
2 minute read
Permiso para sentir
Méndez Vides
El octogenario escritor peruano Alfredo
Advertisement
Bryce Echenique (Lima, 1939) es un autor que ha acompañado la vida de toda una generación de lectores con sus divertidas novelas, que son literatura y rompen con la solemnidad, gran narrador, seductor, que atrapa con su estilo y su fino sentido de humor. Tuvo éxito desde su primera novela, Un mundo para Julius que captó la atención del gran mercado lector, y luego se desenvolvió en La vida exa- gerada de Martín Romaña, y volvió a sorprender con No me esperen en abril, y más adelante con sus Antimemorias, cuyo primer tomo, Permiso para vivir, es extraordinario. Pero no es una figura tan mencionada últimamente por esa costumbre suya de no tomarse en serio y de escabullirse de la actualidad de los opuestos. En sus obras alude a esa tendencia en el fútbol a ir por un equipo en el primer tiempo, y por el otro en el segundo, no prisionero del fanatismo, como expresión de la antigua Suiza neutral.
Su vida intensa, cambiante, lo condujo desde ser el niño que fue camorreado por sus compañeros del colegio al pasar por el “callejón oscuro” en castigo por perder el paso en una practica de marcha militar, a escritor en Francia en pleno mayo del 68, y profesor de Nanterre, la Universidad experimental donde los maestros no mandaban y estaba prohibido prohibir. Es un contador de historias fluido y agradable que hace de su propia experiencia el gran tema, como lo encontramos en la segunda parte de sus antimemorias, Permiso para sentir, donde Bryce es el narrador amistoso y parlanchín, como aquellos que se especializan en contar anécdotas en los convivios. Si en sus mejores novelas, el autor se apoya en las referencias autobiográficas para hacer convincente la ficción, en sus memorias reflexiona sobre la vida, explorando su posición privilegiada de clase, nostálgico por los tiempos de esplendor del Perú aristocrático, protegido por las comodidades de Julius, el personaje clásico de su primera novela, antes de abandonar el destino de abogado con fortuna para ir a buscar en París la felicidad y la fama inestable. A ello da la pauta el tema básico de la obra, consistente en la experiencia fallida de su intento por retornar, que se fue prolongando indefinidamente.
Brice parte a los 25 años hacia París, en los tiempos del boom latinoamericano, de las camisas estampadas con el rostro del Che, y allí se suma a cientos de escritores encandilados por la ilusión, queriendo repetir la fórmula mágica de quienes los precedieron. En dicha ciudad anidó un cuarto de siglo, luego se marchó a España, de donde decide el regreso definitivo al Perú.
Brice Echenique intenta realizar un viaje al pasado, lo que ya no se puede, porque el tiempo no perdona. La primera experiencia fue fatal, porque descubrió que la ciudad de Lima que aparece en sus ficciones ya no existe, que se transformó, que otras eran las casas edificadas sobre las de antaño o que las reconocibles estaban depauperadas, porque hoy día todo es “chicha”. Encontró en su antigua capital virreinal “la vulgaridad y la violencia, de la fealdad instalada en el barrio más feo y el más caro (ya no existe el barrio más bonito)”, para enunciar pesimista que “todo taxista conoció un tiempo mejor y una Lima que se fue”. El impacto fue duro, pero no porque Lima no posea esa transformación generosa, con barrios bellos y modernos, sino porque él se había bajado de la bicicleta sentimental y todo había mudado. No pudo soportar el choque y nuevamente se devuelve a Europa, pero las cosquillas ya se calman, y continuará con la pasión del regreso hasta que se hace realidad, para vivir experiencias extenuantes que luego aborda en la tercera parte.
Toda la vida de Alfredo Bryce Echenique esta recreada en sus obras, en un viaje de ida y vuelta, nunca satisfecho fuera ni dentro, contada con la tristeza alegre de uno de los más grandes narradores latinoamericanos contemporáneos. Su poder está en expresar sensibilidad con gracia, en un mundo solemne y hostil.