JUAN ERLICH / LOS ANIMALES

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CAT JUAN ERLICH

6/5/09

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Y es que resulta evidente que Erlich no pretende resignarse a la descripción realista y científica que se exige a la fotografía profesional de naturaleza y fauna, tan supeditada al documentalismo fiel del estilo National Geographic. Podemos afirmar sin duda que las inusitadas combinaciones biológicas de nuestro autor (tanto en lo relativo a la flora como en lo que respecta a los animales) serán en algunos casos imposibles pero, en todos ellos, claramente poéticas. Esta suerte de ganado universal profundamente exótico que construye Juan Erlich para nosotros, esta especie de Jardín del Edén de extrañas mezclas animales y botánicas, nos aleja del duro pragmatismo de la realidad biológica, una realidad en la que, en este mundo del siglo XXI y de cambio climático evidente, nadie niega ya que nuestra especie ha demostrado tener tanto poder de contaminación, destrucción y muerte. Pese a la atractiva amabilidad formal –que no temática de todo este trabajo, la concepción de la Naturaleza que se concluye de la obra de Juan Erlich no podía ser sino posmoderna y crítica. Me refiero a que un autor nacido en el último cuarto del siglo XX no podía sostener las visiones épicas y maximalistas de la gran fotografía moderna (entiéndanse las obras de un Ansel Adams o un Edward Weston o cualquiera de las imágenes de Naturaleza de la grandilocuente e histórica exposición The Family of Man comisariada por Steichen para el MOMA en 1955). De aquella idea absoluta del poder supremo de la Gran Madre Naturaleza (clemente o violenta) ante la que el ser humano constituye una simple nimiedad animal sometida a sus incontrolables fenómenos climáticos y meteorológicos –concepción que, de la misma manera, la entiende como una fuente de bienes de eterna promisión de los que podemos obtener perpetuamente los recursos que nos permiten subsistir- hace ya tiempo que se pasó a una idea de la Naturaleza representada como una entidad frágil, amenazada y sometida a nuestra destructora presencia y a nuestro implacable y peligroso dominio. Nuestra exitosa especie animal (desde el punto de vista biológico) es la única que somete a la Naturaleza e incluso la redirige hacia un uso de sus recursos especialmente agotador y extenuante (y, desde luego, siempre demasiado antropocéntrico y egoísta). Algunas de estas visiones posmodernas de la fotografía realizada a partir del fin de siglo XX residen en el uso metafórico de la ironía, una ironía poética como la que nos ofrece Juan Erlich cuando, como decimos, nos invita a visionar y disfrutar (no sin un poso de aflicción, melancolía o nostalgia) esta suerte de Paraíso (animal y vegetal) recuperado en el que especies de todo tipo y condición coexisten armónicamente en contextos orográficos limpios de toda presencia e injerencia humanas. Estos animales parecen por fin como salidos y liberados de un Arca de Noé redentora que ha permitido perpetuarlos después de un cataclismo sobrenatural (en el que podríamos haber desaparecido nosotros como especie y, por extensión, como amenaza) y los ha destinado a ese magno Jardín del Edén que mencionábamos antes en el que todos los animales tienen cabida, incluso los ya extinguidos. Mundo reconciliado consigo mismo en el que el único que parece no haber sido invitado a su emancipadora fiesta final ha sido el hombre, el ser humano. Sobra mencionar la razón de esa ausencia.


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