Escribir para la red. Reflexiones sobre la nueva (y vieja) escritura informativa 'online'

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“Desde los inicios de las sociedades ha habido manipulación de la información, muchas veces vinculado al poder. Un claro ejemplo es la Alemania nazi que difundía vídeo montajes de una vida idílica de los presos judíos en los campos de exterminio de la Segunda Guerra Mundial. Pero en la actualidad, vivimos en un mundo donde los medios de comunicación llegan a un público más amplio que antes gracias a la tecnología. En consecuencia, han aumentado su importancia hasta superar el poder político. Una pequeña élite intelectual se encarga de gestionar la sociedad a partir de la creación de un pensamiento único influido por la publicidad y los medios de comunicación. Así pues, hacen que solo conozcamos la información que les interesa a través de una censura invisible”. Se entiende más o menos qué quiere decir. Pero así se entiende mejor: El poder siempre ha manipulado. La Alemania nazi difundía por ejemplo montajes de una vida idílica en los campos de exterminio. Ahora los medios llegan a más gente. Se han convertido en casi más importantes que la política. Una élite crea un pensamiento único y hace que la publicidad y los medios lo difundan. Solo sabemos lo que les interesa. La claridad del segundo fragmento revela que la idea que tenía el escritor es menos sesuda de lo que parecía. En el segundo texto –que es una especie de “traducción a la claridad”–, sin perder información, se ve que la aparente profundidad del texto era leve. La grandilocuencia no es solo el enemigo de la claridad, también es enemigo del conocimiento. La grandilocuencia es ir del punto A al punto B por un camino difícil y lleno de pedruscos. Pero la claridad va en contra de la elegancia, del estilo, me dirán algunos. Es lo mismo que decir que Lady Gaga es elegante. Algunos pueden pensarlo y es probable que Lady Gaga sea algo, pero no elegante. Hay muchas maneras de ser elegante, igual que modos de escribir claro. La claridad es un fin en un texto, pero también puede ser un paso intermedio. Cuando el escritor tiene en la pantalla lo que quiere decir, es libre de ponerle algo de sal –un adjetivo, cambiar el verbo– para destacar o disimular una afirmación que de repente queda violenta. A esas alturas, cuando el texto ya está hecho, apenas perjudicará ya a la claridad. Con el tiempo, este proceso acaba por ser mecánico. Entonces nace el estilo. Pero eso pertenece a otro capítulo. La claridad no es, por tanto, solo un proceso de escritura. Es un proceso mental: saber qué decir es más complejo de lo que uno cree, incluso cuando se tiene claro. La prueba definitiva de que sabemos qué pensamos sobre algo es tratar de ponerlo por escrito. Escribir es explicar. Un buen modo de preparar el texto es explicárselo –o leerlo– a otra persona. Si no lo entiende, hay que dar más vueltas. El objetivo último es que las palabras lleguen del mejor modo al lector. La claridad no es escribir para tontos. La finalidad de un texto la pone el autor. Quizás solo quiere sugerir una idea, no concluir nada. Está bien. Pero que sepa lo que hace. No vale decir que uno solo apunta ideas para que el lector saque sus conclusiones. Eso a menudo es no aclararse y pasar el esfuerzo de descifrar al lector, que tiene cosas mejores que hacer. La claridad tiene enemigos. Son los que viven de la oscuridad. Los legisladores, los abogados cobran por traducir a una lengua común leyes o sentencias. En ficción es más relativo: el arte es complejo de definir. Pero los periodistas o quienes escriben para comunicar no tienen perdón. Sus textos deben entenderse. Si no, no cumplen su primer objetivo. Los objetos que no cumplen su fin son inútiles. Las cosas inútiles acaban en la basura. En las profundidades de internet hay mucha basura.

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