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La rebelión tseltal de 1712: en escena. Alberto Gómez López
La rebelión tseltal de 1712: en escena.
Alberto Gómez Pérez
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Después de la comida en un restaurant en Querétaro, nos pusimos a conversar sobre temas diversos. En la mesa estaban Casilda Madrazo, mi amiga Alejandra Valdés Teja, y un hombre de unos treinta y siete años. Alguien preguntó sobre mi tema de tesis de maestría. Respondí que estaba analizando María de la Candelaria, intento de novela del historiador Juan Pedro Viqueira, y el guión cinematográfico Los embustes de San Tanás. Tragicomedia de una rebelión indígena, de Antonio Coello. Una voz a mi derecha dijo: “¿Y ya conseguiste ese guión?”, “Aún no”, contesté distraído. “Te lo llevo a San Cristóbal este próximo diciembre. Me quedan varios ejemplares”. “¿Y cómo es que tienes tantos?”, pregunté ya muy interesado. “Me regalaron muchos, por derechos de autor. Soy Antonio Coello”. A mediados de diciembre, Antonio llegó a San Cristóbal, y me dejó el libro en el Café Natura. Llegué por la tarde y recibí el libro, mismo que leí emocionado, pues llevaba largo rato buscándolo. Lo leí con gran interés, como si fuera el primer lector en tener acceso a la publicación. Los embustes de San Tanás… se publicó en 2006. Se trata de un guión de cine que espera pacientemente desembocar en un film. En el texto, la pretendida independencia indígena ante el régimen colonial en Chiapas, cobra vida. Recrea escenas en las que el ajaw siembra su semilla de maíz en el vientre de la niña Maruch, la histórica María de la Candelaria.
Diversos aconteceres pueden ser estudiados y presentados en diversos lenguajes: guión cinematográfico, novela, cuento, teatro; como movimientos sociales, conflictos intercomunitarios, entre otros. Aunque ficcionen nombres, escenarios y sucesos, serán siempre identificables en las obras literarias. Es lo que sucede en el texto de Antonio Coello. Lo novedoso en su trabajo es la reconstrucción del pasado a través del entrecruzamiento de fuentes: la oralidad y la escritura. Hasta entonces había leído pocas leyendas sobre Juan López, y encontré en el texto una mirada muy propia del cineasta. En su obra, Coello dibuja muy bien el ambiente donde el recién nacido Juan López, dueño de trece naguales, es llevado por el ajaw, su padre, para crecer en el corazón de la tierra. Enseguida, el autor menciona el pago de tributos, tequios, limosnas; hace discutir a fray Simón de Lara con el obispo Juan Bautista Álvarez de Toledo, hombre de poco más de sesenta años, para definir si el ermitaño que apareció en el tronco hueco de un árbol había sido poseído por el demonio. Y es que claro, se abordan las apariciones milagrosas en Santa Martha y San Juan Cancuc; para ello, los indígenas solicitaron autorización al obispo para construir una ermita para adorar a la imagen. Resaltan personajes rebeldes como Juan López, María de la Candelaria, Nicolás Vázquez, Agustín Pérez, soldados y espías de la virgen. De todos ellos, los que más me seducen son Juan López y María; el primero por sus semejanzas con los protagonistas bíblicos: Jesús y Moisés; su muerte es parecida a la de Hun-Hunahpu, quien resucita en Hunahpu e Ixbalanque, héroes del Popol Vuh. La segunda porque siendo apenas una niña, consigue dirigir la rebelión más importante de Chiapas. De los españoles vemos a fray Joseph Monroy, fray Simón de Lara, el obispo Álvarez de Toledo, el gobernador Toribio de Cossío, que pasaba los días pensando en el premio que el rey le daría luego de la pacificación de los pueblos insurrectos. Los personajes legendarios son: el ajaw, la virgen, San Juan Evangelista, y la hormiga que enseña a Juan López dónde encontrar maíz para su ejército. Los hombres y mujeres, las escenas, los sucesos, me envolvían en un ambiente histórico y mítico. Una de las escenas que más me intrigaron es en la que los ancianos juntan piedras en la cañada de Oxchuc para acabar con los soldados. Los principales habían salido desde hacía varios días de Cancuc. Preocupadas, las mujeres enviaron a Juan López y un compañero suyo a buscarlos. Y hallaron a los viejos midiendo el
poder de sus almas. Juan demostró ser el más fuerte de todos. Una vez iniciada la rebelión Juan fue baleado por el ejército español, pero desde el nicho de una Iglesia atrapaba las balas con su sombrero de paja. Y luego de un disparo con su bastón de carrizo acababa con sus enemigos. Me percaté que además de los documentos de archivo, que traen la voz del pasado, respira la oralidad en los episodios de este drama; y la imaginería autoral reluce al convertir al ajaw en un protagonista más en la obra. El más gracioso de todos los persona
jes es Sebastián Gómez de la Gloria, de San Pedro Chenalhó; quien aseguraba haber subido al cielo donde fue nombrado vicario y teniente por el mismísimo San Pedro, posteriormente regresó a la tierra a nombrar curas para los pueblos que necesitaban de esa figura religiosa. El cura fray Joseph Monroy, preocupado, pedía en vano al obispo Francisco Álvarez de Toledo no visitar las comunidades por el descontento de los pueblos. Las autoridades religiosas envían inmediatamente a los justicias a derribar la capilla donde los indios adoran a la Virgen del Rosario, pero prefieren regresar a Ciudad Real, huyendo a dejar las varas de mando. Con la finalidad de defenderse de la violencia desatada por los rebeldes, los españoles construyen con prisa un mortero, usando la campana de un convento. La aprehensión de mujeres ladinas en Ocosingo por los indios, así como el asesinato de los niños que lloraban en los brazos de sus madres, despertaron en mí un sentimiento de ira. Las ladinas capturadas fueron conducidas a Cancuc, obligadas a rendir obediencia a la virgen. Mientras, Juan López pretendió quedarse con la mayor parte del botín de guerra. El drama de Antonio Coello deja ver a los indios peleando con lanzas, flechas y cerbatanas. Dibuja también a las tres ancianas nagualistas: con el po-
der de sus almas provocaron truenos, tormentas y viento, con intención de acabar con los soldados españoles. Es interesante la imaginación de Antonio Coello al presentarnos a una María de la Candelaria que da a luz a un bebé dentro de una cueva, que podría ser una parte del cerro Ajk’abalna, donde vive el ajaw, desde donde cuida el alma de todos los animales del monte. La adolescente muere mientras amamanta a su crío. De pronto aparecen cinco jolotes amarillos rodeando al niño, quien desaparece al sumergirse en el interior de la tierra. De este modo, habla de la resurrección de Juan López, y resalta aquí que María de la Candelaria es la madre de Juan. Nada surge del vacío. La imaginación parte de un punto particular de la realidad, un acontecimiento que ha tenido lugar y espacio en la vida de la humanidad, o puede motivarse a partir de hechos supuestos, como las obras de Julio Verne, donde los seres humanos se trasladan a la prehistoria, la época de dinosaurios y demás animales gigantes. En Los embustes de San Tanás…, el autor parece no tener intención de crear héroes ni buscar culpables. Además, es sabido que la historia no se presenta de manera irónica, trágica o romántica, sino que es el escritor o historiador quien le da esa forma, usando como
herramienta el lenguaje; y representa una realidad discursiva a partir de la construcción y evolución del personaje. Al leer los nombres, escenarios, sucesos dibujados en el drama, me imaginé a Antonio Coello informándose; revisando documentos del Archivo General de Centroamérica, Guatemala, y el Archivo General de Indias en Sevilla, España. Al mismo tiempo lo visualicé en los pueblos tseltales Bachajón, Cancuc, Guaquitepec, Abasolo, platicando con los ancianos, buscando en ellos la voz de su pensamiento, el aire que trae los suspiros de la historia. Imaginé los diálogos indígenas en tseltal, traducidos al castellano. Y vuelvo entonces a levantar la mirada hacia el cerro Ajk’abalna; llega a mi memoria la figura del ajaw, como hombre de poca estatura, cuidando el espíritu de los animales; dando fuerza a los dioses que se encargan de proteger ríos, montañas; y a los dioses que extienden las manos sobre los acahuales, para mayor producción de maíz.
* Licenciado en Historia, maestro en Ciencias Sociales y Humanísticas. Profesor de la licenciatura en Historia (UNACH).