Focus. Desarrollar la atención para alcanzar la excelencia -Dedaniel Goleman-

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concentramos en esa tarea, ese diálogo interno.

El abogado y la pasa Su carrera como abogado se había basado en el enfado que le generaban las injusticias sufridas por sus clientes. Movilizado así por la indignación, se mostraba implacable en sus demandas, permanecía despierto hasta muy tarde estudiando y preparando sus casos y elaborando alegatos muy convincentes. Tampoco era extraño que pasase la noche revisando una y otra vez los problemas a los que sus clientes se enfrentaban, esbozando la estrategia legal más adecuada. Durante unas vacaciones, conoció a una mujer que enseñaba meditación y le pidió que le enseñara. Ella tomó unas cuantas pasas y le invitó, para su sorpresa, a degustar lenta y atentamente una de las pasas, saboreando la riqueza de todos y cada uno de los momentos de ese proceso: las sensaciones que despertaba en su boca, el sonido mientras masticaba, y el estallido consecuente de sabores. Y todo ello le permitió zambullirse en la plenitud de los sentidos. A medida que seguía sus instrucciones, fue concentrándose en el curso natural de su respiración, soltando todos los pensamientos que afloraban a su mente. Y, siguiendo sus indicaciones, continuó meditando, durante 15 minutos, en su respiración. Y, cuando lo hizo, sus voces mentales se aquietaron. «Fue –dijo– como si hubiese accionado un interruptor que me colocara en un estado parecido al Zen.» Y tanto le gustó que acabó convirtiéndolo en un hábito cotidiano. «Se trata de una práctica que realmente me tranquiliza. Me gusta mucho.» Cuando prestamos una atención plena a nuestros sentidos, nuestro cerebro aquieta su charla por defecto. Los escáneres cerebrales realizados durante la práctica de mindfulness (el tipo de meditación que el abogado en cuestión estaba practicando [llamada también, en ocasiones, atención plena]) han puesto de relieve su capacidad para atenuar la activación de los circuitos cerebrales en los que se asienta la charla mental centrada en el yo. [3] Y eso, en sí mismo, puede ser muy liberador. Según el neurocientífico Richard Davidson: «Si la absorción total y el flujo reflejan el abandono del estado errante de la mente y el centrarse por completo en una actividad, es muy probable que desactiven los circuitos por defecto. No puedes, mientras estás absorto en una tarea difícil, seguir dando vueltas en torno a tu persona. »Esta es una de las razones por las cuales a las personas les gustan los deportes peligrosos como el alpinismo, situaciones en las que uno tiene que estar completamente concentrado –añade Davidson–. La concentración poderosa aporta una sensación de paz y alegría. Pero, cuando bajas de la montaña, la red autorreferencial vuelve a hacer acto de presencia, con toda su cohorte de cuitas y preocupaciones». En la novela utópica de Aldous Huxley La isla, loros entrenados vuelan sobre las personas gritando: «¡Aquí y ahora, muchachos! ¡Aquí y ahora!», un recordatorio que pone fin a las ensoñaciones de los moradores de esa idílica isla y vuelve a centrar su atención en lo que, en ese lugar y momento concreto, está ocurriendo. El loro parece ser, en este sentido, un mensajero muy apropiado, porque los animales solo viven en el aquí y ahora. [4] El gato que brinca al regazo de su ama para ser acariciado, el perro que espera en la puerta, moviendo ansiosamente el rabo, la llegada de su dueño, o el caballo que ladea la cabeza con la plausible intención de captar las intenciones del jinete que se le acerca, comparten el mismo centro de atención en el presente. Esta capacidad de pensar de manera independiente de cualquier estímulo inmediato –de lo que está sucediendo y de todas las posibilidades que podrían presentarse– diferencia a la mente humana de la de los demás animales. Aunque muchas tradiciones espirituales, como el caso de los loros de Huxley,


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