una madeja de historias, personajes, nombres e informaciones diversas, narradas en primerísima persona. Me cuenta de su abuela que, al igual que su madre, era cocinera y cantora, de un fundo al interior de Longaví, es decir, a una distancia de aproximadamente treinta o cuarenta kilómetros del Lioncura, donde vivía Luis. Él, teniendo siete u ocho años, recorría esa distancia solo, caminando por las vías del tren en dirección al Sur, sorteando grupos de caminantes, hombres solos o familias enteras que deambulaban su miseria buscando cualquier trabajo o asunto que atender, atentos a cualquier «jugada en la vía». Luchito, niño, corre y espera eludir cualquier obstáculo hasta encontrar alguna yunta de bueyes en Linares que fuera al interior del fundo donde trabajaba su abuela; los campesinos que llegaban a Linares desde diversos fundos se encontraban en espacios de comercio, distensión, intercambio, con sus carretas y yuntas de bueyes. Algunos, al ver al nieto de la cocinera del fundo, lo acarreaban de vuelta con ellos. Una vez llegados, su abuela lo recibía durante una semana aproximadamente y luego, como un pájaro libre, volvía a Putagán entre bueyes y vías de tren. Su madre lo estaba esperando. De alguna manera que él no se explica, ella sabía que estaba bien, que había llegado donde la abuela, y que volvería otra vez a su lado.

Oiga, Luchito, ¿y usted vio alguna vez a su abuela tocar el arpa? No, ya no tocaba ya… la ponía aquí llena de tierra el arpa; la tenían amarrada en un saco e igual le entraba la tierra. No sabían afinar po’, mi cuñado, mi padrastro afinaba. Tenía clavijeros de madera. Y había que cuidar que no se comieran las cuerdas los ratones, eran de tripa de anima. La que tenía mi abuela no tenía ni patas porque la ponían en una banca, ¡era vieja! ¿U usted sabe como aprendió su abuela? Mirando. Si no les enseñan, ¡aprenden solas la gente! II. LOS ENGANCHES En la memoria de Luis se imprimen retratos, temporadas, épocas, estaciones que no se pueden olvidar. Vivencias que parecen marcadas a fuego. En los relatos de vida de Luis Castillo, uno de los más potentes es el que describe la experiencia de ser «enganchado», siendo niño, junto a su familia para trabajar una temporada en el campo. Son largos de hablarlos sí los «enganches». Mis vivencias. Ahora ya no se usa eso, son las temporeras. El papel que hacen ellas, pero lo hacen solitas y por el día, los «enganches» eran por familias, por días. No admiten niños ahora. Era otro tiempo. Estando nosotros con mi familia en Linares en el año novecientos… treinta y ocho, sí, en esa fecha, había unas bodegas ahí cerca de la Estación Linares, en la calle Brasil, ¿ya? Los dueños de esas bodegas se llamaban los Chacones, ¿cuál era el sistema de ellos? Iban a un fundo y le compraban toda la producción que tuviera, de maíz, de papa, de lentejas, de trigo y de uva, porque antes las haciendas, los fundos, sembraban, compraban sus terrenos pero los aprovechaban, en crianzas de animales, de todas clases de animales, tenían sus inquilinos ¿ya? Y estos señores que vivían ahí, los Chacones, que todavía existen, iban a estos fundos, a las parcelas o a toda la gente que sembraba y le compraban toda su producción ahí, en el terreno; entonces el dueño del fundo no tenía necesidad de 43


estar pagando gente para que le cosecharan eso y llevarlo a bodega y tenerlo ahí y después buscarle venta. Para ellos era engorroso, entonces estos Chacones venían y compraban toda esa producción, del trigo, la papa, el maíz y las viñas, y si tenían frutas, duraznales, manzanares, todo lo que podían comprar. Y estos señores traían todo a sus bodegas y ahí ellos lo distribuían al mercado o lo exportaban. Y eran los Chacones que se iban a las poblaciones y hacían un llamado de gente que tuvieran niños, gente pobre, y entre esa gente estábamos nosotros. Nosotros éramos como siete, tres niños y los grandes, ¿quién iba ahí? El papá, o el padrastro o el tío, que quisiera ir, porque hay un «enganche» al fondo. A nosotros nos tocó venir a Retiro el año mil novecientos treinta y ocho, ¿ya?

Nos vamos». Y nos servía para… la gente pobre necesitaba. En aquellas partes, la gente pobre comía a destajo de lo que había ahí, no le prohibían que comiera; si se iba a sacar papas, se comía papa, si había manzana le daban manzanas, lentejas. Las lentejas las arrancaban no más, iban a trillarse a máquina. Y se formaba un «enganche» de unas quince familias ¿Cuánta gente iba ahí? Como sesenta, ochenta personas, porque eran numerosas las familias en aquella época. ¿Qué hacían? Se iban a la estación, porque de Linares a Retiro, queda lejos para acá: Linares, Copihue, Retiro, y no sé qué otra estación. Se iban a la estación y alquilaban un tren de carga, un par de carros de trenes de carga, y ahí en esos carros echaban la gente arriba, como fuera, acostado o sentado. Y en seguida ya cuando toda la gente estaba adentro, les cerraban las puertas, y a uno le daba miedo, yo sentía miedo. Pa’ más, en los carros donde nos fuimos nosotros, recién en la noche habían descargado los animales, estaba todo cochino, y echaron paja ahí y luego a nosotros con toda la familia, con todos los monos; los cabros chicos llevaban tetera, otros llevaban sartén, otros llevaban parrillas, es cuestión de llevar porque había que llegar allá al fondo a cocinar. Y los «monos» que llaman, que echan unos sacos, unos saquitos de colchón, y adonde llega uno, llena eso con paja y se hace la «payasa». Antes se dormía mucho en paya u hojas de choclos, esos eran más blanditos.

Labores en la vendimia. Recorte de revista / Archivo Luis Castillo

Asentí con un movimiento de cabeza, sin decir una palabra. Luis recuerda y habla como sumergido en otro tiempo. Frente a mí tengo un narrador observador y memorioso, que recuerda detalles. Entonces venían las cabezas de las familias, tuvieran cinco, seis o siete chiquillos. La cuestión es que necesitaban gente para llevar a cosechar, les convendría, creo yo. Yo tenía padrastro. Vino mi padrastro: «Ya ¿dónde nos vamos a ir a trabajar? 44

Familia de “enganchados”. Recorte de revista / Archivo Luis Castillo


Claro, lo he escuchado por ahí, eso de colchones con hojas de choclo. Nos echaron al carro esa vez, me acuerdo que esperamos toda la mañana. Como a las doce del día llegaron los carros. Nos echaron a los carros a todas las familias ahí, aquí una familia, aquí un montón; dos o tres carros y todas las familias arriba. Y en seguida venían y nos cerraban las puertas, ¡unos carros de fierro grande, esos carros antiguos de trenes! Que son largos. De repente un golpe: «¡Paaah!» Era la máquina que enganchaba los carros y si nos pillaba mal parados, nos iba a tirar por allá a uno, y no había donde agarrarse adentro, hijo, era liso todo, andábamos puro a caballo y refalando, uno encima de otra familia. Pescaba los carros el tren, a mí me sucedió, yo lo viví por eso lo cuento, y partió con nosotros ¡la sonajera de fierros adentro! Mi padrastro como era alto se agarraba y nosotros de cada pierna de él si no, nos refalábamos en la paja ahí; y el mal olor, a mugre, a guano de vaca y caballo, ¡chuuta, gancho! A Retiro, como a las dos de la tarde llegamos a Retiro. Yo tenía como once años, si por ahí, diez años. Niño casi adulto ya, en ese contexto. Claro. Entonces… nos bajamos, en la estación nos abrieron las puertas, nos bajamos, y hemos desayunado otra vez, porque habíamos tomado desayuno antes. El fuego se hacía ahí mismo a la orilla de la línea y se hacían hervir las teteras y ahí tomamos desayuno. Entonces los jefes iban con nosotros, ellos iban en un coche o en la máquina, no sé como, la cuestión es que los jefes estaban acá, los que iban a cargo de nosotros, de los «enganches». Nos bajamos en Retiro y había como veinte carretas esperando, una hilera de carretas en caminos de tierra. Arriba de las carretas. Nos subimos arriba y partieron con nosotros, ¡pa’ un fundo pa’ allá pa’ dentro…! Después cruzamos un río por el agua, por un vado y salimos, y llegamos en la tarde oscureciéndose al fundo, y a un corredor. Allá nos bajamos, en el corredor: «Aquí tienen que acostarse ustedes». Dormimos ahí y nos tenían leche con harina y porotos pa’ que comiéramos en la noche y buscar un lugar ahí, estando bajo techo en verano. Íbamos a una sacada de papas. Al otro día llegaron unos camiones con tablas y les daban sus veinte tablas a cada dueño de esta, y un par de palos. Había que mandar un par de palos

aquí y aquí, y poner las tablas así, ¿me entiende? Y ahí tirar los monos adentro y esa era la ruca. Ahí tenía que vivir uno. Vamos a las sacás de papa, al otro día ligerito, a güeyes rompiendo, y le pasaban unos canastos a uno y echar papas ahí nomás, de ahí a las carretas, las carretas llevaban a las bodegas y ahí habían otros sacando, porque después llegaban los camiones de los Chacones, que todavía existen en Linares, y se llevaban todo. Es como una burguesía allá. Claro, claro, si po’, si existen todavía. Enseguida a sacar papas, todo el día sacando papas a todo sol. Agua: Ahí están los esteritos pa’ tomar agua. Pa’ hacer pichí pa’l bosquecito y pa’ comer tocaban la campana y de ahí ir a esa ruca, ahí se quedaba mi mamá cocinándonos. ¿Qué comíamos? Papitas cocidas po’, si había tanta papa. Cocidas y asadas también en la noche, pura papa. Y el fundo hacía comida, porotos, y nos daban comida a la hora de once, había que ir a buscar la ración ahí a todo ese montón de gente que estaba trabajando. Pero esa gente que hacía esas comidas, los mandaban los Chacones, nada que ver el fundo, nada, nada. Estando los obreros ahí, los Chacones nos daban la leche en la mañana, harina tostada, nos daban pan, porque el pan lo traían del pueblo, y se sacaban las papas en la tarde; llegaban las carretas en la tarde a unos claros que habían adentro de unas bodegas, dejaban unas carretas. «Ya, esta carreta es pa’ don Manuel Jara», así se llamaba mi padrastro, «con su familia». Después que terminábamos de hacer la papa íbamos a pelar choclo, tirando las hojas pa’ acá y los choclos pa’ allá. Esas dos cosas se hacían. A otra gente la llevaban a sacar choclo, estábamos hasta las diez, once de la noche y cuando ya nos daba sueño nos íbamos a dormir a las «payasas». Al otro día a las papas, en la tarde a pelar choclo. Todos esos choclos se van a unos patios grandes (cercados por supuesto para que los animales no se metan), ahí a todo el sol a secarse. Y enseguida eso a las carretas a granel, no en saco; les ponían a las carretas unos sacos pa’ dentro, los hacían como cajones y se iban las carretas para la estación, o llegaba un camión a llevarse los choclos. Todo para Linares a las bodegas. Otros trabajaban en las bodegas desgranando, se desgranaba a pura mano todo eso, con unas tablas con unas grampas, ahí pasaban las corontas pa’ allá y el choclo. Tenían gente allá y 45


en las bodegas. De ahí estaban listas las manzanas, cuando se acababan las sacadas de papa y las pelás de choclo: A recoger manzanas, todos los cabros chicos arriba de escaleras sacando manzanas sin machucarlas, con las manitos así. Se acababa la agarrá’ de manzana. Todos de vuelta en carreta y todo, y le daban a uno lo que quería llevarse, si necesitaba maíz, le daban, no le vendían nada y le pagaban su sueldo por lo que hacía, y se llegaba al pueblo con plata. Eso duraba… como en un mes se hacía todo eso. Poco tiempo, si nos hacían trabajar porque inmensos potreros, ¡tanta papa, tanto! ¿Y hacían fiesta ahí? Nada. No, ahí trabajar no más, no admitían tomar nada. Claro algunos viejos salían, averiguaban ligerito donde se tomaba por ahí, en la noche se iban po’. Y por ahí habían hasta casa de… en el campo existen mucho las casas donde se reúnen pa’ tomar vino y atraer a la gente, tienen sus niñas por ahí que llegan. Pero dentro era prohibido eso. Esos son los «enganches». III. «CATALAMBO» ALBARRACÍN A diferencia de los cantores eminentemente campesinos, como Carmen y Cheño, que realizaron sus vidas en el entorno rural, Luis Castillo llegó alrededor de los diecinueve años a vivir a Santiago, que es el lugar donde realmente desarrollaría su afición musical, sobre todo en la guitarra. En la ciudad entra en contacto con los folkloristas de la época de mediados del siglo XX chileno. Entre ellos, sin duda su colaboración más significativa fue la realizada junto a un precursor del desarrollo autoral en la música de raíz folklórica nortina en Chile: Don «Calatambo» Albarracín. Fredy «Calatambo» Albarracín Iribarren. Cantautor. Recopilador. Profesor de danzas, porque aprendió todas las danzas nortinas, de La Tirana y de otros pueblos también. La Margot Loyola lo conoció, estuvimos juntos en Viña del Mar. Es el autor de la cueca «Caliche». Él fue quien me llevó a mí a los escenarios, porque yo tocaba en una escuela, la Escuela Pedro Aguirre Cerda de Cerrillos, con otros cabros amigos, tocábamos y salíamos; yo tuve un profesor muy bueno ahí, don Hermógenes Méndez. Tiene un libro que se llama «Por los caminos de Chile», 46

yo encuentro muy completo que un investigador de campo que haga un libro. Fue un gran profesor mío, para mí ese hombre fue un tremendo gallo. ¿Ud. grabó con «Calatambo»? Claro, en estudio de la RCA Víctor. Y yo no tengo ni un disco. Pero hay música por ahí. Y él canta «pampa salitrera, hay que linda está». Un lamento a la pampa salitrera ¡lindo! Hicimos una joya de toda esa cuestión, está grabado todo eso. ¿Y como fue que llegó a tocar con él? «Usted tiene una pinta de calichero, de nortino», me dijo. Después me llevó y me presentó al grupo. Y el guitarrista de él, Jiménez, que era peruano, estaba hospitalizado. «Calatambo» me invitó a una gira con él, por el sur. Pagaba todo la Universidad de Chile. Tuvo que ir a mi casa a hablar con mi mamá, para que me diera permiso. Ella dijo: «Se me murió un chiquillo ya, no quiero que este otro se me muera. Le va a gustar la guitarra, se va a ir al trago y se va a morir». ¿Y qué le respondería «Calatambo»? «No, si vamos por la Universidad. Y este hijo que tiene usted aquí es músico, tiene un tesoro usted aquí, señora». Me alabó tanto, me entusiasmó. Y me llevó por allá a una quinta que él tenía por allá abajo metido en una población de Quinta Normal abajo. Y ahí estaban los indios con todo, vestidos igual, así como están vestidos en la foto. Y ahí están los «lichiguayos», y ellos son «sikus». El único pueblo donde existen los «sikus» es Cariquima. Y ellos eran de Cariquima. Ellos tocaban y tocaban «lichiguayos» y «sikus». El año cincuenta y seis fue esa gira ¿adónde fueron? Hasta Temuco. Tocaron en varios lugares, me imagino. En el Teatro Municipal. Y de allá nos sacaban a varias partes. A colegios, regimientos también. Y estuvimos en Victoria también. Nos veníamos en tren en la noche y amanecíamos ahí ¡y nos daban comida más que no sé qué! Lo más que había era comida. Y andaba la señora… una actriz… de la


Universidad de Chile, ella iba a cargo, la señora… ¡María Castiglione! Recuérdese y anótelo por ahí. Y el otro, un profesor de música que andaba con nosotros, guiándonos en todo. Ahí partí con la música en serio ya. Tenía como veinticuatro años. De ahí me metí ya al grupo folklórico que había ahí, en el centro cultural donde conocí a «Calatambo». Ahí al Hermógenes Méndez le gustó mucho mi rasgueo y mi cueca. «Tú sabís bailar cueca», «claro», le dije yo, «pero yo bailo mi cueca, la de gañán». Ellos no la conocían. Yo aprendí eso mirando, lo mismo que la cueca carrilana.

Calatambo Albarracín y grupo en algún teatro del Norte de Chile / Archivo Luis Castillo

Se influenciaban mutuamente. Aquí me hago un recorrido recogiendo todo lo que es musical, porque la Margot Loyola, una vez que nos fue a dar unas clases, sus clases eran todas ilustradas ella. La Margot Loyola cuando estuvo en Viña, pucha me fue a felicitar porque yo manejo mucho los bajos en la guitarra, «pum-pum-pum», entonces eso le gustó a ella, porque los folkloristas lo único que hacen es charranguear, charranguear y nada nuevo le entregan a uno; y tú, y me dio una tarjeta para que viniera a hacer unas clases, no sé

como se llama ese instituto que está en Pedro de Valdivia antes de llegar al estadio, no me acuerdo. Es el Pedagógico, que era parte de la Universidad de Chile por esos años. Claro, y Pedro Yáñez, Oreste Plath, Raquel Barros, Fidel Sepúlveda, en ese tiempo estuve yo. Me cobraban cinco mil diarios, en un verano, pero estuve un mes no más, si no me alcanzaba. «Necesitamos profesores como tú», me dijo, «son cuatro años, pero a ti en dos te echo afuera con tu cartón». Y tengo un amigo que se llamaba Jorge Farías, él hizo el curso ahí. Le dieron el cartón y a los tres meses se murió. Ahí estudiaban folklore, escuelas de folklore de verano. Yo estuve como tres meses no más y yo salía en giras con «Calatambo». Una vida que pasé yo con «Calatambo». ¡Él me llevó a los escenarios! Hasta que conocí a la señora Irma, y me retiré ya, porque era un loco allá en Santiago, un loco que andaba tomando, chupando y fumando y haciendo puras cagás, perdonen. Se volvió medio loco por allá. Claro, me creí el lindo [risas], es que las chiquillas te tenían como linda. Me enamoré de esta señora y «¿vamos pa Chillán? Vamos pa Chillán», salí jubilao. Él [«Calatambo»] hizo todo para que yo jubilara. Y él se jubiló solo, porque no fue más capaz, le estaba fallando mucho la cabeza en la contabilidad, porque dicen que los contadores y los choferes, se vuelven todos locos en Santiago, entonces dijo «me retiro», y se fue a Las Cruces, allá tiene casa; yo le dije «me voy pa’ cualquier lado». Y me vine pa’ acá pa Chillán, nos vinimos con la señora. El noventa y cuatro nos conocimos y el noventa y seis nos vinimos. Después de haber recorrido todo eso. Con «Calatambo» me junté el cincuenta y siete: Casi Cuarenta años de trayectoria artística juntos. Juntos, si éramos uña y mugre, donde estaba él, estaba yo. A él le servían una copa y él me la pasaba a mí, primero a mí –cuál de los dos más mujeriego, hijo. El que anda tarde en la noche sabe lo bueno y lo malo sabe dónde canta el perro sabe dónde laira el gallo 47


a la madrugada al anochecer que lindo es amar que lindo es querer cuando dos amantes corresponden bien

que me enseñe la guitarra». Yo tenía la cueca de gañán, no quería que aprendiera la huasa, la bailaba con ojotitas, era bien bonita. En esos años también, Diomedes Valenzuela llevó todo el folklore de aquí para allá, muchas canciones bonitas que yo las tengo grabadas todavía. Tengo como tres cajas grandes llenas de cassette de puro folklore.

asómate a la vergüenza cara de poca ventana y dame un vasito de sed que me estoy muriendo de agua a las orillas de un hombre había un río parado dándole agua a su cuchillo y afilando su caballo señores y señoritas ya les canté las rarezas que comienzan por los pies terminan por la cabeza. IV. OTRAS TERTULIAS Vamos a hablar entonces de los cantores de la zona central que usted conoció en esos años; me nombró usted por ejemplo a la señora Gabriela Pizarro y don Héctor Pavez. Con ellos empecé yo allá en la Casa de la Cultura, que todavía está, en Irarrázaval pasadito Plaza Ñuñoa. Ahí estudié con ella. A la Pizarro yo la conocí niñita como le dije, de Lebu. Un día estábamos con «Calatambo» tocando en el Teatro Ópera en Santiago; terminamos de hacer todo y después nos llevan a un cóctel, a agasajarnos ahí con algunas cositas ¿ya? Y aparece una niña chiquitita así tan bonita, así como abrazándome, «oh –me decía–, qué rico que tocai la guitarra, hombre, cabro. Y tú Calatambo que cantai lindo, que me gusta este folklore» porque «Calatambo» salía con su gente y con sus trajes vistosos, lindo ahí po’. Cantó él unas morenadas y en las morenadas los cabros bailaban, fue con su conjunto más grande. Y se allega la niñita esta y nos dice: «yo quiero que me des la dirección, yo quiero 48

Cantando junto a Diómedes Valenzuela (Der. de manta, sombrero y guitarra) Archivo Luis Castillo

Pasamos tardes escuchando. Sacando cajas llenas de cassettes y documentos, ordenando, hablando de dónde vienen los registros. Nos detenemos en algunos registros de Diomedes Valenzuela. Me cuenta que fue su amigo, asegurándome que él sabía mucho de folklore y cantos, principalmente debido a que fue hijo adoptado de las hermanas Acuña, mejor conocidas como «Las Caracolito», dúo nacido en San Carlos, Ñuble, cantoras de gran trayectoria artística a mediados del siglo pasado. Don Luis continúa sus recuerdos y me solicita tomar nota de un asunto importante, pues así es la conversación, aunque se intente seguir una línea… es como una explosión de recuerdos e ideas que se apiñan en la garganta luchando por salir: todos los temas son temas folklóricos. Hierba de la «pichoga» es una matita de pastito verde de hojitas chiquititas, que se arrastra por el suelo y usted la corta


y la leche de su interior se la hecha en la verruga, y al final desaparece, se la va comiendo. Igual que la leche de hoja de higuera. Por eso hay que saber usar las hierbas medicinales, para eso están las «meicas», tan las «machis». Acuérdese que el pueblo mapuche no recurre a hospitales, médicos ni ninguna cuestión: «machis», «meica», y pura yerba, ellas saben todas las yerbas para qué son. Y usted era transportista y se dedicaba al folklore, trabajaba en las dos cosas. Sí claro, el folklore no da po’ hijo. Y siempre afanó en las dos. No, yo fui artesano, trabajé en el torno haciendo cosas, sillas mecedoras, hacía todos los palillos, hacía los tacos de «pool». Y antes fui mecánico de automóviles. Después fui maderero, trabajé en un aserradero. Pal Mundial de Fútbol estaba yo en eso, hasta el sesenta y ocho, más o menos. Y después me gustó el torno, me gustó mucho el torno. Y siempre teníamos estos grupos allá en Quinta Normal, que nos juntábamos a cantar. Conversamos mirando sus carpetas, repletas de recuerdos. Los objetos de la vida de una persona: Sus apuntes, recortes de diario, cajas y cajas de cassettes, fotos, textos, apuntes sueltos. Sigue el filósofo nato, explicándome como va tomando forma el folklore a través de las fiestas y como el canto popular se manifiesta en diversos ambientes y se viste de una moda u otra, y se desviste con igual facilidad. Va cambiando. Ahí estamos en un «picholeo», esa palabra no la conoce usted. Es una fiesta de gente de medio pelo, común, ¿diría yo del pueblo? No, de medio pelo, como los empleados, ¿como se llaman? Sería como la «clase media». Exacto. Otra historia bonita que hay ahí, ¿ve? Póngale ahí «picholeo», «zaraos», «chinganas» ¡hay tanto que aprender. Ahí hay tres tipos de fiesta; tres clases de persona, de gente. Y después le vamos a poner toda la instrumentación ¡que la tengo toda aquí metida en la cabeza! La instrumentación que se

ocupaba en cada una. El administrador era del «pichileo», no se iba a meter a un «zarao», no entendía nada; a una «chingana» tal vez sí, porque las «chinganas» eran las niñas alegres, donde llegaba de todo. Y las «ramadas» eran en los fundos. No existían las fondas, no existían las fondas. Fiestas del mil ochocientos, mil setecientos y tanto. Dicen que los hombres son son de la raza de Lucifer de sus tiernas caricias ninguna niña se debe creer siga la música la filarmónica quiero bailar quiero cantar las habaneras sin descansar yo digo que no es así porque si fuera en realidad no se hubiese casado mamita mía con mi papá a Puerto Rico me fuera a buscar a quién querer porque los hombres chilenos no saben corresponder. Esta polka es de salón, se cantó para un «picholeo» que se hizo en Santiago, que lo presentamos a la Confederación de San Bernardo. Eso lo recopiló una niña que se llama Esperanza Rodríguez. Tenía una voz preciosa, soprano, ella lo cantaba. Entonces los «picholeos» eran antiguas reuniones de baile, de fiesta que se hacían ocurrían en las casonas, había una muy famosa aquí en Concepción que se llamaba «Doña Edermira Carranza» y en el barrio habían muchas otras, en el barrio donde está el Seguro, al otro lado de Independencia, pa’ allá pa’ Maruri.

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¿Y cuál es la diferencia entre el zarao y la tertulia? En el «zarao» van los aristócratas, van ¡los políticos po’! ¿ya? Y era el edificio del correo, tenemos esa mano y ahí se hacían las tertulias. Todos los del senado, senadores. La tertulia era lo más granado de la aristocracia chilena, quienes iban ahí, los almirantes, los comandantes, y sus señoras, claro, los senadores, diputados. Presidente.

de Los Puelches para allá, una parcela donde había de todo y en el día tomaban sandía, melones, tomates, porotos, choclos, ajíes, de lo que hubiera y lo traían todo aquí, donde llegaba la gente a las calles a buscar flores, a buscar aquí a la «chimba». No se llamaban parcelas, se llamaban «chimba» y aquí llegaba la gente. Y aquí en la «chimba» le tenían huevos, queso, leche, cuánta cosa. Entonces la gente venía a comprar todas esas cosas y se las llevaban en canastos, pero lo hacían como paseo, y habían casa ahí que vendían «chacolí», bebidas, refrescos o «chata» para la juventud. En vez de decir «vamos a la parcela a comprar tomates» uno decía «vamos a la chimba». Y por eso se llamaba el Barrio de La Chimba: Habían carretelas, habían caballos. En Santiago hay ferias libres, en esa época no lo había, había que ir a comprar todo eso. Esas eran las «chimba», pero también había donde se vendía trago y se quedaba la gente ahí y había música. Había música en la «chimba».

Fernándo Yáñez, Luis Castillo, Marisa Pastor, Santos Rubio y Adela Cruz (amigos y componentes del Grupo Rauquén) / Archivo Luis Castillo

La aristocracia político-militar. Imagínate, Chinito, ¡como se vestía esa gente para asistir! El comendador hacía un «zarao» e invitaba a toda su gente. Menos juventud, pero eso ya era como una fiesta privada de él ahí, con todas sus amistades, senadores, diputados, gente que estaba a cargo del encomendador. A ese le daban a cargo una encomienda, una gran hacienda. La «chingana» era del pueblo, po’, de los barriales afuera, de las chinganeras, de la chingana, ahí llegaba de todo tipo po’: Prosti ¿ya? militares, todo tipo de gente: Lo popular los reúne a todos. En los barriales a la tomatera, donde se tomaba «chacolí». La «ramada» era en el fundo. Las «chimbas» eran, por ejemplo, hoy día a esta hora más o menos la señora tomaba un canasto, yo tomaba otro canasto y salíamos a la «chimba» ¿dónde está la «chimba»? Está aquí 50

Chicharra fabricada por Luis Castillo para Irma Prado, quien suele acompaña su canto con este instrumento

Lugares pa’ carretear digamos. Claro, donde le tocaban. Tenía diecisiete años, llegué donde un maestro, un maestro antiguo que era don Luis, se llamaba, que trabajaba en curtiembre y tocaba lindo la guitarra, sabía mucho guitarra porque era músico, era concertista, pero el papá tenía una curtiembre y tenía que hacerse cargo él de la curtiembre ¡andaba hediondo a cuero! Porque el cuero es hediondo con los


líquidos que le echan y tenía un piano de arrimo, no de cola y aquí arriba ¡páseme la «chicharra»! Ahí estaba la «chicharra» ¡Para cantar cueca! ¡La «chicharra»!

secando, por los poros me saca toda la sangre, y mañana me amanece esto blandito, ¿es mágico o no? Más rápido que la medicina alópata.

V. TRAS LOS CANTOS A partir de sesiones de conversación y entrevista acontecidas en diversos momentos y circunstancias, Luis Castillo imparte una clase constante y consciente, de maestro a discípulo, de viejo que cuenta al joven la historia de un camino, en diálogo constante consigo mismo, con el destino, con la muerte.

Cuando mi negra se fue me dijo que no llorara que tuviera yo valor pero que no la olvidara

Acuérdese de lo que usted busca: Esencia, sabor y color. Eso es lo que usted busca y vamos a conversar de cuál es la esencia, cual es el color y cuál es el sabor. En el folklore hay que buscar cosas diferentes, porque en todas partes lo mismo, lo mismo, lo mismo. Donde usted vaya, ya no hay qué rincón encontrar donde haya algo novedoso, distinto. Él aquí viene encontrando novedad, de eso estoy seguro. Dentro de los apuntes y conclusiones que elabora don Luis y que va guardando en carpetas entre sus archivos, encontramos el siguiente apunte que me pide leer en voz alta:

qué se pensará esta ingrata que se va, que se va, que se va y si acaso no vuelve a mí no se me da nada cuando la estaba queriendo estaba que se moría y de verla yo sufriendo el mismo dolor sentía cinco sentidos tenemos los cinco necesitamos los cinco también perdemos cuando nos enamoramos.

«Folklore, géneros: Poético, cancioneros; folklore ergológico, artesanía; narrativo, mito y leyenda; gastronómico, alimentación; lingüístico, vocabulario, mímica; mágico, medicina vegetal» La sanación por medio de la medicina vegetal, ¡tiene que conocer todas las yerbas! Y para qué sirven, el poleo, la menta, la ruda, el paico; bueno, ¿y pa’ qué sirven? La pata y lengua ‘e vaca, ¿pa qué sirven? ¿Y por qué aquí le pone que esto es mágico? Es mágico, es mágico lo que hacen. Pa’ que usted se dé cuenta yo le voy a mostrar al tiro. Yo tengo una herida ahí, ¿ve? Está por reventar. Entonces las várices mías se van pa’ dentro y se acumula sangre aquí, la señora viene, pesca un poco de tierra, la cierne, que quede delgadita, la moja, la pone en un pañito delgadito y me lo coloca ahí y yo me quedo sosegadito. El barro a medida que se va

Luis Castillo acompaña el canto de una mujer en guitarra / Archivo Luis Castillo 51


Yo llego por ahí y me pegué una comilona, llego donde mi señora y le digo «tengo un cólico», esos dolores de guata que hinchan. «Yo te voy a hacer un remedio de yerbas». Le pone poleo, le pone menta, paico, matico, de todo eso. Pero ella tiene otro secreto: Los perritos en el campo cuando andan enfermos de la guatita, comen pasto; se mejora, vomita y hace una caquita blanquita, pero ese perro es tan inteligente, que no hace caquita en el suelo, sino que busca un arbolito que tenga hojitas anchitas y ahí hace su caquita. El sol pone lo que tiene que poner, seca eso, ¿ah? Entonces se evaporiza todo eso, pero queda esa caquita. Ella va, la pesca y la pone en un trapito y me la pone en la agüita que me va a dar a mí, ¡santo remedio! A mí se me pasa todo. Pero ese es secreto de ella, ella no le dice a nadie ni menos al que va a tomar, yo no me tomaría [risas]. Y esa se llama «canina de perro». ¿Y ese secreto donde lo aprendió? En el campo se aprenden. Es que sabe que de generación en generación… es mágica la medicina, mijo. Estas se llaman cataplasmas. Las viejitas que les duele la cabeza y se la ponen aquí [se toca la frente] porque la papa es fresquita y le saca lo caliente de la cabeza. Por eso la medicina vegetal, natural, es mágica, ¿no cierto? Hay cosas así po’. Hartas cosas, por ejemplo, el aloe vera con las quemaduras. VI. LA MUERTE DE UN CANTOR Cuando Luis hablaba, lo hacía para explicar el mundo. Fue un filósofo y un novelista nato. Habló de los mitos y existe en el folklore chileno una historia contada una y otra vez. Esta historia representa dos visiones de la poesía cantada que son, también, dos modos de vida enfrentados. Él volvía siempre a esta historia, explicándome que tenía un valor fundamental, fundacional. No más al poner un pie en la casa de Luis Castillo, te recibía de frente un cuadro hecho en cobre que representaba a un hombre antiguo, calza ojota y tiene un instrumento de cuerda, una vihuela, guitarra o guitarrón. Es el «Mulato» Taguada. El «Mulato» Taguada era de ahí de Teno. Él dominaba todos esos campos. Fiestas que había, reunión que había: Payador. Eso fue 52

por ahí el mil ochocientos, al principio de mil novecientos, por ahí existieron. Entonces mulato era de los negros que llegaron de Nueva Guinea, de allá de África. Los otros eran mestizos que se armó con los de aquí. Trabajan por comida, por eso explotaron tanto negro. Payadores, poetas populares. Los otros son poetas cultos, que no se metieron en el folklore. Neruda, por ejemplo. Aquí los payadores populares campesinos, que van con el arado agarrado picándole a los güeyes y van pensando: «Que el domingo viene la virgen del Carmen, me voy a encontrar con otros compañeros y van a cantar una décima, qué puedo décima inventar», e inventan la décima agarrado a la mancera del arado; e inventa la décima, como no tiene en qué anotarlo, se lo graba, se lo graba, se lo graba, llega a la casa y dice: «Oye, escríbeme por ahí que me inventé una», así eran los payadores. Hacían que escribieran y tocaban de memoria. También se dice que los arribanos eran los que venían del norte o del sur, porque estas eran tierras bajas. Antes bajaba mucho cordillerano a comprar cordero y animales a la costa, y de la costa subía mucha gente con cochayuyo a vender cochayuyo y marisco seco arriba, entonces había dos corrientes, dos personajes; el que venía de las caletas y de la cordillera venía a vender los corderos, sus cabras, su carne seca, charqui por ejemplo, porque el costino hace mucho charqui, el sol pega fuerte ahí y se fabrica mucho charqui en la costa, y por eso secan el marisco, lo ensartan así y se lo llevan para arriba, al cordillerano. El que está en la cordillera cría animales, vacunos, caballos y mucha cabra. Y esos bajaban para acá con sus comercios y así comerciaban la lana, los quesos, la carne, los mariscos; era un comercio que se intercambiaba, no corría la plata: Corría el trueque. Y también decían eso, que el abajino el que vivía abajo, y el de la cordillera, arriba. Entonces se da una red de comercio que genera una cuestión cultural también. Son rutas. Exactamente. Y bajaban payadores también de arriba y de abajo. Y, para terminar, este hombre cuando fue vencido por don Javier de la Rosa, pescó la guitarra, la hizo tira y con las cuerdas se ahorcó, porque jamás nunca a él lo habían derrotado. Era


él el único. Eso es lo que se dice del «Mulato» Taguada y don Javier de la Rosa, que se fue triunfante. Un payador letria’o con un analfabeto que no sabía nada, pero el valor que tenía este hombre, es el don que Dios le dio para que entretuviera, porque entretenían mucho. Estos estaban en las peleas de gallos, en las trillas, en las carreras; estos hombres recorrían toda la fiesta, la muerte de chancho, ¿ya?, el «Mulato» Taguada. La muerte de un cantor. Luis Castillo descansa ya de esta vida y de la agonía que padeció por años. Una vez me dijo que el folklore es un camino hacia el olvido. Tal vez sea cierto. Yo diría que es un limbo constante: Entre experiencia y conocimiento, vida y muerte, memoria y olvido. Luis murio como muchos folkloristas y como la mayoría de los abuelos en Chile, en el olvido y el abandono total y sistemático. Hubo sin embargo una persona que con amor y dignidad totales defendió con ferocidad la vida de su compañero: Irma Prado Deij, quién dedicó los últimos años a cuidar a «su viejo», como le dice con cariño. Una mujer infatigable y risueña que ha vivido ya varias vidas y que se entregó a una guerra total para defenderlo, sin escatimar nada y contra todo.

Luis castillo tocando la guitarra en su casa, población el Volcán, Chillan, 2018 Fotografía de Greta Cerda 53


AUDIOS


ARSENIO PARRA «CHEÑITO» 1. Se están terminando en Chile 2. San Fabián es la reíz 3. Bonita es la cinta verde 4. Señor les voy a cantare (se dice que en la Argentina) 5. Aquí les voy a contar (la historia de un comerciante) 6. Si yo quisiera sabere (el invernadé) 7. Me valí yo de una nube 8. Si querís que yo te quiera CARMEN GARRIDO 9. Todo el mundo en contra mía 10. Ayer vide conversar 11. Rosita 12. Salieron los dos hermanos 13. Con mis ojos tengo rabia 14. Cuando la terrible muerte LUIS CASTILLO 15. Dicen que los hombres son (con Irma Prado) 16. Blanca rosa del castillo 17. Cuando mi negra se fue (con Irma Prado)

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