Manual Tucumán de arte contemporáneo

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Marcos Figueroa

que sólo puede ser recorrido virtualmente por Internet, en el que se “montan” obras seleccionadas durante una convocatoria previamente difundida a través del correo electrónico. Desde la pulcritud aséptica de sus ambientes neutros que producirían la envidia de cualquier artista, “muypreciosa_vidriera virtual” exhibe mucho más que piezas virtuales. También desnuda realidades en el campo de la cultura local desde un lugar que simultáneamente es obra y gestión, al tiempo que sale a la búsqueda de otros públicos, planteando estrategias de visibilidad alternativas a partir de los hábitos culturales contemporáneos entre los que se destacan los nuevos códigos de exhibición y pertenencia como los blogs, los fotologs, etc. En un lugar diferente se ubica Lucrecia Lionti, que trabaja tomando esas pequeñas tareas escolares que procuran embellecer la vida, sobrevalorando la idea de un adorno edulcorado, enfatizando la noción de artificio y sobrecargando su tarea con un didactismo tal que finalmente termina por resultar tan sospechoso como fatigante. Desde un aire despreocupado propio de su generación, Lionti parece eludir todo discurso político formal acartonado, basado en los grandes relatos de nuestra cultura y en cambio elige, como estrategia de interpelación, los intersticios de esos pequeños gestos cotidianos en los que una enorme cadena de simples operaciones como cortar, pegar, bordar, parecen librar otras batallas diarias. Sin embargo, por acción de su sobresaturación, ese aire superficial y celebratorio de una vida ordenada donde no parece tener cabida ningún deterioro e irregularidad, termina comportándose como fina crítica al sistema educativo en tanto principal herramienta de regulación y reproducción de nuestras peores conductas sociales. En efecto, Lucrecia Lionti lo hace sin la sobrecarga pedagógica y dogmática de nuestra tradición artística pues responde a otros modos de conectar con lo social. Knowing by Heart (“Saber de memoria”) de Mónica Herrera es otra versión crítica sobre nuestra escolaridad. Se trata de una pieza minimalista digna de Carl André, un rectángulo en el que, a primera vista, sólo percibimos texturas que siguen cierta modulación regular. Sin embargo, apenas nos aproximamos a ella, caen los supuestos minimalistas y entonces vemos que lo que la artista nos muestra son todas las conjugaciones del verbo “saber”, en tiempo presente del modo subjuntivo, escritas con el dedo mojado sobre cartulina porosa y absorbente. Estas escrituras efímeras han sido registradas fotográficamente en un intento, quizá inútil, de preservarlas de su fugacidad, y se disponen regularmente sobre la pared. Así, su sentido dispara en una dirección más abarcadora y profunda: el deber y la culpa, propios de nuestras sociedades inscriptas en la cultura occidental y cristiana.

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