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Historias xerecistas: Los Tortas
Rebuscando de nuevo en el cajón de sastre de mi memoria siempre aparecen algunas anécdotas que me llamaron la atención y que recurro a ellas cuando estoy a gusto tomando algo con amigos. La batallita de hoy tiene que ver con un tipo de aficionado o hincha al que venero, “el torta”.
Existen, como todo en la vida, categorías, y en las gradas las hay. Están los que pagan su entrada para ver -se supone- un espectáculo y que van y vienen. Llamémosles a estos “caducos”. Luego, están los “perennes”, que sienten al equipo y se identifican con el club de por vida. Dentro de estos hay subcategorías, los “normales” que sienten y padecen los colores, los “hinchas y ultras” que además de eso se organizan como grupo en pro del club, y los “tortas” que van un pasito más allá y cuyo forofismo roza la enfermedad. De estos conozco unos cuantos y si me pongo exquisito habría una súper categoría, “el torta torta” con énfasis en el segundo torta. Y de estos va hoy la parrafada, de mis queridos y admirados “tortas”.
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No se definen exactamente por una regla escrita. Los hay de muy distinto pelaje y condición: en tribuna o arriba del para-avalanchas de fondo sur, jóvenes y mayores, pero cuando lo eres se es para toda la vida. No hay caducidad en los tortas, llueva o ventee. Ni besamanos, bautizos ni comuniones les sacan de su compromiso fiel con el equipo. Un buen torta, si tiene tiempo libre, va hasta los entrenamientos, donde se juntará con otros tortas. Hay mucho de qué hablar entre dos tortas, y si se cruzan en la calle, después del saludo surge la pregunta de rigor: ¿y el equipo qué? Un buen torta, tras una dulce victoria, espera ansioso la crónica deportiva en prensa o internet, y en otros tiempos buscaría en el teletexto esa clasificación que nos ponía a tiro con la parte de arriba. Se tomaría su tiempo haciendo números y combinaciones de puntos y golaverages raros. Un torta de manual, tiempo atrás, tenía un pequeño transistor escuchando a Jerónimo Roldán los domingos por la mañana en la SER, atento al carrusel por la tarde o esperando impacientemente las tertulias de Manolo Morales en la Cope los lunes por la tarde. Del que voy a hablar hoy es anónimo, no recuerdo su nombre, pero este era un espécimen de los buenos, un “torta torta”.
Ubiquemos la acción en un Xerez- Málaga de la 90/91, de los últimos partidos de final de liga en Segunda A. El Xerez no se jugaba nada ya que estaba descendido matemáticamente. El Málaga, por el contrario, estaba jugándose el ascenso y se dio la circunstancia que en Chapín no se podía jugar por algún mitin de atletismo o algo así. Total, que se puso a huevo el tener que jugar fuera de Jerez, poner el partido a mitad de camino de Málaga, en la Línea, y hacer un taquillazo con los malaguistas que iban a desplazarse en masa. Y así fue. Entradón con 90% de afición del Málaga o más, dinerito para las arcas xerecistas, y desde Jerez fuimos pues los tortas más irreductibles.
El partido fue lo que se esperaba: un Málaga a por todas que nos arrolló. Recuerdo, como anécdota, que sentado debajo de mí estaba el humorista malagueño “el Pulga”, ya fallecido, sentado con su cubata en la mano, acompañado de Makanaky, un futbolista africano que jugó el mundial del 90 y que no estaba convocado ese día, y que pasaría a la historia por dar nombre por tierras malagueñas a los porros, “un makanaki”. En fin, que me desvío del tema. El partido iba ya 0-4. Los del Málaga estaban de fiesta y los de Jerez no sabíamos dónde meternos- Y el Pulga, con sus cubatas. A esto que, terminando el partido va, Golubica, aquel yugoslavo del Xerez con melenas agitanadas, y se saca un zapatazo y mete el 1 a 4. Lo que debió ser solo un gol de la honrilla, con el que uno no puede sacar mucho pecho. En cambio, no lo es para un “torta torta”, y entre el graderío se alzó nuestro héroe, el torta anónimo, que gritó fuertemente ese gol retumbando en esa tribuna ante el asombro del público que se levantó de pleno, incluido el Pulga, y de todo el banquillo del Málaga y del Xerez que se giraron para buscar a aquel valiente. No lo gritó para hacer la gracieta, sino que noté en el brillo de sus ojos que le salió del alma, sacando fuera la rabia de aquella goleada. La gente se reía, pero yo lo veía con orgullo. Es “uno di noi”, como se dice ahora. Larga vida a los tortas.