Tantas claridades para prender una luz

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Eduardo Rosenzvaig / Tantas claridades para prender una luz

recuerda. Las autoridades decidieron evaluarme para “ver” en cuál grado me pondrían. En Chile estaba cursando 4º, querían llevarme a 2º, la evaluación permitió según ellos el 3º. Cuando pregunté en qué había fallado, las autoridades escolares, entre ellas un “señor uniformado”, me contestaron: “… no sabés historia argentina…” Lloré como una telaraña. Pero no salí corriendo desaforada de la escuela, agobiada sí, no definitivamente cuadrangular como se hubiera esperado de una niña. Salí casi erguida. Había fallado. Siempre había sido buena alumna pero ahora era Viernes como mi padre, porque estaba bajo las órdenes de Robinson Crusoe. Recuerdo, a propósito, que el día que me llevaron a conocer a mis compañeritos, fui escoltada por militares. En la presentación pública como reo, no importó mi nombre, se hablaba de mi nacionalidad, y se les informó a los chicos los motivos de mi presencia: “No sabe historia argentina”. Era una infiel al dogma que desconocía. ¿Cómo se podía ignorar la historia argentina en Curanilahue? La falta estaba expuesta. A Viernes le quedaba ser sirviente. Pasó el tiempo, en realidad no mucho, dos largos desalineados años en los que debía formar atrás en la fila por si había guerra con Chile, pero sentarme adelante en el grado para ser observada por las mismas razones tácticas, y se me dijo que debía ser la última en abandonar la sala, o sea correr al final en caso de bombardeo. Llegué a la Universidad, pude estudiar pero no me entregarían el título si no me nacionalizaba; para ejercer debía llevar cinco años de ciudadanía. Cumplí los 21 requeridos, me nacionalicé el día del estudiante, 21 de setiembre, y ejercí los cinco años de ciudadana para ejercer. Me costó mucho todo, cuesta ser viernes y liberarse sin tener que ser robinson, pero demuestro lo que necesitaba demos95


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