San agustin

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San Agustín

nacido, con su leche hemos sido alimentados, su Espíritu nos da la vida».30 Así pues, no debe extrañarnos que el com bate (literal) del cis­ ma donatista ocupara buena parte de su actividad como obispo en la década que siguió a su consagración.

El origen del donatismo Aunque tradicionalmente la historiografía religiosa cristiana haya di­ bujado un heroico retrato del cristianismo de los orígenes, lo cierto es que las persecuciones a las que se vio sometida la nueva fe durante sus primeros años de vida no pasaron de ser erráticas y puntuales. Sin desmerecer el sufrimiento de quienes las padecieron, los emperadores que como Nerón, Domiciano o Trajano recurrieron a ellas en algún momento lo hicieron más por oportunism o o cálculo político que por intolerancia religiosa. Es cierto que ya desde sus orígenes el cristia­ nismo había sido considerada una religio illicita (no reconocida ofi­ cialmente), pero no lo es menos que la religión oficial del Imperio era fundam entalm ente una religión civil, de estado. El respeto a los cultos tradicionales y, cada vez más, a la figura del emperador divinizado, desempeñaba sobre todo un rol cohesionador en lo político: la parti­ cipación en los ritos públicos constituía una muestra de aceptación de la autoridad de Roma y, en consecuencia, su rechazo era un gesto de sedición política. Pero cumplido este expediente, las autoridades romanas no m ostraron un particular interés por controlar la religio­ sidad privada de los ciudadanos del imperio, como prueba el hecho de que en su seno convivieran y se difundieran una larga retahila de credos y religiones.

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Cipriano, De unitete ecclesiae catholicae, 5.


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