VII Certamen Creadores por la Libertad y la Paz

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Y mi madre nos miró y dudó pero decidimos entrar porque nadie esperaba que el viejo se carcajease al ver semejante putada, y al tontoelhaba de mi hermano sonriendo como un pigmeo retrasado. La casa era de una sencillez desoladora. Había dos maletas abiertas en el pasillo, y una mesa y dos sillones de escay frente al televisor como único mobiliario de la estancia principal. Ni rastro de muebles, cuadros, floreros y ese pequeño menaje con que cobran vida las viviendas. Una pequeña cocina estilo americano se unía a través de un pequeño ventanuco desde donde llegaba olor a café del día anterior. Las persianas estaban bajadas y los filamentos anaranjados de la mañana se adelgazaban sobre la manta y almohadas revueltas sobre el sillón más grande. Desde la pared lateral, subía una escalera al piso superior donde a buen seguro se encontrarían las habitaciones y el baño. Imaginé al anciano subiendo y bajando aquellos escalones para hacer sus necesidades y acabar el día agotado en el sillón, durmiendo encogido, envuelto en un sayo, para no tener que volver a subir y bajar cargando el peso sobre su maltrecha pierna y eso me entristeció sobremanera. —Por favor —suplicó mi madre—. No se mueva. Dígame donde está el café y lo prepararé yo. El anciano dudó pero finalmente se derrumbó en la butaca conteniendo una mueca de dolor, indicando con precisión cómo debía obrar mi madre. Lucas y yo seguíamos de pie como dos pasmarotes, abrumados por la depresiva atmósfera de aquella casa, sin atrevernos a mirar fijamente al viejo. —Sentaos los dos. Quiero hablar con vosotros —ordenó. Obedecimos.

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