Juntos en el amor

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Enrique Alberto Arce

JUNTOS EN EL AMOR

Inédito – Año 2004


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I N D I C E Conducta 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12

*Cómo calibramos nuestros estados de ánimo .....4 *La pronta respuesta .....6 *La voluntad de decidir .....7 *Lo esencial y lo superfluo.....8 *No justificar lo injustificable....9 *Objetividad versus subjetividad.....10 *Conducta desleal.....10 *El resentimiento.....11 *Fantasía-Realidad .....12 *La gota de agua y yo .....12 *Las virtudes humanas .....14 *La paz en el espíritu.....20

Temas sociales 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27

*Agresividad compulsiva .....21 *El argentino.....23 *La amistad .....27 *Idolos-Idolización .....28 *Vicios .....29 *Se ha despertado un monstruo ......31 *Algunas ideas sobre el matrimonio y familia .....32 *Mediación .....37 *Dominio de una persona sobre otra .....41 *Corral de incertidumbre .....43 *Ganar o perder .....44 *Agudizar el sentido crítico en el televidente .....45 *Programa social .....46 *Poder y conversión.....48 *Relación Yo-Tú y diálogo fructífero .....50


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introducción Mientras sigamos perdidos en el verdadero significado y potencia de la palabra amor hecha acción, seguiremos errantes en nuestra vida, sin ninguna meta clara y definida. Porque amor no es solamente sexo, aunque tenga una importante gratificación. La persona que ama redime el sexo porque éste satisface un momento, mientras que en una conjunción de ambos, cumple la hermosa función que le tiene reservada. El amor es „sublimidad del espíritu‟ que se congratula con todos los seres del universo dándose de sí, sin ocultar nada; aún ofreciéndose con tanta humildad, que no le cabe ni la ofensa ni el encono de aquellos que no comprenden su significado. Es por eso que el que contiene el amor en su corazón, se enternece ante el herido, el que sufre infortunios; el perseguido y apaleado, y resuelve no arbitrar en litigios donde uno, o el otro, o ambos, actúen alevosamente. Y no lo hace por falta de compasión, sino para preservarse de la contaminación que produce la hipocresía. Por el contrario, trata de encausarlos por la senda del amor sin condicionamiento. Como dice A.La Sala Batá: “Amar a una persona no significa poseerla, pero sí afirmarla, lo que significa concederle de buen grado, a esa persona, el derecho a su humanidad”.

Usar las vías de las abominaciones y los enfrentamientos, no facilita el „encuentro‟ entre las personas. Más bien distancia y ahonda las diferencias. Y yo me pregunto: ¿quién sale ganancioso de esto? Lo único que promueve es a un „juego‟ que hacíamos de niño: el “Pasará, pasará, y el último quedará”. Es sencillo: dos personas se toman de sus manos con los brazos extendidos, y van pasando, de a uno, los participantes. Al quedar retenido entre los brazos de ambos, se le pregunta qué prefiere (por ejemplo, la naranja o la banana). Digamos que optó por la naranja: se pondrá, prendido, detrás de uno de los capitanes. Si lo hizo por la naranja, lo hará detrás del otro. Terminado el número de participantes, cada grupo formado tirará con fuerza para su lado, y vencerá el que consiga descalabrar al otro grupo. Hasta acá, el juego, pero enfrentadas las corporaciones entre sí, „ganará‟ aquella que muestre mayor viveza y fortaleza, aunque se valga de „golpes bajos‟. Y quedará, como siempre, el tendal de muertos y magullados. Toda guerra engendra odios, y la erradicación del odio, no se obtiene con verborragias sublimes, ni con


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componendas parciales, ni con prebendas interesadas, sino poniendo, incansablemente, ternura en los actos y en las palabras. Como ya lo expresara en otros trabajos míos, el norte que guía la dirección de mi mente, mi corazón y mis manos, es el acercarme a cada hombre, mi hermano, con bondad y humildad, para ser un vector más, de los muchos que pugnan por acercar el idioma universal del amor entre los seres que habitamos este mundo. Un autor, Ouspensky, me advirtió de algo que no me había percatado en su magnitud. Dijo que el hombre aún en vigilia, estaba dormido. Que, en muy pocos espacios de su vida se encuentra realmente despierto. Nosotros lo llamamos „distracción‟. Esta flagrante situación me permitió evidenciar los casos en que —el hombre distraído— se prestaba, casi sin quererlo, a ser blanco de las circunstancias externas sin sopesarlas debidamente en su filtro cerebral. Es por eso que, en algunos de mis capítulos, pongo énfasis en un ¡despierten! que no es reprimenda sino atención a lo que está sucediendo. ***

Conducta 1 -Cómo calibramos nuestros estados de ánimo Seguramente en algunos momentos de tu existencia te has sentido eufórico, lleno de vida y con una disposición para „llevarte por delante el mundo‟, y en otros, te notaste decaído, sin fuerzas, retraído, evitando el contacto con las demás personas. De una u otra forma, en algunos casos las causas fueron justificadas; en otros no. Y valido de estas situaciones, decidís y haces planes, y lo llevás a cabo con mayor o menor suerte. Ahora bien, si estos cambios te ocurren de vez en cuando, generalmente no inciden mayormente en tu vida, pero si esto se hace regular, deberás poner atención porque es muy posible que entres en un círculo ajeno a lo normal. El „estado de ánimo‟ constituye en la persona, en cierta forma, el termómetro de las emociones. Shoeps nos dice que “juzgado filosóficamente, el estado de ánimo es solamente un punto de partida determinantemente matizado para „un estado en sí todavía no definido‟, el cual, mientras dure este estado, guía la vivencia de una determinada manera... porque los estados de ánimo son algo fugaz y pasajero.”

Muchas y variadas son las ocasiones que crean situaciones encontradas y desencontradas que inciden en la formación del „estado de ánimo‟. De ahí


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que primitivamente se categorizan como estados elevados y estados oprimidos. Sin embargo, actualmente, podríamos decir que estos „estados‟ están enmascarados en las emociones y sentimientos. Y dentro de esta categoría, se diferencian claramente las emociones de todo tipo; algunas que se expresan espontáneas e inmaculadas del interior del ser porque fueron encarnación del mismo -de ahí su atributo de autenticidad-; y otras que se contaminaron de falacias que algunos incorporaron durante su crecimiento bio-psicológico. Estas emociones, de uno u otro bando digamos las puras y las impuras- dirigen, en cierto modo, las actitudes que la persona efectúa bajo sus influjos. Entre las primeras, situadas en la escala de la felicidad, se menciona el amor y la alegría en todas sus etapas, desde la más tímida hasta la exaltación. Y entre las segundas se encuentran el miedo, la tristeza y la rabia, también en sus distintos niveles de caracterización. Los estados anímicos, pueden adquirir distintos matices según sean las incidencias que tienen en el crecimiento de las personas. Algunos individuos manejan automáticamente ciertos estados anímicos que les son cómodos, y no cambian, mientras que otros van madurando los mismos conforme a la formación creciente del carácter. Y así lo manifiesta Bollnow cuando afirma: “el estado de ánimo significa lo variable; el carácter, lo firme en la vida”. Quiere decir que una postura perseverante representa un equilibrio estable que condiciona los estados de ánimo, conteniendo o impidiendo el predominio de aquellos que son malsanos para la salud espiritual, y dando salida plena al amor y a la alegría de vivir. Aunque existe una cierta embriaguez a dejarse llevar por los „estados anímicos exaltados‟. Diría que se sitúan en la antesala del corazón. Lo importante es reconocer „qué tipo de estado anímico es el que prima en nosotros‟. Si se expresa por emociones de afecto y alegría, o el sentimiento de amor, bien venidos sean, pero si irrumpen algunos de la estirpe de las inauténticas o rackets, ¡cuidado! Con estos últimos, entramos en posturas artificiales y malsanas identificadas como “Juegos psicológicos”, donde se mercantilizan directamente, emociones y sentimientos adulterados o impuros. No nos olvidemos que somos proclives a dejarnos influenciar por los „estados de ánimo‟ de aquellos que forman nuestra circunstancia. Una persona que nos enfrente, dominado por la rabia, ocasiona en nosotros una actitud, generalmente, de represalia o abatimiento. O aquella que nos tiraniza con sentimientos de culpa, atribuyéndonos su desgracia. Quiero decir, que si no estamos atentos a las circunstancias, podemos caer fácilmente en el fatal triángulo en que se mueven los juegos psicológicos; o sea, adoptando las posturas de perseguidor, víctima o salvador; todos ellos de textura falsa,


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porque derivan irremediablemente, hacia finales de desagrado o turbación. (Análisis Transaccional)

Como he descrito en otras ocasiones, la articulación de esta clase de juegos sociales —aprendidos durante nuestra infancia— se repiten inconscientemente en el trato diario, y resulta muy fácil caer en los mismos. Recordemos que una persona que increpa airadamente a otra, asume un protagonismo de Perseguidor, en busca de una Víctima. Esa misma Víctima, que acepta su rol pasivamente, puede buscar el auxilio de un Salvador que lo ampare, y el Salvador gozar de su actuación como protector, aunque defeccione en su propuesta enviando mensajes fraudulentos. En ese intercambio de roles, cada uno de ellos se encuentra cómodo en su actuación, aunque el desenlace, como dijimos, termine en una franca contrariedad. Y esto se debe a que, en ese „juego peligroso‟, se canjean bonos de falsos sentimientos. Sin embargo, muchos son los seres que dimanan amor y alegría por doquier, energizando los corazones desencantados y creando ondas que se esparcen en sus ámbitos, para bien de la humanidad. * 2 -La pronta respuesta Seguramente a ti te pasará lo que a mí, o sea que, en algunos momentos de nuestra vida, ante las circunstancias que nos acosan, no sabemos qué hacer y hacia dónde dirigir nuestros pasos. Es como si dentro del cerebro se enmarañaran las fibras nerviosas que conducen las incitaciones del pensamiento, y los mensajes se embotaran. Y es que, a veces, recibimos un caudal de correspondencia tan excesiva, que entra rápidamente en nuestro intelecto, sin ser debidamente clasificada, y a la que queremos darle cauce con febril agitación, en ese mismo instante. En fin, nos comportamos como deficientes „agentes de correo‟. Muchos de nosotros nos creemos omnipotentes en eso de atender y hacer varias cosas a la vez, y si en algunos aspectos nos comportamos como tales, es bueno saber, para el bien de nuestro patrimonio espiritual, que la „estación receptora‟ que atiende los flujos de informaciones que le llegan a través de los sentidos, tiene „una sola vía‟, es decir que no está totalmente habilitada para recibir todas ellas con igual claridad una y otra, al mismo tiempo. Todo tiene “su momento”, y merece una atención considerada. Algunos creemos ser más inteligentes cuando —como en un campo de pingpong— respondemos con suma prontitud a los requerimientos exteriores. Y


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no es así. Nuestro „sello de distinción‟ se marca en la adecuación y sabiduría de un juicio debidamente reflexionado. Seamos cautos y no „saltemos‟ con respuestas inmediatas que luego nos haga sentir molestos o avergonzados de haberlas proferido, salvo algunos casos especiales que no merece una demora. *

3 -La voluntad de decidir El acto de la decisión requiere un esfuerzo de la voluntad y, al mismo tiempo, la valentía de exponer, ante los demás, la propia personalidad desnuda. Convengamos en que, en las variadas y múltiples facetas que presenta nuestra vida, existen decisiones que mayormente juegan „momentos‟, algunos casi automáticos, que efectuamos, casi sin alterar mayormente nuestra existencia. Digamos: el despertar a cierta hora para ir al trabajo; asearse, elegir la vestimenta de ese día; tomar o no un refrigerio. Pero también otros más exigentes como cuando, en el viaje de ida, pienso y repienso lo que voy a decirle a ese compañero que ayer me ofendió, y en qué forma expondré mi estrategia de venta ante determinada firma para hacerla factible y satisfactoria... y muchos más. Lo que sí sabemos, realmente, es que cada tramo de nuestra vida exige de cada uno de nosotros, individualmente, una decisión. Que nos equivoquemos o no en la elección, es otro cantar. Por eso, me pongo en consonancia con Ortega y Gasset cuando asegura que „vivir‟ es “una faena” porque “el hombre está siempre en una circunstancia, que se encuentra de pronto y sin saber, como sumergido, proyectado en un orbe o contorno in canjeable. De tal modo, para sostenerse en esa circunstancia, tiene que decidir en cada instante lo que va a hacer en el siguiente ”. Como esta

faena -tú lo sabes- resulta, por momentos, bastante pesada, no nos llama mayormente la atención de que algunas personas declinen esa tarea en otros, pero, aún así, “yo soy quien ha decidido y sigo decidiendo que él me dirija: no transfiero, pues, la decisión, sino tan sólo su mecanismo”. Quiere decir que la vida es un “quehacer”, y el eludir esta tarea menoscaba la integridad personal. Sin embargo, en el amplio espectro de la decisión, suceden muchas cosas. Podemos optar, en ciertos momentos, ante circunstancias triviales que no nos conmueven en nada, ni a nosotros ni a las personas que giran dentro de nuestra órbita vital, pero existen otras en donde está en riesgo nuestra salud orgánica y/o psico-espiritual. Acá es donde pueden producirse fisuras y aún resquebrajamientos de nuestra estructura como persona. Yo creo que la „falta de toma de decisión‟ en estos últimos casos,


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se convierte en un pecado de trasgresión a las leyes de la vida. Y en este item se van acumulando situaciones que nos exigían resoluciones que no fueron tomadas. Postergaciones. Las postergaciones se transforman, muchas veces, en eslabones de gruesas cadenas que arrastramos, dificultando el ágil andar por la vida. A mí me ocurre que cuando en algún momento consigo encarar esa postergación que me impide el andar, siento como que una suave brisa acariciara mi rostro; como que se anulara un grueso eslabón de esa cadena. Conviene, entonces, querido amigo, estar prevenidos, porque en cualquier instante puede suceder „algo‟ que altere nuestro estado de pasividad, sin llegar, necesariamente, a las expectativas catastróficas donde nuestro dominio de las cosas se perderá y estaremos al borde del barranco de la desesperación. Ser fiel a uno mismo es una responsabilidad que merece una atención de tiempo completo. Y para ello nuestros pensamientos—sentimientos tienen que coincidir con las acciones que llevamos a cabo. Y la tarea de vivir se hará blandamente, en un clima de sano bienestar. *

4 * Lo esencial y lo superfluo ¿Haz notado cómo, muchos de nosotros, fijamos nuestra atención a un sinnúmero de situaciones totalmente superfluas, inconsistentes, que no sólo se acumulan en nuestro banco de memoria, sino que no-nos-sirven-paranada? Y, ¿a cuántas otras, que podrían tener un significado conveniente en nuestras vidas, no les prestamos interés alguno? Digamos, nos detenemos en chismes, razonamientos no avalados por la verdad, diálogos que se convierten en disputas donde cada uno especula con la mentira o el prejuicio sin atender al otro. Yo te pregunto, ¿qué beneficio nos reporta? Y no ponemos mayor interés en muestras de solidaridad, en programas de bien común, en la complacencia de realidades que hacen a la felicidad familiar, por ejemplo. Además, todo lo que impresiona al cerebro, especialmente a través de la vista y el oído, va ocupando un lugar en el mismo, y se satura de tal modo, que dificulta la libre expresión de pensamientos concienzudos. Me lo imagino como un cajón de nuestro armario donde van a parar una cantidad de papeles desordenados, algunos importantes y muchos otros que han perdido vigencia y que quedan ahí, entremezclados y ocupando un lugar desmerecido. ¿No te parece, que a la manera de un alquimista sabio, deberíamos aprender a encauzar las motivaciones que nos llegan del


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exterior, de modo tal que penetren solamente aquellas que puedan ser de verdadero provecho para nuestra vida y desechar lo que nos puede dañar? Tal vez yo no me haya expresado con claridad. Pienso que nuestro ambiente social está dañado y que existen fuerzas malignas y destructoras que tratan de separarnos entre sí, e incluso influir en aquellos que son frágiles a sus artimañas, y en suma ir aniquilando la armonía de los seres humanos y del mundo, extendiendo, amenazante, una temible sombra de horror, aprovechando la distracción y el desenfreno del actual hombre social. Pero está en cada uno de nosotros proponer ser los artífices de nuestra propia vida, y en esa ejecución, adiestrarnos en la sabiduría de acercarnos a lo bueno desechando aquello que nos puede dañar. * 5 -No justificar lo injustificable La palabra justificar encierra en sí misma una cantidad de equivalentes que no siempre se relacionan entre sí. De esta manera, cuando decimos justificar, también se acredita: probar-demostraracreditar-evidenciar. Excusar, disculpar, defender, sincerar, vindicar. Aunque, por otra parte, puede esconder un pretexto válido o no válido, que actúa de comodín, para no entrar en polémica con una conducta dada. No todo razonamiento es evidenciable por sí mismo. Algunos de ellos deben acreditarse o „justificarse‟ para concederles valía y ser tenidos en consideración. Y en eso de la justificación cabe un interrogante. Cuando yo justifico algo, ¿Lo hago con plenitud de conocimiento, o me sirvo de algunos elementos no honestos o enmarañados, para demostrar mi razonamiento, aún a costa de pasar por mentiroso? Porque, en los contenidos de la justificación pueden acondicionarse muchos desaciertos de nuestra conducta, que no nos gusta presentar al público, y esta incómoda situación la tratamos de suplir con ardides más o menos veraces, para salir lo más intacto posible, de la misma. Muchas son las ocasiones en que “la señora justificación” se pone delante nuestro para acreditar una „razón valedera‟ aún cuando ésta esté preñada de desaciertos, pero, si así lo hacemos, es porque somos calco de nuestro aprendizaje infantil. En ocasiones, allá en el tiempo, durante esas dobles etapas de niño y de adolescente, especialmente, y ante el castigo o la recriminación que se avecinaba por alguna actitud o torpeza nuestra, buscábamos el amparo de la justificación para salvarnos. También recurríamos a ella para obtener algún provecho. Y algunas veces, no siempre, lo conseguíamos.


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Por otra parte, una buena justificación, verídica o falsa, nos sirve de soporte ante las circunstancias que se nos aparecen en cada momento de nuestras vidas. Debemos reconocer que ninguno está libre de imperfecciones, salvo Dios. Algunos las poseemos en mayor grado que otros. Y con ellas realizamos nuestra existencia. Pero los años van pasando y es hora de que „nos pongamos los pantalones largos‟, y salgamos a la vida con actitudes nobles. Aquello que merece una justificación honesta, hagámosla nuestra, pero no ensuciemos el ámbito de la relación personal con falsedades que no les hace bien a la sociedad ni a nosotros mismos. El comportamiento de cada uno, que entrañe veracidad y congruencia en los pensamientos y acciones, y que se proyecte hacia los demás beneficiándolos con su sabiduría, es ya de por sí un testimonio válido y necesario que no necesita demostración alguna. *

6 -Objetividad versus subjetividad En repetidas oportunidades, arriesgamos una sentencia llevando por delante la frase: “desde mi punto de vista objetivo”, y yo me pregunto ¿hasta dónde, o hasta qué punto lo objetivo se mantiene indemne, y no se matiza o se fragua en lo subjetivo? Este es un punto que requiere una atención particular. Y lo es porque el sentimiento ocupa tanto lugar en nuestras expresiones verbales, que difícilmente puede desligarse del pensamiento. Por ejemplo, decimos muy serios tratando de ser objetivos: “los animales deben ser preservados de la brutalidad de algunos hombres”. Pero es inútil, muy dentro nuestro está vibrando un dejo de emoción que nos traiciona. Porque, enseguida, y entre otras, surgen visiones de focas y lobos marinos muertos brutalmente a palos, o el de un pajarero que les pinchaba los ojos a sus canarios para que “cantaran mejor”, según decía. Y muchos casos más. Ahora pienso que toda motivación sentimental que pueda aparecer en nuestros discursos no es malo, porque es un soporte que sirve para darle la tonalidad necesaria a los conceptos vertidos. Eso sí, es importante que las emociones que acompañan a los pensamientos sean genuinas y no adulteradas y, a la vez, moderadas en su efusión. * 7 -Conducta desleal ¿Te das cuenta de las veces que fuimos depositarios de intimidades que nos fueron confiadas creyendo que las guardaríamos bajo cinco llaves, y fuimos perjuros y las diseminamos sin más? ¿No crees que parecería como


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que existiera, dentro de nosotros un instigador que nos urgiera a declarar secretos que deberíamos mantener en el silencio del corazón? Convengamos en que esta infidelidad rompe los pactos de la intimidad y nos hace proclives a revestirnos con un ropaje de traidores al compromiso de amistad que sellamos con otras personas. Y lo que es peor, podría provocar otro mal, que es la discordia. Y sabemos que la discordia, en su grado mayor, ocasiona odios, resentimientos, y hasta la guerra. Reconozcamos que la señora discordia es una dama muy activa, a la vez maliciosa, que se esconde en sus propios pliegues tenebrosos. Entonces, alineémonos con la lealtad, fundamento de un corazón puro en sentimientos. Y este imperio conviene que lo defendamos a capa y espada, porque nos hará nobles. * 8 -El resentimiento Yo te pregunto: ¿alguna vez te topaste con un alma resentida? Seguramente me responderás: -No solamente una vez, sino muchas-. Es así. En un mundo donde la gente vive atropellándose entre sí buscando mejores puestos, mejores oportunidades, mejores remuneraciones, algunos hay que los consiguen y muchos otros que quedan a la deriva, mordiendo su rabia y su impotencia, porque son desalojados, desaprensivamente, por los más fuertes y los más dispuestos. Es probable que me preguntes: — ¿existe una diferencia entre lo que se entiende por „rencor‟ y „resentimiento‟? Sí la hay, y no es de fondo. Me remito a un tema que toqué en “El hombre transparente” y me refería a las emociones y los sentimientos. Ambas son de la misma raza pero yo entiendo que las emociones „se disparan‟ bajo un impulso directo, como un resorte que de repente salta; en cambio los sentimientos yacen y se encarnan, obrando muy dentro nuestro. Entonces, casi en esa misma equivalencia, diría que el „‟resentimiento‟‟ que se origina -según nos lo dice el diccionario- a partir de un “disgusto o sentimiento penoso del que se cree maltratado por la sociedad, la suerte o la vida”, actuaría como lo hacen las emociones, y el „‟rencor‟‟ o “resentimiento arraigado y tenaz”, como los sentimientos. Pero así como hay sentimientos malos y sentimientos buenos, creo que existe un resentimiento emparentado con la envidia y la rivalidad y un resentimiento que crispa a las personas que carecieron de afecto y fueron rechazadas. ¿Notaste la expresión que tiene el „resentido‟? Es posible que tardes en conocer su verdadera identidad, porque el resentido posee muchas máscaras, ya que está embrazado con el hipócrita, la falsa humildad; y es


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alentado, vivazmente, por la envidia, la soberbia y el odio. Tal vez cuando el resentimiento se convierte en odio, es el momento de conocerlo directamente, porque en ese momento, ataca de frente. A mí me parece que el „rencoroso‟ es un ser muy peligroso, ya que mantiene su vileza en la oscuridad, y es capaz de las infamias más deshonestas. Pero no se nos ocurra desafiarlo y hacerle notar su bajeza, porque perdemos. Más bien démosle en cambio, el mayor amor posible, de modo de ir desgastando sus aguijones y así tratar de transformar el peligro, en una relación cordial y sin disfraces. *

9 -Fantasía-Realidad Cuando alguien se pregunta a sí mismo u otros le preguntan: ¿cuáles son tus sueños?, seguramente se encuentra en el terreno de la fantasía. Y esa fantasía puede estar hermosamente adornada, pero siempre es una fantasía, porque fantasía es ilusión, quimera, utopía, visión, etc., pero no es realización. El niño pequeño, en su incapacidad temporaria del pensamiento lógico, recurre a esta facultad para resolver algunos de sus problemas circundantes, o juega con ella imaginando situaciones irreales. Pero ya a partir de los 6 años comienza a dejar de lado su mundo mágico para entrar en la edad de la reflexión; es decir „piensa‟ con cierto juicio, lo que le sucede a sí mismo y la razón de ser de lo que pasa dentro de la órbita en la que transcurre su vida. Aunque el mundo de la fantasía no lo abandona, aún en su edad adulta, y es bueno que así sea, porque dentro de ese universo, se crean infinidad de escenarios que sazonan proyectos, muchos de ellos, valiosos en su realización. En este punto es importante reconocer que existen dos tipos de fantasía: la lúdica en la que se entretiene y goza el niño, y la fantasía creadora. Esta última puede plasmarse en realidades concretas, y tiene sus artífices en el sabio, el artista, el compositor, el poeta, el investigador. Lo importante, creo, es que la persona pueda llegar a ese estado de equilibrio donde ninguno de los dos „mundos‟ -fantasía y realidad- pugnen por sobresalir, sino que cohabiten armoniosamente. *

10 -La gota de agua y yo De un vaso conteniendo agua, vemos escaparse una gota que cae sobre una superficie rígida. Pero no se disuelve ni se extiende: queda ahí, estática y solitaria. ¿Qué pasa? Simplemente que está contenida por una


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fuerza que se lo impide: es lo que se llama „tensión superficial‟. Veamos qué nos dice el diccionario: “Propiedad de las superficies líquidas que les confiere propiedades parangonables con las de las membranas elásticas”. Y agrega: “Cualitativamente se define como la fuerza que actúa sobre la unidad de longitud en la superficie del líquido”.

Si una fuerza que excediera esa contención, consiguiera vencer esa „tensión superficial‟, se desparramaría el líquido y la gota dejaría de ser gota: no sería nada más que una porción de sustancia líquida. Porque cuando la tensión, que es la fuerza que mantiene unidas las moléculas de un cuerpo que se halla sometido a tracciones, es rendida, pierde su calidad de tal. Traslademos, ahora este fenómeno físico, al campo de la conducta y veremos que „tensión‟ es “el estado anímico de excitación, impaciencia, esfuerzo, etc., producido por la atención, la espera, la creación intelectual, artística, etc.”

Entonces, volviendo atrás, la gota es gota cuando mantiene su condición física de tal, mientras que el hombre, roto el sistema de serenidad por un “estado de tensión” puede vehiculizarse hacia dos caminos: uno ponderoso, el otro, desastroso, según sea la calidad del excitante y las condiciones intrínsecas que posee. El primero, gracias a esa tensión, exacerba el sistema de cualidades puestas en ejecución para promover respuestas adecuadas a las circunstancias. Es lo que se traduce por eutrés, que es una condición especial de excitación provocada por el flujo adecuado de adrenalina en el torrente circulatorio, de modo tal que ayuda a la persona a poner en ejecución una serie de acciones tendientes a lograr y gozar plenamente la finalización de una situación determinada. En tanto que si se desborda de los límites que fija el eutrés, es decir, pierde la continencia, emboca en el quebranto de la serenidad y la prudencia, y puede producir alteraciones muchas veces irreparables (distrés). Como cuando decimos, frustrada totalmente nuestra paciencia: ¡esto es la gota de agua que rebasa el vaso!, y de ahí en más sentirnos validos a cometer cualquier desafuero. Por eso es bueno recurrir, en los momentos de calma, al “ensimismamiento”, es decir, el „volverse sobre sí mismo‟, que es una condición mental y una cualidad propia del ser humano, que merece ser respetada, porque nos ofrece „un tiempo‟ para considerar una respuesta. Cuando „rompemos‟ esa película tensional que protege nuestra condición integral, dejamos de ser nosotros mismos como cuando la gota de agua pierde su tensión superficial. *


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11 -LAS VIRTUDES HUMANAS Fortaleza Muchos son los significados que esta palabra encierra, tales como fuerza, vigor, robustez, solidez, consistencia, resistencia; pero también firmeza e integridad. Sin desmerecer la sinonimia que nos presentan los primeros adjetivos, quiero detenerme y afincarme en los últimos, tales como firmeza e integridad. Porque, quien vive y lucha para desarrollar su presencia en el mundo dentro del ámbito social, y lo hace acompañado de un espíritu integral, debe ser portador, además, de un plan previo, como así también de un ánimo que lo guíe para ir salvando los escollos que en distinta medida les van surgiendo; y en él está implícito la firmeza, para no decaer en la tentativa. De modo tal que, en ese camino no siempre llano, tienes que estar seguro de que tu rumbo es el correcto. Aquí, entonces, es cuando actúa, como guía, la integridad, que representa lo que una persona posee de honradez y rectitud en los pensamientos y en los actos que administra. En consecuencia, un „hombre con fortaleza‟, no es un hombre que se muestra impasible ante la desgracia propia y la que sucede a su alrededor, porque sufre en su carne los dolores y las injusticias humanas y las consecuencias de los cataclismos que pueden sobrevenirle, pero que sabe revertir esos procesos con espíritu animoso y decidido en el que resalta la comprensión, la compasión, y por sobre todo, el amor que rebosa en su corazón. Algunas personas confunden los términos. Una cosa es la fortaleza como signo resultante de un ejercicio físico esmerado, y otra es la fortaleza como producto de un espíritu indomable aunque sensible antes las situaciones cambiantes de la vida. En este último caso, la persona que sufre realidades desgarrantes, no se quiebra, sino que acepta lo ocurrido como algo que es propio de los acaecimientos que le pueden suceder al ser humano; y de ahí en más, continúa con su vida. La fortaleza, entonces, es una virtud que pocos de nosotros podemos obtener y hacerla nuestra, pues requiere de una composición psicológica y espiritual armónicas. Y aún así, tenemos que estar atentos para rescatarla del abismo de la nada, cuando la necesitamos. Según el Catecismo de la Iglesia Católica,”la fortaleza es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida


15 moral. (...) Hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Capacita para ir hasta a la renuncia y el sacrificio de la propia vida por defender una causa justa”.

En todo esto, la fortaleza actúa como la resiliencia que es la capacidad que adquiere un individuo para salir indemne de aquello, que existencialmente, trata de destruirlo. Consejo Todo ser humano, en algunos momentos de su vida, requiere de algún consejo. A veces es solicitado por la persona, aunque tantas otras lo recibe gratuitamente. Y en esta facultad de facilitar un consejo, se debe ser muy cauto, porque podemos equivocarnos, aún proponiéndolo con toda honestidad. Porque, el „dador de consejo‟ debe conocer la enorme responsabilidad que asume, ya que consejo es, a la vez, parecer, sugerencia, exhortación, juicio, orientación. Y no todos estamos capacitados para aconsejar. No desmerezcamos la fuerza propulsora que lleva la palabra, y la responsabilidad que nos cabe al expresarla. Primeramente nos tenemos que purificar en las aguas de la sabiduría, que nos puede proporcionar la inteligencia necesaria y la ecuanimidad, para acertar con nuestro dictamen. Todo consejo que lleve signos de aspereza y malevolencia debe ser desechado, como así también aquellos que encubren deshonestidad y desamor, porque van al fracaso. El que pide un consejo puede ser que lo necesite urgentemente para destrabar algún problema que lo aflige, y en ese caso abre sus oídos y su corazón a la persona que toma esa responsabilidad. Pero también puede suceder que, ya teniendo por si mismo una respuesta, acuda a los demás para corroborarla; o directamente, si ésta no es afín a lo que premeditadamente piensa, lo rechace sin más trámite. Es por todo esto que yo, ante el pedido de alguien por un consejo determinado, prefiero acudir a la prudencia, que podrá otorgarme el discernimiento y la cautela necesarios para no profanar su sagrada intimidad. Prudencia-Templanza Prudencia, “es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. No se confunde ni con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación. Es la prudencia quien guía directamente el juicio de conciencia. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar”. Hasta aquí, lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica.


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Entonces prudencia es también templanza, moderación, tacto. En consecuencia, se es prudente cuando ante circunstancias que impliquen una gran responsabilidad para resolverlas, se evalúen los pros y los contras que contienen, para encararlas adecuadamente. La prudencia exige madurez psicológica y espiritual, y también sabiduría. Una persona que obre desmañadamente ante situaciones que descalabran la paz que buscamos en nuestra vida, no le hace ningún favor, y los resultados finales de esas acciones pueden llegar a ser catastróficos. Pongo un ejemplo. Un padre recibe, de golpe, la noticia de que su hija adolescente soltera, está embarazada. El furor se hace capitanía en su persona y ya no es él: es un hombre golpeado en sus sentimientos más profundos, por la actitud deshonesta de un ser querido que debía proteger. Y de esta manera su ofuscación lo lleva a caminos desacertados tales como: castigarla severamente; echarla de la casa; buscar al futuro padre para obligarlo a casarse, o, queriendo asumir una potestad divina, invitarla a abortar. Pero ninguna de estas resoluciones arregla las cosas. Al contrario, ahonda más la herida, que por su debilidad, está presente en su hija. Quiero decir, que esta situación, por la gravedad que reviste en la estabilidad de la familia, merece un tiempo de reflexión, con mucha cordura que la desligue de los prejuicios que pueden entorpecer el veredicto. No existen soluciones mágicas. La realidad está ahí, cercenando corazones doloridos, pero la prudencia nos obliga a meditar profundamente qué debe hacerse ante algo que nos fuerza a modificar el rumbo que llevábamos en nuestra vida. Piedad Como consecuencia de unas cartas de presos recluidos en una cárcel argentina, que me llegaron a mis manos y de las que transcribo algunos párrafos más adelante, me vienen estas reflexiones que quiero compartir contigo. En este mundo social, dañado por tantas injusticias, casi, a cada instante, nos hacemos eco de infaustas noticias que nos hieren en el alma. Asesinatos, vejámenes, torturas infames y secuestros. ¿Qué queda como residuo de todo esto? Dolor, estupor, desgarramiento en el alma, impotencia, rencores y odios en las familias que se sintieron hondamente lastimadas y que sufren de por vida. Y muchos que fueron fervientes creyentes, languidecen en su fe. Porque el dolor de lo perdido alevosamente, obstruye la libre circulación de los sentimientos de comprensión, de misericordia y de bondad. Entonces, seguramente me


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dirás con cierta reserva: —una familia destruida en sus cimientos por la crueldad y la injusticia de los que incursionaron traidoramente en su intimidad, ¿podrá acceder a la caridad y al perdón?— Entiendo que este panorama no es propicio para la piedad, que es esa virtud humana que engendra la clemencia a favor de los autores de tan aberrantes actos. Sin embargo, no se puede ocultar la realidad: el hecho no puede revertirse. No se pueden volver atrás las horas del tiempo e impedir que lo que ocurrió no hubiera sucedido, aunque se corroan nuestras entrañas. Entonces, ¿no te parece que nos conviene ir adentrándonos en el entrenamiento del perdón y no echar más sal a las heridas abiertas? Tú sabes y yo también lo sé que es muy difícil perdonar, pero si insistimos en ese ejercicio, es muy posible que, en el tiempo, consigamos hacerlo. Y seguramente nos costará mucho y deberemos retomar esa senda una y otra vez. Si el reo fue condenado y confinado en reformatorios o cárceles, ¿no crees que el castigo es suficiente? ¿No es bastante tormento el aislamiento total y la terrible soledad y angustia que sufre el encarcelado? Seguramente algunos delincuentes no se arrepentirán de por vida, pero otros consiguen hacerlo, como los que cito a continuación, y que accedieron a formalizar un curso espiritual que se les dio en el lugar de cautiverio. “No te conocía hasta estar en la situación en la que me encuentro, y agradezco el haberte conocido porque me das una paz interior que jamás había sentido” - “Padre: hoy en este día te quiero pedirte perdón por todos mis pecados que he cometido y quiero empezar estos 30 años en obediencia y ser fiel a tu lado y volver a estar con mi familia como antes lo hacía. Tal vez, Dios, tuve que pasar por esto para valorarte y comprender muchas cosas que antes, Dios, no lo hacía. Padre no te olvides de mí, de mi señora y mis tres hijos que te necesitamos mucho” * “...Gracias mi Señor por comprenderme, pero una sola cosa te voy a pedir, que sigas cuidando de mí y de mis hijos y su mamá. Te amo y no te voy a defraudar”. * “Yo amo con pasión a mis hermanos, mis hijos con locura, pero te doy las gracias por estar conmigo. Cuidame y cuidalos a ellos, mis hijos y su mamá. Gracias por darme esta fuerza para poder seguir enfrentando la vida. Mis pecados los reconozco a todos y arrepentido estoy; esto te lo aseguro. No me dejes, yo te amo mi Señor y de nuevo gracias por estar conmigo”. * “Acepto a mis padres como son y quiero ser como ellos son. No quiero ser más lo que era antes. Gracias Señor por escucharme y hágase tu voluntad”. * “Me comprometo a estar con mi familia y no separarme e ir a la iglesia de vez en cuando. Le pido que proteja a mi familia mientras yo estoy ausente. Le pido que me dé la libertad. Le pido que los niños de la calle tengan una familia y no pasen por lo que


18 pasamos nosotros. Quiero abandonar el rencor, resentimiento, odio. La mala vida que llevaba y empezar de nuevo”: * “Yo siempre amaré a mis padres porque ellos me enseñaron siempre a hacer el bien”. * “Que tengo que cambiar y seguir sus mandamientos. Yo siempre te pienso pero me cuesta mucho expresar y comprender muchas de tus enseñanzas. Y te pido me ayudes a ser una persona de bien para el prójimo y sobre todo a amar al prójimo”. * “Que pelearon mucho entre ellos (mis padres). No perdono que no hayan sido cariñosos y demostrativos de su amor para conmigo. Sufro por estar lejos de mi familia por eso sufro. Padre te pido perdón por las equivocaciones que tuve”. * “Yo quiero dejar las malas cosas y vivir una vida sana con todas las gente que me quiere y están conmigo ahora y siempre”. * “No estuvieron en el momento cuando yo lo necesité para poder explicarle lo que me estaba pasando en la vida. Pero ahora ya es tarde. Terminé en donde ahora me encuentro pero ahora acá podemos hablar y cada visita que pasa nos llevamos mejor en familia y espero que cuando salga sea lo mismo”. * “Quiero dejar atrás todos esos momentos feos que le hice pasar a mis hijos y a cada uno que siempre quiso estar a mi lado y yo, por mi egoísmo no supe darme cuenta... Las grandes cosas que me hacen sentir mal es no saber valorar cuando alguien me brinda cariño o ternura... Mis errores fueron no valorar al que está al lado mío sin pedirme nada a cambio...” * “Jesús: quiero abandonar todos los momentos feos que viví antes de conocerte y quiero cambiar mi vida para disfrutar buenos momentos juntos a mis hijos y a mi madre”. * “Te pido que me des fuerzas y me ayudes algún día poder perdonarla porque la necesito y te pido que me perdones por haber pecado y por las cosas que hice mal y por haberte ofendido. Perdón por haber robado y por haber quitado una vida a una persona. Solo perdóname. Estoy muy arrepentido”. * “Padre hágase tu voluntad: no acepto unos defectos de mi ser celoso y robar. Dios te pido que me saques estos defectos que yo tengo. Me siento triste porque no puedo estar con mi familia”. * “Señor Jesús en este día quisiera pedirte perdón por mis faltas, errores y que también bendigas a cada uno de mis hermanos y seres más queridos. Te pido por aquel que está apartado de ti para que crea en tu palabra como un día yo me arrepentí y hoy estás en mi corazón. Ayuda a buscar mi libertad y bendice a mi hijo y a mi señora.


19 ¡Ayúdame! yo abandono toda mi maldad y que pueda ser feliz con Dios en mi corazón. AMÉN”. * “Me volvió a dar una oportunidad más para volver a estar con Él y sacarme rencores que hasta hace un tiempo tenía dentro mío, los que hoy, gracias a Dios ya no tengo. Quiero abandonar las cárceles y poder estar junto a mi mamá y mis sobrinos”. * “Porque yo quiero ser una mejor persona y poder demostrar que puedo y el día que salga hacer las cosas bien, con lo que voy aprendiendo día a día del Señor, que Él es mi camino y mi esperanza. Bueno lo que yo quiero dejar atrás es todo esto que estoy viviendo que es la cárcel para poder salir y estar con mi familia y seres queridos que están sufriendo por mi culpa”.

Convengamos, amigo, en que la venganza no nos devuelve al ser querido, ni la inmunidad de lo que quedó de un ultraje. Verdad - mentira - hipocresía La mentira es la representación del rostro descompuesto del hipócrita. Pero quien miente lo hace consciente de que está mintiendo cuando desea encubrir algo deshonesto, o salvarse de alguna recriminación o castigo, o para ganar algo que de otra forma le sería imposible obtenerlo. No obstante, la persona que miente puede no hacerlo adrede sino por el sencillo motivo de creer, fehacientemente, que lo que afirma es verdad. ¿Cómo es eso? Quiero aclararte este último punto, que parece contradictorio con el primero. Todos, cada uno de nosotros, ven el mundo, sus costumbres y sus dogmas, conforme a una óptica personal, singular y única, que puede o no coincidir con la de los demás. Y lo interpreta a su manera. Quiero decir que lo blanco para mí, puede ser negro o gris para el otro, y cada uno sostener su opinión a rajatabla. Y mayor es el disentimiento cuando se trata de situaciones que impliquen la apertura de heridas dolorosas. De ahí que sea tan difícil la relación humana. Pero, a lo que quiero llegar, es a establecer una suerte de filtración en cuanto se entromete la mentira, de modo tal que se llegue a rezumar todo el sedimento pútrido que contiene. Además, la mentira, generalmente acompañada de la hipocresía se hace más densa y tramposa. Y se engrampa en el corazón del ser humano obstaculizando el libre tránsito de los sentimientos nobles que hacen a la vehiculización del amor. En consecuencia, considerando que tanto la mentira como la hipocresía, configuran estigmas que dañan moralmente a los individuos que


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las ostentan, una saludable virtud es dirigir, en todo momento, nuestros pasos hacia la verdad. Porque la verdad nos hará libres y meritorios. 12 -La paz en el espíritu Repetidas veces me detuve a investigar sobre los „impulsos‟ que nos mueven a hacer algo, y con ellos los sentimientos y las emociones que los acompañan, y, en el conocimiento de que muchos de ellos comprometían desfavorablemente nuestro patrimonio social al no ser obra de una concienzuda reflexión, busqué orientaciones para tratar de revertir esa situación. Pero, ahora, me preocupa otro asunto que no está desligado de lo antedicho. Sabemos que somos seres integrados por tres ámbitos que se corresponden entre sí: el cuerpo, la mente-sentimientos, y el espíritu. Además, que estos tres espacios, en una forma misteriosa, adecuan sus necesidades específicas, concordando sus actividades; pero percibimos que, separados unos de otros, a la corta o a la larga, entraremos en un fatídico declive que terminará en la enfermedad tan temida. No obstante, la imaginación no nos deja en paz y ahora se me ocurre algo, a la manera de interrogantes, que deseo compartir contigo. Estos tres entes que unen la labor de su correspondencia en forma tan sublime para conducirnos a la salud y por ende a la felicidad, me pregunto: ¿entre ellos, no habrá quién se haga líder de las funciones? Y si así fuera, ¿no sería el ámbito orgánico quién asumiera este rango? Porque, a través de lo que sabemos, la enfermedad mental, por ejemplo, podría ser consecuencia de un ingrato gen que se aferra a las células cerebrales, o por falta de algunos elementos proteicos específicos. Aunque también, en este sentido, podríamos referirnos a padecimientos estresantes del campo mental, donde impera la deficiente adecuación del hombre frente a sus circunstancias. El resultado es el desgano, la impotencia, la neurosis, entre otros. Y es así como el terreno orgánico se desfavorece de tal forma que sume al individuo en un ser impotente. Entonces, motivado por este accidente dañino, el cuerpo biológico se descompensa en su metabolismo regulador, y se hace amo de la situación en la búsqueda de la sobre vivencia, aunque ese imperio le reste a la persona las facultad de „ser alguien‟. Pero asimismo no debe desfocalizarse el pavoroso impacto que obra en el ser humano una sociedad desquiciada donde diferentes grupos humanos despotrican entre sí, y no se nos escapa que donde no hay solidaridad y consenso, la anarquía se hace dueña de la situación. En este


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campo desolado, la mente se hace pasible de un estado de destemplanza tal, que no acierta a organizar adecuadamente su ubicación. Sin embargo, no todo está perdido. Existe dentro nuestro un intangible ser que puede ayudarnos a salir del marasmo, y éste es el espíritu. Me resulta atractivo lo que nos dice Eduard Sprenger sobre el espíritu: “El espíritu es en primer lugar el ámbito de todo estado de comunicación y por ende, el enemigo de toda autosuficiencia del mero individuo. El espíritu es además el creador de toda cultura; eleva al hombre por sobre el animal y por sobre toda limitación en la estrechez de lo temporal y pasajero. El espíritu es la fuente de toda fuerza elevada, de todo entusiasmo, de todo afán creativo y atrevido. El espíritu es la chispa divina del hombre y sólo por el espíritu llega el alma hasta Dios”.

Muchos fueron los estados de depresión a los que el espíritu los disolvió, restituyendo la paz entre los compartimientos vitales que, ordenados, volvieron a acompasar con plenitud el camino de la existencia humana. Dichosos aquellos que lo lograron. ¿No lo crees así? * Temas sociales 13 -Agresividad compulsiva En varias ocasiones focalicé el problema social de la agresividad y las graves consecuencias que se desprende de la misma, con un saldo espeluznante de heridos y muertos. Y lo hice encarando su estudio desde distintos ángulos. Además lo consideré, como base de sustentación, al hombre en vías de formación, desde su nacimiento hasta los momentos en que asume sus propias determinaciones. Y así vimos cómo en él, la „imitación‟, como fuente educativa, se convirtió en la primera guía de conocimiento como sustento de todo lo que veía y oía en su derredor. Además fue perfilándose en su personalidad un prototipo ideal, que lo hizo propio, y con el que se vinculó con los demás. De esta manera se unieron varios eslabones de una larga cadena de ideas y creencias que las hizo suyas: algunas notables por las cualidades ponderables que de ellas emanaba, pero otras, desgraciadamente, fuertemente malsanas porque se hallaban impregnadas de resentimientos, odios e hipocresías, con un alto contenido de crueldad. Entonces, como buenos alumnos, los primeros, se adhirieron a las figuras ejemplares que le mostraba la sociedad, y muchos fueron los que „se recibieron con altas calificaciones‟, pero otros tantos defeccionaron en su intento, porque en ellos proliferó la apetencia del aprovechamiento de los más débiles


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haciendo uso de la potestad egoísta y soberbia, que se enquistó en su espíritu. Variados son los autores que buscaron y encontraron una salida al amor que se incuba en el corazón del hombre y lo hicieron con excelentes cantares, pero otros advirtieron el fondo de crueldad que puede existir en él. Recuerdo algunos trozos del poema de Rubén Darío: “Los motivos del lobo”. Sumariamente éste es el contenido para los que no lo conocen: El santo fue en busca de un lobo que azotaba la vida y la tranquilidad de un poblado, atacando con ferocidad a hombres y animales. Con su habitual mansedumbre consigue revertir la actitud del animal y lo lleva, manso y sumiso a la aldea. Con los pobladores se crea un pacto de convivencia. En una oportunidad el santo se ausenta un tiempo del lugar, y cuando vuelve, la situación es caótica: el lobo ha vuelto nuevamente a su madriguera y continúa con sus actos de depravación. Francisco va en su busca, lo encuentra y se produce el siguiente diálogo: “¡Oh lobo perverso!, ¿por qué has vuelto al mal? -Hermano Francisco, no te acerques mucho...Yo estaba tranquilo allá en el convento, al pueblo salía, y si algo me daban estaba contento y manso comía. Más empecé a ver que en todas las casas estaba la Envidia, la Saña, la Ira y en todos los rostros ardían las brasas de odio, de lujuria, de infamia y mentira. Hermanos a hermanos hacían la guerra, perdían los débiles, ganaban los malos, y unos buenos días todos me dieron de palos. Me vieron humilde, lamerles las manos y los pies. Seguía tus sagradas leyes, todas las criaturas eran mis hermanos, los hermanos hombres, los hermanos bueyes, hermanas estrellas y hermanos gusanos. Y así me apalearon y me echaron fuera. Y su risa fue como un agua hirviente, y entre mis entrañas revivió la fiera y me sentí lobo malo de repente; mas siempre mejor que esa mala gente”.

En la declinación del hombre a vivir en paz con sus congéneres, y en la medida en que la riqueza y el poder de unos pocos acrecienta sus ansias locas de poseer más y ostentarlas ante los ojos de los demás, se abre una brecha que se va ensanchando peligrosamente, y los excluidos de la sociedad, en represalia, se ensañan ferozmente, con cualquiera que se cruce en su camino, sin importarles en lo más mínimo, la vida de los mismos. A tal grado de audacia y de inconsciencia llegan, que no temen ya, ni la cárcel ni la muerte. Actúan casi irreflexivamente y crean un peligro cierto en la sociedad en que viven. No valen para ellos, como correctivo, la reclusión en cárceles y reformatorios. La solución es mucho más compleja. Si fuéramos a las fuentes primarias donde bebimos las pautas culturales, podríamos situarnos en la contemplación y el gozo de un jardín edénico, donde el amor primara sobre el egoísmo y ese espejo claro y


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pulido, sirviera de apuntalamiento de una sociedad más equitativa, pero desgraciadamente este ideal no pasa de ser quimérico. El hombre es un ser único e irrepetible, y aún poseyendo cada individuo las características morfológicas que lo identifican como tal, cada uno encauza su derrotero vital por caminos diferentes. Algunos gozan de ciertos privilegios naturales que lo incitan a vencer las dificultades que hallan en su ruta, con mayor o menor suerte; otros, más cautelosos, prefieren afirmar su posición en la razón antes de decidir cada paso a dar, y algunos, en una actitud indolente, se hacen más lábiles a ser dirigidos. En estos últimos, los más potentes hincan sus dientes tales como los avarientos, los aventureros y los líderes codiciosos de poder, aprovechándolos de mil formas. El mundo es así, pero hay formas que solamente el corazón conoce y dirige a través del amor, y es la compasión por el más débil, y la voluntad hecha acción, de ayudarlo. Y en la compasión no cabe el desprecio, la indiferencia, ni la dureza hecha crueldad. Si hubiera una pizca de compasión en el corazón humano, mejoraría notablemente la actitud de los que atentan ferozmente contra su hermano.

* 14 -El argentino: un ser muy singular

Vamos a hablar del hombre argentino: un ser muy singular. Sin querer incursionar científicamente en las fuentes sociológicas, no puedo menos que admirarme, como con-nacional, del personaje que a mis ojos se presenta: el „hombre argentino‟. Y comienzo, recordando unos versos de Martín Fierro: “Pido a los santos del cielo que ayuden a mi pensamiento, les pido en este momento que voy a cantar mi historia, me refresquen la memoria y aclaren mi entendimiento”.

Te quiero comentar, antes de seguir adelante, que, aún cuando mi interés se centra en un prototipo ideal, sería demasiado presuntuoso si las características que mencionaré les caben a todos los argentinos por igual. No me parece aceptable que mi vara crítica mida en uniformidad al hombre argentino. Continúo. Aunque el argentino sea susceptible a toda invectiva que se haga sobre él, sin embargo, en algunos momentos, acepta con cierta humildad lo que se diga acerca de su persona, aunque en otros, puede sulfurarse hasta perder la continencia establecida por los cánones sociales. Por otra parte en sus manifestaciones emotivas suele comportarse como un acabado actor melodramático. Tal vez se deba a la fogosa influencia latina que campea en su recóndito interior.


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Tampoco podemos perder de vista los distintos estratos que conformaron al „ser argentino‟. Hay seres humanos que se enorgullecen de pertenecer a un linaje único y sin mezcla, pero en el conglomerado de las naciones del mundo, la pureza de la sangre no creo que exista. El carbono posee la cualidad de transformarse en „diamante‟; no obstante, si no es facetado, su calidad no pasa de ser „carbono en bruto‟, y ambos son de la misma ralea. Desde que tengo conciencia, el argentino es un ciudadano del mundo. Quiero decir que en su naturaleza fluye sangre indígena, española y africana, aunque después fuera mistificándose con ejemplares de las distintas razas que llegaron al territorio y que luego se afincaron en nuestro país, con sus costumbres, usos y modismos, estableciendo núcleos familiares. Y con todos estos atributos, se conformó el „hombre argentino‟. Algunos de los miembros de las fuentes emigratorias, incidieron en mayor o menor grado en la estructura de la índole que presentamos actualmente. Ahora bien, si nos ubicamos en una caracterología del argentino, en principio creo verlo como un ser muy versátil aunque esta coyuntura sea un ingrediente producto de la diversidad de linajes que incidieron en su cultura los que, aún fuera de sus territorios originales, resguardaron celosamente sus costumbres ancestrales. Individualmente, el hombre argentino está alerta a las situaciones que le puedan suceder en la interrelación con sus semejantes; es decir, es receloso por naturaleza. Teme al ridículo, o sea el ser objeto risible por parte de los demás. Y, generalmente, por esta circunstancia, prefiere adelantarse y tomar la iniciativa en eso de burlarse de los otros. Aunque, pese a ese resguardo, tiene un alma falible a dejarse engañar. Además posee la hermosa cualidad de estar abierto a las manifestaciones de cariño, que condice, en cierto modo, con su temperamento primario de ser desconfiado. Sin embargo, una vez que entra en el ámbito de otra persona o grupo, tiende a ser confianzudo; es decir, vulnerar los límites que merece un cierto respeto de intimidad. Por otra parte, es muy susceptible y reacio a reconocer sus errores con un toque de soberbia que no puede disimular. Podría sintetizarse esta característica en una sola frase: “a mí no me van a decir lo que tengo que hacer”. Tal vez esta situación, que no lo favorece, sea producto de la incongruencia propia de las ideas que contiene su caudal de creencias. Sobre este punto quiero detenerme un poco. No podemos salir a la calle desnudo, porque estamos sujetos a reglamentos morales que lo prohíben. También, si nos pusiéramos a gritar en un lugar público atestado de gente, aunque no hay una disposición que lo prohíba, seríamos objeto de atención y nos mirarían


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como „bicho raro‟ las personas que pasan a nuestro lado. Y todo ello porque existen creencias, escritas o no, a las que debemos sujetarnos para no entrar en conflicto con los demás. Pese a todo ello, posee en su alma un cierto toque de rebelión: le molesta profundamente las normas prohibitivas. Sabemos que el hombre, en razón de un apuntalamiento vital, mantiene su vida de relación sostenido por una gran cantidad de credos que se les adhieren fuertemente; muchos de ellos, prejuicios sin valor normativo. De tal manera que cuando es „tocado‟ en algunos de sus dogmas, en lugar de pensar que puede estar equivocado, su propia prevención lo acoraza, y queda ahí, a veces en actitud desafiante, sin ninguna ganancia ni pérdida. Y en ese nivel su personalidad se ostenta como un ser susceptible a entrar en pleitos inacabables. Además posee una mente imaginativa, aunque algunos de sus mejores proyectos se desvirtúen en la fantasía. Así mismo, otra característica muy propia del argentino, es regresar a tiempos idos. No es que sea apasionado por la historia, sino que lo atrae fuertemente el recordar, hablar y debatir sobre situaciones del pasado que, para él, nunca quedan enterradas en el olvido. Y, en este punto, puede llegarse a una encrucijada peligrosa, cuando se cuela el resentimiento en forma de rencor. Desde ese puerto toda acción insidiosa le es válida para discutir sobre temas calientes. Recordar, no es malo. Sí lo es cuando se discuten situaciones en las que ninguno quiere dar su brazo a torcer. Empero, muchos argentinos, por sus propios valores, se destacan mundialmente por la creatividad y el tesón que los anima a „ser alguien‟, aquí y ahora, en el amplio espectro de la ciencia, la investigación, la tecnología, la literatura y el deporte, con una gran dosis de inteligencia y perspicacia. Sobre este punto, deseo hacer un apartado. Cuando le atribuimos a una persona la calidad de inteligente tomamos en cuenta su capacidad para entender las cosas y saber hacer uso de las mismas con conocimiento y criterio, en cualquier terreno. Pero yo entiendo que una persona puede ser inteligente en algunas facetas del conocimiento y de la vida, pero nulo o torpe o inconsistente, en otras circunstancias. Quiero decir que la inteligencia no engloba el sentido de „ver‟ y „discriminar‟ acertadamente, en todos los momentos de la existencia de un individuo. Aclarado este punto, sigamos con la historia clínica. Tampoco el argentino se escapa de la contaminación de esa plaga universal que le hace desleír algunas de sus virtudes, y que se ha propagado a través de los continentes superpoblados y es el producto de un virus maligno que


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podríamos llamarlo „vixi festino‟, es decir, vivir apresuradamente. Este virus, instalado en la mente del ciudadano, le obstruye la facultad de discernir, de tal modo que el individuo atacado, sigue directamente un camino sin pararse ni un momento a reflexionar si es el indicado para su bien. En este aspecto, nos percatamos, por conocimiento y experiencia, que los fenómenos naturales están regidos por „tiempos‟: la semilla, para germinar; el árbol y las plantas, para crecer; los seres humano y animal, para nacer y crecer. Entonces, la „urgencia‟ que estimula el avance de un producto para que éste salga a la luz, puede perturbar, en mucho, la buena calidad del mismo y aún atrofiarse o morir „sin llegar a ser‟. Porque si un minuto necesita -inexorablemente- de sesenta segundos para crearse, como así, consecutivamente, las horas, días, semanas, meses y años no se producen en un cerrar y abrir los ojos, de esta manera también la inteligencia y el razonamiento, precisan “su tiempo” para pensar adecuadamente cada motivación, sin embotarse. Creo que el hombre argentino medio posee una capacidad suficiente para demostrar su integridad sin necesidad de valerse de una adulterada picardía que no le hace bien ni a él ni a la sociedad que lo cobija. Pero tiene que entender que con eso no basta. Le es necesario también ser honesto y no tratar de demostrar que sabe más de lo que conoce, ni aventurarse en conjeturas supuestas que no están avaladas por la verdad. No sea que se enferme de psitacismo que es un trastorno del habla en que, el que lo padece, no comprende las palabras que pronuncia. Una buena dosis de humildad no nos hace ni más pequeños ni menos importantes, pero sí puede orientarnos hacia la senda de la sabiduría, que no es poco. Me parece oportuno insertar algo que no está para nada alejado del tema en cuestión. En variados capítulos, hice referencia, específicamente, al hombre argentino deshonesto, y desde varios ángulos me afirmé en aquel que no tiene ningún reparo en auto- titularse inocente ante acciones que transgredían lo correcto. También hice hincapié en un trabajo científico que se ocupa del que posee “ceguera moral”, e incluso del que obra „sin darse debida cuenta‟ de que su actitud es maliciosa. (Ver en “Conducta y convivencia”: Mirándome a mí mismo-¿Me veo realmente como soy? -Yo soy inocente...y Ceguera moral). Pero, en el transcurso del tiempo, me afirmo más en

destacar a aquellos individuos -que son muchos- y que, al „no verse a sí mismos‟ actúan cómodamente, infringiendo toda clase de leyes sociales y morales, „creyéndose‟ que lo que hacen es normal; que no están en falta.


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15 -La amistad Tenemos calor. ¿Qué hacemos? Nos refrescamos con una agradable ducha, ingerimos unas bebidas frías, no vestimos con ropa liviana, y conseguimos calmarlo. Si padeciéramos de frío, haríamos todo lo contrario. Pero, de una u otra forma, recurrimos a todos los elementos posibles, que contribuyan a hacernos sentir bien. En otro orden, consciente o inconscientemente buscamos orientar un derrotero de vida para hacerla más plácida. Y nos encontramos, casi sin darnos cuenta, con personas que forman diferentes órbitas que giran alrededor nuestro. Con algunas de ellas nos asociamos al circuito que nos agrada y que puede o no convenirnos, y nos alejamos de aquellas otras que nos producen aversión. De esta manera surgen las amistades y las enemistades. En el plano de la „amistad‟ se crea un delicado entramado que merece una atención de ambas partes, si no continua, por lo menos dentro de una actitud respetuosa y cálida. Con aquellos con los que congeniamos, podemos hacerlo siguiendo idearios diversos porque la personalidad que ostentamos como ser humano, es heterogénea. Digamos: con algunas personas me siento bien intercambiando intimidades que conmueven mi modo de ser y de sentir. Con otros, evaluando temas culturales de distintas índoles, e incluso tratando con aquellos que persiguen hobbies de intereses comunes. Así, cada hombre puede desdoblarse en variadísimas personalidades que contienen parte de su haber. Digamos: como padre, cónyuge, hijo, abuelo, hermano, tío, sobrino, amigo, vecino, patrón, subordinado, etc., y a cada una le acredita un acento distinto, sin perder su propia idiosincrasia. Compartir nuestra vida con un amigo fiel, la hace mucho más saludable, porque es un soporte firme. Así lo dice el autor del Libro del Eclesiastés (9,10): “Valen más dos juntos que uno solo, porque es mayor la recompensa del esfuerzo. Si caen, uno levanta a su compañero; pero ¡pobre del que está solo y se cae, sin tener a uno que lo levante! Y a uno se lo domina, pero los dos podrán resistir, porque la cuerda trenzada no se rompe fácilmente”.

Justamente, me viene a la mente algunos versos del Martín Fierro de José Hernández, que comenta el comienzo de una amistad, y uno de ellos dice: ...”tenga confianza conmigo; Cruz le dio mano de amigo y no lo ha de abandonar...” Y en otro momento, cuando, en la soledad del destierro consentido por ambos gauchos, se produce un brote maligno de viruela entre los indios: “El recuerdo me atormenta, /se renueva mi pesar; /me dan ganas de llorar, /nada a mis penas iguala; /Cruz también cayó muy malo/ ya para no levantar.


28 Todos pueden figurarse/cuánto tuve que sufrir; /yo no hacía sinó gemir, /y aumentaba mi aflición/no saber una oración/pa ayudarlo a bien morir”...”Lo apretaba contra el pecho/dominao por el dolor, /era su pena mayor/el morir allá entre infieles; /sufriendo dolores crueles/entregó su alma al Criador. De rodillas a su lado/yo lo encomendé a Jesús; /faltó a mis ojos la luz, /tube un terrible desmayo; /cái como herido del rayo/cuando lo vi muerto a Cruz”...”Y yo, con mis propias manos, /yo mesmo lo sepulté; /a Dios por su alma rogué, /de dolor el pecho lleno, /y humedeció aquel terreno/el llanto que redamé.” Vale acá lo que dijera el autor José Narosky: “En la muerte de nuestro amigo, medimos con más justeza su valor y nuestro afecto”.

Si analizamos cabalmente estos párrafos, nos daremos cuenta de la importancia que representa la fidelidad en la amistad. Fidelidad no es solamente una palabra; ¡tiene tanta riqueza su razón de ser! Porque la fidelidad encierra varios significados a los que deben sujetarse ambas partes para que la amistad se consolide...: sinceridad, confianza, constancia, veracidad, franqueza, probidad, lealtad. Es por eso que la fidelidad no es un producto que se adquiere en un mercado. Es algo tan especial que el portador de tal beneficio, tal vez no se dé cuenta exacta del tesoro que lleva consigo. En la fidelidad no defraudamos la confianza que puso nuestro amigo en nosotros y no la usamos para obtener un logro personal. En la fidelidad guardamos celosamente las confidencias en las que él se abandonó, y somos muy cuidadosos en no herirnos recíprocamente. (Ver “Conducta desleal”) *

16 -Idolos – Idolización Si nos remitimos a los primeros momentos del hombre en la tierra, seguramente los encontraremos localizados en pequeños grupos en medio de la naturaleza. Desde un principio, se vio enfrentado a circunstancias generalmente adversas que no entendía y que le ocasionaba miedo. Miraba, expectante, y se sobrecogía, ante los cambios atmosféricos que se producían sin un „por qué‟: lluvias copiosas acompañadas de relámpagos y truenos y rayos; fuertes vientos; calor, frío, temblores. Para atemperar sus miedos y sus necesidades a todo lo que le producía temor, le fue confiriendo „poder‟ a deidades idealizadas y a determinados objetos, y ante ese „poder‟ se prosternó estableciendo distintos cultos distinguiéndolos con ritos y toda clase de tributos vivientes y no vivientes, para obtener sus favores o apaciguar su furia. Y en el transcurrir de los siglos, las condiciones de vida en sociedad se fueron mejorando, y el peligro exterior se fue atenuando, aunque no desapareció del todo. Además, la ciencia y la técnica ayudaron a una mejor disposición vital.


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Sin embargo el sometimiento a los ídolos, vestidos con distintos ropajes y símbolos continúa en el tiempo. Los entes sobrenaturales fueron sustituidos, algunos, por seres de carne y hueso, y los „adoradores‟ que los reverencian, los siguen e incluso mueren por ellos, socavando, en algunos casos, la libre expresión y la libertad del hombre. No obstante, es bueno recordar que un ídolo al que se le da tanta importancia y trascendencia, no deja de ser, en su interioridad profunda, sustancia impura. Por otra parte, el ídolo es la representación de algo que se convierte en objeto, porque, al no producirse un diálogo efectivo entre el idólatra y la sustancia de idolización, no se crea el „‟ámbito‟‟ entre ambos, que es imprescindible, para que fluya un vínculo de interrelación recíproca. Lo que verdaderamente merecería nuestra adoración, es aquello que está limpio de impurezas y cuyo único signo y figura que presenta, es el amor, sin condicionamiento alguno, y con el cual se pueda dialogar, aunque sea en voz queda, para que penetre hondamente en nuestro espíritu. Ya nos los dice, sin ninguna duda Jacob Burckhardt:”el hombre, para ser tal, necesita de un poder al que pueda dirigirse, con el que pueda dialogar y ante el cual pueda apelar en las horas difíciles. Este poder es Dios”. Todo lo demás está en la

órbita de la veneración o de la admiración, simplemente. Y podrá surgir una luz benefactora que nos orientará hacia un camino de triunfo y plenitud. * 17 –Vicios El vicio es una compulsión reiterada de algo que daña al individuo que lo ejercita, en distintos grados, en sus niveles biológicos y morales. El vicio es un estado malsano que es rechazado totalmente por la sociedad, no solamente porque empobrece moralmente al individuo que es poseído por él, sino porque, además, origina perjuicios a aquellas personas con las que mantiene vínculos de trabajo, familiares o de amistad. Así, como cada individuo, por sí mismo, posee una personalidad diferente que lo identifica entre los otros de su especie, el vicioso es desbordado por su propio estigma que generalmente esconde; y si no lo oculta, trata, por todos los medios de justificarlo aduciendo estados de ánimo que se profundizan en la depresión o situaciones que no puede controlar. El vicio, entonces, es compulsivo, es decir se hace apremiante en la persona la necesidad de ponerse en contacto con su vicio, dejándose llevar


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por él. Un estado de indolencia constante también se convierte en un grado de inmoralidad. Además el vicio presenta muchos frentes donde se refuerza: en la bebida alcohólica, en las drogas alucinógenas o en las incitaciones eróticas. Todos estos componentes anulan las vías de motivaciones rectas que pueda poseer el individuo, dejándolo inerte e indefenso, aunque en sus estados lúcidos registre una mente inteligente y despejada. Sin embargo, el vicioso es también un componente de la sociedad y en ella está insertado. En consecuencia, en el conocimiento íntimo de que su personalidad nociva es repudiada por los otros seres, él mismo se confunde entre ellos metamorfoseado, de tal manera que se presenta, generalmente, como un individuo reservado, o mostrando una bondad y simpatía exageradas. Quiero hacer un apartado, incluyendo a aquellos que todavía no son atrapados fuertemente por las „garras del vicio‟, pero que son seducidos, casi sin saberlo, por el deleite que destilan. Me refiero a las bebidas energizantes. Mucho se ha hablado y todavía hay soga para rato, de la juventud y los problemas en que se debate, en el orden familiar y social. Reconocíamos que el joven representa una bisagra que articula su vida infantil con la de los adultos. Muchas veces, incómoda posición. Porque su incursión en la vida social de los mayores la encuentra poblada de competencias desleales y destemplanzas que lo aturden y lo sobrecogen. Por momentos se halla hasta temeroso en el grupo de sus pares, y en la diversión no quiere quedarse atrás. Y el vértigo mental que le produce la bebida —más aún, con el agregado de alcohol a los licores energizantes—, o directamente las anfetaminas, le „hace olvidar‟, aunque sea en esos momentos, su ineptitud y su timidez. Lo que no prevé es la vigencia corta de este estado porque a una excitación provocada contra-natura, le continúa un período de depresión. Aún así, muchos se afirman en alcanzar el primer estadio, aunque sea falso, porque de esa manera se sienten „‟vivos‟‟ y productivos. Y estos momentos adulterados les producen bienestar. De ahí que estén a un paso del vicio. Desalojar un vicio, de cualquier fuente que lo origine, es sumamente difícil, porque, como dice Shoeps “el vicioso es un acuciado que nunca encuentra la paz”. Y esa paz perdida trata de lograrla en el desenfreno o en la desidia, anulando su fuerza de voluntad. El organismo es sabio y rechaza, dentro de sus facultades, todo aquello que le provoca efectos anormales. El vicioso, por desgracia, es un ser que se ha dejado arrastrar por la indolencia y ha perdido el dominio sobre la templanza. Por lo tanto se comporta como lo haría un inválido.


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Pero, no podemos dejarlo solo en su postración, y así lo entienden numerosas entidades que se preocupan realmente de „sacar del pozo‟ a estos seres tan necesitados de ayuda. Y lo hacen con el conocimiento científico de cómo se debe actuar con ellos para reintegrarlos a la comunidad, y con la mesura suficiente para no abominarlos. Porque, muchas veces, con el ánimo de socorrerlos, quienes no estamos verdaderamente habilitados para ello, podemos equivocarnos y empeorar la situación. (Ver “Mediación”) *

18 -Se ha despertado un mostruo La voluptuosidad forma parte de nuestro ser, y cuando se es estimulada, reaviva el deseo de satisfacerla. En el acto del amor carnal, se muestra con todo su poder. Sin embargo el hombre no es todo sensualismo, porque en él existen claras emociones de todo orden, que no necesariamente activan el terreno del goce sexual. Y esto es así, porque el paroxismo que lleva al deleite, aunque involucra totalmente al individuo, es un tiempo muy fugaz, si se tiene en consideración los muchos otros „tiempos‟ que son parte de la vida de la persona. Cuando esos otros tiempos que hacen al orden natural del sujeto, desaparecen, los „voraces de la intemperancia‟ los llenan con la complacencia que producen los excitantes tales como las drogas, el alcohol, y por supuesto las urgencias sensuales, todos de la familia de la concupiscencia. Y en esos momentos, el hombre pierde su condición de „persona‟, porque no puede desprenderse de su entrega a esos deleites, y abomina de su espiritualidad. Así y todo, existe en el ser humano un „fiel‟ de una balanza que mantiene un peso equitativo entre los goces de la carne y los del espíritu. Lo que ocurre, es que, en presencia del grupo social en que vivimos, muchos son los que, por distintas vías: literaria, visuales; de comunicación a través de la televisión, películas, canciones, etc., se encargan de provocar las procacidades que despiertan al “monstruo dormido”. Aunque no es todo lascivia. Existen otras aberraciones que, instaladas en nuestro ser, obstaculizan el libre ejercicio de las virtudes sanas del hombre que pugnan por salir y manifestarse. Estas son, entre otras, la envidia, la mentira; las habladurías que decantan en los chismes infames. Todas estas formas oscuras del alma, degradan la dignidad de la persona y la humillan hasta lo más profundo. Mucho se dice de templar las pasiones, e incluso se ofrecen algunas recetas, pero el “monstruo” es muy poderoso y el acicate del gozo inmediato es muy tentador.


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No obstante, está en cada uno de nosotros “armarse caballero” y cortar las „‟mil cabezas del monstruo‟‟ que aspira a amarrarnos a sus tentáculos y succionar nuestras mejores aptitudes. *

19 -Algunas ideas sobre el matrimonio y familia El hombre, ya lo sabemos, es un ser único que posee su propia personalidad, aunque ésta invista características muy disímiles entre sus congéneres. Por consiguiente cada persona puede coincidir o no con la índole propia de los demás individuos. Por otra parte, si nos acercamos al desarrollo evolutivo de los seres humanos, veremos que, en un principio del pasaje de niño a adulto, generalmente su vida de relación se conformaba en una suerte de fantasía, y cuando más adelante su mente se fue estabilizando hacia pensamientos reflexivos, comenzó a identificarse y diferenciarse entre los demás, asumiendo sus propias determinaciones, lo que ocasionó, no pocas veces, una alteración dentro del contexto de obediencia que debía a sus mayores. El amor de niño en el joven y el adulto, con el tiempo, generalmente tomó dos derivaciones. O se robusteció gracias a la calidad y ejemplo de padres cariñosos y comprensivos con un alto nivel de sapiencia, o fue languideciendo hacia un estado de desafecto total como consecuencia de convivir, desde pequeños, con progenitores autoritarios, deshonestos, intolerantes e hipócritas. No obstante, todo lo que el hombre „tuvo de niño‟ no lo perdió; quedó anidado en su corazón, y en gran parte para bien, porque desde ese niño nació la expresión del amor. Dijo Jesús refiriéndose a los niños “...porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos”. Y esos hombres y mujeres, ya adultos, serán los que, en su oportunidad, decidirán esposarse. Entonces, el matrimonio es la principal fuente de energía humana, engendrada en el amor de dos seres que deciden unirse de por vida, en beneficio de la fundación de una descendencia, razón de ser de esta institución, constituyendo la familia. Ahora bien, la sociedad está conformada, en su mayor parte, por las agrupaciones familiares. En este momento se establece claramente un encadenamiento cuyos componentes se vinculan estrechamente: hombre matrimonio - familia - sociedad. Es decir, que uno está en función del otro, de tal modo que si el hombre, que es el pináculo de la historia del mundo, defecciona, arrastra en su caída la posibilidad de un matrimonio estable y feliz y también el que los componentes de esa familia se integren


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eficazmente en el seno de la sociedad, contaminándola cada vez más. De esta descomposición se infiere la importancia capital que adquiere el ser humano por sí mismo y como pivote de la articulación mencionada, recordando que este ciclo puede iniciarse desde cualquiera de los tramos señalados. Y de ahí en más se deduce que si el hombre se corrompe en su conducta y en sus valores morales, se languidecerá el amor en el seno del matrimonio, y la consecuencia inmediata se propagará a sus sucesores, y por carácter transitivo, a la sociedad entera, deteriorándola en todos las capas. Y esa sociedad, cualquier sociedad de cualquier parte del mundo, sabemos, está conformada tanto por seres bondadosos, inteligentes, honestos, comprensivos, compasivos y tolerantes, como también en ella se infiltran los deshonestos, los rudos, los agresivos, los mentirosos, los hipócritas, los tramposos... Por otra parte es necesario tener bien presente que la vida en común exige una delicada atención, porque es muy vulnerable a las ironías, las mentiras solapadas y los discursos tergiversados, donde se produce una incongruencia que vela el diálogo fructífero. Es el caso de que uno de los contrayentes piense algo sobre una situación determinada, y diga lo contrario, o cuando quiere imponer una modalidad que él mismo la trasgredió. Esta relación recíproca se efectúa dentro del “espacio” o “campo de intimidad de la pareja” y en él se proyecta lo bueno y lo malo; lo agradable y lo desagradable. Costumbres, manías, creencias, vicios. Y todo ello lo deben regular cada uno de los contrayentes en pro de una convivencia, donde el amor, la tolerancia, y la caridad, abonen cada día el suelo, para mantenerlo fértil en favor de ambos y de los frutos de esa unión, que serán los hijos. De modo tal que cada cónyuge procure „‟morir‟‟ o renegar de sus falencias, en beneficio de la sociedad matrimonial. Este proceso de conciliación requiere de ambos cónyuges el total rechazo del egoísmo, de la vanidad y de la soberbia. Además, es bueno tener presente que la intimidad sexual no debe atentar con el respeto recíproco. De modo tal que las diferencias que hubiere, y que las hay, atendiendo a las distintas modalidades, sean salvadas en común y en pro de un equilibrio satisfactorio entre la „independencia‟ y la „compañía‟, y de esta manera, ninguno de los cónyuges invada el terreno emocional del otro, ya que el matrimonio no es propiedad de nadie (Arnold Lázarus). Notamos, entonces, que la función de los esposos es sumamente especial. Como padres, jamás termina su responsabilidad, aunque sucedan controversias que ponga en peligro la estabilidad familiar.


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Los hijos, principalmente en sus primeros años cuando carecen de recursos para solventar directamente sus necesidades, tienen la sublime prioridad, por parte de sus padres, de ser cuidados, alimentados, abrazados, confortados, escuchados. Y esa función es propia de los padres, cuya misión humana y divina, se va acrecentando en la medida del crecimiento biológico y espiritual de sus descendientes. Pero también, en noble relación, los hijos deben respetarlos. Aunque, desgraciadamente, en algunos hogares, llegados a cierta edad, tanto unos como otros se desligan, poco a poco, de esos menesteres, contribuyendo al agotamiento de esa principal fuente de amor. Y esos hijos, por sí solos, formarán nuevas parejas animados por el caudal de las experiencias históricas que sustentan y serán las argollas que continuarán la cadena social. Si las cosas, en el seno familiar, no van como deberían ser, y se producen resquemores y desavenencias, no echemos culpas, porque lo hecho, hecho está. No dejemos, tampoco, que nuestros impulsos agresivos o intolerantes, nos invadan. De alguno de nosotros tiene que partir la comprensión y la compasión, atributos que emanan del amor, sin esperar que el otro lo haga, en los momentos de fragilidad que haga cimbrar el vínculo matrimonial. Los padres somos los que debemos desligarnos de nuestra „yoidad‟; de nuestros sentimientos de engreimiento y de orgullo, si creemos en el amor, teniendo como baluarte la „paciencia‟ que, como nos lo dice el Padre Larrañaga “es el arte de saber y aceptar con paz que somos esencialmente limitados, que queremos mucho y podemos poco; que con grandes esfuerzos vamos a conseguir pequeños resultados”. Pero, aún así, “no dejarnos abatir por los complejos de culpa o sentimientos de tristeza al comprobar lo poco que podemos”, porque la humildad con que actuemos hará de nosotros un ser especial que “no se avergüenza de sí ni se entristece; no conoce complejos de culpa ni mendiga autocompasión, no se perturba ni se encoleriza, y devuelve bien por mal; no se busca a sí mismo, sino que vive envuelto hacia los demás. Es capaz de perdonar y cierra las puertas al rencor. Un día y otro día el humilde aparece ante todas las miradas vestido de dulzura y paciencia, mansedumbre y fortaleza, suavidad y vigor, madurez y serenidad”. (“Encuentro”)

Conviene recordar que cada cónyuge, además de su propia idiosincrasia, establece un „campo de intimidad‟, propio de esa relación matrimonial. De tal manera, que según el psiquiatra Arnold Lázarus, „‟ese espacio‟‟ marca los límites de euritmia, es decir de armonía o equilibrio que hacen a la calidad de la pareja. Yo agrego que el campo donde se establece la relación conyugal debe considerárselo sagrado y tiene su „marca de fábrica‟. Continuando con su idea el autor mencionado, establece cuatro modalidades—tipo que hacen al matrimonio, considerando que existe una


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diferenciación entre “matrimonio” y “amistad”. De modo que si la amistad es “intimidad compartida”, el matrimonio es “participación íntima”. Caso 1): cuando ambos cónyuges concilian una participación íntima, digamos, que supera un 70 a 80%, de forma tal que la intimidad individual restante, pivotea en un 30 a 20%. Es un matrimonio donde las posibilidades de crecimiento se potencializan. Caso 2): a la inversa: la intimidad matrimonial es tan pobre, que es fuertemente superada por la índole particular de cada contrayente, resultando una pareja a la que llama “falso esplendor”, porque ante los demás aparece como un „matrimonio bien avenido‟, aunque en la relación de intimidad entre los cónyuges no hay nada o poco de lo suyo para intercambiar. Caso 3): uno de los cónyuges se hace poseedor, casi totalmente, de la intimidad del otro, ahogándolo en sus fueros personales: no dejándolo crecer. Este punto es muy importante porque se produce aquí una suerte de „simbiosis‟ donde uno se nutre del otro, perdiendo así las propias cualidades y quedando relegado a un „estado larvado‟ sin aptitudes para desarrollar su capacidad de desarrollo. Caso 4): tal vez el más peligroso, porque puede derivar hasta la separación del vínculo matrimonial. Una persona, conocida o no, familiar o extraña, llega a ingresar en el seno de la pareja abusando de la confianza de cada uno de los esposos y en la intimidad propia del vínculo matrimonial, propone consejos o afecto excesivo y dominante, que llegan a descolocar la paz que merece toda persona. Aunque puede también, suceder lo opuesto, o sea que esa „tercera persona‟ abone de levadura para la integración sana de ambos. Tengamos bien presente que cualquier matrimonio, configurado o no en familia, es falible a las circunstancias sociales donde se inserta. Quiero decir, que recibe todo lo bueno y todo lo malo que se hierve en ese caldo de cultivo, y por lo tanto le es imprescindible estar atento a toda intromisión maligna que pueda contaminarlo. Porque, cuando las cosas van mal, se perfila el fantasma de la separación. Variados son los factores que inciden en la „desunión de los contrayentes‟. Uno de ellos es la infidelidad, como una causa contundente. También el egoísmo, que se vincula con la terquedad de uno o ambos cónyuges a „no dar su brazo a torcer‟ afirmándose en medidas o normas que ocasionan irritación en la pareja y despojándola del diálogo conciliatorio. No falta cierta apatía o desgano que puede producir la escasez o carencia de motivaciones, que renueve, cada día, el vigor que merece toda unión valedera.


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Sin embargo, uno de los motivos que más daña la consecución armónica en el matrimonio, es „la falta de respeto mutuo‟ y en él van implícito los hábitos, es decir, las maneras que tiene cada uno de afirmarse en la elección de alimentos y comida, arreglo personal y vestimenta, dormir y caminar, trabajo y diversiones, compañía y soledad, entre otros. Considerados estos componentes negativos circunstanciales que empañan la diafanidad que merece todo matrimonio pasaré a considerar aquellos elementos que pueden contrarrestarlas. El amor contiene, por sí mismo, todas las virtudes y excelencias que Dios puso en el alma de cada uno de nosotros. Pero el amor exige una total adhesión hacia el ser querido; no puede concebirse un „amor a medias‟, ni un „amor retributivo‟ a cambio del que damos. Un autor expresó que las dos necesidades existenciales del hombre son: el amor y el reconocimiento como ser. El hombre que es amado y apreciado como un ser único e intransferible, se „abre‟ a los demás. El amor es fidelidad hacia el objeto del amor, ya que la fidelidad representa lo auténtico, lo recto, lo verdadero, y el respeto y correspondencia del amor al cónyuge. De tal modo que la fidelidad constituye uno de los bastiones fundamentales de la relación matrimonial. Se es fiel también cuando se comparte tanto la felicidad como las dificultades. Cuando se ofrece un espacio de diálogo a su compañero, permitiéndole expresar sus motivaciones. Existe un clima de fidelidad cuando la sinceridad, la confianza y la honestidad, predominan en todo diálogo. Se es fiel cuando cada uno de los cónyuges procura morir o renegar de sus falencias, en beneficio de la sociedad matrimonial. Y con ello se rechaza toda injerencia de egoísmo, vanidad y soberbia, por parte de los mismos. Cuando amamos incondicionalmente, nos elevamos a un plano más cercano a Dios, honrando su principal mandamiento: “ámense los unos a los otros como yo los he amado”.

Por último, la fidelidad es la coronación de la madurez espiritual a la que puede llegar todo cónyuge, dentro de su plena libertad. ¡Dichosos aquellos matrimonios que se nutrieron de la generosidad, la magnanimidad y la nobleza, y desdichados aquellos otros que permitieron la entrada de la intolerancia, del odio, del resentimiento, de la incomprensión, y de la falta de humildad, porque, de una u otra forma, nuestros hijos forjan su conducta en el espejo que le presentan los padres y formarán los cimientos de nuevas familias que se insertarán en la sociedad completando un ciclo que nunca acaba! *


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20 –Mediación A modo de un ensayo sobre el difícil arte de la mediación, expongo algunas ideas propicias para „‟entrar‟‟ en la antesala de la persona. 1) Partimos de la premisa de que cada uno de nosotros tiene su propia forma de ser y de ver las cosas. 2) Todo ello condicionado a la puesta en marcha de la cantidad de ideas y creencias que constituyen las bases con que el hombre sustenta su opinión y desarrolla su vida existencial. 3) De tal manera entendemos que dos o más personas pueden coincidir o disentir, cuando no solamente confrontan sus pensamientossentimientos, sino también en los aspectos de muchas pequeñas o medianas cosas, que tienen que compartir. 4) Pero sabemos que, ya sea una simple discusión -o en tono más acalorado- con el agravante de insultos, y a veces acompañada de atentados físicos, deja, en las dos partes intervinientes, un gran vacío bochornoso que se llena con rabia, odio, resentimiento, o, directamente que lleva al alejamiento o la separación entre las mismas. 5) Y todo esto acarrea un cúmulo de toda clase de sentimientos de dolor y desesperación, hasta que le llega a uno o ambos contendientes, el momento de canjear esos recuerdos perniciosos tratando de satisfacer, así, las ansias de venganza, o la hegemonía de poder. 6) ¿Y el resultado? No puede ser más desastroso, porque dejaron de ser dos personas que intercambian sus opiniones y valores en un plano de cordialidad, sino que se convierten en entes, objetos; y por ende en sujetos agresivos, porque se han perdido el respeto. 7) El respeto, entonces, es el ingrediente superior y necesario para que las personas enfrentadas puedan encontrar la vía de la comunicación perdida. Acerca de esta cuestión el Padre Larrañaga aclara: “Respeto es la actitud para ver a la persona tal como es... La capacidad para tomar conciencia y aceptar con benevolencia la singularidad de la misma.” Por otro lado, Jacob Burckhardt nos dice que “el hombre, para ser tal, necesita de un poder al que pueda dirigirse, con el que pueda dialogar y ante el cual pueda apelar en las horas difíciles. Este poder es Dios”. Aunque también el hombre

recurre al hombre en busca de ayuda. Y quien se presta a ofrecerla tiene que hacerlo con mucho tacto, porque así como no tomaría con las manos un carbón incandescente, o apagaría largas llamas con un simple soplido, le es conveniente adoptar los recaudos necesarios para no quemarse o expandir un fuego que destruye.


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En tal sentido ambas partes en conflicto, en función de un posible acuerdo que les reporte la satisfacción de la armonía perdida, deben aceptar el deponer sus enojos o resentimientos, para obtener el beneficio de un „‟encuentro‟‟ más consistente y saludable. Nos sorprende a veces, todo el cúmulo de improperios con que saltan algunas personas ante una situación que, en cierto modo es insustancial, a nuestro criterio. Pero, lo que ocurre es que ellas fueron acumulando, en el tiempo, una sarta de ofensas con que fueron lastimadas, y que, en ese momento las rememoran a lengua pelada, dando lugar a una contienda sin fin. No podemos perder de vista que la relación humana se hace entre „‟dos ámbitos‟‟ donde se intercambian ideas, sentimientos, proyectos, opiniones, fantasías, porque, como asegura Martín Buber: “lo importante, no eres tú; lo importante no soy yo. Lo decisivo es lo que „acontece entre tú y yo”.

Y ese „espacio‟ entre tú y yo, es sagrado: no debe ser invadido, ni despreciado, ni anulado. Ese espacio o „campo de intimidad‟ tiene que ser propicio para que se mantenga el [acercamiento] sin que se [fundan] los sentimientos. En ese espacio debe imperar el respeto y la voluntad virtuosa de la relación armónica, y en esas condiciones se facilitará la suficiente autonomía para ser potenciados. ¿Qué condiciones obran para que el respeto sea algo más que una palabra? En principio, cada persona conflictuada deberá despojarse de ciertos atributos negativos que dificultan y a veces obstruyen totalmente el camino del diálogo. Digamos que en esa vereda se encuentran los que están contaminados de prejuicios, mentiras, hipocresía, soberbia, crueldad y recuerdos de ofensas no perdonadas. Ahora bien, entrando en un diálogo fecundo, cabe un segundo requisito indispensable, que es la „honestidad‟. Y en la honestidad no vale ni la prepotencia, ni cerrarse obstinadamente al argumento que los demás esgrimen, ni caminar por vías aviesas. Tampoco proponer sus defensas con acentos marcados de sarcasmos o palabras insultantes o malintencionadas, aún cuando uno o ambos, ahora contendientes, se sientan lastimados. En consecuencia, en las condiciones positivas e ineludibles de respeto y honestidad, se puede entrever un resquicio de claridad para un diálogo fructífero que oriente a una posible conciliación. * En el vasto conjunto que compone una f a m i l i a estamos insertos yo, tú y ellos, y somos todos, por ley natural, integrantes activos. Como tal, podríamos preguntarnos: ¿Qué función desempeño dentro de ese engranaje? ¿Contribuyo a la solidarización de sus partes, o no pongo nada de mi componente psico-espiritual? Y si lo hago, mi presencia-acción ¿beneficia o


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distancia a los demás miembros? Éste es el gran intríngulis que se produce en el seno de cualquier familia integrada. Sabemos que la vida en movimiento es riesgo y no basta con tener el título de padre, madre, hijo, hermano, abuelo, tío, y toda la cohorte consanguínea consecuente, para que nuestra presencia obtenga el esplendor que merece. Es nuestra obligación satisfacer, en cada uno, la caridad y la atención amorosa que necesita. Quedarnos inertes ante las desgracias y angustias de algunos familiares nuestros, es aislarnos o separarnos egoístamente de ellos. Que si un componente familiar adolece de algún vicio o deformidad en sus costumbres, ¿quiénes somos nosotros para recriminárselo? ¿Estamos imbuidos de una santidad que nos permite ponernos en un sitial de censura? Podemos, y es nuestra responsabilidad, establecer en nuestra conciencia parámetros de conducta moral, pero de ahí a tratar de introducirlos a quien padece de dificultades de ese orden, hay un trecho que debemos respetar. Lo que sí me parece sumamente beneficioso, es acercarse al dolorido, en la medida en que él lo permita, y darle amor puro, sin reproches, mostrándole solamente el camino que a nuestro entender, es el correcto. No somos seres perfectos. Debemos decidir, inexorablemente, la acción en cada momento de nuestra vida. Y esas decisiones están preñadas de ideas y creencias que nuestros padres y otras personas, influyendo en nosotros, nos las sugirieron durante nuestra evolución psico-espiritual. Algunas de ellas las adoptamos, muchas veces, sin que fueran destiladas convenientemente por los alambiques de nuestra razón-corazón. Y otras las hacemos nuestras luego de un concienzudo análisis. Además, en esa larga trayectoria de nuestra existencia que se extiende desde la niñez, continuando por la pubertad y la adolescencia para llegar a la edad adulta, pasamos por esas etapas que nos fueron marcando hitos sucesivos de experiencias y aprendizaje. Muchas se consolidaron y otras tantas fueron desmerecidas, según convenía o no a nuestro entender. Y aunque, en cierta forma, nacimos indefensos, porque por muchos años necesitamos de la protección y solicitud amorosa de nuestros padres, sin embargo, somos poseedores de una rica fuente de recursos que nos permiten sobrevivir a las contingencias que nos acaecen día a día, momento a momento. Ya nos los dice Ortega y Gasset, nuestra vida nos es disparada a quemarropa. Pero fueron tantos los sucesos que hicieron impacto en nuestra existencia vital, que movilizaron una suerte de defensas que pretendían resguardarnos, y en esas contiendas algunas personas salieron ilesas, pero


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otras sufrieron cruentas heridas, y muchas sucumbieron fatalmente a las circunstancias. Aunque resulta obvio aclarar conceptos: cuando nos referimos a heridas sangrientas y muertes, se entiende que lo hacemos figuradamente. Lo que se hace necesario esclarecer, es la sensibilidad que posee cada persona para recibir adecuadamente aquello que le viene de fuera, y cómo lo administra como concepto para transferirlo a los demás: los que componen su circunstancia. Ahora bien, cuando dijimos que el ser humano contaba con suficientes recursos para sobrevivir, dejamos en el aire un punto que se encuentra relacionado con el tópico en cuestión, y éste es: por una parte, la facilidad para asociarse a ideas y creencias que les llegan del exterior, y otra, la debilidad o persistencia en la acción, para llevarlas a cabo. (Ver Corral de Incertidumbre).

* Entrando en el sacro recinto de la persona Tenemos, frente nuestro, a dos personas enemistadas, pero no tanto como para desechar la posible intervención de un tercero que obre como intercesor de esas almas heridas. En principio debemos tener presente que el intermediario o mediador, tiene que poseer, no solamente la sabiduría necesaria para acercarse reverencialmente al recinto sagrado del alma humana, sino un espíritu que se destaque por sus relevancias de un amor dispendioso, que avale la comprensión, la compasión, la paciencia y la tolerancia, para acercar y vigorizar esos corazones contrariados. Porque “quien está centrado en sí mismo, continuamente, está consciente de su propio yo, de las propias reacciones, de los propios sentimientos, de las propias necesidades, (y) no puede comprender a los otros... Necesitamos tratar de olvidarnos de nosotros mismos, cuando deseamos comprender a otra persona; ir al encuentro de ella, dejando de lado todo lo que se refiere a nuestro pequeño yo, y sólo entonces conseguiremos percibir cuál es la verdadera naturaleza de la otra persona y ver cómo ella realmente es”.(“El camino del aspirante espiritual”-Ángela María La Sala Batá).

Además, tener en cuenta y considerar como valioso, la enorme necesidad que tiene cada hombre de ser amado y reconocido por los demás, por el solo hecho de estar en este mundo. Y, por otra parte, poseer el suficiente tacto para „‟entrar‟‟ en la persona lastimada, de modo tal que ésta afloje sus tensiones y se despoje de las armaduras que no dejan penetrar en sus intimidades más profundas. Con estas referencias, estaríamos en condiciones de acercarnos a cada persona, por separado, y escuchar atentamente sus requerimientos,


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desechando de nuestra parte todo preconcepto que pueda enturbiar las razones expuestas. Si nuestra composición la trasladamos al terreno matrimonial, sabemos que cada uno de los cónyuges, lleva al matrimonio integridades y fragilidades. Y también, que muchas de estas defecciones pueden diluirse gracias al sentimiento de amor que los unió en el compromiso matrimonial; pero algunas seguirán subsistiendo, y en el peor momento, saldrán a la superficie. Entonces, cada contrayente debe comprender que ambos tienen defectos, y en el propósito de componer una unión más sólida, tiene que aprender a tirar por la borda aquellos que la enturbian. Un ejemplo: si queremos tomar café con leche, cada uno de los productos debe perder algo de sus propiedades para que esto se produzca, aunque el resultado final sea con más café o más leche. Y, valido de un espíritu cristiano, tener la valentía de perdonar, pero no en un “te perdono pero no olvido”, sino totalmente, sabiendo, positivamente, que nadie está libre de culpa. Insisto. El camino debe hacerlo uno mismo; como dice un autor: el camino se hace al andar. Pero quien se decide a emprenderlo, debe desasirse de toda contaminación, es decir deshonestidad, falta de respeto o consideración hacia el otro, etc., porque, de lo contrario, no solamente el sendero se llenará de obstáculos, sino que puede llegar a caer, fatalmente, en el barranco de la nada. Y a quien le cabe la hermosa tarea de unir lo separado sin menoscabar ninguna de las partes, tiene que ser neutral en todo momento, tomando esta posición con extremada delicadeza, para no herir susceptibilidades porque sabe, fehacientemente, que el ser humano es una maravilla de Dios, que solamente puede perfeccionarse en el idioma del amor, que es el que Jesús nos enseñó. Por ello la oración constante, la humildad y la perseverancia para los que aspiren a realizar esta muy difícil tarea, serán cimientos imprescindibles para llevarla a cabo. * 21 -Dominio de una persona sobre otra Todos sabemos que la buena relación humana se basa en el intercambio de intereses comunes que agraden y satisfagan a cada uno de los intervinientes, sin que ninguno de ellos se sienta lesionado en su dignidad. Esto se hace factible teniendo presente que toda persona, por sí misma, genera un campo de posibilidades que lleva dentro de sí, y que en determinados momentos las intercambia con los demás. La prueba más


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consistente de este aserto tiene su reflejo en el amor entre las personas, donde ninguna de ellas clama recompensa alguna cuando se ofrece al objeto amado. Es decir, se da incondicionalmente. Pero, tú sabes bien, que algunos individuos en forma, generalmente inconsciente, crean un „‟espacio de poder‟‟ sobre otras personas, adaptándolas a sus propios deseos y satisfacciones, sin darse cuenta o importarles que esta situación las lleve a una forma de sometimiento, consentido o no. Las personas que así actúan, generalmente son poseedoras de una egolatría que les sobredimensiona el sentido de la equidad y creen que son poseedores de la verdad. Aunque también otros muchos lo hacen, en ese sentido, poniendo de sí un caudal exagerado de sentimientos de amor, sin considerar que el ser amado pueda sentirse atrapado o asfixiado, al no darle lugar a su propia libertad de acción. Ahora bien, podría darse el caso de que esas mismas personas, ahora en forma totalmente consciente, actuaran sobre sus víctimas. De esta manera el proceso de sumisión se convertiría en manipulación. Y sabemos que la manipulación se vale de la turbación que ocasiona el temor, el soborno y el sentimiento de culpa. Una de las formas de sometimiento violento es la violación carnal. Pero, de una u otra vía, ya sea inconsciente o conscientemente, la relación se convierte en un “juego psicológico de poder” donde uno impera sobre el otro, de manera sutil o grosera. En consecuencia el resultado final no produce un ambiente de satisfacción ni de igualdad sino que siempre sobrelleva un aumento, o la continuidad de variadas situaciones de sometimiento. (Ver „Juegos de poder‟ en “El hombre del siglo XXI”). El sometido puede sentirse menoscabado en su dignidad acuciado por un proceso de libertad interior que lo empuja a defenderse, y exigir del sometedor una “rendición de cuentas”, o sea una rehabilitación a su sufrimiento. Pero sucede que el sometedor, al no advertir el alcance de sus actos, podrá rehusar los requerimientos del sometido, ya sea en forma violenta o no, o podrá cambiar de tema, siempre respaldado por un „juego de poder‟; en este caso, el preferido es “Se levanta la sesión”, que quiere decir “no hablemos más del asunto” . En tal situación, el sometido debería negarse a comprometerse en algún aspecto cooperativo de la relación, hasta ser atendido en sus demandas. Y además, fortalecer su propio ego, para defenderse, por sí solo, del dominio en que se encuentra. Se entiende que la situación planteada, puede convertirse en un procedimiento muy intenso emocionalmente. En consecuencia necesita de


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mucho sostén y respaldo por parte de su grupo familiar o de intermediación. Claro está que esta proposición debe hacerse con mucha delicadeza y cautela, apoyada por una valoración adulta. Llegado a estos momentos, la respuesta al cambio estará a cargo del sometedor, quién puede tomar dos caminos: o coopera, o directamente continúa, sistemáticamente, en sus “juegos de poder”. Si se mantuviera recalcitrante al cambio, pese a los esfuerzos de la persona sojuzgada para revertir la situación afligente, no le queda a ésta otra alternativa que terminar la relación, puesto que en tanto no se equilibre el intercambio de sentimientos y oportunidades, la continuidad de la misma no hará sino realimentar el libreto de sometimiento.

* 22 -Corral de Incertidumbre

Cuando me sentí atraído por un tema surgido del Análisis Transaccional llamado “Corral de Opciones” donde la persona es „atrapada‟ por motivaciones que la llevan a decidir la actitud a tomar ante sugerencias bipolares bien definidas, que son “Me gusta-no me gusta” y “Me convieneno me conviene”, no pensé, en el momento, acerca de otro „encierro‟ que también llega a ser muy comprometido, al que le pondré el nombre de “Corral de Incertidumbre”. Si bien es cierto que las decisiones finales surgidas del Corral de Opciones son aceptadas a partir de un dilema donde las posiciones son claras, en el caso del Corral de Incertidumbre, existe una suerte de vacilación creada por la injerencia de una o varias personas que „sugieren‟ las determinaciones que el sujeto encerrado en el corral, debería tomar. Entonces, el Corral de Incertidumbre se acerca más, en sus características, a lo que llamé, en su momento, “El tercer círculo” (ver “El hombre del s.XXI”). Recordemos: el “tercer círculo” consiste, lisa y llanamente, en la intromisión de una o varias personas en el „círculo de intimidad‟ de una pareja, enturbiando la relación entre sus componentes, como así también degradando las cualidades de cada uno de ellos para asumir resoluciones por sí mismo. Pero, en el caso concreto del “corral de incertidumbre”, el provocador dirige su atención, directamente sobre un individuo en especial, ya en forma de consejo o sugerencia. Lo que vale entonces acá es la disponibilidad de la convocada. Es decir si es lábil a dejarse sugestionar, o bien si esta intromisión en su intimidad, la promueve a movilizar sus propios recursos para solucionar eficientemente el conflicto, y así „poder abrir la puerta y salir del encierro‟, victoriosa.


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Digamos. Un individuo se encuentra irresoluto respecto a la forma en que debe encarar un problema inmediato. Aparece en escena otra persona que le „sugiere‟ que haga tal o cual cosa. Ahora se abre el dilema. ¿Acepto los consejos de terceros o me valgo directamente de lo que me dice mi conciencia? En este preciso momento aparece el fantasma de la incertidumbre. Porque el consejo de esa persona puede estar cargado de sabiduría como también de intereses espurios. (Ver acá mismo Las virtudes humanas-Consejo). Por ello es que pongo especial énfasis en alertarte para que te mantengas atento, aunque no totalmente receloso, y busques afanosamente y pongas en ejecución todos los valiosos recursos que posees, para evitar caer en trampas sutiles que algunas personas, ya sea por ignorancia o persiguiendo utilitarios motivos, te puedan tender. (Ver “Cómo optar”en mi libro No soy perfecto). *

23 -¿Ganar o perder? Cada persona contiene, por sí misma, una suerte de convicciones que la orientan a elegir diversos caminos fijados en su vida terrena. Pero vemos que algunos llegan a la meta predeterminada, pero otros se quedan, frustrados, en algún recodo. ¿Qué es lo que ocurre? Distintos factores o circunstancias son los que se cruzan en la ruta trazada. Uno de ellos es el de „‟ganar a toda costa‟‟, no importan los escollos que surjan. Dentro de este grupo se encuentran alojados aquellos que maniobran con acciones psicológicas deshonestas; me refiero a los que arbitran los llamados “juegos de poder”, en una suerte de competencia desleal. En esta determinación, los agentes que se oponen a los propósitos buscados, son descartados. Y de aquí que la persona que así actúa puede poseer una posición de autovaloración sobre-dimensionada que no considere los límites que resguardan el respeto por los demás. Por otra parte, no parece darse cuenta de las propias deficiencias de carácter que obran en su conducta, y que les impide verlas. (Ver Juegos de poder en “El hombre del siglo XXI”).

También existen aquellas personas que, en la codicia de alcanzar sus metas gananciales, pierden de vista las de fracaso posible. Porque toda propuesta lleva en sí los signos positivos y negativos que no deben desmerecerse. En este caso, quienes se muestren más cautos en su tentativa, es muy posible que obtengan un mejor logro posterior. Ahora bien, considerados estos dos esquemas: ganar o perder, también están implícitas en su realización las voces que nos animan y las que nos incitan a desistir. Quiero decir, aquellos que nos estimulan


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dándonos el „permiso‟ para continuar en el curso propuesto, y los que martillean solamente en el fracaso que conlleva toda decisión. Pero, amigo, de todas maneras, tú sabes bien, que el capitán de nuestro destino somos cada uno de nosotros, y están en juego las contingencias de ganancia o pérdida, ya sea naveguemos en mares calmos o procelosos. Esas posibilidades dependen del acopio saludable de conocimientos y experiencias, como así también de todos los elementos dañinos que conmovieron nuestros sentimientos, los que, seguramente, obrarán en pro o en contra de nuestro quehacer. Porque en las posibilidades de ganancia o pérdida está presente también la aptitud, que es un resorte que promueve en nosotros la apetencia de ser el mejor entre los muchos; algo que aprendimos desde muy chicos. Entonces, antes de cada emprendimiento, ¿no te parece que nos conviene hacer un registro de nuestro interior y un balance ecuánime de todo lo que es parte de nuestro ser: lo bueno y lo malo? Y de aquí en más, armarnos de suficiente coraje para no amedrentarnos estimando lo que nos merece apreciar, y desechando todo lo que consideramos pernicioso para el logro feliz de la iniciativa. * 24 -Agudizar el sentido crítico en el televidente Como consecuencia de muchas de las telenovelas que se emiten a diario y que mantienen la atención de un numeroso público, no puedo menos de sentir honda pena por la cantidad de elementos confusos que irradian visualmente provocando un aspecto distorsionado de la realidad, al ubicar retazos de vida donde predomina el capricho e incluso la maldad del „niño rebelde‟ y del „niño loco‟. Para situarnos en un nivel comprensible para todos, me parece oportuno diseñar el perfil del „estado psicológico del yo niño‟, que es el que se forjó durante los primeros años de vida según lo describe el Análisis Transaccional. Ese tránsito de la vida de cada persona abarcó todos los consejos y advertencias de sus mayores, al que se agregaron las experiencias propias que iba adquiriendo durante su niñez. De tal forma que ese individuo, en el ascenso de su crecimiento, se creó un ideal imaginario de su persona con el cual sostuvo su propia personalidad. Pero esa personita llevaba, dentro de sí, como parte de su legado individual, un hermoso bagaje de emociones que, generalmente, se las brindaba o compartía con cuanta gente se acercaba a él. Sin embargo, no todo fue „color de rosa‟, porque muchos de esos pequeños sufrieron opresiones, falta de amor, de protección y de confianza, e incluso crueles formas de castigo que motivaron una deformación en su personalidad,


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inclinándolos a la adquisición de un carácter proclive al rencor, a la venganza, a la avidez de logros obtenidos a cualquier costo... y aquí tenemos perfilado al „niño rebelde‟ y al „niño loco‟. En algunos casos llegan a tomar características inauditas jugando al „todo o nada‟ donde pierden totalmente la capacidad de razonar. Las características de estas dos personalidades que generalmente mantienen esas posturas a través de los años, aún llegados a edades biológicas avanzadas, son: el primero se muestra con una actitud agresiva ante todo aquello que se oponga a sus deseos y caprichos, mientras que el otro se mueve en un mundo que se le hace confuso, con frecuencia lascivo y siempre irracional. Que algunas personas posean estos gérmenes maliciosos o desatinados, es producto, como decimos, de desgraciadas circunstancias familiares y sociales, e incluso de origen genético, que quedaron incrustados en sus mentes y que afloran en forma de actos extravagantes acompañados por torcidas emociones adulteradas. Pero lo que indigna es la perfidia de algunos libretistas o guionistas que usan a estos desgraciados personajes, para darle „sabor‟ a su obra. Y lo que es peor, lo hacen con tanta insidia, que provocan un contagio fétido en la mente de los televidentes, haciéndolos aparecer como entes reales... y hasta graciosos. Además, promueven escenas fugaces que confunden, porque no permiten adecuarlas debidamente en los compartimientos de la razón. Que estas formas de vida son parte de la índole del hombre que las ejercita en desmedro de su cultura espiritual, no lo niego. Sin embargo la cordialidad en el trato interpersonal, como así también los actos de dar amor, conceder primacías y disculpar las ofensas, pertenecen también a la naturaleza humana. ¿Por qué, entonces, propagar gratuitamente el residuo malsano del hombre, en la mente de tanta gente incauta? (Ver también „Qué nos muestra la televisión argentina‟ en “Conducta y Convivencia”) *

25 -Programa social En el amplio espectro social que abarca a todos los pueblos del mundo conocido, sus habitantes buscan quiénes los dirijan. Es como el modelo, en cierto modo, de los individuos que nacen a la vida. Sus padres serán los celadores que orientarán sus pasos en los primeros años. Les enseñarán a alimentarse, a asearse, a prevenirse de los peligros inmediatos y mediatos, y a formar hábitos de socialización. Es decir a habituarse a vivir con decoro y dignidad entre todos los demás, dentro de un clima apacible. En cambio, esperan de ellos amor, respeto y sumisión.


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Sin embargo, no todos los padres fueron hombres probos. Algunos hicieron sentir su deshonestidad; otros su lascivia; otros el imperio de la rigidez esclavizante, otros, celos exasperantes; y otros la falta del amor y reconocimiento. El amor y el reconocimiento: elementos tan necesarios para la salud espiritual. En el tiempo, estos jóvenes, ya hombres, fueron desligándose de la tutoría de sus padres, en mayor o menor grado, para encarar sus propias vidas. Pero sus primeros años quedaron grabados a fuego en sus corazones, y a muchos les fue muy difícil programar su existencia desvinculada de la autoridad vigente, tanto de las figuras parentales como de las territoriales. Y pudieron ver y sentir en carne propia la codicia sin límites, y la prepotencia del más fuerte y poderoso que bullía a su alrededor; y algunos de ellos -más frágiles en su concepción moral- descreyeron del merecimiento que ofrece la honradez y el orden equitativo, y, en su turbación, marcaron un camino de indiferencia total a lo que le sucede a la Humanidad, lo que los acercó a la complacencia de los sentidos, y a la falta de colaboración en la construcción del edificio social. (ver “Pirámide social” en Diálogo y Convivencia)

Esta situación alienante, deja abierta una brecha que provoca el distanciamiento cordial y sin recelos entre los hombres, y los cimientos sociales tiemblan y a veces se desmoronan por la falta de planes y objetivos claros que alcancen la totalidad del país. Porque, bajo un aparente estado de democracia, subyace una clara anarquía. Y en ese clima hierve la destemplanza y se pierden los anhelos de prosperar culturalmente, y de alcanzar los valores necesarios para convivir. Y los más, dirigen sus pasos hacia una vida sin perspectiva. No se nos escapa que en todo contacto, ya sea visual, táctil o auditivo, existe un medio que lo hace posible para que éste se produzca. Y cuando se trata de un diálogo entre dos o más personas, e incluso cuando el diálogo se transforma en una polémica o discusión enervante, ese „campo intermedio‟ es ocupado por las voces y los gestos de los contendientes. Todo lo comentado tiene un sentido lógico y natural. Ahora bien, en el momento en que dos o más personas enemistadas entre sí, para dirimir sus diferencias, sean éstas plausibles o no, provocan hecatombes humanas con muertos y heridos entre gente inocente que está por fuera de los litigios entre ambos, el panorama cambia totalmente. En estos casos, surgen estigmas de bestias salvajes, que se mantenían adormecidas, despertando de un letargo que el hombre había conseguido aplacar gracias a un difícil y largo proceso de aculturación, distribuyendo fuentes de trabajo y ocupación en procura de un beneficio común. Estos,


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ahora bárbaros, que gozan y se aprovechan de los bienes que la sociedad sana les ofrece, y que conviven con ella, son gente que doblegaron todo sentimiento humano, descreyendo de la compasión, del amor y de la amistad, y obran como criminales, lisa y llanamente. Tanto los ejecutores de los horrendos actos que llevan a cabo, como aquellos que planifican esos atentados. Que las personas se enfrenten entre sí, cara a cara, es propio de la naturaleza humana, pero que lo hagan en la ocultación de sus designios, los transforman en cobardes y traidores a la confianza que la humanidad puso en ellos. Hasta acá hablamos de aquellos grupos pérfidos que se esconden en la oscuridad para desde allí actuar cobardemente, pero no podemos dejar de percibir la presencia de muchas personas que lo hacen arteramente, a la luz del día y que mueven las piezas según sus apetencias. Vivimos en un mundo de fuerte competencia y no siempre sobresalen los más capaces. Algunos son idóneos en artimañas y las usan solapadamente ocasionando la envidia y el resentimiento de los menos aptos que se ven superados y oprimidos. Y otros, valido del poder, afrentan con fiereza a los que se oponen,. De ahí que la balanza se desequilibre de su fiel. Estos bandos, los que actúan en las sombras, como los que lo hacen hipócritamente, o directamente con la prepotencia ante los más débiles, son merecedores del mayor repudio por parte de la sociedad sana que quiere, y merece, vivir en paz. Es hora de modificar este estado de cosas, porque en ese camino la humanidad caerá en el marasmo total y no habrá terapia alguna que la salve. Este pensamiento que tiene toda la apariencia de un mensaje apocalíptico, no lo es, porque yo, personal e íntimamente, creo en el hombre y en su redención. Y esta liberación se hará de persona a persona, mientras una sola de ella, contenga en su corazón la semilla del amor distributivo y la fe necesaria “para mover montañas”. * 26 *Poder y conversión Leyendo la obra de un autor me hizo pensar sobre un aspecto, que si bien lo he diseñado antes, me gustaría profundizar contigo, y éste es „‟la libertad individual‟‟. Y me remito a las fuentes bíblicas; más puntualmente sobre el Antiguo Testamento, donde Yahvé, cumplida la creación del Mundo, creó al Hombre dándole poder sobre toda la Naturaleza y los seres que la poblaban. Pero, como dice Rómulo Guardini “el hombre no debe „dominar solamente sobre la naturaleza‟, sino también „sobre sí mismo‟; no debe tener


49 fuerza sólo para obrar, sino también para perpetuar su propia vida”. He aquí la fuerza dinámica de su ser: la libertad de pensar, de decidir y de actuar. Y ese „poder‟ le fue dado por un ser superior a él. De tal manera que “todo esto significa que el hombre debe conseguir el dominio en su más amplio sentido, pero permaneciendo sumiso a Dios y ejerciéndolo como un servicio. El hombre debe convertirse en señor, pero sin dejar de ser imagen de Dios y sin aspirar a convertirse en el modelo mismo”.

Ahora quiero que hagamos una abstracción sobre este asunto. Digo: el „poder‟, conferido por Dios, su Padre, le llegó al Hombre, según se desprende de la lectura bíblica, diseñado en una figura adulta. Y trasladándonos a los conceptos vertidos por la „‟psicología de la conducta‟‟, este Hombre no pasó por las distintas etapas de crecimiento, y no tuvo las experiencias que se reflejan en ellas, tales como conocimientos y contradicciones que trae aparejada cada una, y que debe absorber hasta llegar a su condición de Adulto. Quiere decir que tenía „corazón de niño‟. Entonces, la libertad, regalo divino, transferido al hombre en su edad adulta, no fue debidamente usada. De ahí el pecado de dejarse tentar por la serpiente; como así la envidia y el resentimiento surgidos en el corazón de Caín y el homicidio cometido contra Abel, como consecuencia de su debilidad, y muchos otros que se sucedieron posteriormente. Ahora bien, dejando todo lo dicho, ajustado en el nicho de lo mítico, sabemos que no cabe la idea y ni el hecho, de que Dios pueda equivocarse. Por lo tanto, en la propia perspectiva de la creación del hombre, al darle el poder de la libertad, le otorgó también el poder de la humildad y de la redención. El hombre puede errar en sus cometidos, y ya sabemos que de hecho lo hacen frecuentemente, pero le es factible saber que gracias al amor que Dios transfirió generosamente en su corazón, también puede redimirse por su propia voluntad, desde su ser más íntimo, que es el espíritu, ya que, siguiendo a San Agustín, la vida del espíritu se realiza en su relación con la verdad, con el bien y con lo sagrado, no de una manera alegórica sino completamente precisa. Y se pregunta Guardini: “¿Qué ocurre, pues, cuando aquella relación es perturbada? El espíritu enferma. Entonces es cuando enferma, y no ya cuando se equivoca, o miente, o hace injusticia. Y esto ocurre con toda seguridad desde el momento en que la verdad en cuanto tal pierde su importancia, el éxito sustituye a lo justo y lo bueno, lo sagrado ya no se siente y ni siquiera se echa de menos”. Entonces

encontraremos que la única solución para rehabilitar el espíritu enfermo es la metanoia, es decir “una inversión del pensamiento, una conversión”. Sin embargo, y haciéndome partícipe del pensamiento guardiniano, “el hombre quisiera saber qué puede hacer hoy”. Y él marca “un nuevo tipo humano (que está surgiendo y) que no sucumbirá a los poderes desencadenados, sino que será


50 capaz de ordenarlos; capaz no sólo de ejercer el poder sobre la naturaleza, sino también el poder sobre el poder. Esto significa subordinar el poder al sentido de la vida y obra humanas y „gobernar‟ de una manera que es preciso aprender, para que no sucumba todo en la violencia y el caos”. Todo ello, por supuesto, mientras el

hombre conozca y asuma la medida total de su responsabilidad. Y responsabilidad, querido amigo, es „compromiso‟, „obligación‟; es „respeto por sí mismo‟. Si cada uno de nosotros asumiéramos ese compromiso, la vida se nos haría más apacible y comprenderíamos la real significación de nuestra existencia. Y no nos desgastaríamos en luchas enconadas ni regaríamos de sangre el suelo fraterno. ¿No te parece? *

27 -Relación yo-tú y diálogo fructífero Dos personas intercambian deseos, ideas, emociones, sugerencias, planes, etc. y se crea un diálogo. Ahora bien, entre ambas existe un “espacio o campo virtual” invisible, pero concreto en posibilidades, y ese „espacio‟ coexiste con un “tiempo”, corto o largo, donde se destilan las palabras y su contenido. Para simplificar, llamaremos “espacio-tiempo” a ese interregno que se produce entre los interlocutores. El diálogo se diluye cuando uno de los circunstantes está distraído y no presta la atención necesaria. No es efectivo cuando el otro no entendió la propuesta o le molesta el significado del mensaje. O cuando uno de ellos no atiende debidamente lo que expresa el otro, preocupado en elaborar su respuesta. Es decir está más atento a lo que quiere responder. O cuando el destinatario interrumpe abruptamente el discurso con su respuesta. Todo ello ocasiona desorden y confusión. Pero también puede ser que uno de los dialogantes sea poco claro en los conceptos emitidos o invada sutilmente la intimidad del receptor, o que increpe duramente al mismo provocando una respuesta irritante. Entonces, creo que merece que se ponga especial énfasis en la importancia que tiene el espacio-tiempo virtual a que me he referido, porque en ese territorio sobreentendido, que sirve de conexión o puente de tránsito entre los interlocutores, se intercambian palabras, miradas, gestos, exclamaciones... o silencios, que pueden quedar allí, perdidos y sin vida, en tanto que muchos otros pueden establecerse como elementos vivientes y protagónicos, y llegar a alcanzar, por su contenido, una importancia


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trascendental en la vida de los dialogantes. El Padre Larrañaga nos dice: “el diálogo desata los nudos, disipa las suspicacias, abre las puertas, soluciona los conflictos, engrandece la persona, es vínculo de unidad y „madre‟ de la fraternidad”. (“Encuentro”, pág.64). Lo contrario del diálogo es la discusión, donde uno o

ambos contendientes quieren imponer sus opiniones sin atender las razones del otro, y generalmente lo hacen en forma airada, impregnando el espacio-tiempo con elementos amenazadores o hirientes que truncan la posibilidad de diálogo. Si a esto le agregamos las „intenciones‟ que provee todo diálogo, como así también la disposición de ánimo o estado emocional (euforia, depresión, lasitud, receptividad) que son influidos por la fatiga, el aburrimiento, etc., estamos frente a frente con algo que se opone o separa la relación entre las personas, como así también la franqueza y delicadeza impregnadas de amor que pueden contener los mensajes y que sirven de enlace entre los hombres del mundo. (Ver también „Diálogo y convivencia‟”) Fin


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