Por los días felices

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bolsas de objetos y restos de comida abandonados, la vida ha salido hace poco tiempo, abruptamente. Lo que sabemos y lo que intuimos por medio de las imágenes es muy perturbador. Quedan apenas despojos, más o menos ordenados o desordenados. Ya no son el botín de nadie, no parece que tengan mucho aprovechable. Apenas disimulan el vacío total, que se hace evidente en otras fotografías. Es sabido que la voz resuena en una casa vacía de un modo especial, como amplificando la ausencia. También la luz se esparce por las paredes diciendo a su manera que allí no queda nada parecido a la vida, iluminando estancias que siempre acaban resultando demasiado pálidas, como el enfermo terminal a quien el pulso vital abandona. Podemos reconocer quizás algunos gestos demoledores. Miguel me hace ver cómo el colchón en pie, malamente apoyado en una pared, es una señal inequívoca de abandono definitivo. De punto final. Si lo pensamos un poco más, no podemos más que estremecernos. Abandonar a la fuerza el lecho donde se ha descansado, donde se ha amado, donde alguien se ha repuesto de una enfermedad, donde se han hecho planes de futuro, donde, en la noche, se ha soñado y se ha llorado, y dejarlo allí, desnudo, inútil, en pie, es la triste expresión de un fracaso muy doloroso. Y al mirarlo en algunas imágenes, como el propio fotógrafo en el escenario, tengo la certeza de que es un fracaso que nos alcanza a todos. Sí, estos escenarios son documentos por sí solos. Pero qué documentos tan especiales, que no saben decir a través de sus propias imágenes, aunque estas puedan encogernos el corazón. Tal vez es así porque necesitamos proyectarnos en las fotografías, sumirnos en su mudez, impregnar su enorme capacidad descriptiva con nuestras emociones: un

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