Imanhattan, issue #2

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lágrimas, mudas, saladas. Recuerda entonces que cuando era pequeña imaginaba que las lágrimas venían del mar, que así como la lluvia era una evaporación del agua de la tierra, por un procedimiento semejante los cuerpos exhumaban agua del mar, que ella era por tanto parte del océano, de todos los océanos: Pacífico, Atlántico, Índico. Se los había aprendido de memoria en la escuela porque sentía que eran parte de sí misma. Ella era el mar, el infinito mar, espeso, inalterable, salado, embravecido mar. Los golpes vuelven a retumbar en la estrecha habitación y un murmullo se oye detrás de la puerta. María no escucha, observa con detenimiento su imagen en el espejo, esa nariz aislada y deforme, los ojos atravesados por diferentes tajos, la boca llena de esguinces. Será que es así verdaderamente percibida por los demás, con esas grietas que atraviesan su mirada, su figura, su ser; se pregunta. Oye su nombre detrás de la puerta, la llaman. Recuerda la primera vez que oyó ese mismo tono de voz y corrió a su llamado, con la sonrisa en la boca, ignorante. Papá solía no tomarla en cuenta, no era afectuoso ni amable, siempre que la veía le ordenaba algo, era silencioso y entre ellos había un acuerdo tácito de no intercambiar más que señas frente al televisor. Sin embargo, de pronto se hizo más atento, le preguntaba cómo iba en la escuela, le daba algunos dulces debajo de la mesa y le guiñaba el ojo e intercambiaba su plato de comida por el de ella cuando habían preparado algo que no le gustaba. Todo, hasta el día en que oyó su voz detrás de la puerta y esos golpecitos aparentemente inocentes. Quiere pensar más en ello pero su mente es una caja negra donde es imposible distinguir nada, es la oscuridad. La puerta retumba, sus manos han dado un salto y el cepillo ha caído al suelo en un leve estrépito apenas ahogado por los golpes de la puerta. Al menos puso el cerrojo, ese pequeño cerrojo que le ayuda a dar la batalla. Ese es su único refugio, su único aliado, un pequeño trozo de metal, que alguna vez alguien inventó e incorporó en las puertas. Obsesivamente empieza a repasar en su mente la tarea del día siguiente, la que ha estado toda la tarde escribiendo en su cuaderno, el esquema de los

huesos del cuerpo y sus respectivos nombres. Los ha aprendido de memoria: homóplato, fémur, radio, tibia y peroné. Es ya hora de acostarse, pero la insistencia de los golpes es cada vez más notoria, más estridente, más agresiva. María ha dejado de llorar, las lágrimas se le han secado de los ojos, se para con parsimonia y se dirige a la puerta, está ya resignada a abrir, pero entonces divisa encima de la cama las tijeras, las tijeras con que recortó en la tarde los esqueletos para pegarlos en su cuaderno y enumerar los huesos: radio, tibia, peroné. Así que en vez de abrir la puerta va hacia ellas en un gesto mecánico y lúcido. María, se oye nuevamente del otro lado de la puerta, ¿estás bien hijita? Muchas veces se ha preguntado por qué la voz de su madre le duele tanto, quizá porque siempre esperó su comprensión, quizá porque de bebé siempre andaba al ritmo de sus pasos, en el mercado, en la calle, en la noche oscura. Ha querido muchas veces al menos percibir en esa voz un leve tono de dolor, de llanto, de ira. Pero su madre es tan inescrutable, tan incomprensible, tan aterradora, aún más que su padre. Le viene a la memoria el día en que juntó fuerzas, que esperó a que su padre saliera para la cantina y se acercó a su mamá con los ojos vidriosos y al tratar de articular palabras ella la mandó a dormir, pero mamá, tengo que decirte algo muy importante, creía ella que podía haber algo más importante que el trabajo que su madre hacía diariamente para que pudieran vivir decentemente, algo más importante que los sacrificios que hacía su padre por mantenerlas. Se le cortó la voz entonces y sólo pudo decir es que papá, y su madre la miró y sus ojos parecían vacíos y duros como una pared de cemento, ten mucho cuidado antes de decir cualquier cosa de tu padre, y María no soportó más y gritó con todas sus fuerzas, fuera de sí que era un canalla, que la había tocado, que había abusado de ella y la había amenazado, que ella era su madre y debía ayudarla y entre el llanto y su garganta seca apenas y se hicieron legibles su voz y sus palabras. El golpe fue firme y preciso, le atravesó la cara de par en par y se tragó también todas sus esperanzas. Tu padre quiere verte, te ha estado tocando 109


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