En las entrañas del hombre

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4 LA SOMBRA DEL CIPRÉS

Sábado 1.12.18 EL NORTE DE CASTILLA

CARLOS AGANZO

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En las raíces del nihilismo U

n buen químico «es mucho mejor que veinte poetas juntos». Eso le dice el joven Bazárov a su oponente, Pável Kirsánov, el veterano militar hermano de su anfitrión, en una de sus encendidas disputas en la Hacienda de los Solterones. Antes de batirse en duelo no por la controversia ideológica, sino más bien como consecuencia del flirteo con una mujer del ser-

vicio. De todas las novelas de Iván Turgueniev, seguramente la más reveladora es ‘Padres e hijos’, publicada en 1862, en plena efervescencia de la juventud nihilista rusa. Turgueniev aprovechó el momento de una cierta relajación de la censura, durante el reinado de Alejandro II, para publicar esta obra, que pone en evidencia el enfrentamiento entre los viejos románticos rusos, pertenecientes a la

generación anterior, y los jóvenes ‘raznochinets’, los prerrevolucionarios que nutrirían la famosa ‘intelligentsia’ que propició el cambio de régimen. Poesía caduca y refinamiento decadente como expresión máxima, a ojos de los universitarios, de una sociedad opresora, hipócrita, supersticiosa y atrasada con respecto a Europa, como se había demostrado con sangre en la derrota de Crimea.

Cuando se publicó ‘Padres e hijos’, sin embargo, lo único que recibió Turgueniev en su país fueron críticas. La izquierda estaba molesta porque el texto se había publicado en el periódico conservador ‘El Mensajero Ruso’, y sobre todo porque el joven revolucionario Bazárov, que con tanto ímpetu irrumpía en la novela, terminaba mostrándose al final como una especie de cínico sentimentalón.

Y la derecha pensaba que, con la crítica de las costumbres de la rancia nobleza zarista, el escritor no hacía otra cosa que dar alas a los nihilistas. No era la primera vez que Turgueniev era víctima de tales contradicciones. Cuando publicó ‘Memorias de un cazador’, diez años antes, una serie de relatos en los que refleja la vida de los campesinos rusos con el pretexto de sus excursiones cinegéticas, al zar Alejandro II le impresionó tan vivamente el retrato que propuso incluir al escritor en la comisión redactora del edicto real que promulgaría la liberación de los siervos. Una influencia que los críticos han comparado con la que ejerció ‘La cabaña del Tío Tom’ con respecto a la esclavitud americana. Por aquel entonces, sin embargo, Turgeniev tuvo la ocurrencia de publicar su célebre obituario del subversivo Gógol en ‘La Gazeta de San Petersburgo’, y sus palabras le costaron un mes de prisión y dos años de destierro. Y la reforma, por cierto, fracasó, ya que la descompensación entre personas y tierras liberadas provocó más miseria, más hambre y más sufrimiento entre las clases deprimidas.

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Estatua de Turgueniev inaugurada en el 150 aniversario de su nacimiento en la ciudad rusa de Oriol. :: EL NORTE

quizás con la excepción de ‘Bouvard y Pécuchet’. De Turgueniev –a quien leyó en francés en un primer momento– admiraba ‘Memorias de un cazador’, ‘Suelo virgen’ y algunas de las novelas cortas como ‘Primer amor’. Eran los tres cosmopolitas; Turgueniev y James, además, extranjeros en tierras que los acogieron. Tuvieron la desmesurada ambición de vivir en la literatura y escribir novelas que fueran compendio de su época y reflejaran la densidad de la experiencia humana en sus más variados aspectos. Aceptaron un destino solitario por amor a su trabajo, a la página escrita con la perfección del maestro, cincelada, por así decir, en el más exacto lenguaje. Flaubert escribió dos novelas, ‘Madame Bovary’ y ‘La educación sentimental’, que fueron modelos ineludibles desde entonces. Turgueniev exploró con perspicacia las causas y consecuencias del nihilismo en Rusia y la pérdida de las ilu-

Cuando escribió ‘Padres e hijos’, Turgueniev ya vivía más tiempo en Alemania y en Francia que en Rusia. Ser considerado el más occidental de los escritores rusos de su tiempo le valió, de hecho, una cierta rivalidad con algunos de sus grandes contemporáneos. Tólstoi, de regreso de la Guerra de Crimea, pasó por Francia y se alojó en la casa de Turgueniev en Bugival, y recibió de éste el siguiente consejo: «La carrera militar no es la suya, escoja otro destino, su arma no es la espada, sino la pluma». Sin embargo, y aunque luego se disculpó por ello, en 1861 el autor de ‘Guerra y paz’ le retó públicamente a duelo. Dostoievski, por su parte, dedicó su discurso, en 1880, con motivo de la inauguración de un monumento a Pushkin, a hablar de su reconciliación con Turgueniev, al que había convertido en personaje de farsa en ‘Los demonios’. «Amigo, vuelve a la literatura», dicen que dijo este último, en su lecho de muerte, con respecto a Dostoievski. Antes que teórico o ideólogo, Turgueniev fue un gran observador literario. Mostrando las contradicciones de su época consiguió esquivar la censura y, sobre todo, anunciar para el que lo supiera leer los cambios que vendrían a continuación. Desde el paternalismo de su situación acomodada, tenemos la tentación de decir hoy, pero con una verdad que resulta iluminadora.

siones de la juventud; James se centró en el destino de los americanos que vivían en Europa y en el modo en que la vida huye dejándonos un regusto amargo. En gran medida, hicieron de la segunda mitad del siglo XIX la época dorada de la novela –que se prolongó en las tres décadas de la centuria siguiente. Ahora cuando la novela es un género caído en desgracia y descrédito, son el testimonio de otro tiempo, perdido ya, quizás peor que el nuestro en su conjunto pero en el que dedicar una vida a la escritura y a la lectura tenía aún sentido.

Flaubert, Turgueniev y James tuvieron la desmesurada ambición de vivir en la literatura


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