Cancionero

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y se sentaron sobre la hierba fresca, recostados en una roca hendida por un rayo. La niña le explicó, entonces, que había salido de casa para ir a buscar nuevas flores y pájaros desconocidos, y que alguien, aprovechando la oscuridad y su amor a las flores, había abusado de su corazón (no podía explicarlo mejor, y tampoco le dijo quién era el vecino que le había arrancado el corazón, ya que el niño no era un habitante del lugar). El niño, que no hablaba sino cantando, le susurró otra canción -una canción de espejos y palabras mágicas que volaban sobre los árboles-, mientras con la mano sacaba de uno de sus bolsillos una cajita de cerillas, pero estaban todas húmedas de rocío, le dijo la niña. Entonces, el niño hizo una pequeña prueba rascando una cerilla contra la piedrecilla jaspeada que llevaba en el otro bolsillo, y le demostró que también hay cerillas húmedas que pueden encenderse. Así pues, se puso a encender una cerilla tras otra, ahuecando las manos, mientras que con la letra de otra canción le decía a la niña que debían seguir adelante, hacia el mar, avanzando por el mismo camino los dos, dejando atrás los árboles oscuros, los riachuelos de agua cenagosa y las pobres mariposas muertas. Hasta llegar a un claro del bosque que les llevaría al cielo abierto, cerca ya del mar. Durante días y días, mientras caminaban juntos de la mano, el niño continuaba encendiendo cerillas una tras otra para cicatrizar la herida profunda de la niña, para quemar el frío de su corazón arrancado. El niño seguía cantando, y la niña caminaba menos triste, más ligera. Hasta que, poco a poco, el niño también se fue consumiendo como las cerillas. Y una mañana de lluvia, la niña, al despertarse, lo vio tendido a su lado, con el cuerpo 99


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