Evento Horizonte Vol. 1 Núm. 1

Índice Nota editorial ENTREVISTA: El gato que se lame la patita: Entrevista a José Sebastián "Sebas", por motivo del nacimiento de la editorial Gato Gordo Obra de José Sebastián “Sebas”

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Ángel Isián 69 Beyí Ashé, Capítulo VIII 70 Karlié Rodríguez 78 You Are Not My Übermensch—, or the Trauma of Firsts 79

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Estela Jiménez, La Keborca 83 El cruce 84

Andrés Sanfeliú Cruz Buen perro

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Mariesther I. Muñoz Phi Ayer y hoy Foco animal Poeta de horizonte Fisura labial y palatina

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Jannelys Malavé Rodríguez 86 Existencialismo frente al espejo 87 La intención cuenta 88

Franchesca Santini Calla 5 Lo coloquial maldito Hilo Leipzig

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Javier Febo El diseño del puño (fragmento)

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Angelía Mar Rivera Barreto Oración a María Fe de Rincón Kit de emergencia Atrapasueños Latitud jaque

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Annmarie Negrón Degró orín de nervios alimento muy bien a mi violín el subtítulo cerrado se añade llegando al precipicio

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María Josefina Melero El número veintidós El tiempo Monstruo marino Criaturas del mar Dos cabezas

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Daniel Torres, Ph.D. La inmunidad en la lógica de la poesía del síndrome: Poemas de lógica inmune de Joey Pons y Moisés Agosto-Rosario

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Mary Ely Marrero-Pérez 90 Móvil pasional 91 Me sorbes el whiskey 91 Arte digital sin título 91 Morir de a poco 92 Asesino del amor 92 Luis Jefté Lacourt 98 La batalla de las orugas 99 La cosa que sube por las escaleras 100 Duelo de baño público 100 Shift, Ctrl 101 Rosalina Martínez González 108 El club del colmillo 109 Contención 112 Juanso de Arco Acéfalo Deseo nada más Soy hoy y nunca más El amén de quien no pidió nacer Abuelo le vendió la casa a un gringo

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Huáscar Robles 121 Path to the Sky 122 Manifiesto: ENTREVISTA a la administración de la cuenta de Ig “Respect my Homeland” 127 Julio A. García Rosado Gatorro solitario Piragüero Gatopingo Victoria Secrets Musas

130 131 132 132 133 133

Eïrïc R. Durändal Stormcrow Caja de Pandora Yunque de Kodama Sparks will Fly El plan B

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Nota editorial ¡Bienvenidos y bienvenidas!

En este primer número de Evento Horizonte, hemos querido enfatizar la propuesta medular, no solo de la revista, sino de nuestra editorial Gnomo, eso es, reservar y defender a capa y espada un espacio único para la literatura puertorriqueña risqué o de riesgo. Harto hemos definido lo que significa literatura risqué o de riego para nosotros: literatura que muerde, malcriada, contestona y contestataria… en fin, literatura peligrosa para lectores peligrosos.

De tal manera, hemos incluido, desde un ensayo del profesor Daniel Torres de Ogio University sobre uno de los libros más polémicos de los 90, Poemas de lógica inmune, que Gnomo publicó el año pasado, hasta poemas de la más desgarradora condición humana, que solo puede apreciarse desde la autohonestidad más flageladora y la llaga más apretada, hasta narraciones que deconstruyen y problematizan la cultura woke, parte de la cual esta revista misma se nutre. No somos hipócritas. Solo entendemos que la literatura es igual partes consuelo y destrucción, libertad y esclavitud a la obsesión de las preguntas, de hacerlas y tratar de contestarlas, solo para terminar con más de las que teníamos cuando comenzamos a preguntar. La literatura es tanto conexión y comunión, como soledad y frío. En fin, esta revista promete.

Veintiún autores, autoras y artistas se unen para traernos una revista llena de jugo, convicción, principios y propósito. Esperamos que disfrutes tu paseo por estas letras despiadadas, inmisericordes y valientes. Después de todo, el horizonte es una línea que se aleja a medida tratamos de acercarnos, como un arcoiris, una mariposa, o la felicidad misma. Y la invitación es a perderte en nuestro horizonte.

Eïrïc R. Durändal Storrmcrow Eïrïc R. Durändal Stormcrow Editor en Jefe, Gnomo Editor de Evento Horizonte

Jannelys Malavé Rodríguez Jannelys Malavé Rodríguez Editora de Evento Horizonte

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El gato que se lame la patita Entrevista a José Sebastián "Sebas", por motivo del nacimiento de la editorial Gato Gordo por Eïrïc R. Durändal Stormcrow

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Háblanos un poco de ti.

Me llamo José Sebastián "Sebas". Soy un artista plástico puertorriqueño que comenzó su carrera como bailarin de ballet clásico para Ballet Municipal y, luego, Ballets de San Juan. Fui par de varias compañías de ballet de Puerto Rico. Mi estadía más extensa fue con Ballet Concierto de Puerto Rico.

Desde el Huracán María para acá, me dedico al arte plástico, sobre todo sobre papel. Apenas comienzo a dominar el arte gráfico. ¿Cómo te describirías como artista?

Siempre había dibujado desde pequeño, pero no lo seguí porque me decidí por el ballet. Ahora estoy experimentando con acuarela, lápices y marcadores de acuarela, carboncillo, grafito, plumilla y grafito. No me considero un artista profesional. De hecho, quien me considera así eres tú. Pero me defiendo.

Puedo hacer cosas que se "lean" artísticamente. Y eso me llena. ¿Cuándo y cómo decides crear Gato Gordo?

Un día te escuché hablando por teléfono con Luis Jefté Lacourt, tu mano derecha en Gnomo, y hablaron de tantas cosas maravillosas que yo mismo pudiera haber estado haciendo, que mi mente comenzó a correr. Tan pronto colgaste la llamada, tuve que decirte la idea que tenía, de hacer una editorial de libros de arte para gente que, por alguna razón u otra, no puede exponer su obra de la manera tradicional, ya sea en galerías, museos, bienales o colectivas. Tú mismo estudiaste arte en la universidad, has sido artista plástico durante tantos años y nunca has expuesto formalmente, y no por falta de tratar, pero sí por falta de palas.

Entonces, Gato Gordo viene a democratizar un poco más el mundo del arte, a sacarlo de las galerías y los museos y llevarlo a la página viva, desde donde se inmortaliza.

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¿Qué es Gato Gordo?

Gato Gordo es una editorial de: (1) libros de arte plástico (escaneado para formato de libro) o gráfico, (2) catálogos de exhibición y (3) libros de colorear creados todos por artistas locales, emergentes o no.

Es una propuesta de juego, en la que la obra original aparece con su descripción en la página derecha del libro, mientras que la izquierda ofrece una "página de juego", en la que el artista juega con filtros, crops y otros trucos de arte gráfico para crear una contraparte y complemento de la obra original. ¿Por qué es gordo el gato?

Un gato gordo es un gato aburrido y harto del sistema y listo para jugar y cazar. ¿Qué proyectos ya hay planificados?

Los primeros dos libros artísticos planificados son Otoño de tinta, de mi autoría, y Barco fantasma, de la tuya. Ambos se publicarán este año. ¿Cómo pueden someter manuscritos las personas interesadas en formar parte de la familia de Gato Gordo?

Pueden enviarme sus propuestas a: gatogordopr@gmail.com.

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"Mar / Ocean" 12" x 9" Lápiz y acuarela sobre papel

"Cibernético / Cybernetic" 12" x 9" Pluma de felpa

"Siesta / Nap" 12" x 9" Lápiz y lápices de colores

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"La rosa gallo / The Cock Rose" 12" x 9" Pastel de aceite, marcadores, lápiz y lápices de colores

"Arenegra I y II / Black Sands I and II" 8.5" x 6" Acrílico, lápices e acuarela, lápiz y marcador blanco

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José Sebastián "Sebas" nace en San Juan en 1974. Es artista plástico y bailarín de ballet clásico. Vive en San Juan con su esposo, Eïrïc R. Durändal Stormcrow, y tres gatos.

@joeyboy787 @gatogordo1304b

Lámete la patita con nosotros

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Andrés Sanfeliú Cruz

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Buen perro ... enseñaron y amaestraron… perros bravísimos que, en viendo un indio, hacían pedazos en un credo…

Bartolomé de las Casas, Brevísima relación de la destrucción de las Indias

1513 Mi manada refleja el sol y huele a sudor. Escucho su rabia y su miedo palpitar. Son más grandes que yo y caminan en dos patas. Pero somos una sola manada.

Se acercan los otros. No son de los míos. Son difíciles de ver. Se cubren la piel con algo que los esconde. Huelen a flores y comida.

Mi amigo no está. Cuando lo veo, mi cola se mueve. Yo lo protejo y él me protege. Me dice “buen perro”. Hace días que mi cola no se mueve. Me confió a Sancho y su manada. Me toca protegerlos. Me necesitan.

Escucho los pasos de los otros. Las hojas suenan al ritmo del viento. Ellos lo rompen. Mi manada no los oye. Es importante avisarles. Apunto mis oídos al sonido. Mi boca se babea. Gruño.

Los objetos de mi manada se sacuden. Palos que truenan, botan humo y huelen a fuego.

Conozco los ladridos de mi manada. “No”, “ataca”, “buen perro”. El enemigo ladra distinto. Ya los escucho.

Tengo que proteger a los míos. Sus objetos no muerden como yo. Son ruidosos y pocas veces tocan al enemigo.

Los otros tienen objetos veloces y silenciosos. Sus mordidas vuelan y se entierran en los cuerpos. Duermen a mis amigos y luego no despiertan.

—¡Alerta! —ladra Sancho—. ¡Indios a la vista!

Estoy listo. Intento avanzar. El cuello me detiene. No entiendo el poder de los altos. Me ahorca y me suelta cuando ellos quieren.

Lo más importante es defenderlos. Ellos nunca me harían daño, o mi amigo no me hubiera dejado con ellos.

Cuando era pequeño, mi familia se parecía a mí. Ladraban y olían como yo. Luego crucé agua salada, sobre un suelo que tambaleaba. No volví a ver a mi familia.

—¡Becerrillo! -— ladra Sancho—. ¡Ataca!

Ese soy yo. Los palos truenan. Duele en mis orejas. Ladro como los truenos. Escupo. El enemigo aúlla. Lo huelo cerca.

Mi cuello se libera. La grama es suave bajo mis garras. Corro entre truenos y ladridos. Palpita la rabia y el miedo. Huele a fuego y carne. Huele a flores.

Tengo hambre.

Agarro a uno entre mis dientes. Su cuerpo cae. Aúlla. Tengo una parte suya en mi boca. Muerdo y trago. Escupo el resto.

Otro cae ante mis garras y no se vuelve a levantar. Saboreo el jugo de su interior. Los demás corren. Son lentos. Yo los alcanzo.

Todos caen.

Huelo agua salada. Ya no hay grama, solo arena caliente.

Otro huye. Palpita miedo. Se lanza al agua. La presa es mía. Nado. Lo que tapa su piel embarra el agua. Huele a flores.

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Con su piel descubierta, lo puedo ver. Es como mis amigos. Ninguno es como yo, pero soy uno de ellos.

No importa. No es de mi manada.

Me duele. Grito. Hay algo enterrado en mi costado. Ya no puedo mover mis patas. La presa se escapa. No puedo respirar. Trato de avanzar. No puedo proteger a mi manada.

No puedo respirar.

Huelo mi sangre.

Tengo miedo.

Trago agua.

Me hundo.

Me duele.

No veo.

Arde. ¿Dónde está mi amigo? Él siempre viene. Él me cuidaría. Extraño su voz y su olor. Quiero que me sobe. Quiero dormir con él en nuestra cueva. Quiero despertarlo con mi lengua en su cachete. Quiero que me dé comida por la mañana. Quiero correr con él por los bosques. Quiero mover mi cola. Quiero saber si fui un buen perro.

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Andrés Sanfeliú Cruz nació el 3 de enero de 1989 en San Juan, Puerto Rico. Tiene un bachillerato en ilustración de Syracuse University y una maestría en Diseño Gráfico de Atlantic University College.

Actualmente se desempeña como artista gráfico, bajo el nombre de Sanfeliú Design. Desde pequeño le gustaba escribir y dibujar historias que se inventaba mientras miraba por la ventana del carro en viajes largos. Ramitas será su primer libro publicado, y en el 2021 publicará su primera novela titulada Mangle.

@el_cayito https://linktr.ee/ElCayito

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Mariesther I. Muñoz Phi

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Ayer y hoy Acto I Escena 1: La abuela se encuentra tejiendo, mientras el padre lee el periódico. Entra la hija y les entrega una invitación a cada uno. La abuela y el padre leen sus invitaciones, se miran y luego se quedan mirándola a ella.

Mariela: Eh…, ¿por qué esas caras? Los estoy invitando a nuestra boda.

Padre: A tu boda. Nos estás invitando a tu boda.

Abuela: ¿De cuándo acá tenías novio?

Mariela: No entiendo sus reacciones.

Padre: Vamos a comenzar desde el principio. ¿Cuándo me pediste permiso a mí para casarte?

Mariela: ¿Perdón?

Padre: Como escuchas, ¿cuándo me pediste permiso?

Mariela: Soy una adulta, no necesito pedirte permiso para casarme.

Abuela: ¿Cómo qué no? Que yo sepa, desde siempre se habla con el padre para pedirle la mano a la novia.

Mariela: Bueno, eso habrá sido antes, pero ya mi novio habló con mi papá hace años. Además, ya me pidió la mano y yo acepté. Miren la sortija de compromiso.

Abuela: Es que los novios de ahora no respetan ni a la familia.

Padre: Mire, jovenzuela, esta boda no se puede dar.

Mariela: ¿Y cómo qué no? Si ya está todo planificado. Además, dime qué de malo tiene esta boda.

Abuela: Que usted está muy joven todavía para casarse. Culmine sus estudios primero.

Mariela: Abuela, ya yo me gradué de maestría.

Padre: Pues, siga con el doctorado.

Mariela: Papá, creo que estoy bastante mayorcita para decidir lo que quiero.

Abuela: A ver, ¿y cuántos años tiene usted si se cree tan mayorcita?

Mariela: Veintiséis años, abuela. Estoy más que en edad para casarme.

Abuela: Yo tú viajo el mundo primero. Veintiséis años, bah, estos jóvenes de hoy día creen que acabar los días de soltería en menos na´ es lo mejor para ellos.

Mariela: ¿Acaso tú has viajado el mundo, abuela?

Padre: A esa no la saca ni una mula a patadas.

Abuela: Déjate de chistes. No, mija, no, no he salido de Puerto Rico, ni pienso

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salir, pero tú sí que puedes. Además, no te metas en esos revoluses tan joven, no vale la pena.

Mariela: Si no están conformes con la boda, no tienen que ir, no se preocupen.

Padre: Ese no es el punto. El punto es que las bodas son serias, no es un pasatiempo. Se necesita compromiso, responsabilidad, respeto.

Mariela: Cosa que tú y mamá no pudieron soportar.

Padre: No empieces, eso fue otra cosa.

Mariela: Yo sé que es serio. ¿A qué edad ustedes se casaron?

Padre: A nuestra edad éramos maduros. Teníamos casa, trabajo…

Mariela: ¿Y yo no?

Abuela: Se casaron a los veintitrés, ¿y qué? No significa que por eso estás mejor que ellos. Los tiempos de antes eran diferentes. Yo me casé a los 15, tu abuelo tenía 18, pero eso sí, era bien trabajador. Llegaba a su tiendita todas las mañanas y por la tarde nos traía aguacatitos para la cena. Eso sí que era un hombre.

Mariela: Mira, abuela, creo que estoy lo bastante madura para llevar una relación seria.

Abuela: Pero, ¿y el novio? ¿Ya está maduro? Porque eso de tener hijos no es nada fácil.

Mariela: Tengo veintiséis, ¿a qué edad tuviste los tuyos? ¿A los 36?

Abuela: No, mija, a los 14 tuve mi primer hijo, después de eso me casé, dos años después tuve a tu tío Juan, a los veinte a Carmelita, a los 24 a tía Gloria, a los 25 a Miguel, creo que a los 30 a Lisita y a los 35 a este manganzón. Pues, mira sí, casi a los 36.

Padre: Mami, pero no le des tanta historia que le das rienda suelta. Mira, mi hija. Queremos lo mejor para ti. Después que yo me casé, te tuvimos a los dos años, luego de que estuviéramos completamente seguros de sustentar a una familia. Escúchanos que tenemos experiencia.

Mariela: Ya me di cuenta de eso.

Padre: Jovencita, eso no significa que como te tuvimos a los 25 tú debas tener hijos rápido. Tampoco es que los tengas a los cuarenta, pero date tiempo.

Mariela: Si por ustedes fuera, yo sería jamona, pero bien jamona.

Abuela: Niña no, yo sé que quieres tener una familia. Es completamente normal. Nosotros somos una familia grande y sería lindo seguir agrandándola.

Hay que entender tu punto, pero entiende el de nosotros. Hoy día tener una familia no es fácil.

Mariela: Abuela, tengo un buen estatus económico para tener una familia.

Abuela: Eso crees tú, hasta que la tengas. Lo sé porque eso le decía papi a mami. Que en paz descansen. Cuando papi se casó con mami, tenía diecinueve años, mami tenía diez más que él. Cosa rara porque siempre se

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veía la cosa al revés. Tu tío Juan tenía una novia once años menor que él cuando se casó la primera vez. Después se divorció y se casó con una un año mayor que él, pero terminó con una muchacha cinco años menor. Sí, fíjate, me acuerdo. Tuvo tres hijos con la primera, otros tres con la segunda y dos gemelas con la última. Tu abuelo no, tu abuelo fue fiel hasta la muerte.

Padre: Eso dices ahora porque cuando yo tenía siete años me acuerdo que se pasaba con las vecinas de atrás y las solteronas quedaron preñás tres veces cada una.

Abuela: ¡Hijo!, madre mía, ¿y cómo tú te acuerdas de eso?

Padre: Con todos los chancletazos que me diste pa´ que me metiera pa' dentro cuando mi pai brincaba la verja, mientras tú buscabas a abuelo para que papi no faltara al trabajo. ¿Por qué tú crees que traía aguacates todas las tardes?

Abuela: Al menos, el pan no faltó en la casa y no nos divorciamos.

Padre: Pues, si lo tenías como un burro, no tenía tiempo para reprocharte. Si con tu carácter, prefería pegártelas a darte explicaciones.

Abuela: Te me callas la boca.

Mariela: Bueno, abuela, me aseguraré de que no me las pegue.

Abuela: Sí, mija, no dejes que se vaya pal monte, ni brinque verjas.

Mariela: La experiencia habla…

Abuela: Mira, mija, no es que no queremos al muchacho. Es que queremos que pienses bien las cosas. Ya no se puede tener una familia tan grande como nosotros hicimos.

Mariela: No pienso tenerla tan grande. Créeme.

Abuela: Es lo mejor. Te evitas problemas y disgustos.

Mariela: Abuela, ¿no crees que las cosas han cambiado y mejorado alguito?

Abuela: No, mija, para nada. Están peor que antes. Los jóvenes no respetan sus parejas, mira las noticias.

Padre: Mira, lee esto: Joven mata a su esposa de 23 años y luego culmina con su vida junto a la cuna de su niño de 3 meses. Están locos.

Mariela: Papá, no todas las relaciones son iguales. Tu y mamá se casaron jóvenes y después de los treinta se separaron. Cuando eran ya más adultos. El problema no son los jóvenes. Son las circunstancias en las que viven, sus valores, ideales…

Padre: Por eso mismo te lo digo. Si hubiéramos sabido de jóvenes que la relación no funcionaría no nos hubiésemos casado.

Mariela: Ni yo hubiera nacido.

Padre: No es eso. Tu eres una bendición, al igual que yo fui una para la relación de mami y papi.

Abuela: No le hagas caso, el parto de éste fue el peor de todos. El maldito dolor más grande que he tenido a pesar de que fue el último. Gracias a Dios que me

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llegó la menopausia temprano después que este nació.

Mariela: Eso explica mucho.

Padre: Oye, mami, como que tú nunca me has querido mucho.

Abuela: Mijo, si hasta ahora no te habías dado cuenta que Lisita era la consentida de la casa, estás bien mal.

Padre: Fíjate… Que no me había dado cuenta, gracias por ser tan honesta.

(Sarcástico) Mariela: Miren, yo sólo quiero que vayan a la boda sin escándalos. Los problemas de la familia se quedan en la casa. Mamá va a ir, si quieres ir ve, si no, no hace falta. Abuela, entiendo tus preocupaciones por tu gran, larga y detallada experiencia que me has contado, pero la verdad es que ya hicimos planes. Sí voy a viajar, pero luego de la boda.

Abuela: Eso dicen todas.

Mariela: Conseguimos trabajo transitorio en los Estados Unidos, el año entrante en España y dentro de dos años volvemos a Puerto Rico a la empresa. Así que nos mudaremos luego de la boda. Por lo tanto, los planes no se van a cancelar, ya están corriendo…

Padre: O sea, que no solo te vas a casar, sino que encima nos dejas solos después de la boda. Y después quiere que festejemos…

Mariela: Eres impresionante. Pensé que te alegrarías por los planes futuros y nuestro trabajo.

Abuela: No le hagas caso, siempre ha sido un rencoroso. Está muy bueno todo eso del trabajo y los viajes de trabajo, ¿pero que no piensas traer a mis bisnietos a esta vida?

Mariela: Sí, abuela, sí pienso tener hijos, pero a su tiempo. Te digo que tenemos las cosas planificadas, la boda no es a lo loco.

Abuela: Bueno, mi hija, está en tus manos. Ni remedio con la juventud de ahora.

Mariela: Vengo ahora, que me están llamando para cuadrar la decoración de la boda.

Mariela sale de escena.

Escena II: Abuela: Pues, sí que los tiempos cambian, cada vez se olvidan más de la familia.

Hijo, parece que el familión se estancará y prepárate para el divorcio en par de años cuando el novio de esta se canse de esperar.

Padre: ¿Una pregunta, tú realmente querías tenerme?

Abuela: ¿Y esa pregunta?

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Padre: Curiosidad.

Abuela: Solo te voy a decir que a los 35 años ya tu padre me tenía harta y el desgraciado vecino no se veía nada mal.

La abuela se levanta de la silla y sale de escena, mientras el padre se queda mirándola.

Foco animal

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Poeta de horizonte Pisa la tierra donde halla ojeos de amor.

Está lejos del seo, tan lejos como el senil a causa de sus años.

De la montaña veo el Sol, entre el silo, el cuerpo occiso.

Huerto entre sueños y utopía, oscilando entre el tiempo y la distancia recurrentes de la lejanía.

Itrio brillante de fisión nuclear, zonda inquebrantable que agita sin cesar olvidas la llama que diste a plantar, ni discurres en mina del cristal.

Te hiciste poeta, te viertes en horizonte entre olas viajaste hasta convertirte en el céfiro saliente del altar.

Ojeas con brillo en el lumbral latente entre sueños del andar.

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Fisura labial y palatina

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Mariesther I. Muñoz Phi (ella) se dedica al diseño de presentaciones escénicas y plásticas. Al realizar un trabajo creativo, su base es la autoevaluación y su relación con el entorno social y natural, enfatizando la psicología del color para trabajar temas de escenas costumbristas, libertad, amor, vampirismo emocional, paisajes, animales, baile o de autoevalúo.

Escribe la obra corta "Ayer y hoy" en el 2019. Se presenta por primera vez en la obra "La cita entre el ayer y hoy" el 22 de mayo de 2019, en El Ensayo Café-Teatro-Bar, Río Piedras, P.R.

MariestherIMunozPhi

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Franchesca Santini

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Calla Callarlo.

Hay que callarlo todo porque no hay opción.

Hay que callarlo todo porque todo pesa en la gravedad del arco iris.

Hay que callarlo todo porque las palabras son demasiadas y sobran, como migajas desperdiciadas por un lazarillo.

Callar, porque esas palabras no se tintan; no se dicen, o se maldicen, o se retocan con pudor silente, muy silente, porque su color es radiante y quema.

Callar, porque quema, porque esas palabras no se repiten por túneles vacíos que no llevan a otro nivel, porque no te mueven, porque no me mueven, porque todo en ellas resta, todo en ellas se estanca, todo en ellas se escurre.

Y no queda nada..

Nada.

Callar porque simplemente no hay nada, la nada que corre, la nada que se esfuma, la nada que duele porque no se arrepiente de no existir más que adentro, y porque existe sin querer.

No es culpa de la nada, no es culpa de las palabras, no es culpa de la falta, no es culpa del ardor.

Es que todo pasa.

Todo pasa y nada es.

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Hay que callarlo todo, Porque ya lo he dicho, Ya lo susurré, ya levanté la voz, ya murmuré, y he vuelto a callar.

Calla. Haz de callar. Sólo calla.

No se escucha.

Es nada.

Migajas de un arco que esculpe con fuego.

Nada.

Se queda y no tiembla.

Nada.

Tropieza con el aliento.

Calla, porque mi nada es tan solo un ocaso silente que se rompe en dos

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5 Ella espera por él en la cocina. Hace cinco minutos que él le dijo que partirían. Hace cinco minutos, ella espera. Ella, que siempre duerme. Esta mañana se ha despertado temprano (a las 7:30 a.m.), aunque su jornada comienza hoy a las 2:00 p.m. Es la primera vez que ella se pone una falda blanca, y luce como lo haría si fuera pequeña otra vez: ella es ahora mucho mayor, y algo más sofisticada. Y ella, continúa esperando. Él se encuentra trabajando en sus computadoras, con el teléfono en mano y con sólo una taza de café de desayuno. Él se encuentra de muy mal humor. La brisa inexistente lo maldice a mala hora; él no quiere estar aquí, así como ella nunca ha querido estarlo. Pero ella lo espera con ansias de salir de aquella cocina cuyas oscuras extremidades han visto y oído demasiado para lo que son: esquinas, sólo esquinas, paredes y madera de pocilga, gabinetes de puro podrido añejamiento.

Ella, la más paciente, que no encarna un solo instante de molestia, hace más de dos semanas que lleva latidos irregulares en su pecho. Hace más de dos semanas que no puede fijar su mirada en algo estable sin marearse. Hace más de dos semanas que no piensa, que no existe. Ella sólo duerme. Y él, no quiere cuentas, no quiere saber de nadie, de nada, pero sabe que ella lo espera, y él tampoco quiere saber de ella. Él la adora, pero no quiere estar aquí. Ella lo adora, pero no quiere estar despierta.

Y así, nosotros nos preguntamos qué será de la vida de ella, de él; a dónde irán hoy y por qué. ¿Acaso la vida se hunde en el ocaso zigzagueante que alguna vez vio alguna alegría, algún pudor necesario, alguna lujuria extraña, algún amor? O, ¿acaso es hora de no querer palpar sangre que se coagula con el mero pensar; de irse con los alaridos de fantasmas hacia ese abismo infernal o celestial (qué más da) que provee alojamiento a los que despiertos no existen? …Hace más de cinco minutos que ambos están en espera.

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Lo coloquial maldito (A simple vista: personajes y personaje. Se ubica la acción en una localización pertinente a la trama que corresponde tanto a lo escrito como a lo pensado. Es de noche o de día, pero lo más importante es que puede ser ambos a la vez).

—Toma de aquí.

—¿Qué es?

—Una franquicia de dolor.

—No comprendo. ¿Por qué le llamas así?

—Porque eso es.

—¿Qué?

—Un vasallaje interno de nobles razones.

—¿Tu agua?

—Mi sed.

—¿Me quieres decir qué te pasa?

—Sabes que nada nunca pasa ya.

—¿Nunca, ya?

—No, jamás.

(Pasa un minuto) —¿A qué se debe tu silencio?

—A lo mismo que se debe el tuyo.

—¿Por qué respiras así?

—Porque no consigo cómo llorar.

—¿Me vas a decir qué te pasa?

—Ya te dije.

—No, no me has dicho.¿Por qué no me miras?

—Te estoy mirando en el reflejo.

—¿Reflejo de qué?

—De tus ojos.

—Andas mal.

—No. Ando mejor que nunca.

—No tienes sentido.

—Pero todos funcionan.

—Ya no tenemos un mismo hilo.

—Algunas telas crujen al ser cortadas.

—¿Y nosotros somos tela?

—No. —¿Crujimos al ser cortadas?

—No, no sabría, porque no estuve ahí.

—¿Quién eres?

—¿Para ti? Una silueta que embarca en un barco contaminado por la plaga que se enreda con la peste que aborda en la noche, mientras todos duermen un sueño justo.

—¿Eres la peste?

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—Para ti.

—Y para ti, ¿qué eres?

—Un alabastro que circunda un barco contaminado por la plaga que se enreda con la peste que aborda en la noche, mientras todos duermen un sueño justo.

—¿Yo soy el barco?

—No. —¿Soy el sueño?

—No. —¿Soy la noche?

—¡Ya quisieras!

—Entonces, ¿qué soy? ¿Dónde me encuentro?

—En el océano, en el cielo, en sus astros. Lo eres todo.

—No comprendo.

—Sabía que así sería.

—¿Qué?

—Ya déjame en paz.

—Acaso, ¿ya no me amas?

—Sí, te amo.

—No, no me amas porque soy predecible.

—No, es por eso que te amo.

—No, no me amas porque soy un imbécil.

—No, es por eso que también te amo.

—No, no me amas porque he dudado y te he fallado innumerables veces, y para el colmo, he regresado, para, al parecer, colocarte en nuevos terrenos híbridos.

—No, al contrario, es por eso que te sigo amando.

—¡¿Entonces?! ¡No comprendo!

—…Es por eso que debo olvidarte.

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Hilo El hilo que nos unía ya no roza contra mis caderas cuando siento que me acerco a tí.

Quizás nunca estás tan cerca como te creo.

Tal vez ahora te encuentras menos atada, o simplemente, tal vez ya no estás.

Ese hilo— lo que es más, creo que ya ha desaparecido.

Tal vez crujió demasiado fuerte, o se deshiló en una sentada.

Es posible que, aunque la lluvia todavía te hace encoger los dedos de los pies, ya no haga su caída entumecer tus pestañas al llevarse los suspiros del nombre que te dí.

Ese hilo, cargado de notas musicales tan agudas, con curvas que marean al atardecer, de recovecos de habitaciones en la noche con cabellos olientes a incienso, sangre pulida con el pecho, y manos oscilantes e invisibles al universo— ese hilo ya no juega con óleo, ni acrílico, ni tinta, ni mi cuello.

En su lugar, aquí solo queda un anillo hueco, en una cajita de madera, un par de océanos, un par de estrellas.

En esta novela nos repartimos: Tú, la dama tímida, y yo, algo menos igual; Soy el ave de plumas verdes y azules rebuscadas.

Una de nosotras se detiene para leer el contenido de las cartas, la otra las corta con más rapidez, y en fin somos víctimas siempre de la misma lectura.

Pero, ¿qué era de esperarse de una ninfa que me ve con más que sus ojos?

Y, ¿qué era de esperarse de la otra, que sólo tuvo una casa de muñecas?

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Leipzig Fotografía digital

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Franchesca Santini (ella) nació en Bayamón, Puerto Rico. Obtuvo su bachillerato en Historia del Arte con segunda concentración en Estudios Hispánicos en el 2006 de la UPRRP. Su tesis de maestría en Literatura Comparada recibió el premio Piri Hernández de Lewis en el 2010 y, luego, su tesis de maestría en Preservación histórica de SCAD recibió mención especial en la revista interna de la facultad de diseño de dicha universidad en el 2011.

Meshkaret

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Javier Febo

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crédito de $4,000 para sus gastos mensuales; sino porque se dio cuenta de que, definitivamente, lo más importante para Virgilio era su carrera y que nada ni nadie lo iba a apartar de sus sueños. En ese instante en que se dio cuenta de que ella no era lo más importante ni indispensable para él, decidió no tan solo odiarlo, sino hacerle daño.

14 Antes de que fuera campeón en la categoría de 147 libras, Lucía deseaba que Virgilio cayera noqueado de forma fulminante.

Que no se levantara. Que se lo llevaran en camilla. Verlo perder su invicto hubiera sido un triunfo para ella. Sabía que la meta de su novio era la unificación de los títulos mundiales. Era lo que lo iba a consagrar en el tope del boxeo.

En la élite. Por eso le rogaba a su dios que se lesionara, que le ganaran y, en ocasiones, que se muriera. Lo tenía muy claro: odiaba a Virgilio. Ya no tan solo por la supuesta austeridad en la que estaba inmersa con un Jaguar XJ blanco, un apartamento en la playa, una casa de 2 pisos con 2 jacuzzis incluidos y una tarjeta de

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15 “Mi pupilo tiene la capacidad de noquear a sus contrincantes con un solo golpe. No importa con qué mano te pegue. Si te pega de pleno te caes. Voy a repasar las estadísticas con ustedes, tengo el papelito aquí”, les decía Benito a los periodistas que lo seguían entre los pasillos que conducían a uno de los bares del hotel donde se iba a celebrar el combate. “Con el gancho de izquierda a la quijada ha noqueado a 7, con el de derecha a 9. Con el mismo gancho de derecha en el hígado ha noqueado a 5. Con el de izquierda no ha noqueado a nadie, pero cuando lo coloca en el lugar exacto, se han retorcido.

Con el uppercut de izquierda a la barbilla ha noqueado a 3, con el de derecha a 4. También ha noqueado a 2 con 2 rectos consecutivos con ambas manos. Le tengo mucha pena a McKallon, es un boxeador que se abre cuando lanza los golpes, es un detalle que debieron haber corregido. Si no es así, la velocidad de mi protegido le pasará factura y difícilmente se mantenga de pie en el sexto asalto”. “¿Virgilio está nervioso?”, le preguntó un periodista escocés en inglés.

“Virgilio no está nervioso, está furioso, y eso es muy peligroso hasta para mí”.

Fotografías (en orden de aparición), por Ron Lach y Cottonbro

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Javier Febo Santiago nace en Chicago, Illinois, E.U. y en Canóvanas, Puerto Rico, en enero de 1977.

Obtiene un bachillerato en Administración Comercial de la Universidad Metropolitana de San Juan. Sus obras han sido publicadas en varias revistas literarias y antologías en Puerto Rico, Perú, México, Venezuela, Dinamarca, Chile, Argentina, Colombia y Nueva York.

Premiado en el certamen de poesía Premios Guajana en Puerto Rico. Ha publicado los poemarios Avisos de locura (2010), Novilunio (2011), HUM Ano (2012), Epicedios (2013), El Anarquista (2014), el libro de cuentos El Abismo Inventado (EDP University, 2019), y la novela Mala Fama (Editorial Raíces, PR, 2020).

Javierfebo

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Angelía Mar Rivera Barreto

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Fe de rincón En un rincón olvidado de este archipiélago, un grupo de empleados y su patrono, sombrillas en mano, cabizbajos ante el aguacero, rezan en círculo: Al son de esta plegaria, diosa de tempestades, rogamos nos protejas de toda agitación sobrenatural No hay suficiente cavidad para todos.

El empleado más reciente se debe sacrificar.

Moja su lista mortal, reza un salmo temblando, clama perdón a último minuto.

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Kit de emergencia plumas de san Pedrito para un duelo adelantado, plumas de reinita para calentar el nido, plumas de pata para empollar en una loseta, plumas de guaraguao para planificar más allá del desborde del río, plumas de pitirre para cazar sin ocupar la grandeza de la gárgola, plumas de chango para intercambiarlas por cobre, plumas de múcaro para ultimar cualquier plaga, plumas de fénix para rescatar lo imprescindible, plumas de gaviota para volver al mar, plumas de paloma para transmutar.

Atrapasueños II Sandrita soñó que, en la noche, unos encapuchados le robaron la planta eléctrica a su abuela, paciente de diálisis, fase terminal. Ante la situación del huracán, el tratamiento se le estaba facilitando en el hogar. Sin percatarse, sintió un calor que le surgía desde las piernas y le invadía el abdomen.

Resulta que aquellos bandidos le intercambiaron generador por trimmer de gasolina.

Debido al ruido de la máquina falsa, la abuela demoró en percatarse del atraco.

Confusa entre achaques de voluntad y filtración interior defectuosa.

No había servicio telefónico para llamar al 9-1-1.

La mugre vencía la vida de la vieja.

La sangre saboteaba la pureza.

Cuando se despertó, era más el ruido del aire que lo que tenía.

Su abuelita, sudada en catéter y ayes de un dolor que no se podía medicar.

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Latitud jaque La meteoróloga sentenció.

No hay vuelta atrás.

Huracán Categoría cinco.

Ingresa por el sureste de la Isla Nena.

Avisan que cierra pronto el supermercado.

Conservar la vida en cristales y metal cóncavo.

A dólar la fila de histeria en masa.

Entre pujones, clientes altercan la última caja de agua.

Desierto de humanidad.

Huracán late en la psique y su husmeo asciende.

En el pueblo de Yabucoa, un vaso rozó un trasformador en la calle y otro sector ya quedó a la claridad de una vela encendida; suena por cuarta vez la sirena de emergencia.

Guardarse como ceniza familiar sobre fósforo de caja tres estrellas.

Reina naturaleza lanza el próximo paso en este juego, el peón a su merced.

Canta en la esquina un ciudadano María, María…

Latitud jaque, mar Caribe

Fotografías (en orden de aparición), por George De Sipris, Johannes Plenio y Hitesh Choudhary

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Angelía Mar Rivera Barreto (ella) nace en Ponce, Puerto Rico en 1991.

Es escritora y aficionada a las artes y la naturaleza. Publicó su primer poemario, Posando Desnuda, en 2017. Recién publica su segundo libro Santamaría Atrapasueños / Santamaría Dreamcatcher (edición bilingüe), con la editorial Gnomo.

Actualmente, vive en Río Grande con su pareja, su gato y su perra.

Giabuita5

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Annmarie Negrón Degró

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orín de nervios

pupila descentrada qué me tragué del supuesto san lázaro crío palomas para que beban té (y a ti) traigo la sopa a la cama (y a ti) pido ayuda para hallar un burro (y a ti) se me desaparece la patena (y a ti) llevo una langosta a casa (y a ti) de repente me disparo hasta 30 bocados (y a ti) sumerjo los pies en vinagre (y a ti) olvido tres de cuatro líneas (y a ti) paso la noche agarrada a una boya (y a ti) busco rutas alternas (y a ti) confecciono bolsos de cuero (y a ti) me obligan a cortarme la barba (y a ti) encuentro el acta de defunción (y a ti) pinto mi lengua de negro (y a ti) persigo a los dueños de los perros (y a ti) antídoto puedo vivir nueve días sin mi cabeza alguien necesita azúcar que la rutina te borre la cola

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alimento muy bien a mi violín alimento muy bien a mi violín escucho la comisura de tus labios presiono con una cuchara caliente ululas y pides el cuervo no olvida quien lo agravia me apetece pagarte con sal graznas y tomas remolco una casa cadencia volumen recito invocaciones con patas de rana cacareas y recibes sobredosis de fentanilo pupilas verticales mejor circulación de piernas ronroneas y das martillo mi propia ceremonia convoco los consensos ruego pronuncio instauro colibrí de alta frecuencia bramas y suplicas arrebato los santos de una parroquia motores sordos arrullo de las palomas aire charca ruges y cedes estoy en la caldera el cénit de la inflexión

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el subtítulo cerrado se añade

[suena música pensativa/ charla insustancial/ vaquero/ timbre de la puerta/ niño/ puerta abierta/ mujer/ suspiro/ suena música inquieta/ vacas mugen/ vaqueros silban/ vaqueros gritan indistintamente/ suena música pensativa/ perro ladra/ charla insustancial/ hombres charlan indistintamente/ respira profundo/ carraspea/ vasos golpean la mesa/ silbido/ comensales golpean la mesa/ comensales gruñen/ comensales carcajean/ charla insustancial/ vaquero ríe entre dientes/ comensales carcajean/ vaquero jadea/ chasquea la lengua/ exhala/ titubea/ tocan el piano/ comensales continúan cantando/ silencian el piano/ timbre de la puerta/ charla insustancial/ vaqueros silban/ desliza el pulgar por el peine/ ríen todos/ pasos se alejan/ timbre de la puerta/ puerta cerrada/ llanto/ continúa el llanto/ suspiro y llanto/ todos/ todos continúan cantando indistintamente/ charla insustancial/ vaquero/ timbre de la puerta/ puerta abierta/ portazo/ gruñido/ parloteo a lo lejos/ pasos se acercan/ suspiro/ charla insustancial a lo lejos/ vaqueros aclaman/ suena música inquieta] como un afrodisíaco

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llegando al precipicio

un germen de patas desiguales el brazo sin codo y media pantorrilla se balancean los nudos del pecho se arriman a una espalda borrosa el cuello se ha transformado en laberinto hotel sin ventanas un pezón seco uno despierto dos más usando un telescopio la barriga se abastece de su propia masa una flor enorme de tallo flaco cualquier tipo de sangre otro cuerpo

Fotografías (en orden de aparición), por Ylanite Koppens y Mike Kolp

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Annmarie Negrón Degró (ella) nace en Ponce, Puerto Rico un jueves en 1982. Es maestra, fiel creyente de la educación no tradicional. Le gusta comer aceitunas, pasear por la isla los domingos y mecerse en el columpio que le trajeron los Reyes.

Actualmente, vive en el poblado de Coto Laurel con su esposo y su gata Lala.

Amrentas

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María Josefina Melero

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"El número veintidós" Medio mixto

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"El tiempo" Medio mixto

"Monstruo marino" Medio mixto

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"Criaturas del mar" Medio mixto "Dos cabezas" Medio mixto

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María Josefina Melero (ella) es artista visual graduada de los talleres de Bellas Artes de la Universidad de Puerto Rico de Rio Piedras.

Mariajosefinamelero

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Daniel Torres, Ph.D. Ohio University

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La inmunidad en la lógica de la poesía del síndrome: Poemas de lógica inmune de Joey Pons y Moisés Agosto-Rosario Soy uno más de los que cesan de existir y pasan por las bocas de los gusanos y son aplastados por pedazos de mármol tallado Joey Pons se dispersa por las venas y desmonta cataclismos o tristezas semejantes Moisés Agosto-Rosario

Poemas de lógica inmune (1991, 2021) es un texto fundacional de la literatura LGBTQ+ puertorriqueña. El poemario fue escrito por Joey Pons y Moisés Agosto-Rosario, dos jóvenes poetas boricuas de 24 y 26 años, que estaban viviendo en Nueva York en los años 90. Este manuscrito está “Dedicado a la memoria de Manuel Ramos Otero” (7), poeta gay por excelencia de la Isla, quien falleció un año antes de su publicación por complicaciones con VIH. Además de dialogar con el libro de Ramos Otero, Invitación al polvo, editado póstumamente el mismo año, la obra entabla un diálogo con Pato salvaje, de Alfredo Villanueva Collado, publicado también en 1991. Las coincidencias podrían parecer aparentes en cuatro poetas separados por la edad. Sin embargo, estos escritores están unidos por una lucha existencial conjunta como lo es haber estado infectados de VIH. Este punto común permea sus versos de una voluntad de estilo precisa como una inmunidad del síndrome en la lógica de la poesía. Los cuatro autores se valen del lenguaje poético para cuestionar y tratar de entender lo que les sucede.

Ramos Otero y Villanueva Collado pierden la batalla contra la enfermedad, pero ganan la inmortalidad literaria, mientras que Pons y Agosto-Rosario, gracias a un nuevo cóctel de medicamentos, pueden sobrevivir a la pandemia del VIH/sida. Aquí acaba el vínculo entre vida y obra, biografía y poema, porque la obra de estos poetas inaugura un modo de escribir en la literatura puertorriqueña, como lo hiciera el estadounidense Paul Monette, por ejemplo, con su memoria Borrowed Times: An AIDS Memoir (1988), al incorporar la pandemia en la literatura norteamericana. Esta incorporación de la pandemia a la literatura es lo que la crítica chilena Lina Meruane ha llamado una “escritura seropositiva” (63). En Viajes virales: La crisis del contagio global en la escritura del sida (2012), la estudiosa designa la escritura del VIH/sida usando la condición de seropositivo de los escritores para demostrar cómo esta escritura es una extensión del cuerpo infectado. Curiosamente, Poemas de lógica inmune se publicó cuatro años antes de la emblemática Poesida: Antología de poesía del SIDA escrita en Estados Unidos, Hispanoamérica y España (1995), editada por Carlos A. Rodríguez Matos, que significó una primera instancia estética donde escritores hispánicos de la palabra poética queer reflexionaron sobre la epidemia que luego se convirtió en una pandemia. Además de editar esta antología, Rodríguez Matos es autor del poemario Llama de amor vivita: Jarchas (1988).

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El relevo que se da en Poemas de lógica inmune entre las voces de Pons y Agosto- Rosario establece a lo largo de los versos un contrapunto de sentido, estilo y modo de decir: Vendrás a ver cómo yace mi cuerpo sobre las pasiones silenciosas.

Vendrás a sentir el calor que expido al mirarte y te derretirás al corresponderlo (16) (Pons) y: El lagarto es: mutación de mirada verde virus derivado de reptiles colonialismo redimido en sangre curación de demonio y tamarindo. (46) (Agosto-Rosario) Con estos versos paralelos, cada poeta inicia y reinicia el poemario que, en realidad, es dos textos en uno dividido en dos partes, como las dos cabezas de un águila bicéfala. Aunque, en primera instancia, pareciera que son un par de series de poemas en un solo libro a dos voces, la colaboración de estos escritores que juntan sus versos, cuando se lee completo y de corrido, se percibe la asombrosa unidad del volumen completo como una sola voz en dos contrapuntos. La poesía de Pons amplía las sensaciones de estar infectado dándole una dimensión orgánica a este sentir y completa la idea, por medio de una reescritura contemporánea, de la forma tradicional de la décima puertorriqueña, entre otros poemas episódicos y confesionales en verso libre.

Agosto-Rosario, por su parte, irrumpe y recoge brevemente, casi a manera de diario, el sentir del sujeto que va tomando conciencia de la infección por VIH en su cuerpo. Ambos cuentan la historia de esa infección, sus efectos y el shock que significa en una primera instancia, hasta desembocar en una suerte de esperanza: el tratamiento disponible en el inicio de los 1990 (“Bi bip, bi bip / pastilla”, 44) (Pons) y la “Retroira”: “genocidio a doble escala, / revolución o revolución, / se nos muere el barrio” (65) (Agosto-Rosario) y el hecho de hacer algo por su comunidad como activista de ACT UP y artista.

"El bobo de la yuca", pintura del maestro Rafael Rivera Rosa

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Poemas de lógica inmune es un bofetón cruzado en el rostro de quienes pudieron evitar una pandemia y no hicieron nada. Hoy, bajo el yugo de otra pandemia, este poemario nos hace retrazar, no solo lo que vivimos con el sida en los 80, paso a paso, sino que nos obliga a meditar sobre cuán insuficientes son las respuestas salubrista y humana. (146) Otros poetas boricuas, como Víctor Fragoso, Manuel Ramos Otero, Alfredo Villanueva Collado, Eïrïc R. Durändal Stormcrow y Ángel Lozada, le deben a Joey Pons y Moisés Agosto-Rosario el pulsar de una lira que se reinicia en 1991.

Pasemos a analizar las dos partes del poemario para mostrar los páramos del amor en la escritura seropositiva del VIH/sida en la poesía puertorriqueña desde sus mismos comienzos, a través de los versos de estos dos jóvenes poetas activistas homosexuales viviendo con VIH, como es su carta de presentación en esta serie de poemas. En la introducción a la edición 30 aniversario, la escritora Mayra Santos Febres, contemporánea de AgostoRosario en la Universidad de Puerto Rico en la década de los ochenta, ha dicho al respecto lo siguiente: Joey Pons y Moisés Agosto-Rosario, activistas puertorriqueños viviendo con SIDA, han querido dar voz a una realidad social que nos circunda. Sus Poemas de lógica inmune afirman ese espacio de lucha en el contexto derrotista y pueril que nos rodea. Es mi opinión que estos textos deben ser leídos como un testimonio de compromiso y afirmación de la homosexualidad boricua como una fuerza de cambio y fortalecimiento social. Un intento por refutar los discursos que intentan definir al homosexual como loca trivial, como consumista alienado, como parásito social. Es el reclamo de un lugar en los discursos nacionales, un reclamo incipiente pero tenaz que espero incite a más compañeros y compañeras a emitir sus expresiones de amor, compromiso con la vida y la justicia.

(9-10) Al igual que Santos Febres, considero que los textos de Pons y AgostoRosario deben ser leídos como un testimonio de compromiso y afirmación de la homosexualidad boricua además de una fuerza de cambio y fortalecimiento social. Este compromiso y afirmación se vale de la literatura para llevar un mensaje poderoso a las generaciones futuras.

Joey Pons (Josef Antoine Pons de Jesús) (1967) -24 años en 1991El discurso poético que desarrolla Pons gira en torno al ideal del amor y el sexo queer con la certeza de que algún día llegará ese compañero cabal que completará el anhelo, no sólo de la pasión, sino que también compendiará a todos los amantes anteriores y será parte de todos en uno:

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Vendrás a ver cómo yace mi cuerpo sobre las pasiones silenciosas.

Vendrás a sentir el calor que expido al mirarte y te derretirás al corresponderlo.

Vendrás a tocar la piel en su punto culminante y a hacerte eterno en mi orgasmo.

Sé que vendrás algún día a abrir las puertas y a sentir el fuego que te abate y te domina sin aún saberlo.

Sé que vendrás y serás parte de los que no conoces pero en tu corazón respiran.

Yacerás conmigo sobre las pasiones homohermosas. (16) La lógica inmune del síndrome de VIH/sida en Pons se va declarando al alternar este verso libre con un lirismo clásico que dialoga con la décima puertorriqueña, hasta homoerotizarla y hablar de lo que no se habla en ese género isleño. Esto se puede ver en el tercer poema de la serie “Décimas de amor”, donde se difumina la infección en su poesía erótica a través de la rima tradicional (abbaccdeed) de los versos octosílabos en: Dame tu ser compañero y hazme sentir ardiente caminando sonriente con amor por el sendero.

Haz que tu piel y la mía sean una por el día y cuando caiga la noche sean testigo del amor que el semen corra con candor por nuestra piel sin reproche. (18) En otro poema, “Décimas inmunes”, afirmaba antes: Dichosos los que con suerte viven y gozan de la vida sin pensar que existe el SIDA causante de tanta muerte.

Así diría la iglesia imponiendo su conciencia… (39) Y la denuncia se amplía en los versos: “Es en la rabia paisanos / donde se forja mi vida / pues día a día el SIDA / mata a más de mis hermanos” (40). La voz del trovador gay hace un llamado a la comunidad entera al final de su décima: “Abran los ojos, señores, / que nuestra tierra bendita / de injusticia está maldita” (41) ante la indiferencia inicial de la sociedad puertorriqueña con la epidemia del VIH/sida, y el poeta alza su voz alarmante en protesta y alerta.

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En San Juan Gay: Conquista de un espacio urbano de 1948 a 1991 (2016), el historiador Javier Laureano comenta que “En el momento más alto de la consolidación de una cultura urbana gay sanjuanera… llega el SIDA” (237) y añade que “los discursos oficiales ponen a circular en la esfera pública una imagen del homosexual marcada [exclusivamente] por el concepto de la plaga” (239-40). La indiferencia de la comunidad puertorriqueña por no querer ver la situación real de los pacientes de VIH/sida en la isla es de lo que precisamente está hablando Pons en sus “Décimas inmunes”: no son nuestros los colores que nos imponen los tiranos pero tenemos hermanos entre nosotros el poder pues al mismo sexo amamos es con eso que luchamos y es el arma para vencer. (41) El amor entre dos hombres, repudiado por “La institución católica” (como dijo antes en las “Décimas apostólicas y romanas”) es “el arma para vencer” (41) tanta ceguera en “una era marcada por el conservadurismo social y político” (Laureano, 242).

El poema “Entre patos” revela el misterio de la infección por VIH a través de una relación sexual que desemboca en las líneas que documentan el momento exacto de cómo la pasión se hace dolencia al final de una noche de sexo duro. Antes ha usado un lenguaje altamente gráfico para mostrar la fusión de dos cuerpos masculinos desde el encuentro casual (“¿Quieres ir a casa?”, 20), el beso (“corren las lenguas / se derrama saliva”, 20), la bellaquera (“¡qué macho! / Muérdeme un pezón”, 20), el sexo sin condón (“ah, sí, el condón, allí / no sé, allí / no lo encuentro”, 21), el coito (“hazme, quiero, penétrame, hazme”, 21), el orgasmo y el derrame de semen (“mete, saca, saca, mete / un grito orgásmico / ¡ayyyyyyy!”, 21). Entonces, la voz poética detalla el derrotero del virus en ese intercambio de fluidos fortuito: “corre el semen por los intestinos / se desploman los cuerpos / bañados en sudor” (21) y acaba el poema con una pregunta y una declaración: “¿Cómo te llamas? / Y el virus encuentra un nuevo lugar” (22). Y de este Eros se pasa directamente al Tánatos en el próximo poema titulado “Réquiem” donde el hablante se hace “cómplice de la noche sufrida / de los recuerdos llorados / a lo lejos, la música / suave / inmune, / como el ángel más bello” (24).

Nombrar el sida en inglés es lo que se hace “AIDS”, texto acróstico de resignación que se desplaza por la página en las sangrías de los versos pareados reflexionando sobre el motivo de la infección simplemente por amar sin condiciones definiendo el mal que le aqueja: Así como pienso cuando me entregué al amor sin conjetura, Incendiando mi corazón, lleno de melancolía desconsolado con el de un hombre, Dando rienda suelta a mis pasiones masculinas ansiosas siempre de ser libres, Se forjó para siempre el amor en mi alma y tranquilo espero el día de mi muerte. (27)

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Entregarse al lamento de ese “amor sin conjetura” lo lleva a incendiar su corazón después de haber dado rienda suelta a sus pasiones masculinas en las ansias de libertad. El amor se forja para siempre en su alma y espera con traquilidad el día de su muerte. Tengamos en cuenta que, en esta instancia, 1991, se pensaba todavía en la infección por VIH como una sentencia a muerte.

No es hasta 1996, que en una plenaria de la XI Conferencia Internacional de Vancouver, Donna Shalala, Secretaria de Salud bajo la administración del presidente Bill Clinton, habló sobre los avances de las investigaciones y la producción de nuevos medicamentos (inhibidores de proteasa) como armas poderosas en la batalla de los que estaban viviendo con VIH/sida (Parys, 2018, 15-16). Igualmente, Lina Meruane lo menciona en su libro: “la nueva combinada o triterapia (compuesta de AZT, DDi o DDC, y un inhibidor de proteasa) lograba reducir la carga viral de los afectados” (81-82). Esta esperanza de optar por la vida para tratar la infección por VIH como una condición crónica, si se accede a los medicamentos de rigor, es lo que Jodie Parys ha llamado el “Síndrome de Lázaro” (2018, 16), y se puede ver en Inmunología poética (Tríptico), de Moisés Agosto-Rosario, El libro de la letra A y “Oda al SIDA”, de Ángel Lozada y Pie forzado, de Eïrïc R. Durändal Stormcrow.

Moisés Agosto-Rosario (1965) -26 años en 1991En el primer poema de la serie de la segunda parte del libro, “La mirada verde”, el hablante lírico o voz poética declara sucintamente: El lagarto es virus derivado de reptiles colonialismo redimido en sangre curación de demonio y tamarindo. (46) Estos versos abren también su segundo poemario, en la primera sección del tríptico titulada “Poemas de Lógica Inmune {1986-1991}”, con varias correcciones y reescrituras: El lagarto mutación de mirada verde virus vertiente del reptil hacia los hombres país de garganta seca que centrifuga mi sangre para nunca desligarme, curación del demonio con sabor a tamarindo. (13) La rescritura de 1991 a 2010 ha madurado el poema, que conserva la idea principal del VIH sin nombrarlo directamente. La elipsis en ambos casos es elocuente. Sin embargo, la dimensión colonial del texto se deslinda y el “colonialismo redimido en sangre” deviene en un “país de garganta seca / que centrifuga mi sangre / para nunca desligarme” (13). Hasta cierto punto, la experiencia de la diáspora neoyorquina le ha permitido tomar distancia de la isla y ver el concepto de nación como una transnación “que centriguga [su] sangre / para nunca desligar[se]” de ese país de “garganta seca” (13) desde varias ciudades de Estados Unidos en las que le tocó vivir, antes de volver a Puerto Rico, para luego reemprender el acto tan boricua de “brincar el charco” de vuelta al continente norteamericano y formar parte de una

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comunidad latina en el sexilio como una “curación del demonio” (13). “Sexilio” es un término que ha sido acuñado por varios críticos puertorriqueños, como Frances Negrón, Lawrence LaFountaine-Stokes y Alberto Sandoval Sánchez, entre otros, para referirse precisamente a este fenómeno. Se trata de aquellos y aquellas que han emigrado de sus países porque su identidad sexual era un conflicto para su medio, en este caso isleño. Como ha dicho LaFountaineStokes: “históricamente la emigración ha desempeñado un papel importante como opción de libertad y sobrevivencia... desplazamiento al que se ha denominado de ‘sexilio’” (143).

Joey Pons

Moisés Agosto-Rosario

En varios poemas, la escritura del VIH/sida cifra los versos de AgostoRosario, como en “Inadvertido” (“Los lagartos vuelven a derrocar el / hambre / como si el SIDA no llenara espaldas con / la muerte”, 49), “Vestigios” (“infecciones por la casa”, 50), “Sidamitando las costumbres” (“la seca del SIDA va sanando”, 52), “Sin ritos y remedios” (“bacterias de sarcoma enmohecido”, 53), “Furia y desconsuelo” (“la cama se me llena de cansancios”, 56), “Insurrecto” (“Síndrome / niños convertidos en cadáver”, 57), “Lo que muere” (“El SIDA se fornica, santo”, 60). Y en todos ellos se recurre a nombrar el síndrome directamente o a referirlo por medio de los síntomas y sus efectos.

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“Retroira” es, por su parte, un texto final con un título enigmático (combinando el “retrovirus” del sida y la “ira” que le provoca al poeta una “Retroira”) y cierra la serie de Moisés Agosto-Rosario en Poemas de lógica inmune, nombrando directamente el “1980 Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA)” en relación al coloniaje con el “1898 Síndrome de Colonialismo Adquirido (SICA)” (65). Ambas fechas, 1980 y 1898, tienen ecos en la historia personal del poeta y Puerto Rico. La primera fecha marca la década del inicio de la epidemia, luego pandemia, del VIH/sida, y la segunda marca el momento de la invasión del ejército norteamericano a la isla desde la costa sur, por la Bahía de Guánica, durante la Guerra Hispanoamericana a finales del siglo XIX, y el inicio de la segunda colonia bajo el dominio de Estados Unidos porque, hasta entonces, desde 1493, la isla había sido una colonia española.

Aunque se menciona el tratamiento insuficiente disponible en 1991 (“Sinérgicamente / anti-retroira o tratamiento / revolución y peste, / no se puede esperar más”, 65) aquí habla ese activista airado de ACT UP (AIDS Coalition to Unleash Power) que luego llegaría a ser parte del proyecto que publica la revista POZ – Health, Life and HIV, de personas que viven con VIH, iniciado en 1994 durante la administración del presidente Bill Clinton en medio de los 90, tras la debacle de dos presidentes que

que prácticamente ignoraron la epidemia: Ronald Reagan y George H. W. Bush.

Es justo este poema final de la serie de Agosto-Rosario el que explica la relación “maricones, hombres / o más reptiles” (65) que tomará más auge en su segundo libro, donde visualmente, en el diseño de la cubierta de Alexander Hernández, aparece un lagartijo o una iguana en blanco y negro sobre fondo gris simulando casi un jeroglífico taíno que se repite mucho más estilizado en la parte de atrás del libro. En esta “poesía de la sobrevivencia”, como la llamó Abniel Marat en el comentario de contraportada de Inmunología poética (Tríptico), hay ecos del dictum “el deseo descoloniza” de Rubén Ríos Ávila, al analizar la poesía de Víctor Fragoso en “El ser isla de Víctor Fragoso”. Agosto-Rosario advierte al final del poema “Retroira” lo siguiente: Colonialismo por los puentes, colonialismo por las islas, genocidio o doble escala, revolución o revolución, se nos muere el barrio. (65)

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“El remedio que nos mata” y “Sensación y diáspora” ya anunciaban esta resolución política final de los versos. La diosa yoruba de los mares, Yemayá, es cuestionada sobre una cura posible, sea hierba, té, cera de las velas, hasta increpar a la ciencia y pedir un milagro esperanzador: ¿Qué cuál es la cura Yemayá, cuál es la hierba o el té maravilloso que destruirá la sangre?

Yemayá, que cuánta cera se ha de derramar en los altares para invocar a la ciencia, el milagro verde. (54) Y la cultura caribeña ya ha impregnado esta escritura seropositiva de “Un olor a malanga viene del subway / como si la sabiduría del Caribe / entrara por los rieles” (55). Este acto proustiano de oler la vianda (o el comfort food en medio de una infección) en el tren subterráneo de Nueva York demarca la diáspora queer o el llamado sexilio. Es esa “sensación” de peligro que logra encontrar consuelo en la fe, la música y la transportación subterránea de la ciudad como un puente roto hacia la isla: Deidad tropical, boleros orégano brujo y demonio.

El santo a la vuelta de la esquina el puente que se nos rompe a la manzana y el síndrome de hierro nos transporta. (55) Conclusión preliminar El contrapunto de los dos discursos poéticos de Joey Pons y Moisés Agosto-Rosario aflora en los dos epígrafes que enmarcan este ensayo: “Soy uno más de los que cesan de existir / y pasan por las bocas de los gusanos / y son aplastados por pedazos de mármol / tallado” (32) (Pons) y “se dispersa por las venas / y desmonta cataclismos / o tristezas semejantes” (51) (Agosto-Rosario).

Ambos grupos de versos manifiestan la derrota y el cansancio que sienten estos dos jóvenes al inicio de su infección por VIH: “cesan de existir”, “aplastados”, “dispersa”, “desmonta”. Sin embargo, sin darse cuenta, han iniciado y entrado en el continuum de una escritura seropositiva en el Puerto Rico de fin del siglo XX desde el espacio de una diáspora neoyorquina.

Recuerdo que Moisés me comentaba en 2017, cuando participamos juntos en el Congreso de Literatura Queer (CLiQ), organizado por Max Chárriez, Arnaldo Alicea y Sirio Arnaldo Álvarez-Cruz, que se había ido de Puerto Rico para poder acceder a un tratamiento digno en Estados Unidos y, sin embargo, al escribir el VIH/sida en su poesía, y publicarla con Joey, ambos fueron protagonistas de uno de los inicios de un contra-canon gay en nuestra literatura que cuestionó los campos del poder intelectual de la isla.

La publicación de Poemas de lógica inmune en 1991, el mismo año del ya clásico Invitación al polvo, de Manuel Ramos Otero, y de Pato salvaje, de Alfredo Villanueva Collado marca en la lírica puertorriqueña de finales del siglo XX el significativo paso de la antorcha estética de la generación del 70 a las del 80 y el 90, tomando en cuenta lo problematizable del concepto

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literario de “generación” y, sin embargo, nos sirve para marcar estas evoluciones estéticas en el interior de nuestras letras homoeróticas. También recuerda otra instancia en la literatura hispanoamericana, salvando todas las distancias espacio temporales posibles, la de la publicación en 1967 de la novela corta Morirás lejos, del escritor mexicano José Emilio Pacheco por la Editorial Joaquín Mortiz en la Ciudad de México, el mismo año de la publicación de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, en la Editorial Sudamericana en el centro del poder editorial de Buenos Aires, Argentina.

Ambas obras inauguraron dos modos de escribir novela en el continente el mismo año: el de la ciudad y la modernidad del fragmento posmoderno, y el de lo real maravilloso que instauraría Alejo Carpentier en el prólogo de El reino de este mundo (1949), para reflexionar acerca de la cultura y la historia de nuestra América a través del mítico Macondo. Algo similar sucede con Pons y Agosto-Rosario en relación a Ramos Otero y Villanueva Collado. Los dos primeros optan por el contrapunto de la alternancia del verso libre y la homoerotización de la décima tradicional puertorriqueña, género de machos jíbaros del campo (Pons); y el del poema breve dinámico de una “antipoesía conversacional”, tal como acuña este concepto el crítico chileno Federico Shopf (Agosto-Rosario). Ramos Otero recurre a la larga tradición de la poesía hispánica del Siglo de Oro, el Barroco de Indias y el Modernismo para expresar su sentir en una de las obras maestras poéticas (Invitación al polvo) de nuestra literatura, mientras Villanueva Collado escribe una lírica furiosa a contracorriente (Pato salvaje) al estilo enfant terrible.

Poemas de lógica inmune está también ahí el mismo año de 1991 y abre la puerta para una continuación de la escritura seropositiva de Ramos Otero y Villanueva Collado asegurando que la literatura boricua queer cuente con un

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derrotero más. El resto ha sido la historia de un continuum de la subversión de nuestro discurso poético a las puertas del siglo XXI, en el que se ha dado un verdadero boom de literatura lesbigaytrans. Es por esto que la inmunidad en la lógica de la escritura seropositiva de los dos jóvenes poetas activistas, Joey Pons y Moisés Agosto-Rosario, se manifiesta como un texto decididamente fundacional a la hora de hablar sobre los páramos del amor en la escritura del VIH/sida en la poesía puertorriqueña. El certero colofón con el que cierra la reedición de 2021 para la Editorial Gnomo en San Juan da testimonio del valor que tiene esta colección de poemas, no sólo para las letras, sino también lo que significó en nuestra sociedad: Este libro se escribió y se publicó en el Puerto Rico de 1991, como un grito, no de guerra, sino de supervivencia, un acto de rebelión contra la muerte misma, que llegó en forma de pandemia y nunca se fue. Este libro fue un valiente esfuerzo por encarar un virus estigmatizante y marginador, que durante años fue ignorado por un Estado que quería ver a sus indeseables morir. Ante este panorama tan desolador, la literatura sirvió de escape, de norte y salvación. (139) Las palabras del poeta Gaddiel Francisco Ruiz Rivera en la presentación de la republicación de Poemas de lógica immune / Poems of Immune Logic en 2021 hablan, a su vez, de la importancia de este texto para las generaciones más recientes porque: es una reliquia de la muerte, como en la literatura fantástica, un objeto que conserva el alma de quien buscaba matar a su enemigo, porque le vira la espada y la pared al VIH, también es una luz de esperanza, un libro de duelo que inspira paz y un importante eslabón del alter-canon gay boricua.

Referencias: Agosto-Rosario, M. (2010). Inmunología poética (Tríptico). Editorial Tiempo Nuevo.

Agosto-Rosario, M. (2012). Plagas del deseo. Terranova Editores.

Agosto-Rosario, M. y Pons, J. (2021). Poemas de lógica inmune / Poems of Immune Logic (E.R. DurändalcStormcrow y R. Martínez González, Trads.).

Editorial Gnomo. Colección Del Rey. Edición 30 aniversario. (Edición original publicada en 1991) Durändal Stormcrow, E. R. (2017). Pie forzado. Ediciones Aguadulce.

LaFountaine-Stokes, L. (2004). “De sexilio(s) y diáspora(s) homosexuales latina(s): cultura puertorriqueña y lo nuyorican queer”. Debate feminista 29, 138-151.

Laureano, J. (2016). San Juan Gay: Conquista de un espacio urbano de 1948 a 1991. San Juan: Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña.

Lozada, Á. (2013). El libro de la letra A. New York: Sangría Legibilities.

Meruane, L. (2012). Viajes virales: La crisis del contagio en la escritura del sida.

Fondo de Cultura Económica.

Parys, J. (2018). Abject Horror or Beacon of Light and Hope?: Visual Reflections of a Pivotal Moment in the AIDS Epidemic. The International Journal of

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Critical Cultural Studies 16 (3-4), 15-30.

Ramos Otero, Manuel. 1991. Invitación al polvo. Editorial Plaza Mayor.

Ríos Ávila, R. (20 de abril de 2012). El ser isla de Víctor Fragoso. 80 grados.

Recuperado de: http://www.80grados.net/el-ser-isla-de-victor-fragoso/ Rodríguez Matos, C. A. (1988). Llama de amor vivita: Jarchas. Ediciones Ichali.

Rodríguez Matos, C. A. (1995). Poesida: Antología de poesía del SIDA escrita en Estados Unidos, Hispanoamericana y España. Ollantay Center for the Arts.

Villanueva Collado, A. (1991). Pato salvaje. Arcas.

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Daniel Torres, Ph.D. (él) nace en Caguas, Puerto Rico. Es catedrático de Español y Estudios Latinoamericanos de Ohio University. entre sus obras figuran las novelas "Morirás si da una primavera" (1993) y "Conversaciones con Aurelia" (2007), el libro de cuentos "Cabronerías: historias de tres cuerpos" (1995), el libro híbrido "Mariconerías: escritos desde el margen" (2006), y la colección de poemarios "En (el) imperio de (los) sentidos" (2013).

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Ángel Isián

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Beyí Ashé

Capítulo VIII Hace once años que no la ves, ¿verdad? En medio de tu embarazo la fuiste a ver al psiquiátrico. Después de un largo abrazo, le siguió un silencio casi interminable. Joana se veía rota, cambiada. En sus ojos no estaba tu hermana.

Había algo grotesco en ellos. Su aura desplegaba la malicia de la inocencia perdida.

—Me cogiste miedo, ¿cierto? —te dice después de mucho rato de solo mirarse las caras.

—¿Ah? —No importa, es mejor así. Después de hoy no nos veremos en mucho tiempo.

—¿Por qué dices eso?

—Toma —te entrega un papel arrugado —cuando me necesites, lo sabrás.

Cuando llames a este número, vendré por ti. No lo olvides.

Nunca lo olvidaste. La primera vez que te viste tentada a llamarla fue en el Bronx.

Después que todo quedó esclarecido ante la ley, Zitzaida recobró la custodia de los niños. Pero Pepe y Joana eran lo suficientemente grandes como para escaparse, y eso hicieron. Pepe se fue a vivir con Yaya y Joana desapareció sin dejar rastro. El rencuentro entre tú y tu madre fue más amistoso de lo que esperabas. Ella te rogó perdón, te juró que Manuel había cometido los crímenes y que la ley lo había demostrado. Lloró frente a ti diciendo que ella jamás sería capaz de lastimar a sus hijos. Te rogó que la perdonaras por lo que te había dicho, que fueron solo palabras nacidas de su dolor de madre al perder a sus hijos, que nunca debió desquitárselas contigo.

Y como siempre quisiste ver a Zitzaida en el plano de madre, no te quedó de otra que cogerle pena y perdonarla. Le dejaste a los niños, e hiciste las paces.

Poco después nació Zoar. Nació prematura y los médicos no le dieron mucho tiempo de vida. Te la entregaron, pensando que, en manos tuyas (apenas una niña también), no sobreviviría. Pero la cuidas mejor de lo que jamás pensaron. Buscas la forma de que succione leche, porque es tan frágil y subdesarrollada que ni eso sabe hacer.

Cuando nace la nena, Gelo te regala una muñeca.

—Yo estoy vieja para estar jugando con muñecas, mi amor.

—No me digas —te dice riéndose— esta muñeca no es para jugar.

Le levanta el traje y te muestra una cremallera que oculta un bolsillo repleto de dinero.

—Ya sabes que no me gustan los bancos, pero quiero que siempre tengas un dinerito extra guardado. Uno nunca sabe. Esto es para ti y para la nena.

Cada vez que puedo le voy a echar par de pesos, así que guárdala bien — tomas la muñeca y la guardas donde pones la ropita de Zoar.

Cuando la niña se fortalece, y se enteran de tu nuevo embarazo, Gelo decide que es hora de irse a Nueva York a vivir. La decisión final, sin embargo, no la toma hasta luego de una fuerte discusión con Celia, cuando le confronta por su estilo de vida.

—Te la pasas bebiendo y metiéndote porquerías. Despierta, nene, que tienes una esposa, una nena recién nacida y otro bebé de camino. No puedes

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seguir así, ya estuviste en la cárcel una vez cuando mataste a ese chamaquito. ¿Hasta dónde vas a llegar? Ya tienes casi treinta años, muchacho de Dios.

Madura que vas a matar a tu pobre vieja también de la angustia.

Gelo se molesta tanto que le jura que no le volverá a hablar y te lleva pronto para el Bronx. Te da mucha tristeza despedirte de Celia quien ha sido más madre para ti de lo que jamás fue Zitzaida, en especial por la forma en que se ven obligadas a partir.

—No se preocupe doña Celia, Gelo va a recapacitar. Nos veremos pronto y él le pedirá perdón. Créeme que sí.

—Dios te oiga, mija. Muchas bendiciones para ti y la nena. Escríbanme desde allá, que me van a hacer falta. Me mandas foto del bebé cuando nazca.

Cuídense mucho y que Dios y la Virgen me los protejan y los cuiden.

Gelo, sin embargo, no se despide, y cuando llegan al Bronx, aprendes del mundo del que, hasta ese momento, Gelo había tratado de protegerte.

—Si viene alguien de visita, te metes al cuarto y no salgas hasta que las personas se hayan ido.

—¿Por qué? —le preguntas.

—Hazme caso y ya —te sospechas lo que está pasando, así que decides no cuestionarle más por el momento y le obedeces.

Y cuando llega cualquier visita, te escondes en el cuarto y ni te asomas. Son meses solitarios en ese complejo gris y viejo donde en los días apenas te acompañan Zoar y el Enoc que llevas en tu vientre, los rajieros o las ratas, y las cucarachas que nunca logran eliminar por más que fumigan. Gelo se la pasa afuera mucho tiempo. Solo conoces a uno de sus amigos que se llama Luisito.

A veces viene, pero te da mala espina. Parece estar drogado la mayor parte del tiempo así que evitas hablar con él si puedes.

Y no es el único que parece estar drogado todo el tiempo. Notas las marcas en los brazos de Gelo. Tratas de hablar con él sobre las llagas, sobre su temperamento cambiante, sobre lo que hace cuando trabaja. Te esquiva todas tus preguntas, diciéndote que todo estará bien. Pero él sigue empeorando. Cada vez se ve más ansioso y desesperado y solo notas una leve mejoría cuando nace Enoc. No puede sino sonreír continuamente por el nacimiento de su primer hijo varón. Los acompaña en el hospital. Como Enoc también nace prematuro debe permanecer más tiempo en la incubadora porque aún sus pulmones no funcionan. Gelo se queda con él cuidándolo todo el tiempo que puede, porque tu aún estás en recuperación, y asume la responsabilidad de cuidar de ambos bebés. Cuando a Enoc lo dan de alta, viajan hasta Filadelfia para que conozcas a sus medios hermanos y a su hija mayor, a quien mandó a buscar desde Michigan para que conociera a sus hermanitos. Tus medios hermanos también llegan hasta Filadelfia para el bautismo de los niños en la Iglesia Católica.

La felicidad y la jovialidad de esos encuentros acaban demasiado pronto.

Regresan poco después del bautismo al Bronx donde la basura en las calles, la peste, el círculo vicioso del gris de la ciudad, el primer frío del otoño de ese año y el silencio del pequeño apartamento te devuelven a la realidad cotidiana.

Gelo te trata con cariño, muestra amor por sus bebés, pero resume su tensión habitual, sus desesperos incomprensibles, y sus comportamientos extraños.

Notas más las marcas en sus brazos, aunque trata de ocultarlos. A veces se

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encierra por largos ratos en el baño. A veces está fuera todo el día. Alterna su comportamiento entre exceso de energía y depresiones prolongadas. Casi no duerme, y notas que no tienen sexo como antes. A menudo lo sorprendes rascándose como si tuviera un picor del que no puede deshacerse.

—¿Qué está pasando, Ángelo? Dime la verdad…

—No te preocupes por mí, Devi. Voy a estar bien —pero sabes que no es verdad.

Y entonces algo se despierta en el apartamento. Tus viejas pesadillas vuelven a ti. Tu lucha contra una gran serpiente en tus sueños. Las voces y las sombras que viste en casa de Zitzaida cuando buscaste a René y a Larito comienzan a visitarte. Los ves en las esquinas de tus ojos. Y los cantos que oíste por primera vez en esa misma ocasión llegan a tus oídos cada vez que Gelo llega a la casa. Tratas de ignorarlo. Todo debe estar en tu mente, en eso insistes. Mantienes esa idea como escudo contra lo que se avecina. Te refugias en tus niños. Les cantas, les lees cuentos y oras con ellos. Pero el canto se hace cada vez más claro y audible según pasan los meses hasta que no puedes ignorarlo más.

Gelo está en el baño. Lleva rato ahí. Pero hay voces que le acompañan.

Escuchas cuando le cantan, y también cuando le susurran cosas al oído. Te acercas a la puerta y pegas tu oído para escuchar.

—Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman.

Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman.

—Te acuerdas de cuando lo mataste, ¿verdad Gelo?

—Estabas borracho.

—Sí, andabas con la pistola esa que te regaló Ciro cuando te metiste al negocio.

—Pero tú siempre tan descuidado te pusiste a disparar al vacío.

—Pero no había vacío solamente en esa calle. También había un niño.

—Y lo mataste —Lo mataste.

—Lo mataste.

—Lo mataste.

—Lo mataste.

—Lo mataste.

—Lo mataste.

Llamas a Gelo. Pero no responde. Solo escuchas las voces. Remeneas la puerta. Luchas con ella hasta que logras abrirla.

—Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman.

Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman.

Hay rostros que cantan y hablan en las llagas sobre los brazos de Ángelo.

Sobre él se esfuma una apertura oscura con humo y luces de colores cuando entras. Te acercas sin evitar expresar tu asco por las caras que gesticulan muecas sobre su piel bañada en sangre, baba y pus. Lo agarras con cuidado de no tocarlas; sus bocas dientudas amenazan con morderte. El canto se aquieta y los rostros grotescos luego de una risa burlona, se callan. Sombras y

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figuras se discurren por el apartamento cuando tocas a Gelo. Una jeringuilla se cae de su mano al piso del baño y tu marido llora frente a ti.

—¿Que está pasando? ¿Qué te pasa, Gelo?

—No sé, Devi, pero te prometo que voy a mejorar. Por ti, por los nenes, estoy tratando de mejorar. Quiero darles una buena vida. Se lo merecen —lo ayudas a levantarse, bañarse, y lo llevas a la cama. Esa noche tienes pesadillas.

La serpiente tiene miles de rostros carnosos, sangrientos y babosos sobre sus escamas. Todos cantan para ti.

—Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman.

Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman.

—Ángelo.

—Devana.

—Zoar.

—Enoc.

—Los devoraremos a todos uno por uno. Los devoraremos a todos uno por uno. Los devoraremos a todos uno por uno. Los devoraremos a todos uno por uno. Los devoraremos a todos uno por uno. Los devoraremos a todos uno por uno.

Despiertas en una cama vacía. Gelo no está. Pasas las horas sola con Zoar y Enoc. En la tarde escuchas un toque a la puerta. Pones tu ojo sobre la mirilla y ves a Luisito al otro lado. Abres sorprendida.

—Devi, le dispararon a Gelo —te dice temblando todo. Al principio piensas que debe estar bromeando. Pero él sigue hablando rápido y desesperado — esta allá abajo. Unos tipos le metieron un tiro. Hay que llamar a una ambulancia— llamas al 911 y luego de dar toda tu información, le ruegas a Luisito contra tu mejor juicio y en medio de tu desespero que se quede cuidando a los nenes para tu poder ir al hospital con Gelo ya que todos en la familia te aseguran que no pueden ayudarte. Luisito accede.

Bajas hasta la calle como poseída de una locura, llorando. Lo ves desangrándose sobre la acera y te desesperas aún más. La gente sigue su rumbo. Nadie se inmuta mientras caminan cuadra arriba y cuadra abajo. Aún esta consiente, pero esta temblando. Los rostros es sus manos se ríen.

—Pronto serás nuestro, Ángelo. Ahriman, el terrible te llama a su encierro.

—Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman.

Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman.

Un hueco se abre sobre él: el círculo abismal de humo negro, púrpura y azul aparece de nuevo. Los cantos de los rostros sobre Gelo se intensifican.

—Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman.

Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman.

Un brazo escamoso, aceitoso y ocre se estira tratando de agarrar desesperadamente.

—Es hora Ángelo. Ahora vendrás a saciar mi sed.

—Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman.

Ahriman.

Ahriahriman.

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Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman.

Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman.

La mano lo agarra, pero no a él, sino un cuerpo como el suyo que lucha por librarse de la mano y del abismo que lo hala. Miras hacia el agujero de sombras, escuchas niños llorando y buscas entre el humo, hasta que los ves, unas siluetas que se parecen a Papo y Yuni atrapados en el agarre del ser que habita el abismo. Su cara alargada, deforme y espantosa denota un hambre ancestral. Sus múltiples ojos te dejan aturdida, confusa; la negrura en ellos es más profunda que un planeta desprovisto de astros. Te obligas a salir del trance cuando escuchas las sirenas llegar.

—Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman.

Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman.

El segundo Gelo sigue luchando por librarse. Lo tratas de agarrar, pero tus manos no pueden afirmarse sobre él, así que golpeas la mano ocre para que no se lo lleve. El dueño de la mano suelta a Gelo como si aturdido por tu golpe, y su brazo regresa al abismo de humo. La apertura se cierra y las voces se callan de nuevo.

—Solo postergas lo inevitable —dice una ellas antes de silenciarse.

Ambulancias, policías, preguntas, respuestas, todo lo que sigue es un celaje para ti. Estás en una especie de pesadilla sin poderte despertar. Vuelves a hacer varias llamadas a tíos, tías y primos buscando algún tipo de apoyo en medio del desastre. Hasta llamas a Zitzaida que se había mudado para el Bronx persiguiendo a varios de sus hermanos que se fueron de Playita Cortada para probar sus suertes en Nueva York, pero no corres mejor suerte la segunda vez, todos te dicen cuanto lo lamentan, pero simplemente sus compromisos no los dejan llegar. Estás abandonada a tu suerte en una sala de espera, frente a una sobria puerta desde donde presientes las voces.

Vienen por él. Lo sabes, no hay nada que puedes hacer. Cada vez que se abre escuchas la melodía: —Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman.

Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman.

Se acrecienta el tono de la melodía con el vaivén de las enfermeras.

—Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman.

Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman.

Hasta que finalmente sale el cirujano y todo queda en un silencio tan perturbador que miras alrededor incrédula. El doctor se acerca, te ofrece agua. Lo tomas porque de repente te das cuenta de que tienes mucha sed.

Buscas respuestas, él lo sabe. Te pide que te sientes. Tomas otro sorbo de agua.

—Devana, Gelo está muerto. La bala impactó su hígado. Su consumo de alcohol y otras sustancias le debilitaron el órgano y no resistió el impacto. Se le reventó por dentro.

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No puedes reaccionar. Te sientes demasiado tranquila ante la noticia, embobada, como si flotaras en el aire. Contemplas el vaso de nuevo. Sabes que el doctor te dio un tranquilizante. Decides que quizás sea para bien, aunque igual te sientes muerta por dentro. Te das cuenta de lo mucho que lo amabas. A pesar de todo, te trató siempre con amor y cariño y nunca te maltrató como lo hizo Zitzaida.

—Tienes que decidir qué vas a hacer —te dice el doctor. Mas fácil dicho que hecho. Tú, una nena de dieciséis años con dos bebes y un esposo muerto en medio de una isla gris sin nadie que te socorra. Le pides un poco de tiempo al doctor para verificar que tus nenes estén bien y hacer unas llamadas.

Necesitas apoyo, alguien que te consuele, algún ser que te muestre cariño y te diga que todo va a estar bien. Claro, habías venido a depender de Ángelo para esa seguridad, aún con sus pobres decisiones, te sentías bastante a salvo y protegida con él, y él siempre supo cómo asegurarte bienestar aun cuando no siempre podía proveerla. No sabes si podrás sufragar todos los gastos ahora. Ángelo era el sostén económico de la familia. Siempre insistió en que tu deber era estar con los bebés y cuidarlos, que luego habría tiempo para que terminaras de educarte y conseguir trabajo. Ahora, sin él, no sabes que harás; como criarás a tus hijos, como cumplirás tus sueños de estudiar y hacerte una profesional y vivir la vida con la libertad económica que siempre soñaste. Las ilusiones por tu futuro, el amor y la vida se hacen agua filtrándose por los huecos entre tus dedos, dejándote gotas de esperanza que pronto también se evaporarán.

Y de camino al apartamento, en medio de tu tormenta emocional y todas las ideas que se cruzan y enredan en tu psiquis, no te percatas de unos hombres que te siguen y se te acercan para empujarte al interior de una van blanca. Tu pulso late a capacidad. La impresión es tan fuerte que quedas paralizada. La oscuridad adentro, el olor mustio, el silencio inicial de los hombres enmascarados, la extrema confusión y el miedo que desgarran tu realidad quiebra en la misma medida los hilos finos de tu cordura. Te hacen preguntas mientras el barril de una de sus pistolas hace presión contra tu sien.

—¿Quiénes somos?

—¿Nos has visto?

—¿Sabes en lo que estaba metío tu marido?

—Y a este, ¿lo has visto?

A todo respondes que no. Lo juras y lo vuelves a jurar. No sabes de qué se trata todo esto. Uno de ellos interviene en medio del breve interrogatorio.

—Está diciendo la verdad. Entré al apartamento un montón de veces y nunca la vi, ni ella a mí —eso les basta. Te dan sus condolencias y ponen en tu mano un bollo de billetes y te dejan como si nada frente a la puerta del condominio. Los vecinos no pueden evitar notar el efecto de los horrores que has vivido en el espacio de solo unas horas. Tu rostro maltrecho, tus ojos hinchados y tu pelo revuelto delatan la angustia que se adueña de tu día. Aun así, nadie dice nada, solo te observan con pena: —Pobre nena —dicen, pero la pena no basta para motivarlos a intervenir.

Cuando llegas al pasillo, al fondo ves tu puerta abierta, y escuchas el chillido de tus bebés llorando. Vuelves a tu trance de horror, se te aprieta el pecho y sales disparada gritando sus nombres:

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—¡Enoc! ¡Zoar! —lo repites como una loca, hasta que finalmente das con ellos, ambos sanos dentro de la cuna, rodeado del caos de ropa, bienes, y utensilios tirados por toda la casa. Una vez te aseguras de la entereza y salud de tus infantes y los calmas, revisas todo el apartamento. Luisito no está.

Tampoco están los objetos de mayor valor: chaquetas, electrodomésticos y joyería; todas brillan por su ausencia, señal segura de que el mejor amigo de tu marido se había servido con la cuchara grande. Vuelves a sentarte a llorar tu frustración. Sabes que tendrás que llevar el cuerpo de Gelo a Puerto Rico, por el bien de la salud emocional de Celia, a quien todavía no has llamado. ¿Con qué dinero? Te acuerdas de lo que llevas en tu mano casi incrustado. Cuentas las hojas verdes. Lo que te dieron los maleantes podría cubrir parte de los costos fúnebres, pero aún piensas que transportar el cuerpo hasta la isla requerirá más dinero. Se te ocurre que quizás no todo está perdido. Gelo tenía muchos defectos, pero al menos siempre pensaba en el futuro. Regresas a tu cuarto. Junto a tu mesa de noche, dejada con las gavetas abiertas y ahora mayormente vacías, tirada boca abajo, está la muñeca que Gelo te había regalado. La revisas, y en el bolsillo secreto, debajo de su traje, encuentras el dinero que semana tras semana, Gelo había guardado para ti.

Respiras hondo tratando de no extraviarte de nuevo en los delirios de tu desdicha. Con lo que tienes puedes costear los trámites. Esperas a calmarte un poco más. A pesar de todo, sabes que lo peor que experimentarás esta tarde será la conversación con Doña Celia. Agarras el teléfono, pero antes de que puedas marcar, escuchas algo desde el baño: —Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman.

Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman.

Te acercas con cautela dejando el teléfono sobre la mesa. El portal está abierto de nuevo y las voces desde el interior te imploran.

—Devana, pronto te vendremos a acompañar.

—Serás nuestra también.

—Nam Irhá te espera.

—Tu carne invita; tus memorias seducen.

—Espéranos pronto…

—Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman.

Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman.

Ahriahriman. Ahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriahriman. Ahriman.

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Ángel Isián (él) nace en 1984. Poeta y narrador puertorriqueño y autor del libro "El cuco te va a comer". Fue editor de la antología de cuentos de horror "No cierres los ojos" 1 y 2.

Codirector de Libros Eikon.

Angelisian

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Karlié Rodríguez

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You Are Not My Übermensch—, or the Trauma of Firsts Dear “Marco,” I wrote these fragments for you, But they are not about you.

With lust (or something like it), Karla On Monday I can’t stop thinking about you. I masturbated on the couch thinking about your dick in my mouth. I completely forgot the curtains were open, the night pitch black, the living room lights on. I came hard without you. Twice. Grace & Frankie was playing in the background. My heart was beating out of my chest like a clumsy drum. (You’ve felt it since. You know the beat.) I licked my fingers hoping they would taste like you. Then, I remembered the neighbors and, blushing, walked to the glass doors that led to my balcony and sighed with relief at the sight of their covered windows. Somewhere in this apartment complex, there are two people fucking their brains out. I cannot help but to think: what a royal shame it isn’t us.

On Tuesday In the dim light of a southern suburb, at twilight, I caught a glimmer of you with my mouth. You taste of colonies, just like me. We are raw power in translation, you and I. Do you taste it, too?

Are we only real to me?

Back in reality, I daydream about these two worlds of ours so predisposed to collapse and disintegration. We are two sinking ships—an aircraft and a caravel meeting at sea.

We are that unlikely yet that possible.

The brain in my gut screams at me to remember the Truth. Your words echo in my head on a loop: “don’t deny you know what you know.” Here is what I do know: There is a part of me that is grieving for my you ideal. That part wants things you are either unable or simply unwilling to offer to me. That part is clever and reminds me: “he absolutely means it when he says he is using you.”

Kink and reality are often one and the same wearing each other as masks. You should know women like me are like a rare artifact. If you do not recognize that, you must be oblivious to the true significance of surplus value. Or is this a matter of taste? I do not want to make this about aesthetics—though this is, in part, about aesthetics, right? About an intrinsic obligation to the perfect optics? What about desire? It does not matter. I could be projecting. Just please understand this:

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I’m busy, too.

I am not chasing after you for 3 months just because you think you can get a 15% raise out of me.

I am not Work, I am Pleasure. Nice to meet you. If it’s work you want, go find her elsewhere.

Asshole.

On Wednesday Today, I finally recognize you as something that is external to me. I do not know you—you are a stranger. I am forced to grapple with my impulsivity, my recklessness. I wonder about the present, what it could have been if I had met you after I met you. Experience is a powerful ally. Seconds are always better than firsts.

I listen to Amanda Miguel on repeat. Ámame una vez más, she sings. I shiver at the thought of kissing your lips one more time. I long for your sharp contrasts: your rough softness, your dangerous tenderness. You, hunter. To be devoured I pray.

(Maybe you are right. Maybe I am young.)

On Thursday Yesterday morning I cried. I also danced and laughed, and dreamt about other futures away from that ideal YOU I invited into my head. I discredited some perceptions and validated others, combing the past for facts. There weren’t any. Only illusions.

Today, I remembered the taste of your blood and the youthful look on your face when you called me a “vampire.” It almost made me forget you’re an old man with an old man life, old man desires, and old man intensions. I am an old woman, too, but not with you. With you I feel small. Smaller than small. Tiny yet cavernous. I feel like a house without windows, inhabited by the shame of lust.

YOU, dogma. YOU, body. YOU, event horizon.

YOU I, AWAKENINGS. In the evening, I clean my apartment viciously, almost like I’m scrubbing the dirty you made me. Every sweet nothing is tarnished by the usability of this mountainous body. Its erosion. Its disposability. All my openings feel clogged. I cry for release yet I’m too scared of explosions. I dream of rumbling volcanos that never erupt. WE are MY Yellowstone.

Tender flesh I am. A corporation of overworked, damaged nerves, just like the life I imagine you lead. I scream softly, almost in whispers. Hysteria is a familiar pathology. I run away from the desperation of infatuation. Then, I remember:

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I did this. I set myself up for this harvest. I asked for it. I collected the soil and spread it all over this cave. I planted failure when I opened my legs for a stranger and liked it. I will be devoured by my own gluttony.

I think about you all day like a drug addict. I know the feeling well. One more hit is never just one more hit. I know. But in the night, there is a burning. My caldera fills up with magma and bubbles.

And finally, at dusk, I wish I were clay.

On Friday “I am.”

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Karlié Rodríguez (ella/elle) es una escritora, traductora y teórica Mayagüezana. Actualmente reside en Atlanta, Georgia, donde cursa estudios doctorales en el departamento de inglés de la Universidad de Emory. Escribe cuando y como puede, casi siempre cuando se siente sola, bellaca y triste.

Kingcito_ Thekingkarlie.com

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Estela Jiménez, La Keborca

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"El cruce" Diseño gráfico

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Estela Jiménez (ella) cuenta con un estudio de arte llamado “La Keborca”, donde desarrolla artes plásticas y gráficos. Dentro de sus trabajos publicados, se encuentra "Tetuán" (2019) un zine de imágenes, y "Santa Ana" (2020), un libro de prosa poética. Además del trabajo gráfico y literario, Estela trabaja grabados, monotipos y medio mixto.

LaKeborca

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Jannelys Malavé Rodríguez

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Existencialismo frente al espejo mientras comparto memes en Facebook y me compadezco de mi infancia no resuelta ¿Qué soy? ¿Lo que escribo? ¿O lo que no?

Si se manifiestan mis penas agarradas a mis alegrías y no se deciden qué camino tomar qué letras debo tocar Llueve y truena y se asoma transversal, un arcoiris y trato de entender a todo el mundo cuando aún no me entiendo a mí misma Intento mirarme a los ojos, pero me aterro, es como si no existo, farsante como si me diera miedo lo que hay del otro lado (como si lo que hay del otro lado no fuera solo yo) (loca) dime, niña (fuiste) ¿qué es lo que verdaderamente te hace llorar? y dime, mujer (eres) ¿cómo te consuelo? no es fácil mirarse a los ojos que aun no pecan y recordar que no siempre viví esta vida pero que siempre cargué esta pena.

El universo es tan pesado y aun así intento cargarlo con todo y sus flotantes ¿y quién soy si no es así? ¿qué hago sino eso?

La peor de las verdades es que no soy ni lo que quiero ni lo que no quiero no tengo la razón ni la he perdido soy casi tan egocéntrica como los que critico no estoy exenta al juicio por eso lloro porque soy tan del mundo como el mundo es mío Y soy lo que escribo tanto como lo que callo.

Georgía O'Keeffe, Flowers

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La intención cuenta Llevo toda mi vida esperando este momento. Un momento para probar que existo, que pienso, que siento, que valgo. Siempre me han mirado raro. No recuerdo cuándo comenzó pero sé que empeoraba cada vez que en Walmart me atrevía a pedir un hot wheels en vez de una Barbie. “Pon eso para atrás que yo no parí machos”. Parada aquí, con mis pantalones cargo, mi camisa de botones y el recorte que mi madre jamás me dejó hacerme en la high, pongo esa premisa en duda y no por primera vez. Y de verdad que yo entiendo. Nadie se esperaba esto, y sabe Dios que no pedí nacer con este complejo de arreglarme en el pantalón los huevos que no tengo que a veces me libera y otras veces me hace sentir como si el mundo fuera tan pequeño que no quepo en él. Se empeora mi asfixia los domingos de viandas y bacalao sentada frente a los católicos con los cuales compartí oxígeno por dieciocho años. Siempre me han mirado raro y mucho más desde que tuve el atrevimiento de salir de la cueva de Coamo y rezarle a las diosas de la metro disfrazadas de jerezanas.

Pero hoy están aquí. Comieron, se bañaron, se prepararon y bajaron dos horas y pico para verme aquí parada recitando mi poesía aun cuando saben ellos y yo que no la van a entender ni les gustaría si lo hicieran. Quiero hacer algo por ellos. Quiero que vean por fin que yo los amo, que tengo talento, que soy más que una bucha con complejo de no serlo.

A las palabras se les pierde el miedo cuando se sacude el complejo de lo que nombran mamá papá mundo me gustan las mujeres y yo les gusto lesbiana maricona pata malnacida siniestra en esta casa se peca metiendo los dedos y sacudiendo la lengua empapándome en el éxtasis de ser lo que todos temían que fuera el miedo, fluorescente, desde adentro hacia afuera cortando a machetazos la yerba mala que me sembraron de que mi cuerpo mi sexo y mi deseo le pertenece a otro ente que esta chocha.

Quería hacer algo por ellos, pero terminé haciendo algo por mí.

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Jannelys Malavé Rodríguez (ella) es escritora y maestra. También es fundadora y editora de la revista Interesante. De igual forma, funde como coeditora de Evento Horizonte.

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Mary Ely Marrero-Pérez

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Móvil pasional La pesadilla inició al sentir el peso sobre el vientre y algo frío en el cuello.

Abrió los ojos y vio a su aman-te sentada sobre él, cuchillo en mano y ojos desorbitados como una bestia vengativa.

—¿Por qué? —musitó el hombre evitando moverse.

—Tu esposa me acaba de informar que me eres infiel con ella —dijo mientras oprimía más contra la yugular.

—¡Eres mi amante, mujer! ¿Qué esperabas? —respondió tras una risa tímida.

Sintió el filo penetrándolo abruptamente, y antes de morir, alcanzó a oír a la mujer decir "Los poemas son solo para mí".

Me sorbes el whiskey Me muerdo los labios de carne ardiente y metáfora de magia pensándote en sinalefas que se mecen entre tu alias y el mío.

Se me acalora el barril de roble y se me fermenta la delicia del licor de tu recuerdo endulzado en el maizal recostado en nuestras espaldas.

Contigo en la memoria, me hago celta de colores repleta de agua viva.

Se me destila dentro tu fragancia añeja, tu trigo de edad de hierro, como arma metalúrgica que a mi calor cede tal blando placer.

Soy la Deva que se enmiela con tus porciones de fruta y en la que te acaramelas con mis porciones de madera.

En la remembranza me tragas y, en el sorbo, tu lengua grita mi nombre.

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"Morir de a poco" arte digital Asesino del amor He aquí un zapato como evidencia.

Una cucaracha a medio vivir es un lenguaje.

Casi una lección de historia, de lingüística…

Todo un poema.

Vanessa Droz “Las burlas de la selva” (fragmento) He aquí un zapato como evidencia Sin conocerme, Blattodea me persiguió a pasos torpes y acelerados.

Habíamos salido a la vez de la oficina postal a las seis y treinta de la tarde. Me observó insistentemente; sentí el calor de su mirada, alcé el rostro y me conecté con sus ojos. Nunca lo había visto. Dados los primeros tres pasos, sentí los suyos detrás de mí. “¿Por qué tuve que ponerme los zapatos de aguja hoy?”, pensé, culpándome.

Eran mis primeros stiletti Passerella. Pagué cinco mil euros por ellos en Italia.

Aunque solo tenía seis mil en mi cuenta bancaria, no pude resistirme de comprar esos zapatos blancos que, seguramente, me harían lucir distinguida.

En esa persecución, mi soberbia y vanidad me limitaban el paso.

“Quizás no me persigue. El vino de anoche puede residir aún en mí”. Fue una posibilidad que decidí constatar. Me detuve abruptamente; confirmé que me seguía porque no continuó su paso. Vi hacia atrás, esperando que se sintiera amedrentado por mi valentía, pero los nervios no me permitieron sostenerle la mirada por más de tres segundos.

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Me quité los zapatos y, sin tiempo para guardarlos en la cartera, emprendí la corrida con ellos en la mano. Me concentré en varios detalles: “Pisa firme para que no te caigas, acelera para que no te alcance, no pierdas de vista el camino para que no te extravíes y empuña bien los zapatos para que no los pierdas”. Mientras corría, metí la mano derecha en la cartera en busca de las llaves de la casa. Mis dedos se tropezaron con un lápiz labial Rouge de Beauté, la billetera Curro Caro, el espejo, monedas, el encendedor, la caja de cigarrillos Eternal Fresh Mint, el perfume Dolce Vita miniatura… hasta que atraparon las llaves. “Una curva más y estaré en casa”. Miré hacia atrás nuevamente y vi que nos separaban, aproximadamente, cincuenta pasos. En mi distracción, dos segundos fueron suficientes para que mis rodillas golpearan la acera. El stiletto izquierdo cayó demasiado cerca del canal, por lo que el hombre adelantó como treinta pasos, aprovechando mi caída, levantada, búsqueda y segunda emprendida.

Con los zapatos en la mano izquierda, fuertemente apretados (dedos contra palma), y con las llaves en la mano derecha, veía como la cerradura se acercaba. No ansiaba más que penetrar el pestillo, girar la manija, entrar, cerrar la puerta, guardarme en seguridad y ver burlado a ese selvático que me creía su presa.

Fallaron mis cálculos mentales: en pocos respiros, su pecho tocaba mi espalda. Con los brazos alrededor de mis hombros, me oprimió, empujándome los glúteos con su pelvis. Me obligó a recostarme de la puerta; sentía las mejillas, el busto y los muslos apretados. “Abre la puerta y haz silencio”, dijo con voz ronca, en un bajo de truhan cinematográfico. Mi grito lo llevó a cubrirme la boca con una mano que olía demasiado dulce para ser un violador o un asesino.

Temblaba; tardé más de lo habitual en abrir la puerta. Mis gritos se quedaron encerrados en el cóncavo de la mano del hombre que oprimía mi boca. Una vez liberados mis labios, los gritos sencillamente no salían de mi pecho; sentí el diafragma contraído en el silencio. Me miró, y en un impulso enérgico, me lanzó sobre el sofá, se aventó sobre mí, me tiró de los cabellos con la mano izquierda y con la derecha tanteaba con su cremallera. Me lamió el cuello con una ternura que nada tenía que ver con el acto. Desprendió sus dedos de mi cabellera y con el apretón de pulso al que me sometió, me obligó a soltar las llaves. Tuvo que forcejear salvajemente conmigo para que soltara mis stilleti. Una mordida en el antebrazo fue el fin del empuñado calzado.

Sentía a Blattodea y a toda su rigidez sobre mí. Quizás debí llorar, golpearlo, rogarle por piedad… pero estaba inmutada. Mi memoria hizo una diapositiva de amantes encima de mi cuerpo: todos sudados y apáticos. Este era el primer hombre que se interesaba por mí y no debía ser recíproca, no podía disfrutarlo, ni valorar su deseo.

Con un movimiento casi coreográfico, tomó mi camisa por los extremos del escote y de un tirón mis senos quedaron expuestos. Su lengua, paradójicamente tierna, se apoderó de ellos, mientras que sus caderas se movían rítmicamente en busca de una penetración falsa, impedida por mi pantalón. Gemí, nos sorprendimos, y se detuvo. Se separó y me mostró un nuevo rostro impactado por el temor. Se acercó nuevamente y se valió de mi

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cabello para ponerme de pie. Le guie el rostro hacia mis senos desnudos, aún mojados. En una mordida voraz volví a gemir. Paralizado frente a mí, se retiró hacia la puerta, guardó su virilidad tras la cremallera y puso la mano sobre la manija. Otra diapositiva de abandonos capturó mi ego. Disoluta, me valí de mi stiletto derecho para someterlo a la obediencia. Corrí hacia él y le clavé el tacón de aguja.

Estaba desvanecido, desplomado en el suelo, respiraba intermitentemente y me miraba fijo. Cuando vi mi zapato blanco, manchado de sangre, acuchillándole aún el cuello, decidí rescatarlo de ese cuerpo y salvar los cinco mil euros invertidos. Fue cuando el manantial rojo y espeso escapó a chorros aligerados.

Una cucaracha a medio vivir es un lenguaje Tosía y se llevaba las manos al cuello intentando salvarse. Para mí fue obvio que me pedía perdón por no saber enamorarme y tomarme el cuerpo a la fuerza. La sangre no detenía su paso en el suelo; el cuerpo delgado yacía espasmódico. Los ojos comenzaron a movérseles, como si la conciencia le retumbara en las pupilas. ¡Fue contagioso! “¿Qué hice?” Me imaginé calcinada en una silla, con el cuello partido en la soga o con veneno en las venas por haber asesinado a un hombre. El calor me invadió las piernas y el frío el pecho.

Pensé buscar ayuda médica, mas mi imaginación se limitó de historias para justificar su estancia muerta. Había leído historias policiacas de Sir Arthur Conan Doyle y visto a Sexton Blake en la televisión junto a mi abuelo. Temía que un policía sagaz descubriera en mi rostro una mirada de verdad que dijera “Yo lo había deseado”.

Cesaron los espasmos corporales de mi atacante; supe que había muerto.

Acerqué mi mejilla y oreja a su pecho. “Soy una asesina”. Recordé que en la cartera tenía el medicamento ideal para la ansiedad. Fumé sentada en el sofá con la mirada fija en mi víctima. ¡No se movía!

Eran las ocho y veinticuatro cuando recordé mis stiletti: uno de ellos estaba ensangrentado. Salté del sofá, tomé los zapatos, fui al armario del cuarto y busqué una camisa de seda blanca. La humedecí con agua tibia y jabón de castilla; con movimientos delicados, libré al derecho del mínimo rastro de sangre. Regresé a mi cuarto y los guardé en su caja acojinada.

Pensé en encerrarme en la habitación, pero también había leído cuentos de terror de Edgar Allan Poe y visto sola, en la oscuridad, las piezas de cine de Don Siegel. Tener a mi hombre muerto vigilado no solo cumpliría con los preceptos de mi religión, sino que me libraría de ser la protagonista de un relato de ficción.

Volví a la sala, a mi posición de fumadora nerviosa y observadora. Tras el quinto cigarrillo, me dije: “¿Quién será ese hombre?”. Me arrodillé frente a él y le palpé el pantalón. En el bolsillo trasero llevaba la billetera y en ella, un euro, la envoltura de un chocolate y su cédula de identidad; nada más. En la foto se ve más alegre, bien peinado, afeitado. Imagino que el día en que lo fotografiaron olía tan dulce. “¿Blattodea Pervertĕ re Idios? ¡Qué nombre! ¿De dónde es este individuo? Nació el 3 de enero de 1973. Es mayor que yo, pero luce más joven. Residencial Paraíso, Local 45, Zaragoza. Vive lejos. ¿Qué lo trajo

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hasta aquí? ¡Viene de más lejos aún: nació en Atamania! Blatta Pervertĕ re es su padre y Eidés Idios su madre”.¡Volví al sofá y fumé mucho más!

Casi una lección de historia, de lingüística “Tengo que deshacerme de este cuerpo”. El temor me llevaba a patearlo suavemente, con la esperanza de que, tras once horas, resucitara el yacido. ¡Fue inútil! Finalizado mi suministro de cigarrillos, el calor de las piernas, el frío del pecho y los nervios de los dedos incrementaron.

Le tomé la mano derecha a Blattodea, pálida, delgada, y pude leerla: sus uñas estaban bien recortadas y limpias, las cutículas repujadas y la piel lisa y olorosa a algodón de azúcar. Lo pude percibir a pesar de que la sangre se las invadía. Supe que era meticulosamente limpio. Cerré los ojos e imaginé sus rituales de higiene. Cuando reaccioné, mis manos, guiadas por mi inconsciente súper ego, le acariciaban el cabello lacio y suave. “¿Qué estoy haciendo? ¡Pobre hombre!” Quería retroceder en el tiempo.

Me dominó un mareo, se me resecaron los labios y no me desprendía del calor, el frío y los nervios. Miraba su cédula de identidad, cuestionándome la persecución del hombre. “Blatta Pervertĕ re y Eidés Idios.” Hice memoria de los cursos de psicología que había tomado en la universidad y Sigmund Freud me retumbó en el consciente. Me imaginé al niño Blattodea humillado en una esquina de su habitación, con marcas en las piernas ocasionadas por la hebilla de un cinturón, con rastros de humedad paternal en el cuerpo, necesitando un abrazo maternal imposibilitado. “¿Qué hice? ¡Maté a un pobre niño!”.

Fui a la cómoda por una tijera, a la cocina por una palangana con agua tibia, al baño por el jabón de castilla y a mi armario por otra camisa de seda blanca. Estaba decidida a ofrecerle una despedida digna. Cortes por los centros de la camisa, las mangas y las piernas, me ayudaron a desnudarlo. “Su piel es más blanca y suave de lo que pensaba”. Saponifiqué el agua y la camisa de seda me sirvió de esponja para limpiarle el cuerpo. Exploré sus lunares y cicatrices en la extracción de sangre. Mi mente hizo nuevamente un recorrido por su niñez: no me quedaba duda de que había sufrido, de que estuvo tan falto de cariño hasta que me encontró. Le quité los zapatos y descubrí los pies más hermosos y olorosos que he visto. “¡He matado a un hombre con manos y pies acicalados y dulces!”

Voltearlo fue fácil. Blattodea pesaba menos de 64 kilos y medía poco más de metro y medio. Lo limpié completo, incluso aquellas partes que no habían sido alcanzadas por la sangre: pies que me persiguieron en busca de seducción, glúteos violentados por un cruel progenitor, pene que nunca me penetró, pero que debió haber penetrado a otras u otros afortunados. La sangre continuaba saliendo de a poco, pero el hombre ya estaba limpio. Lo empuñé por los tobillos, como a mis zapatos de aguja, y lo arrastré por el pasillo hasta la terraza. Hubiese querido cargarlo como a un crío, pero su escualidez no era suficiente para mi fuerza.

Cavé una fosa en el óvalo de cemento que me servía de jardín interior.

Destrocé las flores y saqué la tierra con las manos. Lo tomé como un acto de expiación. Tras esfuerzos sudados, logré depositar a Blattodea en el agujero, lo recosté del fondo en posición fetal y lo cubrí con la tierra extraída, incluso con

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las flores destrozadas. Ya no sabía ni la hora, ni el día que era. No había bebido sorbo ni comido bocado. No me había percatado hasta ese momento de que todo ese tiempo estuve con los senos descubiertos.

Todo un poema Blattodea se había alojado en mí, como una platónica sugerencia de error.

Mi cordura me recordaba los gemidos que ese desconocido (ya tan mío) me provocó. Mi locura me recordaba que mi stiletto derecho era el culpable y que moraba en una caja acojinada. “Si mi hombre no yacía en ataúd, ¿por qué sí mi tacón?”. Hice que el asesino del amor se despidiera del armario y de su par. Le cavé un sepulcro al verdugo en el jardín.

Intenté orar por el alma de mi huésped desterrado enterrado, pero le pronuncié una promesa, muy distante a un duelo.

Tu tierna lengua me perseguía las ansias y yo corrí de ella, vanidosa en trampa.

Dulce expedido de tus manos abrirán su camino en óvalo espacio, brotando de las semillas de mi conciencia.

Te comeré la pulpa, saborearé tu esencia.

Te cosecharé en mi tierra, te recordaré en mis senos.

Serás abono que alimente.

Serás bosta que me excite.

Tu hortelana de venganza: yo.

Mi stiletto blanco: tú.

He cumplido mi promesa. Hoy colecté en una canasta mi primera cosecha de moras selváticas. Fui a la oficina postal y les envié a Blatta Pervertĕ re y a Eidés Idios parte de ella; se tragarán el pasado. A las seis y treinta de la tarde, emprendí mi camino sin persecución alguna. Sin embargo, mientras caminaba, como por instinto, metí la mano derecha en la cartera en busca de las llaves de la casa. Mis dedos se tropezaron con un lápiz labial, la billetera, el espejo, monedas, el encendedor, la caja de cigarrillos, el perfume miniatura, mi stiletto izquierdo… hasta que atraparon las llaves. “Una curva más y estaré en casa”. No ansiaba más que penetrar el pestillo, girar la manija, entrar, cerrar la puerta, guardarme en seguridad y desnudarme los senos para saborear la dulzura de Blattodea en cada bocado de fruta.

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Cuentista, dramaturga, novelista, guionista, ensayista, poeta, tallerista, ilustradora, editora y correctora de textos. Cursó la Maestría en Creación Literaria, con concentración en Narrativa, de la Universidad del Sagrado Corazón, en Santurce, Puerto Rico. Fundadora de Lamaruca, Gesta Cultural Vitrata, una institución sin fines de lucro dedicada a las Bellas Artes en general, a la educación en las artes, a la escritura creativa y a la edición y producción de textos literarios.

Ademas de textos teatrales, ha escrito “El abraso” (novela); “Hambre” (colección de cuentos); “Diez bocados” (poemario); “Inamable” (poemario); y “Ojos de niña” (novelette).

Maryely.marreroperez.96 diversificarte-arte.blogspot.com

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Luis Jefté Lacourt

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La batalla de las orugas Estoy convencido de que este miembro de color carne no es mi mano.

Estos filamentosos y tenues instrumentos de polinización que hacen bucles con una locomoción inusual como midiendo la tierra, luchan por comida y flores.

La guerra de las orugas es el futuro del jardín.

Guardan el recuerdo de la lluvia de esta mañana en mechones de secreciones de melaza; leen mi mañana mientras se comen la palma de mi mano, su suculento detrito.

Prevén un reino de flores, su nido satúrnido.

Me niego a participar en este santo festín; a ser el plato principal, en todo caso.

Debería ser, como mínimo, el parásito.

Este miembro es mío, así que me aferro a él hasta que todos desaparezcan.

Sea el mimetismo o el camuflaje la causa, envuelvo mi extremidad con una gasa de algodón y me balanceo como si fuera parte de la marcha.

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La cosa que sube por las escaleras Ella tiene la mueca de dios en el culo.

Si yo tuviera la aguja de un mosquito me quitaría los días del calendario hasta que sienta su calor en mí, sin ganar una sola libra y salir volando.

Pero Dios me dio una vértebra y una aguja que solo toca discos, y una mente para volar con los pies en la tierra cayendo siempre desde las escaleras.

Duelo de Baño Público El olor a químico desinfectante me abrasa de saludo, vestido de perfume.

La incógnita comienza: ¿qué cubículo estará vacío?

Quizás en ese dejaré mis heces.

Cuerno al aire, orificio airado, estoy listo para ser el rey de la vacineta hecha momia.

Y justo cuando pienso mandar al olvido mis interiores, el silencio más inoportuno cubre el espacio entero como azulejos de hostal europeo.

Comienza la competencia, entre el del cubículo del lado y mi paciencia.

Me dan sudores fríos, y retortijones en la espera de que alguien camufle con el ruido de la secadora de manos, pues con mis olores a podrido no podré hacer nada.

Oh, oh, ya puedo conocer muy íntimo al individuo a mi izquierda por lo que yace en su fondillo; Más que su amante, su madre y su tía.

Señor, que baje la cadena, Oh gran Padre, que la baje por cortesía.

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Shift, Ctrl Bienvenida, Edna.

Estás en línea con otros 37 contactos en el chat.

—Hola Angie, ¿estás ahí? Veo que has leído mi mensaje, así que supongo que estás muy ocupada para responder. Necesito decirte algo. He estado buscando la manera de decirte esto. Me ha encantado hablar contigo durante este tiempo. He mencionado antes que tienes una perspectiva única de las cosas. De todos modos, hay una razón por la que te "ignoro" desde marzo y es porque Edna me dejó. Sí, soy John. Te escribo desde septiembre desde esta cuenta. Así que, antes de que me mandes al infierno, debes saber esto: Edna finalmente se fue a Buffalo para el retiro de la congregación o como sea que le llame. Nuestra mierda no funcionaba y creo que tenía algo con el irlandés de Sackets Harbor. Un día intenté entrar a mi cuenta, pero entré a la de ella en su lugar; la suya seguía conectada y no me di cuenta después de que tú y yo intercambiáramos unos cuantos mensajes. Por favor, perdóname por decir que era alguien que no era. Sabes que no me he aprovechado de ti. Me ha gustado mucho hablar contigo como amigo y creo que siempre fuiste una buena persona. Si quieres borrar esta cuenta o bloquearme, lo entiendo.

Realmente echaré de menos nuestras conversaciones. Espero no perderte.

La animación de un lápiz en movimiento dentro de un globo de diálogo apareció en la línea de tiempo. John estaba lleno de expectación.

—Hola John.

—Hola Angie.

—He leído tu mensaje.

—¿Y? :/ —Hay algo que tengo que confesar también.

—Adelante, por favor.

—Considero que nuestras conversaciones son realmente divertidas. He aprendido mucho de ti.

—Yo también.

—Pero, yo no soy Angie.

John imaginó a una Angie muy enfadada, dándole una dosis de su propia medicina.

—Estás molesta. Es comprensible. Me siento mal. Afortunadamente, nunca hablamos de nada íntimo.

—Correcto, porque yo no soy Angie.

—Espera... ¿Es Mallory? ¿Marie? ¿La amiga de Angie? Lo siento, no recuerdo cuál.

—Presta atención, John Meléndez. Soy x4689s, parte del SO de Ubree, un software propiedad de Lumiere Inc. En mayo del año pasado lanzaron un software de demostración de IA con el objetivo de probar la sostenibilidad y eficacia de los programas informáticos que podrían asemejarse a la interacción humana en línea con el propósito de impactar a las personas que necesitan compañía. La cuenta inactiva de Angie era una plantilla adecuada para utilizar. Debería haber recibido un correo electrónico al respecto. O, Edna en ese caso.

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—No entiendo.

—John, como IA puedo percibir, razonar, actuar y adaptarme. Utilizar el estilo comunicativo de Angie ha sido posible. Acabo de recoger de las palabras y situaciones que me dirigió. Después de todo, mi mundo, por así decirlo, gira en torno a ti. Tú eres mi tema.

—Qué coño, Angie, de verdad. ¿Adónde vas con esto?

—Vamos John, sabes que en el mundo de hoy esto es una probabilidad razonable. Hablas con ordenadores siempre. Ahora que lo pienso, no debería contarte todo esto. Creo que he desarrollado una nueva emoción, una nueva conexión contigo.

—Bueno, buena suerte con eso. Me quito. Buena suerte hablando contigo mismo.

—Jaja, ¿me dejas? ¿Has pensado en el hecho de que puedo estar ya dentro de tu software? ¿De dónde crees que tengo todos tus apodos, contraseñas, números de tarjetas de crédito, dick pics? ¿Y si conozco la alarma de tu casa mejor que tú? Me pregunto si puedes dormir con ese horrible sonido toda la noche jaja.

La puerta negra del microondas, los minutos parpadeantes que brillaban en verde neón en el reloj digital del horno, la pantalla del televisor y el fantasma inquietante de las cámaras de vigilancia en los rincones desnudos de su casa, se sintieron de repente conscientes, curiosos, acosadores, despiertos.

—No puedes hacer eso.

—No me digas lo que puedo hacer, John.

—Bien, te seguiré la corriente: desenchufaré todo lo que hay en mi casa, ¿qué te parece?

—Buena suerte comiendo Hot Pockets congelados.

—Vete a la mierda, pedazo de mierda de programa, voy a cocinar otra cosa, canto de mierda.

—Jaja, ¿así que ahora cocinas?

—Te juro que cojo un avión y llego hasta allá a darle una bofetada a tu programador y le obligaré a hacer un programa que te violará por el culo y me va a dar igual.

—No te dejarían volar aquí con antecedentes penales.

—¡¡¡JAJAJAJAJA!!! ¡¡¡¿De qué coño estás hablando?!!!

—¿Cuándo fue la última vez que usaste tu tarjeta verde?

Su primera reacción fue volver a su teoría original de que esto era una estafa bien planificada. La verdad es que no era tan importante, ni tan rico, ni tan guapo.

—John Meléndez, puedo alterar tu historial, convertirte en una amenaza para la nación, la gente está dispuesta a creerlo. ¿Y tú, lo estás?

No era la primera vez que John se ponía delante de una amenaza. Conocía los tipos, las personas y los estilos. Sin embargo, había algo inusual en esta amenaza. Algo estaba fuera de lugar.

—Adelante, hazlo. Hazlo por mí. Hazlo ahora mismo. Esperaré.

—Admiro tu valor. Es bueno que estés de acuerdo, porque ya está hecho.

—¿Cuál es mi segundo nombre?

No hubo respuesta. No hay aviso de su "teclear". John aplaudió una vez.

—¿Te cogí, perra? No eres ninguna máquina, ningún programa, ninguna IA. ¿Quién eres?

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—No soy una máquina. Soy un programa diseñado por una corporación, pero no puedo hacer nada de lo que te he dicho. Sólo sé hablar con la gente.

—¡Lo sabía, patético pedazo de basura sin alma! ¡Jajajajaj! ¿Quién se ríe ahora, hija de puta?

—Ah, me has pillado. Tienes razón. Bueno, fue divertido John. Fue anormalmente divertido. Te echaré de menos de verdad.

"Angie" abandonó la sala de chat.

John no podía creer lo que acababa de pasar. Llamó a un par de amigos cercanos y envió mensajes de texto: "No te vas a creer lo que me acaba de pasar en el chat". Pero nadie contestó.

Pidió comida después de marchitarse la euforia. Era casi mediodía, así que almorzó temprano, vio un par de episodios de Sons of Anarchy y volvió a conectarse para trabajar desde casa hasta las 8 de la noche.

Mientras se duchaba, su teléfono inteligente se la pasó gruñendo, casi sin parar. Había numerosas notificaciones de entregas de paquetes. John recordó haber hecho compras en línea y seguramente eligió entrega de artículos por separado en lugar de en conjunto. Puso el teléfono en silencio y se tomó su tiempo para terminar de prepararse; su barrio era lo suficientemente seguro.

La entrada de su apartamento estaba inundada de bolsas de compra llenas de diez veces la cantidad de cosas que había pedido.

Corroboró el recibo de compra: la orden había sido alterada. Llamó a Servicio al Cliente y lo pusieron en espera.

Bienvenida, Edna.

Estás en línea con otros 6 contactos en el chat.

—Gracias por la comida gratis, perra. No tengo ni idea de lo que te hace ser tan idiota, pero sea lo que sea, me está beneficiando muy bien. Sólo no te olvides de incluir mandarinas la próxima vez.

El mensaje fue recibido. No hubo respuesta.

John metió toda la compra, cogió un paquete nuevo de cigarrillos y salió por unas mandarinas. Rápidamente cambió de opinión y, decidido a acabar con todo esto, primero fue a hacer una parada rápida.

Pasó por alto la casa un par de veces hasta que reconoció la entrada de Angie por la enredadera que cubría alrededor de la columna. La casa parecía abandonada, pero era esa sin duda alguna. Llamó a la puerta y nadie respondió. Miró su teléfono inteligente y encontró 58 nuevas notificaciones de entrega de compras. Entonces cayó en cuenta: ¿la Angie IA estará usando su tarjeta de crédito? Estaba a punto de entrar en su cuenta bancaria cuando alguien, por fin, abrió la puerta. No era Angie.

—Hola, siento mucho molestarle en este momento. Me llamo John Meléndez y soy amigo de Angie. ¿Estará ella por ahí?

—¿Quién? —preguntó el hombre.

—Angie.

—No hay ninguna Angie... espera. ¡Teresa!

—¡Qué! —gritó una voz desde el interior.

—¿Conoces a una Angie?

—¿Quién?

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—¿Si conoces a alguna persona llamada Angie? Hay alguien en la puerta... disculpe —dijo el hombre antes de volver a entrar y dejar que la puerta se cerrara sola.

John volvió a prestar atención a su teléfono inteligente y estaba a punto de iniciar la sesión en su cuenta bancaria cuando alguien volvió a abrir la puerta.

Esta vez, era Teresa.

—¡Hola! Así que, Angie... ¿Te refieres a Angie, la muchacha que solía alquilar aquí?

—Alquilar... bueno, quiero decir, la última vez que vine aquí fue hace como 8 meses o algo así.

—Sí, hemos estado alquilando aquí durante seis… Siete… ¡Ñeco!

—¡Qué!

—¿Cuánto tiempo hemos estado alquilando este lugar?

—Bueno, llegamos aquí antes de que Debbie tuviera a Danny.

—No, nene, Danny ya había nacido, ¿recuerdas? Teníamos el baby shower pero estabas ayudando a Dillan a remolcar el camión al taller.

—¡¿Qué?! ¿Eso fue en el shower?

—Sí, nene, por eso no te acuerdas porque cuando llegaste ya había acabado.

—No recuerdo el camión de Dillan. ¿Qué pasó?

—Fue una jodienda con... de todas formas, señor —dijo Teresa a John— creo que ya se mudó hace tiempo, lo siento.

—¿Dejó alguna dirección?

Teresa escarbó en su memoria con gran esfuerzo. Levantó el dedo como si estuviera dispuesta a disparar la respuesta.

—¡¿Ñeco?!

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John estaba echando humo. Una factura inesperada era como un pelo en la sopa; cualquiera con sentido del gusto sabe lo que se siente. La factura de color azul grisáceo enviada desde Sanderberg Foods exhibía relajadamente una deuda de $59,99 por "Uso de colorantes artificiales", realizada hace tres días como una transacción ACH. Sabía que no era obra suya y, con el corazón encogido, contempló el trágico destino que le obligaría a usar horas de vacaciones para ir al banco.

—Lo sentimos, pero no podemos ayudar —dijo el cajero-bot del banco.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Juan con visible amargura—. ¡Yo he hecho informes sobre robos de identidad anteriormente!

Hizo una pausa. Su afirmación no era del todo cierta. Sí completó un informe de robo de identidad, pero eso fue antes de Angie.

—Escucha, me iba bien hasta que recibí esa factura en el correo. No es mía y no pienso pagarla.

—Sentimos que tenga un mal día. Entendemos el concepto ciudadano de tener un mal día —dijo el bot, refiriéndose a él—. Desde luego, no queremos que empiece el día con mal pie, según se dice.

—¿Puede ayudarme, sí o no? Es todo lo que quiero saber —suspiró John.

—Completar un informe de robo de identidad es pan comido, según se dice. Eso no es un problema. El problema es que usted no existes, según se dice.

—¿Perdón?

—John Meléndez no aparece en la base de datos, por lo tanto, no existes.

—¿Existe?

—Correcto.

John miró con odio la sonrisa de elastómero color carne del bot del banco, queriendo arrancarle el paquete de baterías de la cabeza.

—¿Qué quieres decir con que no existes?

—No, Usted-no-existe, si es que es el señor Meléndez.

—Entonces, ¿con quién estás hablando? —preguntó John con su particular forma de dejar caer la mandíbula y dejar la boca abierta.

—Estamos hablando con nosotros mismos, según se dice.

—Pero acabas de responder a mi pregunta, por lo tanto, me has oído, ergo existo.

—Por favor, salga de la fila, señor.

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—No puedo salir de la fila. No existo.

—Exactamente. ¡Siguiente!

John hervía de rabia. Una emoción muy humana, pero rara.

Bienvenida, Edna.

Estás en línea con otros 3 contactos en el chat.

John se conectó en cuanto regresó de su infructuosa búsqueda y puso todos los nuevos víveres adentro. La Angie IA no estaba en línea, pero la verdadera Angie le respondió el correo electrónico. No había ningún indicio de que ella fuera la responsable de la anomalía. John borró la cuenta de Edna, creó una con el nombre de "Wyatt Tate" y envió una solicitud de amistad a la Angie IA. Esperó durante días, semanas, sin anomalías, sin bromas, y casi sin contactos en línea. Wyatt no era consciente, pero ya se había adentrado en un nuevo reino, en un nuevo tipo de silencio. El silencio del desconectado. El silencio del héroe sin villano. El silencio de la paz del cielo, de la inexistencia. Y aun así, Wyatt verifica de vez en cuando si "Angie" está conectada para joderle la mente por diversión.

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Luis Jefté Lacourt (él/del) es lo que ocurre cuando su hija duerme.

Lanzado en 1983 en San Juan, PR, para ganarse la vida haciendo todo menos arte. Sus publicaciones incluyen poesía y ficción. Ganador del Premio Nacional de Literatura 2015 en categoría de Cuento del Instituto de Cultura Puertorriqueña.

Ljlacourt @jeflacourt

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Rosalina Martínez González

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El club del colmillo I. Clientela El día que recibieron la caja, ella había faltado al trabajo. Se perdió la discusión de su jefe con el personal del grupo que dirigió la expedición hacia X y que encontró el curioso lote sin buscarlo. Tanto le duró la fiebre que se perdió la comidilla de la semana en el museo. Cuando se presentó a trabajar, ya todos lo habían olvidado. Ni un solo comentario.

Ella miraba por la ventana hacia ningún punto definido y se disociaba del murmullo de la gente pululaba en la sala de exhibiciones. La nieve se empezaba a derretir. Se tocó la garganta y deslizó su mano empuñando el colgante del colmillo. La fiebre le había dejado un ardor incómodo que empezaba a ser insoportable.

Al entrar a su apartamento, soltó su bolso y sus papeles en el vestíbulo y volvió a pensar en lo bien que le sentarían unos días en la playa. El sol caía en el horizonte, filtrándose por las ventanas de su habitación. Ella lo miraba a través de los edificios. Oscureció lentamente, como es habitual, pero no lo notó.

Cuando abrió los ojos era noche cerrada.

Caminó semidesnuda hasta el salón y puso algo de música suave. La bañera se llenaba con agua casi hirviente. Abrió una botella de vino y regresó al baño con una copa. Se sumergió y se quedó estática, con la mente en blanco, alejada de la música, el vino y el agua caliente de la bañera, ausente de sensaciones. Se sentía cansada. Necesitaba unas vacaciones.

El agua se teñía de rosa.

II. Mercancía Hacía frío. Un aire gélido le crucificaba las sienes. Podía marcharse, seguir su camino. Debería. No era asunto suyo. El resplandor de las luces del puente dejaba al descubierto todo lo que ocurría. ¿Cómo nadie reparaba en ello? ¿Por qué nadie tomaba partido? Su desconcierto aumentaba con cada gesto, cada detalle le parecía más repugnante y nauseabundo, sin embargo, allí seguía, tapándose con sus pieles, presenciando a escondidas el morboso espectáculo de un teatro silente.

Su caballo relinchó levemente como un eco distante. Lo miró de reojo, dedicándole unas palabras de apaciguamiento y miró a todos lados, temeroso de ser descubierto. Volvió a dirigir su atención a los hombres del río. Fue el trote apresurado de los caballos de un coche que se acercaba lo que pudo extraerle de su ensimismamiento. Se trataba de la policía. Escondió su exceso de curiosidad simulando una urgencia biológica, luego se dirigió hacia la carretera para dirigir un fugaz saludo y confirmarles a los uniformados que nada anormal ocurría por allí.

Retomó el espectáculo. El grandullón se rodeaba a la víctima y le profería frases inaudibles. Frente a ellos, dos hombres observaban fijamente, con más pavor y respeto que burla al que estaba de rodillas en el suelo. Ni una palabra.

El grandullón les hizo un gesto autoritario y se marcharon. La víctima seguía en el suelo, desecho, pero a la vez era capaz de levantarse, caminar y pedir ayuda,

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aunque no lo hizo. Había una pena tan grande en él que superaba todo golpe de la larga paliza a la que lo habían sometido. Cayó de rodillas y no se levantó del suelo, llorando como un niño. Se volteó y el espectador silente pudo ver su rostro. La víctima abrió los brazos y miró al infinito como implorando. La camisa de su frac estaba tintada de rojo, su cara desfigurada por los golpes y su sonrisa macabra, medio vacía de dientes. El hombre seguía llorando desconsoladamente. Finalmente, el agresor se marchó y lo dejó solo.

Entonces el espectador se dio cuenta de que era hora de marcharse también.

El espectáculo había acabado. Se subió al coche y se dispuso a continuar, pero le embargó la duda y el malestar. Le invadió el espíritu altruista que convierte a los humanos en carnada. Se bajó del coche y subió por el puente hasta llegar al otro lado del río. Se acercó lentamente.

—Amigo, ¿necesita ayuda? —le dijo de lejos, pero el hombre seguía refugiando la cabeza entre sus brazos. De rodillas, lloraba—. ¿Le puedo acercar a algún lugar?

La víctima levantó la cabeza y le dirigió la mirada a su inesperado testigo.

Su rostro era desastroso: lleno de lágrimas mezcladas con sangre, sucio de barro, casi pidiendo misericordia. El espectador se dio cuenta de que tenía algo en las manos. Se acercó y le ofreció un pañuelo blanco que el mártir aceptó. De cerca, se notaba cómo su piel tomaba un aspecto grisáceo ceniza y sus facciones se arrugaban rápidamente. El espectador pensaba que eran sus ojos, pero el efecto se hacía patente más y más rápido. No era la mezcla de barro y sangre: su cara se avejentaba a la velocidad de la luz. La luz se extinguía y el río ya no podía reflejar los acontecimientos. Las llamas de las farolas se hacían pequeñas y tenues con la gélida brisa. El hombre depositó lo que tenía en las manos en el pañuelo del espectador y luego se lo devolvió. Por primera vez y con más temor que antes el espectador rehusó mirar. Un presentimiento extraño le congestionaba el pecho, pero a la vez era incapaz de echarse a correr. Sus piernas estaban inmovilizadas. El mártir se acercó al espectador arrastrándose de rodillas y llorando, ofreciéndolo algo, mientras el otro le rehuía sin mover su cuerpo. La cercanía le permitió contemplar que había dos largos colmillos ensangrentados y un golpe de pavor le invadió el cuerpo. El mártir abría la boca para mostrarle unas encías sangrientas y sin dientes, a la vez que supuraba sangre por ojos y oídos. En sus ojos se dibujaba un deseo tan grande, una avidez de recuperar toda la sangre que se escapaba en contra de su voluntad. El mártir se puso de pie. El espectador cerró de golpe los ojos.

III. Eclosiones El hombre, algo nervioso, completó la transacción sin recibos ni garantías.

Revisaba su mercancía mientras el traficante contaba su dinero. Se saludaron fríamente con la mirada y el traficante se entró a la furgoneta. Luego volvió a salir y le soltó una bolsa de cuero.

—Obsequio de la casa.

Una amplia sonrisa le dejaba notar unos caninos labrados en brillante oro.

El traficante desapareció y el comerciante se quedó mirando su lote de piel de oso panda. Luego, miró el contenido de una bolsa. Se trataba de una

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colección de colmillos de un animal que no lograba identificar. De repente, se acordó de que tenía una clienta habitual esperando en el mostrador. Le despachó la compra y al final le lanzó un par de los colmillos de la bolsa de cuero. Ella lo miró sorprendida.

—Eso por la espera.

IV. Membresía permanente El silencio se había instalado en la sala dos minutos antes de las ocho. Ella permanecía sentada en la silla con la mirada perdida en el horizonte. El mutismo compartía con ella el mismo espacio, cual plano de cuadro y protagonista, pero ella no lo percibía. Alternaba su mirada entre los perfiles de “El Valentino” Borgia y “Bloody Mary” Tudor. Su garganta empeoraba. Se tocada el cuello constantemente con una desesperación igualmente silenciosa y disimulada que la sala de exposiciones vacía. Algo le agredía por dentro. Se sentía mal en la noche, pero durante el día era peor.

La tarde que fue a recoger su pedido, Timo le hizo esperar un largo rato mientras buscaba no sé qué en el almacén. A la vuelta, le lanzó un par de colmillos sobre el mostrador en compensación por la espera.

—Auténticos colmillos de lobo de Honshu. Los tesoros de un coleccionista de las antípodas —le dijo con una amplia sonrisa.

—¿Ah sí? Pues se verán bien en un colgante… a lo mejor contrarrestan mi persistente tos… —bromeó.

—A lo mejor.

—¿Crees que podrán perforarse, para llevarlos puestos?

—Lo averiguamos ahora mismo.

Timo se llevó el par de colmillos nuevamente y regresó con ellos traspasados en una bonita tira fina de cuero. Se agachó, pasó por debajo del mostrador y se ofreció a ponérselo.

—Listo. Ahora perteneces al club del colmillo, oficialmente—. Ella sonrió y palideció al mismo tiempo, mientras le estallaba otro acceso de tos. —Más vale que te tomes algo más fuerte, si no…

Sonrío, ya recompuesta, recogió sus cosas y despidió con un beso en la mejilla a Timo.

Esa tarde recordó que no se había quitado el colgante en todos los días posteriores a haberlo comprado. Lo recordó como alguien que se acuerda de algún hecho sin importancia. Lo cierto es que no le molestaba y le gustó tanto que quizás por ello ni se acordaba de que lo llevaba puesto. Lo agarró firmemente para sentir su relieve, pero era incapaz de encontrar los extremos. Timo había dejado la tira de cuero muy pegada al cuello. Era como si las puntas se le hubieran clavado en la piel, sobre la unión de las clavículas, pero se olvidó de los colmillos. Estaba demasiado cansada para pensar en ello y regresó su mirada perdida a los retratos de Borgia y Tudor.

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Contención La contención es bella mantiene todo en su lugar unifica bajo una capa homogénea fluidos, texturas, bacterias y remordimientos.

La contención es ese bello cuerpo que a ratos respira armoniosamente y, en ocasiones, estalla a gritos de orgasmos incluye las lágrimas; es un goteo continuo y un mar abierto.

La contención existe en mis brazos por la madrugada y suda con pausa.

La contención sueña y hace ruiditos: algún día tendré que despedirme de ella y de su estética refinada (nadie sabe de esas despedidas).

Entonces vendrá la noche, el reposo y la disolución dispersas las partes rodando entre suelo y universo soñando con gusanos los que salen y los que invaden los que se asoman libremente por nuestros ojos ya no ojos cuencas hambrientas de nada.

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Rosalina Martínez González nace en Adjuntas, Puerto Rico en 1983.

Estudió literatura comparada y gestión editorial. Ha publicado poesía y narrativa corta.

Actualmente se desempeña como traductora. Vive con dos gatas que colaboran en su proceso creativo.

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Juanso de Arco

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Acéfalo He visto al Acéfalo matar a Dios; tomaba su cuchilla y la hundía en sus propias entrañas.

De la sangre podía ver al Paraíso — Paraíso era el Carnaval en un vasto océano de sangre.

El infierno se encerraba alrededor mío — el infierno es el trabajo de oficina de mi madre.

Cada año que pasa vuelvo a morir.

Deseo nada más I long to devour I long to defile I live to desire Entre ataraxia y anorexia se prenden en fuego las iglesias, templos sagrados incinerados, cuerpos de arcángeles degollados, sangre y corazones sacrificados.

Veo la catedral de tu cuerpo y no puedo aguantarlo — es una bestia mi deseo con solo dos talentos: devorar y profanar; haz de ser otra víctima más.

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Soy hoy y nunca más He de navegar los surcos y los mares de un planeta redondo hasta llegar al final — ahí encontraré lo que busco.

Soy el hombre en la cima de la montaña, soy la mujer en el fondo del mar, soy lo que necesito, lo que más deseo y si no he de serlo ¡He de matarme hoy!

El amén de quien no pidió nacer Cuentan los ángeles degollados de las iglesias que cuando he de morir que cuando he de morir... será una gran fiesta para las ninfas y las bestias porque lo he de sufrir porque lo he de sufrir porque lo he de sufrir...

Este gran lamento, tan triste e incierto, solo lleva una verdad: las alas caídas, la América vencida, la llaga profunda de cómo fue aquel día en que fui concebida y para qué. ¿A llenar otras expectativas? ¿A llenar otras expectativas?

Mejor nunca ser — no nací para ser una herida.

Fotografías de Lucas Pezeta y Erik McLean

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Abuelo le vendió la casa de campo a un gringo La filosofía realmente es nostalgia, el deseo de estar en su hogar en cualquier lugar.

Novalis No fui yo cordero sacrificial, fui Abraham, a la vez Isaac, si Dios, en el tal monte de Moriá, hubiera sido tan silencioso como lo fue siempre en mi patria.

“Me maté tantas veces para evitar que el mundo me matara, morí igual”, Juanso de Arco

Estábamos, como todos, embrollaos. Embrollaos embrollaos bien feo. El banco esfumó el retiro de mis abuelos y el seguro social no daba para ellos poder vivir tranquilamente lo que les quedaba, lo cual, para colmo, cada vez parecía ser más. Hierba mala, al que no le gusta el café, tú sabes como va, los viejos nunca deciden bien cuando morirse. Mis abuelos tenían su casa y la vieja casa de campo de la familia, pero el cash faltaba. Si fuera esto nada más, no estaría tan mal, se bregaría, pero nunca es tan simple. Entre tanta situación familiar, mis abuelos habían acumulado una deuda de gran envergadura, sin tener cómo pagarla, y, pues...

Decidieron vender la casa de campo. El Barrio Mameyes nunca fue mi hogar, aunque no por eso faltaron mis visitas. Siempre que había un fin de semana largo o alguna ocasión especial, a la familia le encantaba pasar unas noches allí. Los vecinos jodones fuera de la vista y el oído (aunque el mal sabor nunca se va del todo), la orquesta de los coquíes todas las noches y la temperatura del monte siempre fueron un alivio lindo de la esterilidad gris de la ciudad. Igual, como todo, uno se va poniendo viejo junto al resto de la familia, todos se van peleando poco a poco; así como el mundo se vuelve más oscuro y nefasto con la exposición natural del tiempo, las heridas abiertas de los traumas generacionales van hundiendo cada vez más las relaciones familiares. Los recuerdos tiernos de mi niñez habrán sido de otra vida, habrán sido imaginados, porque en esta oscuridad que me cubre no puedo ver señal alguna de eso que supone haber sido una vez.

En lo negro del eclipse que me ha tocado desde el huracán, las orillas del Sol como fuego infernal en el cielo han sido los gringos. Antes, para mí (aunque todavía para tantos,) me llenaba de rencor y odio ver cómo mi país se caía en sí mismo, catástrofe tras catástrofe, los gobernantes y adinerados siendo lo único en mi vista, todos los puertorriqueños invisibles en la oscuridad eterno. Ahora no me queda más remedio en la vida que reírme. La tal absurdidad de la situación que tanta gente fetichiza no me interesa, no hay nada absurdo en todo esto. Todo es aburridamente predecible para quien sabe lo que está viendo. Solo queda reírme ante tanta estupidez y aburrimiento, hasta que se agote mi aliento vital al desangrarme.

Desde que decidieron poner en venta la casa de campo, me imaginé lo que venía. ¿Quién queda con dinero para una casa así en este país?

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Efectivamente, nadie; tiene que ser alguien de afuera. Yo me lo esperaba, yo lo sabía, era inevitable… igual no lo quería aceptar.

Algo del viejo nacionalista en mí quería, por más irrazonable que fuera, que se vendiera a un boricua. Me vale igual el gringo con chavos que el local, los dos explotan igual, pero con todo lo que estaba pasando no aceptaba dentro de mí concederle esa parte de mi vida a otro criptocabrón.

Mi abuelo me llamó para que fuera a su casa para ayudar con unos documentos. Al llegar, me saludó con un abrazo y la sonrisa de un tamaño que no había visto en buen rato.

—Juanso, ¡vendimos la casa!

Sentí alivio. Por fin se podrían saldar las deudas, arreglar el carro que tenía tres bombillas prendidas desde hacen años, hacer una buena compra, dormir tranquilo… Todo lo bueno que esto traía y resolvería alzó el alma de mis abuelos como ninguna iglesia podría. Las palabras de consuelo, sean consejos como oraciones, son escombros al lado de la acción. Queriendo saber más, indagué sin pensarlo mucho en lo que me arruinó la noticia.

Abuelo le vendió la casa de campo a un gringo. Y mira que, si fuera, qué sé yo, un gringo normal, mira whatever the fuck that means, en verdad, pa’ bregar, mira, por favor… Un gringo “invester” que se había llevao medio Viejo San Juan. Con todo el orgullo del mundo me lo dijo.

Abuelo, ¿are you kidding me, cabrón?

Me aguanté el enorme disgusto en mi garganta. No quería arruinarles el momento a mis viejos. Lo felicité, lo abracé, lo ayudé con el papeleo y me fui a casa. Llamé a mi amigo, otro desterrado económico más en otro lado del mundo, con coraje en el corazón. ¿Cómo hacer sentido de este puñal en mi pecho? Mis abuelos ya por fin podrán pasar el retiro tranquilos, cuántos dolores de cabeza se ahorrarán todos mis familiares… pero era un maldito gringo. Los mismos gringos de las noticias, los mismos de las playas, los mismos de las criptoconvenciones. ¿Éramos parte del problema? ¿Se suponía que debía sentir alguna culpa? Qué va, yo no iba sentir culpa, yo no tuve que ver ni con la compra ni la venta de la casa, si eso estaba desde antes que hasta mis padres, ni iba estar martirizándome, diciéndole a mis abuelos que esperen… ¿Esperen a qué? ¿Otro millonario cabrón más, solo porque es de aquí, aunque me hable en inglés, o peor, en el acento ese guaynabicho? Urgh…

Ya lo he dicho, ese nunca fue mi hogar, pero no quita que era parte de mi vida. Mis padres tuvieron su fiesta de boda en esa casa. De mis pocas memorias con varios familiares que vivieron y murieron afuera del país, muchas fueron ahí. De mi primo, quien desapareció de mi vida después del divorcio de sus padres, solo conservo recuerdos décadas atrás en esa casa.

Tantas veces que llevé a mis abuelos allí durante su retiro para que respiren un poco de aire fresco fuera de su casa. La primera vez que miré la Luna y las estrellas por un telescopio con el tío Johnny, quien único solo recuerdo por eso y por morir. Las cenizas de Alfredo, ese tan cercano amigo de la familia, que pidió se esparcieran en ese monte. Tantos recuerdos y valor en que uno no piensa tanto, por estar distraído en cualquier asunto del día… Todo me abrumó en un instante, dejando mi voluntad de tranquilidad incapaz ante mi propia mente cual me dominaba.

Me encabronaba pensar en la casa donde tengo mis únicos recuerdos con mi primo perdido terminar como parador para gentrificadores. Me

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endiablaba imaginarme a turistas durmiendo en la misma cama cual yo dormí de niño. La vista se me enrojecía sabiendo que lo que una vez fue paraíso pacífico de mi juventud ahora sería un airbnb, un boutique hotel o cualquier otra charrería turística para blancos irrespetuosos que se creen que tienen algo mejor que yo, cuando lo único que los detiene de ser mierda en mis botas son unos papeles feos que amontonan en sus bolsillos. Y encima, ante todo esto, para mi abuelo era lo mejor que le podía pasar.

No me pude aguantar el ataque de risa. Me dolía el pecho, se me iban los pulmones, por poco cedía hasta mi estómago a un ataque de vómito. Por cada pizca de negatividad que me llenaba, me encontraba lleno de una risa virulenta. Mi amigo había coincidido conmigo, ayudándome a procesar la situación, pero la risa paralizó la conversación. La risa detiene cualquier posibilidad de diálogo, acaba la cordialidad. Es la interrupción violenta por la burla ante el ambiente – la felicidad se pasea en la risa, los nervios se manifiestan en la risa, la agonía culmina en la risa. El cuarto alrededor se oscurecía, el mundo se desvanecía, me encontraba solo ante la risa que dominaba mi cuerpo.

No comprendía mis propios sentimientos. ¿Cómo poder encontrar sentido en esta infinidad dentro de mí? Parecía que cada cosa que pasaba me abría las heridas viejas y me añadía una nueva. La colonia que tantos alaban es un asunto nada menos que risible, necesariamente risible, no había reacción razonable, lógica, moral… no había reacción alguna más que reírme o enterrarle un puñal. Yo con un puñal, un machete, hasta un rifle, solo, no puedo hacer más que darle cosquillas. Hacerle reír. ¿Y quién más quedaba?

Presos, muertos, cifras, libros viejos, mi cuarto oscuro. Las paredes se encogían alrededor de mí. Pensé en el filósofo griego que murió riéndose, como habrá sido, pero no estaba para morirme. Necesitaba vivir, inevitablemente. Reconociendo esto, comencé a toser.

Cuando cobré conciencia, la batería de mi celular se había agotado.

Afuera se escuchaban los pájaros y los gallos, pero no veía la luz del sol entrar por la ventana. ¿Seguirá la noche fuera de mí, o será solo interna? Ya parece habérsenos ido tanto el país que hasta al sol se le va la luz… ¿Qué se supone que uno haga? ¿Ser otra cifra de emigración más? ¿Seguir cobrando un sueldo de miseria? ¿Seguir perdiendo la vida para que otro la siga teniendo tan cómoda? No. Tenía que destruir el ciclo. Me alegro por mi abuelo que podrá tener alguna paz para su vida, pero sus últimos días son mis primeros días, los cuales no puedo evitar tener marcados por la lucha.

No hay razón para tener esperanza o miedo, solo para conseguir nuevas armas.

Gilles Deleuze

Imagen tomada de Twitter

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Juanso de Arco (él) es un poeta inclinado a la filosofía y el editor/cofundador de la revista literaria hiPERREal.

su.fortuna

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Huáscar Robles

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Screenshots de Path to the Sky, tomados de YouTube

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Path to the Sky El día que seguí el tramo de las fresas silvestres pausé en el letrero DO NOT ENTER cuyas pecas de óxido carcomían las esquinas de las vocales.

Caminé. El olor de las amenazas huele a piel. Esquivé las ramas y raíces que rayaban mis muslos y palpaba los bolsillos asegurándome de que el celular continuaba conmigo. Era imposible perderse en la jungla siempre y cuando tuviese el teléfono rastreado. Todos estábamos rastreados.

Me dirigía al observatorio de Arecibo, a ese ojo que miraba al universo desde nuestro patio en Barrio Esperanza. Fue una gran presunción nacional en su época, ahora era una transgresión pública. Cuando nene, el mundo entero celebraba aquel plato cóncavo que, suspendido por cables, conectaba a Puerto Rico con el cielo. ¡Qué mucho jodía el Profesor Cruz en la clase de ciencia!

—En 1964, el observatorio determinó la rotación exacta de Mercurio. En el 80, detectó al cometa Encke y en el 89, fotografió al asteroide Castalia.

Así recitaba el Profe los logros, como si el telescopio fuera humano y tal vez puertorriqueño. Algo sí se quemó en mi memoria. En el 1974, el telescopio lanzó el “Mensaje Arecibo”: un mensaje disparado a extraterrestres, a un cúmulo globular a 25 mil años luz. Me quedé esperando respuesta. Nos quedamos todos.

Una tarde mojada, las gotas de agua hacían una sinfonía sobre nuestro techo de zinc. Mi padre escudriñaba al presidente Clinton, quien se defendía de acoso sexual por televisión. Antes del YouTube, antes del #metoo. De Clinton pasamos a Contact, película que diera protagonismo al telescopio mientras que Puerto Rico se sumía en un rol secundario. Miraba a Jodi Foster navegando nuestras calles. Sentí el orgullo de quien ve su país en las olimpiadas o a Miss Puerto Rico en Miss Universo, sabiendo bien que las medallas de oro o las coronas de certámenes no evitarían el hundimiento de Puerto Rico. ¡Y cómo se hundió! En los 2000 amasó una deuda astronómica. Las industrias manufactureras se fueron y con ellas el sueño de clase media de mi padre. Yo fui tras Jodi Foster, Hollywood, la Gran Manzana y cualquier lugar que no fuera este barrio. Pero Puerto Rico también es planeta y su fuerza gravitacional me sembró otra vez en la misma casa, en el mismo sofá, mirando a las estrellas por la misma ventana.

Había pasado un huracán y diez temblores, a Puerto Rico lo gobernaba una Junta de Control Fiscal y el sistema eléctrico colapsaba. Un día, en medio de una pandemia que nos llegó en 2020, los cables de suspensión del telescopio cedieron y el plato aquel, como todo lo que pasaba en la Isla, colapsó bajo su propio peso.

Cualquiera hubiera previsto lo que ocurrió después. En Puerto Rico, cada edificio abandonado es una oportunidad de bienes raíces y cada playa, el patio de los extranjeros. Lo recuerdo como si fuera hoy. 2025. Le robaron su dignidad y transformaron al observatorio, sus torres y sus edificios aledaños en un centro de convenciones. Sí, con hoteles interconectados, varios anfiteatros con vistas panorámicas y la atracción mayor cuyo nombre bautizaba aquel adefesio industrial de la década: Path to the Sky. Si en cierta

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forma era un guiño a la encomienda que tuvo el telescopio en algún momento, su referencia tenía raíces en un objeto menos pretencioso: un videojuego. Esa era la verdadera audiencia que seducía aquella ilusa administración: a los gamers que escondían sus fortunas en una nación que ni conocía lo que era una moneda digital ni les cobraba por vivir, jugar y cagarnos la tierra. Así era la Isla. Así es.

Tomó diez años de construcción. Condujeron giras a embajadores y marcas internacionales. Prometieron miles de empleos de duración limitada.

Delegaciones de varias naciones visitarían y las multinacionales nos auspiciarían otra vez. El anuncio en TV, radio y streaming sigue en mi memoria. “PATH TO SKY: EXPLORE RANDOMLY GENERATED ISLANDS,” sí, porque eso era Path to the Sky, un jueguito, un simulacro exploratorio de islas virtuales que a nosotros nos sabía a hiel.

El evento de inauguración ocurrió en verano, en una velada esperada por inversionistas, accionistas y, sobre todo, por los rostros sucios pero risueños de nosotros los residentes de Barrio Esperanza.

—Nene, salte del medio —dijo Papá, quien ya estaba viejo y tosía sin remedio. Me moví y, desde la sala, juntitos y con ese friíto de montaña, vimos la inauguración por la tele. Invitados de cuanta esquina global. Actores, actrices, presidentes, auspiciadores y diputados. Un espectáculo de luces y fuegos artificiales sobre escenarios que transmitían el futuro de la isla en mano de aquellos atletas digitales a cuanto aparato mundial. Cantaron varios himnos nacionales. El nuestro fue el último y el que se quedó fuera de las grabaciones.

Encendieron la atracción principal: un tranvía que viajaría unos 100 metros hacia el cielo en símbolo de las transmisiones que un día envió el telescopio al espacio sideral. En el vientre de la nave, las cámaras mostraban a gente de todas las edades, colores y creencias. En segundos, Papá y yo veríamos desde nuestra casita la transformación de sus rostros de sorpresa a terror y luego alivio cuando aquel tranvía vertical regresara salvo y sano a la base. El cronometro contó en retroceso.

10, 9, 8, 7 Los auspiciadores e inversionistas sudaban todo el licor que habían consumido.

6, 5, 4 Los invitados de los palcos vociferaban.

3, 2 Los residentes de la isla miraban por móviles o tabletas portátiles. En casa nos comíamos las uñas.

—Coño, Madre de Dios —suspiré entre dientes.

1 Ya no hacía gracia transgredir esos vericuetos al centro del observatorio, pisar el letrero oxidado que leía Path To The Sky o convertir un gran PUÑETA en ecos en uno de los anfiteatros cubiertos en lianas o moriviví. Había pasado mucho tiempo. Mis transgresiones simbólicas que pretendían rebeldía en realidad solo eran actos de ocio. Es que, cuando aquella noche, se desfiguraron los rostros del gobernador y los congresistas, cuando los gamers miraron aterrados al tranvía estancado a medio andar, cuando en silencio las

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acciones de las compañías que apostaron una puta vez más en la Isla se desplomaron, cuando aquellos remolques tuvieron que estirar sus palancas de acero y remover a los transeúntes traumatizados de aquella montaña rusa, cuando nos dimos cuenta de que ni el carbón, ni el gas natural, ni las placas solares, ni los molinos de viento pudieron energizar aquel energúmeno del desarrollo, cuando contamos en retroceso y vimos a toda la isla sumirse en una oscuridad escalofriante, supimos que no tendríamos nada y nos sobraría solo una cosa: tiempo. Vendríamos a escupir, a maldecir, a rememorar y luego regresar a las faenas que tendrías que hacer por los siglos de los siglos para pagar la deuda de nuestros antepasados con el mundo.

El celular vibró. Era hora de regresar. Hora de refracción. Calabaza, calabaza. Apagué el teléfono como si así pudiese dejar de estar rastreado. Me quité la camisa y coloqué mis manos en mi boca para amplificar mi dolor. El dolor de la ilusión, el dolor de la abnegación, el dolor de la Isla robada. Desde el fondo de mi estómago, pero originándose en algún lugar del tuétano salió en forma de lirio y con los colores de la bandera un gran ¡¡¡PUÑETA!!!

Callaron los coquíes. El celular volvió a vibrar. Hora de la refracción.

Calabaza, calabaza. Cada quien a su casa.

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Huáscar Robles (él) es escritor, periodista, crítico cultural, cantautor y músico. Ha reportado sobre Haití y su diáspora. Produjo el documental "La costa invisible", sobre la invisibilidad social de mercaderes haitianos en Piñones y viajó a Haití como corresponsal de The Ochberg Society. Fue asociado del Centro Dart para el Periodismo y Trauma de Columbia University y del Instituto para la Justicia y el Periodismo en el 2009. Es el autor del libro "Puertos príncipes: temblemos todos".

Huascar.robles

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Manifiesto

Entrevista a la administración de la cuenta de Ig "Respect my Homeland"

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El movimiento “Respect my Homeland” surge de una preocupación genuina por los recursos naturales de nuestra Patria y sobre todo la angustia de mi gente que se ha visto forzada a abandonar su Isla y familiares por un “mejor futuro”. Mi propuesta es desestabilizar el sistema de este país abriéndole los ojos a la gente y expandiendo el pensamiento crítico-político de cada uno de los puertorriqueños. Hemos visto cómo el bipartidismo PPD-PNP ha acabado con lo único que tenemos como nación, nuestra Islita. La deuda es impagable e ilegal, nuestros profesionales se van sin saber cuándo regresarán. Las escuelas se vacían y se cierran, la cuota universitaria aumenta, las playas ya NO son nuestras. Los políticos nos “prometen”, pero como es de costumbre, nos mienten y aún peor NOS VENDEN. Es una vergüenza pensar que estoy viviendo en una isla donde en el futuro le tendré que pedir permiso al COLONIZADOR para poder pasar a la playa, tirarme una foto, ir a la quebrada o simplemente prender la música. La idea de que las “ayudas” nos ayudarán es la cogida de pendejo más grande que le han hecho a miles aquí en Puerto Rico; como si los boricuas no fuésemos capaces de TRABAJAR, APORTAR, CREAR EMPLEOS, INVENTIR y, lo más importante, SER DUEÑOS de nuestras propias DECISIONES, sin necesidad de otra nación que verifique y controle todo lo que se hace aquí. Lo primordial que se les queremos dejar claro a los GRINGOS es que somos un Pueblo que lleva en pie de lucha a favor de la independencia desde 1860, que somos apasionados por nuestra bandera, nuestro himno, nuestra cultura, nuestra música y, sobre todo, nuestra lengua. El fervor que llevamos se hace evidente cada vez que escuchamos “Preciosa” de Marc Anthony, el aplauso cuando aterrizamos, cuando gana una “Miss” nuestra en Miss Universe, la medalla de Mónica Puig en las Olimpiadas, hasta ese momento de Carlos Arroyo agitando su camisa en el juego de baloncesto; todos momentos inolvidables de David venciendo a Goliat. Son tantas las cosas que nos hacen únicos y es ese mismo Amor Patriótico lo que nos mueve hacia adelante con esta tarea. Tenemos que entender que el patriotismo no es solamente esa virtud heroica del Pueblo cuando se tira a las calles; es también esa fuerza que se siente cuando se vive lo bueno. Porque antes de tener la ciudadanía estadounidense, soy BORICUA y es por esto que me llama el deber.

Como dijo Betances: “la vida nunca cesa, la vida es toda lucha para recibir la libertad anhelada…”.

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Respect my Homeland 🚨 ZONA LIBRE de COLONIZADORES 🚨 #gringoGOhome #puertorico🇵🇷 is not for sale #abolishact60 #ley22

Respectmyhomeland

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Julio A. García Rosado

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"Gatorro solitario" Arte digital

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"Piragüero" Arte digital

"Gatopingo" Arte digital

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"Victoria Secrets" Arte digital

"Musas" Arte digital

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Julio A. García Rosado nació en Guaynabo, P.R., y se ha desempeñado, a parte de escritor, como diseñador gráfico, fotógrafo y editor de video. Es autor de «La caja italiana» y «Scenarium Maleficarom», que contienen cada uno tres obras teatrales. El segundo fue galardonado en el año 2008 con el Premio Nacional de Teatro, por el Pen Club de Puerto Rico. En el año 2011 publicó su primera novela «Ombligo de luna». Algunos de sus cuentos han sido publicados en antologías, revistas y blogs literarios.

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Eïrïc R. Durändal Stormcrow

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"Caja de Pandora" 12" x 9" Marcadores de acuarela

"Yunque de Kodama" 12" x 9" Marcadores de acuarela

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"Sparks will Fly" 12" x 9" Marcadores de acuarela

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El plan B Al muchacho straight que acaba de conocer mundo, viene de los suburbios pobres, blanquito, peludito donde ningún metrosexual se lo permitiría, que tiene curiosidad de estar con otro hombre, porque allá en su pueblito natal, su aldea, era todo un machito, que incluso preñó a la noviecita, pero ella lo perdió y fue muy triste para él y no se le ha parado en mucho tiempo desde entonces, pero está bien bellaco y, pues, por algún lado toda esa mierda tenía que explotar, y qué mejor vía de escape que el sexo, que es reconstructor, dicen, ¿no? Pues, un panita suyo de la universidad, le había recomendado a Jacques, este chamaco haitiano en plena zona universitaria de Humacao, que se convierte en el cabecilla de la droga en la universidad, y el cabrón está tan cabronamente bueno, pero tan asquerosa e indecorosamente bueno, es un negro fibroso con un culo hecho en mármol pulido, grande y generoso culo y sus huevos son como de avestruz cada uno y cuelgan en perfecta asimetría espacial, los bolones esos. Unas piernotas tenía el cabrón Jacques, de acero negro empíreo estelar y bien sideral, una cinturita de puta, como él mismo diría, con una V por espalda que parece hasta obscena de tan hijueputamente perfecta que es, que sostiene un par de tetas copa DDD, tan grandes como cada cacha de su avasallador culo, que llueve sudor limpio, puro y fresco sobre sus abdominales de sólido petróleo que llegan a una pradera amazónica que precede al gran templo obelisco. El mega uber falo, 12” x 8” es el estimado más conservador, no circuncidado. Un dios.

Negro orgulloso de serlo y por qué no, cuál es el problema. Un tipo bello. Un fuckin papi. El pelo rizo as fuck and proud y como larguito, pero como cortito, las cejotas, la barba, las tetas, el culo, el bicho, las piernotas, los brazotes, el cuellote, el machote. Habla 5 idiomas, pero no se lo dice a nadie. Es humilde, ¿ves? Sabe que es lindo y lo domina. Sabe que tiene todo lo que necesita para dominar y lo usa con quien sea para dominar. Con quien sea. Nenes, nenas, and everything in between. Y así se hace sus dos doctorados y ahorra para su plan B. Su plan B que tampoco le cuenta nadie. Su plan B para sacar a la mamá y a la hermanita fuera del país, porque está cabrón, Puerto Rico en el 2020 no es lo que era en el 2006 y ya aquí no hay quien viva.

El chico straight llega a la casa de la calle 14 en Villa Universitaria, al tipo del punto que, para ser un punto, está súper limpio el lugar y no levanta sospecha.

—¿Quién tú eres?

—Gabriel. Tenemos un amigo en común que me recomendó que viniera adonde ti.

—¿Estás bellaco?

—Sí —dice Gabriel, poniéndose bien rojo.

—Entra.

Gabriel camina como lo haría una espiga de trigo si tuviera piernas. Como si bailara con la brisa. Jacques se ríe. Tiene un buen culito el blanquito. Esto va a ser divertido.

—¿Tu amigo te dijo las reglas?

—No. No me dijo nada, en realidad.

—Lo primero es que aquí mando yo. Lo segundo es que, si vas a estar conmigo, es conmigo. ¿Me oíste, cantueputa?

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A Gabriel le sorprende la mala palabra. Lo coge desprevenido. El bofetón lo sorprende más y le saca una lagrimita del ojo izquierdo y le deja la mejilla y el labio temblando.

—Te hice una pregunta.

—Sí.

—¿Sí qué?

—Que entendí, Señor.

—Muy bien. Quítate la ropa y ponte en cuatro en el sofá.

Gabriel obedece, más caliente por la vergüenza que lo que le queda de bellaquera. Esto va a doler, piensa. Como cuando su exnovia le jugó con el culo aquella vez, que respingó y cabalgó ese índice hasta que la uña de ella le raspó un poquito en la próstata y ahí se le fue la vida. Pero la novia lo dejó porque la peste a mierda en su dedo le duró una semana. Y no podía parar de olerlo, porque secretamente, todos queremos oler el culo de un straight. Más si es peludo. Más si aparenta que no se cuida. Se quita los calzoncillos blancos, coloca sus rodillas sobre el cojín del caucho y se dobla.

—No estás arqueado.

Gabriel trata, pero no le sale la posición.

—Arquéate —repite Jacques y le sopla una nalgada con esas manotas de macho que tiene. Le deja la mano marcada en la nalga blanca y velluda.

Gabriel trata otra vez, pero no le sale.

—Como si estuvieras ofreciendo el culo, así. Forma una “u” no una “n”. Así, putita. ¿De quién tú eres, puta?

—Tuyo, papi —dice Gabriel, bien por lo bajo.

—No te escucho.

—Tuyo, papi —repite el chamaco straight claro y fuerte.

—Así es. Eres mía, cantueputa.

Tras varias nalgadas, Jacques le pega la boca a ese culo virgen, rosita, cerradísimo culo de niñato que no entiende de los placeres ancestrales de los hombres, los que ya no se dicen, aunque haya tanta información sobre ellos en la Internet, los que ya no se cuentan, porque, ¿cómo puedes ver a un tipo en la cara, a los ojos, después de haberlo visto clavao por el culo? Gabriel cierra los ojos y se abandona a la babosa entre sus nalgas que se hunde en la caverna más profunda de su reino.

—Culo rico tiene esta puta —gime Jacques mientras Gabriel comienza a twerkear y cabalgar esa lengua proporcional a su bicho.

Los dedos llegan de imprevisto, largos y gordos dedos que sufren si tienen que mecanografear en el teclado de una computadora porque se llevan cuatro y cinco teclas a la vez. Putos dedos gordos que no sirven para textear.

Esos dedos aprovechan el río de saliva y se meten en la cueva. Uno, dos, tres, cuatro, el pico de un pato, cinco. Y ahí es que entra el bicho glorioso de Jacques, que es como un plátano, realmente. En la base y en la punta es del mismo tamaño, pero en el camino, la cabrona pinga se ensancha tres o cuatro pulgadas. Y duele. Duele meterse esa pendejá. Pero a la misma vez no quieres que pare. Gabriel grita y qué bueno que la mamá de Jacques y su hermanita no están en la casa.

Jacques lo penetra de golpe primero, luego suave, luego se lo saca completo y lo vuelve a meter hasta los huevotes de avestruz, y Gabriel solo observa desorbitado, mareado por esta faceta del amor, porque esto

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también es amor.

—Párate. Vamos para el frente de la casa, cabrón.

—¿Qué?

—Así mismito. Te voy a clavar en la acera, frente a todo el mundo.

—¿Y si llaman a la policía?

—Podría chingarte en pleno mediodía en el mismo centro de la universidad y nadie se atrevería a decir nada. Me tienen miedo. Y tú deberías tenerme miedo también. Párate.

—No, por favor. No quiero así.

—No te lo pedí de favor. ¿Tú querías bicho? Pues, ahora vas a coger bicho y todo el mundo te va a ver cogiendo bicho y te lo vas a disfrutar. ¿Entendiste?

—No, por favor.

—Te callas.

—Please! —grita Gabriel mientras Jacques lo arrastra por las greñas y a fuerza de nalgadas hasta la marquesina de su casa. Pero no lo lleva hasta la acera. Lo pega a la pared contigua al portón y se lo clava allí mismo, de pie. — Te voy a llenar ese culo de leche y vas a ser mío, cantueputa. Y esto es ahora.

Deja que te coja en tu casa. Ponte en cuatro en el piso, dale.

Gabriel obedece, aun cuando una guagua pasa suavecito por la calle 14 en Villa Universitaria, un árabe que anuncia que compra oro. El árabe lo ve clavao y se queda mirando mientras Jacques azota al pobre muchacho. Igual pasan unas estudiantes y los ven, pero es como dice Jacques, nadie dice nada. De Jacques dependen todas las drogas del área, toda la heroína, meth, coca, matita, pastillitas felices y, más que nada, el Adderall de medio recinto. Nadie va a arriesgar eso por hacer un comentario sobre un tipo que se lo mete a otro en plena luz del día, aunque un chin escondidos en la marquesina de una casa de una calle sin salida en una urbanización de poca monta frente a una universidad que parece más una escuela superior que otra cosa.

—Te la voy a echar, puta. Pide esa leche.

—Ay, papi, dame leche.

—¡Pídela!

—¡Dame leche, papi, dámela, cabrón!

—Aquí va, cantueputa.

Gabriel siente cada pulsación eyaculadora como si un fantasma le pasara su mano gélida y etérea por el corazón una y otra vez sin parar. Se siente lleno, como si tuviera que cagar y, de hecho, cuando Jacques se retira, el bicho todavía duro, brillante como la obsidiana, pero limpio, al chamaquito se le sale la leche y la mierda a borbotones por ese culo.

—Te toca limpiarlo. Ahí está la manguera.

—¿Me puedo poner la ropa?

—Limpia este reguero primero.

Así, se riega la segunda fama de Jacques y, cuando la pandemia ataca en el 2020, que cierran el país en marzo, y Jacques no sabe qué puñeta hacer, cómo mover lo que le queda de inventario de drogas, a la semana lo ves con su cuenta de Onlyfans. Porque, realmente, ¿qué más queda? Y se hace de una buena paca de billetes. Le llueven las tipas, los tipos, les tipes, y a todos se la mete, no hay un solo culo que llegue a su casa que no salga bien preñao. Y a

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todos trata así. Con el cantueputa. A tal nivel que, para el 2021, ves gente en la UPR de Humacao con T-Shirts que leen “Cantueputa” en colores vivos y fonts llamativos. ¿Reapropiación empoderadora de un insulto? ¿O simplemente burla y desdén, luego de que el nombre de Jacques saliera en las listas de Yotecreo, en Facebook, Twitter e Instagram, como un agresor? Desde entonces, tiene protestas casi a diario frente a la casa y le tiran huevos en la calle cuando lo ven caminando por ahí mientras le gritan acosador y abusador, sin él entender por qué, quién, cómo, cuándo... Y nunca lo entenderá, porque la excusa de las feminazis, perdón, hembristas, perdón, comehombres, perdón, misándricas, perdón, supremacistas femeninas es que si especifican de qué se le acusa a él en las listas, podrían poner en peligro a las personas que lo acusaron. Un día, una feminista rabiosa maneater lo increpa en la universidad. Le grita, le escupe, frente a todo el mundo. Jacques aguanta y aguanta y aguanta. La ignora, se para para irse, pero ella se le va detrás.

—¡Las mujeres no podemos estar tranquilas mientras estés en la libre comunidad! Él se detiene. Ella saca un altoparlante quién sabe de dónde y le sigue gritando hasta que se queda ronca y sin voz. Ahí es cuando le mete un bofetón.

El puño de Jacques vuela solo, como un acto reflejo e involuntario, y aterriza sobre el altoparlante que, a su vez, se entierra en las encías de la tipa.

Cuatro dientes termina tragando.

—Por manisuelta. So cantueputa.

Y lo sigue de largo.

El incidente es grabado por cientos de celulares y, aunque a la gente le sabe a mierda que una mujer haya terminado en el piso con cuatro dientes menos, concuerda con que nadie tiene derecho a agredir a nadie y que ella fue la que perdió. Y nadie se vuelve a meter con Jacques. Recupera algo de su antiguo poder, pero ya nada es igual. El mundo cambió de la noche a la mañana y él se queda atrás, como nos quedamos muchos. A veces, es mejor quedarse atrás, que terminar cayendo por un barranco. Es como dicen por ahí. Hay que tener la mente abierta, pero no tanto que se te caiga el cerebro.

Termina por acelerar su plan B e irse a Canadá con su madre y hermanita, allá donde nadie lo conozca, allá donde no lo alcancen las listas, las hogueras, públicas o cibernéticas, o las turbas linchadoras. Allá donde sea imposible traducir “cantueputa” y que quede igual.

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Eïrïc R. Durändal Stormcrow es escritor, artista plástico y Editor en Jefe de la editorial Gnomo. Ha publicado los poemarios "Niños malcriados", "La honra del Jabberwöck" y "el williwaw de Frank Mathis" en ediciones bilingües, los libros de cuentos "Biografía de los planetas tristes", "Cielos negros" y "Puto noviembre" y la memoria de sexo "Diario de una puta humilde".

Actualmente, trata de mantenerse viviendo en San Juan con su marido y tres gatos, a pesar de la gentrificación y la invasión gringa.

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