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BISEXUALES EN EL AUDIOVISUAL: DÓNDE ESTÁ WALLY POR ELISA COLL

Buscar relatos bis en películas y series es como buscar a quien se ha perdido en el bosque sin chaleco fosforito. Hay que seguir sus huellas, observar el contexto para dar con pistas y partir de que la búsqueda nunca conllevará literalidad: casi nunca se pronunciará la palabra bisexual, así que tendremos que deducirla a partir de lo que ésta significa. Me explico. El documental “La belleza y el dolor“ (Laura Poitras, 2022) recorre la vida profesional, activista y personal de la fotógrafa Nan Goldin, usando de hilo conductor su lucha contra la familia Sackler, responsable de miles de muertes por adicción al Oxycotyn en EE.UU. Muchos de los temas relacionados con el género y la sexualidad se explicitan (gays, lesbianas, trabajo sexual, drag) pero uno permanece innombrado, a pesar de estar constantemente presente: la bisexualidad de la propia Goldin.

Seguimos a la protagonista en su relato por su traumática infancia y posterior refugio en entornos queer. Su primer amigo, David, fue quien la bautizó como Nan y ella a su vez lo ayudó a salir del armario. Después dio con la comunidad queer del local The Other Side y «desde el comienzo me sentí allí como en casa». Goldin continúa narrando sus vivencias en una comunidad lesbiana separatista: “Yo era la rara porque llevaba perlas y me pintaba los labios para ir a la playa. Me enamoré de esta mujer preciosa, fuimos amantes por un tiempo”. Después se enamoraría de un hombre que acabaría agrediéndola físicamente por haber estado con otra mujer.

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En una mesa redonda organizada por DisturBi Col·lectiu, la montadora Yaiza González señalaba lo difícil de narrar la bisexualidad sin recurrir a mostrar prácticas sexoafectivas. Y, sin embargo, encontramos la bisexualidad de Nan Goldin mucho más allá de sus relaciones con hombres y mujeres: el hecho de haber sido parte de una comunidad lésbica sintiéndose "la rara"; el haber sufrido violencia de género como castigo por relacionarse con mujeres; el saberse «como en casa» entre personas queer; su participación en la lucha contra el estigma del VIH/sida; y sobre todo, la necesidad de encontrar una familia elegida que te vea como eres, hasta el punto de darte el que será tu nombre para siempre: Nan.

Nuestros referentes no dijeron necesariamente la palabra bisexual, pero en sus vidas encontramos un mapa dolorosamente esclarecedor. Por eso es tan imprescindible entender cómo funciona la bifobia y conocer los factores que se repiten en las vidas bis, incluido el hecho de haber estado narrándolas sin ponerles nunca la palabra. Este documental es otra prueba más de que siempre estuvieron en el activismo queer, y honrarlas pasa por decir su nombre y retratarlas como lo que siempre fueron: una fiera y desgarradora parte del colectivo LGTBIQA+. Ojalá apliquemos cada vez más esa mirada para poder hacerles justicia en el audiovisual, dentro y fuera de la ficción. Y es que, tal y como muestra “La belleza y el dolor”, siempre estuvieron ahí, en ese bosque, esperando a ser encontradas, vistas y reconocidas.