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Millo: “Fuerza, ¡a trabajar!”

Emilio del Valle Villarroel Rodríguez no ocupó ningún cargo de renombre pero sí se hizo de una fortuna, la del aprecio popular. Nacido y criado en Lechería, se granjeó el respeto y el cariño de la gente mientras vendía helados, cuidaba carros y hacía sonar las campanas de una iglesia, siempre bien vestido y sonriente. El miércoles pasado falleció. Su legado es sencillo pero sustantivo: la bondad y el trabajo abre puertas, especialmente la de los sentimientos / VIVIANA MELLA ANDES

[L EC H E R Í A ]

PARA QUE SONARAN A SU HORA

¿Quién va a tocar las campanas ahora?”. La pregunta queda en el aire en la iglesia María Auxiliadora de Lechería. El encargado de esta tarea cuando se realizaban las misas era un personaje conocido tanto en Lechería y zonas adyacentes como en Colinas del Neverí, en Barcelona. Emilio Villarroel, el popular “Millo”, se hizo con la fama de hombre trabajador y amable. En tiempos en los cuales la educación ciudadana no sobra, este morreño hacía gala de modales muy estrictos, sobre todo cuando se trataba de comportarse dentro de la iglesia. A los 68 años de edad, dejó este mundo el pasado miércoles 21 en brazos de su sobrina María (“Mayuya”) y de su hermano Elímenes.

“¡Fuerza!” “Nunca se había enfermado y jamás se quejaba de nada. Todos los días lo levantaban sus rancheras a todo volumen a las 4:30 de la mañana y a las 6:30 ya estaba en el kiosco cerca del crucero para trabajar. Lo primero que decía era ‘¡Fuerza! A trabajar’, y salía haciendo estiramientos muy a su manera, un poco torpe”, cuenta Darwin Villarroel, mientras recuerda la época en que su tío abuelo lo llevaba hasta la escuela montado sobre el carrito de helados con el que Millo se ganaba la vida. Ese mismo oficio fue el que, casi 50 años atrás, lo dio a conocer en la zona. Peleando con los niños traviesos y fiándole paletas a otros, porque -según vecinos- Millo no tenía nada de maldad y era feliz contentando a otros y “enamorando” a mujeres bonitas. Hermis Cedeño, quien vive en la casa parroquial de la iglesia María Auxiliadora de Lechería, era su “traductor oficial”. Porque entender a Millo requería de atención y paciencia, debido a que tenía una dificultad de lenguaje. Sin em-

Emilio del Valle Villarroel Rodríguez “Millo”, nació el 8 de octubre de 1945. Creció en la calle 3 del casco central de Lechería. Católico devoto, fue conocido por hacer la misma ruta cada día, primero hacia el puesto de empanadas de una prima, después al crucero de Lechería para cuidar el tránsito frente al kiosco de periódicos “de toda la vida” y de vuelta, a las 8:00 am, a la avenida principal, donde vigilaba carros entre un mercado de frutas y un restaurante. A las 4:30 pm, sin falta, se apostaba en el portón de la iglesia María Auxiliadora, pendiente de que todo se cumpliera y de que las campanadas sonaran a su hora.

bargo, eso no le impedía comunicarse.

FOTO: Karen Villarroel /Cortesía ILUSTRACIÓN: Luis Monagas /EL TIEMPO

El “alc alde” Los homenajes que la municipalidad de Lechería hizo en su honor responden más que a un compromiso político, al sentir de una comunidad que vio a Millo como un ejemplo de esfuerzo y simpatía. El señor Hermis dice que ni a un mandatario local le habían hecho un entierro tan sentido y concurrido, tan lleno de gente diferente, porque Millo decía en su casa que era el “alcalde” de Lechería, aunque su preferencia política cambiaba según el mandatario de turno. Era de baja estatura y con condiciones físicas que a otros hubiesen amilanado. Nació con una dificultad motriz que le impidió caminar hasta los 5 años. Además, sufría de epilepsia. “Un día lo encontré en el patio de espaldas como una tortuga. Resultó graciosísimo aunque él se moría de la rabia”, cuenta su cuñada, la señora Doris de Villarroel, quien durante 45 años vivió a su lado y se encargó de lavarle la ropa que con tanto cuidado el mismo Millo elegía, tres veces al día. “Es que era muy coqueto. Se bañaba y cambiaba tantas veces que parecía que se iba a gastar”. Vendió helados y refrescos, fue barrendero de una empresa

del aseo urbano y de “cuida carros” en los últimos años de su vida. Para quienes no lo conocían parecería un hombre más de la calle, pero para los vecinos era un insigne colaborador. El cuidador del tránsito de los niños al cruzar calles a la hora de la salida de la escuela y el estricto celador de la seguridad de los jovencitos de la primera comunión. Manuel Da Rocha pasó 35 años sirviéndole a Millo el mismo plato de pasta, lo vio enojarse si no se le atendía rápido pero también con su eterna e inquebrantable disposición para trabajar. En Ana Julia, el restaurante del cual es propietario, Da Rocha rió con él y le escuchó los chismes, contados con su peculiar manera de hablar. Su recuerdo queda en un caleidoscopio de la gente morreña. Entre personas de todas las clases sociales, sectores y edades, Millo tuvo un amigo, un conocido o un cliente. Un hombre que se hizo popular a punta de afectos ajenos, ganados con gracia durante una vida que se hizo entre las calles de Lechería, entre sus viejos negocios, sus colegios y sus templos, esos donde celebraba con fervor a la Virgen del Valle en quien tanto creía, donde disfrutaba del refresco negro -su preferido- y a donde iba a comer pasta con salsa boloña. Lo extrañarán su “novias”, por docenas. Mujeres que lo conocieron y que respondieron con gracia a los ingenuos coqueteos de Millo, en los que sólo regalaba palabras bonitas e inocentes. El legado es sencillo pero sustantivo: la bondad cimentada en el trabajo constante, la amabilidad de una sonrisa, que caló en la gente quienes le dieron imagen singular y conocida a un individuo que de otro modo habría sido anónimo. Su sencilla impronta queda hoy asentada en la historia popular de la joven localidad del norte anzoatiguense en cuyas calles caminó siempre con paso apurado por casi siete décadas.


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