Las ventajas de ser invisible

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El 24 de diciembre de 1983, un policía apareció en la puerta. Mi tía Helen había tenido un terrible accidente de coche. Nevaba mucho. El policía le dijo a mi madre que mi tía Helen había fallecido. Era un buen hombre, porque cuando mi madre empezó a llorar, le dijo que el accidente había sido muy grave y que mi tía Helen sin duda había muerto al instante. En otras palabras, sin sufrir. Había dejado de sufrir para siempre. El policía le pidió a mi madre que lo acompañara a identificar el cuerpo. Mi padre estaba todavía en el trabajo. Fue entonces cuando yo me acerqué, junto con mis hermanos. Ese día cumplía siete años. Todos llevábamos sombreros de fiesta. Mi madre había hecho que mis hermanos se los pusieran. Mi hermana vio que mamá lloraba y le preguntó qué había pasado. Mi madre no pudo decir nada. El policía se agachó sobre una rodilla y nos contó lo que había ocurrido. Mis hermanos se pusieron a llorar. Pero yo no. Sabía que el policía se había equivocado. Mi madre le pidió a mis hermanos que cuidaran de mí y se fue con el policía. Me parece


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