Tlacualero. Alimentación y cultura de los antiguos mexicanos

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Códice Florentino, L. X, fol. 68 v.

Esperamos que leyendo este libro se dejen atrás creencias como “no había azúcar antes de que los españoles trajeran la caña”, la hacían con miel de maguey; “que no se empleaba aceite para cocinar”, pues al parecer usaban el de chía y tal vez el del aguacate que al menos sabían extraer, como afirma Francisco Hernández en sus Antigüedades mexicanas. Se dice también que la dieta no era variada, que carecía de proteínas, en fin. Como se puede apreciar, son frecuentes las menciones de los cronistas en el sentido de que los antiguos mexicanos eran fuertes y sanos, en buena parte gracias a que consumían alimentos naturales. Y esto puede afirmarse respecto de los habitantes de todo el territorio mexicano. En relación con Mesoamérica tenemos más información. A su llegada, los españoles pudieron encontrar avances importantes en varios asuntos relacionados con la nutrición: una taxonomía de las especies vegetales y animales muy organizada, notables logros en agricultura a partir de un trabajo de selección biológica y una dieta adecuada que, unida a un conocimiento médico avanzado, mantenía a la población en buen estado de salud. En su visión del mundo, los principales dioses estaban vinculados con los elementos que propiciaban el desarrollo de las plantas: sol, agua, aire, tierra. Una buena parte de las ceremonias religiosas tenían como propósito pedirles que hubiera las condiciones para obtener buenas cosechas que evitaran las hambrunas debidas a las sequías y otros fenómenos naturales. Como en los demás ámbitos de la cultura indígena, en materia de salud se partía de su cosmovisión. Consideraban que el cosmos estaba dividido en dos: en la parte baja se ubicaba la parte femenina, oscura, húmeda, ligada a la tierra; era el lugar de la muerte, pero también del nacimiento. La parte superior correspondía al mundo masculino, luminoso, seco, celeste, lugar de la vida y de la sustancia que fecunda. De acuerdo con esta concepción, las enfermedades en sí podían clasificarse como frías (la melancolía), o como calientes (la epilepsia). Los productos vegetales, animales y minerales también se dividían en “fríos” y “calientes”; los alimentos y medicamentos se administraban al enfermo a partir de sus carencias. Así, comenta Alfredo López Austin, citado por Bernardo Ortiz de Montellano, un organismo que se encontraba sobrecalentado por el exceso de trabajo y desgaste debía descansar, alimentarse y tomar pulque, pues de esta manera se enfriaría su cuerpo y recuperaría su equilibrio. Otra forma de desgaste tenía que ver más con la condición anímica; en esos casos lo indicado era el cacao y las vísceras de animales fieros, pero también “los sahumerios y la aspiración del perfume de las flores”8. Se consideraba además, que algunas enfermedades podían ser causadas por la temperatura de los alimentos. Las caries, por ejemplo, podían prevenirse evitando comer cosas demasiado calientes o cosas demasiado calientes seguidas de otras demasiado frías. La diarrea se atribuía en algunos casos, a tomar agua fría seguida de hortalizas calientes. Otro aspecto relevante es la íntima relación de cada parte con el todo; lo que hoy se llama una visión holística. La constitución misma del cuerpo humano y sus funciones, escribe Ortiz de Montellano, era una réplica del universo; los acontecimientos astronómicos podían afectar las funciones corporales y el comportamiento humano a su vez, podía afectar la armonía del universo.9 Esta íntima relación, se muestra en distintos ámbitos. Alfredo López Austin señala que es por eso que el maíz recibe el nombre de

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