03 teóricos 181006
24/10/06
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Douglas Davis
salvar el paréntesis entre el tiempo de la televisión y el humano, permitir que esa imagen se desarrollara tan naturalmente como yo pensaba que debía ser, tan lentamente como un pájaro atraviesa el firmamento. El tiempo de la televisión corrompe la vida, la política y el arte al acelerarlo, brutalizando temas y mentes y, paradójicamente, castrando nuestro sentido del paso del tiempo. Color II nacía de las expectativas que se nos han inculcado sobre la televisión y que implican no esperar de la pantalla más que rápidas transiciones. Lo mismo se puede decir de Talk Out!, que se realizó en la cadena WCNY-TV de Syracuse como complemento a una exposición en el Everson Museum a finales de 1972. Nuestro objetivo era transmitir la exposición en un museo a su público y mantener un diálogo con éste mientras reaccionaba en antena ante lo que veía. Desde el principio, sabíamos que necesitábamos tiempo –para que la conversación se desarrollara en profundidad, para que el espectador pensara y reaccionara–. Sorprenden-temente, WCNY encontró ese tiempo. Talk Out! se transmitió durante tres horas y media, un siglo para los estándares televisivos, sólo comparable al tiempo que se dedica a los partidos de baloncesto, un aterrizaje en la Luna o a los asesinatos. Quiero insistir sobre lo siguiente: no estoy diciendo que se deba hacer televisión siguiendo mi método y no cualquier otro. Tampoco estoy hablando de alargar los programas o de descartar la edición (que he empezado a hacer otra vez, con renovado placer). Estoy hablando de actuar en el tiempo propio de unas necesidades primigenias que han quedado olvidadas, no de acuerdo al tiempo del equipo o de una imagen estereotipada de la audiencia. Studies in Myself II, que también habrán visto, es un intento de aprender lo más posible sobre mí mismo en comunicación con otros, con el mundo. Como en Black-White IV, el proceso de creación se despliega ante los ojos: forma, contenido y tiempo son uno. En The Santa Clara Tapes –siete bucles de cinco minutos que se repiten–, que realicé hace unos meses para una exposición en De Saisset Museum de California, suelto la cámara, la dejo sola, y así abandono también el sistema quizás en un grado mayor aun: la cámara da vueltas, se precipita sobre un modelo desnudo, cuelga de una ventana, se rompe contra la cara del expectador. Las manos que golpean la pantalla no son una metáfora. Quieren liberarse de verdad para encontrar un contacto humano más allá de la pantalla. En cada uno de estos casos, espero, hay una impresión de que el tiempo pasa, de que forma parte de la misma realidad que ocupamos mientras miramos la pantalla. Durante años hemos erigido un complicado sistema de defensa contra la realidad, tanto en la vida como en el arte. Sin embargo, en la respuesta a la televisión en directo, creo percibir un nuevo deseo de tener
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