El profesor john katzenbach (1)

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—Es sólo un poco de pornografía repugnante —respondió Adrián. Se sentía un poco avergonzado de que su hijo estuviera mirando las mismas cosas que él. —No, es más que eso. Mucho más. Adrián se debió de mostrar confuso, porque pudo escuchar que su hijo suspiraba. Era como una bocanada de viento que soplaba a través del silencio de la casa. —Vamos, papá, conecta lo que eres con lo que estás viendo. Esto no tuvo sentido para Adrián. Era un científico. Era un estudioso de la experiencia. Eso era lo que había enseñado durante tantas décadas. En la pantalla frente a él había cuerpos retorcidos. Desnudez. Todo explícito. Todo el misterio del amor eliminado, actos reducidos a pornografía explícita, de indudable realidad. —Tommy, lo siento, no comprendo. Es mucho más difícil ahora. Las cosas no concuerdan como deberían... —Lucha contra ello, papá. Hazte más fuerte. —La voz de Tommy pareció cambiar, iba y venía—. Toma más de esas pastillas. Tal vez te ayuden. Obliga a tu mente a que recuerde cosas. Tommy niño. Tommy adulto. Adrián se sentía zarandeado entre los dos. —Estoy intentándolo. Hubo un titubeo momentáneo, como si Tommy estuviera pensando en algo. Adrián quería poder verlo, y sus ojos empezaron a nublarse con lágrimas. No es justo, pensó. Puedo ver a los otros, pero ahora que se trata de Tommy, no quiere mostrarse. Era un poco como el gran acertijo que todos los padres conocen, el de que un día miran a la criatura que educaron y él o ella ha crecido para convertirse en un ser independiente y entrar en un mundo propio que resulta extraño e incomprensible. Las personas a las que más amamos se convierten en desconocidos para nosotros, pensó. —Papá, cuando lees un poema... —Adrián giró en su asiento, como si pudiera llegar a ver alguna imagen de su hijo moviendo los ojos de un lado a otro por la habitación—. ¿Qué es lo que tratas de ver en las palabras? Suspiró. La voz de Tommy sonaba opaca y distante; dolía escucharlo. Pudo sentir un hormigueo en la piel. —Yo quería estar ahí, contigo. No puedo soportar que hayas muerto en algún sitio en el otro extremo del mundo y que yo no estuviera allí para ti. No puedo soportar no poder hacer nada al respecto. No puedo soportar no haber podido salvarte. —La poesía, papá. Piensa en los poemas. Suspiró otra vez. Miró la fotografía de Tommy que tenía encima de su escritorio. Ceremonia de entrega de diplomas del instituto de secundaria. Una foto tomada mientras su hijo no miraba. Estaba sonriendo, con todas las posibilidades de este mundo y ninguno de los dolores y problemas que fueron una parte inevitable de él. Adrián casi creyó que la fotografía le estaba hablando, en ese preciso momento, sólo que la voz de Tommy era insistente y llegaba desde detrás de su cabeza. —¿Qué ves en los poemas?


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