2002, el año que hubo asambleas.

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Escribentes vía el trabajo local para proyectar la asamblea desde allí hasta los planos más generales y el otro que buscaba llevar vecinos hacia las instancias políticas más serias (la Interbarrial de Parque Centenario, la Asamblea Constituyente, las marchas, la macro política). Es obvio que este segundo grupo –principalmente los militantes partidarios- no apoyaría la toma, o al menos no iba a ponerle el cuerpo. La acción suponía una multiplicidad de aspectos, coordinación, compromiso de los asambleístas, relación con los vecinos, y fundamentalmente una revisión de la relación entre lo legal y lo legítimo. Partíamos de estar en asambleas que eran legales (recordemos que el pueblo no gobierna ni delibera si no es a través de sus representantes) y con la ocupación del terreno baldío surgían objeciones fundadas en la ilegalidad de la acción, sin tener en cuenta que se trataba de una propiedad estatal. No faltó la comparación con la toma de una casa de familia, pero se salió del brete alegando la recuperación de un espacio público, no buscábamos su propiedad sino el uso. Se distinguía entre legalidad y legitimidad. El segundo argumento era hacer de un bien ocioso y privado algo útil y colectivo, se instalaba la cuestión del hacer. ¿Buscábamos insertarnos en los marcos legales constituidos o más bien queríamos fundar un orden nuevo, con otras relaciones de legalidad? Muy de a poco tomábamos al cambio social como objetivo, de manera difusa, desde lo práctico. Paralelamente a estas definiciones, y al crecimiento local, nos distanciábamos de los partidos que participaban muy poco de las comisiones y los trabajos concretos, y además descreían de la toma. Paradójicamente, fueron los partidos de izquierda que contaban con representantes en el estado los que se opusieron a cualquier diálogo con los legisladores porteños (al punto de rechazar la visita de varios de ellos a la plaza cuando la cuestión de la toma estaba en su punto más cálido). Nuestra idea era conseguir el apoyo de las fuerzas políticas e instituciones reconocidas en el barrio y la presentación de firmas de vecinos (que fueron muchísimas). Entendíamos que la autonomía no peligraba con una negociación, aprendíamos en los hechos que se trataba de una relación de partes. Negar al estado era infantil, la cuestión era cómo manejábamos la relación. En el barrio trabajamos un petitorio con el que recolectamos una enorme cantidad de firmas, el texto era el siguiente: “La situación económica del país es


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