Neil Gaiman
Coraline
—Como quieras —dijo la otra madre. Escogió con cuidado uno especialmente grande, le arrancó las patas (que depositó en un gran cenicero de cristal que había sobre la mesita cercana al sofá) y se metió el escarabajo en la boca. A continuación, lo masticó muy feliz. —¡Hum! —exclamó saboreándolo, y tomó otro. —Estás enferma —afirmó Coraline—. Estás enferma y eres mala y rara. —¿Crees que ésa es manera de hablarle a tu madre? —le preguntó la otra madre con la boca llena de escarabajos. —Tú no eres mi madre —repuso la niña. La otra madre pasó por alto el comentario. —Me parece que estás un poco alterada, Coraline. Esta tarde tal vez deberíamos bordar algo o pintar acuarelas. Después cenaremos y, si te portas bien, puedes jugar con las ratas antes de acostarte. Te leeré un cuento, te arroparé y te daré un beso de buenas noches. Sus largos dedos blancos revolotearon con gracia, como una mariposa cansada, y Coraline se estremeció. —No —dijo la niña. La otra madre se acomodó en el sofá. Su boca, con los labios fruncidos, formaba una línea. Comía un escarabajo detrás de otro, como si fuesen pasas cubiertas de chocolate. Sus grandes ojos de botones negros permanecían clavados en los ojos de color avellana de Coraline. El cabello, negro y brillante, serpenteaba y se le enroscaba en torno al cuello y los hombros, como si soplase un viento que Coraline no podía notar. Se miraron durante casi un minuto. Luego, la otra madre exclamó: —¡Qué mala educación! Dobló el paquete de papel blanco con cuidado para que los escarabajos no escapasen, y lo metió en la bolsa de la compra. Después se irguió más y más: a Coraline le parecía más alta que antes. Rebuscó en el bolsillo de su delantal y sacó la llave negra, la miró con el entrecejo fruncido y la tiró a la bolsa; a continuación, sacó una llavecita plateada y la mostró con aire triunfante. —Ya está —dijo—. Esto es para ti, Coraline. Es por tu propio bien y porque te quiero, para enseñarte buenos modales. Al fin y al cabo, la conducta forma a la persona. Arrastró a Coraline hasta el vestíbulo y ambas se dirigieron al espejo que estaba al fondo. Luego la mujer introdujo la llavecita en el espejo y la giró. Se abrió entonces una puerta, tras la cual había un espacio oscuro. —Saldrás cuando hayas aprendido a comportarte —anunció la otra madre— y cuando estés dispuesta a ser una hija cariñosa. Agarró a Coraline y la empujó hacia el espacio borroso que había detrás del espejo. De su labio inferior colgaba un trozo de escarabajo, y sus ojos de botones carecían totalmente de expresión.
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