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El cucho

realidad, que todos dependen de él. Que tiene que jugarse el partido de la vida y salvarle el puesto porque ni su papá, ni el rector, están dispuestos a perder otro torneo. Es la última oportunidad. —Pero si ni siquiera tenemos pruebas de que existimos — dice Delgado—, entonces, ¿para qué nos matamos jugando? —¿Qué? —Pruébeme que existimos, Cucho: deme una prueba de que esto sí es la realidad, de que no somos un programa de computador, o una obra de teatro montada por un dios maligno. —Mierda: este se enloqueció. —¿Usted dice como en The Matrix? —pregunta El chino Morales. Los demás, claro, han perdido el interés porque, existamos o no, habitemos o no un juego de PlayStation, la verdad es que ahí, mírenla, viene una vieja espectacular. —Exacto: como en The Matrix. —Usted la vio, profe? —No, chino, no: yo me quedé en El último cuplé. —Cucho: dígame que no se ha puesto a pensar nunca que de pronto todo es un sueño. —Es una pesadilla —dice El cucho—: si fuera un sueño, iríamos ganando. —En serio: no hay ninguna manera de probar que esto no es una ficción, y si lo es todo depende de que queramos jugar el juego. —Pero yo pienso, yo como, yo tengo hambre —dice El chino Morales—: ¿eso no cuenta para nada? —Para nada: alguien nos está engañando. 57


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