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Los ensayos controvertidos de Rosario Castellanos Andrea H. Reyes
Los ensayos controvertidos de Rosario Castellanos
Andrea H. Reyes
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Rosario Castellanos era una escritora prolífica en poesía, novela, cuento, teatro y ensayo. Ganó sus primeros tres premios literarios por obras de ficción sobre la vida en Chiapas, con énfasis en la relación petrificada entre las poblaciones indígena y ladina. Por eso algunos críticos la encasillaban como “escritora indigenista”, aunque nunca se limitó a ese tema. Otros lectores reconocían la atención constante a la representación de la mujer en su obra, y la catalogaban simplemente como “feminista”. Muchas veces en *Catedrática en el Departamento de Lenguas del Claremont McKenna College, California, E.U. el mundo literario estas caracterizaciones se han empleado para limitar la importancia del escritor y marginarlo, y éste definitivamente fue el caso de Castellanos mientras vivió. En realidad, sus escritos abarcaban una temática extensa, especialmente su obra ensayística. La autora analizaba la literatura, la vida política en México, sus experiencias autobiográficas, la situación social de la mujer, los acontecimientos internacionales, y otros temas importantes. Fue en el ensayo donde la amplia perspectiva crítica de Castellanos se manifestaba más, y ella asumía plenamente el papel de pensadora mexicana. Irónicamente fue el género más ignorado de su obra, y muchos de
los ensayos más contundentes, en particular los más políticos y controvertidos, fueron excluidos de recopilación hasta los últimos años.
Para dedicarle atención al fin a ese género, escribí mi tesis doctoral en 2003 sobre los ensayos de Rosario Castellanos, e intenté encontrar todos los textos que ella había escrito. Se publicaron cuatro antologías de ensayos durante su vida e inmediatamente después de su muerte, que contenían 179 textos en total. Sin embargo, la autora escribió una columna semanal en el periódico Excélsior desde 1963 hasta 1974, y muchos de esos artículos, además de otros en varias revistas literarias, nunca habían sido recopilados. Mi investigación recogió 336 ensayos no recopilados previamente, haciendo un total de por lo menos 515. El género menos estudiado de su obra resultó ser el más numeroso y, probablemente, el más leído durante su vida.
En el ensayo, el análisis literario predominó, pero el tema del segundo número de textos era sobre la vida social y política en México. Curiosamente, de esos 108 ensayos sobre la política, sólo dos se encuentran en Obras del Fondo de Cultura Económica, publicado en 1998; la gran mayoría quedó sin recopilación. No obstante, estos textos eran parte del debate público en las páginas de Excélsior, el periódico más importante de la Ciudad de México durante las décadas turbulentas de los 60 y 70, y la postura de Castellanos se destacó por su perspicacia, su honestidad, y en particular por una visión más progresista e internacionalista que la de algunos de sus contemporáneos. Ahora estos ensayos excluidos se han publicado al fin en los tres volúmenes de Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos, por Conaculta. Además, en 2013, la Universidad Autónoma de Chiapas publicó mi estudio de toda la obra ensayística de la autora en el libro Recuerdo, recordemos: ética y política en Rosario Castellanos, basado en mi investigación doctoral. A continuación comentaré sus textos más controvertidos: las críticas más audaces del gobierno mexicano, la definición de su ética progresista, su análisis más fuerte de la desigualdad entre los sexos, y sus exigencias a los escritores mismos a que no se callaran por temor a la represión. Todos los ensayos que cito aquí se pueden leer en los volúmenes de Mujer de palabras, no en Obras, y mi análisis más detallado se encuentra en mi libro.
Desde joven, Castellanos sostenía que una parte integral de su vocación era la obligación de representar la realidad de su país. Defi-
nitivamente, su compromiso era con la representación de la verdad, no el embellecimiento de la situación. Ella creía firmemente en la libertad de expresión. A principio de 1965, la autora respondió al intento de censurar Los hijos de Sánchez, un libro escrito por el antropólogo estadounidense Oscar Lewis, por ser considerado denigrante para México en la opinión de algunas personas influyentes, y hasta pornográfico en su descripción de la vida de una familia pobre en la capital. El estudio antropológico era verídico, su retrato de los efectos de la pobreza y el estilo de vida de los seres marginados reflejaba una situación real, y la propuesta de la prohibición llenaba de furia a Castellanos, tanto por el “falso patriotismo” como por constituir un ataque abierto contra la libertad de expresión. Pero este no fue un incidente aislado. Después de observar varios pleitos sobre el derecho de criticar las obras de mexicanos o su representación de la “mexicanidad”, la autora se desesperó por la estrechez de miras de sus compatriotas: “Porque lo que se enarboló, como bandera, no fue ni el mérito estético de las obras en disputa, ni la validez teórica de los postulados que sostienen cada una de las corrientes, sino un argumento que está bien en boca de los demagogos, pero no en boca de los artistas: el patrioterismo” (“Cultura y violencia” 325). Para Castellanos tales argumentos simplistas y nacionalistas no tenían valor.
En 1966, el gobierno mexicano manipuló ciertos conflictos con el objetivo de derrocar al rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Ignacio Chávez. En respuesta a ese atentado, Castellanos renunció al cargo que desempeñaba en la universidad como directora de información y prensa. Las maniobras del gobierno y la injusticia del trato al Dr. Chávez dejaron a la autora en una profunda congoja. Decidió salir del país por un año para dictar clases en los Estados Unidos, pero antes de irse, repasó las lecciones del distinguido poeta e intelectual de las letras mexicanas, Alfonso Reyes (1889-1959). Castellanos reflexionó sobre lo que debía ser el verdadero patriotismo: Esta sociedad de la que hemos hablado se llama patria y ser un buen patriota, para don Alfonso, no es sino el paso preliminar para convertirse en un ciudadano del mundo que guarda, con las otras naciones, una relación armoniosa, en la que no se deja llevar ni por el orgullo ni por la humillación. (“El héroe de nuestro tiempo” 560) Su espíritu internacionalista y su condena al “falso patriotismo” tenían origen en estos principios.
No obstante, al momento de ocu
38 rrir el golpe en contra del Dr. Chávez, ella vislumbró un adverso porvenir. En una recapitulación de aquellos años, Julio Scherer, editor de Excélsior, recordó las palabras premonitorias de Castellanos en 1966: “‘Vendrán tiempos nefandos’” (31).
Los tiempos nefandos llegarían poco después de su regreso a México en septiembre de 1967. Castellanos entró en un período muy productivo, pero también a un enfrentamiento angustioso entre su ética humanista y la realidad política de su país. En el año clave de 1968, su primer ensayo sobre los “disturbios” llevaba el título, “Nuestros jóvenes: señales de vida.” Aunque no consideraba que el propósito de las protestas fuera obvio en un principio, recibió con entusiasmo el activismo de la juventud. Su crítica fue para las tácticas del gobierno: le causaban preocupación por “el uso de la violencia que . . . parece singularmente desmesurada” (“Nuestros jóvenes” 140).
En agosto de 1968, ella analizó la versión oficial de los disturbios como profesora de literatura: de estructura incoherente, repleta de testimonios contradictorios, personajes simplistas ―así como la caracterización de los estudiantes involucrados como comunistas y extranjeros capaces de llevar al país a una crisis en una semana― y encontró que no era “verosímil” (“Arte y vida” 148). Un poco después, Castellanos examinó los acontecimientos en la capital en forma más directa, como intelectual mexicana, exigiendo cuentas al gobierno por su demagogia, y el papel de las palabras mismas era el foco de la discusión: En los últimos días se ha desenvainado una palabra que, al caer tajantemente, ha puesto en peligro de dividir lo que es una unidad. Esa palabra es “patria”. Un grupo numeroso y vocinglero ha declarado ser el propietario de monopolio de un bien que, hasta entonces, se había creído común. (“La patria” 156) Los demagogos utilizaban la palabra para dividir al pueblo entre los buenos que defendían a la “patria” y los malos de la “antipatria” que la habían traicionado supuestamente. La autora exigió que aclararan exactamente de qué hablaban: “En el uso y el abuso de esa palabra no aparece, ni por descuido, una definición. ¿Qué significa, en última instancia, aquello que se invoca?” (156) Para Castellanos la patria era un lugar dinámico, en cierto punto de su evolución como cualquier otra entidad social y política, y no tenía nada que ver con algo sagrado que no se podía criticar.
El 18 de septiembre, faltando poco para las Olimpiadas que se iniciarían a mediados de octubre, el gobierno mandó a diez mil soldados a ocupar la Ciudad Universitaria, bajo la explicación de que una conjura internacional pretendía boicotear los juegos olímpicos y que la patria estaba en peligro.
39 Esta acción enfureció a Castellanos, agotó su fe en la existencia de libertad en el país y en la supuesta autonomía de la universidad. No entendía, si los ciudadanos eran libres, por qué las autoridades se rehusaban a abrir un diálogo: “No dialogan sino los hombres libres y cuando se encuentran en condiciones de igualdad. ¿Por qué, pues, no fue factible una confrontación verbal entre los representantes del poder y los líderes estudiantiles?” (“Ni ditirambo ni elegía” 185) En ese último artículo publicado antes de la masacre en Tlatelolco, el 2 de octubre, la autora expuso la gran contradicción entre palabras y hechos, entre promesas y realidades, y exigió una paz basada en la libertad: Hay que recapitular, poner en tela de juicio las certidumbres sobre las que nos apoyábamos y preguntarnos: ¿de qué nos ha valido hacer una Revolución liberal? ¿De qué haber practicado durante decenios una democracia, por sui géneris que sea, si en el momento en que surge entre nosotros un fenómeno mundial, el de la inconformidad juvenil, adoptamos los mismos métodos que los países que no han transitado siquiera del feudalismo a la burguesía y que se rigen por dictaduras? Aparte de que la experiencia ha demostrado que tales métodos, lejos de ser operantes son contraproducentes. La represión genera la subversión. Y todos anhelamos una paz que emane de la justicia, no de la violencia. (“Ni ditirambo ni elegía” 185) Estas palabras aparecieron en las páginas editoriales de Excélsior el 21 de septiembre de 1968. No se publicó ningún otro ensayo de Castellanos durante todo el mes de octubre, y no era claro cómo funcionaba la censura de los periódicos en aquel entonces. Sin embargo, han salido indicios, como las palabras que José Agustín citó de Julio Scherer en Tragicomedia mexicana 1, en la víspera de la masacre: La prensa recibió “línea” para justificar la acción del gobierno y condenar a los estudiantes “que habían disparado contra los soldados”. “Aquella noche”, cuenta Julio Scherer, “en un telefonema urgente me había advertido el secretario de Gobernación que en Tlatelolco caían sobre todo soldados y a punto de colgar el teléfono había dejado en el aire la frase amenazadora: ‘¿Queda claro, no?’” (262) Lo que quedó claro fue que la vida política en México había empeorado drásticamente.
Cuando volvió a aparecer un editorial de Castellanos en el Excélsior, el 23 de noviembre del mismo año, fue en torno a un tema literario, y sólo mencionó en el primer párrafo los “meses de congoja y sobresaltos en los que hemos visto a la inteligencia enfrentada contra la fuerza y paralizada en sus funciones propias” (“Premio nacional que honra” 186), pero no dijo más.
El artículo siguiente, “Para poder
hablar en México”, del 14 de diciembre, pareció explicar el comentario tan limitado, porque confirmó un “acuerdo tácito” en México acerca de quienes no sólo tenían el derecho de no estar conformes con lo existente, sino aun de hablar de tal inconformidad. Ese “acuerdo” llevaba tres condiciones: 1) ser mexicano de nacimiento, 2) creer que “vivimos en el mejor de los mundos posibles”, y 3) no haber recibido ninguna beca, porque “de lo contrario sus palabras tienen el amargo sabor de la ingratitud” (192). Aunque no lo dijo, con ese criterio la autora obviamente estaba descalificada para poder hablar (condiciones dos y tres), y terminó el artículo: “bastan estas pocas reglas para que juguemos el juego sin condenarnos, de antemano, a perder” (“Las reglas del juego” 192) y allí dejó de comentar. Fue evidente que Julio Scherer y Excélsior estaban obedeciendo “la línea” que el secretario de Gobernación Echeverría les había indicado, y la autora estaba aclarando las limitaciones que le imponían con este editorial.
Su indignación ante la falta de información sobre los acontecimientos del 2 de octubre se mostró claramente el 4 de enero de 1969, cuando, en un ensayo, solicitó en forma de carta a los Reyes Magos, cambiar el tradicional regalo por la verdad: Nadie entendió nada y es por eso que, acompañando estas cuartillas con testimonios de buena conducta, me permito solicitarles a ustedes una explicación: ¿Qué ha pasado aquí? ¿O es que aquí no ha pasado nada? ¿Se puede llamar democrático a un régimen en cuya cúspide reina el misterio y en que la verdad es patrimonio de unos cuantos iniciados que cuando hablan es como por enigmas? (“Carta a los Reyes Magos” 213) Castellanos no podía creer la ofuscación por parte del estado y de los medios de comunicación: el rehusarse a nombrar los hechos cometidos, ni a explicar los eufemismos demagógicos que se repetían. Irónicamente, la autora no dejó escapar ni a los Reyes Magos mismos del clima de sospecha que

reinaba en el país: “Volvamos a nuestro punto inicial de partida: México. ¿Que ignoran a lo que me estoy refiriendo? No se atrevan a repetir desacato tal porque yo sería la primera en pedir para ustedes, por más Reyes Magos que sean, la aplicación del artículo 33 por extranjeros indeseables” (211). La acusación de infiltración extranjera, nunca respaldada por ninguna evidencia, ―las pancartas de los estudiantes sólo apoyaban a revolucionarios de otros países en la lucha contra el imperialismo― seguía siendo el fantasma amenazante de los demagogos. La autora empleaba las únicas herramientas que tenía: sus palabras, la ironía, su insistencia en la importancia del diálogo, para responder al ultraje que había sacudido al pueblo mexicano. Los acontecimientos de la noche de Tlatelolco dejaron una profunda llaga en la conciencia de México, y Rosario Castellanos fue uno de los intelectuales que los afrontaron.
Después de Tlatelolco, en una colaboración en 1969 con otros seis pensadores mexicanos, la autora definió detalladamente y reafirmó su “ética humanista” en contraste con “la corrupción intelectual”. Declaró que el pueblo requería “el bienestar, la cultura, la paz, el autogobierno, el progreso”, y que estas metas exigían: …varios puntos fundamentales: el cul
to de la verdad, . . . el rechazo de la falsedad y el autoengaño, en primer término. La independencia de juicio, o sea el hábito de convencerse por sí mismo con pruebas y de no someterse a la autoridad. Para ello es indispensable poseer coraje intelectual, amor por la libertad y sentido de la justicia. (“La corrupción intelectual” 202) Tales son los principios que ella defendía en sus críticas al gobierno.
En noviembre de 1970, dos años después de la masacre, Castellanos se refirió a las condiciones que al fin le permitían hablar directamente de Tlatelolco, porque el Presidente Díaz Ordaz había hablado de los sucesos recientemente, y aun así señaló la insuficiente información de la “conjura internacional” supuestamente culpable y la falta de pruebas. Resumió que “tenemos que dar asentimiento a estas explicaciones” porque “no tenemos acceso” a la verdad (“La amnistía” 606)
En el mismo artículo, Castellanos respaldó el reclamo por la amnistía para los muchos encarcelados desde la noche de Tlatelolco. Afirmó que “No, ninguno de nosotros ni dentro ni fuera de la Universidad, estará tranquilo mientras no estemos convencidos de que en el caso de los maestros y estudiantes presos se ha hecho justicia” (606). Las acciones del gobierno el 2 de octubre y la complicidad de los medios
de comunicación engendraron la denuncia.
Su preocupación por la demagogia y el patrioterismo continuó en otras circunstancias. Julio Scherer recordó que el día en que se inauguraron los Juegos Olímpicos, el 12 de octubre de 1968, apenas diez días después de la matanza en Tlatelolco, “por toda la ciudad, grupos de jóvenes tocan cláxones y se entregan a la práctica exorcista de repetir sin término el nombre del país: ‘¡¡MÉ-XI-CO!! ¡¡MÉ-XI-CO!! ¡¡MÉ-XI-CO!!’” (242). En 1970, en correlación con la presencia de la Copa Mundial en México, el coro se repitió y apareció en las bardas, las mantas y los gritos populares. Esto provocó una pregunta en la mente de Castellanos, por ser “un fenómeno de contagio, no de comprensión”, y quería que alguien le contestara “diciéndome con claridad qué es México”(“México, México” 496). Dijo que el hecho de que fuera el lugar que la vio nacer no era suficiente para otorgarle tanta importancia: No, seamos más rigurosos. ¿México es la historia hecha por nuestros antepasados y heredada y enriquecida por nosotros para nuestros hijos? Entonces ¿por qué cuando se investiga esa historia no se trata de llegar a la verdad sino de dar pábulo a las pasiones que nos dividen, que nos enfrentan en bandos inconciliables, que nos mantienen en un estado de ignorancia que llenamos con mitos y frases célebres que pronunció un héroe al que no hay que acercarse mucho si no se quiere descubrir que es de petate? (496) Estaba en desacuerdo con la demagogia del gobierno, especialmente la falsedad sobre los ultrajes tan recientemente cometidos contra sus propios ciudadanos. Veía claramente que el dejarse ir con los lemas de la multitud, en particular el patrioterismo, era un camino falso y dañino: “Porque eso de repetir las sílabas de un nombre sin saber a lo que se está aludiendo me parece, por lo pronto, absurdo. Y después, pero no mucho después, peligroso” (497). Podría ser que el hecho de haber estado en Europa pocos años después de la Segunda Guerra Mundial (1950-1951), de haber visto con sus propios ojos los escombros de sus ciudades, de haber oído del nacionalismo y la demagogia de los nazis por un lado y la resistencia por el otro, le hubiera influido en su concepción del mal que podía fomentar el nacionalismo. La autora escribió varios ensayos sobre el peligro que representaba el nacionalismo ciego, y señaló un editorial de Salvador Elizondo acerca de los excesos si se daba rienda suelta al nacionalismo. Resumió que, como otros instintos, el nacionalismo pretendía tener un origen lícito, pero, “a semejanza de todos
los otros instintos a los que no ilumina la inteligencia, se equivoca” (“Nacionalismo y tolerancia: prudencia hoy, victoria mañana” 88). Y era necesario iluminar todo con la inteligencia.
La ceguera del patrioterismo era peligrosa para otra gran tradición mexicana de tolerancia y apertura a los exiliados de otros países. La aportación valiosa de los exiliados al mundo cultural de México, y el hecho histórico de haberlos recibido con los brazos abiertos en el país eran puntos de gran mérito para Castellanos. Unos años después en una ocasión en que se encontraba lejos de México, ya embajadora en Israel, y vio llegar a una delegación de jóvenes mexicanos del Club Deportivo Israelita de México, la autora corroboró su profunda esperanza para la humanidad: Sanos, confiados, felices. Mirándolos a todos, escuchándolos hablar yo sentí un secreto orgullo: el de que mi país sepa ser también la patria de quienes se han acogido a su hospitalidad y han continuado su linaje en nuestro territorio. El de que quien se establece entre nosotros no padece la “extrañeza” de ser un extraño entre quienes se sienten iguales. Y deseé fervientemente que cada vez más nos empeñemos en borrar las diferencias de los que algunos, después de Hitler, todavía se atreven a llamar la raza; o la religión o la lengua o las costumbres para que sólo prevalezca un sentimiento fraterno de solidaridad. (“Nubes de verano” 93) El espíritu internacionalista infundió en su obra el reconocimiento del valor innegable de todo ser humano. Un suceso importante que reconocí al organizar los ensayos rescatados de Castellanos en orden cronológico fue la coincidencia de varios textos particularmente polémicos que fueron publicados en los pocos meses al principio de 1971, entre su nombramiento como embajadora de México en Israel y su salida del país al final de marzo. Parece ser un momento de mucha reflexión y el deseo de resumir algunas lecciones antes de irse. Por ejemplo, en enero de 1971, Castellanos se valió de su “ética humanista” para aclarar sus diferencias con Paisaje. Máximo Prado Pozo.

una de las personas más prestigiosas del mundo literario mexicano, Octavio Paz. En el ensayo, “Indagación sobre el ser nacional: la tristeza del mexicano”, comentó que una lectora le había escrito con admiración sobre los escritos de Paz sobre “el mexicano y su máscara”, y le pidió su impresión del tema. La autora no citó El laberinto de la soledad directamente ni mencionó el nombre del autor después de la introducción, pero era obvio para quien hubiera leído el texto que el argumento fue para contradecirlo rotundamente. No era poca cosa, considerando que Paz era probablemente el escritor mexicano de más renombre y poder en el mundo literario de aquel entonces. Sin embargo, Castellanos empleó ironía y humorismo para desmitificar su filosofía, y planteó un acercamiento al ser nacional mucho más racional. Su punto fundamental fue de desmentir la aseveración de Paz de que el silencio, o la soledad, o la tristeza imperaban sobre el mexicano irremediablemente.
Primero, se rehusó a aceptar ninguna teoría que afirmara que los mexicanos eran muy distintos de otros miembros de la raza humana: “Por lo pronto, vamos a mandar al diablo ese dogma tan socorrido como falso (pero, ay, tan satisfactorio para nuestra vanidad) de que somos peculiares y únicos” (“Indagación” 643-4). Caste
llanos sospechaba que tal creencia era simplemente el deseo de justificarse en lugar de buscar la verdadera clarificación de su propia situación. Describió el método utilizado por unos filósofos de elevar los defectos de la gente a cualidades eternas, y de hacerse pasar por cultos por la elaboración. Ofreció el ejemplo de la supuesta tristeza del mexicano, que se explicaba por la traición de la Malinche o tal vez por el triste fin de Maximiliano tan guapo, ―interpretaciones contradictorias de acontecimientos no relacionados en la historia, aunque hacían buen melodrama. Tal distorsión histórica conducía fácilmente a una conclusión fatalista: “Si sumamos esta serie de factores tenemos como resultado que somos tristes y que como, además, estamos tristes, no damos una” (645). La autora consideraba ridículo y pretencioso ese juego de “máscaras”, y exigió una nueva interpretación del mexicano que aceptara la realidad de que era un ser vivo que podía cambiar: Creo que, en el nivel en que padecemos el problema es moral pero en sus principios es intelectual. Cuando nos atrevamos a conocernos y a calificarnos con el adjetivo exacto y a arrostrar todas las implicaciones que conlleva, cuando nos aceptemos, no como una imagen predestinada sino como una realidad perfectible, estaremos comen-
zando a nacer. (645-6) Esta afirmación de ser “perfectible” fue precisamente el argumento de Castellanos: que el silencio del pueblo mexicano no era “predestinado”, que el uso del “adjetivo exacto”, el poder de la palabra, podía empezar a cambiar la situación, y que no había nada de la esencia mexicana que no se pudiera mejorar.
Pocas semanas después, en febrero de 1971, Castellanos dio un discurso impresionante en el Museo de Antropología, frente al Presidente Echeverría. Aunque es muy posible que el presidente haya esperado palabras de gratitud por el nombramiento como embajadora que le acababa de otorgar, lo que recibió fue la denuncia más contundente de las desigualdades entre el hombre y la mujer en México, con el título “La abnegación: una virtud loca”. Elena Poniatowska recordó ese discurso como el “grito” en un día clave en que “sus palabras la convierten en cierta forma en precursora intelectual de la liberación de las mujeres mexicanas” (¡Ay vida, no me mereces! 46). Fue de tanta importancia que cuando sus amigos publicaron una colección de remembranzas de la autora a un año de su muerte (Llamas), este ensayo fue el único texto completo de la autora que incorporaron en el panfleto. Sin duda, hay que preguntarse por qué cuando se publicó la antología de ensayos, Mujer que sabe latín, dos años después, éste no fue incluido.
Entonces, en marzo, faltando sólo semanas para partir a Israel, la autora volvió su atención a la importancia de cumplir con la ética de representar la verdad, aunque existía el temor de la censura. Citó a don Daniel Cosío Villegas, quien, en un editorial del día anterior, había identificado un temor general en el público sobre la arbitrariedad de las fuerzas del poder. Castellanos escribió que Cosío Villegas: afirma que nada es “más urgente que nuestras autoridades traten de medir hasta qué punto está grabada, profunda, inconmoviblemente en la conciencia de cada ciudadano mexicano la noción de que pende sobre su cabeza la espada de Damocles de un poder oficial tan fuerte y tan arbitrario que en cualquier momento puede desencadenarse sobre él un terror capaz de exterminar su persona, su familia y sus bienes”. (“Censura y autocensura” 678) Castellanos reconocía el temor general de un poder oficial arbitrario descrito por su colega, aunque eso no le quitaba la urgencia de exigir más de sí misma y de los demás intelectuales. Señaló el recato, la prudencia, con que demasiados de los escritores respondían a la posibilidad de correr un riesgo con su obra:
Únicamente pusimos en evidencia nuestra pusilanimidad, pero si somos pusilánimes, más vale que vayamos sabiéndolo y no que vivamos engañados pensando que si estuviéramos respirando una “atmósfera de libertad” seríamos los voceros del pueblo. Pero aquí el vocero del pueblo es el rumor anónimo que esparce nadie sabe cómo pero sí con qué eficacia, mentiras, exageraciones, amenazas, tanto más temibles cuanto más veladas. Si alguien, como por ejemplo, Elena Poniatowska, hubiera atendido esos rumores, ¿habría publicado su magnífico documental sobre La noche de Tlatelolco? Claro que no. Sin embargo, el libro está allí, en los escaparates y vendiéndose como pan caliente. (679) Castellanos añadió los nombres de otros intelectuales audaces y firmes que “han puesto tan repentinamente el dedo en la llaga y que han mencionado lo que se consideraba tabú y con ello han ganado la admiración y el respeto general” (679). Entonces, concluyó el artículo con la insistencia de que se podía y se debía desafiar la censura, y que el miedo a la censura provenía en parte de la propia imaginación: A veces, yo tengo la impresión de que los mexicanos ―que tal vez no hemos salido aún de la infancia— nos encanta, como decía Sor Juana, poner el coco para luego tenerle miedo. Y lo que al principio era juego se va transformando en realidad. Y por miedo a incurrir en la reprobación de una censura (que como no existe oficialmente la sentimos funcionar en todas partes) y que, como todas las censuras carece de imaginación, aplicamos la imaginación propia a autocensurarnos hasta el punto de que la palabra más inocente e insignificante nos parece cargada de dobles o triples intenciones. Y la tachamos. Y nos hundimos. (679-80) Pero Castellanos misma no se hundía, ni tachaba sus palabras sobre la realidad de su vida en México.
Aun en Israel como embajadora del gobierno mexicano, la autora no permitió que el cargo le impusiera una actitud “pusilánime” sobre la responsabilidad de decir la verdad sobre su país. Pocos meses después de llegar en 1971, en un artículo sobre el gusto de recibir la valija diplomática con periódicos, revistas e información reciente de México, la autora mencionó las pocas noticias que había recibido de la nueva masacre: “de los hechos del 10 de junio teníamos muy vaga noción”, y reforzó su apoyo por los que exigían la verdad sobre los dos atentados, el de 68 y el nuevo de 71. Reclamó saber: algo respecto a unos halcones que volaron después “de dar a la caza alcance” y de los que nadie ha vuelto a saber. Sobre ellos preguntan, en voz alta y libre,
las más responsables, las más exigentes, las más dignas conciencias de México. Y esa voz la escuchamos, y de ella nos hacemos eco, desde el sitio al que hemos sido destinados. (“La valija periodística” 80-1) Era evidente que su compromiso con la verdad superaba su obligación hacia el gobierno de Echeverría.
El texto más profundo que escribió Rosario Castellanos sobre la masacre en 68 fue el poema, “Memorial de Tlatelolco”, que aportó al libro tan importante de Elena Poniatowska, La noche de Tlatelolco. Su denuncia de los hechos y de la censura de información fue contundente. Los sobrevivientes que erigieron la Estela de Tlatelolco en 1993 para conmemorar “a los compañeros caídos” decidieron incorporar una estrofa del poema en el monumento, —precisamente la parte que señalaba el silencio de los medios de comunicación, su obediencia a la “línea” dictada por las autoridades: ¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie. La plaza amaneció barrida; los periódicos dieron como noticia principal el estado del tiempo. Y en la televisión, en la radio, en el cine no hubo ningún cambio de programa, ningún anuncio intercalado ni un minuto de silencio en el banquete. (Pues prosiguió el banquete.) (Obras II 186-7) La denuncia valía mucho cuando la escribió, conmocionó a los sobrevivientes que erigieron la Estela en 1993, y sigue siendo relevante en la actualidad. Aunque en años recientes han salido más datos sobre lo que sucedió en la masacre de Tlatelolco, la impunidad de los autores intelectuales y la complicidad de los medios continúan. Además, imagínese lo que habría dicho Castellanos sobre la desaparición y evidente asesinato de los 43 normalistas de Ayotzinapa, sobre las masacres en Tlatlaya y en Apatzingán, sobre las fosas comunes encontradas por tantos lados en México. Si estuviera viva Rosario Castellanos hoy en día, alzaría la voz sobre todos los crímenes todavía impunes, y condenaría la censura que aún existe en los medios de comunicación en México.
Así de controvertido era el periodismo de Castellanos. Para mí, una cosa fascinante ocurrió mientras yo encontraba estos ensayos y me daba cuenta de su valor: puse más atención al periodismo en México en la actualidad, en particular por medio del programa de Carmen Aristegui en CNN en Español, que se puede ver también en Estados Unidos. No solo aprendí de la aportación tan importante de Aristegui misma y su equipo, sino además sobre el periodismo de investigación
de Lydia Cacho, de Sanjuana Martínez, de Anabel Hernández, de Blanche Petrich, y de otras reporteras audaces. Estas mujeres mexicanas cumplen con la ética de Castellanos de exigir la verdad, de convencerse con pruebas y no someterse a la autoridad. Aun con todos los problemas que existen, el papel de la mujer en México ahora es otro que lo que era en los tiempos de Castellanos.
No obstante, la cuestión de la colusión de los medios de comunicación con los intereses del gobierno, y los límites puestos en la libertad de expresión, son temas tan relevantes como eran antes. El despido de Carmen Aristegui de su programa de radio este año es evidencia de eso. Aunque Castellanos y Aristegui tienen perfiles muy distintos, Carmen sí posee el coraje intelectual, amor por la libertad y sentido de justicia que promovía Rosario. La “ética humanista” de Castellanos sigue viva en el trabajo de Aristegui, y es urgente que su voz regrese al aire en México.
Hasta los volúmenes que ahora se han publicado, los editores de su obra habían excluido la gran mayoría de las observaciones de Castellanos sobre la vida política y social en México. Sin embargo, por toda su carrera literaria la autora insistió en reflejar la realidad del país, y resistió cualquier esfuerzo por restringir la libertad de expresión o de falsificar la imagen de México con el “patrioterismo”. Dado su obvio interés por entrar en el diálogo político de aquellos años, la exclusión de los ensayos con este tema revela cierto control sobre el mundo de letras. El hecho de que la participación de mujeres como intelectos en la sociedad es todavía punto de disparidad, aunque menos que antes, acentúa la importancia y originalidad de lo que logró Rosario Castellanos en las páginas editoriales de Excélsior de 1963-1974, y lo que significa su producción ensayística. Ahora podemos reconocer que, además de sus obras de ficción, poesía y teatro, Castellanos aportó una voz progresista, internacionalista y comprometida al debate nacional. Estos ensayos son parte imprescindible de la batalla ante la opinión pública de México en que Rosario Castellanos fue una intelectual insobornable, quien merece ser recordada para siempre en las letras mexicanas.
Obras mencionadas
Agustín, José. Tragicomedia mexicana 1: la vida en México de 1940 a 1970. México, D.F.: Editorial Planeta Mexicana, 1990. Impreso. Castellanos, Rosario. “La amnistía: necesidad de estar seguros y tranquilos.”
Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos. Comp. Andrea Reyes. Vol. II. México D.F.: Conaculta, 2006. 604-06. Impreso. ---. “Arte y vida: o la crítica literaria aplicada.” Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos. Comp. Andrea Reyes. Vol. II. México: Conaculta, 2006. 146-48. Impreso. ---. “Carta a los Reyes Magos: el rumor vence a la verdad.” Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos. Comp. Andrea Reyes. Vol. II. México: Conaculta, 2006. 211-13. Impreso. ---. “Censura y autocensura: el niño que pone el coco . . .” Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos. Comp. Andrea Reyes. Vol. II. México: Conaculta, 2006. 677-80. Impreso. ---. “La corrupción intelectual.” Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos. Comp. Andrea Reyes. Vol. II. México D.F.: Conaculta, 2006. 196-210. Impreso. ---. “Cultura y violencia.” Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos. Comp. Andrea Reyes. Vol. I. México: Conaculta, 2004. 325-28. Impreso. ---. “El héroe de nuestro tiempo.” Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos. Comp. Andrea Reyes. Vol. I. México: Conaculta, 2004. 558- 61. Impreso. ---. “Indagación sobre el ser nacional: la tristeza del mexicano.” Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos. Comp. Andrea Reyes. Vol. II. México D.F.: Conaculta, 2006. 643-46. Impreso. ---. Juicios sumarios. Xalapa, Veracruz: Universidad Veracruzana, 1966. Impreso. ---. El mar y sus pescaditos. Vol. 189. México D.F.: Sepsetentas, 1975. Impreso. ---. “México, México: contagio, no comprensión.” Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos. Comp. Andrea Reyes. Vol. II. México: Conaculta, 2006. 494-97. Impreso. ---. Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos. Comp. Andrea Reyes. Vol. I. México D.F.: Conaculta, 2004. Impreso. ---. Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos.Comp. Andrea Reyes. Vol. II. México D.F.: Conaculta, 2006. Impreso. ---. Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos. Comp. Andrea Reyes. Vol. III. México D.F.: Conaculta, 2007. Impreso. ---. Mujer que sabe latín. México D.F.: SepSetentas, 1973. Impreso. ---. “Nacionalismo y tolerancia: prudencia hoy, victoria mañana.” Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos. Comp. Andrea Reyes. Vol. III. México D.F.: Conaculta, 2007. 88-
91. Impreso. ---. “Ni ditirambo ni elegía: Marte en la universidad.” Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos. Comp. Andrea Reyes. Vol. II. México D.F.: Conaculta, 2006. 183-85. Impreso. ---. “Nubes de verano: exceso de influencias.” Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos.Comp. Andrea Reyes. Vol. III. México D.F.: Conaculta, 2007. 92-95. Impreso. ---. “Nuestros jóvenes: señales de vida.” Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos. Comp. Andrea Reyes. Vol. II. México D.F.: Conaculta, 2006. 138-41. Impreso. ---. Obras II: poesía, teatro y ensayo. Ed. Eduardo Mejía. México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1998. Impreso. ---. “La patria: daños de la demagogia.” Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos. Comp. Andrea Reyes. Vol. II. México D.F.: Conaculta, 2006. 156-58. Impreso. ---. “Premio nacional que honra: José Gorostiza, el poeta.” Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos. Comp. Andrea Reyes. Vol. II. México D.F.: Conaculta, 2006. 186-89. Impreso. ---. “Las reglas del juego: para poder hablar en México.” Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos. Comp. Andrea Reyes. Vol. II. México D.F.: Conaculta, 2006. 190-92. Impreso. ---. El uso de la palabra. México D.F.: Excélsior-Crónicas, 1974. Impreso. ---. “La valija periodística: un cordón umbilical.” Mujer de palabras: artículos rescatados de Rosario Castellanos. Comp. Andrea Reyes. Vol. III. México D.F.: Conaculta, 2007. 78-81. Impreso. Lewis, Oscar. Los hijos de Sánchez: autobiografía de una familia mexicana. México D.F.: Joaquín Mortiz, 1964. Impreso. Llamas, María del Refugio. “A Rosario Castellanos: sus amigos.” Año Internacional de la Mujer, Programa de México. Impresora y Litográfica Juventud, 1975. Impreso. Poniatowska, Elena. ¡Ay vida, no me mereces! México D.F.: Editorial Joaquín Mortiz, 1985. Impreso. ---. La noche de Tlatelolco. México D.F.: Ediciones Era, 1971. Impreso. Reyes, Andrea. Recuerdo, recordemos: ética y política en Rosario Castellanos. México: Universidad Autónoma de Chiapas, 2013. Impreso. Scherer García, Julio, and Carlos Monsiváis. Parte de guerra: Tlatelolco 1968. México D.F.: Nuevo Siglo Aguilar, 1999. Impreso.