El profesor john katzenbach (1)

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—Él cree que la niña va a aparecer en algún sitio web de pornografía. Tiene algunas teorías muy extrañas acerca de por qué la secuestraron y... —Wolfe se detuvo. Eso carecía de sentido para Terri Collins, especialmente eso de las «teorías muy extrañas». —Entonces, ¿por qué está usted aquí? Podría haberme llamado. Wolfe se encogió de hombros. —El viejo no apareció —explicó Mark Wolfe—. Me dijo que iba a venir a mi casa esta mañana para que pudiéramos avanzar un poco más. Hasta llamé a mi trabajo para decir que estaba enfermo, maldito sea, además se suponía... —¿Qué se suponía? —preguntó Terri con brusquedad. —Le he estado mostrando muchas cosas en Internet. —Wolfe habló lentamente, con cautela—. Él quería ver..., bueno, ya sabe, algunas cosas muy raras. Como él es psicólogo... ¡Por el amor de Dios, yo sólo le estaba ayudando! Él no tenía la menor idea de cómo navegar ni por dónde... —Pero usted sí —agregó Terri rígidamente. Wolfe le dirigió una mirada de qué otra cosa podía hacer yo. —No me malinterprete. Le tengo una especie de cariño al viejo bastardo —explicó Wolfe con una curiosa especie de afecto—. Mire, usted y yo sabemos que está loco. Pero un loco decidido, no sé si me entiende... —Wolfe vaciló, evaluando la inexpresiva cara de póquer de Terri. Pareció cambiar de estrategia y siguió hablando con fuerza—: Tengo que hablar con usted —dijo—. Pero en privado. —¿En privado? —Sí. No quiero meterme en problemas. Mire, detective, estoy tratando de ser el bueno en todo esto. Podría haberme quedado en mi casa y mandar todo a la mierda, usted lo sabe, pero no lo he hecho. He venido a contarle las cosas. El profesor está muy vacilante. Diablos, tenía que haberlo visto... —Wolfe miró a Terri para ver si estaba de acuerdo—. Y bueno, me preocupé por él, ¿no? ¿Es eso tan terrible? ¿Por qué me trata con tanta dureza? Terri se mantuvo en silencio. No estaba segura de creer que el delincuente sexual se había convertido repentinamente en un ciudadano correcto y bondadoso para la comunidad. Pero algo lo había llevado a las oficinas centrales de la policía, y fuera lo que fuese ese algo, tenía que ser un poderoso incentivo, porque un hombre como Mark Wolfe nunca querría tener nada que ver con la policía. —Muy bien —accedió—. Podemos hablar en privado. Pero primero me va a decir por qué. Wolfe sonrió de una manera que la puso todavía más recelosa. —Bien —dijo—, mi conjetura es que nuestro amigo el profesor está a punto de ir disparar a alguien.


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