Tema 6 Creo en Dios Padre

Page 1

ITINERARIO DE FORMACIÓN CRISTIANA "SER CRISTIANO EN EL CORAZÓN DEL MUNDO" Tema 6:

Creo en Dios Padre

Tomado de las Catequesis de Juan Pablo II

El Dios "escondido" El Dios de nuestra fe, el que de modo misterioso reveló su nombre a Moisés al pie del monte Horeb, afirmando "Yo soy el que soy", con relación al mundo es completamente trascendente. El ..."es real y esencialmente distinto del mundo... e inefablemente elevado sobre todas las cosas, que son y pueden ser concebidas fuera de él" (DS 3002). Así enseña el Concilio Vaticano I, profesando la fe perenne de la Iglesia. Efectivamente, aún cuando la existencia de Dios es conocible y demostrable y aún cuando su esencia se puede conocer de algún modo en el espejo de la creación, como ha enseñado el mismo Concilio, ningún signo, ninguna imagen creada puede desvelar al conocimiento humano la Esencia de Dios como tal. Sobrepasa todo lo que existe en el mundo creado y todo lo que la mente humana puede pensar: Dios es el "ineffabiliter excelsus". A la pregunta: ¿quién es Dios?, si se refiere a la Esencia de Dios, no podemos responder con una "definición" en el sentido estricto del término. La esencia de Dios —es decir, la divinidad— está fuera de todas las categorías de género y especie, que nosotros utilizamos para nuestras definiciones, y, por lo mismo, la Esencia divina no puede "cerrarse" en definición alguna. Si en nuestro pensar sobre Dios con las categorías del "ser", hacemos uso de la analogía del ser, con esto ponemos de relieve mucho más la "nosemejanza "que la semejanza, mucho más la incomparabilidad que la comparabilidad de Dios con las criaturas (como recordó también el Concilio Lateranense IV, el año 1215). Esta afirmación vale para todas las criaturas, tanto para las del mundo visible, como para las de orden espiritual, y también para el hombre, en cuanto creado "a imagen y semejanza" de Dios (Cfr. Gen 1, 26). Así, pues, la conoscibilidad de Dios por medio de las criaturas no remueve su esencial "incomprensibilidad". Dios es "incomprensible", como ha proclamado el Concilio Vaticano I. El entendimiento humano, aún cuando posea cierto concepto de Dios, y aunque haya sido elevado de manera significativa mediante la revelación de la Antigua y de la Nueva Alianza a un conocimiento más completo y profundo de su misterio, no puede comprender a Dios de modo adecuado y exhaustivo. Sigue siendo inefable e inescrutable para la mente creada. "Las cosas de Dios nadie las conoce sino el Espíritu de Dios", proclama el Apóstol Pablo (1 Cor 2, 11). En el mundo moderno el pensamiento científico se ha orientado sobre todo hacia lo "visible" y de algún modo "mensurable" a la luz de la experiencia de los sentidos y con los instrumentos de observación e investigación, hoy día disponibles. En un mundo de metodologías positivistas y de aplicaciones tecnológicas, está "incomprensibilidad" de Dios es aún más advertida por muchos, especialmente en el ámbito de la cultura occidental. Han surgido así condiciones especiales para la expansión de actitudes 1


agnósticas o incluso ateas, debidas a las premisas del pensamiento común a muchos hombres de hoy. Algunos juzgan que esta situación intelectual puede favorecer, a su modo, la convicción, que pertenece también a la tradición religiosa, podría decirse, universal, y que el cristianismo ha acentuado bajo ciertos aspectos, que Dios es incomprensible. Y sería un homenaje a la infinita, trascendente realidad de Dios, que no se puede catalogar entre las cosas de nuestra común experiencia y conocimiento. Sí, verdaderamente, el Dios que se ha revelado a Sí mismo a los hombres, se ha manifestado como El que es incomprensible, inescrutable, inefable. "¿Podrás tú descubrir el misterio de Dios?. ¿Llegarás a la perfección del Omnipotente?. Es más alto que los cielos. ¿Qué harás?. Es más profundo que el 'seol'. ¿Qué entenderás?", se dice en el libro de Job (Job 11, 7-8). Leemos en el libro del Éxodo un suceso que pone de relieve de modo significativo esta verdad. Moisés pide a Dios: "Muéstrame tu gloria". El Señor responde: "Haré pasar ante ti toda mi bondad y pronunciar ante ti mi nombre (esto ya había ocurrido en la teofanía al pie del monte Horeb), pero mi faz no podrás verla, porque no puede hombre verla y vivir" (Ex 33, 18-20). El profeta Isaías, por su parte, confiesa: "En verdad tú eres un Dios escondido, el Dios de Israel, Salvador" (Is 45, 15). Ese Dios, que al revelarse, habló por medio de los profetas y últimamente por medio del Hijo, sigue siendo un "Dios escondido". Escribe el apóstol Juan al comienzo de su Evangelio: "A Dios nadie lo vio jamás. Dios unigénito, que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer" (Jn 1, 18). Por medio del Hijo, el Dios de la revelación se ha acercado de manera única a la humanidad. El concepto de Dios que el hombre adquiere mediante la fe, alcanza su culmen en esta cercanía. Sin embargo, aún cuando Dios se ha hecho todavía más cercano al hombre con la encarnación, continúa siendo, en su Esencia, el Dios escondido. "No que alguno —leemos en el mismo Evangelio de Juan— haya visto al Padre, sino sólo el que está en Dios ése ha visto al Padre" (Jn 6, 46). Así, pues, Dios, que se ha revelado a Sí mismo al hombre, sigue siendo para él en esta vida un misterio inescrutable. Este es el misterio de la fe. El primer artículo del símbolo "creo en Dios" expresa la primera y fundamental verdad de la fe, que es al mismo tiempo, el primer y fundamental misterio de la fe. Dios, que se ha revelado a Sí mismo al hombre, continúa siendo para el entendimiento humano Alguien que simultáneamente es conocido e incomprensible. El hombre durante su vida terrena entra en contacto con el Dios de la revelación en la "oscuridad de la fe". Esto se explica en todo un filón clásico y moderno de la teología que insiste sobre la inefabilidad de Dios y encuentra una confirmación particularmente profunda —y a veces dolorosa— en la experiencia de los grandes místicos. Pero precisamente esta "oscuridad de la fe" —como afirma San Juan de la Cruz— es la luz que inefablemente conduce a Dios.(cf. Subida al monte Carmelo 2 S 9, 3) Este Dios es, según las palabras de San Pablo, "el Rey de reyes y Señor de señores,/ el único inmortal,/ que habita en una luz inaccesible,/ a quien ningún hombre vio,/ ni podrá ver" (1 Tim 6, 15-16). La oscuridad de la fe acompaña indefectiblemente la peregrinación terrena del espíritu humano hacia Dios, con la espera de abrirse a la luz de la gloria sólo en la vida futura, en la eternidad. "Ahora vemos por un espejo y oscuramente, pero entonces veremos cara a cara" (1 Cor 13, 12).

2


"Creo en Dios, Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra...". Dios que se ha revelado a sí mismo, el Dios de nuestra fe, es espíritu infinitamente perfecto. En cuanto espíritu infinitamente perfecto, es plenitud absoluta de Verdad y de Bien, y desea darse. Efectivamente, el bien se difunde: "bonum est diffusivum sui" (Summa Theol,, I, q. 5, a. 4, ad. 2). Esta verdad sobre Dios visto como infinita plenitud ha sido afectada, en cierto sentido, por los símbolos de la fe, mediante la afirmación de que Dios es el Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible. Aunque nos ocuparemos un poco más adelante de la verdad sobre la creación, es oportuno que profundicemos, a la luz de la revelación, lo que en Dios corresponde al misterio de la creación. Dios, a quien la Iglesia confiesa omnipotente ("creo en Dios Padre omnipotente"), en cuanto espíritu infinitamente perfecto es también omnisciente, es decir, que penetra todo con su conocimiento. Este Dios omnipotente y omnisciente, tiene el poder de crear, de llamar del no-ser, de la nada, al ser. "¿Hay algo imposible para el Señor?" —leemos en el Génesis 18, 14—. "Realizar cosas grandes siempre está en tu mano, y al poder de tu brazo ¿Quién puede resistir?", anuncia el Libro de la Sabiduría (11, 22). La misma fe profesa el Libro de Ester con las palabras "Señor, Rey omnipotente, en cuyo poder se hallan todas las cosas, a quien nada podrá oponerse" (Est 4, 17 b). "Nada hay imposible para Dios" (Lc 1, 37), dijo el Arcángel Gabriel a María de Nazaret en la Anunciación. El Dios, que se revela a sí mismo por boca de los Profetas, es omnipotente. Esta verdad impregna profundamente toda la revelación, a partir de las primeras palabras del Libro del Génesis: "Dijo Dios: 'Hágase'... "(Gen 1, 3). El acto creador se manifiesta como la omnipotente Palabra de Dios: "Él lo dijo y existió." (Sal 32/33, 9). Al crear todo de la nada, el ser del no-ser, Dios se revela como infinita plenitud de Bien, que se difunde. El que Es, el Ser subsistente, el ser infinitamente perfecto, en cierto sentido se da en ese "ES", llamando a la existencia, fuera de sí, al cosmos visible e invisible: los seres creados. Al crear las cosas, da origen a la historia del universo, al crear al hombre como varón y mujer, da comienzo la historia de la humanidad. Como Creador, pues, es el Señor de la historia. "Hay diversidad de operaciones, pero uno mismo es Dios, que obra todas las cosas en todos" (1 Cor 12, 6). El Dios que se revela a sí mismo como Creador, y, por lo tanto, como Señor de la historia del mundo y del hombre, es el Dios omnipotente, el Dios vivo. "La Iglesia cree y confiesa que hay un único Dios vivo y verdadero, Creador y Señor del cielo y de la tierra, omnipotente", afirma el Vaticano I (DS 3001). Este Dios, espíritu infinitamente perfecto y omnisciente es absolutamente libre y soberano también respecto al mismo acto de la creación. Si Él es el Señor de todo lo que crea ante todo es Señor de la propia Voluntad en la obra de la creación. Crea porque quiere crear. Crea porque esto corresponde a su infinita Sabiduría. Creando actúa con la inescrutable plenitud de su libertad, por impulso de amor eterno. De este modo, Dios, absolutamente libre y soberano en la obra de la creación, permanece fundamentalmente independiente del universo creado. Esto no significa de ningún modo que Él sea indiferente con relación a las criaturas; en cambio, Él las guía como eterna Sabiduría, Amor y Providencia omnipotente. La Sagrada Escritura pone de relieve el hecho de que en esta obra Dios está solo. He aquí las palabras del Profeta Isaías: "Yo soy el Señor, el que lo ha hecho todo, el que solo despliega los cielos y afirma la tierra. ¿Quién conmigo?" (Is 44, 24). En la "soledad" de Dios en la obra de la creación resalta su soberana libertad y su paterna omnipotencia. 3


"El Dios formó la tierra, la hizo y la afirmó. No la creó para yermo, la formó para que fuese habitada" (Is 45, 18). A la luz de la auto-revelación de Dios, que "habló por los Profetas y últimamente... por su Hijo" (Heb 1, 12), la Iglesia confiesa desde el principio su fe en el "Padre omnipotente", Creador del cielo y del la tierra, "de todo lo visible e invisible". Este Dios omnipotente es también omnisciente y omnipresente. O aún mejor, habría que decir, que en cuanto espíritu infinitamente perfecto, Dios es a la vez la Omnipotencia, la Omnisciencia y la Omnipresencia misma. Dios es amor "Dios es Amor...": estas palabras, contenidas en uno de los últimos libros del Nuevo Testamento, la Primera Carta de San Juan (4, 16),constituyen como la definitiva clave de bóveda de la verdad sobre Dios, que se abrió camino mediante numerosas palabras y muchos acontecimientos, hasta convertirse en plena certeza de la fe con la venida de Cristo, y sobre todo con su cruz y su resurrección. Son palabras en las que encuentra un eco fiel la afirmación de Cristo mismo: "Tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga la vida eterna"(Jn 3, 16). La fe de la Iglesia culmina en esta verdad suprema: ¡Dios es amor!. Se ha revelado a Sí mismo de modo definitivo como Amor en la cruz y resurrección de Cristo. "Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene —continúa diciendo el Apóstol Juan en su Primera Carta—. Dios es amor, y el que vive en el amor permanece en Dios, y Dios en él" (1 Jn 4, 16). La verdad de que Dios es Amor constituye como el ápice de todo lo que fue revelado "por medio de los profetas y últimamente por medio del Hijo...", como dice la Carta a los Hebreos (Heb 1, 1). Esta verdad ilumina todo el contenido de la Revelación divina, y en particular la realidad revelada de la creación y de la Alianza. Si la creación manifiesta la omnipotencia del Dios-Creador, el ejercicio de la omnipotencia se explica definitivamente mediante el amor. Dios ha creado porque podía, porque es omnipotente; pero su omnipotencia estaba guiada por la Sabiduría y movida por el Amor. Esta es obra de la creación. Y la obra de la redención tiene una elocuencia aún más potente y nos ofrece una demostración todavía más radical: frente al mal, frente al pecado de las criaturas permanece el amor como expresión de la omnipotencia. Sólo el amor omnipotente sabe sacar el bien del mal y la vida nueva del pecado y de la muerte. El amor como potencia, que da la vida y que anima, está presente en toda la Revelación. El Dios vivo, el Dios que da la vida a todos los vivientes es Aquel de quien hablan los Salmos: "Todos ellos aguardan a que les eches comida a su tiempo; se la echas y la atrapan, abres tu mano, y se sacian de bienes; escondes tu rostro, y se espantan, les retiras el aliento, y expiran, y vuelven a ser polvo" (Sal 103/104, 27-29). La imagen está tomada del seno mismo de la creación. Y si este cuadro tiene rasgos antropomórficos (como muchos textos de la Sagrada Escritura), este antropomorfismo posee una motivación bíblica: dado que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, hay una razón para hablar de Dios "a imagen y semejanza" del hombre. Por otra parte, este antropomorfismo no ofusca la trascendencia de Dios: Dios no queda reducido a dimensiones de hombre. Se conservan todas las reglas de la analogía y del lenguaje analógico, así como las de la analogía de la fe. En la Alianza Dios se da a conocer a los hombres, ante todo a los del Pueblo elegido por Él. Siguiendo una pedagogía progresiva, el Dios de la Alianza manifiesta las propiedades de su ser, las que suelen llamarse sus atributos. Estos son ante todo atributos de orden moral, en los cuales se revela gradualmente el Dios4


Amor. Efectivamente, si Dios se revela —sobre todo en la alianza del Sinaí— como Legislador, Fuente suprema de la Ley, esta autoridad legislativa encuentra su plena expresión y confirmación en los atributos de la actuación divina que la Sagrada Escritura nos hace conocer. Los manifiestan los libros inspirados del Antiguo Testamento. Así, por ejemplo, leemos en el libro de la Sabiduría: "Porque tu poder es el principio de la justicia y tu poder soberano te autoriza para perdonar a todos... Tú, Señor de la fuerza, juzgas con benignidad y con mucha indulgencia nos gobiernas, pues cuando quieres tienes el poder en la mano" (Sab 12, 16.18). Y también: "El poder de tu majestad ¿Quién lo cantará, y quién podrá enumerar sus misericordias" (Sir 18, 4). Los escritos del Antiguo Testamento ponen de relieve la justicia de Dios, pero también su clemencia y misericordia. Subrayan especialmente la fidelidad de Dios en la alianza, que es un aspecto de su "inmutabilidad" (cf. por ejemplo, Sal 110/111 , 7-9; Is 65, 1-2, 16-19). Si hablan de la cólera de Dios, ésta es siempre la justa cólera de un Dios que, además, es "lento a la ira y rico en piedad" (Sal 144/145, 8). Si, finalmente, siempre en la mencionada concepción antropomórfica, ponen de relieve los "celos" del Dios de la Alianza hacia su Pueblo, lo presentan siempre como un atributo del amor: "el celo del Señor de los ejércitos" (Is 9, 7). Ya hemos dicho anteriormente que los atributos de Dios no se distinguen de su Esencia; por esto, sería más exacto hablar no tanto del Dios justo, fiel, clemente, cuanto del Dios, que es justicia, fidelidad, clemencia, misericordia, lo mismo que San Juan escribió que "Dios es amor" (1 Jn 4, 16). El Antiguo Testamento prepara a la revelación definitiva de Dios como Amor con abundancia de textos inspirados. En uno de ellos leemos: "Tienes piedad de todos, porque todo lo puedes... Pues amas todo cuanto existe y nada aborreces de lo que has hecho; pues si hubieses odiado alguna cosa, no la habrías formado. ¿Y cómo podría subsistir nada si Tú no quisieras? Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor amigo de la vida" (Sab 11, 23-26). ¿Acaso no puede decirse que en estas palabras del libro de la Sabiduría, a través del "Ser" creador de Dios, se transparenta ya con toda claridad Dios-Amor (Amor-Caritas)?. Pero veamos otros textos, como el del libro de Jonás: "Sabía que Tú eres Dios clemente y misericordioso, tardo a la ira, de gran piedad, y que te arrepientes de hacer el mal" (Jon 4, 2). O también el Salmo 144/145: "El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con sus criaturas" (Sal 144/145, 8-9). Cuanto más nos adentramos en la lectura de los escritos de los Profetas Mayores, tanto más se nos descubre el rostro de Dios-Amor. He aquí cómo habla el Señor por boca de Jeremías a Israel: "Con amor eterno te amé, por eso te he mantenido con favor" (en hebreo hesed) (Jer 31, 3). Y he aquí las palabras de Isaías: "Sión decía: el Señor me ha abandonado, y mi Señor se ha olvidado de mí. ¿Puede acaso una mujer olvidarse de su niño, no compadecerse del hijo de sus entrañas?. Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaría" (Is 49, 14-15). Qué significativa es en las palabras de Dios esta referencia al amor materno: la misericordia de Dios, además de a través de la paternidad, se hace conocer también por 5


medio de la ternura inigualable de la maternidad. Dice Isaías: "Que se retiren los montes, que tiemblen los collados, no se apartará de ti mi amor, ni mi alianza de paz vacilará, dice el Señor que se apiada de ti" (Is 54, 10). Esta maravillosa preparación desarrollada por Dios en la historia de la Antigua Alianza, especialmente por medio de los Profetas, esperaba el cumplimiento definitivo. Y la palabra definitiva del Dios-Amor vino con Cristo. Esta palabra no se pronunció solamente sino que fue vivida en el misterio pascual de la cruz y de la resurrección. Lo anuncia el Apóstol: "Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo: de gracia habéis sido salvados" (Ef 2, 4-5). Verdaderamente podemos dar plenitud a nuestra profesión de fe en "Dios Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra" con la estupenda definición de San Juan: "Dios es amor" (1 Jn 4, 16).

6


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.